JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN
EPISTOLARIO
Carácter satírico
(cont.)
Querido Crotontilo: Leí el manuscrito de tu novela. Mil gracias por tu atención.
Yo no sé hacer prólogos132 ni creo que tus libros los necesiten. Al que sabe andar solo le estorban y hasta le afean los andadores. Solamente los débiles necesitan ajeno apoyo. Al buscarlo en mí, has procedido como los niños que están aprendiendo a andar: buscan fortalezas sin pensar si las hay en los brazos de las personas queridas. En ti, además de cariño instinto, eso es modestia. Sea enhorabuena.
Pero ¿de qué podría yo hablar en el prólogo de tu libro? ¿Del libro mismo? Pues para ello me falta sabiduría literaria, y por lo mismo, osadía para pretender ilustrar a tus lectores, que son cultos y son muchos.
Hablar de tu persona sería ridículo. Pretender yo a estas horas descubrirte, sería no estar en mi juicio... ¡Ah! te lo niego en redondo, y espero que me des por ello las gracias.
Otra cosa es mi opinión privada de buen amigo acerca de la novela. Esa pobre opinión hubiera ido muy pronto en busca tuya, aun sin habérmela pedido; y allá va monda y lironda, en cueros vivos, como te place y me place.
No es este libro lo mejor que has escrito. En Briznas, verbi gracia, tienes artículo que vale por la novela. (Hablo y seguiré hablando con el modesto yo opino por delante.)
Has querido sorprender la realidad, y no precisamente con el pincel, sino con la máquina fotográfica, aspirando a presentar el objeto como él es, ni más ni menos. Pues bien; la realidad, o si quieres, la verdad, tienes reparos que poner, en primer término al ambiente general de la fábula, es, aunque no te lo parezca y con ciertas salvedades, muy romántico... (como tú, que también lo eres por dentro, tal vez sin saberlo y a despecho de todas las apariencias).
Reparos del mismo género hay que poner también al tipo de tu colega, y aun al de la hermosa hembra heroína de tu libro. La señora de Yévenes te salió tonta del todo, o, lo que es lo mismo para el caso, ciega, sorda, muda y torpe; sólo conviniendo en que sea todo esto, puede creerse que ignora que está casada con un Tenorio groserote, sultán de un serrallo de odaliscas celosas como panteras y envidiosas como demonios, pero tan caritativas y generosas que ninguna, en sus períodos de desgracia o en sus días de puercas aspiraciones, denunció a la rival de al lado o a la de enfrente ante el tribunal de doña Damiana. Y eso que en el serrallo se cultivaba el anónimo, cosa, por otra parte, innecesaria para descubrir tapujos de pueblos chicos. Y sólo contando con una doña Damiana crédula, que no en Tegilla vivía, sino en el limbo, puede pasar lo del cuento de Yévenes y lo de la admisión de la Sarito en su propia casa, una casa por donde vagaban aires que transcendían a cristianas purezas patriarcales, con asomos de vanidosas hidalguías en almas y pergaminos.
De los amores del médico y la Sarito también hay algo que hablar. Por lo pronto, hay que andarse con cuidado en materias de redenciones, si ellas son de hembras perdidas que de pronto nos resultan enamoradas por lo platónico... Si yo fuera confesor y a mis pies se arrodillara una perdida, contándome la vulgarísima historia del cambiazo, le diría: «la gracia de Dios te salve»: pero jamás le dijera: «ama a ese hombre, hija mía, que su amor te salvará». En materia de repentinas conversiones, barrunto como un milagro de por medio, o, cuando menos, un suceso maravilloso. Tú crees que el amor hace el milagro: yo creo que lo hace Dios... o el amor como medio de que Dios quiera valerse... Pero es el caso que tú hiciste caer a tu Sarito de rodillas ante una imagen de la Virgen, llorando, rezando mucho... El amor no hace esas cosas, si no se lo manda Dios, y siendo esto así, parece que tenemos que convenir en que fue cosa de Dios la conversión de Sarito. Y convendríamos en ello... si no me opusiera yo, que no puedo creer que Dios inspire amores que tiene muy condenados, como que se llaman nada menos que adulterio. ¡Donoso medio para ser cosa de Dios! Sarito se redime amando al médico adúltero, y al médico bienhechor que lo parta un rayo. Y no vale aquí decir que la coima le proponía amores espirituales, puros (llamémoslos así), porque ya sabes quién dijo que el adúltero con el corazón...
El médico redentor, como impropiamente lo llamé, es un tipo que recuerda aquel dicho decidero de que «el diablo harto de carne se metió fraile». Porque no fue un atracón amoroso, sino muchos atracones (los suficientes para llegar al hastío o al arrepentimiento conciencias como la suya) los que necesitó el buen galeno para pensar seriamente y sentir del mismo modo sus deberes y el estado de espíritu de la bella aventurera.
Y todavía le hizo falta, para llegar a la victoria, el terror de que los tíos de Tegilla sitiasen su hogar por hambre y la pasaran su mujercita y sus hijos. Así, cualquiera se metería a redentor de Magdalenas guapísimas.
Todo esto del médico es muy verosímil, muy humano; y si yo trato de restar bondades a tu colega, es porque se ve a la legua que tu deseo fue pintarlo todo un hombre... y no resulta tal cosa.
Lo que de éste y su amante te llevo dicho, hubiéralo suprimido si comprendiese que tu propósito había sido escribir una novela inmoral; mas como ello no es así, he intentado demostrarte que, sin quererlo, inmoral te ha resultado.
Y esa es mi pobre opinión; en resumen: que la obra es, en el fondo inmoral, y a veces inverosímil. Lo primero no es cosa buena para ti... ni para tus lectores, sobre todo los de veinticinco años abajo. Lo segundo, es pecado literario grande, y más en quien como tú, se propuso regalarnos un pedazo de realidad echando sangre.
Esos dos aspectos de tu libro no me gustan, y dicho sea con perdón del más autorizado de quien me hablas.
Hablaremos algo de la forma. Tu temperamento de periodista, porque lo tienes, y de periodista de los buenos, te precipita, te hace escribir muy deprisa, y el lector no lee con igual cuidado al Crotontilo periodista que al Crotontilo autor de novelas. No es esto decir que en el periódico lo hagas mal, ¡qué ha de ser! si precisamente yo creo que lo haces a maravilla. Esto no es mas que recordarte -porque otra cosa no necesitas tú- cuán diversas cosas son un artículo de periódico y un capítulo de novela.
Yo sé que escribes tus hermosos trabajos periodísticos a vuela pluma, con toda la prisa de que tu mano derecha es capaz; pero deseo que cuando escribas un libro... te salga un panadizo en el índice de dicha mano. Nada más eso; porque viéndote obligado a escribir siquiera a media velocidad, el estilo de tu obra ganaría mucho en peso, en concisión, en densidad de pensamiento y en robustez y fortaleza.
En la novela advierto escasez de diálogos. Todo nos lo cuentas tú, todo nos lo explicas tú... y ya sabes que eso es más fácil que hacer hablar a tus tipos, para que el lector los conozca, no por referencias, aunque ella sea cosa exacta, sino de modo directo.
El lenguaje que pones en boca del médico o del que tú mismo empleas para pintar, verbi gracia, las reuniones del señorío femenino en casa de Yévenes, es demasiado violento, excesivamente grueso, agresivo, sañudo. Desaparece el artista que debiera pintar miserias tan horribles con vivos colores sí, pero sobre un fondo triste de superior piedad augusta, y aparece el hombre emberrenchinado y descompuesto, como el que hace coléricas piruetas criando riñe henchido de ira menuda y rabiosilla. No quiero decir ahora que no haya Tegillas como esas que tú nos pintas, sino que tu modo de pintarla, parece así como un modo de venganza... artística y todo.
Lo que más me desazona del libro son ciertos episodios, ciertas escenas y algunas frases sueltas que huelen que apestan a una cosa que no es arte. Dos o tres escenas íntimas entre el redentor y la redimida, que a la cuenta se iban así preparando para su singular santificación, varias frases alusivas a Yévenes y a las mujeres de Tegilla, muchas de las que emplea Ramiro en sus juicios sobre las gentes del pueblo; sus denuncias de horrendas intimidades conyugales, el espantoso episodio del muchachuelo y la yegua... ¿Por qué haces eso, hombre, si sabes que ello no es arte? ¿Si sabes que todo autor que sea verdadero artista u hombre de buen gusto artístico repugna esos procedimientos? Ni siquiera es original el procedimiento, porque todo hombre que sepa escribir cuatro renglones en limpio, sabe escribirlos en sucio. ¿Me niegas esto? ¿Me niegas que todos somos capaces de dejar en cueros vivos las cosas... y las personas, escribiendo y describiendo en ese estilo brillantemente grosero, hasta producir sensaciones de visión real en el lector y estropearle el candor si es un chiquillo, y el estómago si es un hombre que sepa serlo de veras? Pues eso lo sabemos hacer todos. Lo que no poseemos muchos es el secreto de producir en el lector la emoción correspondiente sin refregarle las cosas en los hocicos. Coger con la mano izquierda al lector por el cogote, acercarlo a la sentina y chapotear en ella con la derecha, ¡vive Dios! que es un medio muy decente y muy difícil de hacerle sentir hedores.
Lo difícil, lo portentoso del Arte, es que éste consiga dar al lector, en la precisa medida, y a distancia, la sensación necesaria, sin meterle la cabeza en el fangal, sin estropearle la... inmaculada pechera, porque al que limpia la tiene, no lo dudemos, le fastidia que se le llene de fango. Nada más difícil que el Arte naturalista, en el sentido en que debes interpretarme la frase en estos momentos.
¿Que si no veo más que esto en la novela? Sí, querido Pepe, ¿pues no he de ver mucho, muchísimo más? Veo mucho bueno; mas no te he escrito esta carta para regalar tu oído con la música de un cántico entusiasta, dedicado a tu corazón de hombre, que raya todas sus obras con una estela de jugo de su propia sangre; sangre que al derramarse, lo empapa todo de un profundo sentido de alta justicia, de honda piedad y de nobleza generosa; a tu corazón de artista, que tanto y tan bueno siente, y a tu ingenio literario, que nos lo sabe contar de manera que nos obliga a sentirlo.
De todas estas cosas, no dichas como te las digo hoy, que tengo prisa, pudiera hablarte mucho, mucho y dulce, mucho y justo. Perdona si sólo he tenido tiempo para hacer el capítulo de cargos, que es más corto que el de méritos que me dejo en el tintero.
Y perdona el sermón. No extrañes que así te haya regañado, sobre todo por aquello que no huele a rosas precisamente. Bien sabes que detesto las ñoñeces literarias; que no soy, por desgracia, asustadizo, desde que al suelo se me cayeron las alas; pero de esto a lo de la yegua, verbi gracia, hay distancias que no las salva aquélla en cuatro días de carrera vertiginosa...
Adiós... ¡Ah! se me olvidaba. Dile a Sarito del Oro que no pretenda ir al cielo muriéndose de un empacho de felicidad humana, porque eso... son gollerías.
Y al médico de Tegilla, cuando tropiece con Mesalinas romanticonas, tocadas de la nostalgia del bien, que observe con gran cuidado si esos estados de alma son un deseo sincero de vida pura o un gran lujo psicológico... ¡vamos! un deseo de cambiar de playa por el momento, como Sarito cambió por la de Tegilla la de Biarritz y la de San Juan de Luz...
Y dile también al médico, ya que es tan bueno, que perdone las miserias de Tegilla y que siga predicando con el ejemplo, porque con siete como él en cada pueblo, es posible que para el siglo que viene ya no queden Tegillas en el mundo.
Te abraza tu mejor amigo,
JOSÉ MARÍA.
________________________________________
FIN
Hoy a las 19:08 por Maria Lua
» LA POESIA MÍSTICA DEL SUFISMO. LA CONFERENCIA DE LOS PÁJAROS.
Hoy a las 19:05 por Maria Lua
» LA POESÍA PORTUGUESA - LA LITERATURA PORTUGUESA
Hoy a las 19:00 por Maria Lua
» Rabindranath Tagore (1861-1941)
Hoy a las 18:52 por Maria Lua
» Yalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273)
Hoy a las 18:51 por Maria Lua
» EDUARDO GALEANO (1940-2015)
Hoy a las 18:45 por Maria Lua
» DOSTOYEVSKI
Hoy a las 18:42 por Maria Lua
» JULIO VERNE (1828-1905)
Hoy a las 18:37 por Maria Lua
» FERNANDO PESSOA II (13/ 06/1888- 30/11/1935) )
Hoy a las 18:04 por Maria Lua
» Poetas murcianos
Hoy a las 16:33 por Pascual Lopez Sanchez