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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 08:25

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS  (2006)

    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - "Those who have crossed
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - with direct eyes, to death’s other Kingdom
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - / remember us." (*)
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -T.S. Eliot.

    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - "Mas yo estoy desvelado en la cuenta de mis - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - / muertos."
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - Gilberto Owen.


    A / LA ESTACIÓN MÁS CRUEL

    1

    No sé por qué imagino verdosa la patria de los muertos,
    sumergida en un velo de lama, ferruginosa, vítrea,
    perpetuamente sitiada por la lluvia,
    un reino siempre crepuscular y húmedo, goteante,
    recubierto de limo, color de jaspe o resinoso feldespato,
    como si un hálito de musgo permeara el aire,
    como si una tenaz pátina de verdín o bronce nebuloso
    saturara cada rumbo, cada rincón ahí.

    Un mundo humedecido de líquenes creciendo,
    una estéril penumbra opaca
    que anega cipreses, tumbas, frondas,
    un vaho fosforescente y turbio
    esparcido en el viento, ondulante, negruzco.

    Tal vez una eterna llovizna sea el talante del tiempo en esa región borrosa,
    una lluvia pertinaz, desleída, tristísima,
    un cortinaje de terciopelo y bruma.

    Todo el tiempo está como pardeando en la patria de los muertos.
    Brotes entre la tierra blanda, tallos
    entre terrones y retamas, tubérculos,
    dedos crispados, surcos, ramas grises, humo.
    Quizá como un estruendo de ramas agitadas,
    de caballos con cascos de trueno
    sea la voz de los muertos.

    Los muertos quizá viven el tiempo de la niebla,
    un oleaje nocturno, ascendente y oscuro,
    un orbe vegetal, grisáceo y pútrido.
    Quizá el viento entre los árboles y no los sibilantes
    murmullos que ascienden de grietas de la tierra
    sea el sonido de la voz de los muertos.
    Tal vez replegados en yemas de futuro nos aguardan
    tenues, ramificados en la savia que se yergue delante de la luz.

    Toda la tarde suena la lluvia oscura.
    Tal vez deambulan bajo esa napa de gotas opresivas,
    lejanos, ateridos, difuminándose, difusos.

    Ánimas que se agitan en la boca del viento.


    (*) Estos versos pertenecen al conocido poema de T.S.Elliot, LOS HOMBRES HUECOS.
    Dicen, aproximadamente:

    "Aquellos que han cruzado
    con ojos directos al otro Reino la muerte
    nos recuerdan -si acaso-..."


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 08:51

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    A / LA ESTACIÓN MÁS CRUEL

    2

    Un espejo, un espejo en donde se condense
    el vaho moroso de la voz de los muertos,
    una claridad, una lámina de luz, copa del aire,
    para acoger sus diluidas palabras,
    un estanque de contrición y duda,
    ciega fulguración, ánima atormentada.

    Aunque tal vez no sea cierto
    y este impulso de dirigirme a ellos ,
    este intento de oírlos
    sea tan sólo una forma,
    irrelevante, espuria,
    de aturdir el olvido.

    Tal vez lo que los muertos nos dicen sea el silencio,
    un silencio abismal, que nos descoloca
    y nos vulnera, despojándonos.

    Tal vez ese silencio sea
    un impulso secreto, incontestable
    como la floración de fibras de hierro
    en las facetas de un cristal,
    olivina o pirita, proliferante, mohoso,
    o la aspersión de granitos de arena
    en el ramaje seco de una esponja fosilizada.

    Tal vez es el reflejo
    de un tiempo que está detrás del tiempo,
    detrás de lo vivido y los recuerdos,
    tal vez es su reverso, paralelo y ubicuo,
    una capa de nada que está en todo
    cubriéndolo, telaraña intrusiva.
    (Tal vez las arañas aniden detrás del espejo.)

    El silencio es como una marea levantada
    por la luna febril de los muertos.
    Tal vez quererles hablar los confine
    a una zona indigente de angustia, quizá la voz
    sea como una presión que los disemina y los desfonda
    y los colma de ausencia
    y no los pacifica.

    Porque los muertos viven
    el tiempo de la niebla.
    y lo que ahí priva es el miedo.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 08:54

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    A / LA ESTACIÓN MÁS CRUEL

    3

    En ese aire plomizo pululan mis muertos.
    Los oigo trajinar en el umbral del año
    bajo el cubierto cielo de pizarra
    con un murmullo de élitros,
    amargos como helechos,
    indistintos, nudosos:
    roce de cuerpos intangibles, sombras de sombras.

    Cuchichean sobre los techos, en las losetas
    del patio: un bordoneo incesante,
    un desapacible susurro que se filtra
    bajo el pretil de las ventanas,
    entre los vanos de las puertas.

    El pertinaz tamborileo trae sonidos,
    frases, cadencias: vivacidad vacía.

    Al filo del crepúsculo
    mis muertos cuchichean:
    alboroto de pájaros, chillidos, quejas.
    Un jardín enlamado, una burbuja de cardenillo y niebla.

    Dura, áspera, saliente como líquenes córneos,
    como peñas recubiertas de líquenes es la voz de los muertos.

    Follajes taciturnos,
    un círculo de rocas apretadas,
    un pardo tropel de casas, una heredad derruida.

    Rumor de días rotos, de afanes sin retorno.
    Opacidad de un tiempo inexpresable.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 09:01

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    B / ELEGÍA LEJANA

    ¿Toda la vida fuiste únicamente un nombre:
    tres armoniosas sílabas, y el ajado esplendor
    de una fotografía de principios del siglo
    pasado? Tu inasible existencia perdura
    sólo en breves escenas, imágenes veladas:
    el llanto de mi madre cuando hablaba de ti,
    el fulgor de una hoguera, los ecos militares
    del apellido Salas, la intensa, inolvidable
    letra de una canción triste que te gustaba,
    pormenores diluidos, delusiones que han sido
    más que vagos recuerdos, una bruma tendida
    deliberadamente, con aflicción tenaz,
    sobre hechos y detalles de tu vida y tus cosas
    para alejar la sombra de una nostalgia viva,
    como si eliminar su efecto en la memoria,
    ignorar su presencia, borrara su existencia.

    Muerta en la juventud, cuando tus ojiverdes
    hijas eran adolescentes, no alcanzaste siquiera
    a imaginar qué rumbo podrían tomar sus vidas
    ni de quién provendría tu farragosa estirpe,
    mucho menos que un día esas inquietas hijas
    --que adoraban los tangos y eran fans de las óperas
    cuyas tramas tremendas actuaban disfrazadas
    con ropajes de fiesta frente al ruidoso radio--,
    que esas hijas, posesas de un furor incendiario
    a tu muerte abrasaran todo rastro de ti:
    cartas, fotos, vestidos, sombreros, guantes, libros,
    esquelas, escrituras que ardieron consumidos
    en la hoguera implacable, y con ellos la traza
    de tu estar en el tiempo, buscando conjurarte,
    librarse de un dolor que amagaba sus vidas
    en el momento justo en que habían empezado
    a saber que podías seguirlas y apoyarlas.

    La quemazón no pudo suprimir unas pocas
    reliquias: dos o tres retratos, un collar,
    una cruz, un anillo, un manojo de cartas
    con tu letra menuda, atadas con un lazo,
    las canciones que amabas cantar tocando el piano
    y poemas de Nervo, cuyo amor transmitiste
    a través de tus hijas intacto hasta tus nietos.

    (No sé por que de niño cuando hablaban de ti
    pensaba en la palabra “Samarcanda” como algo
    asociado contigo: el gusto de las aes
    y la enes, quizá , ese aire de lejano
    misterio, de conjuro o de hechizo, no sé.)

    De todo esto me acuerdo ahora que contemplo
    el único retrato tuyo que he conservado.
    Apareces, abuela, en todo el esplendor
    de tus treinta y tres años, delgada, de perfil,
    con la suave belleza de un grácil camafeo,
    el rostro levemente inclinado a la izquierda,
    los labios apretados, un aire melancólico
    velándote la cara, serena, retraída,
    con un vestido negro de alto cuello bordado,
    el largo pelo lacio recogido en un chongo
    sujeto con un moño, la mirada distante,
    como viendo hacia adentro con grandes ojos negros,
    la nariz afilada y la piel olivácea,
    con algo de princesa hindú o de beldad árabe,
    sin que nada nos muestre –no había el menor indicio--
    que pronto llegaría el tormento sombrío
    de la tos y la asfixia a roer tus pulmones.

    Te imagino esas noches reclinada en tu cama
    acezando estragada por el fuelle inclemente
    del asma asoladora. Al final tus pulmones
    cedieron y una noche te azotó para siempre
    la pugnaz pulmonía que terminó contigo.

    Poco más sé de ti, abuela evanescente,
    pero hoy quiero evocarte, aunque tu cercanía
    y el calor de tu amor sean ya inalcanzables
    mientras intento en vano, porque nada te guarda,
    rechazar el asedio de una indócil nostalgia.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 09:12

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    C / ELEGÍA TRISTE

    La que ríe en el centro de esta foto
    en el campo, con su joven esposo,
    joven pareja, joven vehemencia,
    joven beldad sentada entre los árboles
    tan lozana y tan tierna que parece
    haber sido fotografiada ayer,
    el claro rostro vuelto hacia la cámara
    con ese dejo de coquetería
    que las mujeres que se saben bellas
    suelen tener: los ojos entornados,
    como si vieran lejos, la honda boca
    humedecida, abierta, la cabeza
    levemente inclinada, ¿esa muchacha
    con el pelo revuelto que en el prado
    acaba de besarse con su amante
    y que nos mira con malicia limpia,
    ¿fuiste tú, abuela triste? ¿Quién hubiera
    pensado entonces que muy pronto el miedo
    la impiedad, la barbarie irrumpirían
    destrozando tu vida, corroyendo
    ilusiones, afectos, esperanzas:
    el mundo que lograste edificar?
    Nada en aquellas horas auguraba
    la fiereza del dolor que vendría:
    el suplicio, la aflicción de la pérdida,
    los años de infortunio, la viudez,
    la zozobra, la errancia vigilada,
    estaciones de una pasión deshecha.

    De una etapa no supe hasta tu muerte:
    tu matrimonio con un abogado
    probo que se hizo cargo de educar
    a tus hijos, un liberal sensible
    al que sin duda debo muchas cosas.
    (Es curioso ignorarlo prácticamente
    todo de alguien cuya influencia quizás
    fue decisiva: gustos, fobias, hábitos,
    pasiones transmitidas a través
    del muchacho que luego fue mi padre.)

    Envejeciste en un clima marchito
    --un clima espiritual quiero decir,
    víctima de la sombra de un marido
    ultimado que no te dejó en paz,
    que no descansó en paz, cuya tragedia
    como un ánima en pena persiguió
    cada uno de los días de tu vida.
    Siempre he creído, abuela, que la muerte
    atroz del general generó efectos
    devastadores para la familia,
    que lo sangriento de su sacrificio,
    el horror excesivo, la sevicia,
    los impactó, igual que las esquirlas
    de una explosión, dañándolos, que el hecho
    hirió profundamente almas y mentes
    de los suyos, de los más inmediatos,
    empezando por ti, que la violencia
    destruyó algo esencial y que el quebranto
    se extendió por una generación
    lisiándola en cierto modo, torciendo
    su voluntad, su fe: sobrevivientes
    de una laceración y un desamparo
    más crueles por ubicuos y difusos.
    Vapor de estanques pútridos, niebla ardua,
    emanaciones de cieno y de noche.
    El aire no circula ahí, la luz
    se empasta, los objetos, ay, naufragan
    en un opaco mar de ecos discordes:
    reflejos en una campana sorda.

    Recuerdo muchas cosas de ti, algunas
    entrañables: tonadas y canciones
    que me cantabas, cuentos terroríficos
    de aparecidos, sombras, hadas, magos,
    las historias del Grial, que aún asocio
    con tu memoria, las últimas obras
    de Debussy o de Goya, y pocas veces
    vagas reminiscencias de oraciones.
    También ciertas anécdotas, corridos,
    relatos, episodios, sitios, fechas
    de la Revolución, dichas, desdichas
    como la noche en que se quemó el huerto
    o la historia de aquella hermana grande
    asomada al balcón, atravesada,
    sorda, imprevisiblemente por una
    bala perdida en la Decena Trágica,
    que cayó parpadeando a tus pies
    cuando eras una niña, y cuya imagen
    no te dejó jamás, hosco preludio
    del dolor que los años te darían.
    Me acuerdo: rememorabas esa muerte
    y el brillo de tus mansos ojos grises
    asediados ya por las cataratas
    se ensombrecía; entonces comentabas
    que algo debía quemarse en la cocina,
    que el humo te picaba, y sin ambages
    comenzabas a sollozar. O tu ira
    tu vergüenza, tu mortificación
    por las torpezas de tu hermana loca
    en su senilidad, a veces cruel,
    imprudente, mezquina, avara, tonta:
    evocarla es entrar en las callejas
    de una ciudad de adobe en el invierno,
    una ciudad reseca, carcomida,
    de polvosos baldíos, de paredes
    derrumbadas y pozos azolvados,
    vieja tía señorita y amarga
    cuyo mayor placer era asustarnos
    con la saga del viejo del costal,
    del roba-chicos que rondaba la esquina
    siempre listo a llevarnos si renuentes
    nos portábamos mal, y nos ataba,
    obtusa, a la piecera de su cama.
    Ese coco mestizo, tremebundo,
    espantable y volátil, nebuloso,
    rondó muchos crepúsculos mi casa.

    Vuelven, vagos o nítidos, instantes
    donde tu ser adquiere consistencia:
    tu tenue voz leyéndome la Ilíada,
    sí, y a Kipling: El Libro de la selva,
    mientras convalecí de una hepatitis.
    Quizá no lo supiste abuela, pero
    después de tus miríficas lecturas
    me iba a acostar con la imaginación
    en llamas: manantial de sueños, nombres,
    sitios, actos, paisajes, ahora briznas
    pulverulentas que el viento dispersa
    en el sopor pardusco de la tarde.
    Dos veces te perdí, abuela: primero
    cuando después de la muerte del hijo
    que fue mi padre, y que sus hijos, ásperos,
    quisimos esclarecer, decidiste
    echarnos de tu vida y de tu afecto.
    Ya no volví a tener noticias tuyas.
    Tu ausencia y tu silencio con los años
    se volvieron escombros, grietas, sombras.
    Queríamos saber por qué afirmaron
    cosas sobre su muerte que mentían.
    Al final renegaste de tus nietos,
    de los hijos del hijo que adorabas
    ¿sólo porque no fuimos nada dóciles
    a consentir la hiel de la derrota,
    suspicaces e inquietos, y negamos
    dispensarle la autopsia?¿Fue eso, abuela,
    fuiste hasta el final rehén de aquel encono?
    ¿Dejaste de querernos? ¿Lo lograste?

    Supe de ti por otros: seguí así
    tu ocaso, tu turbación, tu declive.
    En los últimos años, perturbada,
    perdiste la razón: te comportabas
    como una niña, escondías las cosas,
    mentías, te robabas las monedas.
    Te encerraron en un asilo, a ti
    que tanto temor, tanto asco sentías
    de la degradación de la vejez.

    Muchachita poblana, capullito
    de rosa arrebatado por la furia
    implacable de la Revolución,
    ¿qué me queda de ti? Polvo, terrones…
    Vuelta a la tierra, fuiste siempre como
    la tierra: arca reconcentrada, anónima.

    Que en la honda pesadumbre de tus noches
    estas palabras sean como el polvo
    en el polvo: blandas en tu reposo,
    aire sobre la tierra que se esparce,
    fulguración y olvido de unas cuantas
    partículas que se van con el viento.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 27 Nov 2018, 09:26

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    D / ELEGÍA SONÁMBULA

    En el solar de aquellas tías,
    tragaluces muy altos y el fulgor
    de un patio de azulejos
    rodeado de plantas.

    Corredores y cuartos: el vetusto
    esplendor de una casa en Tacubaya
    alta y sombría en mi recuerdo.
    Precedida por una reja

    doble de hierro forjado
    daba al patio morisco
    en cuyo centro se erguía una fuente
    oxigenando a carpas rojas.

    Macetas con helechos,
    las graves mecedoras, en los brazos,
    muy blancas, carpetas tejidas
    al pie de esbeltas palmas.

    ¡Y ese olor a romero, a toronjil!
    Tras las grandes vidrieras se extendían
    hondas habitaciones habitadas
    por un rumor de chales y de sedas.

    Esas tías, ¿quiénes eran? La voz
    de una de ellas, la tía Amelia,
    que apoyaba sus dichos con sus pecosas manos,
    no se me va a olvidar.

    Casi nada retengo
    de aquella casa augusta que impregnaba
    la lenta emanación azucarada del anís.
    Muebles como montañas,

    cortinajes, un loro, la ley de los espejos
    y una enorme tortuga de carey
    disecada: fantasmagorías
    de las que sólo queda la difusa
    brasa que brilla en mi memoria
    un instante y se extingue:
    vestigios espectrales
    de una añeja elegancia.


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    Mensaje por cecilia gargantini Mar 27 Nov 2018, 16:01

    Qué intenso Serrano, querido doc!!!!!!!!!!!!!!!!
    Sabés que los sigo, aunque a veces no tenga tiempo de comentar.
    Besossssssss para ambos
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 00:34

    Gracias, Cecilia. Sí, su poesía es sobre todo poesía amorosa... pero de una gran intensidad y trascendencia emocional.

    Tu paso y comentario es bienvenido. Siempre.

    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 01:13

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    E / ELEGÍA TRÁGICA

    A la luz de un violento relámpago regresas,
    desfigurado y muerto muchos años atrás,
    martirizado, acribillado, roto
    por la insaciable codicia del poder,
    prisionero en los hilos de una conspiración
    astutamente urdida para cerrarte el paso.
    No verás culminar una obra de gobierno
    ni crecer a un linaje.

    Te madrugaron, General.
    Acabaron contigo
    la prevaricación, la iniquidad,
    la ambición sin escrúpulos.
    De nada te valió confiar en los valores
    que sustentaban y daban sentido
    a la incipiente democracia.
    Te eliminaron, se deshicieron de ti,
    como quien elimina a un forajido
    peligroso: con saña y sin piedad.
    Y luego procuraron denigrarte
    confinándote en esa región en que se pudren
    traidores y golpistas, y al final
    te descalificaron, repitiendo
    que eras un fornicario,
    borracho, parrandero y jugador.

    Águila de alas rotas,
    abuelo, ¿en qué creías?
    Siempre he querido saber si la imagen
    de irredento don Juan
    que la familia, con un gusto ambiguo,
    honró como el icono familiar
    en realidad te correspondía.
    En la sorda lucha por el poder,
    en la compleja trama de traiciones,
    insidias, sediciones, desafíos
    en que se había convertido
    la vapuleada Revolución,
    ¿nada que no hayan sido los placeres
    de la exultante carne o los equívocos
    favores del coñac
    como un baldón dominaron en ti?
    Dolosa imagen que privilegiaron
    para justificar su crimen
    tus fraternales enemigos.
    Tu valor, tu talento, tu inmensa simpatía personal,
    tu gallardía, tu proverbial generosidad,
    ¿fueron sólo una máscara?

    En ese México áspero que se despedazaba,
    ¿qué pretendías? ¿Cuáles fueron tus convicciones?
    ¿Quisiste un país mejor, Tamborino?
    Niño flaquísimo tocando en los mitotes de los yaquis,
    marcando el ritmo de sus danzas
    con un tosco tambor, acompasando
    los giros incansables, las salmodias
    y gritos junto al fuego, la ingestión
    ritual de bacanora, la espinosa vigilia,
    el río subterráneo de la conciencia integradora.
    ¿Aprendiste con ellos la razón de la tierra?
    ¿Qué hiciste años después, al regresar
    para hacerles la guerra?
    ¿Los traicionaste, Tamborino?
    ¿Renegaste de lo que te enseñaron
    o actuabas convencido
    de la necesidad de contener
    su rebeldía para consolidar la paz?
    ¿Por que luchabas?, di.
    ¿Quisiste alzarte en armas
    como pretende la historia oficial?
    Esa tarde en la sierra, junto a tus partidarios
    detenidos y atados y vejados,
    ¿te percataste de lo que pasaba?
    ¿Comprendiste que te iban a matar?

    Todos han pretendido exorcizarte:
    El País, el Ejército, el Gobierno,
    la Historia Patria, General.
    Sigues siendo un fantasma, un cruento estigma
    no conjurado aún, una presencia
    como una cicatriz secreta,
    como un Banquo que inquieta los afanes
    de perpetuarse en el poder, que siempre
    han tentado al gran tlatoani en turno.
    Ese fue tu legado.

    ¿Puede alguien existir como una ausencia,
    como un vacante surco en la memoria?
    También en la familia fuiste como un espectro,
    una trágica sombra que obsesionó los años
    de los que te perdieron. Les faltaste
    a muchos justo cuando más te necesitaban.
    Ah, padre de mi padre, árbol talado,
    abuelo por la sangre pero no por los actos,
    figura tan distante como un ente ficticio
    o una pura entelequia,
    no conocimos, nadie en la familia
    ultrajada y dispersa, la ternura,
    la fuerza que podrías haber diseminado
    ni el prestigio o la luz de tu abolengo.

    Tus asesinos fueron asesinos
    en serie: acabaron contigo y con tu causa
    y aniquilaron sueños, esperanzas,
    ilusiones, proyectos de los que eran tu estirpe.

    Pariente legendario, tu memoria está hecha
    de rencor, de nostalgia y de un confuso orgullo.
    De tu ser y carácter solamente perduran
    los rasgos y maneras del personaje público.

    Me pregunto: ¿qué hubiera sucedido
    --en el país, en la familia, en el gobierno--
    si por encima del complot hubieras
    conseguido sobrevivir, triunfar?

    Sobre tu sangre derramada se cimentó el sistema
    arbitrario y corrupto que por años
    medró en este país. Tu sacrificio
    selló un ciclo y abrió otro: el de la violencia
    y la impunidad vueltas institución, política de estado.

    ¿Frente al piquete de soldados
    que empezaban a disparar
    vinieron a tu espíritu
    imágenes sensibles de tu vida?
    ¿Recordaste los días cordiales de tu infancia,
    cuando tu hermana mayor te enseñaba
    a trazar las primeras letras sobre la arena
    a orillas del río Fuerte? ¿Volviste
    a ver los industriosos almacenes de Choix,
    en donde trabajaste cuando eras aun muy joven
    como avispado tenedor de libros?
    ¿Pensaste en tus mujeres, en tus hijos,
    en el menor, que llevaba tu nombre?
    ¿Evocaste tu triunfos militares
    comandando las tropas,
    también tú general invicto
    curtido por batallas y tormentas,
    los inconjeturables retos de la política,
    la ruptura final con quien había
    sido más que tu hermano,
    jefe, cuñado, amigo,
    el vértigo de la campaña
    presidencial? ¿Te diste cuenta
    de que tu vida se truncaba en plena cima?

    En el lugar de la matanza
    revivo pormenores
    de tu pasión y muerte infames.
    La luz en el crepúsculo de octubre
    tiene el matiz de los remordimientos.
    Una parvada de grajos desfonda
    las copas de los árboles, graznando.
    Vuelven el frío resplandor
    en los ojos de tu verdugo,
    las afrentas, los golpes,
    la saña inverosímil,
    el horror, las descargas…

    El viento helado arriaba
    toscas nubes color borra de vino.
    Quizá comenzó a llover. Llueve,
    ha seguido lloviendo sobre las 13 cruces
    al borde del camino, a la orilla del mundo.
    Un puñado de imágenes crispadas
    en un bloque de tiempo.


    _________________
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 02:14

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    F / ELEGÍA DIFÍCIL

    Es confuso el recuerdo que conservo de ti,
    flotante, ambiguo, neblinoso
    como si las imágenes que evoca tu memoria
    existieran detrás de un vidrio oscuro,
    de un ventanal velado por la lluvia
    donde las gotas al resbalar deformaran
    (sombras de ramas en un muro
    mecidas por el viento)
    los contornos de lo que ocurre al otro lado.

    De esta indefinición subsisten
    el dudoso tenor de unas cuantas anécdotas
    y el nombre azul de una calle: Camargo.
    En el número 15 tu casa de dos pisos
    no fue un lugar de afecto.

    Un portón de herrería daba
    al vestíbulo ajedrezado.
    La sala a la derecha, el comedor,
    que casi nunca usabas, la cocina.
    Olor a viejos muebles de madera.
    Una desvencijada claridad.

    La escalera llevaba al hall de las recámaras
    y enfrente, junto al baño,
    a un cuarto de trebejos mitológico,
    tosca imagen del caos, donde arrumbabas
    un cosmos variopinto: remisiones,
    trueques, sobrantes, pagos
    en especie, liquidaciones, saldos
    del singular comerciante que fuiste.

    Un báratro de muebles, cachivaches,
    trastos, floreros, lámparas, viejas prendas de ropa
    se apilaban ahí, al ritmo de un desorden
    que fuiste acumulando con fruición distraída.

    Lo recuerdo con pena,
    como si fueran remanentes
    de una función ajena, abuelo.
    Árbol en cuyas ramas apenas me mecí.
    (La sombra de las hojas en el muro…)

    Me desasosegaban
    tu ríspido sentido del humor
    y tu voz pedregosa.
    - - - - - - - - - - - - Sordo
    del oído izquierdo, hablabas a gritos
    girando la cabeza de un modo peculiar,
    como un extraño pájaro
    que viera de reojo.

    Te recuerdo desaliñado,
    sin rasurar (tu barba
    de días nos picaba cuando
    nos acercábamos para besarte),
    enfundado en aquella astrosa bata
    de franela, en pantuflas.

    Sabías ser elegante, sin embargo,
    muy erguido, con tus sacos de tweed,
    tu sombrero de fieltro ladeado,
    tus impecables bostonianos.
    Salías (o llegabas, según la hora
    en que mi madre nos llevara a visitarte)
    de tu casa con una envidiable prestancia
    —¡más envidiable aún, ahora que pienso
    que tenías setenta y tantos años!
    ¡Ibas a tus negocios!
    Quién sabe qué recónditas
    transacciones inmobiliarias.

    Te extrañé, abuelo.
    - - - - - - - - - - - - Cuánto
    extrañé tener un abuelo.
    No conocí esa franja
    impecable de la felicidad.
    ¿Quién de los dos no supo
    solicitar al otro?
    Abrevé en el crisol
    de nuestra mutua antipatía.
    No fuimos compatibles.
    Tú no me transmitiste afecto
    y yo no te lo procuré. Sin duda
    no pudiste dejar de ver en mí
    la imagen de un yerno al que no quisiste,
    que yo te recordaba.
    - - - - - - - - - - - - - Hostigado, no supe
    cómo zanjar los baches de un asunto
    que nadie me explicó
    pero que padecí. Fuimos, abuelo,
    un par de próximos desconocidos.

    Te siento tan distante que no logro
    imaginar qué genes de la sangre
    en tus venas trasiegan por las mías.
    (La sombra agita el corazón…)
    Yo admiraba tu fuerza,
    tu fuerza física, la consistencia
    de tus bíceps, los duros músculos
    del tórax, el abdomen,
    tus muslos como postes.

    Hasta el fin conservaste
    tu notable vigor,
    y el orgullo invencible
    de haber sido un espléndido
    jugador de beisbol:
    jonronero temible y pítcher
    astro de una liga amateur.

    Y un tiempo también fuiste diputado,
    electo por algún
    polvoriento distrito del estado de México.
    Vagamente me acuerdo
    de vagas fotos tuyas vestido de jacquet,
    presidiendo en la Cámara una áspera asamblea.
    (Las ramas en el muro
    movidas por el viento.)

    No conservo ninguna
    imagen de tu enfermedad,
    ni de tu muerte, a mis once o doce años,
    ni recuerdo detalles de tu entierro.
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - (Tendría
    que haber estado allí.)

    ¿Te enterraron? Supongo
    que entonces no era práctica común
    cremar a los cadáveres.
    Y he olvidado el nombre del panteón.

    Convengamos: la vida
    no fue lo que esperaban
    tu corazón, ni el mío, abuelo.
    ¿Dime, tú, qué esperaste?

    Mejor no digas nada,
    no vengas a inquietarme, vuelve al limbo
    indefinido desde donde
    te convocaron mis palabras.
    Vuelve a esa zona indecisa, vidriosa,
    de viento, niebla y sombra
    en donde nos desencontramos.
    (En el viento las ramas del árbol se hacen trizas.)

    La memoria: rescoldos, briznas,
    - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - menos
    que un grumo de polvo
    - - - - - - - - - - - - - - - irrecuperable.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 28 Nov 2018, 03:21

    ¡Tremendo lo que llega! Sí, así me parece la poesía de Francisco Serrano, inyecta ganas de seguir leyendo, por todo cuanto expresa.
    Acabo de pasar por "ELEGÍA DIFÍCIL" y la verdad, es una autentica gozada.
    Gracias, Pascual.
    Gracias te doy yo también, querida Ceci.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 28 Nov 2018, 03:22


    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    Una piedra en el agua de la cordura

    Una piedra en el agua de la cordura
    abisma las coordenadas que nos sostienen
    entre perfectos círculos

    Al fondo,

    Pende en la sombra el hilo de la cordura
    entre este punto
    y aquél
    entre este punto
    y aquél

    y si uno
    se columpia
    sobre sus rombos,
    verá el espacio multiplicarse
    bajo los breves arcos de la cordura, verá sus gestos
    recortados e iguales
    si luego baja
    y se sienta
    y se ve meciéndose.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 28 Nov 2018, 03:23

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)



    Con abismada transparencia

    Eres el fuego del inicio.
    Eres la luz
    en el instante sabio
    de hacinarse en el agua.
    Eres la voz, la transparencia que penetra,
    que engendra;
    la nota viva y diáfana
    que cae,
    con el candor de una certeza
    en el centro
    del alma.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 28 Nov 2018, 03:24

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    La penumbra del cuarto

    Entra el lenguaje.

    Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan
    del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran
    las mismas cosas.

    Cuando se enfrentan, saben que son el límite
    uno del otro.

    Son creador y criatura.
    Son imagen,
    modelo,
    uno del otro.

    Los dos comparten la penumbra del cuarto.
    Ahí perciben poco: lo utilizable
    y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden
    y se ocultan.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 28 Nov 2018, 03:26

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)





    Una avispa sobre el agua

    La superficie del agua es tensa
    para una avispa,
    es un sendero múltiple fluyendo siempre
    como el tacto del tiempo
    sobre la hondura quieta
    de un corto espacio.

    Corto es el tiempo
    en que flota; corta
    la distancia en que gira
    por incesantes laberintos,
    remolinos inciertos, llamas,
    y transparencia
    inextricable.



    Las aves ven

    Es el arco
    que encierra
    y que sostiene la imagen:
    la plenitud del mar. Luz
    de insaciada transparencia. Bajo la tierra
    se entreteje la historia:
    aguas que engendran sus recintos. Bullir de peces
    Ecos que dejan su opacidad, briznas, rastros
    que emergen. Estallidos que fijan
    su estupor en los muros, la flor, la piel
    de sus calcinaciones. Las aves ven.
    Los peldaños encienden sus oleadas sedosas
    frente a los lechos que germinan; la sombra
    oculta su espesor.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 07:44

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    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    G / ELEGÍA NOCTURNA

    Vuelvo a encontrarte después de tantos años, de tantos desencuentros,
    de tanto hacernos bolas sin encontrar jamás el tiempo justo de franquearnos,
    desde el volátil barandal de la infancia hasta los precipicios de la insolvente
    adolescencia,
    en las encrucijadas donde crecí, no sé si para bien,
    lejos de tu cercanía, de tu suficiente y tan sabia sinrazón,
    de tus alcances, de tus aspiraciones,
    vuelvo a encontrarte y no puedo dejar de barbotar mi desconcierto,
    mi dolor, la inaceptable ausencia de no haberte sabido,
    de no haber tenido tiempo de saberte.

    Te veo, remoto, desleído, en la temprana madurez de tus cincuenta
    (que no cumpliste nunca), la piel oscurecida a la luz del crepúsculo,
    como una fotografía que ha comenzado a borrarse roída por la humedad,
    desvanecida en círculos de moho luyendo, royéndote los rasgos,
    la ondulación lentísima del hongo como una migración y una sutura.
    Rumor de hojarasca, de círculos escamosos.
    Un solar abolido por la asechanza de la herrumbre.

    Sueño a veces que llegas del fondo de la noche.
    Tienes un aire ausente, como absorto en tus cosas.
    De pronto parece que tuvieras la boca llena de tierra,
    tu imagen adquiere un aspecto sombrío,
    la in/consistencia de un espectro,
    las órbitas vaciadas, los dientes carcomidos,
    la boca abierta en una mueca amarga, como espasmo o sollozo,
    como la momia infame de aquel minero en Guanajuato
    con las ropas raídas, encogidas,
    y los dedos crispados, como pidiendo algo,
    en la mano el revólver con que te disparaste
    (con cachas de nácar, incrustado de oro,
    un revólver que había sido de tu padre),
    macilento, cetrino.

    ¿Vuelves así desfondado, hueco
    desde el fondo barroso de tus actos fallidos,
    de tu tenaz aturdimiento?
    Padre,¿que ha quedado de ti?
    Esa sombra que se desliza en las orillas del crepúsculo, ¿eres tú?
    Pienso que quieres decirme algo,
    agitas el brazo con un ademán de impotencia.
    La reverberación y la angustia estampada en tus rasgos
    reblandecidos bajo ese escorzo escaldan.

    Hablar de ti, poner en el papel en perspectiva tu recuerdo,
    me produce un dolor impronunciable, un dolor moral.
    Como una veladura que se cierne detrás de muchas capas de aire
    en la inclemencia de la hora vengativa.
    ¿Es así el infierno?

    Veo los paisajes donde solías llevarnos de niños:
    el escamoso pedregal tapizado de yucas, palos locos, estrellas de San Juan,
    las lomas amarillas cuajadas de magueyes camino al Desierto de los Leones, tierra
    arcillosa,
    los bosques de pinos y oyameles en las inmediaciones de la ciudad,
    el policromo cárcamo de Lerma, las cuevas de Teotihuacán.

    Me doy cuenta de que ha empezado a llover en mis recuerdos.
    El otoño crepita en cada hoja,
    rumor de seda o cañas golpeadas por el viento,
    rumor de ásperos juncos, de cardos en las córneas,
    de retorcidas ramas al romperse,
    un roedor atareado rayendo una bellota,
    un crujido de duelas en el piso.
    En invierno solíamos salir a la montaña.
    Íbamos a recoger “basura” para el Nacimiento:
    troncos, guijarros, rocas, ramas, tierra
    que luego tú meticulosamente disponías
    (siguiendo a tu admirado maestro Pellicer)
    en deslumbrantes escenarios miniatura.

    Transfigurado en mago indicabas la ruta,
    decías en qué sitios nos debíamos detener,
    qué tipo de piedras y troncos recoger,
    qué forma de qué rama convenía o cuál manchón de musgo o liquen
    entrarían en la composición del paisaje recreado.
    De vuelta construirías con aquellas minucias
    un pasmoso universo en la cochera de la casa.

    Como un demiurgo ordenabas el orbe.
    Habías trazado una bóveda y distribuido las constelaciones,
    establecido la duración del día, el ritmo de la noche
    y señalado un sitio al alba y al ocaso.

    “Aquí irá la montaña, en este extremo el río, allá el pueblo.”
    Y remojabas grandes pliegos de cartón
    para dar forma a las montañas
    que barnizabas con pegamento
    y luego recubrías con musgo y tierra.

    Durante largos fines de semana te afanabas
    en la reproducción de un vívido paisaje
    que serviría de marco al hecho navideño.
    Recomponías y retocabas figuritas de barro
    para hacerlas representar los gestos que querías:
    brazos y piernas rotos y vueltos a pegar,
    pastores adorantes, ángeles, peregrinos,
    cabezas ranuradas para hacerles brillar una aureola de luz.

    Amabas sorprender, y así un aspecto notable de tu ingenio
    se consagraba a los efectos especiales:
    nubes radiantes de las que surgían al oscurecer ángeles flamígeros,
    montes que se iluminaban dejando ver en su interior al pesebre y al Niño,
    un paraje oculto donde, en mitad de la noche, resplandecía
    una inquietante prefiguración del Gólgota.
    Había música, crescendos, trozos de gran lirismo:
    un ámbito propicio.

    Muchas veces fuimos al campo a recoger la exultante materia prima.
    Días de campo o excursiones festivas con adultos.
    A veces, niños al fin, nos quedábamos solos.
    “No se muevan de aquí, no nos tardamos.”
    Silbidos, trinos. El viento en los follajes.
    El más hondo silencio.
    Una patria abdicada.

    Recuerdo la olorosa humedad de la tierra esmaltada de musgo,
    tréboles y musgo y agujas de pinos fragantes iridiscentes de rocío,
    los líquenes trazando en la piel de las rocas los círculos de su expansión lentísima,
    avanzadas de minúsculas torres grisáceas, alcázares, ciudadelas, lagos:
    ondas reverberando en la mojada superficie de la piedra.
    Navegaciones fabulosas.

    El bosque guardaba intacta la magia de lo desconocido,
    una imagen palpable del poder transmutador de la naturaleza.
    En cualquier sitio podría alzarse un castillo, detrás de cada piedra, de cada árbol
    acechaban seres prodigiosos, duendes, chaneques, hadas.
    Había que irse con cuidado. La tierra se cubría de una neblina opaca,
    una manta grisácea y ondulante tendida hacia otro mundo.
    La tierra del altiplano ennegrecida, los claros, las veredas,
    el vaho de nuestra respiración en el aire de la mañana de diciembre.
    La luz entre las ramas caía con un fulgor de vidrio.

    Llovía luz, las hojas refulgían,
    el aire del invierno recortaba
    con una intensidad de nácar
    la bóveda azulísima.
    Bajo la inmóvil sombra de un encino
    un cenzontle exploraba
    con su canto la soledad en torno.

    Vuelve su eco exterior e imprevisto.
    Recuerdo otros parajes y otros tiempos:
    el cuento alucinante de Katchei y del pájaro,
    los poemas al paisaje y al mar, el mar,
    la amistad de la música,
    tu afición a los toros llevándome a corridas
    y a un tenso aprendizaje
    de ciertos rudimentos del arte de torear,
    puesto después a prueba
    en tientas y festivales pueblerinos
    (no compartí ese amor.)

    O una noche en que fuimos a ver, “para formarme”,
    un vulgar pero intenso espectáculo lúbrico.
    Parejas de ocasión, noctámbulos, un orbe fantasioso.

    Temblé con los ojos vidriosos
    ante una voluntariosa pelirroja que fingía una felación
    y luego, gimoteando, cabalgaba a su espectral pareja.
    Fuerte olor a sudor, a perfume barato.
    Aún flotaba al subirnos al coche.

    Nubes color de guata en un callejón.
    Pulsan las farolas del alumbrado público.
    Su luminosidad traza en el asfalto sinuosidades, estrías.
    El semáforo desperdiga regueros de rubíes.
    Detenidos, fluida luz de magnesio.
    Una mujer en el auto contiguo, muy bella, borrachísima,
    lasciva y serpenteante se repega al hombre que conduce.
    Por un instante veo sus hermosos ojos intoxicados.
    Tengo 12 años y confusamente percibo
    y me estremezco alterado al pensarlo
    que pronto esa belleza desnuda y suplicante
    gemirá de verdad en brazos del zafio acompañante.
    (La belleza, la belleza física tendría
    que tener un mejor destino, pensé.)
    Quemante, turbadora, la imagen del deseo en sus ojos
    no me ha dejado.

    Un domingo llegaste, cosa infrecuente en ti, sombrío, meditabundo.
    Hablaste de compromisos, de difíciles retos,
    de fechas perentorias.
    Y añadiste
    “Quizá no lo veamos.”
    ¿Te acuerdas? Habíamos entrado, sin saberlo,
    en el reino de la premonición,
    esa tierra de nadie en donde naufragamos todos.

    Protestaste, con una urgencia incomprensible,
    porque habíamos decorado
    nuestro cuarto de adolescentes tremebundos
    con una cruz de piedra, robada de un panteón.
    “No me gustan las cosas de los muertos,
    traen la muerte”.
    Apenas registramos tu aprehensión, tu vehemencia.
    Tus palabras: guijarros hundiéndose en la indolencia de un estanque.
    ¿Quién hubiera dicho que menos de una semana después
    volveríamos incrédulos, inconsolables, de enterrarte?

    El domingo siguiente, una tarde de nubes como cordilleras
    llevamos la cruz hasta una colina a orillas de un barranco
    en las inmediaciones de la ciudad. El perfume
    de los suburbios, turbio y dulce. Irreal.
    Graznidos de pájaros, algún claxon lejano.
    Cargamos la detestable cruz
    y la arrojamos al fondo del barranco.
    Rebotó, rodó, levantó polvo.
    Sequedad del aire, sequedad del cielo enorme de abril.

    Entonces un viento como un árbol de sombra se levantó
    de pronto, una tolvanera, un trasgo de polvo y hojas secas,
    silbando, rodando cuesta abajo, envolviendo la cruz como una despedida.
    Palabras deshaciéndose en la boca,
    hongos enmohecidos.

    ¿Qué te impulsó a abandonarlo todo,
    qué agravio insoportable te rompió, papá?
    ¿Te fastidiaste de lidiar con la pobreza,
    ese enemigo que no pudiste derrotar?
    ¿Te socavaron las desilusiones políticas,
    la cicatriz de tu orfandad
    - - - - - - - - - - - - - - - - (“Despójame del miedo
    que me causa tu rostro”,
    le escribiste a tu padre asesinado),
    la nostalgia de tu brillante juventud?

    Todo convergía para afirmar en ti
    un sentimiento de errar fuera del tiempo,
    de no pertenecer al tiempo que vivías.
    ¿Quién o qué determina
    los verdaderos atributos de un hombre,
    quién tiene razón?

    Muy joven te marearon en los pasillos del poder,
    en los salones de Palacio,
    los seductores de la corte
    te ofrecieron, buscador de tesoros, los halagos
    del privilegio y la fortuna.
    Te utilizaron, te engañaron.
    - - - - - - - - - - - - - - - - - Al final
    te trituró su tortuoso engranaje,
    los enjuagues de la ambición política.
    Creíste que ese oropel podía ser tuyo.
    Perdiste peso, encandilado y te embarcaste
    absurda y peligrosa, ingenuamente,
    en una empresa para ti mortífera.
    Te hicieron contradecir de tus orígenes
    y planteaste la reelección del presidente Alemán.
    Cuando te percataste de tu error era muy tarde.
    La prensa se ensañó, te repudiaron,
    tu inmaduro prestigio vuelto polvo.
    Quedaste como marcado, señalado:
    echado de tu tiempo.
    A partir de entonces comenzó tu declive.

    Muchos años después, en la vigilia del alcohol,
    entre los versos de algún libro
    o en la estulticia de un escritorio burocrático
    ¿comprendiste que habías dilapidado tus talentos
    y esa visión te atenazó?

    Pero ya ninguna contrición tiene sentido
    No eres más que una esbozo
    y una lamentación y una sombra,
    huésped oscuro de mis sueños.
    Porque has muerto del todo.


    _________________
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 07:56

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    H / ELEGÍA MATUTINA

    1

    Ahora que los días parecen impregnarse de la melancolía que siempre rodeó tu
    - - - rostro, tu mirada, tus cosas,
    que el trajín de la lluvia se empeña en borrar cualquier rastro que me queda de ti,
    - - - diluyéndolo, distorsionándolo las gotas,
    bajo esta opacidad que bruñe las esquinas, empaña las ventanas, difumina el perfil
    - - - de los árboles erguidos temblando contra el cielo,
    que la mañana emerge humedecida por esta luz obstinada y fina, impenitente como
    - - - una veladura que enmascara los contornos del mundo
    y pone con su tristeza calosfríos en el alma, ahora que el estribillo de la lluvia
    - - - machaca sin descanso la rememoración, la añoranza,
    nublando nuestra percepción, emborronando los perfiles, ateriéndolos,
    todo el tiempo el mismo aflictivo rumor al caer, la insistente percusión de la lluvia,
    - - - sus dedos de agua tamborileando en los parches del alma como un percusionista
    - - - demasiado incisivo,
    quisiera preservar, poner en orden en las recámaras del corazón la multitud de
    - - - instantes: emociones, sentimientos, recuerdos,
    predilecciones, manías, gustos, rechazos en los que te has convertido y en los que
    - - - de alguna manera sigues viviendo en mí:
    la calle en que vivíamos, adornada por un camellón donde se erguían, retorcidas y
    - - - augustas, las fulgurantes jacarandas,
    una reja de hierro que cercaba un jardín de rocas y de rosas, una escalera con
    - - - barandal girando a la derecha, un cuarto cuyas ventanas daban a los volcanes,
    - - - una terraza con piso de ladrillo,
    la respiración de un hermoso setter irlandés arrollado por un automóvil que
    - - - agonizaba en el asfalto cubierto de pétalos lila, y a cuyo lado alguien, una
    - - - mujer, sollozaba mientras tú procurabas alejarnos de ahí,
    algunos objetos traídos después de un largo viaje: figuritas de metal y de barro,
    - - - lienzos de seda, un prendedor y un anillo de ámbar, la escultura de una mujer
    - - - en ébano, un vaso de cristal, un barómetro,
    el jardín de tu hermana en el Pedregal, olas de lava lamiendo altas playas de flores,
    - - - un esplendor perdido,
    la risa de tu amiga pianista, que vivía encerrada y hablaba con espectros, divertida y
    - - - temible, locuaz en su locura inofensiva.,
    los relatos del tío periodista, desorbitado, fiero y corrupto, bebedor implacable,
    - - - que buscaba tu sensatez, tu temple para templarse él,
    su mujer, tu hermanastra, elegante y excéntrica, los viajes a Tezcoco y a Puebla, los
    - - - paseos a caballo, muchos días en el mar,
    la casa de Mixcoac, sus arcadas de piedra y sus altos fresnos, su patio de adoquines,
    - - - su claridad cordial,
    el verdor de tus ojos cuando hablabas de tus días de estudiante en Boston e ibas los
    - - - fines de semana a escuchar música,
    o cuando hablabas de la pira que encendieron tus hermanos y tú para librarse del
    - - - asfixiante recuerdo de la madre muerta,
    imágenes de ti que conservo y que en esta mañana gris de julio han vuelto con su
    - - - cauda de luces, con sus estampas de guardar, sus cromitos de niebla:
    regresan a inquietarme, a hurgar en las comisuras de mis sienes, a erigir su tinglado
    - - - de aflicción y tristeza donde no cabe más que el placer de la reminiscencia.

    Curiosidad, tenacidad, entusiasmo, sed de lecturas, el amor de la música, la
    - - - templanza, el fiel de los ancestros, eso eras.
    La intersección de estas formas traza algo de tu perfil, que va adquiriendo una
    - - - concisa pátina bajo la tarantela de la lluvia que cae deslavándolo todo.

    El cielo, que ha hecho agua, trae ahora tu imagen, mamá.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 15:00

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    H / ELEGÍA MATUTINA

    2

    Tu cuarto olía a caoba y a rosas, a flores de jardín, a musgo tierno,
    / los objetos apenas
    se atrevían a existir muy quietos en sus sitios esperando tu vuelta,
    / lámparas, perfumeros, libros,
    el ropero, la cama, el espejo, todo parecía susurrar en las horas
    / acuosas de la madrugada que contenía la respiración aguardando
    / como el que al borde de un desfiladero no decide cual pie desplazar,
    y un vuelco de alegría aliviada los inundaba al oír que las duelas del
    / pasillo crujían bajo el peso de tus pisadas, al alba, cuando volvías
    / de tu trajín nocturno,
    estragada por la exigencia de una tarea sin pausa, fatigada por su ingrata
    / tensión a lo largo de salas y pasillos y cuartos del hospital donde como
    / un hada, nimbada y blanca, velabas una noche sí, una no,
    y entrabas sigilosa para no despertarnos a pesar de que en unos minutos
    / deberíamos levantarnos para ir a la escuela, gabrielito, adrián, maría,
    y fingías dormir hasta que entrábamos a darte los buenos días, a
    / despedirnos, como si no te hubieras ausentado, como si toda la noche
    / hubieras estado ahí y la vida anduviera su curso normalmente,
    leona obligada a alimentar a sus cachorros, dormidos en la noche y
    / vigilantes en el día, te diste con rigor a la tarea de afirmar un hacer
    / acuciante y difícil.
    ¿Cuántas noches en vela pasaste, navegante de golfos sombríos,
    / recorriendo caletas purpúreas, evadiendo remolinos y arrecifes y
    / riscos del no dormir?
    ¿En la deriva de esas noches sentiste que la oscuridad se espesaba
    / sin remedio y que sólo era posible avanzar a tientas y que el mundo ante
    / ti se deshacía como una telaraña?
    ¿Pensaste alguna vez que nada podría tener sentido, que tu vida podría
    / muy bien ser ilusoria o inútil, que al final de ese túnel no había nada,
    / que quién sabe, y el alba te salvó?
    Una respiración de palabras secretas: el mundo era unas salas de hospital.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 28 Nov 2018, 15:21

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    H / ELEGÍA MATUTINA

    3

    En el jardín, flores y arbustos: hortensias, gardenias, dalias, el palo
    / loco y sus dedos crispados, su melena amarilla, su baba verde,
    las florecitas de San Juan, polvo astral sobre crespas colinas de lava
    / ondeaban en las inmediaciones de Cuicuilco,
    recogíamos tarántulas, raíces, flores, grillos, piedras, cada excursión
    / procuraba su cuota de vida para ser observada,
    o en los bosques de Hidalgo, junto a las peñas, las hojas se cerraban,
    / púas de pinos y bayas de eucalipto, piñones de oyameles, hojas
    / sobre la tierra leonada,
    heno, ramas de cedro, cortinajes de musgo gualda, la claridad cremosa
    / de un claro refulgiendo, campanas de luz,
    o aquella navidad que debiste hacer guardia y nos quedamos a celebrar
    / contigo, los pasillos brillaban con una luz metálica,
    un resplandor violento y azuloso que hacía más opresiva la atmósfera
    / desolada de aquellos muros,
    los cuartos en sordina despedían destellos fosfóricos: país de estrías de
    / vidrio, país de púas, ácido y enconado,
    seres de blanco, ángeles fantasmales en las reverberantes salas, las
    / enfermeras meticulosas, blancas, nítidas, beatíficas, aladas casi
    / parecían no dejar nunca de circular, su paso me alteraba,
    deslizarse de zapatos con suelas de goma en las losetas enceradas,
    / chirridos, pasos, cofias, la singladura de una navegación angulosa
    / y profusa,
    pasos, susurros, pasos, tintineo de frascos de vidrio, rodar de llantas
    / de hule sobre la lisa superficie,
    olor a mercurio y a yodo, olor a ropa sucia, a sudor, a punziones,
    / murmullos, cuchicheos en los cuartos,
    cicatrices que no terminan de cerrar, pústulas reventando, puertas que
    / se abren con un chasquido húmedo, quejas, susurros,
    un sonido suave, un golpeteo, un rumor acercándose, un chirrido
    / aproximándose por los corredores,
    el frú-frú de las medias de nylon al rozarse en los muslos, pasos, pasos
    / en el linóleo, crujido de suelas de goma,
    cofias blancas en la luz espectral, temblor de vidrios, de frascos agitados
    / bajo un lustre de luz fluorescente: un ámbito narcótico.
    Adiós ahora, adiós, adiós.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Nov 2018, 02:01

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    H / ELEGÍA MATUTINA

    4

    Ojos de polvo, facciones de polvo, ceniza, hojas revueltas, remolinos
    / oscureciendo las ventanas que dan a los fragmentos de un territorio
    / mítico:
    las hondas galerías del Museo de Moneda, la tumba de Pacal (entonces
    / no sabíamos su nombre), la ciudad de los dioses, los yerbazales de
    / Tepexpan, corredores y salas de Tepotzotlán y de Acolman,

    que en ciertos rincones, entre las vigas, en el remate de los arcos, en el
    / entablamento de algún friso, continúan reflejando algún aspecto de ti
    fieles a la pasión que te hacía recorrer, ligera, sus espacios y subir y bajar
    / y cruzar referencias y fechas y motivos arrebatada por una emoción y una
    / sed contagiosos.
    Bajo la telaraña de la lluvia surgen otras vivencias: la nieve en la ciudad, esa
    / mañana, por todas partes, en las banquetas y copas de los árboles, cuando
    / el invierno izó en el altiplano sus pabellones de seda violeta o blanca,
    sus guirnaldas de niebla, sus cortinas de luz helada, y tú nos llevaste a verla,
    / nuestro gozo infantil bajo los copos, las chimeneas prendidas en aquella casa
    / en el Chico,
    los poemas de López Velarde que me leías, tu temprano entusiasmo por Rulfo,
    / tu devoción por Kafka,
    vigilante cuando bordeamos el abismo, admiradora de los jóvenes: los juglares
    / ingleses, el poeta-filósofo, las piedras,
    supiste ejercer tus simpatías transportando estudiantes aquel otoño del 68,
    / cuando creímos que el tiempo se movía de nuestra parte.
    Lánguida, susurro sosegado, la lluvia hace añicos edificios, esquinas, casas en
    / los charcos donde se ahonda el reflejo de la ciudad,
    Insurgentes esquina con Reforma, y un poco más allá, la incipiente caligrafía
    / de los anuncios luminosos centelleaba en todos los puntos de la glorieta,
    el pulso de la noche bajo la empalizada de la lluvia ensanchando sus tentáculos,
    / sus galerías, sus compuertas,
    hojas, susurro de hojas, el telar de la luna, el patio bajo la lluvia, pasos, la barda
    / con la jardinera donde la yedra alzaba su cerca de verdor: luz de agua
    / encharcada,
    un vaho gris pardusco en los espacios de la casa que tu ausencia tiñó de una
    / coloración parecida a márgenes de ríos, a pantanos y sombra.

    Cierra los ojos y ve.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Nov 2018, 02:07

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    H / ELEGÍA MATUTINA

    5

    A veces la oscuridad se hace tan densa que tenemos que palpar con las
    / manos, tentar en las tinieblas para poder seguir.
    Ángeles tristes, cruces, columnas rotas. Susurros. Un viento áspero,
    / polvo, arena, lodo, vapor, humo en todas partes, niebla gris. Madre,
    déjame oír lo que no oigo, déjame estar más cerca. ¿Dónde estás?
    / ¡Si pudiera abrazarte sin que te desvanezcas como un sueño!
    Madre, créelo, puedo oír tu respiración, la sombra clara sobre el muro,
    / más cerca, como un rostro con los ojos vendados. ¿Me quedaré con
    / algo? Coronas mohosas, polvo muerto.
    ¿De quién eran los ojos con que vi las tumbas de los reyes en la basílica
    / que me pediste ver por los tuyos? ¿Las viste tú a través de los míos?
    Pienso en ti, e imagino que te desprendes de la sombra e irrumpes y
    / vienes a mi encuentro, y por un instante estás aquí, con tu
    / determinación y tus maneras árabes, con tu nariz hindú, tus ojos de
    / gitana, tu pragmatismo,
    con el sonido ronco de tu voz, con tus manías y tus supersticiones, con
    / tu cáncer, tu ineptitud en la cocina, tu propensión al sufrimiento, con
    / tu curiosidad bienhechora, tu gusto por la música.
    De regreso a la tierra, hundida en los surcos de las llamas, como una
    / mata de salvia que asciende hasta la casa del amor,
    paz a tus cenizas donde ahora reposen: rumor de alas que levantan el
    / vuelo, se hunden en lo oscuro y no volverán.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Nov 2018, 02:28

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    CUENTA DE MIS MUERTOS (2006)

    I / VAHO

    Vivimos en un sueño,
    la muerte nos despierta.
    Prístinos, impalpables
    habitantes de un triste
    reino sin concesión.
    Ojos secos, ausentes,
    yermos cuerpos ajados,
    párpados sin reposo,
    las bocas desdentadas.
    No reposamos nunca.
    Vagamos en la sombra
    bajo un cielo sin astros.
    Espíritus violeta
    en una espera fútil,
    somos los postergados,
    los sin voz, los insomnes.

    Nos movemos en círculos
    en las tristes llanuras
    de una tierra sin lágrimas,
    tierra de desmemoria,
    negro país de púas.
    Como enconado viento
    sobre la hierba seca,
    como agua rebotada
    en el turbio albañal,
    inquietamos tus sueños.
    Somos las descarnadas,
    ánimas sin sonido
    siempre ausentes, errantes.
    Dando vueltas sin término
    existimos tan sólo
    en un vano del tiempo.

    Huesos, cenizas: polvo
    levantado en el polvo,
    un poco menos que aire,
    mucho menos que nada.
    Bultos informes, sombras
    sin color, cuerpos vacuos
    sin sentido y sin eco.
    Venimos con la lluvia
    de dedos contrahechos,
    como una brisa terca,
    como una insinuación,
    Somos la niebla estéril,
    el viento entre los árboles.

    Habitamos un hueco
    en el hueco del tiempo.
    Cabezas desfondadas,
    ojos llenos de tierra,
    las manos suplicantes.
    Despechados, traemos
    desconfianza, temor.
    Como nubes flotando
    sobre un estanque lívido
    viajamos en tu sangre:
    grumos, aire: un erial
    en un reino baldío.

    Rotos padres transidos
    sin ardor y sin música
    nos movemos en círculos,
    silenciosos, exiguos.
    Somos tu descendencia:
    la esencia y la experiencia,
    ¡la muerte por venir!
    Nos movemos en círculos.
    Toscos, torpes, sombríos,
    aridez, aire nulo.
    Somos la agria memoria
    que anula los recuerdos.
    Penosos, impalpables
    habitantes de un triste
    reino sin concesión…


    Y aquítermina el inmenso poemarip elegíaco CUENTA DE MIS MUERTOS. iNMENSO en su contenido, en su profundidad, en su lirismo natural...

    Ya dije que me resultaba imposible traer el poema experimental : PROSA DE POPOCATEPETL.

    Nos quedan pues una serie de poemas que agruparemos como OTROS POEMAS. Algunos de ellos , magistrales. En realidad como todo lo que hemos visto hasta ahora.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:23

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)



    Que ahorita vuelve

    Te hace una seña con la cabeza
    desde esa niebla de luz. Sonríe.
    Que sí, que ahorita vuelve.
    Miras sus gestos, su lejanía,
    pero no la escuchas. Polvo
    de niebla es la arena.
    Polvo ficticio el mar.
    Desde más lejos, frente a ese brillo
    que lo corta te mira,
    te hace señas. Que sí, que ahorita vuelve.
    Que ahorita vuelve.

    Sus brillos graves y apacibles

    Vivo junto al hombre que amo;
    en el lugar cambiante;
    en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar.
    Y su pasión rebasa en espesor las olas.
    Y su ternura vuelve diáfanos y entrañables los días. Alimento
    de dioses son sus labios; sus brillos graves
    y apacibles.



    En la humedad cifrada

    Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila
    de quien se impregna (de quien
    emerge,
    de quien se extiende saturado,
    recorrido
    de esperma) en la humedad
    cifrada (suave oráculo espeso; templo)
    en los limos, embalses tibios, deltas,
    de su origen; bebo
    (tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas
    lascivas -cieno bullente- landas)
    los designios musgosos, tus savias densas
    (parva de lianas ebrias) Huelo
    en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,
    en tus selvas untuosas,
    las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;
    (ábside fértil) Toco
    en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros en tu fragua
    envolvente: los indicios
    (Abro
    a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) Oigo
    en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios
    -siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:
    las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),
    los hervideros.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:25

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    Es la noche

    Es la noche el lugar
    que ilumina el recuerdo.

    Es una vasta construcción
    sobre el mar. Es su despliegue
    y su secuencia.
    Amplios corredores se extienden sobre blancos pilares.
    Las terrazas abiertas sombrean las olas,
    y uno se interna y cruza
    por insondables extensiones.

    Va la mirada inaugurando los trazos,
    van las pisadas centrando la inmensidad.
    Y su perfil
    cambiante se va trabando.
    Y su emprendida solidez
    nos va infundiendo una claridad: la del espacio
    que se entralaza. Vemos
    transparencia en los muros, transparencia en las densas,
    despiertas olas y una alegría nos roza como un augurio,
    como la aleta fina y sigilosa
    de un pez.

    Es la memoria el viento
    que nos guía entre la noche
    y en ella funde
    su tibieza: Nos va llevando,
    nos va cubriendo con su aliento. Y es su suave premisa, su
    levedad
    la que entreabre esas puertas:
    Balcones, cuartos
    aromados pasillos. Salas
    de inextricable y nítida placidez. Ahí,
    entre esplendores recién urdidos,
    bajo el espacio imperturbable, recobramos, a gatas,
    la expresión de los muebles,
    su redondeada complacencia: Todo
    nos cubre entonces
    con una intacta
    serenidad. Todo
    nos protege y levanta con gozosa soltura.
    Manos firmes y joviales nos ciñen
    y nos lanzan al aire, a su asombrosa, esquiva, lubricidad.
    -Manos entrañables
    y densas. Somos
    de nuevo risas,
    de nuevo rapto bullicioso,
    acogida amplitud.


    Todo
    nos retoma y nos centra,
    todo nos despliega y habita
    bajo esos bosques
    tutelares: Agua
    goteando; luz
    bajo las hojas intrincadas del patio.

    De: Ese espacio, ese jardín


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:27

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    Tu voz

    Oigo tu voz; la siento entreverarse,
    encender. Algo
    dijiste entonces,
    de tal modo,

    de tal modo que siempre crece; crece y se extiende
    como una hiedra, como una selva,
    como una arena
    luminosa.



    De: Ese espacio, ese jardín



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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:28

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    POEMA

    ¿Qué es lo que entorna mi vida en el dintel
    de esa voz?
    ¿Qué es lo que toca de su brillo profundo
    y entre el rumor
    de su cascada oscura? Agua


    de fluida luz. Agua
    de entramados relieves.

    -Que en sus costas se tiendan y humedezcan las sombras,
    que en sus cuencas florezcan. Que en su dorada red
    como ofrenda ancestral se esparzan
    y en ella arraiguen, y en ella cifren su simiente.

    Que ante el profundo umbral,
    donde las urnas y las piedras
    descansan, la lluvia encienda
    su cadencia.
    Deja
    que entre sus brillos
    y entre las suaves hebras de su espejo
    anochezca.


    Del libro: Ese espacio, ese jardín





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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:31

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)



    Y si quiero

    Dios me ve.
    Si digo que Dios me ve, Dios me oye
    decir “Dios me ve”, y si quiero
    borrar lo que dije, Dios me ve
    y me oye cuando pienso que quiero
    borrar lo que dije, y si quiero borrar
    lo que pienso y lo que dije
    Dios me oye y me ve.

    Coral Bracho: La voluntad del ámbar, 1998



    Espacios

    Hay espacios que observan en la tierra,
    ecos que miran; lapsos que la ahondan
    y sostienen.
    Hay espacios que abrazan su densidad. La alzan en
    vilo,
    la despejan,
    la llevan sobre sí como una ofrenda
    delicada y concisa


    Coral Bracho: Si ríe el emperador, 2010


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 29 Nov 2018, 04:33

    MÉXICO

    Coral Bracho (1951)




    Voltea los signos por su revés

    ¿Dónde está el sujeto que propicia
    y que nombra?
    Detrás de la puerta blanca. Habla
    al oído
    y en la sombra, al amanecer, o tarde
    en el imán del miedo
    que siempre está. En la mesa,
    en la contraesquina. Voltea los signos
    por su revés, los guantes, el filo de A
    a B. Lo hostil,
    el riesgo de A
    a B; de B a A, junto al ropero,
    al fondo; o en la casa contigua.


    Coral Bracho: Si ríe el emperador, 2010


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Nov 2018, 05:29

    "Tu voz

    Oigo tu voz; la siento entreverarse,
    encender. Algo
    dijiste entonces,
    de tal modo,

    de tal modo que siempre crece; crece y se extiende
    como una hiedra, como una selva,
    como una arena
    luminosa."

    ¡Qué sutileza más lírica! ¡Y qué bella!

    Gracias, Lluvia, por tu esfuerzo.

    Besos.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 29 Nov 2018, 15:08

    MÉXICO

    FRANCISCO SERRANO

    OTROS POEMAS

    A

    CANCIONES DE LA LUZ ABOLIDA
    ____________________________________________________________________________________
    1

    La pérdida es una maquinación aborrecible,
    es un fulgor sombrío, un mordiente
    filo de hielo quemando en un rincón inhóspito,
    una rayadura de hiel en la luz errónea del verano.

    La pérdida es un marasmo,
    un embrollo de trapos,
    la piedra áspera del temor,
    un guante que alguien dejó ahí tirado.

    El color de la pérdida es una pizarra oscurecida:
    sus dedos de arena, crispados como un reloj,
    atenazan el aire, lo dilapidan.

    La pérdida se pronuncia, como un declive;
    crespón de escombros en un tiempo astillado,
    ventana que se cierra de golpe a cualquier profecía…



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