Jesús, no vivió una vida de miedo ni murió sufriendo y quejándose. El vivió como un
rebelde, fue crucificado como un revolucionario y murió con un heroísmo que atemorizó
a sus torturadores.
Jesús, no fue un ave con alas rotas, sino una tempestad que rompe con su fuerza todas
las alas torcidas.
Jesús no vino del más allá para hacer del dolor un símbolo de la vida, sino para hacer
de la vida el símbolo de la verdad y la libertad.
Jesús, no tuvo miedo de sus perseguidores ni sufrió frente a sus asesinos. El, era libre,
valiente y osado. Desafiaba a tiranos y déspotas y opresores. Y cuando veía pústulas
infectadas, las punzaba. Y acallaba la voz del Mal, destruía la Falsedad y ahogaba la
Traición.
Jesús no vino desde el círculo de la luz para destruir hogares y construir sobre sus
ruinas conventos y monasterios. El, vino a esta tierra para insuflar un espíritu nuevo,
que destruye con su poder, las monarquías construidas sobre huesos y calaveras
humanas. El vino para demoler los palacios majestuosos construidos sobre las tumbas de
los débiles y derrumbar los ídolos asentados sobre los cuerpos de los miserables.
El vino para hacer del corazón un templo, del alma un altar y del espíritu un sacerdote.
Esa era la misión de Jesús y esas las enseñanzas por cuya causa fue crucificado. Y si la
Humanidad fuera sensata, ella se alzaría hoy, y cantaría, vigorosa, el canto del triunfo y
la victoria.
Oh, Jesús crucificado, que contemplas, triste desde el Gólgota, la procesión de los
siglos y oyes el clamor de las naciones y comprendes los sueños de la Eternidad. ¡Tú
eres, en la cruz, más glorioso y digno que mil reyes en mil tronos de mil imperios!
¡Tú eres, en la agonía de la muerte, más poderoso que mil generaciones en mil
guerras!
Y en tu tristeza, más alegre que la primavera con sus flores...
Y en tus dolores, más sereno que los ángeles del cielo.
Y cautivo, en manos de tus verdugos, eres más libre que la luz del sol y más firme
que una montaña.
Y tu corona de espinas, es más esplendorosa y brillante que la corona de Brahma...
Y el clavo que atraviesa tu mano, es más imponente que el cetro de Júpiter.
Y las gotas de sangre que se deslizan en tus pies, más resplandecientes que el collar
de Venus.
Perdona la debilidad de los que Te lamentan hoy, pues ellos no saben lamentarse por sí
mismos...
Perdónalos, pues no saben que conquistaste a la muerte con la muerte y diste vida a la
muerte...
Perdónalos, pues no saben ellos que todo día es tu día...
FIN
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