MIGUEL DE UNAMUNO (1864 - 1936)
POESÍAS SUELTAS
DE 1893 A 1906
XX
LA ÚLTIMA LECCIÓN
SERMONI PROPRIORA
¿Que cómo no lloré, señor, pregunta?,
¿que cómo no lloré y era mi padre?
Es que si grande fue el dolor, de cierto
fue el misterio más grande.
No me dejó la Muerte
de mi triste orfandad acongojarme.
¿Que se murió? Nos moriremos todos
y es ésta la lección antigua y grave,
la que al morir me expuso sosegado:
—«Pronto, mi hijo, aunque tarde,
»te llegará la muerte,
»morirás como yo, sin que un día antes
»cambie tu vida. Y ahora, mira, asísteme
»a bien morir... quiero decirte... ¿sabes?
»que atiendas a mi muerte,
»mi postrera lección, la más durable;
»con ella yo te asistiré, hijo mío,
»a bien vivir; no cambies
»tu actitud de discípulo esta noche;
»mañana, cuando raye
»sobre mi cuerpo frío el sol sereno,
»después de tierra darme,
»siguiendo mis lecciones, a mi espíritu
»dentro del tuyo cielo claro dale».
¿Que por qué no lloré, usted pregunta?
¿que cómo no lloré si era mi padre?
Ese dolor sensual, dolor de lágrimas,
en mí no cabe,
pues la crianza que me dio severo
fue contra ese sentir largo combate.
Me depuré las penas y los goces,
y era su frase
cuando asomar mis lágrimas veía:
—«Anda, vete, lávate;
»la humedad trae al alma como al cuerpo
»del reuma los achaques;
»guarda esas lágrimas,
»jque ellas se te hagan sangre!»
¿Cómo murió? Verá... conmigo a solas,
solos los dos, sin nadie
que con torpes comedias perturbara
lo solemne del trance.
Mi padre pasó siempre por un raro,
mi señor bien lo sabe.
«Paternidad» —decía— «es magisterio».
Y dedicó la vida a aleccionarme.
Todo en lección lo convertía al punto,
—la vida es breve y es muy largo el arte—
aforismo hipocrático
que no cayó de boca de mi padre.
Y su lección final:
—«Voy a morir» —me dijo—.
Saltó el gato a la cama
y con un gesto quise yo ahuyentarle,
y él, con otro, pausado,
me detuvo el intento y al instante
la palma, era costumbre, levantando
invitó al gato, amable,
que arqueando su lomo fue rendido
a que por él la mano le pasase.
—«¡Pobrecito!, me mira y no comprende».
Y dije yo: «—¿Pobre por eso, padre?
»No comprender la muerte es la ventura
»de los irracionales».
—«Y la fuerza del hombre
»y su flaqueza al par —dijo anhelante—
»es, hijo, comprenderla.»
Mi padre era un filósofo, ya sabe,
murió como viviera
la muerte meditando en curso grave.
—«Te quedas solo» —prosiguió con calma—
«puedes en paz quedarte,
»solo me voy también, como naciera,
»mira, la soledad nunca te espante.»
—«Completa soledad» —dije— «es la muerte».
Y él añadió: —«Sí, hazte
»capaz de soledad completa, digno
»de vencer en el último combate».
—«Entorna esa ventana, que a las sombras
»eternas voy, y es bueno prepararse...
»Sombra la vida toda,
»harto tiempo he tenido de asombrarme.
»No he de volver a ver del Sol la lumbre.»
Y dije yo: «¿Quién sabe?»
Tranquilo contestó: «Si, como espero,
»en el eterno Sol voy a anegarme
»aquel que en luz se anega
»la luz no ve; ¿se siente, acaso, el aire
»al respirar dormido?»
—«¿Diste cuerda al reló?, que no se pare;
»mira que el tiempo para todos corre,
»y mi último instante
»de algún otro mortal será el primero;
»el uno muere mientras otro nace,
»las hebras se interrumpen
»pero en traba corrido va el estambre.»
—«¿Llaman?, anda, ve a abrir, que acaso prisa
»tenga quien quiera sea, que no aguarde,
»por mí no le detengas, pues acaso
»sus quehaceres le llamen,
»La vida a él le reclama, a mí la muerte
»en eterno reposo va a dejarme.»
—«Hay carta de mi hermano, me pregunta
»por el asunto de antes.
»Dile en mi nombre
»cómo la cosa va, dale detalles,
»y al final cuatro letras
de despedida añade;
»dile que estoy a punto
»y pronto ya a emprender el postrer viaje...
»¿Has terminado?, ¡bien!, venga la carta,
»voy a firmarla.., ¡dame!
»¡Es mi última firma! Dejo en ella...
»No te cuides de mí, deja a los muertos
»que a sus muertos entierren... y que baste
»su afán a cada día;
»estoy muriendo para ti, delante
»del Señor,..»
Y cuando muerto ya fui a besarle
vi en el oscuro fondo de sus ojos
la mirada alejarse
y su última palabra fue el silencio.
Me encerré entonces
solo con el cadáver,
y le dije: —«Tú que me diste vida,
»¿di, qué tienes delante
»para mirar así con fríos ojos?»
Pareció contestarme
con su frío silencio:
—«¿Y a qué quieres saberlo? Anda, guárdate
»de cuestiones ociosas,
»repasa la lección que no la sabes,
»y por el fin no empieces».
[1906.]
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