Y diciendo estas palabras, Selma volvió el rostro y me miró. Y tomando una
orilla de mi traje, dijo:
-Este es el único amigo que tendré después de que te hayas ido; pero, ¿cómo puede
consolarme, si él mismo sufre? ¿Cómo puede un corazón roto encontrar consuelo en un
alma atormentada y decepcionada? Una mujer triste no puede hallar consuelo en la
tristeza de su prójimo, ni un ave puede volar con las alas rotas. El es el amigo de mi
alma, pero ya he colocado una pesada carga de tristeza sobre él, y he oscurecido su
vista con mis lágrimas, al punto de que no puedo ver sino la oscuridad. Es un hermano
a quien quiero tiernamente, pero es como todos los hermanos; comparte mi tristeza y
mis lágrimas, con lo que aumenta mi amargura y quema mi corazón.
Las palabras de Selma apuñalaron mi corazón, y sentí que no podía soportar más
dolor. El anciano la escuchaba con expresión dolida, temblando como la luz de una
lámpara al viento. Luego extendió la mano, y dijo:
-Déjame irme en paz, hija mía. He roto los barrotes de esta jaula vieja; déjame volar y
no me detengas, porque tu madre me está llamando. El cielo está claro y el mar está
en calma, y mi velero está a punto de zarpar; no demores su viaje. Deja que mi
cuerpo repose con los que ya están gozando el reposo eterno; deja que mi sueño
termine, y que mi alma despierte con la aurora; que tu alma bese a la mía con el beso
de la esperanza; que no caigan gotas de tristeza o amargura en mi cuerpo, pues las
flores y el césped rechazarían su alimento. No derrames lágrimas de dolor en mi mano,
pues crecerían espinas en mi tumba. No ahondes arrugas de agonía en mi frente, pues
el viento, al pasar, podría leer el dolor de mi frente, y se negaría a llevar el polvo de
mis huesos a las verdes praderas... Te amé mucho, hija mía, mientras viví, y te amaré
cuando esté muerto, y mi alma velará por ti y te protegerá siempre.
Luego, Farris Efendi me miró con los ojos entornados. Hijo mío -me dijo-, sé un
verdadero hermano para Selma, como tu padre lo fue para mí. Sé un amparo y su
amigo en la necesidad, y no dejes que lleve luto por mí, porque llevar luto por los
muertos es una equivocación. Relátale cuentos agradables y cántale los cantos de la
vida, para que pueda olvidar sus penas. Recuérdame, y dale más recuerdos a tu padre;
pídele que te cuente de nuestra juventud, y dile que lo quise en la persona de su hijo,
en la última hora de mi vida.
Reinó el silencio, y podía yo ver la palidez de la muerte en el rostro del
anciano. Luego, nos miró a uno y otro, y susurró:
-No llaméis al médico pues podría prolongar mi sentencia en esta cárcel, con su
medicina. Han terminado los días de la esclavitud, y mi alma busca la libertad de los
cielos. Y tampoco llaméis al sacerdote, porque sus conjuros no podrían salvarme, si soy
un pecador, ni podría apresurar mi llegada al Cielo, si soy inocente. La voluntad de la
humanidad no puede cambiar la voluntad de Dios, así como un astrólogo no puede
cambiar el curso de los astros. Pero después de mi muerte, que los médicos y los
sacerdotes hagan lo que les plazca, pues mi barco seguirá con las velas desplegadas
hasta el lugar de mi destino final.
cont.
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