Nosotros también hemos terminado con la ANTOLOGÍA DE POESÍA JALIESCENSE CONTEPORÁNEA. han pasado por nuestras manos, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad más de cien poetas mexicanos. Hemos antologizado su obra obteniéndola de diferentes fuentes. Tanto lluvia como yo nos hemos literalmente vaciado en lo que hacíamos. Y con al advertencia de que cada una nómina tan amplia de autores el COMPROMISO SOCIAL, en unos autores sería mayor que en otros. Ha sido así... y sin embargo hemos visto poesía religiosa, poesía amorosa, poesía trascendente.. de un gran valor lírico y humano.
Creemos que ha merecido la pena. Nos vamos para otro país. Pero antes permitirme que deje constancia de un bello trabajo sobre POESÍA SOCIAL EN MÉXICO.
"POESÍA SOCIAL EN MÉXICO Y AMÉRICA LATINA
DISYUNTIVAS, IRRUPCIONES Y DISERTACIONES,
Por ARTURO ALVAR
"Hablar sobre poesía social exige inmiscuirse en un entramado de discursos en disputa, por lo que reflexionar sobre ella es por demás necesario no sólo en México, sino dentro del arte contemporáneo globalizado. Alejándose de interpretaciones unívocas, no hay tanto una definición objetiva como un dispositivo que penetra en el campo de batalla. La noción de lo social es más compleja que un problema nominativo, por lo que en lugar de entrecomillar a la poesía social, debido a la ambigüedad del término o en la imprecisión del adjetivo, la pregunta que hace implosión en primera instancia es: ¿qué sociedad está planteada en tal o cuál poética?
La poesía como el arte, remite a una experiencia, no sólo individual, sino cultural: colectiva. En la soledad de la ceguera, Homero y Borges conversan, pero lo que hace posible esto es el lenguaje que, a través de las épocas, los pueblos y sus lenguas, hace que la humanidad sobreviva a través de la imaginación y la memoria, con su extensión: el libro. Pero después de tantos siglos, dice Borges, el lector, no encuentra conmovedora ―función por excelencia del arte― la historia de un rey, Menelao, haciendo la guerra a los troyanos por una afrenta personal. Es cuando Borges, quizá sin proponérselo advierte, como lector latinoamericano y contemporáneo, un carácter social en aquella épica fundacional para Occidente, cuando afirma que lo que hoy en día de aquella historia conmueve, no es el canto de los victoriosos, sino la derrota de Troya y sobre todo la lucha de un pueblo que resiste al asedio de un ejército ―el de Ulises― mientras la ciudad arde en llamas. “Posiblemente estamos hechos para el olvido, pero algo queda y ese algo es la historia o la poesía”, que para Borges “no son esencialmente distintas”.
Creo que la ambigüedad de la poesía social no es tanto por la naturaleza de lo social del lenguaje, sino porque se han diluido las fronteras entre el “arte social” y el “arte por el arte”. Al respecto, Eric Hobsbawm dice que la revolución de las vanguardias en el siglo XX fue un proyecto que desde un principio estaba dirigido al fracaso “tanto por su arbitrariedad intelectual como por la naturaleza del modo del producción que las artes creativas representaban en una sociedad liberal burguesa”. Por ejemplo, pienso en Marcel Duchamp y su ready made de 1917, cuando coloca un urinario público como obra artística, rompe seguramente con un concepto tradicional de arte, pero no con el capitalismo. Nunca se lanzó contra el sistema de producción de objetos que configuró el régimen cultural, sino que afirmó la realidad oculta de la explotación laboral y la enajenación tecnológica. La obra adquirió así un plusvalor con el trabajo de los que habían fabricado ese urinario ―aunque después, dándose cuenta de esto, Duchamp quiso justificarlo, sin éxito―. Lo que pretendía ser una postura vanguardista para el arte, simplemente fue un regreso al arte por el arte.
El posterior “silencio” de Marcel Duchamp es todavía más contradictorio. En el abandono de sí mismo al ajedrez, hay ese gesto burgués que declarara el fin del arte, ya que a decir de Hobsbawm: “casi todos los manifiestos mediante los cuales los artistas de vanguardia anunciaron sus intenciones en el curso de los últimos cien años, demuestran una falta de coherencia entre fines y medios”. Recientemente fallecido, el historiador ubicó al surrealismo como paradigma de las vanguardias, ya que se planteaba como “una reposición del romanticismo con ropaje del siglo XX”. Aunque el surrealismo impugnaba el arte “tal y como se le conocía hasta el momento”, se constituyó un movimiento que además de revitalizar lo imaginario y colocar al subconsciente en el centro de la creación, “se sentía atraído por la revolución social”, lo que “significó una aportación real al repertorio de estilos artísticos vanguardistas”.
En este sentido, hay una influencia importante del surrealismo en poetas como César Vallejo y Pablo Neruda, donde aparecen las gestaciones contundentes de una poesía social en América Latina. Sin embargo, a decir de Hobsbawm, “para la mayoría de los artistas del mundo no occidental, el principal problema residía en la modernidad y no en el vanguardismo”. Para el caso, otro de los poetas que intentó conjuntar estos dos caminos fue Octavio Paz, siendo que reflexionó ampliamente sobre la modernidad como “tradición de la ruptura”, es decir, un gesto claramente vanguardista. Por lo que estas inquietudes no estuvieron del todo separadas del contexto mexicano, ya que había un cosmopolitismo en los intelectuales que más que cuestionar, era cuestionado por el nacionalismo autoritario, ya que se le suele decir que en aquéllos tiempos el gobierno apostaba por el realismo como canon literario, antes que el medio siglo diera luz a Juan Rulfo y su Pedro Páramo.
En la producción poética de Octavio Paz existe un diálogo directo con el surrealismo, tanto en la propuesta estética como en lo político. En lo poético, la influencia de Stéphane Mallarmé se encarnó en Paz a través de poemas circulares como Blanco, mas la sensualidad y lo erótico tienen el signo surreal de la exploración onírica, que rompe con el simbolismo. En cuanto a las tendencias políticas de juventud, ya desde los años treinta, cuando conoce a André Bretón en plena guerra civil española, el poeta acude al Congreso de escritores antifascistas (junto con Vallejo y Neruda) y se asume como un escritor revolucionario, aunque es sabido el distanciamiento ideológico que Octavio Paz tuvo a la postre con la izquierda y el socialismo, así como, en el terreno artístico, la afirmación suya de que “el periodo propiamente contemporáneo es el fin de la vanguardia”, ya en la década de los setenta. Aunque el poeta solar haya tenido lúcidas revelaciones de poesía social, sobre todo en obras como Pasado en claro ―de tono más reflexivo y crítico, que lo sitúa en un contexto―, actualmente creo que no es leído tanto desde una lectura preocupada por encontrar el carácter social de su obra, sino en la propia legitimación canónica con máscara de liberalismo, de aquéllos que buscan por decreto divino ser sus herederos.
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