JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN
Fragmentos en verso y prosa
Alma charra
(cont.)
-¿Qué quedrá este pájaro? -dice maliciosamente cuando se aleja el que le propuso el negocio.
La gran vanidad del tío Gorio consiste en no ser ratero. Y, en efecto, no lo es; pero ¡cuántas veces lo dirá al cabo del día! Es su eterno sonsonete... «Porque otra cosa no tendré -dice el hombre; pero en tocante a quitarle nada a naide, no hay quien ande con los pies más asentao que yo y los mis muchachos.» Y es verdad. Hay en eso algo de hábito virtuoso, adquirido por herencia; hay también un terror pánico a caer, con toda su hacienda, entre las uñas de la curia; hay para él un argumento de fuerza contra el convecino ratero que le sustrae medio pie de la tierra en la linde con la punta de la reja, o le lleva medio cuartillo de trigo en los zapatos cuando le ayuda a limpiar una parva, o le corta a medianoche la regadera de las patatas para que beban las del ratero un traguillo antes que le llegue la vez; y hay, por último, un principio, de tácito egoísmo calculador, que podría traducirse así: «Yo no robo para tener derecho a que no me roben.»
La sistema jurídica del tío Gorio se mueve toda entera alrededor del derecho de propiedad, que es para él el más sublime, el más sagrado, el más perfecto y hermoso de todos los derechos y el más merecedor del respeto de los hombres. Quisiera él establecer en el pueblo un pacto, firmado y todo, cuya única cláusula fuese esta: «El que le coma algo a otro, será condenado al pago del duplo de lo comido y a veinte años de presidio»; pero que lo condenen los justiciales, porque el tío Gorio le tiene un miedo espantoso a toda clase de litigios. Cuando coge al ratero con las manos en la masa, se pone como un energúmeno y jura que lo ha de entregar a los Tribunales, que lo ha de perder. No hay tal cosa. El secreto del tío Gorio es precisamente este: dejarse robar hasta los calzones puestos antes que meterse en denuncias y líos de papeles. Lo que hace es irse con mucho sigilo a casa del secretario para que este amedrente al ratero y le haga pagar lo hurtado, prometiéndole, en cambio, intervenir en el asunto para que el tío Gorio no lleve las cosas más adelante. Algunas veces no le resulta la estratagema y se queda sin lo rabado y hecho un basilisco. Por eso tiene vivos deseos de romperles la cabeza a unos cuantos convecinos; pero no lo hace porque dice que «eso es lo que quie la curia que haiga pegas tos los días y que el que da tenga pa responder». Y maldice de todo por eso, porque se ve sin medios de defensa contra los ataques a su propiedad.
-Si no doy parte, tuito me lo comen los golosos; si los meto en un trebunal, me enrean a mí también, y si escalabro a uno y coge testigos, me arrascan bien la bolsa entre unos y otros.
Si valiera tomarse la justicia por su mano, al tío Gorio le iría bien, porque dice que «a los sus muchachos no había más que apitarlos una miaja, y ya se vería luego quién llevaba los gatos al agua». Y él mismo haría también lo que pudiera, porque «no se le arruga el ombrigo asín como asín, ni lo amedranta a él ningún majito que le venga turreando, porque a él le tufa el aliento y no le coge miedo a naide»..., a no ser a ella.
Ella es su mujer, la tía Pulía, el ama y señora absoluta de la casa, de la hacienda, de los hijos y del tío Gorio, que la teme como a una nube de verano, cargada de rayos y granizo. Fuera de la casa la llama siempre así: ella; y algunas veces, la tía. En casa tampoco la llama por su nombre: la llama chacha, y siempre bajito y como con algo de cariño vergonzante, preñado de temores y respetos.
La tía Pulía es más lista que su marido y trabajadora en demasía. Dicen de ella que «es una, cendra; la tía más árdiga que hay pa el trabajo». Ella espada lino, hila, echa telas, excava los garbanzos, espiga las cortinas, asiste a los cerdos, cría pollos, remienda, lleva al campo las comidas, compra y vende, cobra y paga, lo dispone todo, lo dirige todo, lo absorbe todo. Y todavía le queda tiempo para hacer algo de fruta de sartén «pa si se ofrece», y para poner bien majos a los dos mozos los días de fiesta y para hacer diplomáticas gestiones cerca de las madres de las mozas que a ella le gustan para novias de sus hijos. Las conoce como si todas fueran hijas suyas. Para eso tiene un ojo envidiable la tía Pulía. Hay que oírla hablar así:
-¿Cuál, la del tío Gorrilla? ¡Ay queridota, y qué comenencia pa un probe! Mucho hacer puntilla, mucho sacarse pa fuera la chambra, mucha gamonita con los mozos, mucho abanicarse en misa, mucho barrer el enrollao, y luego pa dentro de casa los tapujos, y las marranás, y las zancajerías, y los camisones curtios y los paños como tizones. Y encima entrampaos hasta los ojos. ¡Si tuito lo da a hacer! ¡Anda, que a la maestra bien la va con ella! Por cuatro monás de na que le cosiquea, allá van los mandilaos de frejones, y las buenas cazuelas de garbanzos como abogallas, y la buena torta reciente, y los buenos pucheraos de calostros y de suero en el tiempo. Y luego, cuando viene el cobraor de la contribución, ¡a echar la vela pastora por el lugar en cata de los cuartos! ¡Buena gobierna de casa anda allí!... ¡Pues no sos quió decir na de las mocitas de nuestra comadre! ¡Que las revendiera a dambas! ¡Má que las crió, y qué fiesteras, y qué monas, y qué holgacianotas, y qué amigas del buen bocao, que no gana su padre pa golosás! Allí rosquillitas, allí coquillos, allí perrunillas, allí floretas, y venga escachar güevos, y venga mercar azúcar, y la fanega de trigo pa el tío de las uvas y la tarja diendo y viniendo de la taberna y un buen caramillo de trampas en ca la tendera... ¡Quítalas delante, y quién cargará con ellas! Y no es decir que en la casa no haiga entrás, que su padre anda reventao siempre, buenos años que ha tenido, porque bien le ha pintao el trigo del rozo hogaño y otros años que no miento y bien se han enllenado de garbanzos y garrobas y de too; pero alantan más las gallinas a esparramar el montón que él a ajuntarlo...
Y de parecido modo va pasando la tía Pulía minuciosa revista a las mozas del lugar, indicando «a los su muchachos cuáles pueden convenirles y advirtiéndoles que se estén quietos hasta que ella le tire alguna puntá a fulana pa saber si hace cara o no hace cara». Los dos mozones hacen lo que el tío Gorio: oír, callar y obedecer.
El tío Gorio, según él dice, «está desimío de esas cuestiones, que son como para las tías na más». En realidad, está desimío de todas las cosas, porque la tía Pulía, que ejerce sobre él un dominio irresistible, le invade todo el campo de sus atribuciones e iniciativas.
Le proponen a él la compra de una vaca, por ejemplo, y aun sabiendo que ella quiere que se venda, contesta invariablemente: «¡Pchs! Pues hombre, en queriendo ella, por mí no hay pero nenguno.»
-Mira, Gorio, que ha venío el alguacil pa que vayas mañana a Concejo; y a ver la palabra que sueltas allí; cuidaíto con que te dejes enrear; mira que tú eres el tío mas fiao y más desmaliciao del lugar, y te dejas entruchilar en un santiamén... Van a determinar del istierco del rodeo, y ya te he dicho que yo no quio rebujinas. Si el compadre quiere mercarlo allá se las vea; tú no me vengas con medias, que las medias son buenas pa las piernas, y la grasa se la chupa siempre el demonio de alta peña y a casa no me traes más que las pedras. Si determinan también de echar la derrama pa mercar el reló, ahora te lo digo: tú te desimes de eso, que yo no quio reló ni reloa; ¿estás enterao? No me vengas luego con que si pitos, con que si flautas, y tengamos en casa alguna que sea soná. Y de los pastos, ya sabes: si le rebajan un real a las ovejas y le suben tres a las vacas, entras en la comunidá, y si no, no... Y no me vengas, como hogañazo, con la música de que tenían ley pa hacerte entrar, porque hogaño no entras, ya lo sabes; y si te dejas engatusar, a casa no vengas, Gorio, porque no estoy yo aquí hecha una esclavita de lo que hay pa que tú me lo malrotes en pagos; ¿te enteras? No digas luego que no te advertí bien advertío; y ¡no las tengamos, no las tengamos!, que soy enemiga de desazones, y tú paece que le andas buscando siempre tres pies al gato, y tiene cuatro. Yo debía hacer contigo lo que hacen otras con el marido: no dejarte ni resolgar siquiera, ni meterse en nada, ni hacer tratos ni contratos con la otra gente; pero velay, todas no tenemos la suerte de tener un marido que se deja llevar, como hay otras. Una de esas que yo me sé te debía haber caído a ti a la cola, Gorio, pa que supieras lo que es bueno; y no que tú, encima de no servir pa na, empeñao en meterte en todo y salirte siempre con la tuya.
El tío Gorio aguanta paciente y mudo estos chubascos, y ni siquiera le entran ganas de discutir las sinrazones de ella. «La tiene como dejá porque las tías son asín toas; y porque en muchas custiones no va ella descaminá, y de toos modos y maneras, más ven cuatro ojos que dos.»
Allá para sus adentros, se quieren bien.
Los amores del tío Gorio y la tía Pulía no fueron nunca vehementes. Unió a la pareja, no el amor precisamente, sino la mutua conveniencia, medida y pesada por la familia de ambos. «Había tierras que lindaban que en rompiendo la miaja de linde, quedaban unas alhajas, y dos praos pegando, que na más quitar el medianil, y aquello era una jesa.»
Y se casaron con el afecto que puede nacer de una previamente sentida comunidad de intereses y de un par de años de trato, reducido a un rato de charla los sábados por la noche y los domingos por la tarde. La vida común avivó después aquello, y llegaron a quererse con cierta pasión, más sincera que fogosa.
Por entonces iban juntos a la feria de la ciudad y a las fiestas más notables de la comarca; y así llegaron días en que se amaron, no como héroes de novela, pero sí más y mejor que ninguna otra pareja del lugar. La sangre, en aquellos tiempos, estaba inquieta, y como en casa no había testigos, que eran los enemigos más grandes de aquel amor cobardón y pudoroso, salía este de sus hondos escondites, y los vieron muchas veces las paredes de la modesta casita corretear por allí... Pero vinieron los hijos, crecieron, y «antes de que tuvieran conocimiento» se hundieron para siempre en el fondo del baúl los juguetes del querer, y allí no volvieron a cruzarse dos miradas que hablasen de tales cosas. Fuego había, pero sin humo y sin llamas.
(cont.)
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