JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN
EPISTOLARIO
La obra de Gabriel y Galán
(cont.)
Mi querido amigo: Me dices en tu última como en todas las tuyas, muchas cosas buenas que yo no merezco. No hay que decir que me refiero a cosas de literatura.
A mí me complace muchísimo (no puedes figurarte cuánto) que mis escritos te produzcan buenas y hasta fuertes impresiones. Pero ¿es todo ello mérito literario o es excesiva delicadeza de percepción tuya, que al ledo y sentir aumenta la cantidad literaria de mis pobres concepciones artísticas? Algo, y mucho, debe haber de esto, y he ahí la explicación que yo doy a tus elogios, que tú caldeas demasiado al recuerdo de impresiones exquisitamente tamizadas... Y es claro, en tales momentos, hasta el nombre de Pereda (no el de Zola, que es inmortal enemigo poderoso de todo mi yo), digo que hasta el nombre de Pereda te parece muy poco...
Pasemos por ello y sigue escribiéndome, que es un favor que me haces, y que yo sé agradecerte.
Ya he recibido juicios sobre el tío Gorio, todos muy encomiásticos. Hay quien me dice que vale más que Alma charra, de Berrueta78. Yo no puedo decirte nada sobre esto, porque esta es la hora en que no conozco Alma charra, que su autor me ha prometido enviar.
Dicen que afirma (hablo por referencias epistolares) que el ochenta por ciento de los amores charros terminan en el Hospicio... Y si lo dice, creo que no dice verdad. En fin, es amigo mío, y he de permitirme decirle algo, cuando me envíe su trabajo.
Vengan, y vengan pronto esos versos. Ahora me toca a mí oficiar de crítico y ya verás con qué frescura te voy a soltar cuatro frescas, si las mereces, o echarte un poco de incienso si te haces acreedor a ello.
De El Vaquerillo, no del cuento así llamado, sino del Vaquerillo del cuento... habría que hablar mucho para llegar a un acuerdo, y creo que llegaríamos a él.
Ante todo, has de saber, que la última parte del cuento, cuando de primera intención lo escribí, no era esa... ¡qué había de ser! No había porquera, no había hembra, porque, para el fin que primeramente me propuse, lo que más estorbaba allí era una mujer: me bastaba con el muchacho y la soledad... El estudio aquél era, sin duda, demasiado atrevido... Y lo sometí, contra mi costumbre, a la previa censura, no de nadie, sino de un hermano mío, que cogió el lápiz rojo, señaló, y dijo: «desde aquí para adelante no debes continuar, y si quieres continuar, haz que se presente por ahí alguna vaquera, que sólo así puedes proseguir, sin novedad, por ese camino». Y así lo hice.
¿Que a qué viene toda esta historia? Pues a decirte: si dándole el giro que al fin le di, te parece imposible el vaquerillo ¡Dios de Dios! lo que me hubieras dicho si lo presento como quise presentarlo.
Tal vez entonces no te hubiera yo llamado médico, como te lo llamo ahora, porque me has dicho que mi vaquerillo es falso, desde el punto de vista fisiológico. No lo afirmes así, en redondo, porque demasiado sabes que la vida es un misterio, y la vida psicológica, un laberinto de misterios.
Y si un día llega en que hablemos tú y yo, y hablemos del vaquerillo, llegaríamos a un acuerdo sobre la base de grandes concesiones que tendrías que hacerme si te ponías muy médico en el curso de nuestra plática. Una plática, por cierto, que no sé si algún día podremos tener los dos, pero que yo deseo tanto como tú, aun contando con que son grandes tus deseos. Esperemos, esperemos...
También yo vivo muy solo, y ya creo que te lo dije, sólo en el orden espiritual, porque vivo respirando el que yo mismo he creado, y el que de fuera me viene.
Pero no sé por qué, me figuro que llevo la cruz de la soledad de otra manera que tú, no más digna ¿eh? pero sí más resignada, o mejor, más sabrosa y dulce. En fin, ya hablaremos también de eso alguna vez, que hoy hay otros puntos que tratar.
¿Piensas guardar reserva acerca del proyecto literario que traes entre manos, según me dices en tu grata? Entonces, nada; pero si no, sepa yo algo de eso que preparas, aunque sólo sea el nombre de la cosa, para saber a qué alturas andas encaramado.
Yo tengo entre manos, como te dije, un tomito de versos castellanos, y calculo que tengo ya originales para algo más de la mitad del libro. Cuando los complete, tendré el gusto de enviártelos, aunque estoy atrozmente perezoso para copiar lo que una vez escribo.
No sé si te dije que se ha ofrecido a hacerme la edición Rodríguez Serra, el editor de Madrid. Aún no he decidido nada sobre ello.
Leí lo de las Hurdes. ¿No piensas rectificar? Yo no puedo hablar de las Hurdes científicamente, porque aún no he realizado mi viejo proyecto de visitarlas y no las conozco más que a medias, y con un conocimiento que me figuro imperfecto por inexacto. No obstante, me ha parecido demasiado radical la solución que das al problema. Porque soy de los que creen que en la Naturaleza nada hay estéril e inútil, en el sentido amplio de estas palabras. Los inútiles somos los hombres, que no sabemos adaptar, aplicar y aprovechar. Aun en el caso de que el suelo de las Hurdes las haga inhabitables ¿se sabe ya que el subsuelo no podría hacerlas ricas y bien pobladas?
Punto en boca y adelante. Porque tengo que decirte que, aunque no me has llamado la atención sobre ello, hay en Briznas una que, a lo menos para mí, es una cosa lindísima. No diré por qué, pues fácilmente vuelvo a decir las cosas de manera que no se me entienden por mala expresión, como sucede con la página anterior, que parece querer decir que El cielo del dolor no me gusta, y afirmo bajo mi palabra que me gusta mucho. Pues esto que ahora te digo que me ha gustado tanto como lo más es. ¡Lo estaba viendo!...
Espero un ejemplar de tu obra en prensa, y te doy mil parabienes por los premios con ella alcanzados y por el que le dio Le Correspondant medicale (creo que fue ella), de París.
Tampoco me has enviado esa Historia clínica de la última enfermedad de Carlos V.
Ya sabes que, con gusto, pasaría charlando contigo dos o tres días siquiera en Madrid, pero ahora no puede ser porque... acabo de venir de Madrid. ¿No esperabas tal cosa? Pues verás. No sé si te he dicho que envié a Zeda doce o trece composiciones (que pienso publicar en un tomito) para que hiciera el prólogo que me ofreció. (Lo que voy a decir de aquí para adelante es confidencial).
El Obispo de Salamanca, que en distintas ocasiones ha exteriorizado la buena impresión que dice le producen mis versos, supo, no sé por quién, que iba a publicar un tomo de ellos, y se me descolgó con este ruego: que le permitiera adelantarse a mí, tomando de mi librito en proyecto tres o cuatro composiciones (que ya conoce el público), para editarlas él con esmero, ponerlas prólogo suyo, hacer fijar la atención de los demás Obispos y de sus amigos particulares (Menéndez Pelayo, el Conde de Cheste, etc.,) sobre las poesías y servirme como de viajante que va llevando una muestra, etc.
La intención, excelente, y yo la agradezco muchísimo. Mi hermano me recomendaba que le complaciera, y fui a hablar con Villegas y luego con el P. Cámara, que esperaba mi contestación con impaciencia grande.
Puse entre otros reparos, el de la repetición inmediata en dos libros de tres o cuatro composiciones ya conocidas (El Ama, Castellana, El Cristu Benditu...), pero estaba decidido a no dejarse convencer y ante mí mismo dio órdenes a los de su imprenta, a fin de que estuvieran impresas las poesías esas para la próxima Pascua. No te sorprendas, pues, si ves ese libro, que resultará del tamaño de una Novena, si el prologuista no tiende mucho la pluma. Y se acabó lo que, por ahora al menos, debo llamar confidencia, y rogarte que así lo consideres.
Después de este libro, en seguida, saldrá a luz el mío, del cual te remito copiadas al vuelo y en sobre aparte, todas las composiciones, excepto una muy larga, que ya te enviaré, y las que ya conoces (El Ama y Castellana, que irán las primeras en el tomito).
«Tú que no puedes llévame acuestas», es decir, que tienes que leerte todas esas cuartillas de mala letra que te envío, pues yo deseo que las conozcas tú antes que el público, conforme ya te lo había manifestado.
Después, allá, cuando tú quieras, ya hablarás algo de ellas, porque así lo quiero yo, y además, porque tú no debes estarte callado cuando un salamanquino publica algo sea ello como fuere.
En la corte estuve un día nada más. Un ateneísta amigo mío, con quien estuve almorzando, me llevó a tomar café a la docta casa, con el propósito de presentarme a varios de allí que, según él, deseaban conocerme. Lo supe a tiempo y se lo prohibí en redondo. Lo que me dijo fue, que según había oído allí, en el Ateneo, se pensaba en que la Sección de Literatura me invitase para que fuera a leer versos míos una noche.
Decliné tan alto honor y regresé a Salamanca aquella misma, desoyendo los ruegos que me hizo el amigo para que oyera a los sabios (¿?) que al poco rato iban a continuar resolviendo el problema obrero... del modo que tú donosamente señalas en tu hermoso artículo de El Adelanto, porque hay quien cree que es un crimen de lesa libertad, etc., tirarles unas chinitas a los señores que, según ellos, van delante...
¿Has visto qué manera tan cobarde de adular a esa legión de infelices que para comer necesitan trabajar (como tú y como yo lo necesitamos también, aunque sea en orden distinto)? Créeme que yo tomo en serio el asco que me inspiran esos monosabios, la mayoría de los cuales se morían de hambre por impotencia el día que se dijera «el que quiera pan, que lo gane, y el que no, que reviente de hambre». ¡Sí, en el fondo, todos somos obreros... menos ellos!
Te felicito tardía, pero cordialmente, tus días y te deseo... lo que para mí deseo.
Y que escribas pronto a tu sincero amigo que te quiere,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN
(cont.)
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