"MIGUEL HERNÁNDEZ, DESTINO Y POESÍA" (E.R.)
(cont.)
La efervescencia de la primera hora lo ocupó todo. Como en un severo colmenar resuena por España toda la sangre que va a dorarse de sol en magistratura de heroísmo. Se han formado las milicias populares con barro de entusiasmo y poca ayuda; contingente de salud y potencialidad que era el embrión de un ejército disciplinado y férreo, milagro del fervor y la conciencia política del pueblo. Miguel Hernández se incorpora a las filas del 5° Regimiento, lumbrarada formidable de la primera hora. (Como un sombrío golpe siente en el corazón la noticia del asesinato de Federico García Lorca, del que dirá que era "una nación de poesía". Tanto se le removieron las honduras con esa muerte, que un año después pudo manifestar Hernández: "Desde las ruinas de sus huesos me empuja el crimen con él cometido por los que no han sido ni serán pueblo jamás, y es su sangre el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra". Noticia pavorosa que pareció hacer vacilar a la tierra sobre sus ejes.)
Pero antes de que los fragores le envuelvan por completo, tiene todavía tiempo de marchar hasta Orihuela donde, al contacto del amor y del paisaje, adquirirá el movimiento definitivo para el desafío a las sorpresas que se avecinan. No eran los mismos ojos, sin embargo, los que se enfrentaban ahora con los mismos paisajes; mucho había mudado el joven Miguel desde su última visita. Y como allá también había "disturbios", como le informó Josefina, comprendió en seguida que la situación había mudado. También allá, en Orihuela, vio la cara de las "dos Españas" y, poseído como estaba él por el clamor de la España saludable y límpida que le tenía conquistado, discutió con sus amigos, con la vehemencia que le era propia, sobre la suerte de la patria arrojando invectivas sobre los fascistas que la vendían. ¡Qué alto precio pagará por esos desplantes! Había oídos que escuchaban para no olvidar. Se ahondaron las diferencias con sus compañeros de antaño. Tanto se había adelantado en Madrid, que el choque se produjo, triste e inevitable, en este regreso; choque escalonador de otros que eran hitos de su impoluta resolución de mantenerse fiel a su verdad. Ve el grado de las diferencias y pulsa lo que hay de viviente y de lívido en su propio pueblo natal; propala sus ideas, sincero y dominador, libre de los prejuicios que ayer le impedían dilucidar con visión amplia las grandes cuestiones que desde hacía siglos estaban pegadas a las viejas piedras españolas y deja, por donde pasa, el cartelón de su franqueza que, por verse demasiado, le preparó el ambiente adverso donde después se asentaría la celada. Apura a sorbos los últimos dichosos momentos en esos días. Visita regularmente a Josefina, aunque hay algo que ha puesto entre ellos una espada amenazante que ambos tratan de no mirar. El padre de Josefina, el guardia civil Manuel Manresa, se bate contra los republicanos y en el más inesperado momento, a los 28 días de iniciarse la cruenta contienda, les llega la noticia de su muerte. ¡Pobre Josefina! ¡Cuántos conflictos interiores le acarrea esa muerte! El amor triunfa, como triunfa siempre, por entre el sacudón obscuro. Y cuando Miguel, que la visita frecuentemente en Elda, donde a la sazón vive ella, se despide para volver a ocupar el sitio de su deber, hay en ambos la aprobación tácita del sendero que escogieron y sellan para siempre una unión espiritual que nada sería capaz de destruir en lo futuro.
Hele, pues, en Madrid nuevamente. Un salvoconducto expedido por el Frente Antifascista de Orihuela le abre paso por los caminos que, de tan rumorosos y amenazados, han tomado un color de grumo crispado. Estamos en septiembre. Dos meses de lucha fueron suficientes para que la piel de los hombres se desempolvase de cualquier letargo; de esto habla a las claras el que de la nada haya surgido un movimiento de resistencia al fascismo, con la preparación de las milicias obreras y campesinas, que han puesto un relámpago de advertencia a toda bravuconada enemiga. Advertencia inicial que se tornaba urgente decidir en muro sólido para garantizar la continuidad de sus éxitos, es decir, que se hacía necesaria su transformación en fuerza orgánica, cual sería un Ejército regular, con mando sólido y único, porque si bien el entusiasmo y el fragor colectivos consiguieron en los primeros momentos enseñar su potencia en las victorias de Valencia, Cataluña, Alicante, Albacete y otras provincias, no por eso la reacción cedió en sus pasos. Cegada por el resplandor heroico que fosforecía en todo lugar, solicitó el socorro del fascismo extranjero que, antes de acabar un pestañeo, acudió presuroso. Gracias a esa ayuda, en víveres y armamentos, el enemigo con-siguió avanzar sobre todo en el sector de Talavera, con vistas a tomar Madrid. En sus manos habían caído Badajoz, Mérida y Oropesa. El cielo se cubría de presagios tristes. Madrid estaba amenazada. Toda España vibró ante la amenaza.
Miguel Hernández, que está con el relucimiento metido hasta los huesos, que ya colaboraba en "El Mono Azul" de tan preciosa presencia en esa hora, que acudía diariamente a la Alianza de Intelectuales, semillero de tantas esenciales chispas, se incorpora en septiembre al 5° Regimiento y es destinado a cavar trincheras en un batallón de Zapadores Minadores, precisamente para trabucar la amenaza que está en Talavera de la Reina, acechando Madrid. Así se le ve, metido hasta la cintura en las trincheras, sucio de tierra y barro, en los alrededores de Madrid, en el pueblito de Cubas, como un arcángel que se alimenta de la propia sombra de sus alas. No se acabaría de comprender completamente el espíritu de Miguel Hernández, su absoluta posesión del clima heroico, si no se viese lo profundamente importante que fueron para él esos días de convivencia anónima con seres que apenas si habían escuchado su nombre, que ignoraban, por cierto, lo que en su corazón alerta hervía; para los más era uno entre tantos, un ardiente muchacho que se identificaba con ellos.
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