Cecilia Meireles (1901-1964) goza de una enorme reputación como una de las mas grandes poetas de su lengua y de todas las culturas, al lado de Manuel Bandeira y Carlos Drummond de Andrade. Su padre murió tres meses antes de su nacimiento y su madre tres años después. Fue criada por su abuela en una inmensa casa, rodeada de «silencio y soledad», que dejarían en ella un permanente sentido de abandono y desolación. Fue una niña brillante y hábil versificadora. Asistió a la escuela normal de maestros de Rio y en 1916 se hizo maestra de escuela primaria. Continuo con su educación estudiando lenguas y literaturas, teorías y métodos educativos, música, folklore, las civilizaciones orientales, etc. En 1922 contrajo matrimonio con el pintor Fernando Correia Dias. Por estos años se vinculó a los poetas modernistas de Río que publicaron Festa (1927-1929 y 1934-1935), haciendo que se interesara por la poesía portuguesa, cuyo simbolismo es bien diferente del francés gracias al concepto, intraducible, de saudade. El Modernismo de los poetas de Festa fue más equilibrado y meditativo que aquel postulado por los futuristas y vanguardistas de São Paulo y la Semana de Arte Moderno. El grupo modernista de Río ha sido descrito como «Tradicionalismo dinámico». Sus consignas incluían velocidade (velocidad en la expresión más que libertad formal), totalidade (ninguna forma de la realidad debía ser excluída), brasilidade (atención a la naturaleza y costumbres del Brasil) y universalidade (universalidad). Todos esos elementos son evidentes en Viagem (1939) y en sus libros posteriores. En 1934 visitó Portugal donde dio conferencias sobre literatura brasileña en las Universidades de Lisboa y Coimbra. Entre 1935 y 1937 enseñó literaturas luso-brasileñas, literaturas comparadas e historia y filosofía oriental en la recién fundada Universidad Federal de Río. En 1940 fue profesor visitante de literatura y cultura brasileña en la Universidad de Texas. En los últimos años de su vida viajó extensamente ofreciendo conferencias sobre temas brasileños en Asia (había aprendido por sí misma hindi y sánscrito), América Latina, Estados Unidos y Europa. Su encuentro con otras culturas influyó en su obra, y los viajes mismos le ofrecieron no pocos temas para sus poesías. Escribió también un buen número de obras de teatro, libros para niños, notables ensayos e influyente crítica literaria. Fue una prolífica colaboradora de periódicos y semanarios, y durante un tiempo fue editora en asuntos educativos del Diario de Noticias de Rio. Entre sus traducciones figuran obras de Maeterlink, García Lorca, Anouilh, Ibsen, Tagore, Rilke, Virginia Woolf y Pushkin. Tuvo tres hijas de su primer matrimonio, y una más del segundo. Otros de sus libros son Poemas escritos na India (1962) y Solombra (1963). Véase Kovadloff, Santiago: Cecilia Meireles, entre lo secular y lo sagrado, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 463, Madrid, 1989. Meireles, Cecilia: La materia del tiempo, traducción y prólogo de Maricela Terán, México, 1983; Poemas, introducción y selección de José de Souza Rodríguez, traducción de Ricardo Silva Santisteban, Lima, 1979. Zagury, Eliane: Cecilia Meireles, Rio, 1973.
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Se llevaron las rejas del balcón
desde donde la casa se avistaba.
Las rejas de plata.
Se llevaron la sombra de los limoneros
por donde rodaban arcos de música
y hormigas rojizas.
Se llevaron la casa de verde tejado
con sus grutas de conchas
y sus vitrales de flores empañadas.
Se llevaron a la dama de viejo piano
que tocaba, tocaba, tocaba
la pálida sonata.
Se llevaron los párpados de antiguos sueños,
y dejaron solamente la memoria
y las actuales lágrimas.
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En el desequilibrio de los mares,
las proas giran solitarias…
En una de las naves que se hundieron
es que ciertamente vos venías.
Yo te esperé todos los siglos
sin desesperación y sin disgusto,
y morí de infinitas muertes
guardando siempre el mismo rostro.
Cuando las olas te llevaron
mis ojos, entre aguas y arenas,
cegaron como los de las estatuas
a todo lo que les es ajenas.
Mis manos se detuvieron en el aire,
se endurecieron, con el viento,
perdieron el color que tenían,
y el recuerdo del movimiento.
Y la sonrisa que yo te llevaba,
se desprendió y cayó de mí:
solo tal vez ella aún viva
dentro de estas aguas sin fin.
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