431.
CONTRA LA ATROCIDAD
Para las generaciones que año tras año salen de la
Escuela de poéticas desencarnadas de Jack Kerouac,
preparadas para hacer arte contra la atrocidad.Contra la atrocidad y a favor
de todo lo que no sea atrocidad.
Esto tiene que ver con la historia,
ese conocimiento que nos sigue borrando
de manera que hay que volver a empezar.
Cuerpo único o masa de cuerpos
que contamina nuestro hábitat,
viento, fuego y mares que suben,
jaurías de perros rabiosos
en ladrante convivencia
repitiéndose
donde la suavidad y la compasión
florecerían si se les diera una oportunidad.
Dónde podemos escondernos de las mentiras:
el himno enfermo de este siglo,
palabras trastocadas
en miedo, furia, avaricia
y transmutadas en actos
porque seguir hasta el final siempre es mejor
que faltar a una promesa
y, ya se sabe,
tenemos que terminar lo que empezamos.Yo quiero lo que tiene mi vecino:
el tablero de Monopolio viviente,
empujar piezas de casillero en casillero
- mis piezas, mis casilleros -
Ferrocarriles y Servicios, Rentas e Impuesto al lujo,
Hoteles, Calles, Cárcel - Preso
o De visita...
El juego de las ideas:
inconcebible hasta que juegan todos,
la imaginación desquiciada.
Si es un pueblo contra los suyos
lo llamamos Genocidio.
Si somos nosotros contra otros,
Estados Unidos Primero
y si un padre, maestro o cura
toma lo que no es suyo
repetimos
Nuestro secretito.Secretos que se multiplican como plaga
porque los chicos serán chicos
y los hombres serán hombres.
Contagio abominable propagado por manos ensangrentadas
que crecen de las mangas
de trajes monocromáticos con corbata rojo punzó,
dashikis africanas,
thwabs árabes,
trajes Sun Yat-sen y Mao
o guayaberas tropicales:
para cumplir órdenes tan siniestras
hay que vestir con propiedad.
Y los hombres también sufren y mueren,
no todos pueden vivir
con sus privilegios.
Cuando lastimás a otro
también es tu humanidad
la que se pierde
entre terminaciones nerviosas golpeadas
y el pinchazo del alambre de púas.
Si estás en Idaho, con el ojo y la mano
en una pantalla
que apunta al otro lado del mundo,
decimos que es más fácil
escapar del TEPT,
más limpio y más efectivo,
pero no para los que vinieron
a celebrar la boda
o se atrevieron a ir a la escuela.
Cuando cometen el error
de interponerse en el camino
le decimos Daño Colateral:
resulta que estaban justo
en el lugar y el momento equivocados.
Cuando no hay testigos
mentimos:
tantos cabecillas enemigos
derribados de un solo golpe.
Siempre listos para culpar a la víctima
y no a nosotros,
al chico negro que
algo habrá hecho,
a la chica de la pollera demasiado corta
o a la mujer que volvió loco al marido.
No me hagas que te pegue,dijo él
y te guardás la vergüenza
hasta que te quema la palma de la mano
levantada contra tu propio hijo
o vecino o enemigo:
el rastro interminable de la lágrima de la atrocidad.
Anunciamos que le dimos fin a la guerra,
que salvamos a decenas de miles
cuando esos que llamábamos otros
nos parecían bastante distintos,
no hacía falta reconocer las vidas,
solamente los números:
pájaros blancos diminutos ascendieron en la bola de fuego
y a Little Boy la dejamos atrás.
Una bomba para acabar con todas las bombas
o una guerra para acabar con todas las guerras,
pero las guerras siempre traen guerras nuevas,
hasta que podamos hacer una bomba mejor
tan precisa y poderosa
como para poner en la mira su objetivo instantáneo
y llevarle la muerte
sobre nuestras alas de virtud.
Esgrimimos Seguridad Nacional
frente a los campos de internamiento
o los muros fronterizos,
a los chicos arrancados de madres
que hubieran preferido perderlos
en esta tierra de oportunidades
antes que llevárselos de vuelta por el camino que vinieron:
muerte segura en la santidad
de un hogar bajo amenaza.
Si son millones les decimos Holocausto,
si fue en una celda de la cárcel
no lo llamamos Tortura
sino Interrogatorio Mejorado:
cinta brillante o línea extra de puntos
cosida para callar la boca.
Si los sacamos de la casa o de la calle
y nunca se los vuelve a ver,
le decimos Desaparición,
fenómeno singular
que hace imposible el cierre,
un castigo que se prolonga hasta que
la muerte nos separe.
Atrocidad de la ausencia, la presencia,
el lenguaje y la intención,
lo que fue quitado o impuesto
coagulándose
en el filo terrible del machete.
Palestina
Ruanda
Sarajevo
el Delta del Mississippi
y el sur de Chicago
las piedras antiguas de Siria
y los edificios modernos
donde una familia de siete
ahora es una familia de cuatro
o de uno
o de ninguno.
Y el hijo se abraza a la pierna de la madre,
con los ojos dilatados de preguntas
que no tienen respuesta.
El niño es más porque es menos,
cuerpo pálido bañado en una playa:
tema central del noticiero de la noche.
Por un segundo la foto pide compasión,
enfundado en un chaleco naranja
o prendido de la espalda de su padre,
lanzado a una fosa común
o envuelto en un poco de tela
ocupando una caja demasiado chica para la muerte.
Pero la muerte devora carne tierna
seca las lágrimas
que no entendemos
porque caen
en el idioma de otro,
poniéndonos en automático
mientras nos cambia las moléculas.
Oh, nosotros, los Elegidos que podemos salvar
a tantos bebés nonatos
o Almas de Cristo
o Indios de Madera
o Esclavos Felices,
familias tradicionales
ahogadas de dolor tradicional.
Adolescentes que creían que eran gays
hasta que los cogimos
como les hacía falta que se los cogieran
o los obligamos
a hacer terapia de conversión.
A ella que nació él o reclamó el ellos
del arco de la identidad:
todavía la arrastra el camión del
rednecko la golpean y la abandonan para que se muera
en un cerco de Wyoming.
Atrocidad, atrocidad: una en uno
o una en un millón:
el legado de las novias jóvenes
a las que enterraron vivas
con sus esposos muertos
o Hipatia descuartizada miembro por miembro
en la puerta de su biblioteca.
La mujer agradecida de someterse
a su hombre
su dios
su lugar bajo el sol
pero el sol no brilla
sobre la atrocidad,
no va a volver a brillar
hasta que nos acordemos de
cómo resistir el peso
de esta historia falsa
metida a la fuerza en las bocas con hambre:
la atrocidad como actos de heroismo,
mentiras que oscurecen la verdad.
Buena Guerra, el oxímoron
que atonta y mata
de los dos lados del altar,
de los dos lados del océano,
de todos los lados del futuro.
Únicamente la respiración profunda de la memoria
puede transformar nuestra vergüenza en poder:
profunda como una herida antigua,
suave como el abrazo
que no excluye a ninguno.
Bienvenidos a
Nuestra Última Oportunidad.
MARGARET RANDALL
(
https://www.airesdelibertad.com/t45775-margaret-randall-1936 )
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