Y al hablar de la edad, viene a las mientes una característica proverbial de María que no quiero se pierda en saco roto; su sano humor. Recuerdo, entre muchas, una conversación telefónica de hace ahora diecinueve años, aproximadamente, en que este rasgo característico de su persona se ponía en evidencia. Me contaba : ‘Me ha visitado el médico. Dice que padezco una enfermedad incurable, para la que no existe ningún remedio, el único la resignación y santa paciencia’ Yo todo alarmado, le pregunto : ‘¿Y que tipo de enfermedad es ésa ?’ ‘La enfermedad del siete, -me responde todo jocosa ‘ De momento no caigo, hasta que me explica que ha cumplido los setenta años. Pues yo, desde hace dos años, estoy sufriendo la enfermedad del ocho, aunque, en honor a la verdad, reconozco que no es sufrimiento lo que siento, sino el placer inconmensurable de haber podido llegar a contar tantas velas.
Sin embargo, lo que no puedo omitir de contar es el inmenso cariño que existió entre nosotros dos, Carmen y yo, al punto que siempre la consideré como una hermana más, y ella con el mismo cariño me correspondió. Y con tal sentimiento de ser mi hermana afronté con pena y dolor su muerte, si bien con la absoluta convicción de que procurará preservarme un trozito de cielo para cuando Dios me llame a su lado.
A. M. D. G.
Muerta María el 12 de enero de 2001, confieso que no dejó en mi persona ningún vacío, aunque sí una gran pena. En torpes versos, compuestos poco después de que ella recibiera santa sepultura, lo justifico del siguiente modo:
María, ¡mi santa y querida hermana!:
¿Quién miente, al decir que has muerto?
¿Acaso, porque al iniciarse la mañana
de ese doce de enero, tu corazón, sediento
de amor por la humanidad creyente
en el Dios eterno y verdadero,
al que veneras y le rezas reverente,
dejó de palpitar y abandonó el sendero
que la vida terrenal tiene marcado?
¿Tal vez, porqué ya no se oye tu voz
desgranando el paisaje ensoñador
de ese Cielo del que fuiste portavoz,
auspiciando la dicha inefable
de gozar para siempre el don
de la gracia divina del Padre,
al que te ofrendasteis con tanta pasión?
¡No, hermana, querida hermana,
quien dice has muerto se engaña!
¡Viva estás! Pues no puede morir
espíritu que con tanto anhelo
se infiltró en mi alma, para pervivir
eternamente juntos en el Cielo.
15 Enero 2001
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