CUBA
JUANA BORRERO ( 1877 - 1896).EL EPISTOLARIO El de Juana Borrero es uno de los epistolarios amorosos más extensos, apasionantes y —paradójicamente— desconocidos de la literatura hispanoamericana. Son más de doscientas sesenta cartas (muy largas todas) que documentan una pasión neurótica donde Borrero expresa, una y otra vez, la necesidad de posesión absoluta del ser amado. Su epistolario facilita muchas claves para entender lo que Cintio Vitier llamó el “caso espiritual de la ‘virgen triste’ ” (Vitier, 1966,
. Es muy posible que la joven escritora no fuera del todo consciente de la magnitud de su creación epistolar. “Es lo único útil que hago en mi vida” (Borrero, 1966, 80) —escribiría—, a lo que añadiría luego: “¡Mis pobres cartas! Son la expresión más fiel de mis sentimientos… En ellas, estoy yo toda entera con todos mis defectos y también con todas mis grandezas” (Borrero, 1967, 95)44. Juana se volcó de tal manera en esas cartas que se entiende perfectamente que su Epistolario sea considerado, tanto por los críticos como por los lectores, su mejor legado. A propósito de él ha comentado el poeta y ensayista Jorge Luis Arcos:
Con toda la enorme importancia que tienen las cartas de Martí, ellas no ocuparon en la obra de éste, el valor creador privilegiado que adquieren en la obra de J. B. Quiero decir que sus cartas, también como documentos y discurso literario, expresan la mayor altura, la mayor tensión que pudo alcanzar J. B. como escritora. Y en esa tensión no debe verse sólo lo vital, lo psicológico, etc., como elementos ajenos a lo literario, sino precisamente como la expresión escritural y creadora más genuina de J. B.
(Arcos, 1997, 17)
.
No obstante esa repercusión posterior, para Juana el cultivo del género epistolar fue en principio el único camino posible para llevar adelante su pasión amorosa, el hilo de Ariadna hacia sus sentimientos pero también su caja de Pandora, porque desataría todas sus obsesiones, siendo la peor de ellas la actitud fetichista que adoptaría en relación con las cartas y que acabaría causándole mucho daño. Una creciente neurosis —de la que a veces fue consciente— y un estado general de debilidad física la hicieron oscilar entre escasos estados de euforia y muchos de profunda depresión.
Ante los espaciados encuentros con Carlos, las cartas se convirtieron para ella en una suerte de objeto fetiche, un “sustitutivo” de la figura amada que compensó su ausencia: “Antes de dormirme releeré tus cartas y me dormiré con ellas sobre el corazón. Si tú vieras! Las beso las acaricio, me cubro con ellas el rostro, las leo las leo…” (Borrero, 1966, 68). Juana aspiró a ampliar el marco de su adoración, de ahí que le reprochara a su novio no tener aún ni su pañuelo, ni su retrato, ni su anillo. Lo curioso es que no sólo asumió ella una actitud fetichista, sino que incitaba a Carlos a que se comportara de idéntica manera:
A estas horas ya habrás llegado a tu cuarto, ya habrás leído mis cartas, ya habrás besado las flores que te di. Recoge uno a uno mis besos ocultos entre las corolas rojas, como entre mis labios. Guarda esas flores. Esos besos ¿no eran para ti alma mía? Guarda esas flores. En ellas dejé toda mi alma y toda mi ternura
(Borrero, 1966, 67).
Confiesa, además, que le es grata la tarea de escribir, que nunca se cansaría de ello y que las cartas que recibe de él la curan, le animan el rostro, la llenan de inmenso placer, disipan su impaciencia como por arte de magia y así hasta completar una extensa lista de significados. En muchas ocasiones se refiere a que escribe dos y hasta tres cartas por día, sin que deje de hacerlo ni cuando está enferma de cuidado. Por ello, muchas de las exigencias y de los reproches que hace a Carlos están relacionados con no sentirse correspondida en igual medida. Sin duda alguna, los momentos más reiterativos y monótonos del epistolario están vinculados con esas constantes quejas. Como leer las cartas es un paliativo a la falta de encuentros con el amado, y como además es un acto secreto, Juana tratará de procurar una intimidad absoluta para leerlas, ambiente que a veces le costará lograr:
Cuando me la entregaron (8 de la noche) tuve que guardarla para poder leerla a solas… ¡Si tu supieras el trabajo que me costó leerla…! Tenía en ese momento visita […]. Al fin se fueron! Abrí la carta y empecé a leer… Llega mamá con una medicina. Se va vuelvo a comenzar y leo el primer pliego. Después tuve que interrumpir varias veces la lectura… A las doce de la noche pude leerla con libertad. ¡Que noche! Qué ensueños! Tu carta me hizo el efecto de una lluvia de estrellas… (Borrero, 1966, 100).
El estilo de las cartas —como se mencionó antes al hablar de la poesía— es muy repetitivo; una y otra vez las mismas ideas, las mismas obsesiones, la misma inseguridad tratando de ser conjurada a través del verbo. A propósito de ello ha comentado Manuel Pedro González: Casi huelga aclarar que la sensación de monotonía y cansancio la produce la reiteración ad nauseam de las mismas ideas, los mismos sentimientos, los mismos vocablos, las mismas expresiones. Como el único tema de las cartas es el desaforado ímpetu amoroso que la exalta y conmueve y el lenguaje es en extremo limitado, la autora los repite ad infinitum (González, 1972, 18). Y tiene razón el crítico; expresiones del estilo de “te amo”, “te adoro”, “te idolatro”, “soy tuya” aparecen repetidas muchas veces, tantas que el lector acaba fatigado45. Y no son sólo esas frases, sino también muchas las ideas que la escritora repite sin cesar: la del suicidio, la del temor a que el amado la olvide o la abandone, los continuos celos, las pautas de la relación, entre otras. Las cartas intercambiadas entre Carlos Pío Uhrbach y Juana Borrero constituyeron, en primer lugar, el fundamento de su pasión, realidad que se comprueba en la dependencia absoluta de la joven escritora a las cartas del amado. Unas circunstancias vitales muy desfavorables impidieron que pudieran verse con frecuencia y de ahí que donde faltaran miradas sobraran palabras. No obstante, hay que precisar que estamos ante un epistolario que —aunque da cuenta principalmente de la vida emocional de la escritora— también refiere veladas familiares (como el almuerzo familiar con Enrique José Varona, gran amigo del padre) o informa sobre el quehacer modernista de la época.
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