RAMÓN DE CAMPOAMOR (1817-1901)
EL DRAMA UNIVERSAL (*)
(*) Aclaración Previa: De este libro omitimos todo lo que ha sido anteriormente expuesto en PEQUEÑOS POEMAS.
COLÓN
Prólogo
PREGUNTA. -¿Es Campoamor un filósofo profundo, o es más bien un poeta delicioso?
RESPUESTA. -Y ¿por qué no ha de ser las dos cosas?
Si no temiera dar a este prólogo la intolerable entonación que los prólogos tenían en edades no remotas, había de entrar ahora en la famosa tesis de lo especulativo y de lo práctico, con cuya ocasión trazaría el mapa del mundo espiritual donde constaran los confines de la imaginación, los linderos del raciocinio, las vertientes de la fantasía, y los mares, en fin, del pensamiento.
Probablemente nada entenderían los lectores de mi gongorismo filosófico; y como los lectores de este prólogo no son de aquellos que declaran sabio lo que no entienden, por el hecho de no entenderlo, tengo por más llano hablar como Dios quiere y manda, llamando las cosas por su nombre y huyendo de imitar a los sabios doublé que, en fuerza de términos, hacen pasar por oro de ley el doublé de su sabiduría.
Campoamor ha escrito esta frase: «En literatura no hay nada digno más que lo sincero.» Hablemos, pues, y escribamos siempre con sinceridad, si no ha de convertirse la vida en un Carnaval continuo.
Yo bien sé que aquí vendría de molde una disertación sobre la naturaleza del talento, y de cómo éste es capaz de manifestarse en diferentes esferas, y de cómo se puede a la vez rendir culto al austero numen de la Filosofía y a las Musas juguetonas; me valdría primero de argumentos de razón, probando que es una la verdad, una la bondad y una la belleza, y que todas tres perfecciones, irradiando de un mismo centro, de Dios, perfección infinita, se comunican al hombre por maravillosos medios, y desarrollan en su espíritu facultades y afectos en que descansan las ciencias y las artes; acudiría a las pruebas históricas, y desde Salomón, autor de la gran filosofía de los Proverbios, y autor del dulcísimo Cantar de los cantares, pasando por multitud de filósofos griegos y romanos, que a la vez fueron poetas, me detendría ante Fr. Luis de León y el de Granada, en quienes compitieron la ciencia y la poesía; y dirigiendo luego a mis lectores un apóstrofe propio de cualquier alumno de retórica, fingiría que me cargaba de razón, exclamando: Ahí tenéis al sesudo autor de la Política de Dios y de La cuna y la sepultura: ése mismo es el chispeante autor de la Historia de las calaveras y de El alguacil alguacilado; y si mis lectores no quedaban aterrados con la cita, les fulminaría este otro rayo de erudición en forma de interrogante: ¿Veis si eran filósofos Balmes y Donoso Cortés?
Pues también hicieron versos.
Es una desventura que cada autor no pueda oír las respuestas que da el público a las preguntas que en sus libros se permite hacerle: a todo el párrafo precedente, con sus pruebas de razón y sus pruebas históricas y sus nombres propios, que a tener algún texto latino haría llorar a las piedras, estoy seguro de que contestan mis lectores: -Bien, ¿y qué?
Nada, lectores míos: yo no pienso hacer esas demostraciones ni ir por cotufas al golfo: para saber que hay filósofos poetas y poetas filósofos, nos basta por hoy conocer a Campoamor.
Si me preguntáis cuál condición resalta más en este escritor, si la de filósofo o la de poeta, os responderé que lo ignoro; y prefiero daros esta respuesta franca y categórica a enredaros, para ocultar mi ignorancia, en un laberinto de palabras sobre las fuentes del conocimiento y el principio generador: sólo puedo deciros que Campoamor no es de aquellos autores que, estando dotados, por su dicha, de talento vario, cuando escriben en un tono prescinden de todos los demás, y parece que sólo para aquél hayan nacido. En esto hay positivamente algo de violencia, porque equivale a cerrar todas las ventanas del espíritu, excepto aquélla por donde se asoma el individuo. Campoamor, dotado como ellos de un talento vario y recto, no es de esos autores: escribe y habla en plena luz, con todas las ventanas del espíritu abiertas de par en par; jamás se disfraza para asomarse por ellas a la vista pública; dice que los hechos deben irradiar todo lo expansivo, todo lo personal, todo lo espiritual del autor; afirma que un libro, que se tarda meses en escribirlo, es menester que revele lealmente todas las oscilaciones de nuestra alma, la gravedad y la ligereza, la sencillez y la ironía, la flojedad y la inspiración; y negando, por último, que el estilo sea el hombre, como ha dicho un autor, concluye con esta humorística sentencia: «El estilo es un comediante.»
Definidas así las condiciones científico literarias de Campoamor, no causará extrañeza la proposición en que, a mi juicio, se sintetiza su genio: Campoamor trata en poeta los asuntos filosóficos, y trata en filósofo los asuntos poéticos. Esto exige un talento especial, y es, en verdad, especial el talento de Campoamor.
Dos libros principales sirven de prueba a la proposición asentada: El personalismo, y el tomo de las Doloras: en El personalismo habla el filósofo, que es además poeta; en las Doloras canta el poeta, que es además filósofo. En uno y en otro están perfectamente determinadas las dos entidades del autor; pero hay un tercer libro en que esas dos entidades aparecen tan perfectamente confundidas, que no es posible decidir si en él se muestra Campoamor más filósofo que poeta, o si, por el contrario, se muestra más poeta que filósofo.
Por eso, a la pregunta con que comienza este prólogo, he respondido con otra pregunta, inocente recurso de los que no saben o no quieren responder.
-¿Que cuál es ese tercer libro? -Lo tienes sobre tu mano derecha, lector: es un poema titulado COLÓN.
Su historia creo yo que puede contarse en estas cuatro palabras: nació y murió en Valencia en 1854. Su cuna fue magnífica: la casa del gobierno, que el autor ocupaba como jefe de aquella provincia: viose envuelto desde luego en delicados pañales, pues la edición hecha por Ferrer y Orga es lujosa y esmerada; tuvo excelentes padrinos, pues a su elogio se consagraron escritores de justo crédito; desapareció, —484→ por último, a los pocos meses, pues de las librerías públicas pasó a las de los particulares sin que un solo ejemplar quedase a la venta. Los graves acontecimientos que por aquella época se iniciaron en España, cayeron como una inmensa lápida sobre multitud de cosas; y entre esas cosas enterradas puede contarse el poema de Campoamor: hoy sale de nuevo a luz, vestido más modestamente, como que se trata de una segunda visita a un público por demás benévolo y enemigo de mentirosos cumplimientos; y al presentarse por segunda vez, usando ya de la confianza que da el trato, se toma la libertad de venir acompañado de un prólogo, porque ya va siendo moda en nuestra España que no viaje libro alguno sin su correspondiente avan propos.
Bajo este punto de vista no ha podido caber al COLÓN mayor desgracia: porque es el caso, que alcanzándoseme algo de lo que debiera ser el prólogo de este libro, me abruma una pereza intelectual tan caliginosa, y me siento tan débil para realizar la obra, que habré de limitarme a delinear, o a lo más a consignar alguna frase gráfica, como ahora dicen los eruditos, acerca de la bellísima obra de Campoamor.
Yo podría demostrar que he leído los preceptistas del arte, exponiendo las doctrinas relativas a la epopeya desde Aristóteles hasta Hermosilla; hablaría del plan del poema, del fondo, de la forma, del estilo, del tono, de la versificación; sé que vendrían de molde algunas nociones acerca de los episodios y de la máquina, y con un párrafo docto terciando en la polémica de si el verso es o no indispensable a la poesía, convertiría mi prólogo en un pequeño manual ilustrado con textos de Eurípides y de Virgilio, de Dante y de Fenelón. Tampoco sería inoportuna, para asentar mi baza de prologuista, una pequeña parada en que apareciesen, rigorosamente formados en línea, Balbuena con su Bernardo, Ercilla con su Araucana y Villaviciosa con su Mosquea: alguna que otra remisión a la Ilíada, cuatro dísticos de la Eneida, y la primera octava de la Gierusalemme, producirían quizá brillante efecto; pero he aquí un bien a que es preciso renunciar a sabiendas. De nada me servirían las respetabilísimas autoridades enunciadas; inútil fuera la excursión a mis amados estudios clásicos: yo estoy seguro de que cuando Campoamor empezó su poema no tuvo la atención de consultar con Aristóteles, ni de hojear tal vez el Arte poética de Horacio: en su mente de filósofo y en su fantasía de poeta se agitaban los elementos de una obra que él no sabía si caminaba a clásica; de una obra que había de constar de pensamientos magníficos engarzados en hermosas octavas y consagradas a cantar una de las mayores hazañas y uno de los héroes mayores que la historia registra y la humanidad venera.
| «Ése es Palos. -Callad. -No oigan que aprisa | | | | tres buques zarpan que la noche vela. | | | | -Es viernes. -Dan las tres. -Sopla la brisa, | | | | y la más torpe de las naves vuela. | | | | Ya más allá de Saltes se divisa | | | | una... dos... la tercera carabela. | | | | -¿Que quiénes son? -Dejad que hasta más tarde | | | | Yo, cual las sombras, el secreto guarde.» | | |
|
Así comienza el poeta. ¿No tiene invocación este poema? Calma, señores críticos; la invocación viene después: seguimos con las carabelas:
| «-¿Que a dónde van? -Dejad que el sol lo cuente | | | | cuando os muestre su luz por el Oriente.» | | |
|
Todavía continuará con dudas el lector acerca de los navegantes:
| «-¿Que quiénes son? -Nadie su nombre ha oído. | | | | -¿Que a dónde van? -Adonde nadie ha ido.» | | |
|
Entre los navegantes hay uno que sirve de guía y jefe a la tripulación.
| ................................................................. | | | | «-¿Que a dónde va? -No sé. -¿Quién es? -Tampoco. | | | | Unos dicen que un sabio, otros que un loco.» | | |
|
En esa octava aparece por primera vez el nombre de Colón, nauta atrevido, cuyo pensamiento esculpe Campoamor en estos versos:
| «-¿Os espantáis? Yo en vuestro espanto abundo: | | | | marcha a borrar los límites del mundo.» | | |
|
Que pruebe otro ingenio a sintetizar el colosal proyecto de Colón en frase más feliz y más exacta: ¿queréis conocer al héroe? Oíd:
| «Dulce es su faz, ¿no es cierto? aunque es severa, | | | | majestuosa actitud, ropa sencilla, | | | | tez blanca. Entre su rubia cabellera | | | | ya la corona de los años brilla. | | | | La vista clara, viva y altanera, | | | | largo el rostro, saliente la mejilla, | | | | convence o encanta cuando mueve el labio: | | | | tal es el loco, o, si queréis, el sabio.» | | |
|
Magnífica es la empresa, arriesgado el proyecto; nadie ha surcado los mares a donde se lanza Colón; el terror se apodera de los pechos más serenos, y el poeta les dice:
| «Casi tenéis razón: es necesario | | | | ser muy audaz para mirar sin miedo | | | | el sepulcro a los pies, encima ambiente, | | | | pena en el corazón y nada enfrente.» | | |
|
Va a comenzar la invocación y a concluir el primer canto:
| «¿Qué hace en tanto Colón? Un libro abriendo, | | | | -EN EL NOMBRE DE DIOS... traza su mano. | | | | ¡Buen principio! A ese nombre ya comprendo | | | | que doblegue su furia el Oceano. | | | | Y yo, que el curso proseguir pretendo | | | | de un varón tan valiente y tan cristiano, | | | | cantando audaz mi musa su grandeza, | | | | de Dios en nombre, cual Colón, empieza. | | | | »¡EN EL NOMBRE DE DIOS! Canto la gloria | | | | de un nauta osado, inteligente y pío, | | | | que de los sabios nubla la memoria, | | | | que de los héroes oscurece el brío. | | | | ¡Nauta feliz, que eclipsará en la historia | | | | todo el valor, la ciencia y poderío | | | | que en seis mil años, con jactancia vana, | | | | fastuosa acumuló la especie humana! | | | | »¡EN EL NOMBRE DE DIOS! Canto al que osado | | | | aventó con su soplo omnipotente | | | | el palacio de sombras encantado | | | | donde dormía el sol en Occidente. | | | | Canto al que el ansia hidrópica ha saciado | | | | del codicioso y viejo continente, | | | | dando a su afán en perennal tesoro | | | | sobre islas de coral montañas de oro.» | | |
|
Así termina la invocación y con ella el canto primero.
Prometo la enmienda; ya no copiaré trozo alguno, ni aun octavas del poema, porque casi todas son copiables, y no hay motivo para hacer mención especial de unas con abstracción de otras. Cuentan de un apasionado de Homero que se propuso subrayar todas las expresiones bellas que contiene la Ilíada,y así lo hizo: al acabar el último canto había subrayado todo el libro: ¿iré yo a hacer lo mismo con el COLÓN?
Estamos en el mar; ¡bendito sea Dios! ¡Tres carabelas para conquistar un mundo, y se arman hoy escuadras formidables y ejércitos numerosos para conquistar un palmo de terreno!
—485→
Por dónde comenzaría un clásico rigorista después de la invocación? Probablemente por la narración. Campoamor comienza por un episodio interesante, por una historia de amor: la historia de Zaida, y como él mismo dice con admirable exactitud:
| «¿Cuándo no fue, para nuestra alma, amena | | | | una historia de amor, aun siendo ajena?» | | |
|
¡Qué bella, qué tierna y qué elevada es la carta de Marchena! Colón, al embarcarse, ha mirado hacia adelante; Marchena le da noticia de lo que dejaba detrás; le describe la escena de su despedida, y así resume el juicio que el vulgo formaba del inmortal navegante:
| «Si la tierra no halláis, loco profundo: | | | | si halláis la tierra, redentor de un mundo.» | | |
|
Adviértase que Campoamor no canta el descubrimiento de la América; canta el viaje de Colón a través de ignotos mares: la escena pasa en el Océano; está, pues, asegurada la unidad de lugar; pero Colón y sus marinos, bogando día y noche, no prestan los elementos varios que ha menester un poema; y ya pasaron los tiempos en que pueda el poeta surtirse de personajes en el Olimpo o llamar en su auxilio algunas ninfas para departir con ellos y con ellas, o hacer que ellas y ellos departan amistosamente ínterin se prepara la máquina y se arregla todo a gusto del autor. ¿Pecará el COLÓN de monotonía? No, porque el autor es poeta, y poeta vale tanto como creador; él creará, en efecto, recursos; personificará, no genios mitológicos, sino virtudes cristianas: la FE, la CARIDAD y la ESPERANZA intervienen: descríbese el cielo, del cual dice el autor:
| «Como nada en sí el alma allí sepulta, | | | | no hay secreto placer ni gloria oculta.» | | |
|
Bellísimos cantos han consagrado al cielo los poetas cristianos; pero dudo que se haya dicho nada más conceptuoso ni más expresivo que los siguientes versos:
| «Hermano», a todo cuanto adoran llaman: | | | | allí los seres se aman porque se aman.» | | |
|
Encareciendo la felicidad de las almas que
»En perspicua mudez se hablan mirando», |
dice el autor:
| «Con un beso mental en sí encarnando | | | | cuanto ha criado Dios de alegre y bueno, | | | | las horas son de su existencia pura | | | | horas de fiesta en días de ventura.» | | |
|
La idea que el poeta forma de las tres virtudes teologales consta en estas felicísimas expresiones:
A la FE:
| «Feliz mil veces tú, feliz la gente | | | | que tras tu pie inerrable va marchando, | | | | ciega que ves sin que te alumbre el día, | | | | que tanto ves, como que Dios te guía.» | | |
|
A la CARIDAD:
| «Modesta emperatriz del orbe entero | | | | que al orbe entero sirve como esclava, | | | | reina que el fausto del dosel no goza | | | | y que espía el dolor de choza en choza.» | | |
|
A la ESPERANZA:
| «Fiera que matas sin fruncir el ceño, | | | | y a quien perdona la bondad humana | | | | el que nos des infiel mil amarguras | | | | por ser tan fiel en prometer venturas.» | | |
|
Las tres virtudes, acercándose con cariño a Colón,
| «Tocaron con la boca dulcemente | | | | su corazón, sus labios y su frente.» | | |
|
El intrépido almirante, fortalecido con tan poderoso auxilio, exclama:
| «-¡Vamos, pues! Los misterios de Occidente | | | | no los creerá, como hoy, la edad futura | | | | fantásticos prodigios de un demente.» | | | | ................................................... | | | | «Y si la suerte me es impía | | | | La voluntad de Dios será la mía.» | | |
|
¡Al remo, al remo! Estamos ya frente al Pico de Tenerife.
He reincidido en el desliz de copiar versos: de nuevo prometo la enmienda.
Después de haber animado el Pico de Teide y haber lanzado fantasmas por el cráter del volcán, y haber descrito el Infierno, maldito lugar donde no se ama, lugar donde
| «No sabe qué querer la fantasía; | | | | sólo sabe lo que odia y lo que hastía»; | | |
|
después de haber destruido por fin el Pico y hecho desaparecer a Satanás, el viaje continúa: pero aquellos marinos que saben de dónde vienen y no saben a dónde van, aquellos seres vivientes, átomos de la creación suspendidos entre el cielo y el agua, hablan: y hablan a voces; el poeta los oye. Colón lleva la palabra y está contando su propia historia; mas la historia de Colón no se limita a la dolorosa serie de desaires que recibió en Portugal, y en Génova, y en Venecia, y a la repulsa de Salamanca, y al afecto de Marchena: si los estudios profundos han coronado de nieve la cabeza del nauta genovés, los rigores de un amor infortunado hirieron su corazón; y de esa herida brota sangre todavía. No sé por qué secreta simpatía, pero tengo a Beatriz Enríquez por una de las figuras más interesantes del poema. ¡Qué ternura hay en aquella carta que
| «A dos leguas de Córdoba traída, | | | | y en un castillo con rigor guardada, | | | | amando más la muerte que la vida, | | | | hoy te escribe, Colón, tu prenda amada.» | | |
|
La historia lacerante de Beatriz es, según Colón,
| «la oculta historia | | | | Que a la historia de España unió mi suerte.» | | |
|
Beatriz, casada secretamente con Colón, es madre; y le han arrancado el hijo de sus entrañas: ¡cuánta poesía hay en estas palabras que el autor pone en labios de la infortunada esposa y madre!
| «¡Sólo un beso le di, tan sólo un beso! | | | | ¡Adiós, vida de amor, sueño de gloria! | | | | Solamente en fantástico embeleso | | | | desde hoy lo besaré con mi memoria; | | | | pues para dos que se aman es sabido | | | | que los recuerdos son besos sin ruido.» | | |
|
Prosigue Colón su historia: traza un magnífico retrato de D.ª Isabel I y un bosquejo no tan bello de D. Fernando V, de quien dice con serena desenvoltura y franqueza:
| «Será mucha su fe, grande su maña; | | | | pero aunque algunos me apelliden loco, | | | | Su Alteza nuestro Rey me gusta poco.» | | |
|
La historia de Colón, narrada en preciosas octavas, alcanza hasta la salida de la Gomera.
¡Adelante! de nuevo al mar: tras los días de calma comienzan las tribulaciones: el infierno brama y los huracanes se desencadenan: la Caridad suspira, y una brisa dulce viene a acariciar las naves. ¡Magnífico espectáculo! la inmensidad del Océano; la inmensidad del firmamento: sobre la primera inmensidad flota una pobre embarcación que va a realizar un pensamiento que vale un mundo: sobre la segunda —486→ inmensidad flota en piélagos de azul el astro de la noche.
| «Campo de cita adonde en manso vuelo | | | | a verse van los que en ausencia lloran, | | | | anillo universal que en paz amiga | | | | los vagos cuerpos de las almas liga.» | | |
|
La soledad es imponente: reina un silencio sepulcral, interrumpido sólo por el murmullo que a veces se percibe de una escena de amor: ¡felices los que se aman!
El silencio se prolonga, y el terror se acrecienta a vista de los destrozados restos de un buque: quien había osado surcar aquellas aguas, en ellas encontró la sepultura. Colón necesita distraer a sus marineros de esta tristísima consideración, y en vez de convocarlos para narrarles un cuento de gigantes y de endriagos, de dueñas y de disfraces, les lee las glorias de España desde los Celtas hasta el suspiro del Moro: he aquí un episodio verdaderamente útil, instructivo e interesante: ni un solo hecho notable se omite; ni de un solo rey se deja de consignar el juicio crítico: el canto IX es todo un compendio histórico galanamente formado. A otro orden pertenece el que le sigue. La Atlántida es el canto quizá más trascendental del poema: éste es su defecto, en mi juicio; ser demasiado trascendental: en él se descubre plenamente un filósofo razonando en octavas reales. Me declaro sin talla para alcanzar a esas regiones del éter filosófico desde las cuales deben descubrirse maravillas, según el tono y la manera en que hablan los que tienen esa dicha: tratándose de la creación, no admito más sistema que el relato de Moisés, verdad inspirada por el mismo Dios: tratándose de la filosofía, no quiero conocer otra que la que parta del principio católico, único principio fundamental de la sana filosofía, tal como ésta debe entenderse hoy, a la esplendorosa luz del siglo XIX, del siglo de Chateaubriand, de Balmes, de Lacordaire, de Ozanam y de Valdegamas. Probablemente Campoamor, para sensibilizar más y más las grandes evoluciones que consigna en ese vigoroso canto, adopta, como elemento poético, la doctrina alemana: no hemos de cuestionar ahora sobre este punto, que nos llevaría a inoportunos e interminables debates: después del canto en que brilla el erudito y del canto en que brilla el filósofo, resuena, tras un ligero episodio, el canto en que brilla el poeta; el canto de las nubes.
¿Quién no ha soñado despierto alguna vez contemplando el panorama de la naturaleza? El gorjeo de las aves, el aroma de las flores, el murmurio de la fuente traen a nuestro espíritu no sé qué misteriosa conmoción, no sé qué encanto secreto o secreta pena: los poetas que pasan por adivinos, no han podido adivinar ese fenómeno, y se limitan a continuar soñando. En tarde serena de otoño o en apacible noche de estío se ve flotar, perdida por el espacio, una blanca nube cual tenue gasa agitada por una mano invisible; y aquella nube produce no sé qué efecto en el alma del que ama, o del que espera o del que padece; pero es lo cierto que los ojos siguen el curso de la vaporosa viajera del espacio, ora con pesar, ora con gozo, ora, en fin, con esa dulce mezcla de gozo y de pesar que llaman melancolía. Colón y sus compañeros están sobre cubierta; debajo de ellos y en derredor de ellos no hay ni un solo objeto que altere la monotonía del Océano: en cambio, sobre ellos se mueven las nubes; pero en tan variado giro y extrañas formas, que ellas van a ser el tema de su erudito e interesante delirio:
| «Haciendo aplicaciones a la historia, | | | | leían en las nubes lo pasado, | | | | como si fuesen sus flotantes velos | | | | alfabetos movibles de los cielos.» | | |
|
Nada en verdad más poético y más original que descubrir en dos bellas sombras a los amantes de Teruel, en una negra nube a Nabucodonosor; allí a Semíramis; más lejos Platón, a Augusto, a Juana de Arco, a Sócrates y a Mahoma: hay en este entretenimiento histórico-fantástico rasgos de primer orden y un sintetismo admirable.
Las naves siguen bogando, bogando; las alternativas de esperanza y de temor se suceden rápidamente; el vuelo de algún pajarillo errante trae tesoros de alegría; la hierba aparece y desaparece; las aves se acercan y se alejan; el mar se levanta, y los marineros murmuran, y nace el motín. ¡Qué magníficamente está representada en estas circunstancias críticas la persona de Colón! ¡Con qué oportunidad se desenlaza el episodio amoroso! ¡Qué belleza en la descripción de la lucha del bien y el mal hasta que suena como sublime exclamación la palabra TIERRA!
La devoción, la gratitud, la alegría dominan aquellos corazones y aquellas inteligencias: es preciso leer estas octavas para comprender la poesía que encierran.
El último canto, JUICIO DEL MUNDO, pertenece al género científico poético: comienza en la China, y pasando por la India, la Grecia, Italia, Francia, España y todas las demás naciones del globo, y después de precipitarse en el infierno la Ignorancia, la Envidia y la Idolatría, y de volar al cielo la Fe, la Caridad y la Esperanza, se despide con el siguiente epitafio del sistema solar de Ptolomeo:
| «Fue entonces cuando el orbe vio espantado | | | | rodear el globo al cetro de Castilla, | | | | como un grano de arena abandonado | | | | que en lo infinito del espacio brilla. | | | | Y entonces fue cuando observó admirado | | | | Copérnico, del Báltico a la orilla, | | | | que un inmóvil poder al sol aferra | | | | y que en torno del sol gira la tierra.» | | |
|
Así termina el poema: comenzó arrojando al agua las naves de Castilla, y concluye fijando el sol en medio de los espacios, COLÓN ha hecho felizmente su travesía por el Océano; ha abierto las puertas de un nuevo mundo. También Campoamor ha hecho una difícil travesía: su poema representa un viaje venturoso para el mundo de las letras. De todos era conocido el COLÓN de la historia; pero a Campoamor se deberá el COLÓN de la epopeya. Su obra no es perfecta, como que jamás lo son las obras de los hombres; pero es una obra verdaderamente notable: el fondo aparece siempre digno del asunto, y la forma no deja nunca de ser digna del fondo. Aun bajo el punto de vista de las reglas, debe reconocerse que Campoamor se ha mostrado esta vez dócil a la voz de los preceptistas, por más que siga yo creyendo que no los consultó al comenzar, ni le hubiera causado vivo remordimiento el apartarse de su magistral autoridad.
El poema COLÓN no contiene solamente la maravillosa historia, las varias vicisitudes del viaje más arriesgado que se ha emprendido en la serie de los siglos; en el COLÓN del poema puede verse la humanidad, ilustre navegante del océano de la vida, contrariada por el huracán de las pasiones, protegida por el influjo feliz de las virtudes.
¡TIERRA! es el grito del COLÓN poema: ¡CIELO! es el grito del COLÓN humanidad.
SEVERO CATALINA.
Madrid I.º de agosto de 1859.
CONT.
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