Después de separarnos, al final de la calzada, regresé muy despacio a la casa,
mordiendo una ramita de pasto y pateando todos los guijarros blancos del camino.
El sol ya se había puesto y en el cielo sin color ya se veían las primeras estrellas.
Tenía flojera de llegar a casa: la cena de manera invariable, la larga velada
vacía, un libro, el bordado y, finalmente, la cama, el sueño. Me encaminé por el
atajo más largo. El pasto crecido estaba velludo y cuando el viento soplaba
fuerte, me acariciaba las piernas.
Pero yo estaba inquieta.
Él era moreno y triste. Y siempre se vestía de oscuro. Oh, sin duda a mí me
gustaba. Yo, muy blanca y alegre, a su lado. Yo, con una ropa florida, cortando
rosas, y él de oscuro, no, de blanco, leyendo un libro. Sí, nosotros hacíamos una
bonita pareja. Me hallé fútil, así, imaginando cuadros. Pero me justifiqué:
necesitamos agradar a la naturaleza, adornarla. Pues si yo jamás hubiese plantado
un jazmín junto a los girasoles, cómo osaría… Bien, bien, lo que necesitaba era
resolver «mi caso».
Durante dos días pensé sin cesar. Quería encontrar una fórmula que lo atrajera
hacia mí. Quería hallar la fórmula que pudiera salvarlo. Sí, salvarlo. Y esa idea
me era agradable porque justificaría los medios que empleara para sujetarlo.
Todo, no obstante, me parecía estéril. Él era un hombre difícil, distante y, lo peor,
hablaba francamente de sus puntos débiles: ¿por dónde atacarlo entonces, si él se
conocía?
El nacimiento de una idea es precedido por una larga gestación, por un
proceso inconsciente para el que la gesta. De esta manera explico mi falta de
apetito en la magnífica cena, mi insomnio agitado en una cama con frescas
sábanas, después de un día atareado. A las dos de la madrugada nació, finalmente,
la idea.
Me senté alborozada en la cama; pensé: llegó demasiado aprisa para ser
buena; no te entusiasmes; acuéstate, cierra los ojos y espera que venga la
serenidad. No obstante, me levanté y, descalza para no despertar a Mira, me puse
a caminar por la habitación, como un hombre de negocios a la espera del
resultado en la Bolsa. Sin embargo, cada vez más me parecía que había hallado la
solución.
En efecto, hombres como W… se pasan la vida en busca de la verdad, entran
por los laberintos más estrechos, siegan y destruyen la mitad del mundo bajo el
pretexto de que cortan los errores, pero cuando la verdad surge delante de sus
ojos es siempre de manera imprevista. Tal vez porque le hayan tomado amor a la
búsqueda, por sí misma, y lleguen a ser como el avaro que acumula y acumula
únicamente, olvidándose de la primitiva finalidad por la cual empezó a acumular.
El hecho es que con W… yo sólo lograría cualquier cosa, poniéndome en estado
de shock.
Y he ahí cómo. Le diría (con el vestido azul que me hacía ver más rubia), la
voz suave y firme, fijándolo a los ojos:
—He pensado mucho respecto a nosotros y decidí que sólo nos queda…
No, simplemente.
—¿Nos vamos a casar?
No, no. Nada de preguntas.
—W…, nos vamos a casar.
cont
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