416.
HELIAN
En las desiertas horas del espíritu
es hermoso caminar al sol
junto a los amarillos muros del estío.
Con suavidad suenan los pasos en la hierba, pero el hijo de Pan
siempre duerme sobre el mármol gris.
De noche en la terraza nos embriagamos con el pardo vino.
Arde el melocotón rojizo entre las hojas;
dulce sonata, risa alegre.
Es hermosa la quietud de la noche.
En la llanura oscurecida
nos encontramos con pastores y con estrellas blancas.
Cuando llega el otoño
hay en el bosque una claridad sobria.
Apaciguados caminamos junto a los muros rojos
y los ojos redondos siguen el vuelo de los pájaros.
Al atardecer el agua blanca cae sobre las urnas funerarias.
En las ramas desnudas el cielo está de fiesta.
Con manos limpias el labrador lleva el vino y el pan
y tranquilo madura el fruto en estancias al sol.
Oh, qué serio es el rostro de los muertos que amamos,
sin embargo, una mirada justa alegra el alma.
Es poderoso el silencio del huerto devastado
cuando el joven novicio corona su frente con hojas castañas,
cuando su aliento bebe un oro gélido.
Las manos alcanzan la edad de las aguas azules
o en la noche fría las blancas mejillas de la hermana.
Es armonioso y suave visitar las estancias amigables,
donde hay soledad y un murmullo de arces,
donde quizá el tordo canta todavía.
Bello es el hombre, una visión en medio de la oscuridad,
cuando atónito mueve los brazos y las piernas
y mudos en sus purpúreas cuencas se revuelven los ojos.
Al ángelus se pierde el extranjero en la negra destrucción de noviembre,
entre ramas marchitas junto al muro leproso
por donde el santo hermano ya pasó,
inmerso en el suave rasguear de su locura,
oh, qué solitario acaba el viento de la tarde.
Moribunda se inclina la cabeza en la oscuridad del olivo.
Tremendo es el ocaso de la estirpe.
En esta hora los ojos del que mira
se colman con el oro de sus estrellas.
Al anochecer se hunde un carillón, que ya no suena,
se desmoronan los muros negros de la plaza,
el soldado muerto llama a la oración.
Ángel pálido,
entra el hijo en la casa desierta de sus padres.
Se fueron lejos las hermanas, donde blancos ancianos.
Las encontró el durmiente por la noche bajo las columnas del atrio,
al regresar de tristes peregrinaciones.
Oh, qué llenos están sus cabellos por culpa del barro y los gusanos,
cuando él está firme con los pies plateados
y ellas salen, ya muertas, de las salas desnudas.
Oh, salmos en la lluvia ardiente de la medianoche,
cuando los siervos golpearon los dulces ojos con ortigas,
los infantiles frutos del saúco
se inclinan con asombro sobre un sepulcro vacío.
Ruedan con suavidad lunas amarillentas
sobre las vendas que rebajan la fiebre del muchacho,
antes que siga al silencio invernal.
Un alto destino medita, a todo lo largo del Cidrón,
donde el cedro, una criatura mórbida,
bajo las cejas azules del padre se despliega,
sobre el prado, de noche, un pastor guía su rebaño.
O hay gritos en el sueño,
cuando en el bosque un ángel broncíneo se aproxima al hombre,
la carne del santo se deshace en la parrilla ardiente.
Por las cabañas de adobe trepa la purpúrea vid,
haces sonoras de mies amarilla,
el zumbido de las abejas, el vuelo de la grulla.
Los resucitados se encuentran en caminos de piedras al anochecer.
Los leprosos se miran en las aguas negras
o abren llorando sus vestidos fangosos
al viento balsámico que sopla desde la colina rosa.
Muchachas esbeltas van a tientas por las callejas de la noche
por si acaso encontrasen al pastor amoroso.
Los sábados en las cabañas suena un canto suave.
Dejad que la canción también recuerde al niño,
su locura y sus cejas blancas y su partida,
a él que, putrefacto, abre los ojos azulados.
Oh, qué triste es este reencuentro.
Los escalones de la locura en las negras estancias,
las sombras de los ancianos bajo la puerta abierta,
cuando el alma de Helian se mira en el espejo rosa
y nieve y lepra caen de su frente.
En los muros empalidecieron las estrellas
y las figuras blancas de la luz.
Del tapiz surgen huesos de sepulcros,
el silencio de las ruinosas cruces sobre la colina,
la dulzura del incienso en el purpúreo viento de la noche.
Oh, vosotros, ojos destrozados en negros orificios,
cuando el nieto en la demencia suave,
medita solitario en el oscuro fin,
el dios silencioso baja sobre él los párpados celestes.
GEORG TRAKL
(
https://www.airesdelibertad.com/t45752-georg-trakl-1887-1914 )
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