7. MUERTE DEL MAESTRO
Dos semanas después, el Maestro enfermó y una multitud de admiradores suyos
acudió a la ermita para preguntar por su salud. Cuando llegaron a la puerta del jardín,
vieron que salían de las habitaciones del Maestro un sacerdote, una monja, un médico y
Almuhtada. El Discípulo amado anunció la muerte del Maestro. El gentío empezó a
llorar y a sollozar, pero Almuhtada no derramó una sola lágrima ni habló una palabra.
Quedóse algún tiempo hundido en sus propios pensamientos, hasta que por fin
se irguió sobre la piedra del estanque de los peces y habló:
Hermanos y compatriotas: acaban todos de escuchar la triste noticia de la muerte
del Maestro. El inmortal Profeta del Líbano se ha entregado al sueño eterno y su alma
bien aventurada se eleva por encima de nosotros en los cielos del espíritu, más allá de
la tristeza y de la pesadumbre. Su alma se ha desprendido de la esclavitud del
cuerpo,y ha arrojado las cargas y la fiebre de esta vida terrenal.
El maestro ha abandonado este mundo material, ataviado con las vestiduras de la
gloria y ha pasado a otro mundo libre de penalidades y aflicciones. Ahora está donde
nuestros ojos no pueden verlo ni nuestros oídos escucharle. Mora en el mundo del
espíritu, cuyos habitantes lo necesitan acuciosamente. Está ahora adquiriendo el
conocimiento de un nuevo cosmos, cuya historia y hermosura siempre lo han fascinado
y cuya lengua él se ha esforzado siempre por aprender.
Su vida en esta tierra constituyó una larga cadena de hechos gloriosos. Fue una
vida de meditación constante, porque el Maestro no descansaba más qué en el trabajo.
Amaba el trabajo, que definió como amor visible.
Fue la suya un alma inquieta, que no podía descansar sino en el regazo de la
vigilia. Fue el suyo un corazón amante que rebosaba de bondad y de celo.
Tal fue la vida que llevó en esta tierra...
Era un manantial de sabiduría que brotaba del seno de la Eternidad, una
corriente pura de ese conocimiento que riega y vivifica la mente del Hombre.
Y ahora ese río ha desembocado en las playas de la Eternidad. ¡Que ningún
intruso lo llore ni derrame lágrimas por su partida!
Debe tenerse presente que sólo los que han estado frente al Templo de la Vida,
sin hacer fructificar la tierra con una gota de sudor de su frente, se hacen acreedores a
las lágrimas y a las lamentaciones cuando la abandonan.
Pero, ¿no pasó por ventura el Maestro todos los días de su vida trabajando en
beneficio de la Humanidad? ¿Hay entre los presentes alguno que no haya bebido de la
fuente pura de su sabiduría? Por eso, el que desee honrarlo que ofrezca a su alma
bienaventurada un himno de alabanza y acción de gracias, no los ecos lúgubres de sus
lamentos. El que desee rendirle el homenaje que se merece, que asimile el
conocimiento en los libros llenos de sabiduría que ha legado al mundo
cont
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