Pie Para El Niño De Vallecas, De Velázquez
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Bacía, Yelmo, Halo.
Este es el orden, Sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
?halo ya, no yelmo ni bacía?
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas,
y el místico, y el suicida.
********
La incorporación de una ekphrasis, el retrato que pintó Velázquez al enano Lezcanillo llamado “El
niño de Vallecas”, descodifica el sentido del poema de León Felipe “Pie para el niño de Vallecas de
Velázquez”, incorporando elementos dramáticos que dan, a la representación pictórica, intensidad y
dinamismo. Por eso, gracias al epígrafe, el yo lírico apela a la necesidad de un compromiso ante la
injusticia y lo hace mediante la remisión a la disputa cervantina de la “bacía” o del “baciyelmo”.
Perteneciente a Ganarás la luz, “Pie para el niño de Vallecas de Velázquez”1 tiene el
siguiente epígrafe: «Bacía, yelmo, halo, / éste es el orden, Sancho» (217)2. Una revisión del
texto cervantino nos permite concluir que León Felipe no cita en forma textual el Quijote, sino
que hace una paráfrasis; se trata, en efecto, de un epígrafe ficticio. Su correlato se encuentra
en los capítulos 44 y 45 de la Primera Parte del Quijote, cuando don Quijote y Sancho Panza
discuten a propósito de la bacía que Sancho ha arrebatado al barbero y que don Quijote cree
ser el yelmo de Mambrino. Sancho zanja la cuestión afirmando que el objeto en disputa es un
«baciyelmo»3, un neologismo producido por composición de palabras que «pervive como una
creación singular perteneciente al conjunto de usos idiomáticos que constituyen el idiolecto.
CHEN: La responsabilidad humana: el poema Pie para el niño de Vallecas de Velásquez
cervantino» (Senabre 1999: 31). Américo Castro, en su ejemplar libro El pensamiento de
Cervantes (1925), interpretó este procedimiento como de ambigüedad estilística, debido al
choque entre el Renacimiento y la doctrina católica, «por fórmulas ambiguas de lenguaje,
en apariencia ortodoxa, o a favor del flexible recurso de la doble verdad» (332; la cursiva
es del autor).
Se trata de una fórmula de compromiso por la cual la verdad se hallará, como observa
Castro dentro de la estilística cervantina, en «la armonía con el punto de vista de quien la
considere» (39), en la medida en que Sancho Panza deja a un lado su continuo creer y descreer,
para empezar a hacerlo en don Quijote y en la verdad de la ínsula que le propone. Como
indica Madariaga, «la fe del caballero va a nutrir el espíritu del criado» (125) en un proceso
de mutua interpenetración de ambos personajes (Madariaga 1972: 127), al punto de que
Sancho se quijotiza. Sin embargo, en el epígrafe de León Felipe, las cosas se invierten y lo que
es una conciliación de las verdades, por esa adecuación de la realidad a la experiencia sensible,
pasa a expresar el punto de vista contrario del que don Quijote sostiene en el episodio de
Sierra Morena, ante las insistencias de Sancho por aclarar la naturaleza del objeto ganado en
buena lid en el capítulo XXV; don Quijote refuta la opinión de su escudero y afirma:
[…] porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y
truecan, y les vuelven a su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así, eso que a ti
te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa (Cervantes
1996: 305).
De la misma manera, el falso epígrafe de León Felipe polemiza en este debate sobre
la naturaleza y la verdad de las cosas, pareciendo retomar el punto de vista de don Quijote en
un tono de amonestación. ¿Qué sentido tiene el epígrafe dentro del poema «Pie para el niño
de Vallecas de Velázquez»? Esta pregunta guía el desarrollo del siguiente trabajo. En ese sentido,
el título del «Libro VI» al que pertenece el poema «¿Quién soy yo?…¿Cara o cruz?» nos
ofrece una primera respuesta; sobre todo al remitir a la imposibilidad de compromiso a causa
de la conjunción adversativa «o», en donde o es «cara» o es «cruz», pero no ambas a la vez.
No hay posibilidad de conciliación de los opuestos, por lo que tampoco hay verdades a medias
y el individuo debe asumir la realidad tal cual es. El epígrafe, entonces, aconseja asumir la responsabilidad
y es una invitación a tomar una posición ética ante la vida. Ahora bien, el poeta
León Felipe ofrece el epígrafe como «pie» a una pintura de Diego de Velázquez (1599-1660)
el retrato de «El niño de Vallecas», incorporándolo como “[n]ota explicativa que se pone debajo
de una foto, grabado, etc.” (García-Pelayo 1976: 803).
Para la Torre de la Parada del Alcázar de Madrid, Velázquez hizo una serie de retratos
de bufones u «hombres de placer» que tenía la Casa del Rey para diversión de la familia
real y que provenían de manicomios y hospicios. Eran seres con minusvalías físicas y mentales
y, siguiendo la tradición de la casa real, Velázquez los retrata y «con su arte milagroso […]
infunde una dignidad humana en aquellos desgraciados, locos o deformes» (Gállego 1994:
49). Hacia 1644, pintó los tres mejores retratos dedicados a hombres de la Casa del Rey, entre
ellos el de Lezcanillo, enano vizcaíno, conocido como «El niño de Vallecas». Gállego expone
que este retrato está pintado con una gran humanidad y afecto (8), con una gran humanidad
que hace encontrar en el espectador la simpatía ante una figura anormal como lo es el enano
Lezcanillo, quien, como padecía de hidrocefalia, poseía una cabeza enorme y bastante anómala
en proporciones.La humanidad del enano conmueve e interpela al espectador que contempla
los retratos de estos personajes singulares, advierte Gállego (8). Esto sucede también.
Filología y Lingüística XXX (2): 17-23, 2004 19
en León Felipe, quien como consecuencia de contemplar el retrato pictórico, hace una especie
de semblanza a este personaje que ha pasado a la historia gracias a Velázquez4 y le dedica
a este «niño de Vallecas» el poema-pie que el lector lee. Su captación poética tendrá la finalidad
reivindicativa de un acto de salvación en un doble sentido: valorar una figura marginal en
tanto que es un «anormal» (sacarla del olvido) y, principalmente, captar su verdadera dimensión
(establecer su significado hoy en día).
Recordemos que la incorporación de las artes plásticas a la literatura tiene raíces
románticas y continúan luego los simbolistas y parnasianos. El Modernismo hispánico lo retoma
y de ahí pasa a la Generación del 27, grandes cultivadores de una percepción cromática
del verso y de una relación estrecha entre pintura y literatura mediante la acentuación de los
sentidos de la percepción (Standish)5, dentro de una proximidad de diseño espacial que implica
la «integración de los sistemas verbal e icónico» (Paulino 1982: 55).
A ello nos invita el poema «Pie para el niño de Vallecas de Velázquez» con esa apertura
hacia la representación pictográfica, ya que la contemplación del retrato es la clave para
expresar la pasión y el sentimiento del poeta ante una realidad catalogada de injusta; opinión
contraria a la que arguye José Paulino en su edición de Ganarás la luz, para quien el retrato
de Lezcanillo «añade meramente imagen al texto que lo evoca» (54). Si en un primer momento,
el retrato agudiza los sentidos del hablante lírico, su conceptualización conduce al hablante
lírico a una toma de conciencia que comparte en tono sapiencial. Aspirando «a reflejar concreta
e integralmente el orden universal» (Villavicencio 1972: 171), León Felipe interpela la
escritura poética haciéndola de signo fuertemente poético (Chen 1999); de ahí el tono declarativo
y enfático que asume este texto en donde el hablante lírico, poeta y profeta, denuncia
una situación carencial y nos exhorta al cambio, es decir, a la conversión:
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida (v.5).
Dr. Jorge Chen Sham. Profesor, Escuela de Filología y Lingüística, Universidad de Costa Rica
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