POESÍA SOCIAL
MÉXICO
FRANCISCO SEGOVIA
POÉTICA:
POESÍA ABSTRACTA ¿PLENA? O DEL POEMA FRUSTRADO Y DE SU CRÍTICA. FRANCISCO SEGOVIA.
“Apenas el arte aspira a no incurrir en el pecado, sólo consigue (…) falsificar el arte…” Jorge Cuesta
6. EL PARAÍSO PERDIDO, ENTERRADO EN UNO
Como buen melancólico, el poema frustrado escarba en busca de un tesoro que –supone– está enterrado en él mismo. No quiere de ningún modo fabricar ese tesoro, quizá por temor a que se vea en él algo artificial: quiere, en cambio, descubrirlo. Muestra así que se concibe como búsqueda de algo que se da, no que se crea. Por eso se fía a la “pureza de intenciones” con que emprende la búsqueda –que es en este sentido lo contrario de un trabajo y de una producción. De ahí el aire místico que lo impregna, y de ahí la santidad con que se reviste el poeta. Porque el paraíso que busca restaurar podrá no darse nunca en el poema, pero en el camino el poeta al menos habrá encontrado la santidad... ¿Es ésta una santidad legítima?
Admito que me he dejado llevar por la proliferación de santos barrocos de que hablaba Eugenio D'Ors, y he llamado santidad a algo que bien visto no es quizá sino inocencia. Ni santidad ni pureza: inocencia. Lo propio de Adán y Eva en el Paraíso, lo característico de ese estado en el que se toma lo que se da, sin violencia pero también sin esfuerzo, y en el que a fin de cuentas todo se da. En este darse de las cosas del mundo no hay jerarquías aún, no hay diferencias: una cosa vale lo mismo que otra porque todas valen en cuanto don, en cuanto dadas y recibidas porque sí, gratuitamente...
Es pues en el Paraíso donde se sitúa el impulso poético del poema frustrado (quizá el de todo estilo barroco, el de todo conceptismo o –dicho a la moderna– el de todo arte abstracto o conceptual), que tal vez por eso mismo no sabe precisar ni un objeto, ni una meta, ni una dirección (no desea otro lugar; no desea otra cosa que los dones que recibe) sino sólo, acaso, una forma, una formalismo que se extrema a veces hasta llegar al virtuosismo, al preciosismo. En este formalismo el impulso queda contenido: se congela, se enfría, da la sensación de no moverse ya... La exuberancia barroca se vuelve cosa, objeto, rastro de lo que hubo... Lo que se percibe en él no es ya entonces un proceso sino un estado, una beatitud, una disposición a renunciar al fruto de las propias obras, como hacen los héroes y los santos. El formalismo se da, se ofrece, así, como la víctima en el altar del sacrificio. Por eso se da gratuitamente: es un acto que no cosecha lo que sin embargo siembra. Como el héroe, el santo o la víctima sacrificial, el poeta se purifica antes del acto final; renuncia al mundo, se despoja de sus pasiones e intereses más prosaicos y paganos en nombre de la verdad que él no halla pero que se halla oculta en él, aunque él mismo no la vea. Sólo así logra de veras renunciar al fruto de sus trabajos, que no es otro que el viejo “fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Sólo así logra escribir en el Paraíso. Su impasibilidad, su “frialdad” –en suma, su sacrificio– es su pasaporte al Cielo: el poeta es un asceta.
Pero ¿cómo es que el poeta quiere, con todo, escribir un poema? ¿Cómo es que, estando en el Paraíso, siente nostalgia del Paraíso? ¿Es posible acaso que, antes de la Caída, Adán y Eva desearan el Paraíso? En un paraíso barroco todo es posible, es cierto, pero ¿qué paraíso no es barroco; qué paraíso no es una contradicción, una bomba para la propia religión que lo concibe? Así como el paraíso barroco mina el fundamento de su propia religión, volviéndola pagana, panteísta, así también el impulso poético que busca el paraíso desde la inocencia escarba bajo sus pies, pues de algún modo lo que busca es expiar el impulso de donde brota, pervirtiéndolo. No quiere el Cielo (que es al cabo algo que se puede ganar, que se puede merecer) sino el Paraíso (que es el estado primigenio, el que recibimos de entrada). Si logra volver a él simbólicamente, su destino será el fracaso (la conciencia de que lo ha perdido en realidad); si no logra hacerlo, también el fracaso. Pero se trata de dos fracasos distintos: uno pervierte la inocencia, y buscando el Paraíso lo pierde, o es expulsado de él; el otro sólo hace la finta y se queda en el Paraíso... o más bien en el desierto de un Paraíso artificial, pues no se puede vivir en el Paraíso verdadero traicionándolo. Los dos fracasos vienen a dar finalmente a este mundo, es cierto, aunque de maneras distintas, y su diferencia es abismal: el primero abandona el Paraíso, pero el Paraíso sigue existiendo; el segundo lo desertifica... El primero es quizás irónico; el segundo hace ironía de la ironía.
La mayoría de los poemas frustrados combina ambas cosas en grados distintos, pero las he separado aquí para mostrar de otra forma aún la manera en que la crítica literaria post-moderna suele recatarse ante poemas de este tipo y se hace de la vista gorda frente al menos la mitad de sus fracasos. Cierra los ojos ante el primer caso (quizá porque en éste el Paraíso sigue existiendo) y se centra sólo en el segundo (quizá porque en él no queda ya un Paraíso sino sólo su nostalgia, su metáfora o, como decían antes, su “fingimiento”). Pero la condición moderna del poema frustrado es en cierto modo consustancial a su crítica: tampoco los poemas frustrados suelen echarse de veras a la espalda la existencia del Paraíso y se contentan con hacer de él una alegoría, un pretexto para explayarse. Esto es así porque el poema frustrado es a fin de cuentas moderno y –como dice la crítica– no puede ser religioso sino de esta forma rebajada, nostálgica, melancólica. Como la crítica que le es contemporánea, tampoco él logra asumir su impulso (o su religiosidad) más que como un símbolo, un símbolo del que inmediatamente reniega. Ocurre como si el poeta viera en su impulso inicial el espectro completo pero borroso de un poema y, queriendo verlo mejor, no abriera anchos los ojos sino que los entrecerrara, queriendo afocar, pero tanto que acabara por cerrarlos del todo. Al final no queda ni siquiera aquello que sólo él veía, o adivinaba; al final no queda sino lo que había al principio: un puro impulso, sin tema ni motivo. Interesante, si se quiere, pero finalmente fracasado.
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