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    Pessoa - Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 7 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 18 Feb 2021, 04:29

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    145

    Después de una noche mal dormida, no le gustamos a todo el mundo. El sueño ido se ha llevado consigo algo que nos hacía humanos. Hay una irritación latente con nosotros, parece, en el mismo aire inorgánico que nos rodea. Somos nosotros, al final, quienes nos reprobamos, y es entre nosotros y nosotros donde se riñe la diplomacia de la batalla sorda.

    Hoy he arrastrado por la calle los pies y el cansancio grande. Tengo el alma reducida a una madeja atada, y lo que soy y he sido, que soy yo, ha olvidado su nombre. Si tengo mañana, no sé sino que no he dormido, y la confusión de varios intervalos pone grandes silencios en mi habla interior.

    ¡Ah, grandes parques de los demás, jardines usuales para tantos, maravillosas arboledas de los que nunca me conocerán! Me estanco entre vigilias, como quien nunca ha osado ser superfluo, y lo que medito se sobresalta con un sueño al fin.

    Soy una casa viuda, claustral de sí misma, embrujada por espectros tímidos y furtivos. Estoy siempre en el cuarto de al lado, o están ellos, y hay grandes ruidos de árboles en torno a mí. Divago y encuentro; encuentro porque divago. ¡Mis días de niño, vestidos vosotros mismos de delantal!

    Y, en medio de todo esto, voy por la calle, dormilón de mi vagabundeo hoja. Cualquier viento lento me ha barrido del suelo, y yerro, como un final de crepúsculo, entre los acontecimientos del paisaje. Me pesan los párpados en los pies arrastrados. Quisiera dormir porque ando. Tengo la boca cerrada como si fuese para que se pegasen los labios. Naufrago mi deambular.

    Sí, no he dormido, pero estoy mejor así, cuando nunca he dormido ni duermo. Soy yo verdaderamente en esta eternidad casual y simbólica del estado de media-alma en que me engaño. Una u otra persona me mira como si me conociese y me extrañase. Siento que los miro también con órbitas sentidas bajo unos párpados que las rozan, y no quiero saber de haber mundo.

    ¡Tengo sueño, mucho sueño, todo el sueño!

    2-7-1931.


    (Continuará)

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    Pessoa - Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 7 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 20 Feb 2021, 12:16

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    146

    El socio capitalista de esta firma, siempre enfermo en un sitio indeterminado, ha querido, no sé por qué capricho de qué intermitencia de la enfermedad, tener un retrato de grupo del personal de la oficina. Y así, anteayer, nos alineamos todos, por indicación del fotógrafo alegre, contra el tabique blanco sucio que divide, con madera frágil, la oficina general del despacho del patrón Vasques. En el centro, el mismo Vasques; a los dos lados, en una distribución primero definida, después indefinida, de categorías, las otras almas humanas que aquí se reúnen en cuerpo todos los días para pequeños fines cuyo último objeto sólo el secreto de los dioses conoce.

    Hoy, cuando he llegado a la oficina un poco tarde y, en verdad, olvidado ya del acontecimiento estático de la fotografía dos veces tirada, he encontrado a Moreira, inesperadamente matutino, y a uno de los dependientes inclinados disimuladamente sobre unas cosas ennegrecidas, que he reconocido en seguida, con un sobresalto, como las primeras pruebas de las fotografías. Eran, al final, sólo dos de una, de la que había quedado mejor.

    He sufrido la verdad al verme allí, porque, como es de suponer, fue a mí mismo al que primero busqué. Nunca he tenido una idea noble de mi presencia física, pero nunca la he sentido tan nula como al compararla con otras caras, tan conocidas mías, en aquel alineamiento de diarios. Parezco un vulgar jesuíta. Mi cara delgada e inexpresiva no tiene inteligencia, ni intensidad, ni nada, sea lo que sea, que la eleve sobre la marea muerta de las otras caras. De la marea muerta, no. Hay allí rostros verdaderamente expresivos. El patrón Vasques está tal cual es —el ancho rostro apacible y duro, la mirada firme, completado por el bigote rígido. La energía, la sagacidad, del hombre —a fin de cuentas triviales, y tantas veces repetidas por tantos millares de hombres en todo el mundo— están escritas en aquella fotografía como un pasaporte psicológico. Los dos viajantes están admirables; el dependiente está bien, pero ha quedado casi por detrás del hombro de Moreira. ¡Y Moreira! ¡Mi jefe Moreira, esencia de la monotonía de la continuidad, aparece mucho más importante que yo! Hasta el mozo —me doy cuenta sin poder reprimir un sentimiento que procuro suponer que no es envidia— tiene una seguridad de cara, una expresión directa que dista /sonrisas / de mi apagamiento nulo de esfinge de papelería.

    ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué verdad es ésta que no engaña a una película?¿Qué certidumbre es ésta que una lente fría documenta? ¿Quién soy, para que sea así? Sin embargo... ¿Y el insulto del grupo? —«Tú has quedado muy bien», dice de repente Moreira. Y después,volviéndose hacia el dependiente, «Es su mismita cara, ¿eh?». Y el dependiente ha asentido con una alegría amiga que arrojó a la basura.

    5-4-1930.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 20 Feb 2021, 12:18

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 22 Feb 2021, 06:24

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    147

    Nubes... Hoy tengo conciencia del cielo, pues hace días que no lo miro pero lo siento, viviendo en la ciudad y no en la naturaleza que la incluye. Nubes... Son ellas hoy la principal realidad, y me preocupan como si el velarse del cielo fuese uno de los grandes peligros de mi destino. Nubes... Pasan desde la barra hacia elCastillo, de Occidente a Oriente, en un tumulto disperso y desnudo, blanco a veces, se ven desharrapadas en la vanguardia de no sé qué; medio-negro otras, si, más lentas, tardan en ser barridas por el viento audible; negras de un blanco sucio, si, como si quisiesen quedarse, ennegrecen más de la venida que de la sombra lo que las calles abren de falso espacio entre las líneas cerradas de las casas.

    Nubes... Existo sin saberlo y moriré sin quererlo. Soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy, entre el sueño y lo que la vida ha hecho de mí, la medida abstracta y carnal entre cosas que no son nada, siendo yo también nada. Nubes...¡Qué desasosiego si siento, qué desconsuelo si pienso, qué inutilidad si quiero! Nubes... Están pasando siempre, unas muy grandes, pareciendo, porque las casas no dejan ver si son menos grandes de lo que parecen, que van a ocupar todo el cielo; otras de tamaño incierto, que pueden ser dos juntas o una que va a partirse en dos, sin sentido en el aire alto contra el cielo cansado; otras aún, pequeñas, que parecen juguetes de poderosas cosas, bolas irregulares de un juego absurdo, sólo hacia un lado, en un gran aislamiento, frías.

    Nubes... Me interrogo y me desconozco. Nada he hecho de útil ni haré de justificable. He gastado la parte de la vida que no perdí en interceptar confusamente cosa ninguna, haciendo versos en prosa a las sensaciones intransmisibles con que hago mío el universo desconocido. Estoy harto de mí, objetiva y subjetivamente. Estoy harto de todo, y del todo de todo. Nubes... Son todo, desarreglos de lo alto, cosas hoy sólo ellas reales entre la tierra nula y el cielo que no existe; harapos indescriptibles del tedio que les supongo; niebla condensada en amenazas de color ausente; algodones en rama sucios de un hospital sin paredes. Nubes... Son como yo, un pasar desfigurado entre el cielo y la tierra, al sabor de un impulso invisible, tronando o no tronando, alegrando blancas u obscureciendo negras, Secciones del intervalo y del error, lejos del ruido de la tierra y sin tener el silencio del cielo. Nubes... Siguen pasando, siguen siempre pasando, pasarán siempre siguiendo, en un enrollamiento discontinuo de madejas empañadas, en un alargamiento difuso de falso cielo deshecho.

    15-9-1931.

    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 23 Feb 2021, 04:49

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    148

    Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor; creo que no los conocen sino los que se hurtan a las angustias y a los dolores humanos, y tienen diplomacia consigo mismos para esquivarse al tedio propio. Reduciéndose, así, a seres acorazados contra el mundo, no es de admirar que, en determinado momento de su conciencia de sí mismos, les pese de repente la coraza, y la vida sea para ellos una angustia al revés, un dolor perdido.

    Me hallo en uno de esos momentos, y escribo estas líneas como quien quiere al menos saber que vive. Todo el día, hasta ahora, he trabajado como un adormilado, haciendo cuentas con los procedimientos del sueño, escribiendo a lo largo de mi torpor. Todo el día me he sentido pesar sobre los ojos y contra las sienes —sueño en los ojos, presión hacia fuera de las sienes, conciencia de todo esto en el estómago, náusea y desaliento.

    Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido de la inacción. No miro al día, para ver lo que tiene que me distraiga de mí, y, escribiéndolo yo aquí en descripción, tape con palabras la jícara vacía de mi no quererme. No miro al día, e ignoro con la espalda inclinada si es sol o falta de sol lo que hay ahí fuera, en la calle subjetivamente triste, en la calle desierta por la que pasa el ruido de la gente. Lo ignoro todo y me duele el pecho. He dejado de trabajar y no quiero moverme de aquí. Estoy mirando al secante blanco sucio, que se extiende, pegado a los lados sobre la gran edad del pupitre inclinado. Miro atentamente los rasgos de absorción y distracción que están borrados en él. Varias veces mi asignatura al revés y al envés. Algunos números acá y allá, así mismo. Unos dibujos de nada, hechos por mi distracción. Miro a todo esto como un aldeano de secantes, con la atención de quien mira novedades, con todo el cerebro inerte por detrás de los centros cerebrales que producen la visión.

    Tengo más sueño íntimo del que cabe en mí. Y no quiero nada, no prefiero nada, no hay nada a donde huir.

    12-6-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 24 Feb 2021, 04:11

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    149

    Ningún problema tiene solución. Ninguno de nosotros desata el nudo gordiano; todos nosotros o desistimos o lo cortamos. Decidimos bruscamente con el sentimiento, los problemas de la inteligencia, y lo hacemos o por cansancio de pensar, o por timidez de sacar conclusiones, o por la necesidad absurda de encontrar un apoyo, o por el impulso gregario de regresar a los demás y a la vida.

    Como nunca podemos conocer todos los datos de una cuestión, nunca podemos resolverla.

    Para llegar a la verdad nos faltan datos suficientes, y procesos intelectuales que agoten la interpretación de esos datos.

    18-7-1916.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 25 Feb 2021, 04:09

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    150

    Se ha ido hoy, /dicen que/ definitivamente, a su tierra natal el llamado mozo de la oficina, ese mismo hombre que he estado acostumbrado a considerar como parte de esta casa humana y, por lo tanto, como parte de mí y del mundo que es mío. Se ha ido. En el pasillo, al encontrarnos casualmente para la sorpresa esperada de la despedida, le di un abrazo tímidamente devuelto, y tuve suficiente fuerza de ánimo como para no llorar, como, en mi corazón, deseaban sin mí mis ojos ardientes.

    Cada cosa que ha sido nuestra, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o de la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido, para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la substancia de mi vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido.

    Todo lo que sucede donde vivimos es en nosotros donde sucede. Todo lo que cesa en lo que vemos es en nosotros donde cesa. Todo lo que ha sido, si lo vivimos cuando era, es de nosotros de donde ha sido quitado al partir. El mozo de la oficina se ha ido.

    Es más pesado, más viejo, menos voluntario como me siento al pupitre alto y empiezo la continuación de la escritura de ayer. Pero la vaga tragedia de hoy interrumpe con meditaciones, que tengo que dominar a la fuerza, el proceso automático de la escritura como es debido. No tengo ánimo para trabajar sino porque puedo, con una inercia activa, ser esclavo de mí mismo. El mozo de la oficina se ha ido.

    Sí, mañana, u otro día, o cuando quiera que suene para mí la campana sin sonido de la muerte o de la vida, yo seré también quien ya no está aquí, libro copiador antiguo que va a ser almacenado en el armario de debajo de la escalera.

    Sí, mañana o cuando lo diga el Destino, tendrá fin todo lo que fingió en mí que he sido yo. ¿Me iré a mi tierra natal? No sé a dónde me iré. Hoy, la tragedia es visible debido a la falta, sensible por no merecer que se sienta. Dios mío, Dios mío, el mozo de la oficina se ha ido.

    16-12-1931.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 26 Feb 2021, 11:15

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    151

    Hay sensaciones que son sueños, que ocupan como una niebla toda la extensión del espíritu, que no dejan pensar, que no dejan hacer, que no dejan claramente ser. Como si no hubiésemos dormido, sobrevive en nosotros algo del sueño, y hay un torpor del sol del día que calienta la superficie estancada de los sentidos. Es una borrachera de no ser nada, y el deseo es un balde vertido al corral por un movimiento indolente del pie al pasar.

    Se mira pero no se ve. La larga calle hirviente de bichos humanos es una especie de letrero tumbado en el que las letras fuesen móviles y no formasen sentidos. Las casas son solamente casas. Se pierde la posibilidad de dar un sentido a lo que se ve, pero se ve bien lo que es, sí.

    Los martillazos a la puerta del cajonero suenan con una extrañeza cercana. Suenan muy separados, cada uno con eco y sin provecho. Los ruidos de los carros parecen los de un día de tormenta. Las voces salen del aire, y no de las gargantas. Al fondo, el río está cansado.

    No es tedio lo que se siente. No es pena lo que se siente. Es un deseo de dormir con otra personalidad, de olvidar con aumento de sueldo. No se siente nada, a no ser un automatismo acá abajo, que hace a unas piernas que nos pertenecen que lleven golpeando el suelo, en una marcha involuntaria, a unos pies que se sienten dentro de los zapatos. Ni quizás se siente esto. Alrededor de los ojos, y como dedos en los oídos, hay un ahogo de dentro de la cabeza.

    Parece un constipado del alma. Y con la imagen literaria de estar enfermo nace un deseo de que la vida fuese una convalecencia, sin andar; y la idea de convalecencia evoca las quintas de los alrededores, pero por allá dentro, donde los hogares, lejos de la calle y de las ruedas. Sí, no se siente nada. Se pasa conscientemente, sólo durmiendo con la imposibilidad de dar al cuerpo otra dirección, la puerta por la que se debe entrar. Se pasa todo. ¿Qué es del pandero, oh oso parado?

    Leve, como algo que comenzase, el olor a mar de la brisa ha venido, desde encima del Tajo, a esparcirse suciamente por los comienzos de la Baja. Mareaba frescamente, con un torpor frío de mar tibio. He sentido a la vida en el estómago, y el olfato se me ha transformado en algo que estaba detrás de los ojos. Altas, se apoyaban en nada unas nubes ralas, mechones, de un ceniciento que se desmoronaba hacia blanco falso. La atmósfera era de una amenaza de cielo cobarde, como la de una tormenta inaudible, hecha tan sólo de aire.

    Había estancamiento en el propio vuelo de las gaviotas; parecían cosas más leves que el aire, dejadas en él por alguien. Nada sofocaba. La tarde caía en un desasosiego nuestro; el aire refrescaba intermitentemente.

    ¡Pobres de las esperanzas que he tenido, nacidas de la vida que he tenido que tener! Son como esta hora y este aire, nieblas sin niebla, hilvanes sueltos de tormenta falsa. Tengo ganas de gritar, para acabar con el paisaje y con la meditación. Pero hay un reflujo en mi propósito, y la bajamar ha dejado descubierta en mí la negrura lodosa que está allá fuera y no veo sino por el olor.

    ¡Tanta inconsecuencia en querer bastarme! ¡Tanta conciencia sarcástica de las sensaciones supuestas! ¡Tanto enredo del alma con las sensaciones, de los pensamientos con el aire y el río, para decir que me duele la vida en el olfato y en la conciencia, para no saber decir, como en la frase sencilla y total del libro de Job: «¡Mi alma está cansada de la vida!»!

    21-4-1930.


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    Mensaje por cecilia gargantini Vie 26 Feb 2021, 15:21

    Yo tengo el libro y lo he leído en varias ocasiones. Pero me resulta maravillosa tu idea, querido Pedro, de ir desarrollándolo así por partes, para poder degustarlo y recordarlo un poquito cada día.
    Besosssssssssssss y gracias
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 27 Feb 2021, 05:08

    Celebro que te parezca acertada, Cecilia. Pensé que la pandemia daba tiempo para leerlo con calma. Esperemos que antes de acabarlo, las cosas hayan mejorado.

    Un abrazo.
    Pedro

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 27 Feb 2021, 05:10

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    152

    (LLUVIA)

    Y por fin, por cima de la oscuridad de los tejados lustrosos, la luz fría de la mañana tibia raya como un suplicio del Apocalipsis. Es otra vez la noche inmensa de la claridad que aumenta. Es otra vez el horror de siempre: el día, la vida, la utilidad ficticia, la actividad sin remedio. Es otra vez mi personalidad física, visible, social, transmisible mediante palabras que no dicen nada, usable por los gestos de los demás y por la conciencia ajena. Soy yo otra vez, tal cual no soy. Con el principio de la luz de tinieblas que llena de dudas cenicientas las rendijas —¡bien lejos de herméticas, Dios mío!—, voy sintiendo que no podré guardar más mi refugio de estar echado, de no estar durmiendo pero poder estarlo, de ir soñando, sin saber que hay verdad ni realidad, entre un calor fresco de ropas limpias y un desconocimiento, salvo de consuelo, de la existencia de mi cuerpo. Voy sintiendo huirme la inconsciencia feliz con que estoy gozando de mi conciencia, el amodorramiento de animal con que acecho, por entre unos párpados de gato al sol, los movimientos de la lógica de mi imaginación desprendida. Voy sintiendo sumírseme los privilegios de la penumbra, y los ríos lentos bajo los árboles de las pestañas entrevistas, y el susurro de las cascadas perdidas entre el ruido de la sangre lenta en los oídos y el vago perdurar de la lluvia. Me voy perdiendo hasta vivo.

    No sé si duermo, o si sólo siento que duermo. No sueño el intervalo verdadero, pero noto, como si empezase a despertar de un sueño no dormido, los primeros ruidos de la vida de la ciudad, que suben, como una inundación, del pozo vago, allá abajo, donde quedan las calles que Dios hizo. Son ruidos alegres, filtrados por la tristeza de la lluvia que cae o, quizás, que ha caído —pues no la oigo ahora... —sólo el ceniciento excesivo de la luz agrietada hasta más lejos, que me da, en las sombras de una claridad floja, insuficiente para esta hora de la madrugada, que no sé cuál es—. Son ruidos alegres y dispersos y me duelen en la conciencia como si viniesen, con ellos, a llamarme para un examen o una ejecución. Cada día, si lo oigo rayar desde la cama donde ignoro, me parece el día un gran acontecimiento mío que no tendré el valor de afrontar. Cada día, si lo siento alzarse del lecho de las sombras, con un caer de ropas de la cama por las calles y los callejones, viene a citarme ante un tribunal. Voy a ser juzgado en cada hoy. Y el condenado perenne que hay en mí se agarra a la cama como a la madre que ha perdido, y acaricia la almohada como si el ama le defendiese de la gente.

    La siesta feliz del bicho grande a la sombra de los árboles, el cansancio fresco del desarrapado entre la hierba alta, el torpor del negro en la tarde tibia y lejana [,] la delicia del bostezo que pesa en los ojos flojos [,] todo lo que acaricia el olvido cuando se tiene sueño, el sosiego del reposo en la cabeza, apoyado, un pie ante el otro, en las contraventanas, el halago anónimo de dormir.

    Dormir, ser lejano sin saberlo, estar echado, olvidar con el propio cuerpo; tener la libertad de ser inconsciente, un refugio del lago olvidado, estancado entre frondas verdes, en los vastos alejamientos de las florestas.

    Una nada con respiración por fuera, una muerte leve, de la que se despierta con añoranza y frescor, un ceder de los tejidos del alma al ropaje del olvido.

    Ah, y de nuevo, como la protesta reanudada de quien no se ha convencido, oigo el alarido brusco de la lluvia chapotear en el universo aclarado. Siento un frío hasta en los huesos supuestos, como si tuviese miedo. Y agachado, nulo, humano a solas conmigo en la poca tiniebla que todavía me queda, lloro, sí, lloro de soledad y de vida, y mi pena fútil como un carro sin ruedas yace al borde de la realidad entre los estiércoles del abandono. Lloro por todo, entre la pérdida del regazo, la muerte de la mano que me daban, los brazos que no supe cómo me ciñesen, el hombro que nunca podría tener... Y el día que raya definitivamente, la pena que raya en mí como la verdad cruda del día, lo que he soñado, lo que he pensado, lo que se ha olvidado en mí —todo esto, en una amalgama de sombras, de ficciones y de remordimientos, se mezcla en el rastro por el que van los mundos y cae entre las cosas de la vida como el esqueleto de un racimo de uvas, comido en la esquina por los chicos que lo han robado.

    El ruido del día aumenta de repente, como el sonido de una campanilla que llama. Estalla dentro de la casa el cerrojo suave de la primera puerta que se abre hacia el universo. Oigo unas zapatillas en un pasillo absurdo que va a dar a mi corazón. Y con un gesto brusco, como de quien por fin se matase, arrojo de sobre el cuerpo duro las ropas profundas de la cama que me cobija. Me he despertado. El ruido de la lluvia se esfuma hacia más arriba en el exterior indefinido. Me siento más feliz. Ha cumplido algo que ignoro. Me levanto, me acerco a la ventana, abro los batientes con una decisión de mucho valor. Luce un día de lluvia clara que me ahoga los ojos en luz empañada. Abro hasta las contraventanas de cristal. Y el aire fresco me humedece la piel caliente. Llueve, sí, pero, aunque sea lo mismo, ¡es al final tan menos! Quiero refrescarme, e inclino el cuello ante la vida, como ante un yugo inmenso.

    (Posterior a 1923.)


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 28 Feb 2021, 05:02

    .


    153

    He construido, mientras me paseaba, frases perfectas de las que después no me acuerdo en casa. La poesía inefable de esas frases no sé si será parte de lo que fueron, si parte de no haber sido nunca (escritos).


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 01 Mar 2021, 04:28

    .


    154

    El sentimiento apocalíptico de la vida.

    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 02 Mar 2021, 05:55

    .


    155

    Todo es absurdo. Éste dedica la vida a ganar un dinero que guarda, y no tiene hijos a quien dejarlo ni la esperanza de que un cielo le reserve una trascendencia de ese dinero. Aquél dedica su esfuerzo a conseguir fama, para después de muerto, y no cree en esa supervivencia que le haría conocer su fama. Este otro se consume por conseguir cosas que en realidad no le gustan. Más adelante hay uno que (...).

    Uno lee para saber, inútilmente. Otro se divierte para vivir, inútilmente.

    Voy en un tranvía, y voy fijándome lentamente, de acuerdo con mi costumbre, en todos los detalles de las personas que van delante de mí. Para mí, los detalles son cosas, voces, frases. En este vestido de muchacha que va frente a mí, descompongo el vestido en la tela de que se compone, el trabajo con que lo han hecho —pues lo veo como vestido y no como tela— y el bordado leve que rodea a la parte que da la vuelta al cuello se me separa de un torzal de seda, con el que se lo bordó, y el trabajo que fue bordarlo. E inmediatamente, como en un libro elemental de economía política, se desdoblan ante mí las fábricas y los trabajos: la fábrica donde se hizo el tejido; la fábrica donde se hizo el torzal, de un tono más oscuro, con el que se orla de cositas retorcidas su sitio junto al cuello; y veo las secciones de las fábricas, las máquinas, los obreros, las modistas; mis ojos vueltos hacia dentro penetran en las oficinas, veo a los gerentes procurar estar sosegados, sigo, en los libros, la contabilidad de todo esto; pero no es sólo eso: veo, hacia allá, las vidas domésticas de los que viven su vida social en esas fábricas y en esas oficinas... Todo el mundo se despliega ante mis ojos sólo porque tengo ante mí, debajo de un cuello moreno, que al otro lado tiene no sé qué cara, un orlar irregular verde oscuro sobre el verde claro de un vestido.

    Toda la vida social yace ante mis ojos.

    Más allá de esto, presiento los amores, las intimidades, el alma, de todos cuantos trabajan para que esta mujer esté delante de mí en el tranvía, lleve, en torno a su cuello mortal, la trivialidad sinuosa de un torzal de seda verde oscura tejido verde menos oscuro.

    Me aturdo. Los asientos del tranvía, de un entrelazado de paja fuerte y menuda, me llevan a regiones distantes, se me multiplican en industrias, obreros, casas de obreros, vidas, realidades, todo.

    Salgo del tranvía agotado y sonámbulo. He vivido la vida entera.

    ¿1931?


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 03 Mar 2021, 04:02

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    156

    En la gran claridad del día, el sosiego de los ruidos es también de oro. Hay suavidad en lo que sucede. Si me dijesen que había guerra, yo diría que no había guerra. En un día así, nada puede haber que pese sobre el no haber más que suavidad.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 04 Mar 2021, 04:29

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    157

    Han pasado meses sobre lo último que escribí. Me he mantenido en un sueño del entendimiento mediante el cual he sido otro en la vida. Una sensación de felicidad translaticia ha sido frecuente en mí. No he existido, he sido otro, he vivido sin pensar.

    Hoy, de repente, he vuelto a lo que soy o me sueño. Ha sido un momento de mucho cansancio, después de un trabajo sin relevo. He puesto la cabeza entre las manos, hincados los codos en el pupitre alto inclinado. Y, cerrados los ojos, me he reencontrado.

    En un sueño falso lejano, he recordado todo cuanto he sido, y ha sido con una claridad de paisaje visto como se ha alzado ante mí de repente, antes o después de todo, al lado ancho de la quinta vieja, desde donde, en medio de la visión, la era surgía vacía.

    He sentido inmediatamente la inutilidad de la vida. Ver, sentir, recordar, olvidar: todo esto se me ha confundido, en un vago dolor de codos, con el murmullo confuso de la calle cercana y los ruiditos del trabajo tranquilo de la oficina quieta.

    Cuando, puestas las manos en lo alto del pupitre, he lanzado sobre lo que allí veía la mirada que debía ser de cansancio lleno de mundos muertos, la primera cosa que he visto ha sido un moscardón (¡aquel vago zumbido que no era de la oficina!) posado encima del tintero. Lo he contemplado desde el fondo del abismo, anónimo y despierto. Tenía tonos verdes de azul oscuro, y tenía un lustre repulsivo que no era feo. ¡Una vida!

    ¿Quién sabe para qué fuerzas superiores, dioses o demonios de la Verdad a cuya sombra erramos, no seré sino la mosca lustrosa que se para un momento ante ellos? ¿Observación fácil? ¿Observación ya hecha? ¿Filosofía sin pensamiento? Tal vez, pero yo no pensé: sentí. Fue carnalmente, directamente, con un horror profundo y [... ] como hice la comparación risible. Fui mosca cuando me comparé con la mosca. Me sentí mosca cuando supuse que me lo sentí. Y me sentí un alma a la mosca, me dormí mosca, me sentí rematadamente mosca. Y el horror mayor es que al mismo tiempo me sentí yo. Sin querer, alcé los ojos al techo, no fuese a caer sobre mí una regla superior, para aplastarme lo mismo que yo podría aplastar a aquella mosca. Afortunadamente cuando bajé los ojos, la mosca, sin que se oyese un ruido, había desaparecido. La oficina involuntaria se había quedado otra vez sin filosofía.

    16-3-1932.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 05 Mar 2021, 04:33

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    158

    Hace mucho —no sé si hace días, si hace meses— que no anoto ninguna impresión; no pienso, y por lo tanto no existo. Me he olvidado de quién soy; no sé escribir porque no sé ser. Mediante un adormecimiento oblicuo, he sido otro. Saber que no me recuerdo es despertar.

    Me he desmayado durante un trozo de mi vida. Vuelvo en mí sin memoria de lo que he sido, y la de lo que fui sufre de haber sido interrumpida. Hay en mí una noción confusa de un intervalo desconocido, un esfuerzo fútil de parte de la memoria por querer encontrar la otra. No consigo reanudarme. Si he vivido, me he olvidado de saberlo.

    No es que sea este primer día del otoño sensible —el primero de frío no fresco que viste al estío muerto de menos luz— el que me dé, en una transparencia enajenada, una sensación de designio muerto o de voluntad falsa. No es que haya, en este interludio de cosas perdidas, un vestigio confuso de memoria inútil. Es, más dolorosamente que esto, un tedio de estar recordando que no se recuerda, un desaliento de lo que la conciencia ha perdido entre algas o juncos, a la orilla no sé de qué.

    Conozco que el día, límpido e inmóvil, tiene un cielo positivo y azul menos claro que el azul profundo. Conozco que el sol, vagamente menos de oro que era, dora de reflejos húmedos los muros y las ventanas. Conozco que, no habiendo viento, o brisa que lo recuerde o niegue, duerme sin embargo una frescura despierta en la ciudad indefinida. Conozco todo esto, sin pensar ni querer, y no tengo sueño sino por el recuerdo, ni nostalgia sino por el desasosiego.

    Convalezco, estéril y lejano, de la enfermedad que no he tenido. Me predispongo, ágil de despertarme, a lo que no me atrevo. ¿Qué sueño no me ha dejado dormir? ¿Qué halago no me ha querido hablar? ¡Qué bien ser otro con este sorbo frío de primavera fuerte! ¡Qué bien poder al menos pensarlo, mejor que la vida, mientras a lo lejos, en la imagen recordada, los juncos, sin viento que se sienta, se inclinan glaucos desde la ribera!

    ¡Cuántas veces, recordando a quien no he sido, me medito joven y olvidado! Y eran otros que han sido los paisajes que no he visto nunca; eran nuevos sin haber sido los paisajes que vi de veras. ¿Qué me importa? He terminado con acasos e intersticios, y, mientras el fresco del día es el del mismo sol, duermen fríos, en el poniente que veo sin tenerlo, los juncos oscuros de la ribera.

    28-9-1932.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 06 Mar 2021, 04:35

    .


    159

    Hay amarguras íntimas que no sabemos distinguir, por lo que contienen de sutil e infiltrado, si son del alma o del cuerpo, si son el malestar de estar sintiendo la futilidad de la vida, o si son la mala disposición que procede de algún abismo orgánico: estómago, hígado o cerebro. ¡Cuántas veces se me nubla la conciencia vulgar de mí mismo, con un sedimento torvo de estancamiento inquieto! Cuántas veces me duele existir, con una náusea hasta tal punto confusa que no se distinguir si es tedio o si es el anuncio de un vómito! Cuantas veces…

    Mi alma está triste hoy, triste hasta el cuerpo. Todo yo me duelo, memoria, ojos y brazos. Hay una especie de reumatismo en todo cuanto soy. No influye en mí ser la claridad límpida del día, cielo de un gran azul puro, marea alta parada de luz difusa. No me ablanda nada el leve soplo fresco, otoñal como si el estío no olvidase, con que el aire tiene personalidad. Nada es nada para mí. Estoy triste, pero no con una tristeza definida, ni siquiera con una tristeza indefinida. Estoy triste allí fuera, en la calle sembrada de cajones.

    Estas expresiones no traducen exactamente lo que siento porque sin duda nada puede traducir exactamente lo que alguien siente. Pero de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también, de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí.

    Quisiera vivir distinto en países distantes. Quisiera morir otro entre banderas desconocidas. Quisiera ser aclamado emperador en otras eras, mejores hoy porque no son de hoy, vistas en vislumbre y colorido, inéditas a esfinges. Quisiera todo cuanto puede tornar ridículo lo que soy, y porque torna ridículo lo que soy. Quisiera, quisiera... Pero hay siempre sol cuando el sol brilla y noche cuando la noche llega. Hay siempre la amargura cuando la amargura nos duele y el sueño cuando el sueño nos arrulla. Hay siempre lo que hay, y nunca lo que debería haber, no por ser mejor o por ser peor, sino por ser otro. Hay siempre…

    Por la calle llena de cajones van los cargadores limpiando la calle. Uno a uno, con risas y dicharachos, van poniendo los cajones en los carros. Desde lo alto de mi ventana de la oficina, yo los voy viendo, con ojos lentos en los que los párpados están durmiendo. Y algo sutil, incomprensible, ata lo que siento a los cargamentos que estoy viendo hacer, una sensación desconocida hace un cajón de todo este tedio mío, o angustia, o náusea, y lo sube, a hombros de quien bromea en voz alta, a un ,carro que no está aquí. Y la luz del día, serena como siempre, luz oblicuamente, porque la calle es estrecha, sobre donde están levantando los cajones —no sobre los cajones, que están a la sombra, sino sobre la esquina, allá al final, donde los cargadores están haciendo no hacer nada, indeterminadamente.

    2-11-1933.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 07 Mar 2021, 06:39

    .


    160

    Desde que cesó el calor, y la primera levedad de la lluvia creció hasta oírse, quedó en el aire una tranquilidad que el aire del calor no tenía, una nueva paz en que el agua ponía una brisa suya. Tan clara era la alegría de esta lluvia blanda, sin tempestad ni oscuridad, que aquellos mismos, que eran casi todos, que no tenían paraguas ni impermeables, estaban riéndose al hablar a su paso rápido por la calle lustrosa.

    En un intervalo de indolencia, me acerqué a la ventana abierta de la oficina —el calor la hizo abrir, la lluvia no hizo cerrarla— y contemplé con la atención intensa e indiferente, que es mi manera, aquello mismo que acabo de describir con exactitud antes de haberlo visto. Sí, por allí iba la alegría de los dos triviales, hablando sonriendo por la lluvia menuda, con pasos más rápidos que apresurados, en la calidad limpia del día que se había velado.

    Pero de repente, de la sorpresa de una esquina que ya estaba allí, rodó hacia mi vista un nombre viejo y mezquino, pobre y no humilde, que andaba impaciente bajo la lluvia que se había mitigado. Aquel, en el que por cierto no me había fijado, tenía por lo menos impaciencia. Le miré con la atención, no ya distraída, que se presta a las cosas, sino definidora, que se presta a los símbolos. Era el símbolo de nadie; por eso tenía prisa. Era el símbolo de quien nada había sido; por eso sufría. Formaba parte, no de los que sienten sonriendo la alegría incómoda de la lluvia, sino de la misma lluvia —un inconsciente, tanto que sentía la realidad.

    No era esto, sin embargo, lo que yo quería decir. Entre mi observación del transeúnte que, finalmente, perdí en seguida de vista, por no haber continuado mirándolo, y el nexo de estas observaciones se me ha metido algún misterio de la distracción, alguna emergencia del alma que me ha dejado sin prosecución. Y al fondo de mi desconexión, sin que yo los oiga, oigo los ruidos de las conversaciones de los embaladores, allá en el fondo de la oficina al principio del almacén, y veo sin ver los cordeles de embalar los encargos postales, pasados dos veces, con los nudos dos veces corridos, en torno a los paquetes de papel pardo fuerte, en la mesa al pie de la ventana que da al zaguán, entre chistes y tijeras.

    Ver es haber visto.

    11-6-1932.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 08 Mar 2021, 12:49

    .

    161

    INTERV[ALO]

    Esta hora horrorosa que disminuya para posible o crezca para mortal.

    Que la mañana nunca raye, y que yo y esta alcoba entera, y su atmósfera interior a la que pertenezco, todo se espiritualice en Noche, se absolutice en Tiniebla, y no quede de mí una sombra que manche de mi recuerdo lo que quiera que sea /que no muera/.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 09 Mar 2021, 04:22

    .


    162

    Oh noche en la que las estrellas mienten luz, oh noche, única cosa del tamaño del Universo, vuélveme, cuerpo y alma, parte de tu cuerpo, que yo me pierda en ser mera tiniebla y me vuelva también noche, sin sueños que sean estrellas en mí, ni sol esperado cuyo esperarlo ilumine desde el futuro.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 10 Mar 2021, 04:28

    .


    163

    Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres de ciencia cuya ciencia consiste sólo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y por lo tanto no se puede clasificar. Pero en lo que consiste mi pasmo es en que ignoren la existencia de clasificables desconocidos, cosas del alma y de la conciencia que se encuentran en los intersticios del conocimiento.

    Tal vez porque yo piense demasiado o sueñe demasiado, lo cierto es que no distingo entre la realidad que existe y el sueño, que es la realidad que no existe. Y así intercalo en mis meditaciones del cielo y de la tierra cosas que no brillan de sol ni se pisan con pies —maravillas fluidas de la imaginación.

    Me doro con ponientes supuestos, pero lo supuesto está vivo en la suposición. Me alegro con brisas imaginarias, pero lo imaginario vive cuando se imagina. Tengo un alma para hipótesis varias, pero esas hipótesis tienen alma propia, y me dan por lo tanto la que tienen.

    No hay problema sino el de la realidad, y ése es insoluble y vivo. ¿Qué sé yo de la diferencia entre un árbol y un sueño? Puedo tocar el árbol; sé que tengo el sueño.

    ¿Qué es esto, en su verdad? ¿Qué es esto? Soy yo quien, solo en la oficina desierta, puedo vivir imaginando sin desventaja de la inteligencia. No sufro interrupción de pensar por parte de los pupitres abandonados y de la sección de remesas sólo con papel y rollos de cuerda. Estoy, no en mi banco alto, sino recostado, por un ascenso sin realizar, en la silla de brazos redondos de Moreira. Tal vez sea la influencia del lugar la que me unge de distraído. Los días de mucho calor dan sueño; me duermo sin dormir por falta de energía. Y por eso pienso así.

    25- 7-1932.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 11 Mar 2021, 03:46

    .


    164

    Desde que las últimas gotas de la lluvia han empezado a espaciarse en la caída de los tejados, y por el centro empedrado de la calle el azul del cielo ha empezado a reflejarse lentamente, el ruido de los vehículos ha adquirido otro canto, más alto y alegre, y se ha oído el abrir de ventanas contra el desolvido del sol. Entonces, por la calle estrecha, desde el fondo de la esquina cercana, ha prorrumpido la invitación del primer vendedor de lotería, y los clavos clavados en los cajones de la tienda de al lado reverberaban en el espacio claro.

    Era un día de fiesta dudoso, legal y que no se observaba. Había sosiego y trabajo juntos, y yo no tenía nada que hacer. Me había levantado pronto y tardaba en prepararme para existir. Paseaba de un lado a otro del cuarto y soñaba en voz alta cosas sin ilación ni posibilidad —gestos que me había olvidado de hacer, ambiciones imposibles realizadas sin rumbo, conversaciones completas y continuas que, si existiesen, habrían existido. Y en este devaneo sin grandeza ni calma, en este demorar sin esperanza ni fin, gastaban mis pasos la mañana libre, y mis palabras altas, dichas en voz baja, sonaban múltiples en el claustro /de mi simple aislamiento/.

    Mi figura humana, si la consideraba con una atención exterior, era de la ridiculez que todo cuanto es humano asume siempre que es íntimo. Me había puesto, encima de las ropas sencillas del sueño abandonado, un gabán viejo, que me sirve para estas vigilias matutinas. Mis zapatillas viejas estaban rotas, especialmente la del pie izquierdo. Y, con las manos en los bolsillos de la chaqueta póstuma, recorría la avenida de mi cuarto con pasos largos y decididos, realizando con el devaneo inútil un sueño igual que los de todo el mundo.

    Todavía, por la frescura abierta de mi única ventana, se oía caer de los tejados las gotas gordas de la acumulación de la lluvia ida. Todavía, vagos, había frescores de haber llovido. El cielo, sin embargo, era de un azul conquistador, y las nubes que quedaban de la lluvia derrotada o cansada cedían, retirándose hacia el lado del Castillo, los caminos legítimos de todo el cielo.

    Era la ocasión de estar alegre. Pero me pesaba algo, un ansia desconocida, un deseo sin definición, ni siquiera bajo. Se me retrasaba, quizás, la sensación de estar vivo. Y, cuando me asomé desde la ventana altísima a la calle que miré sin verla, me sentí de repente uno de aquellos trapos húmedos de limpiar cosas sucias que se ponen a secar en la ventana, pero se olvidan, enrollados, en el pretil que van manchando lentamente.

    25-12-1929.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 12 Mar 2021, 04:32

    .


    165

    El silencio que sale del ruido de la lluvia se extiende, en un crescendo de monotonía cenicienta, por la calle estrecha que miro. Estoy durmiendo despierto, de pie contra la vidriera, en la que me recuesto como en todo. Busco en mí qué sensaciones son las que tengo ante este caer deshilachado de agua sombríamente luminosa que se destaca de las fachadas sucias y, aún más, de las ventanas abiertas. Y no sé lo que siento, no sé lo que quiero sentir, no sé lo que pienso ni lo que soy.

    Todavía la amargura retrasada de mi vida se quita, ante mis ojos sin sensación, el traje de alegría natural que usa en los acasos prolongados de todos los días. Compruebo que, tantas veces alegre, tantas veces contento, estoy siempre triste. Y el que en mí comprueba esto está detrás de mí, como quien se asoma a mí arrimado a la ventana y, por cima de mis hombros, o hasta de mi cabeza, mira, con ojos más íntimos que los míos, la lluvia lenta, un poco ondulada ya, que afiligrana con su movimiento el aire pardo y malo.

    Abandonar todos los deberes, incluso los que nos exigen, repudiar todos los hogares, incluso los que no han sido nuestros, vivir de lo impreciso y del vestigio, entre grandes púrpuras de locura, y encajes falsos de majestades soñadas... Ser algo que no sienta el pesar de la lluvia exterior, ni la amargura de la vacuidad íntima... Errar sin alma ni pensamiento, sensación sin sí misma, por un camino que rodea montañas, por valles sumidos entre laderas escarpadas, lejano, inmerso y fatal... Perderse entre paisajes como cuadros. No ser de lejanía y colores…

    Un soplo leve de viento, que por detrás de esa ventana no siento, rasga en desniveles aéreos la caída rectilínea de la lluvia. Clarea cualquier sitio del cielo que no veo. Lo noto porque, por detrás de los cristales medio limpios de la ventana de al lado, ya veo vagamente el calendario en la pared, allá dentro, que hasta ahora no veía.

    Olvido. No veo, sin pensar.

    Cesa la lluvia, y de ella queda, un momento, una polvareda de diamantes mínimos, como si, en lo alto, algo así como un gran mantel se sacudiese azulmente esas migajas. Se siente que parte del cielo ya está azul. Se ve, a través de la ventana de al lado, más claramente el calendario. Tiene una cara de mujer, y el resto es fácil porque lo recuerdo, y la pasta dentífrica es la más conocida de todas.

    ¿Pero en qué pensaba yo antes de perderme viendo? No lo sé. ¿Voluntad?¿Esfuerzo? ¿Vida? Con un gran progreso de luz, se siente que el cielo es ya casi todo azul. Pero no hay sosiego —¡ah, ni lo habrá nunca!— en el fondo de mi corazón, pozo viejo al final de la quinta vendida, recuerdo de infancia encerrada y polvorienta en el sótano de la casa ajena. No hay sosiego —y, ¡ay de mí!, ni siquiera hay deseo de tenerlo…

    14-3-1930.


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    Pessoa - Fernando Pessoa: Libro del desasosiego - Página 7 Empty Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 13 Mar 2021, 04:44

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    166

    No sé por qué —lo noto de repente— estoy solo en la oficina. Ya, indefinidamente, lo había presentido. Había en algún aspecto de mi conciencia de mí una amplitud de alivio, un respirar más hondo de pulmones diferentes.

    Es ésta una de las más curiosas sensaciones que nos puede ser proporcionada por el acaso de los encuentros y de las faltas: la de estar solos en una casa de ordinario llena, ruidosa o ajena. Tenemos, de repente, una sensación de posesión absoluta, de dominio fácil y ancho, de amplitud —como he dicho— de alivio y sosiego.

    ¡Qué bien estar solos a nuestras anchas! Poder hablar alto con nosotros mismos, pasear sin estorbos de miradas, reposar hacia atrás en un devaneo sin llamada! Toda casa se vuelve un campo, toda habitación tiene la extensión de una quinta.

    Los ruidos son todos ajenos, como si perteneciesen a un universo cercano pero independiente. Somos, por fin, reyes.

    /A esto aspiramos todos, en fin, y los más plebeyos de nosotros —quién sabe— con más fuerza que los de más oro falso. / Por un momento somos pensionistas del universo y vivimos, puntuales del suelo concedido, sin necesidades ni preocupaciones. Ah, pero reconozco, en ese paso en la escalera, que sube hasta mí no sé quién, el alguien que va a interrumpir mi soledad distraída. Va a ser invadido por los bárbaros mi imperio implícito. No es que el paso me diga quién es quien viene, ni que recuerde el paso de éste o aquél a quien yo conozca. Hay un instinto más sordo en el alma que me hace saber que es hacia aquí a donde viene el que sube, de momento sólo pasos, por la escalera que súbitamente veo, porque pienso en él que la sube. Sí, es uno de los empleados. Se para, se oye la puerta, entra. Lo veo todo. Y me dice, al entrar: «¿Solo, señor Soares?» Y yo respondo: «Sí, hace ya tiempo...» Y él dice entonces, pelándose de la chaqueta con la mirada en la otra, la vieja, que está en la percha: «Qué fastidio que uno tenga que estar aquí solo, y además de eso...» «Un gran fastidio, no cabe duda», respondo yo. «Hasta dan ganas de dormir», dice él, ya con la chaqueta vieja, y yendo hacia el escritorio. «Sí que dan», confirmo sonriente. Después, estirando la mano hacia la pluma olvidada, reingreso, gráfico, en la salud anónima de la vida normal.

    29-3-1933.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 14 Mar 2021, 05:26

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    167

    Dicen que el tedio es una enfermedad de inertes, o que ataca sólo a quienes nada tienen que hacer. Esa enfermedad del alma es sin embargo más sutil: ataca a quienes tienen disposición para ella, y perdona menos a los que trabajan, o fingen trabajar (lo que para el caso es lo mismo) que a los inertes de verdad.

    Nada hay peor que el contraste entre el esplendor natural de la vida interior, con sus Indias naturales y sus países desconocidos, y la sordidez, aunque en realidad no sea sórdida, de la rutina de la vida. El tedio pesa más cuando no tiene la disculpa de la inercia. El tedio de los grandes esforzados es el peor de todos.

    No es el tedio de la enfermedad del aburrimiento de no tener nada que hacer, sino la enfermedad mayor de sentirse que no vale la pena hacer nada. Y, siendo así, cuanto más hay que hacer, más tedio hay que sentir.

    ¡Cuántas veces levanto del libro en que estoy escribiendo y en el que trabajo la cabeza vacía de todo el mundo! Más me valdría encontrarme inerte, sin hacer nada, sin tener que hacer nada, porque ese tedio, aunque real, por lo menos lo disfrutaría. En mi tedio presente no hay reposo, ni nobleza, ni bienestar en el que haya un malestar: hay un apagamiento enorme de todos los gestos hechos, no un cansancio virtual de los gestos por no hacer.

    18-9-1933.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 15 Mar 2021, 09:49

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    168

    Paso horas, a veces, en el Terreiro do Paço, a la orilla del río, meditando en vano. Mi impaciencia me quiere arrancar constantemente de ese sosiego, y mi inercia, constantemente me detiene en él. Medito, entonces, en una modorra física, que se parece a la voluptuosidad casi como el susurro del viento recuerda voces, en la eterna /insaciabilidad de mis deseos vagos,/ en la perenne inestabilidad de mis ansias imposibles. Sufro, principalmente, del mal de poder sufrir. Me falta algo que no deseo y sufro porque eso no es propiamente sufrir.

    El muelle, la tarde, el olor del mar, entran todos, y entran juntos, en la composición de mi angustia. Las flautas de los pastores imposibles no son más suaves que el no haber aquí flautas, y eso me las recuerda.

    Los idilios lejanos, al pie de los riachuelos, me duelen por dentro a esta hora análoga, (…)


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 16 Mar 2021, 04:59

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    169

    No son las vulgares paredes de mi cuarto vulgar, ni los escritorios viejos de la oficina ajena, ni la pobreza de las calles intermedias de la Baja habitual, tantas veces recorridas por mí que ya me parecen haber usurpado la fijeza de la irreparabilidad, las que producen en mi espíritu la náusea, frecuente en él, de la cotidianeidad insultante de la vida. Son las personas que habitualmente me rodean, son las almas que, desconociéndome, me conocen todos los días con la convivencia y el habla, las que me ponen en la garganta del espíritu el nudo de saliva del disgusto físico. Es la sordidez monótona de su vida, paralela a la exterioridad de la mía, es su conciencia íntima de ser mis semejantes, la que me pone el uniforme de condenado, me proporciona la celda de presidiario, me instituye apócrifo y mendigo.

    Hay momentos en que cada detalle de lo vulgar me interesa en su existencia propia, y tengo por todo la inclinación de saber leerlo todo claramente. Entonces veo —como Vieira dijo que describía Sousa — lo común con singularidad, y soy poeta con aquella alma con que la crítica de los griegos creó la edad intelectual de la poesía. Pero también hay momentos, y éste que me oprime ahora es uno de ellos, en que me siento a mí mismo más que a las cosas exteriores, y todo se me convierte en una noche e lluvia y barro, perdida en la soledad de un apeadero de desviación, entre dos trenes de tercera.

    Sí, mi virtud íntima de ser frecuentemente objetivo, y extraviarme así de pensarme, sufre, como todas las virtudes, e incluso como todos los vicios, menguas de afirmación. Entonces, me pregunto a mí mismo cómo es posible que me sobreviva, cómo es posible que ose tener la cobardía de estar aquí, entre esta gente, con esta igualdad exacta respecto a ellos, con esta conformidad verdadera con la ilusión de basura de todos ellos. Se me representan con un brillo de faro distante todas las soluciones con que la imaginación es mujer: el suicidio, la fuga, la renuncia, los grandes gestos de la aristocracia de la individualidad, el capa y espada de las existencias sin escenario.

    Pero la Julieta ideal de la realidad ha cerrado sobre el Romeo ficticio de mi sangre la ventana alta de la entrevista literaria. Ella obedece a su padre; él obedece al suyo. Continúa la riña de los Montescos y de los Capuletos; cae el telón sobre lo que no ha sucedido; y yo arreglo la casa —aquel cuarto en el que es sórdida el ama de casa que no está allí, los hijos que raras veces veo, la gente de la oficina a la que sólo veré mañana— con el cuello de una chaqueta de empleado de comercio levantado sobre el pescuezo de un poeta, con las botas compradas siempre en la misma tienda evitando inconscientemente los charcos de lluvia fría, y un poco preocupado, mezcladamente, de haberme olvidado siempre del paraguas y de la dignidad del alma.

    5-2-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 17 Mar 2021, 03:43

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    170

    El poniente está esparcido por las nubes sueltas separadas que tiene todo el cielo. Reflejos de todos los colores, reflejos suaves, llenan las diversidades del aire alto, flotan ausentes en las grandes angustias de la altura. Por las cumbres de los tejados erguidos, mediocolor, mediosombras, los últimos rayos lentos del sol que se va adquieren formas de color que no son suyas ni de las cosas en que se posan. Hay un vasto sosiego por cima del nivel ruidoso de la ciudad que también se va sosegando. Todo respira más allá del color y del sonido, con una inspiración honda y muda.

    En las cosas coloridas que el sol no ve, los colores empiezan a adquirir tonos de su color ceniciento. Hay frío en las diversidades de esos colores. Duerme una pequeña inquietud en los valles falsos de las calles. Duerme y sosiega. Y poco a poco, en las más bajas de las nubes altas, comienzan a ser de sombra los reflejos; sólo en aquella nubécula, que planea águila blanca por cima de todo, el sol conserva, de lejos, su oro que ríe.

    Todo cuanto he buscado en la vida, yo mismo he dejado de buscarlo. Soy como alguien que buscase distraídamente lo que, en el sueño entre la busca, olvidó ya lo que era. Se vuelve más real que la cosa buscada ausente el gesto presente de las manos visibles que buscan, revolviendo, apartando, colocando; y existen blancas y largas, con cinco dedos cada una, exactamente. Todo cuanto he tenido es como este cielo alto y diversamente el mismo, harapos de nada tocados por una luz distante, fragmentos de falsa vida que la muerte dora desde lejos, con su sonrisa triste de verdad entera. Todo cuanto he tenido, sí, ha sido el no haber sabido buscar, señor feudal de pantanos por la tarde, príncipe desierto de una ciudad de túmulos vacíos.

    Todo cuanto soy, o cuanto he sido, o cuanto pienso de lo que soy o he sido, todo esto pierde de repente —en estos pensamientos míos y en la pérdida súbita de luz de la nube alta— el secreto, la verdad, la ventura tal vez, que hubiese en no sé qué que la vida tiene por debajo. Todo esto, como un sol que falta, es lo que me queda, y sobre los tejados altos, diversamente, la luz deja escurrir sus manos de cascada, y surge a la vista, en la unidad de los tejados, la sombra íntima de todo.

    Vaga gota trémula, clarea a lo lejos la primera estrella.

    7-10-1931.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 18 Mar 2021, 03:48

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    171

    Alcanzar, en el estado místico, sólo lo que ese estado tiene de grato, sin lo que tiene de exigente; ser el extático [...] el místico o [...] sin iniciación: pasar el transcurso de los días en la meditación de un paraíso en el que no se cree —todo esto le sabe bien al alma, si conoce lo que es desconocer.

    Van altas, por cima de donde estoy, cuerpo dentro de una sombra, las nubes silenciosas; van altas, por cima de donde estoy, alma cautiva en un cuerpo, las verdades desconocidas... Va alto todo... Y todo pasa en lo alto como abajo, sin nube que deje algo más que lluvia, sin verdad que deje algo más que dolor... Sí, todo lo que es alto, pasa alto y pasa; todo lo que es de apetecer está lejos y pasa lejos... Sí, todo atrae, todo es ajeno y todo pasa.

    ¿Qué me importa saber, al sol o a la lluvia, cuerpo o alma, que también pasaré? Nada, salvo la esperanza de que todo sea nada y, por lo tanto, la nada sea todo.

    29-6-1934.


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