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por Affelix Jue 04 Ago 2011, 16:34- & -
Y ya que hablo de cine, no quiero dejar pasar este navegar por el piélago de acontecimientos de mi infancia sin hacer una especial mención a mis tíos Juan y Genis, hermanos de mi padre, y Vicente, hermano de mamá. Los hechos que voy a narrar tuvieron que ocurrir antes del año 1921, pues mi tío Genís desapareció en el desastre de Anual ocurrido el treinta de julio de ese año. El auge adquirido por el nuevo invento del cine, sedujo a los tres para explotar esta incipiente industria. A tal fin se proveyeron de una máquina de cine, varios rollos de cintas filmadas, una sábana que servía de pantalla y un carro en el que transportar todos los elementos necesarios para organizar en los pueblos sesiones de cine.
En el año mil novecientos treinta y cinco estuve varios meses en Cuenca, ayudando al tío Juan en su gestión de contratista de obras, en cuya provincia construyó un gran número de carreteras y obras civiles. Mientras en su coche viajábamos para visitar las obras, el tío Juan, con su gracejo peculiar, me explicaba sus andanzas de trotamundos.
Refiriéndose al periodo en que junto a Genís y Vicente recorrían los pueblos brindando a las gentes la magia del cinematógrafo, se ufanaba de ser el innovador del cine hablado. Contaba, que él se colocaba debajo del tablero de la mesa que soportaba la máquina, quedando invisible para el público por los faldones del tapete que la cubría. Una bocina de gramófono ‘La Voz de su Amo´ empalmada a un tubo cuyo extremo él se llevaba a la boca, le servía de megáfono. Desde su observatorio podía contemplar la pantalla, y a medida que las escenas de la película se iban produciendo, mi tío Juan, con voz potente, ampliada por la bocina, las iba narrando, algunas coincidentes con el argumento y otras fruto de su provocativa imaginación. Los títulos que se intercalaban entre las escenas de nada servían para un público formado en su mayoría por analfabetos. De ahí el éxito que alcanzó en su época el ‘cine hablado’ del tío Juan.
A pesar de todo, el negocio no les reportaba apenas beneficios, por lo que suprimieron la caballería, que fue sustituida por el empuje de los tres esforzados empresarios tirando del carro. De un modo harto jocoso explicaba el tío Juan las tribulaciones que pasaron un día, al descender por la calle Caballeros, de Lléida, y la inercia del carro les venció sin poder dominarlo, y gritando a voz en cuello para que la gente se apartara, fueron los tres al galope por aquella inclinada pendiente a remolque del carro, hasta llegar al paseo de la Banqueta, donde gracias a Dios sin mayor percance pudieron frenar y dominar al ingobernable vehículo.
En otra ocasión me contó su aparición como torero en la Plaza de Toros, de Cuenca, para una corrida benéfica. Explicaba que para preservarse del daño de las posibles cornadas se hizo confeccionar una ‘cotilla’ de cuero. Al intentar los primeros pases a la vaquilla que le tocó en suerte, la dureza del cuero se sobrepuso a la taleguilla que vestía, y entonces el público alborozado comenzó a repetir al unísono: “Juanito, que se te ve la cotilla” Fue una advertencia, según me decía, que no cesó durante el resto de la corrida, por causa de que cada vez que la vaquilla le miraba, salía corriendo sin ningún recato a guarecerse tras el burladero, y contra más corría la cotilla se ponía más de manifiesto, hasta desbordarle por todos los costados.
Todas estas andanzas y muchas más que he olvidado, mi tío las exponía con una alegría contagiosa, y sin acusar rubor por los miedos o ridículos que paladinamente confesaba.
En el año mil novecientos treinta y cinco estuve varios meses en Cuenca, ayudando al tío Juan en su gestión de contratista de obras, en cuya provincia construyó un gran número de carreteras y obras civiles. Mientras en su coche viajábamos para visitar las obras, el tío Juan, con su gracejo peculiar, me explicaba sus andanzas de trotamundos.
Refiriéndose al periodo en que junto a Genís y Vicente recorrían los pueblos brindando a las gentes la magia del cinematógrafo, se ufanaba de ser el innovador del cine hablado. Contaba, que él se colocaba debajo del tablero de la mesa que soportaba la máquina, quedando invisible para el público por los faldones del tapete que la cubría. Una bocina de gramófono ‘La Voz de su Amo´ empalmada a un tubo cuyo extremo él se llevaba a la boca, le servía de megáfono. Desde su observatorio podía contemplar la pantalla, y a medida que las escenas de la película se iban produciendo, mi tío Juan, con voz potente, ampliada por la bocina, las iba narrando, algunas coincidentes con el argumento y otras fruto de su provocativa imaginación. Los títulos que se intercalaban entre las escenas de nada servían para un público formado en su mayoría por analfabetos. De ahí el éxito que alcanzó en su época el ‘cine hablado’ del tío Juan.
A pesar de todo, el negocio no les reportaba apenas beneficios, por lo que suprimieron la caballería, que fue sustituida por el empuje de los tres esforzados empresarios tirando del carro. De un modo harto jocoso explicaba el tío Juan las tribulaciones que pasaron un día, al descender por la calle Caballeros, de Lléida, y la inercia del carro les venció sin poder dominarlo, y gritando a voz en cuello para que la gente se apartara, fueron los tres al galope por aquella inclinada pendiente a remolque del carro, hasta llegar al paseo de la Banqueta, donde gracias a Dios sin mayor percance pudieron frenar y dominar al ingobernable vehículo.
En otra ocasión me contó su aparición como torero en la Plaza de Toros, de Cuenca, para una corrida benéfica. Explicaba que para preservarse del daño de las posibles cornadas se hizo confeccionar una ‘cotilla’ de cuero. Al intentar los primeros pases a la vaquilla que le tocó en suerte, la dureza del cuero se sobrepuso a la taleguilla que vestía, y entonces el público alborozado comenzó a repetir al unísono: “Juanito, que se te ve la cotilla” Fue una advertencia, según me decía, que no cesó durante el resto de la corrida, por causa de que cada vez que la vaquilla le miraba, salía corriendo sin ningún recato a guarecerse tras el burladero, y contra más corría la cotilla se ponía más de manifiesto, hasta desbordarle por todos los costados.
Todas estas andanzas y muchas más que he olvidado, mi tío las exponía con una alegría contagiosa, y sin acusar rubor por los miedos o ridículos que paladinamente confesaba.
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Tanto en Zaragoza, como en Lléida, coincidí con María. Forzado a seguir el régimen de internado, en Zaragoza apenas pudimos estar juntos. En Lléida, sin embargo, coincidíamos más a menudo en el Instituto al que asistíamos, ella como profesora y yo como alumno, aunque yo no concurría a su aula, pues ella impartía clases para los alumnos de ciencias, mientras yo estudiaba letras.
Durante su estancia en Zaragoza, tuvo una relación constante con las monjas Esclavas, al punto que decidió entrar en dicha Congregación, participándoselo así a nuestros padres. Mi padre, con muy buen tino, le dijo que primero debía acabar la carrera, y luego que hiciera lo que estimara más conveniente.
Al pensar sobre este acontecimiento, a lo largo de mi vida siempre he considerado lo acertado de tal decisión, pues me cabe una duda absoluta de que María se hubiera amoldado a la disciplina del convento como una monja cualquiera más, obligada a contener las ansias de crear y hacer cosas que siempre le ha caracterizado. Y la duda se resuelve en sentido favorable a mi presunción, pues pudiéndolo hacer, es decir, profesar de monja en las Esclavas, optó por seguir otros derroteros más acordes con su vitalidad activa y creadora, dentro del campo de la enseñanza, a cuyo campo se dedicó de lleno, bien como profesora de Institutos (Lléida y Barcelona) y Academia Láuria, o creando sus propios colegios, en Lérida la academia Nueva y en Barcelona el Colegio Re Vir Cien, hasta que al final se decidió a fundar su propia Orden religiosa.
La Academia Láuria la formaron, durante el periodo de la guerra civil española (1936-1939), frailes y monjas de diversos Conventos que pudieron camuflarse, escapando a la persecución inicua de que eran objeto durante ese tiempo todas las Órdenes religiosas.
Su osadía fue edificante, pues nada menos que se atrevieron a representar en sus locales, actuando las alumnas como actores, la entonces perseguida obra de Pemán, El divino impaciente.
Al acabar la guerra, cada uno se reintegró a su convento, y María, como seglar, estimó la conveniencia de seguir manteniendo unido el núcleo de alumnas que asistían a dicha Academia, formando a tal efecto el Colegio Re-Vir-Cien (Religión-Virtud-Ciencia), en el que me cupo la satisfacción y honra desde su fundación hasta el año 1942 de ser profesor de diversas asignaturas. El día 20 de diciembre de 1990, en el Colegio Mayor Mater Salvatoris, entonces en calle Escuelas Pías, se celebró el medio siglo de su fundación, con un oficio religioso y un refrigerio, al que asistimos profesores y alumnos supervivientes. Realzó el acto con su presencia la superiora general de la Compañía del Salvador, Amelia Lora-Tamayo. Entre las ex-alumnas estuvo María Ballesta Barcons, a la que no tuve de alumna, pero que supo captar mi corazón con lazos indisolubles que se cimentaron ante el Altar, hace más de cincuenta y un año.
En este Colegio Re Vir Cien, sito en la Gran Vía de les Corts Catalanes, entre Llùria y Girona, que luego se amplió con la residencia de calle Ganduxer, 59, se incubó la creación de la Compañía del Salvador. La revista ‘Eclesia’, nº 553-Año XII, del sábado 15 de febrero de 1952, publicaba la siguiente gacetilla :
“Nueva congregación religiosa. - La Pía Unión llamada Compañía del Salvador, fundada en 1944 y establecida canónicamente en Barcelona, Madrid y Lérida, ha sido elevada a congregación religiosa en virtud de un rescripto de la Santa Sede de 20 de diciembre de 1951. - El día 2 de febrero, fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen, el señor Obispo de Barcelona, Obispo fundador de la nueva Congregación, se dignó celebrar en la capilla de este palacio la santa misa, en la que profesaron las diecisiete primeras religiosas de la Compañía del Salvador.”
En la contraportada de la revista hay una fotografía en la que aparece el Dr. Modrego en disposición de dar la Comunión a una monja que se la ve de espaldas, y a la derecha del altar, en actitud reverente y arrodillada en un reclinatorio, se ve a María. Al pie de la fotografía, se lee :’Ha sido elevada a Congregación religiosa, según rescripto de la Santa Sede del pasado diciembre, la Pía Unión Compañía del Salvador . Una religiosas -momento que recoge la foto- emite los votos perpetuos ante el Prelado de Barcelona’
Recuerdo el acontecimiento con gran detalle. Primero, María, ante el Obispo ofrece sus votos; luego es ella quién los recibe del resto de postulantes. El Dr. Modrego inicia su parlamento sin calor, se diría que ausente del acto que celebra, refiriéndose a la nueva Congregación. Pero enseguida pasa a tratar del acontecimiento en ciernes, el Congreso Eucarístico Internacional, del que él es artífice, y entonces su faz se ilumina, la palabra le sale ardiente, todo él vibra con un entusiasmo comunicativo. No cabe duda que, en aquellos días, en su mente no había otra obsesión que la organización del Congreso, que, dicho sea de paso, obtuvo un resonante éxito de público y de devoción.
Durante su estancia en Zaragoza, tuvo una relación constante con las monjas Esclavas, al punto que decidió entrar en dicha Congregación, participándoselo así a nuestros padres. Mi padre, con muy buen tino, le dijo que primero debía acabar la carrera, y luego que hiciera lo que estimara más conveniente.
Al pensar sobre este acontecimiento, a lo largo de mi vida siempre he considerado lo acertado de tal decisión, pues me cabe una duda absoluta de que María se hubiera amoldado a la disciplina del convento como una monja cualquiera más, obligada a contener las ansias de crear y hacer cosas que siempre le ha caracterizado. Y la duda se resuelve en sentido favorable a mi presunción, pues pudiéndolo hacer, es decir, profesar de monja en las Esclavas, optó por seguir otros derroteros más acordes con su vitalidad activa y creadora, dentro del campo de la enseñanza, a cuyo campo se dedicó de lleno, bien como profesora de Institutos (Lléida y Barcelona) y Academia Láuria, o creando sus propios colegios, en Lérida la academia Nueva y en Barcelona el Colegio Re Vir Cien, hasta que al final se decidió a fundar su propia Orden religiosa.
La Academia Láuria la formaron, durante el periodo de la guerra civil española (1936-1939), frailes y monjas de diversos Conventos que pudieron camuflarse, escapando a la persecución inicua de que eran objeto durante ese tiempo todas las Órdenes religiosas.
Su osadía fue edificante, pues nada menos que se atrevieron a representar en sus locales, actuando las alumnas como actores, la entonces perseguida obra de Pemán, El divino impaciente.
Al acabar la guerra, cada uno se reintegró a su convento, y María, como seglar, estimó la conveniencia de seguir manteniendo unido el núcleo de alumnas que asistían a dicha Academia, formando a tal efecto el Colegio Re-Vir-Cien (Religión-Virtud-Ciencia), en el que me cupo la satisfacción y honra desde su fundación hasta el año 1942 de ser profesor de diversas asignaturas. El día 20 de diciembre de 1990, en el Colegio Mayor Mater Salvatoris, entonces en calle Escuelas Pías, se celebró el medio siglo de su fundación, con un oficio religioso y un refrigerio, al que asistimos profesores y alumnos supervivientes. Realzó el acto con su presencia la superiora general de la Compañía del Salvador, Amelia Lora-Tamayo. Entre las ex-alumnas estuvo María Ballesta Barcons, a la que no tuve de alumna, pero que supo captar mi corazón con lazos indisolubles que se cimentaron ante el Altar, hace más de cincuenta y un año.
En este Colegio Re Vir Cien, sito en la Gran Vía de les Corts Catalanes, entre Llùria y Girona, que luego se amplió con la residencia de calle Ganduxer, 59, se incubó la creación de la Compañía del Salvador. La revista ‘Eclesia’, nº 553-Año XII, del sábado 15 de febrero de 1952, publicaba la siguiente gacetilla :
“Nueva congregación religiosa. - La Pía Unión llamada Compañía del Salvador, fundada en 1944 y establecida canónicamente en Barcelona, Madrid y Lérida, ha sido elevada a congregación religiosa en virtud de un rescripto de la Santa Sede de 20 de diciembre de 1951. - El día 2 de febrero, fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen, el señor Obispo de Barcelona, Obispo fundador de la nueva Congregación, se dignó celebrar en la capilla de este palacio la santa misa, en la que profesaron las diecisiete primeras religiosas de la Compañía del Salvador.”
En la contraportada de la revista hay una fotografía en la que aparece el Dr. Modrego en disposición de dar la Comunión a una monja que se la ve de espaldas, y a la derecha del altar, en actitud reverente y arrodillada en un reclinatorio, se ve a María. Al pie de la fotografía, se lee :’Ha sido elevada a Congregación religiosa, según rescripto de la Santa Sede del pasado diciembre, la Pía Unión Compañía del Salvador . Una religiosas -momento que recoge la foto- emite los votos perpetuos ante el Prelado de Barcelona’
Recuerdo el acontecimiento con gran detalle. Primero, María, ante el Obispo ofrece sus votos; luego es ella quién los recibe del resto de postulantes. El Dr. Modrego inicia su parlamento sin calor, se diría que ausente del acto que celebra, refiriéndose a la nueva Congregación. Pero enseguida pasa a tratar del acontecimiento en ciernes, el Congreso Eucarístico Internacional, del que él es artífice, y entonces su faz se ilumina, la palabra le sale ardiente, todo él vibra con un entusiasmo comunicativo. No cabe duda que, en aquellos días, en su mente no había otra obsesión que la organización del Congreso, que, dicho sea de paso, obtuvo un resonante éxito de público y de devoción.
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