Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Vie 01 Mar 2024, 20:15

    ***

    «Quiere decir que estoy perdida», piensa Flora.
    Oye al principio unos golpecitos sordos, rítmicos, singulares y
    misteriosos, procedentes de la tarima de la orquesta. En efervescencia
    creciente, como animalitos burbujeando en un medio desconocido, se va
    acentuando el ritmo. Y, de pronto, del último negro de la segunda fila, se
    eleva un grito salvaje, prolongado, hasta morir en una queja dulce. El
    mulato de la primera fila se retuerce en un giro, su instrumento apunta al
    aire y responde con un «bu-bu» ronco e infantil. Los golpecitos parecen
    hombres y mujeres balanceándose en un ejido en África. De repente
    silencio. El piano canta tres notas sueltas y serias. Silencio.
    La orquesta, con movimientos suaves, casi inmóvil, inclinada, desliza
    un «fox-blue» pianisimo, insinuante como una fuga.
    Algunas parejas salieron abrazadas.
    Llevo aquí tanto tiempo, ¡tanto tiempo!, piensa Flora y siente que debe
    llorar. Quiere decir que estoy perdida. Se aprieta la frente con las manos.
    ¿Qué va a pasar ahora? Al camarero le da pena y viene a decirle que puede
    esperar lo que haga falta. Gracias. Se mira en el espejo. Pero ¿ella es esa que
    está ahí? ¿Es esa, con cara de conejo asustado, que está pensando y
    esperando? (¿De quién es esa boquita? ¿De quién son esos ojitos? Tuyos,
    no me fastidies). Si no intento salvarme me ahogaré. Pues si Cristiano no
    viene, ¿quién dirá a toda esta gente que existo? Y si yo, de repente, llamara
    al camarero, le pidiese papel y tinta y dijera: ¡Señores, voy a escribir una
    poesía! ¡Cristiano querido! Te juro que Nenê y yo somos tuyas.
    Miren: Debussy era un músico-poeta, pero tan poeta que uno solo de
    los títulos de sus suites hacen que te eches en el césped del jardín, con los
    brazos debajo de la cabeza, a soñar. Miren: campanas entre hojas.
    Perfumes nocturnos… Miren… gritó una mujer delgada en la mesa vecina,
    golpeando con el dorso de la mano en la mesa, como si dijese: «Te lo
    garantizo, ahora es de noche. No discutas».
    —Tonterías, Margarita —replicó uno de los hombres fríamente—,
    tonterías. Mira que músico-poeta… Hay que ver…
    Flora pediría papel y escribiría:
    «Árboles silenciosos
    perdidos en el camino.
    Refugio manso
    de frescura y sombra».
    Cristiano no vendrá. Un hombre se acerca. ¿Qué pasa?
    —¿Eh?
    —Le pregunto si quiere bailar —repite. Guiña sus ojos miopes con un
    aire tonto y curioso.
    —Oh, no… Realmente no puedo… Oh, quizá más tarde… Espero a un
    amigo.
    Él aún parado. ¿Qué hacer con aquel pelmazo? Dios mío, mis ojos.
    —Yo no…
    Página 73
    —Por favor, señorita, ya la he entendido —dice el hombre ofendido.








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    Mensaje por Maria Lua Sáb 02 Mar 2024, 17:03

    ***

    Y se aleja. ¿Qué ha pasado después de todo? No sé, no sé. Si no bajo la
    cara se ven mis ojos. Árboles silenciosos perdidos en el camino. Oh,
    seguro que no lloro por el hombre miope. Tampoco por Cristiano que no
    vendrá nunca más. Es por esa mujer dulce, es porque Nenê es linda, linda,
    es porque esas flores tienen un perfume lejano. Refugio manso de frescura
    y sombra. «Señores, precisamente ahora que tengo tanto que decir no sé
    expresarme. Soy una mujer grave y seria, señores. Tengo una hija, señores.
    Podría ser un buen poeta. Podría cazar a quien quisiese. Sé jugar a todo,
    señores. Podría levantarme ahora y hacer un discurso contra la humanidad,
    contra la vida. Pedir al Gobierno la creación de un departamento de
    mujeres abandonadas y tristes, que nunca tendrán nada que hacer en el
    mundo. Pedir alguna reforma urgente. Pero no puedo, señores. Y por la
    misma razón nunca habrá reformas. Es que en vez de gritar, de reclamar,
    solo tengo ganas de llorar bajito y de quedarme quieta, callada. Tal vez no
    sea solo por eso. Mi falda es corta y apretada. No me voy a levantar de
    aquí. En compensación, tengo un pañuelo pequeño, de lunares rojos, y
    puedo sonarme sin que ustedes, que ni siquiera saben que existo, lo vean».
    En la puerta aparece un hombre alto, con periódicos en la mano. Mira
    hacia todas partes buscando a alguien. Ese hombre va exactamente en
    dirección a Flora. Estrecha su mano, se sienta. La mira con los ojos
    brillantes y ella oye confusamente palabras sueltas. «Cariño, pobrecita… el
    tren… Nenê… querida…».
    —Tonterías, Margarita, tonterías —dice el hombre en la mesa vecina.
    —¿Quieres algo? —pregunta Cristiano—. ¿Un refresco?
    —Oh, no —despierta Flora. El camarero sonríe.
    Cristiano, completamente feliz, le aprieta levemente la rodilla por
    debajo de la mesa. Y Flora decide que nunca, realmente nunca, perdonará a
    Cristiano la humillación sufrida. ¿Y si no hubiese llegado? Ah, entonces
    toda esa espera tendría disculpa, tendría sentido. Pero ¿así? Nunca, nunca.
    Rebelarse, luchar, eso sí. Es necesario que aquella Flora desconocida de
    todos aparezca por fin.
    —Flora, te he echado tanto, tanto de menos.
    —Cariño… —dice Flora dulcemente, olvidándose de la falda corta y
    apretada.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Mar 2024, 19:36

    ***

    Cartas a Hermengardo
    [7]


    PRIMERA CARTA


    Querido:

    Imagínate, hoy me he sentido tan feliz que me he puesto a andar por la
    habitación hasta sentir las piernas cansadas y la cabeza algo mareada.
    Imagínate, estaba lloviendo y me acordé de ti. No, no es así como debo
    contarlo.
    Empezaré de otra manera. Como sabes, no puedo quejarme de
    infelicidad, porque, gracias a Dios, no me falta el pan a su tiempo y
    después de todo tengo una cama donde tenderme después de un día en el
    que he cumplido con mi deber. Pues bien, querido, amado, soy tan
    desagradecida que a veces me parece poco tener pan y cama. A veces me
    parece poco incluso el hecho de tener buena salud y las dos piernas que la
    providencia no ha querido quitarme. Ya sé que es una vergüenza y como
    tal la confieso.
    Como te iba diciendo, a veces todo sabe a caucho y en ese momento ya
    no me distrae ni tomar el desayuno en la cama. Todo envejece de repente y
    pido a cada momento. Imagínate, queridísimo, que llego a preguntarme:
    ¿para qué trabajar?, ¿para qué desayunar en la cama?, ¿para qué sentir
    algún placer? Imagínate, alma mía, yo, que debería dar gracias
    continuamente por haber nacido con dos ojos sanos, o incluso por haber
    nacido, ¡imagínate que esta miserable criatura que soy se rebela contra la
    Creación! Puedes creerme, me maldigo en esos momentos. Lo peor es que
    cuando llegan pueden durar poco, pero también pueden durar mucho. Y, a
    veces, después de varios días de pecado, despierto como si hubiese perdido
    la memoria. A veces es el sol lo que veo por primera vez, otras es el aire, y
    descubro lo bueno que es respirar. Naturalmente no se lo cuento a nadie
    porque las otras criaturas son mejores que yo y no dudan de la alegría de
    Dios.
    Página 75
    ¿Ves, queridísimo? Tengo hasta miedo de mí misma en algunos
    momentos Qué osadía la mía escribir esa frase, dudar de la alegría de Dios.
    ¿Hasta dónde voy a llegar, eso es lo que me pregunto? ¿Hasta dónde?
    Pues bien, cuando estaba lloviendo, hoy mismo, profané la Creación
    con un corazón tan torturado y un alma en la que había tanta rabia que la
    bondad de las criaturas no podía entrar. He llevado mi cara a la calle, en
    parihuelas, mostrándola a todos: llorad por mí, llorad por mí. Y cada vez
    que alguien sonreía, yo gritaba: muer-te-muer-te-muer-te. Confieso,
    contrita y arrepentida, que me alegraba cuando la cosa salía bien.
    Pero hoy he preferido volver pronto a casa y en mi habitación, como
    siempre, no había nadie, y estaba sola con mis treinta y dos años escasos y
    me puse a llorar, de pena de mí misma. Lo he intentado todo, te lo
    aseguro, para mejorar. He repetido, he repetido: ¡que la maldición caiga
    sobre mí si no me pongo contenta! Ningún resultado. Lo intenté con
    mejores modales: no eres nada, ¿qué derecho tienes a estar triste? Cero.
    Entonces he visto que era sincera, aunque no comprendiese por qué, en
    una tierra tan feliz, yo lloraba.
    Y lo peor es que he empezado a sentirme orgullosa: ¿es posible que
    otras personas sientan lo que yo siento? Creo que no. ¿Ves, amor mío,
    cómo se puede llegar a un grado de desgracia tal que se llega a amar la
    propia herida? Mira, cuando escucho música me alegro, incluso sin saber
    por qué. Pues bien, yo estaba sufriendo, aunque no supiera por qué…
    (¡Vergüenza, vergüenza! ¡Hablar de «sufrir», cuando hay gente a quien
    Dios castiga con su cólera, quitándole el pan!).
    Querido, mi gatito blanco, entonces me has salvado. Por eso he
    caminado por la habitación loca de alegría, hasta cansarme. Desde mi
    ventana te he visto asomado a la tuya. No me has mirado y parece que
    todavía no me conoces. Te has llevado a la boca el cigarrillo, después lo has
    aplastado con cuidado y lo has tirado… eso fue todo. Solo eso. Pero yo he
    entendido el mensaje.
    Perdona mi egoísmo, he usado tu nombre para no meterme en el
    camino del pecado. He repetido, como una oración, arrodillada junto a la
    cama: José, José, José, José, José. He dicho tantas veces lo mismo que al
    final ya había cambiado tu nombre por otro, que me gusta más:
    Hermengardo, Hermengardo, Hermengardo, Hermengardo… Y después
    he dicho te amo, te amo, te amo… Y mi amor a los hombres me ha
    reconciliado con el mundo y con Dios.
    No puedo ser tan orgullosa como para llegar a pensar que la lluvia ha
    parado porque Dios ha querido bendecir mi redención. Pero siento que
    esta es la verdad, ahí está.
    Y por eso, vida mía, beso tus cabellos y tus manos. Y me siento tan
    agradecida y feliz que incluso es posible que un día te mande todas las
    cartas que te he escrito.
    Por siempre agradecida y humilde,

    IDALINA






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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Mar 2024, 19:39

    ***


    SEGUNDA CARTA


    Hermengardo querido:

    Hoy he leído en una revista un artículo sobre el spleen. Decían lo siguiente:
    que había una mujer que se aburría todo el día, que a veces tenía ganas de
    dejarlo todo e irse, que a veces iba de compras solo para «hacer algo» a
    pesar de tener mil otras cosas importantes en que ocuparse. Pero, José,
    ¡eso es más o menos lo que me pasa! Es decir, ¡incluso en medio de las
    cosas que más me gustan, tengo ganas de dejarlo todo y de irme! Pero no
    veo que el spleen, es decir, esta palabra, se parezca a lo que yo siento. Lo
    que yo siento es lo que yo siento, y se acabó: se mezcla conmigo. ¿Y cómo
    puedo hacer de mí una palabra?
    Es como la música. A veces estoy en la iglesia distraída, rezando. Y de
    repente las campanas empiezan a danzar como si cantasen una boda y mi
    rezo se fortalece, los santos brillan, mi alma rejuvenece y me siento tan
    feliz que ni siquiera entiendo lo que estoy rezando. Pues bien, quise
    explicarle al padre Bernardo todo eso y me pareció que estaba leyendo la
    lista de la compra. Por eso me digo: ¿qué relación hay entre el spleen y lo
    que yo siento?
    Ah, Hermengardo, mi bienamado. Hoy estoy como Dios me quiere.
    Perfectamente consciente de que tengo las dos piernas sanas y dos ojos
    para ver el sol que Él, el Grande, ha creado. Todo lo demás no tiene
    importancia, ¿no es así, querido?, cuando todo lo demás se parece a la lista
    de la compra, precisamente cuando hablamos. Las cosas han sido hechas
    para ser dichas a la luz del día y si no se pueden decir es porque son de
    mala calidad.
    Por lo tanto me quedo con mi alegría de tener pan y tener salud y con
    mi tristeza de tener dolor de cabeza. El resto, cuando llega, yo rezo. Y Él, a
    través de tu dulce nombre, Hermengardo, me salva y me muestra el
    camino por el que una mujer puede andar.
    Recibe así de nuevo un beso fraternal, en la mejilla izquierda, allí donde
    tienes el lunarcito negro.
    Agradecida de que existas, humildemente.


    IDALINA





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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Mar 2024, 19:40

    ***

    TERCERA CARTA

    José:

    Hoy te he echado en falta. Había vuelto de la oficina y necesitaba rezar.
    Porque, mea culpa, insisto en querer la niebla cuando junto a ella se
    extiende gloriosamente el aire límpido. Porque, mea culpa, sigo llena de
    cosas que se han hecho para ser dichas a la luz del día.
    Entonces me he arrodillado y he rezado tu nombre.
    Al principio todo iba bien. Pero de repente la radio del vecino ha
    anunciado Los pinos de Roma, de Respighi. He escuchado, atenta. La
    música era como los pinos apuntando al cielo, finos, solitarios y bellos, ah,
    tan bellos… Pero, Hermengardo, los pinos sufrían… ¿Por qué,
    Hermengardo? ¿Por qué? ¿No apuntaban al cielo? ¿No eran como la vida
    pura? ¿Entonces por qué cantaban como una queja y por qué me herían el
    corazón? Y era tan grandioso, tan terrible…
    Todo se ha turbado, toda la oración se ha roto en pedazos. Yo quería
    decir Hermengardo y solo conseguía decir José… Yo quería acordarme de
    mis piernas, pero me acordaba de los pinos tan perfectos y tan dolientes…
    He rezado fuertemente, casi gritando. Pero solo conseguía decir José,
    José, como si fuese la lista de la compra.
    Es decir, el mal me ha invadido y ha inundado todos mis claros
    caminos. Ni tú ni su nombre me salvarán ahora. Pero tengo confianza. En
    él y en su comprensión absoluta. El día del Juicio Final cantaré la canción
    de los pinos de Roma ante Dios. Sin palabras, y así le llevaré el secreto
    completo y puro para recibir una explicación. Y él me entenderá tan bien,
    que no usará palabras, cantará otra canción.
    Cada vez más pobre ante Él.

    IDALINA






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    Mensaje por Maria Lua Lun 04 Mar 2024, 19:42

    ***

    CUARTA CARTA

    Mi querido Hermengardo:


    Hoy es domingo y la ciudad está linda. No hay nadie en las calles y todos
    los árboles existen, solos y soberanos. Las inquietudes, los deseos y los
    odios se han rebajado, se han tendido sobre la tierra, cansados de existir. Y
    a la altura de la boca solo encuentro el aire suave y puro de la renuncia
    serena.
    Mi alma, durante toda la semana encogida, siente súbitos deseos de
    desperezarse, de sentirse elástica por unos momentos, para teñirse después
    de una lasitud tan feliz como la que hoy suaviza la naturaleza. Necesito
    pensar unos minutos para poseer después el dulce descanso.
    Por eso hablaré de las pasiones. Y sé que me escucharás porque ya te he
    transmitido la impresión y el deseo del domingo. Y porque te digo que
    hablaré con la ropa humilde de un pastor. Y esto me hace pequeña y eso
    me concilia contigo.
    Yo quería decirte que tener pasiones no es vivir de una bella manera
    sino sufrir inútilmente. Que el alma ha sido hecha para ser guiada por la
    razón y que nadie podrá ser feliz si está a merced de sus instintos. Porque
    somos animales, pero animales perturbados por el hombre. Y si aquellos
    perdonan a este, este es orgulloso y exigente y nunca perdona los excesos
    de aquellos.
    Te hablo de las pasiones por su cualidad y por sus efectos.
    Por su cualidad porque, mientras el cuerpo es activo, el alma es de
    naturaleza contemplativa y, sin saber nada, medita para sacar conclusiones.
    Y esta es su función. Y por sus efectos porque el arco se siente vacío
    después de haber disparado la flecha.
    Te digo que hay una alegría en renunciar al dolor de las pasiones.
    Porque desearlas es desear el dolor y no el gozo y los nobles sienten en sí
    la necesidad de auscultar su capacidad de arder. Y te digo que no vale la
    pena arder, vale más reposar. Vale más encontrar la comprensión de sí
    mismo y de la vida a través de la razón, que nos distingue de los animales.
    Y si un día te hablé de «pasiones nobles», no las llamé nobles por su
    naturaleza ni por sus consecuencias, sino por piedad de su fuente, el eterno
    Página 79
    vacío del hombre. Porque el hombre perturbado por el orgullo busca la
    pasión como una forma de hallar la humildad. Presiente (y, ay, de los
    ciegos) que después vendrá la humildad y en la humildad está la serenidad
    de la flor que se permite mecerse en la brisa de la vida.
    Está ese héroe, un hombre sin contenido que desea, por su fiebre,
    encontrar la calma. Este no debe ser aplaudido, sino compadecido. Está el
    otro héroe, el que desea solo el alborozo. Y este es un hombre que no
    puede evitar volver. Es un débil. Pero si tú quieres llamarlo noble,
    llámaselo. Porque también hay una gran belleza en los animales. Y, sea
    como sea, todo lo que existe es bello, tanto el error como la verdad. Pero
    esa actitud de hallar la belleza es la actitud de quien mira desde el cielo a la
    tierra y se emociona con las debilidades de sus hijos. Los hombres, sin
    embargo, luchan mucho y desean mucho. No tienen tiempo para buscar el
    conjunto. Ellos quieren la felicidad individual.
    Y por eso te digo: la pasión no es el camino.
    Existe otro, el único.
    Llegamos a un cierto grado de consciencia de nuestra inteligencia y,
    sabiendo que esta es nuestra marca como hombres, descubrimos que
    debemos darle nuestra fuerza para alcanzar la perfección humana. Y con
    eso no quiero decir que debamos ser animales. Nunca renunciaremos a esa
    felicidad. Lo que debemos buscar es que este estado primitivo suba un
    poco y que nuestro orgullo de ser racionales baje un poco hasta que los
    dos seres que existen en nosotros se encuentren, se absorban y formen una
    nueva especie en la naturaleza.
    Y por eso te digo: abandona lo que destruye. La pasión destruye
    porque disocia. La pasión nace en el corazón y al no comprenderlo, la
    situamos en el alma y nos perturbamos.
    Te explico todo esto para que nunca enaltezcas al que va a la guerra con
    el espíritu alegre y al que se mata por amor. Solo perdónalos. Todavía no
    han comprendido que en la vida existe la sonrisa y que la pasión la destruye
    y la transforma en un rictus horrible que ya no es humano.
    Si no puedes liberarte de desear pasiones, lee novelas y aventuras, que
    también para eso existen los escritores.
    Y otra cosa: cuéntale lo que te he dicho a algún joven que no duerma
    por la noche imaginando nuevas aventuras de Don Quijote. Explícale que
    el «después» de la pasión sabe a cigarrillo apagado. Pídele, por mí, que sea
    un hombre y no un héroe, porque la naturaleza no le exige otra cosa sino
    que sea feliz y que encuentre la paz del claro por atajos menos dolorosos.
    Explícale esto y yo podré gozar de este domingo con la humildad
    necesaria.
    Ahora si me preguntas: «¿Cómo sabes estas cosas?», te responderé con
    las palabras de Kipling, tan citadas por mi profesor de Derecho Público:
    «Esto es otra historia».
    Agradecida por haberme escuchado,
    IDALINA







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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:03

    ***


    QUINTA CARTA



    Mi querido Hermengardo:


    En verdad te lo digo: felizmente existes. A mí me bastaría solo con la
    existencia de una criatura sobre la tierra para satisfacer mi deseo de gloria,
    que no es más que un profundo deseo de cercanía. Porque me engañé
    cuando hace tiempo imaginé que era real mi antiguo deseo de «salvar a la
    humanidad» malgré ella. Ahora solo deseo a alguien, además de a mí
    misma, para que pueda probarme… Y en ese regreso a Idalina comprendí
    que tan bello y tan imposible como aquel otro sueño es el de intentar
    salvarse a sí mismo. Y si es tan imposible, ¿por qué encaminarme entonces
    hacia esa nueva ciudadela que sería ahora una pobre mujer perturbada? No
    lo sé. Tal vez porque es necesario salvar algo. Tal vez por la conciencia
    tardía de que somos la única presencia que no nos dejará hasta la muerte. Y
    por eso nos amamos y nos buscamos a nosotros mismos. Y porque,
    mientras existamos, existirá el mundo y existirá la humanidad. Es así
    como, después de todo, nos unimos a ellos.
    Y todo eso que estoy diciendo es solo un preámbulo para justificar mi
    placer de darte tantos consejos. Porque dar consejos es otra vez hablar de
    uno mismo. Y aquí estoy yo… Pero, después de todo, puedo hablar con la
    conciencia en paz. No conozco nada que dé tantos derechos a un hombre
    como el hecho de vivir.
    Este preámbulo también sirve como disculpa. Es que siento, incluso a
    través de las palabras más dulces, que el milagro de que respires me inspira,
    es mi destino de tirar piedras. Nunca te enfades conmigo por eso. Algunos
    han nacido para tirar piedras. Y, después de todo, ¿por qué está mal lanzar
    piedras, si no es porque alcanzarán cosas tuyas o de los que saben reír y
    adorar y comer?
    Una vez aclarado este punto y ahora que ya se me permite tirar piedras,
    te hablaré de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
    Siéntate. Estira las piernas. Cierra los ojos y los oídos. No te diré nada
    durante cinco minutos para que puedas pensar en la Quinta Sinfonía de
    Beethoven. Intenta, esto sería mejor aún si lo consigues, no pensar en
    palabras, sino crear un estado de sentimiento. Intenta parar todo el
    torbellino y dejar un hueco para la Quinta Sinfonía. Es tan bella.
    Solo así la tendrás, a través del silencio. ¿Comprendes? Si la ejecuto
    para ti se desvanecerá, nota tras nota. Apenas tocada la primera dejará de
    existir. Y después de la segunda, ya no habrá eco de ese segundo. Y el
    comienzo será el preludio del fin, como en todas las cosas. Si la ejecuto
    oirás música y solo eso. Pero hay un medio de detenerla, parada y eterna,
    cada nota como una estatua dentro de ti mismo.
    No la ejecutes, es lo que debes hacer. No la escuches y la poseerás. No
    ames y tendrás dentro de ti el amor. No fumes tu cigarrillo y tendrás un
    cigarrillo encendido en tu interior. No escuches la Quinta Sinfonía de
    Beethoven y para ti nunca terminará.
    Así es como me redimo de lanzar piedras, normalmente… Así te
    enseñé a no matar. Erige dentro de ti el monumento al Deseo Insatisfecho.
    Y así las cosas nunca morirán antes de que tú mismo mueras. Porque, te
    digo, todavía más triste que lanzar piedras es arrastrar cadáveres.
    Y si no puedes seguir mi consejo, porque más ávida que todo es
    siempre la vida, si no puedes seguir mis consejos y todos los programas
    que inventamos para mejorarnos, chupa caramelos de menta. Son tan
    frescos.
    Tuya


    IDALINA







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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:05

    ***

    Gertrudis pide un consejo



    Se sentó de manera que su propio peso «planchara» la falda arrugada. Se
    arregló el pelo, la blusa. Ahora, era solo esperar.
    Afuera, todo estaba muy bien. Podía ver los tejados de las casas, las
    flores rojas en una ventana, el sol amarillo desparramado sobre todas las
    cosas. No había hora mejor que las dos de la tarde.
    No quería esperar porque le entraría miedo. Y así no daría a la doctora
    la impresión que deseaba causar. No pensar en la entrevista, no pensar.
    Inventaría rápidamente una historia, contaría hasta mil, se acordaría de
    cosas buenas. Lo peor es que solo recordaba la carta que había mandado.
    «Muy señora mía, tengo diecisiete años y quería…». Idiota, absolutamente
    idiota. «Estoy cansada de andar de un lado para otro. A veces no logro
    dormir, incluso porque mis hermanas duermen en la misma habitación y
    son muy inquietas. Pero no logro dormir porque me quedo pensando en
    cosas. Ya decidí suicidarme, pero no quiero ya. ¿Usted no me podría
    ayudar?, Gertrudis».
    ¿Y las otras cartas? «No me gusta nada, soy como los poetas…». ¡Oh,
    no pensar! ¡Qué vergüenza! Hasta que la doctora acabó por escribirle,
    llamándola a su consultorio. Pero, finalmente, ¿qué le iría a decir? Todo
    tan vago. Y la doctora se reiría… No, no, la doctora, encargada de menores
    abandonados, que escribía consejos en las revistas, tenía que entender,
    incluso sin que ella hablara.
    ¡Hoy iba a suceder algo! No pensar 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… De nada servía.
    Había una vez un chico ciego que… ¿Ciego por qué? No, él no era ciego.
    Hasta la vista la tenía muy bien. Ahora sabía por qué Dios, pudiendo
    tanto, inventaba personas lisiadas, ciegas, malas. Solo por distracción.
    ¿Mientras esperaba? No, Dios nunca necesita esperar. ¿Qué es lo que hace
    entonces? Está ahí, aunque todavía creyera en Él (yo no creía en Dios, me
    bañaba justo después del almuerzo, no usaba el uniforme del colegio y
    había decidido fumar), aunque todavía creyera en fantasmas, no podría
    hallar gracia en la eternidad. Si fuera Dios, hasta ya habría olvidado cómo
    empezó el mundo. Hace ya tanto tiempo y con los siglos por delante… La
    eternidad no comienza, no termina. Sentía un pequeño vértigo, cuando
    Página 83
    procuraba imaginarla, y Dios, siempre en todas partes, invisible, sin forma
    definida. Se rio, acordándose de cuando absorbía ávidamente las historias
    que le contaban. Se había vuelto muy libre… Pero eso no significaba estar
    contenta. Y era exactamente lo que la doctora iba a explicar.






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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:05

    ***

    De hecho, en los últimos tiempos, Tuda no lo estaba pasando nada
    bien. Ya sentía una inquietud sin nombre, ya una calma exagerada y
    repentina. Frecuentemente le daban ganas de llorar, que en general se
    reducían a las ganas únicamente, como si la crisis se completara en el
    deseo. Unos días, llena de tedio, irritada y triste. Otros, lánguida como una
    gata, embriagándose con los menores acontecimientos. Una hoja que caía,
    un grito de niño, y pensaba: un momento más y no soportaré tanta
    felicidad. Y realmente no la soportaba, aunque no supiera propiamente en
    qué consistía esa felicidad. Caía en un llanto sofocado, desahogándose, con
    la impresión confusa de que se entregaba a no sé quién y no sé de qué
    forma.
    A las lágrimas seguía, acompañando los ojos hinchados, un estado de
    suave convalecencia, de aquiescencia en todo. Sorprendía a todos con su
    dulzura y transparencia y, aún más, lograba una levedad de pajarillo. Daba
    limosnas a todos los pobres, con la gracia de quien arroja flores.
    En otras ocasiones, se llenaba de fuerzas. Su mirada se volvía dura
    como acero, áspera como espinas. Sentía que «podía». Había sido hecha
    para «liberar».
    «Liberar» era una palabra inmensa, llena de misterios y de dolores.
    ¿Cómo había sido amena hace días, cuando se destinaba a otro papel?
    ¿Qué otro? Todo era confuso y solo se expresaba bien con la palabra
    «libertad» y en los pasos pesados y firmes, en el rostro pesado que
    adoptaba. En la noche no dormía hasta que los gallos lejanos empezaban a
    cantar. Propiamente, no pensaba. Soñaba despierta. Imaginaba un futuro
    en que, audaz y fría, conduciría a una multitud de hombres y mujeres,
    llenos de fe casi adorándola. Después, a la mitad de la noche, se deslizaba
    hacia una media inconsciencia, donde todo era bueno, la multitud ya
    conducida, una ausencia a las clases, un cuarto solamente suyo, muchos
    hombres amándola. Despertaba con amargura, notando con una alegría
    reprimida que no se interesaba por el pastel que las hermanas devoraban
    animalmente, con irritante despreocupación.





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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:07

    ***


    Vivía entonces sus días gloriosos. Y llegaban al auge con algún
    pensamiento que la exaltaba y la sumergía en un misticismo ardiente:
    «¡Entraría en un convento! ¡Salvaría a los pobres, sería enfermera!». Se
    imaginaba vistiendo ya el hábito negro, el rostro pálido, los ojos piadosos y
    humildes. Las manos, esas manos implacablemente enrojecidas y anchas,
    emergiendo, blancas y finas, de las mangas largas. O entonces, con el
    tocado albo, ojeras cavadas por las noches no dormidas, entregando al
    médico, silenciosa y rápidamente, los instrumentos de la operación. Él la
    miraría con admiración, incluso simpatía, ¿y quién sabe? Hasta con amor.
    Pero imposible que fuera grande en un ambiente como el suyo. La
    interrumpían con las observaciones más triviales: «¿Tuda, ya te has
    bañado?». O, si no, la mirada de las personas en casa. Un mirar simple,
    distraído, completamente ajeno al noble fuego que ardía dentro de ella.
    ¿Quién podría resistir, pensaba avergonzada, junto a tanta vulgaridad?
    Y, además, ¿por qué no «sucedían cosas»? Tragedias, bellas tragedias…
    Hasta que descubrió a la doctora. Y, antes de conocerla, ya le
    pertenecía. De noche, mantenía largas conversaciones imaginarias con la
    desconocida. De día, le escribía cartas. Hasta que fue llamada: ¡al fin veían
    que ella era alguien, una incomprendida, una persona extraordinaria!
    Hasta el día señalado para la entrevista, Tuda no se incomodó. Vivió en
    una atmósfera de fiebre y de ansiedad. Una aventura. ¿Comprenden bien?
    Una aventura.
    No tardaría en entrar al consultorio. Va a ser así: ella es alta, tiene el
    pelo corto, ojos vivos, un busto grande. Un poquito gorda. Pero al mismo
    tiempo parecida a Diana Cazadora, la de la sala.
    Ella sonríe. Yo permanezco seria.
    —Buenas tardes.
    —Buenas tardes, hija (¿no sería mejor: Buenas tardes, hermana? No,
    no se usa).
    —Vine aquí por exceso de audacia, confiando en la bondad y
    comprensión de usted. Tengo diecisiete años y creo que ya puedo empezar
    a vivir.
    Dudaba que tuviera tanto valor. Y, en realidad, ¿qué tenía que ver la
    doctora, viéndolo bien, con ella? Pero no. Sucedería algo. Le daría trabajo,
    por ejemplo. Podría mandarla a viajar para recoger datos sobre… sobre la
    mortalidad infantil, supongamos, o sobre los salarios de los hombres del
    campo. O podría decir:
    —Gertrudis, tú tendrás un papel mucho más grande en la vida. Tú
    harás…
    ¿Qué? Al final, ¿qué es grande? Todo acaba… No sé, la doctora va a
    hablar.







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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:08

    ***

    De repente… el muchachito se rascó la oreja y dijo, con el tono viejo
    que las personas se obstinaban en dar atención a los hechos excitantes y
    nuevos:
    —Puede entrar…
    Tuda atravesó la sala, sin respirar. Y se encontró delante de la doctora.
    Estaba sentada junto a la mesa, rodeada de libros y de papeles. Una
    extraña, seria, con una vida propia, que Tuda no conocía.
    Fingió acomodar la mesa.
    —¿Así que…? —dijo después—. Una chica llamada Gertrudis… —Se
    rio—. ¿Por qué se te ocurrió venir a verme, buscas trabajo? —empezó; con
    el tacto que le había valido el lugar de consejera de la revista.
    Menuda, de cabellos negros recogidos en dos caireles sobre la nuca. El
    carmín pintado que sobrepasaba un poco la línea de los labios en una
    tentativa de sensualidad. El rostro calmado, las manos inquietas. Tuda tuvo
    ganas de huir.
    Hace muchos años había salido de casa.
    La doctora hablaba y hablaba —la voz ligeramente ronca, la mirada
    vaga—, sobre diversos asuntos. Las últimas películas, las jóvenes
    modernas, sin orientación, malas lecturas, no sé, muchas cosas. Tuda
    también hablaba. Había dejado de palpitar, la sala y la doctora adoptaban
    poco a poco una disposición más comprensible. Tuda le contó algunos
    secretos sin importancia. A su mamá, por ejemplo, no le gustaba que
    saliera de noche, alegando el sereno. Necesitaba operarse de la garganta y
    vivía siempre resfriada. Pero el papá decía que hay males que llegan para
    bien y que las amígdalas eran una defensa del organismo. Y también, lo que
    la naturaleza había creado tenía su función.
    La doctora jugueteaba con el lápiz.
    —Bien, ahora ya te conozco más o menos. ¿En tu carta hablaste de un
    sobrenombre? Tudes, Tuda…
    Tuda se ruborizó. Entonces la extraña le habló de las cartas. No podía
    oír bien porque quedó atarantada y sentía que el corazón latía exactamente
    en los oídos. «Edad difícil… Todos lo son… Cuando menos se espera…».
    —Esa inquietud, todo lo que sientes es más o menos normal, se te va a
    pasar. Tú eres inteligente y vas a comprender lo que te voy a explicar. La
    pubertad acarrea desórdenes y…


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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:08

    ***

    No, doctora, qué humillación. Ella ya era demasiado grande para esas
    cosas, lo que sentía era más bonito e incluso…
    —Esto se te va a pasar. Tú no necesitas trabajar ni hacer nada
    extraordinario. Si quieres —iba a usar el viejo «truco» y se sonrió—, si
    quieres consíguete un novio. Entonces…
    Ella era igual a Amelia, a Lidia, a todo el mundo, ¡a todo el mundo!
    La doctora aún hablaba. Tuda seguía muda, obstinadamente muda. Una
    nube tapó el sol y el consultorio quedó de repente sombrío y húmedo. En
    un instante volvió a brillar y a moverse la franja de polvillo.
    La consejera se impacientó ligeramente. Estaba cansada. Había
    trabajado tanto…
    —¿Así que…? ¿Alguna otra cosa? Habla, habla sin miedo…
    Tuda pensaba confusamente: vine a preguntarle qué voy a hacer de mí.
    Pero no sabía resumir su estado con esa pregunta. Además, temía cometer
    una excentricidad y aún no se acostumbraba a ser ella misma.
    La doctora había inclinado la cabeza hacia un lado y dibujaba pequeños
    trazos simétricos en una hoja de papel. Después encerraba los trazos en un
    círculo un poco tortuoso. Como siempre, no lograba mantener la misma
    actitud por mucho tiempo. Empezaba a flaquear y a dejarse invadir por los
    propios pensamientos. Lo notó, se irritó y transmitió la irritación a Tuda:
    «Tanta gente muriendo, tantos “niños sin hogar”, tantos problemas
    irresolubles (sus problemas) y esa muchacha, con familia, buena vida
    burguesa, dándose importancia». Vagamente observó que eso contrariaba
    su tesis individualista: «Cada persona es un mundo, cada persona tiene su
    propia clave y la de los demás nada resuelve; solo se mira hacia el mundo
    ajeno por distracción, por interés, por cualquier otro sentimiento que
    sobrenada y que no es vital; el “mal de muchos” es un consuelo, pero no es
    solución». Justamente porque observó que se contradecía y porque se le
    ocurrió la frase del colega sobre la inconsistencia de las mujeres y porque la
    consideró injusta, se impacientó aún más, queriendo, con rabia de sí
    misma, como para castigarse, profundizar en la contradicción. Un minuto
    más y le diría a la chica: ¿por qué no visitas el cementerio? No obstante,
    vagamente notó las uñas sucias de Tuda y reflexionó: es muy inquieta
    todavía como para obtener lecciones del cementerio. Y además se acordaba
    de su propia época de uñas sucias e imaginó qué desprecio no sentiría por
    alguien que le hablara entonces del cementerio como de una realidad.






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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:09

    ***

    De repente, Tuda sintió que ella no le gustaba a la doctora. Y, así, junto
    a esa mujer que nada tenía que ver con todas las cosas familiares, en esa sala
    que nunca había visto y que repentinamente era «un lugar», pensó que
    estaba soñando. ¿Qué había venido a hacer ahí? Se preguntó asustada.
    Todo perdía la realidad en relación con su madre, su casa, su último
    almuerzo, tan pacífico —y no solo la confesión como el inexplicable
    motivo que la había conducido a la doctora—, le habían parecido una
    mentira, una monstruosa mentira, que ella había inventado gratuitamente,
    solo para divertirse… La prueba es que a ella nadie la utilizaba, como una
    cosa que existe. Decían: «… el vestido de Tuda, las clases de Tuda, las
    amígdalas de Tuda…», pero no decían: «… la infelicidad de Tuda…».
    ¡Había caminado tan deprisa con esa mentira! Ahora estaba perdida, no
    podía volver hacia atrás. Había robado un dulce y no quería comérselo…
    Pero la doctora la obligaría a masticarlo, a engullirlo, como castigo… Ah,
    escabullirse del consultorio y andar sola nuevamente, sin la comprensión
    inútil y humillante de la doctora.
    —Mira, Tuda, lo que me agradaría decirte es que tú un día tendrás lo
    que buscas ahora de una manera tan confusa. Es una especie de calma que
    viene del conocimiento de sí misma y de los demás. Pero no se puede
    apresurar la llegada de ese estado. Hay cosas que solo se aprenden cuando
    nadie las enseña. Y con la vida es así. Incluso hay más belleza en
    descubrirla sola, pese al sufrimiento. —La doctora sintió un repentino
    cansancio, tenía la impresión de que la arruga número 3, de la nariz a los
    labios, se había ahondado. Esa chica le hacía mal y ella quería estar sola de
    nuevo—. Mira, tengo la certeza de que tú también serás muy feliz. Los
    sensibles son más felices e infelices, simultáneamente, que los demás. Pero
    ¡dale tiempo al tiempo! —Cómo era vulgar con facilidad, reflexionó sin
    amargura—. Ve viviendo…






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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:10

    ***

    Sonrió. Y de repente, Tuda sintió ese rostro entrando bien en su alma.
    No era de la boca ni de los ojos de donde venía ese soplo…, soplo divino.
    Era como una sombra terriblemente simpática, que vacilaba sobre la
    doctora. Y, en ese mismo instante, Tuda supo que no era mentira, ¡ah, no!
    Una alegría, unas ganas de llorar. Ah, se arrodillaría delante de la doctora,
    escondería el rostro en su regazo, gritaría: ¡es eso lo que tengo, es eso!
    ¡Solo lágrimas!
    La doctora ya no sonreía. Pensaba. Mirándola, así de perfil, Tuda ya no
    la entendía. De nuevo era una extraña. Buscó deprisa, a la otra, a la divina.
    —¿Por qué usted dijo: «Lo que me agradaría decirte…»? ¿Entonces no
    es verdad?
    La joven era más perspicaz de lo que había pensado. No, no era verdad.
    La doctora sabía que se puede pasar la vida entera buscando cualquier cosa
    por detrás de la neblina, sabía también de la perplejidad que trae el
    conocimiento de sí misma y de los demás. Sabía que la belleza de descubrir
    la vida es pequeña para quien busca principalmente la belleza en las cosas.
    Sí, sabía mucho. Pero estaba cansada del duelo. El consultorio nuevamente
    vacío. Se sumergiría en el diván, cerraría las ventanas: la reposada
    oscuridad. Pues si ese era su refugio, tan solo de ella, donde hasta este, con
    su irritante y calma aceptación de felicidad, ¡era un intruso!
    Se miraron, y Tuda, decepcionada, sintió que estaba en posición
    superior a la de la doctora, era más fuerte que ella




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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 22 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:12

    ***

    La consejera no había notado que ya se había denunciado con los ojos y
    enmendó, pensativa, la voz arrastrada:
    —¿Yo dije eso? Creo que no… (Viendo bien, ¿qué desea esta
    chamaca? ¿Quién soy yo para dar consejos? ¿Por qué ella no llamó por
    teléfono? No, mejor que no llame, estoy cansada. ¡Sí, que me dejen, sobre
    todo esto!).
    Nuevamente todo fluctuaba en el consultorio. No había más que decir.
    Tuda se levantó con los ojos húmedos.
    —Espera. —La doctora parecía que meditaba un instante—. Mira,
    vamos a hacer un convenio: Tú sigue estudiando sin preocuparte mucho
    por ti. Y cuando cumplas… digamos… veinte años, sí, veinte años, tú
    regresas aquí. —… Se animó sinceramente: simpatizaba con la chica, habría
    que darle tal vez un trabajo que la ocupara y la distrajera, mientras no
    pasara el periodo de desajuste. Era muy viva, hasta inteligente—.
    ¿Aceptas? Vamos, Tuda, sé buena niña y concuerda…
    ¡Sí, de acuerdo, de acuerdo! ¡Todo era posible de nuevo! ¡Ah! Solo que
    no podría hablar, decir cuánto concordaba, cuánto se entregaba a la
    doctora. Porque si hablara, podría llorar, no quería llorar.
    —Pero Tuda —… la sombra divina de su rostro—. Tú no necesitas
    llorar… Vamos, prométeme que serás una mujercita valiente… (Sí, voy a
    ayudarla. Pero ahora el diván, sí, eso, deprisa, me sumergiré en él).
    Tuda enjugó su rostro con las manos.
    En la calle, todo era más fácil, seguro y simple. Había caminado aprisa,
    aprisa. No quería —la desgracia de percibir siempre— acordarse del gesto
    desganado y cansado con el que la doctora le había dado la mano. E incluso
    el ligero suspiro… No, no. ¡Qué locura! Pero poco a poco el pensamiento
    se asentó: había sido una indeseada… Se ruborizó.




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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 22 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:12

    ***

    Entró en una heladería y compró un barquillo.
    Pasaron dos muchachitas con el uniforme del colegio, hablando y
    riendo fuerte. Miraron a Tuda con la animosidad que las personas sienten
    unas con otras y que los jóvenes todavía no disimulan. Tuda estaba sola y
    fue vencida. Pensó, sin relacionar el pensamiento con la mirada de las
    chicas: ¿qué tengo que ver con ellas? ¿Quién ha estado junto a la doctora,
    hablando de cosas misteriosas y profundas? Y si ellas supieran de la
    aventura, no entenderían…
    De repente, le pareció que después de haber vivido lo de esa tarde, no
    podría seguir siendo la misma: simplemente estudiando, yendo al cine,
    paseando con sus amiguitas… Se distanciaría de todos, incluso de la
    antigua Tuda… Algo se había desencadenado en ella, su propia
    personalidad que se había afirmado con la certeza de que en el mundo
    había una correspondiente para ella… Se había sorprendido: se podía
    entonces hablar de… «de eso» como algo palpable, en la insatisfacción que
    ella había escondido con vergüenza y miedo… Ahora… Alguien le había
    removido levemente la niebla misteriosa en la que vivía desde hacía algún
    tiempo y de repente esta se solidificaba, formaba un bloc, existía. Le había
    faltado hasta el momento quién la reconociera para ella misma
    reconocerse… ¡Todo se transformaba! ¿Cómo? No sabía…
    Siguió caminando con los ojos muy abiertos, cada vez más lúcida.
    Pensaba: antes era de esas que simplemente existen, que se mueven, se
    casan, tienen hijos. Y de ahora en adelante uno de los elementos
    constantes de su vida sería Tuda, consciente, vigilante, siempre presente…
    Le parecía que su destino se había modificado. Pero ¿cómo? ¡Oh, no se
    logra pensar con claridad y las palabras conocidas no logran pensar lo que
    se siente! Un poco orgullosa, deslumbrada, medio decepcionada, se
    repetía: voy a llevar otra vida, diferente de la de Amelia, de mamá, de
    papá… Procuraba tener una visión de su nuevo futuro y solo lograba verse
    caminando sola sobre amplias planicies desconocidas, los pasos resolutos,
    los ojos doloridos, caminando, caminando… ¿Hacia dónde?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:13

    ***

    Ya no se apresuraba hacia su casa. Poseía un secreto, el cual las
    personas nunca podrían compartir. Y ella misma, pensó, solo participaría
    de la vida común con algunas partículas de sí misma, algunas tan solo, pero
    no con la nueva Tuda, la Tuda de hoy… ¿Estaría siempre al margen?… —
    las revelaciones se sucedían rápidas, ascendiendo repentinas e iluminándola
    como pequeños rayos—. Aislada…
    De pronto se sintió deprimida, sin apoyo. Se había quedado, de un
    momento a otro, sola… Vaciló, desorientada. ¿Dónde está mamá? No,
    mamá no. ¡Ah, volvería al consultorio, procuraría el soplo divino de la
    doctora, le pediría que no la abandonara, porque tenía miedo, miedo!
    Pero la doctora vivía una vida propia y —otra revelación— nadie salía
    totalmente de sí mismo para ayudar… «tan solo» vuelve a los veinte años…
    No te presto el vestido, no te presto nada, tú vives pidiendo… ¡No era
    posible ser comprendida! «La pubertad acarrea desórdenes…». «Esa niña
    no está nada bien, Juan, te apuesto que las anginas…».
    —Oh, perdón, señorita… ¿La lastimé?
    Casi perdió el equilibrio con el choque. Quedó atarantada un instante.
    —¿Es que no ve? —el hombre tenía dientes blancos, puntiagudos—.
    No hay de qué… No ha sido nada…
    El muchacho se alejó, con una ligera sonrisa en el rostro redondo.









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    Mensaje por Maria Lua Mar 05 Mar 2024, 20:14

    ***

    Abriendo los ojos, Tuda percibió la calle llena de sol. La brisa fuerte le
    dio un escalofrío. Qué sonrisa tan graciosa la del hombre. Lamió lo que
    quedaba del helado y como nadie la observaba se comió el barquillo (los
    hombres con las manos sucias hacen los barquillos, Tuda). Frunció las
    cejas. ¡Diablo! (No digas diablo, Tuda). Diría lo que quisiera, comería
    todos los barquillos del mundo, haría lo que le viniera en gana.
    De repente se acordó: la doctora… No… No. Ni a los veinte años… A
    los veinte años sería una mujer caminando sobre la planicie desconocida…
    ¡Una mujer! El poder oculto de esta palabra. Porque viendo bien, pensó,
    ella… ¡Ella existía! Le acompañó al pensamiento la sensación de que tenía
    un cuerpo suyo, el cuerpo que el hombre había mirado, un alma suya, el
    alma que la doctora había sensibilizado. Apretó los labios con firmeza,
    llena de violencia repentina:
    —¡Yo no necesito a la doctora! ¡No necesito de nadie!
    Siguió caminando, apresurada, palpitante, impetuosa de alegría.





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    Mensaje por Maria Lua Miér 06 Mar 2024, 22:49

    ***


    Dos borrachos más



    Me sorprendí. ¿No abusaba de mi buena voluntad? ¿Por qué mantenía él
    un aire de tan denso misterio? Podía contar sus secretos sin temor a
    cualquier juicio. Mi estado de embriaguez me inclinaba especialmente a la
    benevolencia y, además, viéndolo bien, él no pasaba de ser un extraño
    cualquiera… ¿Por qué no hablaba de su vida con la objetividad con que
    había pedido una jarra de cerveza de barril al camarero?
    Me negaba a concederle el derecho de tener un alma propia, llena de
    prejuicios y de amor a sí mismo. Un derrotado de esos, con la inteligencia
    suficiente para saber que era un derrotado, no debería tener claroscuros,
    como yo, que podía contar mi vida desde la época en que mis abuelos aún
    no se conocían. Yo poseía el derecho de tener pudor y de no revelarme.
    Estaba consciente, sabía que reía, que sufría, había leído obras sobre el
    budismo, harían un epitafio sobre mi tumba cuando muriera. Y me
    emborrachaba no puramente, sino con un objetivo: yo era alguien.
    Pero ese hombre que jamás saldría de su estrecho círculo, ni bastante
    feo, ni bastante guapo, el mentón fugitivo, tan importante como un perro
    trotando: ¿qué pretendía con su arrogante silencio? ¿No lo había
    interrogado varias veces? Él me ofendía. Un instante más y no soportaría
    su insolencia, haciéndole ver que debería agradecer mi aproximación,
    porque de lo contrario yo nunca sabría de su existencia. Sin embargo,
    persistía en su mutismo, sin siquiera emocionarse con la oportunidad de
    vivir.
    Aquella noche yo ya había bebido bastante. Andaba de bar en bar,
    hasta que, excesivamente feliz, temí excederme: me sentía muy bien
    conmigo mismo. Procuré un medio de derramarme un poco, antes de que
    me vertiera completamente.
    Marqué el teléfono y esperé, respirando apenas con impaciencia:
    —¡Bueno, Emma!
    —¡Oh, mi bien, a esta hora!
    Colgué. ¿Era mentira? El tono era verdadero, la energía, la belleza, el
    amor, aquella ansia de dar mi exceso eran verdaderos. Solo era mentira la
    frase imaginada tan sin esfuerzo.









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    Mensaje por Maria Lua Miér 06 Mar 2024, 22:50

    ***



    Sin embargo, no estaba contento todavía. Emma tenía una vaga idea de
    que yo era diferente y adeudaba en esa cuenta todo lo que de extraño yo
    pudiera hacer. De tal modo me aceptaba, que me quedaba solo cuando
    estábamos juntos. Y en aquel momento evitaba precisamente la soledad,
    que sería una bebida demasiado fuerte.
    Caminé por las calles, pensando: escogeré a alguien que nunca haya
    imaginado ser digno de mí.
    Busqué a un hombre o a una mujer. Pero nadie me agradaba
    particularmente. Todos parecían bastarse, girar dentro de sus propios
    pensamientos. Nadie me necesitaba.
    Hasta que lo vi. Igual a todos. Pero tan igual a todos que formaban un
    tipo. Este, decidí, este.
    Y… ¡helo ahí! Embriagado a costa de mi dinero y… silencioso, como si
    nada me debiera…
    Nos movíamos lentamente, las palabras escasas: vagas, sueltas, bajo la
    luz débil del bar que prolongaba los rostros en sombras. Alrededor de
    nosotros, algunas personas jugaban, bebían, conversaban, con un tono más
    fuerte. El letargo debilitaba, sin cintilaciones. Tal vez por eso a él le costara
    tanto hablar. Pero algo me decía que él no estaba tan embriagado y que
    silenciaba simplemente por no reconocer mi superioridad.
    Yo bebía despacio, con los codos sobre la mesa, escrutándolo. En
    cuanto al otro: se había abandonado en la silla, con los pies estirados,
    alcanzando los míos, los brazos aflojados sobre la mesa.
    —¿Entonces? —le dije impaciente.
    Él pareció despertar, miró hacia los lados y se recuperó:
    —Entonces… entonces… nada.
    —¡Pero usted me estaba hablando sobre su hijo!…
    Él me miró un instante. Después sonrió:
    —Ah, sí. Pues es que, él está mal.
    —¿Qué es lo que tiene?
    —Anginas, el farmacéutico dice que anginas.
    —¿Con quién está el niño?
    —Con la mamá.
    —¿Y usted no se queda con ella?
    —¿Pa’ qué?
    —Dios mío… Por lo menos para sufrir juntos… ¿Usted está casado
    con la muchacha?
    —No, no estoy casado, no.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 07 Mar 2024, 20:31

    ***
    —¡Qué desgracia! —dije yo, aunque sin saber en qué consistía esta
    propiamente—. Necesitamos hacer algo. Imagínese si su hijo muere, ella se
    queda solita…
    Él no se emocionaba.
    —Imagínela con los ojos ardientes, junto a la criatura. El niño
    agonizando, muriendo. Muere. Su cabecita está torcida, sus ojos abiertos,
    fijos en la pared, obstinadamente. Todo está en silencio y la muchacha no
    sabe qué hacer. El niño murió y de repente quedó abandonada. Cae sobre
    la cama, llorando, rasgando la ropa: «¡Mi hijo, mi pobre hijo! ¡Es la muerte,
    es la muerte!». Los ratones de la casa se asustan y empiezan a correr por el
    cuarto. Suben por el rostro del niño, todavía caliente, roen su boquita. La
    mujer da un grito y se desmaya, durante dos horas. Los ratones también
    visitan su cuerpo, alegres, rápidos, con los dientitos royendo aquí y allá.
    Estaba tan inmerso en la descripción que me había olvidado del
    hombre. Lo miré de repente y me causó sorpresa su boca abierta, el
    mentón recargado en el pecho, oyendo.
    Sonríe triunfante.
    —Ella se despierta del desmayo y no sabe dónde está. Mira de un lado a
    otro, se levanta y los ratones huyen. Entonces le causa sorpresa el niño
    muerto. Esta vez no llora. Se sienta en una silla, junto a la camita y ahí se
    queda sin pensar, sin moverse. A los vecinos les extraña la falta de noticias,
    le tocan la puerta. Ella atiende a todos con mucha delicadeza y dice: «Él
    está mejor». Los vecinos entran y ven que él ha muerto. Temen que ella
    aún no lo sepa y la preparan para la conmoción, diciendo: «¿Quién sabe si
    sea bueno llamar al farmacéutico?». Ella responde: «¿Pa qué? Pues ya se
    murió». Entonces todos se quedan tristes e intentan llorar. Dicen: «Es
    necesario pensar en el entierro». Ella contesta: «¿Pa qué? Pues ya se
    murió». Dicen: «Vamos a llamar a un padre». Ella responde: «¿Pa qué?
    Pues ya se murió». Los vecinos se asustan y piensan que ella está loca. No
    saben qué hacer. Y como nada tienen que ver con la historia se van a
    dormir. O tal vez ocurra así: que el niño se muera y ella sea como usted,
    hueco de sentimientos, y no le dé mucha importancia. Prácticamente de
    ataraxia, sin saberlo. ¿O usted no sabe lo que es ataraxia?
    Con la cabeza recargada sobre los brazos, él no se movía. Por un
    instante me asusté. ¿Y si estuviera muerto? Lo sacudí con fuerzas y él
    levantó la cabeza, apenas logrando fijar la mirada en mí con los ojos
    soñolientos. Se había dormido. Lo miré enojado.
    —Ah, entonces…



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    Mensaje por Maria Lua Dom 10 Mar 2024, 08:08

    ***


    —¿Qué? —Sacó un palillo del palillero y se lo metió en la boca,
    despacio, completamente borracho.
    Solté una carcajada.
    —¿Usted está loco? ¡Pues si no comió nada!…
    La escena me pareció tan cómica que me desternillé de la risa. Las
    lágrimas afloraron a mis ojos y escurrían por el rostro. Algunas personas se
    volvieron hacia donde yo estaba. Ya no tenía más ganas de reír y, sin
    embargo, seguía. Pensaba ya en otra cosa y, sin embargo, reía sin parar. De
    repente me detuve.
    —¿Usted está bromeando conmigo? ¿Piensa que voy a abandonarlo,
    así, pacíficamente? ¿Dejarlo que siga un camino fácil, después de haberse
    topado conmigo? Ah, nunca. Si fuera necesario, haré confesiones. Le
    contaré tantas cosas… Pero tal vez usted no comprenda: somos diferentes.
    Sufro, en mí los sentimientos están solidificados, diferenciados, ya nacen
    con rótulo, conscientes de sí mismos. En cuanto a usted… Una nebulosa
    de hombre. Tal vez su bisnieto ya logre sufrir más… Eso no importa, no
    obstante: mientras más difícil es la tarea, es más atractiva, como dijo Emma
    antes de nuestro compromiso. Por eso voy a arrojar el anzuelo dentro de
    usted. Tal vez se prenda al germen de su bisnieto que sufre. ¿Quién sabe?
    —Sí —dijo él.
    Me recargué sobre la mesa, buscándolo con furia:
    —Escúcheme, mi amigo, la luna está alta en el cielo. ¿Usted no tiene
    miedo? El desamparo que viene de la naturaleza. Esa luz, piense bien, esa
    luz de la Luna más blanca que el rostro de un muerto, tan distante y
    silenciosa, esa luz asistió a los gritos de los primeros monstruos sobre la
    Tierra, veló sobre las aguas apaciguadas de los diluvios y de las crecientes,
    iluminó siglos de noches y se apagó en seculares madrugadas… Piense, mi
    amigo, ese resplandor de la Luna será el mismo espectro tranquilo cuando
    ya no existan las señales de sus nietos y sus bisnietos. Humíllese delante de
    él. Usted apareció un instante y él está siempre. ¿No sufre, mi amigo?
    Yo… yo por mí, no soporto. Me duele aquí, en medio del corazón, tener
    que morir un día y, miles de siglos después, confundido en humus, sin ojos
    para el resto de la eternidad, yo, YO, sin ojos para el resto de la
    eternidad… y la Luna indiferente y triunfante, con sus manos pálidas
    extendidas sobre nuevos hombres, nuevas cosas, otros seres. ¡Y yo
    muerto! —Respiré profundamente—. Piense, mi amigo. Ahora mismo está
    sobre el cementerio también. El cementerio, allí donde duermen todos los
    que fueron y nunca más serán. Allí, donde el menor susurro eriza a un vivo
    de terror y donde la tranquilidad de las estrellas amordaza nuestros gritos
    y aterroriza nuestros ojos. Allí, donde no se tienen lágrimas ni
    pensamientos que expresen la profunda miseria de acabar.





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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 22 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Dom 10 Mar 2024, 08:10

    ***

    Me recargué sobre la mesa, escondí el rostro en las manos y lloré.
    Decía bajito:
    —¡No quiero morir! No quiero morir…
    Él, el hombre, movía el palillo entre los dientes.
    —Pero si usted no comió nada —insistí, enjugándome los ojos.
    —¿Qué?
    —¿Qué de qué?
    —¿Mande?
    —Pero, Dios mío, ¿mande qué?
    —Ah…
    —¿Usted no tiene vergüenza?
    —¿Yo?
    —Oiga, voy a decirle más: yo quería morir vivo, bajando a mi propia
    tumba y cerrarla yo mismo, con un golpe seco. Y después enloquecer de
    dolor en la oscuridad de la tierra. Pero no la inconsciencia.
    Él seguía con el palillo en la boca.
    Después fue muy bueno porque el vino se estaba mezclando. Tomé
    también un palillo y lo aseguré entre los dedos como si fuera a fumarlo.
    —Yo lo hacía de pequeño. Y el placer era más grande que el actual,
    cuando fumo realmente.
    —Está claro.
    —Está claro nada… No le estoy pidiendo su aprobación.
    Las palabras vagas, las frases arrastradas sin significado… Tan bien, tan
    suave… ¿O era el sueño?

    FIN


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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 22 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Dom 10 Mar 2024, 09:05

    Lazos de familia


    Devaneo y embriaguez
    de una muchacha
    Le parecía que por la habitación se cruzaban los autobuses eléctricos,
    estremeciendo su imagen reflejada. Estaba peinándose lentamente frente al
    tocador de tres espejos, los brazos blancos y fuertes se erizaban en el
    frescor de la tarde. Los ojos no se abandonaban, los espejos vibraban ora
    oscuros, ora luminosos. Allá fuera, desde una ventana más alta, cayó a la
    calle una cosa pesada y fofa. Si los niños y el marido estuvieran en casa, se
    le habría ocurrido la idea de que se debía a un descuido de ellos. Los ojos
    no se despegaban de la imagen, el peine trabajaba meditativo, la bata
    abierta dejaba asomar en los espejos los senos entrecortados de varias
    muchachas.
    «¡La Noche!», gritó el voceador al viento blando de la calle del
    Riachuelo, y algo presagiado se estremeció. Dejó el peine en el tocador,
    cantó absorta: «¡Quién vio al gorrioncito… pasó por la ventana… voló
    más allá del Miño!», pero, colérica, se cerró en sí misma dura como un
    abanico.
    Se acostó; se abanicaba impaciente con el diario que susurraba en la
    habitación. Tomó el pañuelo, trató de estrujar el bordado áspero con los
    dedos enrojecidos. Comenzó a abanicarse nuevamente, casi sonriendo. Ay,
    ay, suspiró riendo. Tuvo la imagen de su sonrisa clara de muchacha todavía
    joven, y sonrió aún más cerrando los ojos, abanicándose más
    profundamente. Ay, ay, venía de la calle como una mariposa.
    «Buenos días, ¿sabes quién me vino a buscar a casa?», pensó como tema
    posible e interesante de conversación. «Pues no sé, ¿quién?», le
    preguntaron con una sonrisa galanteadora unos ojos tristes en una de esas
    caras pálidas que a cierta gente le hacen tanto mal. «María Quiteria,
    ¡hombre!», respondió alegremente, con la mano en el costado. «Si me lo
    permites, ¿quién es esa muchacha?», insistió galante, pero ahora sin rostro.
    «Tú», cortó ella con leve rencor la conversación, qué aburrimiento.
    Ay, qué cuarto agradable, ella se abanicaba en el Brasil. El sol, preso de
    las persianas, temblaba en la pared como una guitarra. La calle del
    Riachuelo se sacudía bajo el peso cansado de los autobuses eléctricos que
    venían de la calle Mem de Sá. Ella escuchaba curiosa y aburrida el
    estremecimiento de la vitrina en la sala de visitas. De impaciencia, se dio el
    cuerpo de bruces, y mientras tironeaba con amor los dedos de los pies
    pequeñitos, esperaba su próximo pensamiento con los ojos abiertos.
    «Quien encontró, buscó», dijo en forma de refrán rimado, lo que siempre
    le parecía una verdad. Hasta que se durmió con la boca abierta, la baba
    humedeciéndole la almohada.
    Despertó cuando el marido ya había vuelto del trabajo y entró en la
    habitación. No quiso comer ni salir de sus ensoñaciones, y se durmió de
    nuevo: el hombre que se las arreglara con las sobras del almuerzo.


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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 22 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 12 Mar 2024, 19:38

    ***


    Y ya que los hijos estaban en la finca de las tías, en Jacarepaguá, ella
    aprovechó para amanecer rara: confusa y leve en la cama, uno de esos
    caprichos, ¡no se sabe por qué! El marido apareció ya vestido y ella no
    sabía qué había hecho para su desayuno; ni siquiera le miró el traje, si había
    o no que cepillarlo, poco le importaba si hoy era el día en que se ocupaba
    de negocios en la ciudad. Pero cuando él se inclinó para besarla, su levedad
    crepitó como una hoja seca.
    —¡Vete!
    —¿Qué tienes? —le preguntó el hombre, atónito, ensayando
    inmediatamente una caricia más eficaz.
    Obstinada, ella no sabía responder, estaba tan tonta y principesca que
    no había siquiera dónde buscarle una respuesta.
    —¡Cuidado con molestarme! ¡No vengas a rondarme como un gato
    viejo!
    Él pareció pensarlo mejor y aclaró:
    —Muchacha, estás enferma.
    Ella lo aceptó, sorprendida, lisonjeada. Durante todo el día se quedó en
    la cama, escuchando la casa tan silenciosa, sin el bullicio de los niños, sin el
    hombre que hoy comería su cocido en la ciudad. Durante todo el día se
    quedó en la cama. Su cólera era tenue, ardiente. Solo se levantaba para ir al
    baño, de donde volvía noble, ofendida.
    La mañana se volvió una larga tarde inflada que se volvió noche sin fin,
    amaneciendo inocente por toda la casa.
    Ella todavía estaba en la cama, tranquila, improvisada. Ella amaba…
    eso a veces sucedía, y sin culpas ni dolores para ninguno de los dos. Allí
    estaba en la cama, pensando, pensando, casi riendo como ante un folletín.
    Pensando, pensando. ¿En qué? No lo sabía. Y así se dejó estar.
    De un momento a otro, con rabia, se puso de pie. Pero en la flaqueza
    del primer instante parecía loca y delicada en la habitación que daba
    vueltas, daba vueltas hasta que ella consiguió a ciegas acostarse otra vez en
    la cama, sorprendida de que tal vez fuera verdad. «¡Oh, mujer, mira que si
    de veras te enfermas!», se dijo, desconfiada. Se llevó la mano a la frente
    para ver si tenía fiebre.
    Esa noche, hasta que se durmió, fantaseó, fantaseó: ¿cuánto tiempo?,
    hasta que cayó: adormecida, roncando con el marido.
    Despertó con el día atrasado, las papas por pelar, los niños que
    regresarían por la tarde de casa de las tías, ¡ay, me he faltado al respeto!, día
    de lavar ropa y zurcir calcetines, ¡ay, qué haragana me saliste!, se censuró
    curiosa y satisfecha, ir de compras, no olvidar el pescado, el día atrasado, la
    mañana presurosa de sol.
    Pero el sábado por la noche fueron a la tasca de la plaza Tiradentes,
    atendiendo a la invitación de un comerciante muy próspero, ella con el
    vestidito nuevo que aunque no demasiado adornado era de muy buena tela,
    de esas que iban a durar toda la vida. El sábado por la noche, embriagada en
    la plaza Tiradentes, embriagada pero con el marido a su lado para
    protegerla, y ella ceremoniosa frente al otro hombre mucho más fino y
    rico, procurando darle conversación, porque ella no era ninguna charlatana
    de aldea y había vivido en la capital. Pero borracha a más no poder.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 14 Mar 2024, 19:15

    ***

    Y si su marido no estaba borracho era porque no quería faltarle al
    respeto al comerciante y, lleno de empeño y humildad, le dejaba al otro el
    cantar del gallo. Lo que quedaba bien para esa ocasión tan distinguida, pero
    le daba, al mismo tiempo, muchos deseos de reír. ¡Y desprecio! ¡Miraba al
    marido con su traje nuevo y le hacía una gracia! Borracha a más no poder,
    pero sin perder el brío de muchachita. Y el vino verde se le derramaba por
    el cuerpo.
    Y cuando estaba embriagada, como en una abundante comida de
    domingo, todo lo que por la propia naturaleza está separado —olor a aceite
    en un lado, hombre en otro, sopa en un lado, camarero en el otro— se unía
    raramente por la propia naturaleza, y todo no pasaba de ser una
    sinvergüenzada solamente, una bellaquería.
    Y si estaban brillantes y duros los ojos, si sus gestos eran etapas
    difíciles hasta conseguir finalmente alcanzar el palillero, en verdad por
    dentro estaba hasta muy bien, era una nube plena trasladándose sin
    esfuerzo. Los labios ensanchados y los dientes blancos, y el vino
    hinchándola. Y aquella vanidad de estar embriagada facilitándole un gran
    desdén por todo, tornándola madura y redonda como una gran vaca.
    Naturalmente que ella conversaba. Porque no le faltaban temas ni
    habilidad. Pero las palabras que una persona pronunciaba cuando estaba
    embriagada eran como si estuvieran preñadas; palabras solo en la boca, que
    poco tenían que ver con el centro secreto que era como una gravidez. Ay,
    qué rara estaba. El sábado por la noche el alma diaria estaba perdida, y qué
    bueno era perderla, y como recuerdo de los otros días apenas quedaban las
    manos pequeñas tan maltratadas, y ahora ella con los codos sobre el mantel
    de la mesa a cuadros rojos y blancos, como sobre una mesa de juego,
    profundamente lanzada a una vida baja y convulsionante. ¿Y esta
    carcajada? Esa carcajada que le estaba saliendo misteriosamente de una
    garganta llena y blanca, en respuesta a la delicadeza del comerciante,
    carcajada venida de las profundidades de aquel sueño, y de la profundidad
    de aquella seguridad de quien tiene un cuerpo. Su carne blanca estaba dulce
    como la de una langosta, las piernas de una langosta viva moviéndose
    lentamente en el aire. Y aquella pequeña maldad de quien tiene un cuerpo.










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    Mensaje por Maria Lua Jue 14 Mar 2024, 19:16

    ***


    Conversaba, y escuchaba con curiosidad lo que ella misma estaba
    respondiendo al comerciante próspero que en tan buena hora los invitaba y
    pagaba la comida. Escuchaba intrigada y deslumbrada lo que ella misma
    estaba respondiendo: lo que dijera en ese estado valdría para el futuro
    como augurio (ahora ya no era una langosta, era un duro signo: escorpión.
    Porque había nacido en noviembre).
    Un reflector que mientras se duerme recorre la madrugada: tal era su
    embriaguez errando por las alturas.
    Al mismo tiempo, ¡qué sensibilidad!, ¡pero qué sensibilidad!, cuando
    miraba el cuadro tan bien pintado del restaurante, de inmediato le nacía la
    sensibilidad artística. Nadie podría sacarle la idea de que había nacido para
    otras cosas. A ella siempre le gustaron las obras de arte.
    ¡Pero qué sensibilidad!, ahora ya no a causa del cuadro de uvas y peras
    y pescado muerto brillando en las escamas. Su sensibilidad la molestaba sin
    serle dolorosa, como una uña rota. Y siquiera podría permitirse el lujo de
    volverse aún más sensible, podría ir más adelante todavía: porque estaba
    protegida por una situación, protegida como toda la gente que había
    alcanzado una posición en la vida. Como una persona a quien le impiden
    tener su propia desgracia. Ay, qué infeliz soy, madre mía. Si quisiera aún
    podría echar más vino en su cuerpo y, protegida por la posición que había
    alcanzado en la vida, emborracharse todavía más, siempre y cuando no
    perdiera la fuerza. Y así, más borracha aún, recorría con los ojos el
    restaurante, y qué desprecio sentía por las personas secas del restaurante,
    ningún hombre que fuese un hombre de verdad, que fuese realmente triste.
    Qué desprecio por las personas secas del restaurante, mientras ella estaba
    gorda y pesada, generosa a más no poder. Y todos tan distantes en el
    restaurante, separados uno del otro como si jamás uno pudiera hablar con
    el otro. Cada uno para sí, y Dios para todos.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 14 Mar 2024, 19:17

    ***


    Sus ojos se fijaron de nuevo en aquella muchacha que ya, de entrada, le
    hiciera subir la mostaza a la nariz. De entrada la había visto, sentada a una
    mesa con su hombre, toda llena de sombreros y adornos, rubia como un
    escudo falso, toda santurrona y fina —¡qué lindo sombrero tenía!—,
    seguro que ni siquiera era casada, y ponía esa cara de santa. Y con su lindo
    sombrero bien puesto. ¡Pues que le aprovechara bien la santidad!, ¡y que
    no se le cayera la aristocracia en la sopa! Las más santitas eran las que
    estaban más llenas de desvergüenza. Y el camarero, el gran estúpido,
    sirviéndola lleno de atenciones, el ladino: y el hombre amarillo que la
    acompañaba haciendo la vista gorda. Y la santurrona muy envanecida de su
    sombrero, muy modesta por su cinturita pequeña, seguro que ni siquiera
    era capaz de parirle un hijo a su hombre. Claro que ella no tenía nada que
    ver con eso, por cierto: pero de entrada le habían dado ganas de llenarle esa
    cara de santa rubia de unos buenos sopapos, junto con la aristocracia del
    sombrero. Que ni siquiera era rolliza, porque era plana de pecho. Van a ver
    que, con todos sus sombreros, no dejaba de ser una verdulera haciéndose
    pasar por gran dama.
    Oh, estaba muy humillada por haber ido a la tasca sin sombrero, ahora
    la cabeza le parecía desnuda. Y la otra, con sus aires de señora, haciéndose
    pasar por delicada. ¡Bien sé lo que te falta, damisela, y a tu hombre
    amarillo! Y si piensas que te envidio tu pecho plano, puedes ir sabiendo
    que no me importa nada, que me río de tus sombreros. A desvergonzadas
    como tú, haciéndose las importantes, yo las lleno de sopapos.
    En su sagrada cólera, extendió con dificultad la mano y tomó un
    palillo.
    Pero finalmente la dificultad de llegar a casa desapareció: se movía
    ahora dentro de la realidad familiar de su habitación, sentada en el borde de
    la cama con la chinela balanceándose en el pie



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    Mensaje por Maria Lua Vie 15 Mar 2024, 21:15

    ***

    Y cuando entrecerró los ojos nublados, todo quedó de carne, el pie de
    la cama de carne, la ventana de carne, en la silla el traje de carne que el
    marido había arrojado, y todo, casi, le producía dolor. Y ella cada vez más
    grande, vacilante, temblorosa, gigantesca. Si consiguiera llegar más cerca de
    sí misma se vería más grande. Cada brazo podría ser recorrido por una
    persona, en la ignorancia de que se trataba de un brazo, y en cada ojo
    podría sumergirse y nadar sin saber que era un ojo. Y alrededor doliendo
    todo, un poco. Las cosas estaban hechas de carne con neuralgia. Había sido
    el frío que pescó al salir del restaurante.
    Estaba sentada en la cama, tranquila, escéptica.
    Y eso todavía no era nada. Que en ese momento le estaban sucediendo
    cosas que solo más tarde le irían realmente a doler mucho: cuando ella
    volviera a su tamaño corriente, el cuerpo anestesiado estaría
    despertándose, latiendo, y ella iba a pagar por las comilonas y los vinos.
    Entonces, ya que eso terminaría por suceder, tanto se me hace abrir
    ahora mismo los ojos, lo hizo, y todo quedó más pequeño y más nítido,
    pero sin ningún dolor. Todo, en el fondo, estaba igual, solo que menor y
    familiar. Estaba sentada, bien tiesa, en su cama, el estómago muy lleno,
    absorta, resignada, con la delicadeza de quien espera sentado que otro
    despierte. «Te atiborraste de comida, ahora a pagar el pato», se dijo
    melancólica, mirándose los deditos blancos del pie. Miraba alrededor,
    paciente, obediente. Ay, palabras, palabras, objetos de habitación alineados
    en orden de palabras formando aquellas frases turbias y aburridas, que
    quien sepa leer, leerá. Aburrimiento, aburrimiento, ay, qué fastidio. Qué
    pesadez. En fin, que sea lo que Dios quiera. Qué es lo que se habría de
    hacer. Ay, me da una cosa tan rara que ni sé siquiera cómo explicarla. En
    fin, que sea lo que Dios quiera. ¡Y decir que se había divertido tanto esta
    noche!, ¡y decir que había sido tan lindo todo, tan a su gusto el
    restaurante, ella sentada tan fina a la mesa! ¡Mesa!, le gritó el mundo. Pero
    ella ni siquiera respondió, alzando los hombros en un gesto de disgusto,
    importunada, ¡que no me vengan a fastidiar con cariños!, desilusionada,
    resignada, harta de comida, casada, contenta, con una vaga náusea.
    Fue en aquel instante cuando quedó sorda: le faltó un sentido. Envió a
    la oreja una palmada con la mano abierta, con lo que solo consiguió un
    mayor trastorno: el oído se le llenó de un rumor de ascensor, la vida de
    repente se hizo sonora y aumentaba en los menores movimientos. Una de
    dos: estaba sorda o escuchaba demasiado (reaccionó a esta nueva solicitud
    con una sensación maliciosa e incómoda, con un suspiro de saciedad). Que
    los parta un rayo, dijo suavemente, aniquilada.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 15 Mar 2024, 21:16

    ***

    «Y cuando en el restaurante…», recordó de repente. Cuando estuvo en
    el restaurante, el protector de su marido le había arrimado un pie al suyo
    debajo de la mesa, y por encima de la mesa estaba la cara de él. ¿Porque se
    había callado, o había sido a propósito? El diablo. Una persona que, para
    decir la verdad, era muy interesante. Se encogió de hombros.
    ¿Y cuando en su escote redondo, en plena plaza Tiradentes —pensó
    ella moviendo la cabeza con incredulidad—, se había posado una mosca
    sobre su piel desnuda? Ay, qué malicia.
    Había ciertas cosas buenas porque eran casi nauseabundas: el ruido
    como el de un ascensor en la sangre, mientras el hombre roncaba a su lado,
    los hijos gorditos durmiendo amontonados en la otra habitación, los
    pobres. ¡Ay, qué cosa me viene!, pensó desesperada. ¿Habría comido
    demasiado? ¡Ay, qué cosa me viene, santa madre mía!
    Era la tristeza.
    Los dedos del pie jugaron con la chinela. El piso no estaba demasiado
    limpio. Qué descuidada y perezosa me saliste. Mañana no, porque no
    estaría muy bien de las piernas. Pero pasado mañana habría que ver cómo
    estaría su casa: la restregaría con agua y jabón hasta arrancarle toda la
    suciedad, ¡toda!, ¡habría que ver su casa!, amenazó colérica. Ay, qué bien
    se sentía, qué áspera, como si todavía tuviese leche en las mamas, tan
    fuerte. Cuando el amigo del marido la vio tan bonita y gorda, de inmediato
    sintió respeto por ella. Y cuando ella se sentía avergonzada no sabía dónde
    tenía que fijar los ojos. Ay, qué tristeza. Qué habría de hacer. Sentada en el
    borde de la cama, pestañeaba con resignación. Qué bien se veía la luna en
    esas noches de verano. Se inclinó un poquito, desinteresada, resignada. La
    luna. Qué bien se veía. La luna alta y amarilla deslizándose por el cielo,
    pobrecita. Deslizándose, deslizándose… Alta, alta. La luna. Entonces la
    grosería explotó en súbito amor; perra, dijo riéndose.




    FIN




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