G I B R Á N K H A L I L G I B R Á N
J E S Ú S , E L H I J O D E L H O M B R E ( 1 9 2 8 )
S A N T I A G O ,
H I J O
D E
Z E B E D E O
E l
r e i n a d o
d e
l a
T i e r r a
Era un día primaveral el día en que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a
dialogar con la multitud sobre el Reinado del Cielo.
Graves acusaciones en contra de fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban
pozos en el sendero de quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y
recriminándolos con acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los
escribas y fariseos, y planearon. arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró
burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el Norte. Allí nos
contempló y dijo:
.-Todavía no ha llegado la hora en que me prendan. Aún tengo mucho de que
hablaros, y mucho es también lo que tengo que hacer entre vosotros antes de pensar
en entregarme-. -Y después añadió, su voz teñida de felicidad:-Vayamos hacia el Norte,
hacia la primavera. Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la
nieve del Líbano está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de
los arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para
recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.
Estaba siempre a la. cabeza de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y
también el siguiente. En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte
Hermón. En lo alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el
llano. Se le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las
manos.
.-Ved cómo el suelo se ha vestido con sus verdes vestiduras -dijo- y de qué manera
los arroyos han bordado sus faldas con brillante hilo de plata. La Tierra es hermosa,
verdad, y todo lo que es y existe encima de ella es encantador; pero, atrás de todo lo
que veis se encuentra un Reino del cual yo seré monarca y gobernante. Si podéis amar
y encariñaros con el corazón iréis conmigo a ese Reino, a gobernar a mi lado. En ese
lugar vuestro rostro y el mío no estarán velados; no llevarán vuestras diestras puñales ni
cetros. Nuestros gobernados vivirán en la tranquilidad sin sentir hacia nosotros miedo u
horror.
De esa forma habló Jesús, pero yo estaba ciego y no podía ver el Reino de esta Tierra,
ni las grandiosas ciudades fortificadas y amuralladas. No moraba en mi espíritu más que
una sola ansia: ir junto al Maestro hasta aquel otro Reino. En ese instante había llegado
Judas Iscariote, que se puso junto a Jesús y le dijo:
.-Los reinados de los seres humanos son muchos y extensos; las huestes de Salomón y
de David vencerán al fin a los romanos. Si es tu deseo llegar a ser rey de los judíos,
nuestras lanzas y puñales estarán a tu servicio para expulsar a los extranjeros y triunfar
sobre ellos.
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Al escuchar esto Jesús, su faz se indignó, y le respondió con voz estentórea y
resonante:
.-¡Fuera de aquí, demonio! ¡Podrás creer, por azar, que mi llegada entre las legiones de
los milenios es para gobernar, un solo día, sobre un hormiguero de personas. Mi trono
no llegará a tu poca inteligencia, pues quien trata de abarcar la Tierra con sus alas, no
tratará de buscar un lugar de refugio en un nido abandonado y destruido! ¿Se siente
honrada o enaltecida, quizás, una aldea porque sus moradores visten mortajas? Mi Reino
no es de este mundo y mi trono no se erguirá sobre las calaveras de vuestros
ancestros. Si anheláis un reino que no sea el Reino del Alma, más os valiera
abandonarme aquí y emprender el descenso a las cuevas de vuestros muertos, donde,
desde tiempos remotos, los seres de testa coronada llaman a conciliábulo en sus
sepulcros, para glorificar la osamenta de vuestros antepasados. ¡Cómo te atreves a
tentarme con un trono de infecta materia, cuando mi frente ansía la corona de los
astros o vuestras espinas! Pero, de no ser por un sueño de un pueblo casi olvidado, no
hubiera permitido que vuestro sol tuviera su aurora en mi paciencia, ni que vuestra luna
refleje y alargue mi sombra en vuestro camino. De no haber sido yo un ansia pura, por
la que tiritó y se emocionó el alma de una madre alba e inmaculada, me habría
desembarazado de mis pañales y hubiera vuelto a lo infinito. Y de no ser por el
profundo dolor que impera en las entrañas de todos vosotros, no me hubiera quedado
en este lugar para sollozar y gemir. ¿Quién eres y qué es lo que deseas de mí, oh
Judas Iscariote? Habrás calculado mi peso en alguna balanza para encontrarme digno de
dirigir un ejército de enanos y de conducir una deforme escuadra en contra de un
enemigo que no se acuartela más que en vuestras inquinas, temores. y fantasmas.
Varios son los insectos que hormiguean a mis pies, pero yo los venceré. Estoy harto de
sus burlas y sus chanzas, y cansado está mi espíritu de toda compasión con los
animales o insectos que me consideran cobarde, porque mi camino no se encuentra
entre sus murallas y fortalezas. Uno de los fines de la piedad es mi necesidad de
misericordia hasta el final. ¡Oh!, cómo quisiera, si pudiera lograrlo, encaminar mis pasos
en dirección a un mundo más grande, en el que moran seres muy superiores a los de
este mundo; pero... ¿De qué manera podrá conseguirlo? Vuestro rey y vuestro
sacerdote piden mi vida. Ya lograrán su propósito antes de encaminarme hacia ese otro
mundo. No quebrantaré el curso de las Leyes ni esclavizaré a la ignorancia. Permitid
que la ignorancia se cultive a sí misma hasta hartar a sus descendientes. Permitid que
los ciegos lleven a los enceguecidos a la fosa. Permitid que los muertos sepulten a los
cadáveres hasta que se ahogue la tierra bajo el perfume de esos amargos capullos. Mi
reino no es de este mundo, no. Es y será en el lugar en el que tres de vosotros se
reúnan con amor, con veneración, idolatrando a la hermosura de la vida, con felicidad y
con placer ante mi recuerdo.
En el momento de terminar su discurso dirigió bruscamente su vista a donde se
encontraba Judas Iscariote y lo exhortó diciéndole:
.-¡Fuera de mi vista, hombre! los reinos de vosotros nunca estarán dentro del mío.
Ya era tarde. Se dirigió a nosotros y dijo:
.-Vayámonos de este lugar, pues la noche ya se avecina y está casi encima de nosotros.
Caminemos mientras haya luz. Descendió del monte seguido por nosotros. Bastante
atrás, lejos y a la zaga, Judas nos seguía despacio. Al arribar al llano ya había
anochecido. En ese instante Tomás, el hijo de Theófanos, se dirigió a Jesús diciéndole:
.-Maestro, la noche está muy oscura y ninguno de nosotros llega ya a distinguir el
verdadero sendero. Si lo deseas podemos ir en dirección a las luces de aquella aldea,
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en donde quizá podamos hallar algo de comer y un lecho.
Jesús entonces le respondió:
.-Os he dirigido hacia lo alto cuando teníais apetito, pero ahora que os he llevado a la
llanura vuestra necesidad se ha multiplicado. ¡Es triste que no pueda estar entre
vosotros esta noche, pero es que quiero estar a solas!
Entonces se adelantó Simón Pedro y le habló:
.-No nos abandones en la tiniebla de la noche; déjanos pasar esta noche a tu lado en
este estrecho sendero; pues tanto la noche como sus fantasmas no harán demasiado
extensa su visita si con nosotros estás; mejor aún, estaremos cómo iluminados por un
Alba si con nosotros te quedas. Jesús le respondió:
.-En esta noche los chacales estarán en sus cuevas y madrigueras, en sus nidos los
pájaros del cielo, pero el Hijo del Hombre no hallará dónde reposar su cabeza. En
verdad es mi deseo estar a solas esta noche. Pero si ese es vuestro deseo podréis, por
segunda vez, encontrarme en la orilla donde os he hallado.
Lo abandonamos con el alma dolorida, pues no deseábamos irnos y dejarlo solo. A
cada momento volvíamos nuestra mirada hacia el lugar donde Jesús se encontraba en la
gloria de su soledad, camino al oeste. El único que quiso echar hacia atrás la cabeza,
para ver al Maestro en su perfecta soledad, fue Judas Iscariote. Desde ese momento
Judas se convirtió en otro, se tornó malhumorado e hipócrita. Su mirada se vio
oscurecida por una densa niebla de odio, maldad y felonía
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