¿[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo][Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Sabes tú, Magdalena peregrina,
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por qué viene a llamar, cada mañana,
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la misma golondrina
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con la misma canción a tu ventana?
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Pues, si tú no lo sabes,
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pregúntalo a tu padre que conoce
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secretos tan recónditos y graves
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por la antigua amistad y estrecho roce
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que tiene con las flores y las aves.
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Él te dira... mas no; que, aunque es muy serio,
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cuando habla de los pájaros, tu padre,
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ese dulce misterio
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mejor lo explicará tu dulce madre.
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Y por ella sabrás que el Dios que enciende
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las estrellas del cielo, el Dios que tiende
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su alfombra de verdor en las campiñas,
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amoroso pretende
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que lo que en el colegio no se aprende
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se lo enseñen las aves a las niñas.
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Por eso, al renacer la primavera,
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que de flores esmalta monte y prado,
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la avecilla parlera,
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de tan graves encargos mensajera,
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vuelve al nido desierto y no olvidado
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que dejó en el alero del tejado.
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Y con eso te enseña -no lo dudes-
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hablando a tu infantil entendimiento,
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el amor a la casa: ¡gran cimiento
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para fundar domésticas virtudes!
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Y cuando artificiosa
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con átomos de barro apresta el nido,
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te muestra lo que puede, niña hermosa,
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el trabajo constante y repetido
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de la que es diligente y hacendosa.
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Y cuando, a la mañana,
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pasa alegre rozando tu ventana
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que la primera luz del alba dora,
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te dice la habladora:
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¡Ya, descorriendo los nocturnos velos,
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se levanta la aurora,
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sonrisa luminosa de los cielos:
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¡Despierta, Magdalena, que ya es hora!!
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Y así te enseña a ser madrugadora,
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y así te evita sustos y desvelos
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en la noche traidora.
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Porque la que madruga, niña mía,
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se rinde al sueño cuando empieza el vano
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terror que infunde la tiniebla fría;
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y la luz, que restaura la alegría,
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sin mirar si es invierno o si es verano
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se levanta temprano, muy temprano:
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¡y tan temprano! -¡Al despuntar el día!
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Si, a esa luz, que despierta los sentidos,
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a observarlas te inclinas,
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verás que, en grupos nunca confundidos,
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viven de dos en dos las golondrinas,
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y que nunca, olvidadas de sus nidos,
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profanan los que ocupan sus vecinas.
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Pues, con esas costumbres amistosas,
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cuyo fondo es tan bueno,
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te enseñan el respeto de lo ajeno,
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¡respeto que comprende tantas cosas!
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Cosas que no te explico de presente,
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ni aun te cito sus nombres
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aunque fuera, en verdad, muy conveniente,
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porque difícilmente
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se suelen encontrar entre los hombres.
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Sigue, sigue observando, Magdalena;
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que la curiosidad es cosa buena
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cuando con la prudencia se concilia;
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y, desde tu ventana,
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verás, a lo mejor una mañana,
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que se aumentó en el nido la familia.
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¿De dónde son venidos
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los polluelos? ¡Misterios de los nidos!
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Mas, dejando cuestión tan espinosa,
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observa aquella prole bulliciosa
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que, aunque apenas se mueve chilla y clama,
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y que a la madre aleteando llama
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cuando, al volver al nido presurosa,
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con la inquietud vehemente de quien ama
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les reparte alimento... y otra cosa:
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¡ternura, amor, caricia!
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¡Lo que a ti, de tus mimos en albricias,
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te prodiga tu rnadre cariñosa!
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De tal modo la amante golondrina
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siempre tu corazón al bien inclina;
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y, con esas dulcísimas tareas,
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te anuncia otros deberes y otros goces
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que, hoy pobre pequeñuela, no conoces
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ni puedes comprender aunque los veas.
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¡Ya llegará el instante!
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El amor maternal es la postrera
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de las dichas que prueba el alma amante;
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¡y, por mucho que el año se adelante,
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no madura la fruta en primavera!
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Ya lo ves, Magdalena; el Dios clemente
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que ilumina los ámbitos oscuros
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con el rayo del sol resplandeciente,
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quiere que, iluminando nuestra mente,
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los preceptos más puros
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los dicte un inocente a otro inocente:
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y así el bien se difunde, de alto a bajo,
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pasando de unos seres a otros seres;
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y así llegan las niñas a mujeres
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sabiendo sin esfuerzo y sin trabajo
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la sublime lección de sus deberes,
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que les enseña la Bondad Divina
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por boca de una pobre golondrina.
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Aun mejor que tu padre,
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siempre en altos problemas engolfado,
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esto te explicará tu santa madre:
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aunque -bien meditado-
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en ese hogar, de sus virtudes templo,
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donde la dicha de los suyos labra,
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¡a qué lo ha de explicar con la palabra,
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si lo explica mejor con el ejemplo!
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Con él, niña preciosa,
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y con esta moral color de rosa,
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que hoy patrañas de viejo acaso creas,
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cuando llegues a ser madre y esposa
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sé honrada y buena para ser dichosa,
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¡y acuérdate de mí cuando lo seas!
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