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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 12 Mayo 2015, 06:52

    Poema escrito por este autor del que estamos hablando, tras la dolorosa muerte para él de su hija,en el año 1883

    FLOR
    I
    Flor se llamaba, flor era ella,
    flor de los valles en una palma,
    flor de los cielos en una estrella,
    flor de mi vida, flor de mi alma.
    Era más suave que blanda arena,
    era más pura que albor de luna,
    y más amante que una paloma,
    y más querida que la fortuna.
    Eran sus ojos luz de mi idea,
    su frente lecho de mis amores,
    sus besos eran dulzura hiblea,
    y sus abrazos collar de flores.
    Era al dormirse tarde serena,
    al despertarse rayo del alba,
    cuando lloraba limbo de pena,
    cuando reía cielo que salva.
    La de los héroes ansiada palma,
    de los que sufren el bien no visto,
    la gloria misma que sueña el alma
    de los que esperan en Jesucristo;
    Era a mis ojos condena odiosa
    si comparada con la alegría,
    de ser el vaso de aquella rosa,
    de ser el padre de la hija mía.
    Cuando en la tarde tornaba al nido
    de mis amores, cansado y triste,
    con el inquieto cerebro herido
    por esta duda de cuanto existe;
    Su madre tierna me recibía
    con ella en brazos –yo la besaba…
    y entonces … todo lo comprendía
    y al Dios sentido todo lo fiaba!...
    ¿Qué el mal existe? --- ¡Delirio craso!
    ¿Qué hay hechos ruines? --- ¡Error profundo!
    ¿No estaba en ella mirando acaso
    la ley suprema que rige al mundo?
    ¡Ah! cómo ciega la dicha al hombre,
    cómo se olvida que es rey el duelo,
    que hay desventuras sin fin ni nombre
    que hacen los puños alzar al cielo.
    ¡Señor! ¿existes? ¿Es cierto que eres
    consuelo y premio de los que gimen,
    que en tu justicia tan sólo hieres
    al seno impuro y al torvo crimen?.
    Responde, entonces: ¿por qué la heriste?
    ¿cuál fue la mancha de su inocencia,
    cuál fue la culpa de su alma triste?
    ¡Señor, respóndeme en la conciencia!
    Alta la lleva siempre y abierta,
    que en ella nada negro se esconde;
    la mano firme llevo a su puerta,
    inquiero … y nada, nada responde.
    Sólo del alma sale un gemido
    de angustia y rabia, y el pecho, en tanto
    por mano oculta de muerte herido
    se baña en sangre, se ahoga en llanto.
    Y en torno sigue la impía calma
    de este misterio que llaman vida,
    y en tierra yace la flor de mi alma,
    y al lado suyo mi fe vencida.
    II
    ¡Allí está! Blanca, blanca
    como la nieve virgen que el potente
    viento del Norte de la cumbre arranca;
    como el lirio que troncha mano impía
    orillas de la fuete
    que en reflejar su albura se engreía.
    ¡Allí está! … La suave
    primavera pasó; pasó el verano
    y la estación poética en que el ave
    y las hojas se van; retornó el cano,
    pálido invierno con su alegre arreo
    de fiesta y de niños, y aún la veo
    y la veré por siempre …¡Allí está!... fría
    entre rosas tendida, como ella
    blancas y puras y en botón cortadas
    al despertar el día.
    ¡Ay! En la hora aquella,
    ¿dónde estaban las hadas
    protectoras del niño?,
    que no vinieron con la clara estrella
    de su vara de armiño
    a tocar en la frente a la hija mía,
    a devolver la luz a aquellos ojos,
    y a arrancar de mi pecho los abrojos
    de esta inmensa agonía,
    de este dolor eterno, de esta angustia
    infinita, fatal, inmensurable,
    de este mal implacable
    que deja el alma mustia
    para siempre jamás – que nada alcanza
    a mitigar en este mundo incierto.
    ¡Nada! Ni la esperanza
    ni la fe del creyente
    en la ribera nueva,
    en el divino puerto
    donde la barca que las almas lleva
    habrá de anclar un día;
    ni el bálsamo clemente
    de la grave, inmortal filosofía;
    ni tú misma divina Poesía
    que esta arpa de las lágrimas me entregas
    para entonar el salmo de mi duelo…
    Tú misma, no, no llegas
    A calmar mi dolor…
    ¡Ábrase el cielo!
    ¡desgájese la gloria en rayos de oro
    sobre mi frente … y desdeñosa, altiva
    de su mal sin consuelo
    al celestial tesoro
    el alma mía cerrará su puerta:
    que ni aquí, ni allá arriba
    en la región abierta
    de la infinita bóveda estrellada,
    nada hay más grande, nada!
    Más grande que el amor de mi hija viva,
    Más grande que el dolor de mi hija muerta!
    ------------------------------------


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 12 Mayo 2015, 13:29

    Con la introducción hecha por Lluvia el nombre del autor está cantado, ja ja ja... El poema Flor una auténtica maravilla... El que estoy poniendo yo mañana intentaré concluirlo. Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 12 Mayo 2015, 23:46

    Sigo con José Eusebio Caro

    EN BOCA DE UNA MADRE

    En este instante la memoria mía
    Me recuerda con grata complacencia
    De tu nacer el venturoso día;
    El felice momento
    De angustias mil y penas precedido,
    En que por vez postrera
    Volví a gustar sensible y amorosa
    De ser madre la dicha lisonjera.
    ¡Ah! ¿por qué ley forzosa
    El instante más dulce de la vida,
    Va siempre acompañado
    De la angustia más cruel y dolorosa?
    ¿Por qué la Parca, con furor insano,
    En tan plácido día
    Las puertas abre de la tumba fría?
    ¿Por qué amenaza la implacable suerte
    A la que da la vida dar la muerte?

    Tres lustros de mi vida se han pasado,
    Tres lustros de la tuya se han corrido,
    Desde aquel sacro, incomprensible instante
    En que tanta ventura he disfrutado,
    En que tantas congojas he sufrido.
    En tan solemne día
    La patria opresa con servil cadena,
    La frente levantando más serena
    Derrocaba la hispana tiranía:
    Yo tu mullida carne remecía,
    Cuando la trompa horrísona resuena;
    Oigo el cañón de guerra; el bronce truena,
    Y el ibero orgulloso,
    De Boyacá en los campos confundido,
    Con rabia muerde la sangrienta arena.
    Bajo tan fausto agüero,
    Naciste, sí, naciste
    De mi primer amor fruto postrero.

    Sigue, sigue tu estrella,
    Que ya dejaste la niñez dichosa,
    Sus tiernas gracias, sus alegres juegos,
    Su amable risa, sus placeres ciegos...
    ¡Todo se escapa con edad tan bella!
    Natura vigilante
    Prende en tu pecho su divina llama
    Y con afectos nobles, generosos,
    Tu tierno pecho y corazón inflama;
    Y a consagrarle toda tu existencia
    La patria ya te llama.

    ¡Oh buen Dios! ¡Si Colombia algún día
    A la dura cadena volviera,
    Yo te pido que este hijo antes muera
    Que humillarse ante un fiero opresor!
    ¡Mas si libre mi patria prosigue,
    Que su amo mis párpados cierre,
    Que su amo mis restos entierre,
    Y la muerte veré sin dolor!

    Noviembre 12, 1833.

    LA FLOR ARTIFICIAL

    Esa preciosa flor que trabajaste,
    Y que imita las formas y el color
    De las flores de Dios; mas que dejaste
    Sin vida y sin olor...

    Es de mi corazón un fiel remedo:
    Mi corazón que, en triste soledad,
    Es ya incapaz de fe, de amor, de miedo,
    De placer, de amistad.

    Mas este corazón inaccesible
    A bien y mal, a crimen y virtud,
    Aún es capaz del fuego inextinguible
    Que llaman gratitud.

    Su gratitud, que sola en él florece
    Mi corazón por ti la va a sentir:
    Es todo cuanto tiene, y te la ofrece...
    ¿La quieres admitir?

    Abril 29, 1840.

    EN BOCA DE UNA ACTRIZ ESPAÑOLA

    Triste llorando el dulce, patrio suelo
    Vine a vosotros al través del mar.
    ¡Ay! ¡vuestros montes, vuestro hermoso cielo
    Casi la patria me hacen olvidar!

    Luégo en la escena al presentarme incierta
    Vuestro desdén o disfavor temí;
    Mas ¡cuál de asombro no quedé cubierta
    Cuando de amor alzarse un grito oí!

    ¡Ay! extranjera, joven, desvalida,
    Yo necesito protección y amor:
    Yo necesito amigos en la vida
    Para seguir mi senda de dolor.

    ¡Oh noble pueblo! una palabra sola
    Todo lo dice a un tiempo: soy actriz.
    ¡Compadeced la joven española!
    ¡Un solo aplauso vuestro, y soy feliz!



    AL DR. N. R. CHEYNE
    I
    ¡Oh! ¿quién no llorará sobre tu suerte,
    Cheyne, ángel de bondad, sabio infeliz,
    Que sabes del dolor y de la muerte
    Salvar a los demás, pero no a ti?

    Cuando, en un día tropical de enero,
    Tendido el cielo de brillante azul,
    Desde el cenit al universo entero
    Derrama el sol calor, y vida y luz;

    Hacia ese cielo espléndido, encantado,
    Levanta entonce alegre el corazón
    Tanta víctima humana que has salvado,
    Bendiciéndote a ti después de Dios.

    Y tú la diestra, pálido, entretanto,
    Al pecho llevas con intenso afán
    Para contar, con gozo o con espanto,
    De tus arterias el latir mortal.

    El rico no te paga con el oro
    Que con la vida le conservas tú:
    Más rico aún, el pobre con el lloro
    Te paga de su santa gratitud.

    Mas ¡ay! ni la opulencia generosa,
    Ni el poder, ni el amor, ni la amistad,
    ¡Ay! ni tu misma ciencia prodigiosa
    De tu destino te podrán salvar.

    Más que la griega, firme y atrevida,
    A los cielos pasmados arrancó
    Tu inglesa mano el fuego de la vida;
    Y un buitre te devora el corazón.

    ¡Oh! ¿quién no llorará sobre tu suerte,
    Cheyne, ángel de bondad, sabio infeliz,
    Que sabes del dolor y de la muerte
    Salvar a los demás, pero no a ti?
    II
    ¡Oh! no te enojes, no, con el poeta.
    Si él no puede el decreto revocar,
    Si él no puede arrancarte la saeta,
    Tampoco viene a empozoñarla más.

    Su misión, cual la tuya, es de consuelo;
    El sabe que en el valle del dolor,
    Ni todo gozo es bendición del cielo,
    Ni toda pena es maldición de Dios.

    Tú sabio, simple yo —los dos cristianos—
    Ambos sabemos que ante el Sumo Ser
    Que pesa en su balanza a los humanos
    Prueba es el mal y tentación el bien.

    Si todo cesa aquí, si noche eterna
    Es de justo y malvado el porvenir,
    Si de las tumbas en la hierba tierna
    El hombre entero se ha de trasfundir;

    Sabio entonce el malvado y necio el justo
    ¡Necio de ti que con tan loco afán,
    De negra muerte en incesante susto,
    Sufres y haces el bien sin esperar!

    Pero si nunca tu escalpelo ha hallado,
    Cuando un cadáver fétido rompió,
    En la albúmina del cerebro helado
    La centella inmortal que la animó;

    Si ese cerebro pesa cual pesaba,
    Si sólo falta el pensamiento en él,
    ¡Oh! si ese pensamiento aquí no acaba...
    ¡Sufre! y espera en tus dolores, Cheyne.

    ¡Oh! no te enojes, no, con el poeta.
    Si él no puede el decreto revocar,
    Si él no puede arrancarte la saeta,
    Tampoco viene a empozoñarla más.

    III
    En el gran día en que Dios la gloria
    Se te presente en su verdad y luz,
    Hallará el ángel, al abrir tu historia,
    Bajo cada dolor una virtud.

    Entre el justo y el malo hay un abismo:
    El placer y el dolor, el bien y el mal,
    Para el malo son fuentes de egoísmo,
    Para el justo son fuentes de bondad.

    Sí; cuando el malo, en su carrera corta
    Halla salud, prosperidad, honor,
    Triunfa, y dice en sí mismo: ¡Qué me importa
    Que otros padezcan mientras gozo yo!

    Y cuando al fin sobre su frente pesa
    Con todo su rigor la adversidad,
    Cae diciendo entre sí: ¡Qué me interesa,
    Si yo sufro, aliviar a los demás!

    De Caledonia bajo el turbio cielo,
    De esos montes románticos al pie,
    De do ha tomado libertad su vuelo,
    Bello tu madre te admiró al nacer.

    Con un germen de muerte allí naciste,
    Y con un germen de bondad en ti:
    Los tesoros de ciencia que adquiriste
    Aquí te vemos prodigar sin fin,

    Sabio, puedes vivir para ti mismo;
    Justo, quieres servir a los demás:
    La ciencia, que degrada el egoísmo,
    La santifica en ti la caridad.

    Y hoy vives pobre, enfermo... y envidiado.
    Más bendito serás en tu dolor,
    Que el don del desgraciado al desgraciado
    Es el más aceptable para Dios.

    En el gran día en que de Dios la gloria
    Se te presente en su verdad y luz,
    Hallará el ángel, al abrir tu historia,
    Bajo cada dolor una virtud.

    Enero 23, 1845.




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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 13 Mayo 2015, 00:34

    Bueno, Lluvia, haré lo que pueda. Pero después. Te dejo que te multipliques. Pero por favor, no te estreses.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 13 Mayo 2015, 00:41

    V...A...LA...P (CONT.)

    (Este es uno de los poemas más conocidos del autor que estamos tratando. En la nómina de obras que Lluvia ha puesto más arriba esta claro que el poema es VUELTA A LA PATRIA. Tema repetido en todo el Romanticismo hispanohablante.) El autor ya es muy fácil obtener. No obstante esperaremos por si algún compañero desea descubrirlo antes que nosotros concluyamos con él.)


    "¡Boga, boga, remero; así... llegamos!

    ¡Oh emoción hasta ahora no sentida!

    ¡ya piso el santo suelo en que probamos

    El almíbar primero de la vida!

    Tras ese monte azul cuya alta cumbre

    lanza reto de orgullo

    el zafir de los cielos

    está el pueblo gentil donde el arrullo

    del maternal amor rasgué los velos

    que me ocultaban la primera lumbre.

    ¡En marcha, en marcha, postillón, agita

    el látigo inclemente!

    Y a más andar, el carro diligente

    por la orilla del mar se precipita.


    No hay peña ni ensenad que en mi mente

    no venga a despertar una memoria,

    ni hay ola que en la arena humedecida

    no escriba con espuma alguna historia

    de los alegres tiempos de mi vida.

    Todo me habla de sueños y cantares,

    de paz, de amor y de tranquilos bienes,

    y el aura fugitiva de los mares

    que viene, leda, a acariciar,

    me susurra al oído 

    con misterioso acento: "Bienvenido" .


    Allá van los humildes pescadores

    las redes a tender sobre la arena;

    dichosos que no sienten los dolores

    ni la punzante pena

    de los que lejos de la patria lloran;

    infelices que ignoran

    la insondable alegría

    de los que tristes del hogar se fueron

    y luego ansiosos, al hogar volvieron.

    Son los mismos que un día,

    admiraba yo en la playa,

    pensando, en mi inocencia,

    que era la humana ciencia,

    la ciencia de pescar con la atarraya.

    Bien os recuerdo, humildes pescadores,

    aunque no a mí vosotros, que en la ausencia 

    los años me han cambiado y los dolores.


    Ya ocultándose tras un recodo

    que hace el camino, el mar, hasta que todo

    al fin desaparece.

    Ya no hay más que montañas y horizontes,

    y el pecho se estremece

    al respirar cargado de recuerdos,

    el aire puro de los patrios montes.

    De los frescos y límpidos raudales

    el murmurio apacible

    de mis canoras aves tropicales

    el melodioso trino que resbala

    por las ondas del éter invisible;

    los perfumados hálitos que exhala

    el cáliz áureo y blando

    de las humildes flores del barranco;

    todo a soñar convida,

    y con suave empeño

    se apodera del alma enternecida

    la indefinible vaguedad de un sueño.

    Y rueda el coche, y detrás de las horas

    deslízanse ligeras

    sin yo sentir que el pensamiento mío

    viaja por el país de las quimeras,

    y sólo hallan mis ojos sin mirada

    los incoloros senos del vacío.


    De pronto, al descender de una hondonada,

    "¡Caracas, allí está!" dice el auriga,

    y súbito el espíritu despierta

    ante la dicha cierta

    de ver la tierra miga.

    Caracas, allí está; sus techos rojos;

    su blanca torre, sus azules lomas

    y sus bandas de tímidas palomas

    hacen nublar de lágrimas mis ojos.

    Caracas, allí está; vedla tendida

    a las faldas del Ávila empinado,

    odalisca rendida

    a los pies del sultán enamorado.

    Hay fiesta en el espacio y la campiña,

    fiesta de paz y amores:

    acaricia los vientos la montaña;

    del bosque los alados trovadores

    su dulce canturia(*)

    dejan oír en la alameda umbría;

    los menudos insectos en las flores

    a los dorados pistilos se abrazan;

    besa el aura amorosa el manso Guaire,

    y con los rayos de la luz se enlazan

    los impalpables átomos del aire.


    ¡Apura, apura , postillón, agita

    el látigo inclemente!

    ¡Al hogar, al hogar, que ya palpita

    por él mi corazón...! ¡ mas, no - detente!

    ¡Oh infinita aflicción! ¡ Oh desdichado

    de mí, que en mi soñar hube olvidado

    que ya no tengo hogar!... Para, cochero,

    tomemos cada cual nuestro camino;

    tú, al techo lisonjero

    do te aguarda la madre, el ser divino

    que es de la vida centro y alegría,

    y yo... yo al cementerio

    donde tengo la mía.

    ¡Oh insondable misterio

    que trueca el gozo en lágrimas ardientes!

    ¿En dónde está, Señor, esa tu santa

    infinita bondad, que así consientes

    junto a tanto placer, tristeza tanta?


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 13 Mayo 2015, 12:51

    LA VUELTA A LA PATRIA

    II

    Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo

    a darte con el alma el mudo abrazo

    que no te pude dar en tu agonía;

    a desahogar en tu regazo

    la pena aguda que en el pecho tengo

    y a darte cuenta de la ausencia mía.

    Madre, aquí estoy; en alas del destino

    me alejé de tu lado una mañana

    en pos de la fortuna

    que para ti soñé desde la cuna,

    mas, ¡ oh suerte inhumana!

    Hoy vuelvo, fatigado peregrino,

    y sólo traigo que ofrecerte pueda

    esta flor amarilla del camino

    y este resto de llanto que me queda.

    Bien recuerdo aquel día,

    que el tiempo en mi memoria no ha borrado;

    era de marzo una mañana fría

    y cerraba los cielos el nublado.

    Tú en el lecho aún estabas,

    triste y enferma y sumergida en duelo,

    que con el alma de madre contemplabas

    el hondo desconsuelo

    de verme separado de tu regazo.

    Llegó la hora despiadada y fiera,

    y con el pecho herido

    por dolor hasta entonces no sentido,

    fui a darte, madre, mi postrer abrazo

    y a recibir tu bendición postrera.

    ¡Quién entonces pensara

    que aquella voz angelical en mi oído

    nunca más resonara!

    Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,

    dijiste al estrecharme contra el pecho:

    "Tengo un presentimiento que me dice

    que no he de verte más bajo este techo".

    Con supremo esfuerzo desliguéme  (*)

    de los amantes lazos

    que me formaban en rededor tus brazos,

    y fuera me lancé como quien teme

    morir de sentimiento...

    ¡Oh terrible momento!

    Yo fuerte me juzgaba,

    mas, cuando fuera me encontré y aislado,

    el vértigo sentí de pajarillo

    que en la jaula criado,

    se ve de pronto en la extensión perdido

    de las etéreas salas,

    sin saber dónde encontrará otro nido

    ni a dónde, torpes, dirigirá sus alas.

    Desató el sollozar el nudo estrecho

    que ahogaba el corazón en su quebranto,

    y se deshizo en llanto

    la tempestad que me agitaba el pecho. (Cont.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue 14 Mayo 2015, 00:53, editado 2 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 13 Mayo 2015, 23:58

    Otra maravilla de nuestro "poeta misterioso". Como es muy largo ahora dejaré una parte, continuaré después, si te parece, Pascual.

    POEMA DEL NIÁGARA

    I

    LA LIRA Y EL ARPA
    ¿Y podrás, lira mía,
    en tus débiles cuerdas el rugido
    hallar del aquilón; el estampido
    retumbante del trueno,
    cuando su fragorosa artillería
    barre de seno en seno
    la combatida bóveda sombría?
    ¿Podrás el ronco acento
    hallar del mar sañudo y turbulento,
    y la potente fibra
    que en la gigante cítara del viento,
    con rudo plectro la tormenta vibra?
    ¿Podrás, en fin, de Heredia peregrino,
    hallar la fuerte, la robusta nota
    y el impetuoso grito de entusiasmo,
    tú, pobre lira rota,
    para alzar inmortal canto divino
    al rey de los torrentes,
    gala de un mundo y de los hombres pasmo,
    Niágara atronador que hoy se levanta
    Circundado de glorias esplendentes
    Ante mi vista deslumbrada, y llena
    El alma mía de pavor sublime,
    Y enmudece la voz en mi garganta
    Y con su inmensa majestad me oprime?.
    ¡Qué importa! Si la altiva, la serena
    Musa inmortal de Píndaro y Quintana
    me negare tirana,
    sus divinos favores,
    me quedas tú, sombría
    diosa de los poéticos dolores,
    numen inspirador de la elegía.
    Sí, tú me quedarás, tú siempre fuiste,
    en el desierto de mi vida triste,
    mi columna de sombras por el día
    y mi encendida nube por la noche…
    Ven a mis manos, pues, ven, arpa mía,
    que ya en mi pensamiento abre su broche
    bajo el beso fecundo
    de la lama inspiración, la flor del canto.
    Ven entre llanto y llanto,
    a referirle al asombrado mundo
    de lo sublime el inmortal poema,
    la soberbia belleza que dilata.
    En noble aspiración el pecho triste
    y la emoción suprema,
    y el horror misterioso que sentiste
    al borde de la inmensa catarata.

    II

    EL RÍO

    Azul, ancho, sereno,
    espejo de los cielos que retrata
    en su límpido seno,
    de majestuosos pinos coronado,
    al blando murmurio
    de espumas de cristal y ondas de plata,
    sonoro y sosegado,
    regando aromas se desliza el río.
    Y vagas el viajador por sus riberas
    oyendo los suspiros de las aves
    y las notas suaves
    de las brisas ligeras
    que vienen a empujar sobre las ondas
    el ancho lino de las blancas naves.
    ¡Todo es paz en la tierra
    Y todo luz en las etéreas blondas!...
    ¿Oís? … Allá, a lo lejos,
    algo como un rumor. Sordo, perdido …
    ¿Qué será ese ruido?
    ¿será el viento en la sierra,
    precursor de los cárdenos reflejos
    del rayo asolador? … No; el horizonte
    sereno resplandece, y ni una nube
    se cierne sobre el monte.
    Escuchad cómo sube…
    va creciendo por grados, va creciendo…
    ya no es ruido lejano, ya es estruendo
    que el ámbito ensordece,
    y a medida que crece,
    va la linfa perdiendo
    su serena quietud; ya las espumas
    no son las blandas; las ligeras plumas
    que adornaban, graciosas,
    la inmaculada frente
    de la mansa corriente:
    son oleadas ruidosas,
    son roncos hervideros bullidores
    que rugen, que se encrespan, que batallan,
    y al chocarse entre sí, raudos estallan
    en mil penachos de irritada espuma
    que reflejan del iris los colores.
    Y es en vano el luchar; la fuerza suma
    de un poder misterioso, oculto, interno,
    sin cesar los sacude, los agita
    y al fin los precipita
    en espumante remolino eterno.
    Vórtice arrobador, bello, horroroso,
    que hace olvidar, al contemplarlo mudo,
    el trueno misterioso
    que ya cerca retumba
    con ímpetu sañudo…
    blanco vapor se eleva
    sobre el nivel agua, allá a lo lejos,
    do con fuerza mayor el trueno zumba;
    y la corriente embravecida lleva
    del encumbrado sol a los reflejos,
    pinos de sus orillas arrancados
    cascos de naves, míseros despojos
    por su implacable cólera arrastrados.
    De pronto, un torbellino
    de vaporosas chispas, invadiendo
    el aire cristalino,
    en lluvia azotadora el rostro os hiela
    y os baña. Y os hostiga y os flagela
    al ronco son del pavoroso estruendo…
    ¡No deis un paso más; cerrad los ojos,
    que no os trastorne el vértigo la mente …
    bajad por la colina …
    ahora abridlos, y postraos de hinojos!.

    III
    EL TORRENTE

    ¡Oh espectáculo inmenso! ¡oh sorprendente
    panorama de horror y hermosura!
    ¡oh inenarrable escena peregrina
    que a un tiempo el llanto y la sonrisa arranca!
    Falta al pecho el aliento; la luz pura
    falta a los ojos por exceso de ella,
    y la sangre se estanca
    y al corazón se agolpa y lo atropella …
    ¡Oh! ¡Qué sublime horror! El ancho río,
    desde escarpada, gigantesca altura,
    en toda la extensión de su pujanza,
    de súbito se lanza
    en el abismo fragoso y frío.
    ¡Paso!, ¡paso al coloso!
    la amedrentada tierra
    gime bajo su peso; el poderoso
    raudal se precipita,
    y tras breve batalla,
    cuanto su marcha cierra,
    cuanto a sus pies palpita,
    colinas, valles, árboles, peñones,
    rompe, tala, avasalla,
    y triunfador altivo, sus blasones
    despliega al orbe que, agitado y mudo
    de admiración lo acata;
    ¡digno blasón de su glorioso escudo:
    en campo azul, vorágine de plata!
    ved como tiembla la humillada roca
    y el combatido centro del abismo
    cuando su seno toca
    con el rudo fragor de cataclismo
    la desprendida mole del torrente
    lago de espuma hirviente,
    como vasto incensario,
    alza eterno plumaje
    de flotante y fúlgidos vapores,
    en severo homenaje
    a la deidad terrible del santuario:
    al dios de los abismos bramadores,
    al númen dueño del cerrado arcano
    que guardan en su seno oscuro y frío
    las simas y los antros, y el océano,
    las sombras y el vacío.
    ¿Do te ocultas deidad atronadora?
    ¿en qué confín perdido del torrente
    tienes tu húmedo lecho,
    para volar ansioso y diligente
    a tu encuentro feliz? Sí, ya la hora
    sonó de interrogarte frente a frente;
    Sí, yo tengo el derecho,
    Como cantor, como hombre,
    De venir a tu lóbrego palacio,
    de la verdad en nombre ,
    a pedirte el secreto del abismo,
    ese enigma profundo
    que debe ser el mismo
    que, no resuelto aún, lleva en el pecho
    el mísero mortal en este mundo:
    la rebelión, la duda, la agonía
    del corazón en lágrimas deshecho …
    ¡Genio, responde a mi clamor, responde!
    ¿Por dónde, di, por dónde
    se va hasta ti? La fría,
    la inmensa, la impetuosa catarata
    que en lluvia de diamantes se desata
    al descender al antro furibundo,
    con su raudal frenético me esconde
    los umbrales de plata
    de tu oscuro palacio:
    el estruendo iracundo
    ensordece el espacio,
    y la agitada espuma
    me azota el rostro y por doquier me abruma.

    (cont.)



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 14 Mayo 2015, 00:21

    Este poema, NIAGARA,  es una auténtica satisfacción para  los sentidos.

    BESOS.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 14 Mayo 2015, 00:24

    Muy cierto, quedé maravillosamente sorprendida, amigo mío.
    Besos


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 14 Mayo 2015, 05:49

    LA VUELTA A LA PATRIA

    II (cont.)

    Después, la nave me llevó a los mares

    y llegamos al fin, un triste día

    a una tierra muy lejos de la mía,

    donde en vez de perfumes y cantares,

    en vez de cielo azul y verdes palmas,

    hallé nieblas y ábregos , y un frío

    que helaba los espacios y las almas.

    Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,

    más (*) suavizaba el sufrimiento impío

    la esperanza de verte

    un tiempo no lejano al lado mío.

    ¡Ay del mortal que ciego

    confía su ventura a la esperanza!...

    La ley universal cumplióse (*) luego,

    y vi en el alma presta,

    la mía disiparse

    cual mira en lontananza

    torcer el rumbo en dirección opuesta

    el náufrago al bajel que vio acercarse.

    Bien recuerdo aquel día

    que el tiempo en mi memoria no ha borrado

    era de Marzo otra mañana fría

    y los cielos cerraban otro nublado.

    Triste, enfermo y sin calma,

    en ti pensaba yo cuando me dieron

    la noticia fatal que hirió mi alma,

    lo que sentí decirlo no sabría...

    sólo sé que mis lágrimas corrieron

    como corren ahora, madre mía.

    Después al mundo me lancé, agitado,

    y atravesé océanos y torrentes,

    y recorrí cien pueblos diferentes;

    tenue vapor del huracán llevado,

    alga sin rumbo que la mar flagela,

    viento que pasa, pájaro que vuela.

    Mucho, madre. He adquirido

    mucha experiencia y muchos desengaños,

    y también he perdido

    toda la fe de mis primeros años.

    ¡Feliz quien como tú ya en esta vida

    no tiene que luchar contra la suerte

    y puede reposar en la seguida

    inalterable calma de la muerte;

    sin ver ni padecer el mal eterno

    que nos hiere doquier con saña cruda,

    ni llevar en el pecho el frío interno

    de la indomable duda!

    ¡Feliz quien como tú, con altiveza

    reclinó para siempre la cabeza

    sobre los laureles del deber cumplido,

    cual la reclina, por la muerte herido,

    tras el combate rudo

    risueño, el gladiador sobre el escudo!

    Esa , madre, es tu gloria

    y la alta recompensa de tu historia,

    que el premio solo del deber sagrado

    que impone el cristianismo

    está en el hecho mismo

    de haberlo practicado.

    Madre, voy a partir: más (*) parto en calma

    y sin decirte adiós, que eternamente

    me habrás de acompañar en esta vida;

    tú has muerto para el mundo indiferente,

    mas nunca morirás, madre del alma,

    para el hijo infeliz que no te olvida.

    Y fuera el paso muevo,

    y desde su alto celestial palacio,

    su brillo siempre nuevo

    derrama el sol cerúleo espacio...

    Ya lejos de los tumultos me encuentro,

    ya me retiro solitario y triste;

    mas ¡ay! ¿a dónde voy? si ya no existe

    del hogar y madre el venturoso centro?...

    ¿a dónde?... ¡ a la corriente de la vida,

    a luchar con las ondas brazo a brazo,

    hasta caer en su mortal regazo

    con el alma en paz y con la frente erguida! "

    (FIN  DEL CANTO A LA PATRIA I Y II.)

    (*) Una vez más hace referencia a palabras tomadas del original, existan o no y estén bien o mal acentuadas.

    Con esto yo he terminado mi contribución a este autor, a expensas de lo que haga Lluvia. 


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 15 Mayo 2015, 00:01

    José Eusebio Caro


    A LA SEÑORA DOÑA PAULA FAJARDO DE CHEYNE




    Cuando a la luz de esplendorosa fiesta,
    Al relucir de sedas y diamantes,
    Tus grandes ojos, negros y brillantes
    En la sombra se ven reverberar;
    Cuando al compás de deliciosa orquesta,
    De un valse entre el confuso movimiento,
    Veloz, cual un alegre pensamiento,
    Se ve tu frente cándida girar;

    Cuando descansas lánguida en seguida
    En los cojines de un diván sentada,
    Con la sien en la mano reclinada,
    Los párpados dejando a medio abrir;
    Raro conjunto de modestia y vida,
    De pudor y de gracia voluptuosa;
    ¡Oh! sin duda que entonces eres hermosa,
    Cual lo oirás en voz baja repetir.

    Mas cuando de tu alcoba bajo el techo
    Con un niño dormido en tu regazo,
    Oyes de media-noche el campanazo
    Velando junto a un lecho de dolor;
    Y la vista volviendo hacia ese lecho,
    Honda la fijas sobre Cheyne doliente,
    Y de tus ojos cae sobre su frente
    La lágrima inefable del amor.

    ¡Oh! si entonces el paso suavizando,
    La amiga que en Payán vivió contigo,
    La que a la ciencia de tu noble amigo
    Debe el que a Dios por él pidiendo esté,
    Súbito entonces te sorprende entrando,
    En medio de esas horas silenciosas...
    ¡Oh! más hermosa que las más hermosas,
    ¡Oh! más hermosa que jamás te vé.

    Enero 24, 1845.

    EN EL ÁLBUM DE MISS BOLIVIA O’LEARY

    ¡Oh! ¡quisiera tener para agradarte
    La voz de mi primera juventud,
    Y en estas ricas páginas dejarte
    Un cántico de gloria y de virtud!

    ¡Ay! ¡no es posible ya! ¡Mortal enfría
    La tristeza mi ardiente corazón,
    Que en mi patria la odiosa tiranía
    Me condena al silencio y proscripción!

    ¡Adiós! ¡Recuerda el nombre de un amigo!
    ¡Él está puro, el de un patriota es!
    ¡Yo a donde quiera llevaré conmigo
    Mi gratitud al grande nombre inglés!

    Mayo 24, 1850.

    AL CHIMBORAZO

    ¡Oh monte-rey, que la divina frente
    Ciñes con yelmo de lumbrosa plata,
    Y en cuya mano al viento se dilata
    De las tormentas el pendón potente!

    ¡Gran Chimborazo! tu mirada ardiente
    Sobre nosotros hoy revuelve grata,
    Hoy que del alma libertad acata
    El sacro altar la americana gente.

    Mas ¡ay! si acaso en ominoso día
    Un trono levantándose se muestra
    Bajo las palmas de la patria mía,

    ¡Volcán tremendo! tu furor demuestra,
    Y el suelo vil que holló la tiranía
    Hunda en los mares tu invencible diestra.

    Enero, 1835.

    JUNIN

    Sonó en los cielos de venganza el grito
    Y, cual un Dios, en la fatal palestra
    Apercibido el héroe se demuestra
    A dar fin al reinado del delito.

    La lid se traba: de Simón invicto
    Ya el rayo brilla en la tremenda diestra:
    Muriendo ya bajo sus pies se muestra
    El monstruo que maldijo el Infinito.

    Del hondo mar a las remotas playas
    Llega el eco de triunfo que sonoro
    Ensalza de Bolívar el denuedo:

    Y en las floridas márgenes del Guayas,
    sobre un escudo, con buril dé oro,
    Graba las glorias de su patria Olmedo.

    1834.


    LA NUEVA TORRE DE BABEL

    ¡Hija del sol! ¡Colombia! ¡patria mía!
    ¿Cansada inclinas ya la augusta frente?
    ¡Tú, cuya lanza abrasadora un día
    De la española gente
    La inmunda sangre con furor bebía!

    ¡Tú, cuyo nombre alígero volaba
    Del viejo mundo hasta el confín remoto!
    ¡Tú, a cuyo grito aterrador callaba
    Y con pavor ignoto
    La esclava Iberia súbito temblaba!

    ¡Y hora, al tardo rumor del mar lejano,
    Muda, los ojos entre-abiertos, fijos,
    Duerme Colombia! ¡Y del letargo insano
    Sus vergonzosos hijos
    No la despiertan con piadosa mano!

    ¡Ah! y en tanto las naves españolas,
    Al ver brillar, entre el azul del cielo,
    Del cóndor las fulgentes aureolas;
    Al ver de su gran vuelo
    Pasar las sombras por las tersas olas,

    Soberbias claman con feroz sonrisa:
    «¡Mirad, mirad el ave, negro timbre
    Del vil pendón que nuestra planta pisa,
    Como rastrero mimbre,
    Que el mundo escupe con escarnio y risa!».

    ¡Oh! ¡no, Colombia! ¡no lo sufras!
    ¡Torna, Torna a empuñar el vengador acero,
    Del grave casco tus cabellos orna
    Y con el peto fiero
    Los gruesos globos de tu seno entorna!

    ¡Ah! que al ver sólo la fugaz vislumbre
    De tu cimera entre la noche alzarse
    Sobre tu faz, cual la encendida lumbre
    Que el indio ve elevarse
    Del Antisana en la ominosa cumbre;

    Tan sólo al verla, de furor transido,
    Ardiendo en vano en devorante saña,
    Entre sus patrios montes escondido
    El gran león de España
    Lanzará triste su postrer rugido.

    Y los pueblos lo oirán que el orbe encierra,
    Lo oirán y temblarán. ¡Y tú, gloriosa,
    Ese pendón que apedreó la tierra
    Con mano poderosa
    Del polvo que lo cubre desentierra!

    Y entonces... ¡Oh Colombia! ¿Ves de tanta
    Nieve cubierto aquel inmenso monte
    Que el mundo oprime con robusta planta,
    Y entre el limpio horizonte
    La eterna cima al padre sol levanta?

    ¿Lo ves...? Los siglos con temor le miran:
    «¡Él vivirá cuando por fin muramos!
    Sobre él fugaces nuestras alas giran;
    Con ellas expiramos
    ¡Y él vive! ¡Y él y su poder no expiran!»

    ¡Oh monte-rey! Pues bien: a su alta cumbre
    ¡Colombia! ¡entonces tu estandarte eleva!
    Fíjalo allí, y al ancha muchedumbre
    Que el bajo mundo lleva
    Muéstralo, y grita: «¡Aquí mi gloria alumbre!»

    ¡Que ese fanal sí alumbrará! ¡Los suelos
    Recorrerá, penetrará en los lares
    Que el polo enluta en tenebrosos velos,
    Y por los combos mares
    La grande luz reflejarán los cielos!
    ***

    ¡Ah! cuando del Señor la fuerte mano
    Las puertas abra en que la mar se encierra,
    Y el fin decrete del linaje humano,
    Y se inunde la tierra,
    Y la cubra por siempre el océano;

    El monte-rey, inmóvil y sereno,
    Aún sacará la venerable frente,
    Y sobre él tu pendón, de gloria lleno,
    Dominará esplendente
    Del vasto mar el solitario seno.

    Y, entre la noche eterna y desolada,
    ¡Colombia! en fuego, en oro, y luz, tu nombre,
    Escrito en la bandera desplegada,
    Será la voz del hombre
    Que sobreviva al mundo vuelto nada.

    1836.


    ¡GUERRA AL INGLÉS!

    ¡Al campo, hijos de Bolívar!
    Vamos a buscar el sable;
    Que otra vez al aire ondea
    De Junín el estandarte.

    Hoy el ladrón extranjero
    Va a invadir nuestros hogares:
    Ya del mar la espalda cubren
    Sus huestes innumerables.

    Quiere hacernos sus colonos,
    Quiere hollar nuestras ciudades,
    Incendiar nuestros sembrados,
    Profanar nuestros altares;

    Matar nuestra lengua hermosa,
    Y hundirnos en luto y sangre,
    Y gozarse en nuestros llantos,
    Y en nuestro oprobio gozarse.

    ¡Oh! ¡no! ¡jamás! ¡Oh! ¡primero
    Pegar fuego a nuestros lares,
    Y la casa do nacimos
    Hacer volar por los aires!

    Primero abrir el sepulcro
    Do nuestros abuelos yacen,
    Y con ellos en el polvo
    Para siempre sepultarse.

    Pensar subyugar al pueblo
    Que con manos de gigante
    Alzó al español un día
    Y lo arrojó entre los mares.

    Hipócritas suplicantes,
    Hipócritas suplicantes,
    Y llamar a nuestras puertas
    Y pedirnos hospedaje:

    Y albergue y pan encontraron,
    Y abrazo y sonrisa afable,
    Y ropas que los cubriesen,
    Y hogar que los calentase:

    Y porque pobres nos vieron,
    Y ricos ellos y grandes,
    Contra sus nobles amigos
    Hoy pretenden ensañarse.

    ¡Al campo, hijos de Bolívar!
    Vamos a buscar el sable;
    Que otra vez al aire ondea
    De Junín el estandarte.

    ¡Infamia o guerra! nos gritan;
    Una de dos; ¡no hay examen!
    Pues bien: ¡guerra, guerra a muerte!
    ¡Y de ellos ninguno escape!

    ¡Y vengan cuando quisieren,
    Y vengan cuantos gustaren,
    Y llamen a sus amigos,
    Y a Satanás también llamen!

    ¡Largas lanzas los esperen,
    Y hachas y limpios puñales,
    Y altas horcas, do de lejos
    El mundo a verlos alcance!

    ¡Y veneno, y hierro, y llama,
    Y peste, y calor, y hambre,
    Y gente libre y sin miedo
    Que jamás huyó de nadie!

    ¡Huir! ¡los nietos de Sucre!
    ¡Los que en más de cien combates
    De tres colonias formaron
    Tres naciones formidables!

    ¡Huir... del vil extranjero
    Más vil que los viles canes
    Que, cual signo de sus glorias,
    Lleva en pos por nuestras calles!

    ¡Oh! ¡no lo espere! ¡no espere
    Que, convertidos en pajes,
    De rodillas nuestros hijos
    Los pies jamás le descalcen!

    ¡Ni que a la cruz que orna humilde
    Las tumbas de nuestros padres
    Atados pasten sus potros
    La hierba que en ellas nace!

    ¡No; que aún de ser colombianos
    Nos acordamos bastante,
    Para tirar guerra al rostro
    Del pueblo que guerra trae!

    ¡Y el buen llanero a la cola
    Aún de su caballo sabe
    Llevarse arrastrando un toro...
    Qué mucho que a esos cobardes!

    ¡Al campo, hijos de Bolívar!
    Vamos a buscar el sable;
    Que otra vez al aire ondea
    De Junín el estandarte.

    Enero, 1837.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 15 Mayo 2015, 00:14

    Desde finales del siglo XVIII a mediados del siglo XIX se viene produciendo en Europa una transformación más que conceptual : una revolución , nada solapada, en lo ideológico, en lo político, en lo social y en lo artístico en respuesta al inmovilismo del absolutismo político y del neoclasicismo literario - artístico, en general-. Se produce una supremacía de los sentimientos frente a la razón; de lo subjetivo frente a la visión objetiva institucionalizada; de la imperfección creativa humana a la admiración de la realidad y su quehacer artístico perfecto.
    Se da valor al alma que experimenta intensamente tanto su amor por la naturaleza como su amor por lo auténtico, quedando englobadas en este concepto multitud de ideas hacia el cambio social. Rebeldía no sólo contra el orden establecido sino contra la fagocitación por la razón y la admiración estricta y dependiente de la naturaleza. Predominio de lo individual, de la capacidad creadora y transformadora del hombre y por ende del artista.
    Dependiendo de donde ha tenido lugar el Romanticismo hablaríamos de Romanticismo Interior ( fundamentalmente anglosajón) caracterizado por una tendencia más "egocéntrica" ( hacia uno mismo y sus sentimientos) y un Romanticismo Exterior ( influencia más latina : Francia y España) con un tinte revolucionario y social más marcado. Entre ambos el ROMANTICISMO SOCIAL AMERICANO que acogiendo los elementos del Romanticismo externo en cuanto a las ideas de INDEPENDENCIA , CAMBIO e incluso REVOLUCIÓN, se mira en los países anglosajones por su propia necesidad de lucha contra el colonialismo hispano.
    No existen barreras nítidas entre uno y otro. En realidad discusiones académicas. Y en consonancia con ellas necesidad de encuadrar el movimiento, su perfil, bajo unas características tangibles y definibles:

    - Conciencia del Yo como entidad autónoma frente a la universalidad de la razón.

    - Primacía del genio creador de un universo propio : el poeta como demiurgo.

    - Valoración de lo diferente frente a lo común ( tendencia nacionalista)

    - Liberalismo frente a despotismo.

    - Originalidad frente a lo clásico ( cada hombre debe mostrar lo que le hace único)

    - Creatividad frente a imitación.

    - Nostalgia de situaciones emocionales que han supuesto pérdida ( nación, destierro, cautiverio...)

    - Exaltación de tipos sociales marginales (pirata, verdugo, mendigo...)

    - Interés por la literatura medieval; el folklore nacional;  tradiciones populares; leyendas, idealización de la superstición ...

    - Valoración de la obra imperfecta, inacabada y abierta frente a la obra perfecta, concluida y cerrada.

    Estas premisas, sin duda, podrían adjudicarse a gran parte de la obras de los autores que estamos exponiendo. Sólo hay que tener en cuenta la necesidad de los pueblos americanos por su propia libertad.


    (La mayor parte de la información obtenida de Wikipedia y artículos sobre literatura argentina, venezolana, peruana...)

    Seguiremos todavía con algunos autores.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 16 Mayo 2015, 01:15

    Voy a continuar, y así dar por concluido el poema del Niagara


    IV
    SUB-UMBRA

    -----------------------------------------------
    ¡Adelante, alma mía!
    allí junto al peligro está la boca
    de la sima profunda …
    ¡fe, valor, osadía!
    ya el pie resbala en la musgosa roca,
    ya la lluvia iracunda
    me flagela la frente …
    ¡este es mi Sinaí relampagueante,
    este es mi Oreb ardiente! …
    ¡Adelante! ¡Adelante!
    ¡Qué hermosa caverna!
    ¡Qué espantoso ruido! ¡Aquí tienen su nido
    la oscuridad eterna,
    el torbellino airado,
    la fragorosa espuma,
    el Aquilón helado,
    la sofocante y cegadora bruma! …
    ¡Adelante! ¡adelante! ¡Allá en el fondo,
    la sombra es más intensa,
    el rugido más fuerte,
    la atmósfera más densa
    y más cerca al espíritu la muerte.
    Allí, allí está el hondo
    santuario en que se oculta
    el dios de la terrible catarata!
    ¡Cómo llegar a él! … En arco enorme
    que en el vórtice hirviente se sepulta,
    sobre mi frente pálida, tendida,
    cual bóveda de plata,
    pasa la mole rápida y deforme
    de la corriente al báratro impelida.
    Bajo mis pies se escapa
    la resbalosa peña
    que sirve, artera, de engañosa capa
    a la muerte en sus grietas escondida.
    El vértice se adueña
    de mi turbada mente …
    ¡un paso más … y terminó la vida!

    V
    EL ECO


    Héme aquí, frente a frente
    de la espesa tiniebla desde donde
    oírme debe la deidad rugiente
    que en su seno se esconde:
    --“Dime, genio terrible del torrente,
    ¿a dónde vas al trasponer la valla
    del hondo precipicio,
    tras la ruda batalla
    de la atracción, la roca y la corriente? …
    ¿a dónde va el mortal cuando la frente
    triunfadora del vicio,
    yergue, al bajar a la mundana escoria
    en pos de amor y venturanza y gloria?
    ¿adónde, van, adónde,
    su fervoroso anhelo,
    tu trueno que retumba? …”
    y el eco me responde,
    ronco y pausado: ¡tumba!
    ¡Espíritu de hielo,
    que así respondes a mi ruego, dime;
    si es la tumba sombría
    el fin de tu hermosura y tu grandeza;
    el término fatal de la esperanza,
    de la fe y la alegría;
    del corazón que gime
    presa del desaliento y los dolores;
    del alma que se lanza
    en pos de la belleza,
    buscando el ideal y los amores;
    después que todo pase,
    cuando la muerte al fin, todo lo arrase,
    sobre el océano que la vida esconde,
    dime qué queda; di, ¿qué sobrenada? …”
    y el eco me responde,
    triste y doliente: ¡nada!
    Entonces, ¿por qué ruges,
    magnífico y bravío,
    por qué en tus rocas, impetuoso crujes,
    y el universo asombras
    con tu inmortal belleza,
    si todo ha de perderse en el vacío? …
    ¿Por qué lucha el mortal, y ama, y espera,
    y ríe, y goza, y llora y desespera,
    si todo, al fin, bajo la losa fría
    por siempre ha de acabar? … Dime, ¿algún día,
    sabrá el hombre infelice do se esconde
    el secreto del ser? ¿Lo sabrá nunca?
    y el eco me responde,
    vago y perdido: ¡nunca!
    ¡Adiós, Genio sombrío,
    más que tu gruta y tu torrente helado;
    no más exijo de tu labio impío,
    que al alejarme, triste, de tu lado,
    llevo en el cuerpo y en el alma frío.
    A buscar la verdad vine hasta el fondo
    de tu profunda cueva;
    mas, ¡ay!, en vez de la razón ansiada,
    un abismo más hondo
    mi alma desesperada
    en su seno al salir, consigo lleva …
    ya sé, ya sé el secreto del abismo
    que descubrir quisiera …
    es el mismo, es el mismo
    que lleva el pensador dentro del pecho:
    la rebelión, la duda, la agonía
    del corazón en lágrimas deshecho!.

    VI
    ¡HOSANNA!


    Y lejos de la gruta el paso guío
    contra el azote del raudal luchando.
    ¡Ya fuera estoy del ámbito sombrío!
    ¡Oh! ¡Qué bella esa luz! ¡qué hermosa, cuando
    salimos del horror de las tinieblas! …
    ved como juega en círculo brillante
    sobre las blandas nieblas
    que circundan la frente del gigante
    ved los tintes que toma,
    según viene a su encuentro,
    ya en penacho de pluma,
    ya en velo de cristal o en lluvia fina,
    la vaporosa espuma
    o el agua cristalina.
    Aquí, en el ancho centro,
    Ostenta los colores
    Del cuello tornasol de la paloma;
    Allá es verde esmeralda,
    Abajo, azul de límpido zafiro;
    Y vista de lo alto,
    Es mágica guirnalda
    De irisados fulgores,
    De la ovación en el revuelto giro
    Al pie arrojada del augusto salto.
    ----------------------------------------
    ¡Quién como tú feliz, Niágara undoso!
    ¡quién como tú glorioso!
    tienes para tu orgullo,
    y para orgullo que jamás perece.
    De la libre región que se adormece
    al rudo son de tu gigante arrullo,
    un continente, un mundo por imperio,
    el abismo por trono,
    por escabel la sombra y el misterio;
    por himno de victoria
    del trueno eterno el pavoroso tono;
    la hermosura suprema
    por cetro de tu gloria;
    el iris rutilante por diadema;
    por incienso, el vapor de hirviente plata
    que, en elástica nube,
    eternamente sube
    del hondo seno oculto
    al choque de la rauda catarata;
    por sacerdotes sumos de tu culto
    los genios de la tierra,
    la lira y los pinceles;
    y por vasallos fieles
    las razas, las naciones
    y las generaciones
    de asombro mudas, que el planeta encierra.

    VII
    HOMBRE Y ABISMO

    ¡Quién como tú, feliz Niágara undoso!
    ¡quién como tú, glorioso!
    mas a pesar de tu insólita belleza,
    a pesar de tu indómita fiereza
    de tu trueno, y tu vórtice, y tu bruma,
    a pesar de tu indómita fiereza
    y tu poder sin nombre,
    ¡tú no eres más que yo, ni más que el hombre!
    Tú eres la imagen viva
    de la proscrita humanidad altiva;
    tú eres el hombre mismo
    en escala aumentada;
    por eso, cuando ansioso de adueñarme
    del secreto del ser baje a tu abismo,
    ¿Pudiste acaso darme
    la clave deseada …?
    Nada supiste responderme, nada;
    que lo que el hombre ignora
    lo ignoras tú también:
    Tras el radiante
    velo de tu hermosura arrobadora
    escondes tú de la mortal mirada
    tu musgo, tu pantano,
    tu limo y tus horribles asperezas;
    y el infeliz humano,
    detrás de sus quiméricas grandezas,
    oculta, agonizante,
    la inocencia perdida
    y el fango y las miserias de la vida.
    Tú sales rumoroso, azul, sereno,
    de las fuentes del río,
    y luego impetuoso, desbordado,
    te despeñas, colérico, en el seno
    del abismo sombrío;
    así el niño mimado
    sale puro, inocente,
    de bajo el ala maternal; mas, luego,
    el pecado lo arrastra en su corriente
    de calcinante fuego,
    y víctima del mal y las pasiones,
    rueda al fin, inconsciente,
    del dolor a las lóbregas regiones.
    Tú tienes tus vapores deslumbrantes,
    tus nubes ondulantes
    que, audaces, un momento el aire hienden
    por subir al azul, y al fin, cansadas,
    tras vano batallar, raudas descienden
    en gotas sin color al centro frío;
    también el hombre tiene sus doradas,
    flotantes ilusiones,
    sus locas ambiciones
    que lanza, alucinado, en el vacío
    de sus sueños quiméricos; vapores
    que bajan luego en lluvia de dolores,
    en lágrimas heladas a su frente …
    Tú tienes tu estridente,
    Fatídico rugido,
    Tus simas, tus cavernas,
    En donde el viento brama,
    En donde da la ola
    con lúgubre ruido;
    En el alma del hombre
    desesperada y sola,
    tienen también su nido
    la duda, las internas
    rebeliones sin nombre;
    el ara húmeda y fría
    de la apagada llama
    do la fe un tiempo ardía;
    cenizas de memorias
    ya en fango transformadas,
    de sueños y de glorias,
    de cerúleos amores,
    de esperanzas rosadas
    de apariciones blondas …
    ¡simas tal vez más hondas
    que todos tus horrores!
    Tú ostentas en tu frente majestuosa
    el iris luminoso de los cielos
    que en círculo te ciñe, cual diadema
    de oro y zafir, y de esmeralda y rosa
    y al hombre triste, en medio de los duelos
    de su lucha suprema,
    lo corona en señal de nueva alianza
    el iris del amor y la esperanza.
    ---------------------------------------------


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 16 Mayo 2015, 01:24

    Precioso el "POEMA DEL NIAGARA". Yo ya no sé la gente que pasa por aquí. Lo que sí sé es lo que se están perdiendo los que no pasan.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 16 Mayo 2015, 02:16

    Muy cierto, es una maravilla, y me alegro tanto de ir descubriendo tantas y tantas, que una vez que aquí se ha entrado, cuesta salir.
    Gracias.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 16 Mayo 2015, 02:25

    José Eusebio Caro

    HÉCTOR
    Al sol naciente los lejanos muros
    De la divina Troya resplandecen;
    Los griegos a los númenes ofrecen
    Sobre las aras sacrificios puros.

    Ábrese el circo: ya sobre los duros
    Ejes los carros vuela, desparecen;
    Y al estrépito ronco se estremecen
    De la tierra los quicios mal seguros.

    Al vencedor el premio merecido
    Imparte Aquiles: el Olimpo suena
    Con el eco de triunfo conmovido:

    Y Héctor, Héctor la faz de polvo llena,
    En brazos de la muerte adormecido,
    Yace olvidado en la sangrienta arena.

    1834.

    EL HIMNO GRANADINO

    ¡Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis!
    I
    ¡Gloria en el cielo a Dios! ¡Paz en la tierra
    A los hombres de buena voluntad!
    ¡Gloria al que en sí la eterna luz encierra,
    Y al que es su imagen, paz y libertad!

    Un mundo entero, un mundo inmenso había
    Tendido en medio del azul del mar;
    De polo a polo virgen se extendía
    Llamando a aquel que lo debiera hallar.

    Montes de nieve, portentosos ríos,
    Cielos turquíes tintos de arrebol,
    Praderas, campos, bosques mil sombríos
    Que fecundaba sin el hombre el sol.

    Y un sabio hallose, de pensar profundo,
    Que, audaz y lleno de entusiasmo y fe,
    Dijo en sí mismo: Existe un nuevo mundo;
    Yo soy Colón, y yo lo encontraré.

    ¡Ah! ¡cierto fue! Tras indecibles penas,
    Que soportó paciente su virtud,
    Halló su mundo, y para sí cadenas
    Que le cargó de un rey la ingratitud.

    Mas hoy nosotros que por él vivimos,
    Cuantos sin fin por él aún nacerán,
    La paternal memoria bendecimos
    Del gran Colón, nuestro segundo Adán.

    ¡Gloria en el cielo a Dios! ¡Paz en la tierra
    A los hombres de buena voluntad!
    ¡Gloria al que en sí la eterna luz encierra,
    Y al que es su imagen, paz y libertad!

    II

    El rey ingrato fue también tirano;
    Y esas cadenas que a Colón forjó,
    Por siglos, y a pesar del oceano,
    El nuevo mundo de él las recibió.

    De en medio al fin de la abyección, un hombre
    Alzose ardiendo en santa indignación;
    Y él nos gritó: Bolívar es mi nombre;
    Libres seréis siguiendo mi pendón.

    ¡Oh, lo cumplió! Que al rayo igual su espada,
    Igual su voz al trueno del volcán,
    Libre dejó la América y vengada
    De monstruos mil que nunca volverán.

    Venció tiranos, y fundó naciones...
    Y calumniado y prófugo murió.
    ¡Y sólo el mar sus últimos perdones
    Y sus postreros votos escuchó!

    Mas hoy los hijos de tu hermoso suelo
    Te volvemos tu gloria y nuestro amor;
    Y en ti, que habitas con el Padre el cielo,
    Bendecimos al gran Libertador.

    ¡Gloria en el cielo a Dios! ¡Paz en la tierra
    A los hombres de buena voluntad!
    ¡Gloria al que en sí la eterna luz encierra,
    Y al que es su imagen, paz y libertad!

    III
    ¡Oh! justo es Dios, la ingratitud castiga.
    El rey ingrato el cetro al fin perdió;
    Y al pueblo ingrato, Dios al fin lo obliga
    A volver del error que cometió.

    La dura vida ya nos sonreía,
    Bajo la sombra de engañosa paz;
    Mas Dios no el crimen olvidado había,
    Y de nosotros apartó su faz.

    ¡Ay! viose a un tiempo a cien y cien tiranos
    Despedazar nuestra infeliz nación:
    Para librarnos de esas férreas manos,
    Dios reclamaba un justo en expiación.

    Y el justo hallose; todos lo hemos visto
    Del sol de octubre a la naciente luz;
    ¡Neira! ¡sublime imitador de Cristo!
    ¡Tú te ofreciste a la sangrienta cruz!

    ¡Gloria en nombre de Dios, gloria sea dada
    Al sabio cuya mente un mundo halló!
    ¡Al héroe que libronos con su espada!
    ¡Al mártir cuya sangre nos salvó!

    ¡Gloria en cl cielo a Dios! ¡Paz en la tierra
    A los hombres de buena voluntad!
    ¡Gloria al que en sí la eterna luz encierra,
    Y al que es su imagen, paz y libertad!

    Noviembre 15, 1842.



    A MARACAIBO
    En el álbum de la señorita doña Dolores Montovio.


    Tu sol, tu mar; tu azul, inmenso lago;
    Tus mansas brisas, tu horizonte vago
    Me entusiasmaron, Maracaibo, a mí,
    Cuando bajando de mi patria amada,
    Tu ardiente faz, de palmas sombreada,
    Desde mi barca en lontananza vi.

    Pronto después pisó mi pie tu arena;
    De gratitud a Dios mi mente llena,
    Al yerme salvo, en tierra me postré;
    Y al Padre Universal, omnipotente,
    En tristes ecos, por mi amor ausente
    Y por mis dulces hijos invoqué.

    Luégo en tu seno el infeliz proscrito,
    —Proscrito por verdad, no por delito—
    Casi volvió la dicha a disfrutar:
    La virtud de la virgen pudorosa,
    La virtud de la madre y de la esposa,
    Su corazón supieron consolar.

    ¡Noble ciudad, de mi infortunio abrigo!
    Recibe aquí de tu sincero amigo
    El postrer voto y el postrer adiós.
    Hoy pesa sobre ti la tiranía;
    Mas la sangre de Salas algún día
    Vendrá a obtener tu libertad de Dios.

    Mas no al horrendo campo de batalla,
    A morir bajo el sable y la metralla,
    Quieras lanzar tu bella juventud;
    ¡Sabe aguardar! Para cobrar tu gloria,
    Más alcanza la paz que la victoria,
    Más que el valor alcanza la virtud.

    Maracaibo, julio 16, 1850.


    ¡BUENAS NOCHES, PATRIA MÍA!

    Lejos ¡ay! del sacro techo
    Que mecer mi cuna vió,
    Yo, infeliz proscrito, arrastro
    Mi miseria y mi dolor.
    Reclinado en la alta popa
    Del bajel que huye veloz,
    Nuestros montes irse miro
    Alumbrados por el sol;
    ¡Adiós, adiós, patria mía!
    ¡Aún no puedo odiarte, adiós!

    A tu manto, cual un niño,
    Me agarraba en mi aflicción;
    Mas colérica tu mano
    De mis manos lo arrancó:
    Y en tu saña desoyendo
    Mi sollozo y mi clamor,
    Más allá del mar tu brazo
    De gigante me lanzó.
    ¡Adiós, adiós, patria mía!
    ¡Aún no puedo odiarte, adiós!

    De hoy ya más, vagando triste
    Por antípoda región,
    Con mi llanto al pasajero
    Pediré el pan del dolor:
    De una en otra puerta el golpe
    Sonará de mi bastón;
    ¡Ay! ¡en balde! ¿en tierra extraña
    Quién conocerá mi voz?
    ¡Adiós, adiós, patria mía!
    ¡Aún no puedo odiarte, adiós!

    ¡Ay! de ti sólo una tumba
    Demandaba humilde yo.
    Cada tarde la excavaba
    Al postrer rayo del sol.
    «Ve a pedirla al extranjero»
    Fue tu réplica feroz;
    Y llenándola de piedras
    Tu planta la destruyó.
    ¡Adiós, adiós, patria mía!
    ¡Aún no puedo odiarte, adiós!

    En un vaso un tierno ramo
    Llevo de un naranjo en flor;
    El perfume de la patria
    Aún aspiro en su botón.
    El mi huesa con su sombra
    Cubrirá; y entonces yo
    Dormiré mi último sueño
    De sus hojas al rumor.
    ¡Adiós, adiós, patria mía!
    ¡Aún no puedo odiarte, adiós!

    Diciembre, 1834.





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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 16 Mayo 2015, 02:49

    LA IMAGEN DE LA PATRIA

    Cuando al fin, tras penoso camino,
    En su patria se mira el viajero;
    Y a acabar torna así su destino
    Al sagrado lugar do nació;
    Y ya frente a su nido primero,
    Mueve rápido el pie peregrino,
    Y al llegar, latir siente el ligero
    Corazón, cual jamás le latió...

    Y ya pisa su umbral, y la aldaba
    Reconoce, y la tocan sus manos,
    Y su golpe, cual antes lo usaba,
    Vuelve trémulo a hacer suene fiel;
    Y los gritos responden lejanos
    De la esposa que ya lo esperaba,
    Y de madre, y amigos, y hermanos,
    Que se agolpan y claman: ¡Es él!

    Al abrirse el portal de repente...
    ¡Oh! en aquel soberano momento,
    ¿Quién dirá lo que el mísero siente?
    ¿Quién, si es gozo o es pena dirá?
    Fulminante sin par sentimiento,
    Del cual llevo el principio en mi mente,
    Y que en sueños confuso presiento
    Como gloria que nunca vendrá.

    ¡Ay! que huyendo en exótico suelo
    El furor de los déspotas rojos,
    Sin hogar, sin amor, sin consuelo,
    Pronto ya dejaré vida y luz.
    Y por llanto de huérfanos ojos,
    En mi tumba las aguas del cielo
    Regarán los silvestres abrojos
    Cuyas flores adornen mi cruz.

    ¡Oh, sol patrio! ¡oh verdor! ¡oh perfume!
    ¡De Granada inmortal primavera!
    Aunque más la injusticia me abrume,
    Vuestro hechizo por siempre amaré.
    ¡Ah! si al fin en mis cantos entera
    La aflicción que mi vida consume
    Desahogar cual la siento pudiera...
    Mas tal dicha negada nos fue.

    Que si acaso al mortal miserable,
    Cuya voz suena y calla en un día,
    Expresar una vez fuera dable
    El supremo pesar de un adiós;
    Del retorno la inmensa alegría,
    Del amor el misterio inefable,
    Por entonces el hombre sería
    ¡Oh, feliz! ¡tan feliz como Dios!

    Dios que abarca de Dios el abismo;
    Dios que en sí lo infinito contiene,
    Y, al mirarse, se cuenta a sí mismo
    Cuanto encierra de glorias en sí.
    Fuente y fin, de do todo proviene,
    Donde todo termina asimismo,
    Do la eterna verdad se mantiene
    Repetida completa en un sí.

    Junio, 1839. - Corregida en New York, marzo, 1851.



    EL HACHA DEL PROSCRITO
    ¡Dieu! qu’un exilé doit souffrir!
    (Beranger)
    .

    Fina brillas, hacha mía,
    Ancha, espléndida, cortante,
    Que abrirás la frente al toro
    Que probar tu filo osare.
    En los bosques para siempre
    Voy contigo a sepultarme,
    Que los hombres ya me niegan
    Una tumba en sus ciudades.
    En mi patria me expulsaron
    De la casa de mis padres,
    Y hoy también el extranjero
    Me ha cerrado sus hogares.
    Vamos, pues, que ya estoy listo...
    ¡Oh! salgamos de estas calles,
    Do el dolor del desterrado
    Nadie entiende ni comparte.
    ¡Ay! tú me entretenías
    En mi niñez:
    Ven, sígueme en los días
    De mi vejez.

    Yo, durante nuestra fuga,
    Tengo al hombro de llevarte,
    Y un bordón en ti y apoyo
    Hallaré cuando me canse.
    De través sobre el torrente
    Que mi planta en vano ataje,
    Tú echarás del borde el árbol
    Por el cual descalzo pase.
    Si del norte al viento frío
    Mis quijadas tiritaren,
    Tú derribarás los ramos,
    Y herirás los pedernales.
    Tú prepararás mi lumbre,
    Tú prepararás mi carne.
    La caverna a que me acoja.
    Y hasta el lecho en que descanse.
    ¡Ay! tú me entretenías
    En mi niñez:
    Ayúdame en los días
    De mi vejez.

    A mi alcance y a mi diestra
    Muda, inmóvil, formidable,
    Me harás guardia, cuando el sueño
    En mis párpados pesare.
    Si del tigre el sordo paso,
    Si el clamor de los salvajes,
    Acercándose en la noche,
    Del peligro me avisaren;
    En mi mano apercibida
    Te alzarás para el combate;
    Y del triunfo o la derrota
    Siempre llevarás tu parte.
    ¡Ay! la luz del nuevo día
    Nos verá en otros lugares:
    Débil yo, cansado, y triste;
    Roja tú con fresca sangre.
    ¡Ay! tu me entretenías
    En mi niñez:
    Defiéndeme en los días
    De mi vejez.

    De camino veré a veces
    Las lejanas capitales
    Relumbrar al tibio rayo
    De los soles de la tarde.
    Y esos rayos vespertinos
    Jugarán al reflejarse,
    Cual relámpagos de oro,
    En tu hierro centellante.
    O, del mar a la alta orilla,
    Los pies sueltos en el aire,
    Cantaré al sol y al viento
    De la patria los romances;
    Y a la roca tú de lomo
    Sin cesar dando en la base,
    El compás irás notando
    Con tus golpes resonantes.
    ¡Ay! tú me entretenías
    En mi niñez:
    Consuélame en los días
    De mi vejez.

    Sí, consuelo del proscrito,
    ¡Oh! ¡jamás aquí le faltes!
    ¡Ay! ¡de cuanto el triste llora,
    Si es posible, veces hazle!
    Patria, amigos, madre, hermanos,
    Hijos, ¡ay! mi dulce amante;
    Cuanto amé, cuanto me amaba
    Vas tú sola a recordarme.
    Nunca, nunca, pues, me dejes,
    Sígueme a las soledades.
    No abandones al proscrito
    Sin que al fin su tumba excaves
    Por el mango hundido en tierra,
    Tu hoja se alzará en los aires,
    De los picos de los buitres
    Defendiendo mi cadáver.
    ¡Ay! tú me entretenías
    En mi niñez:
    Sepúltame en los días
    De mi vejez.


    EL VALS

    ¡Oh! graciosa, más graciosa
    Que los sones del bolero,
    Más airosa que las palmas
    Remecidas por el viento;
    Más serena, y linda, y pura
    Que el azul del ancho cielo,
    Cuando espléndido se pinta
    En los lagos del desierto;
    De placer su vista sola
    Retemblar hace mi pecho,
    Y perdido y ebrio caigo
    Al perfume de su aliento.

    ¡Sí, la quiero! ¡sí, la adoro!
    Con furor la adoro y quiero;
    La idolatro cual si en ella
    Dios mi suerte hubiese puesto;
    Más la adoro que el mendigo
    Al metal del avariento;
    Más la adoro que a la patria
    El proscrito en su destierro;
    Más que adora el frigio gorro
    El esclavo entre sus hierros;
    Más que el réprobo la gloria
    Desde el fondo de su infierno.

    ¡Ay de mí! la dulce madre
    Que meció mi cuna un tiempo,
    Y enjugó mi primer lloro,
    Y aceptó mi primer beso;
    El ciprés que noche y día
    Melancólico y siniestro
    Cubre el túmulo que guarda
    De mi buen padre los huesos;
    ¡Oh! ya menos hoy los amo
    Que ese vívido reflejo
    Que relumbra al son del valse
    En sus grandes ojos negros.

    Que con ella yo he bailado,
    Y he sentido unos momentos
    Junto a mí su dulce rostro,
    Junto a mí su dulce seno;
    Y en mi alma brilló entonces
    Cual fugaz, lejano incendio
    Yo no sé qué vaga imagen,
    No sé qué falaz deseo.

    Yo conmigo la veía
    Sentada a mi lado diestro,
    Bajo el techo de mis padres,
    Su asiento unido a mi asiento;
    Y sus manos infantiles
    Enrizaban mi cabello,
    Y entre espesa lluvia, afuera
    Con furor zumbaba el viento;
    Y su voz trinó en mi oído,
    Como el canto del jilguero,
    Y un extraño escalofrío
    Trascurriome por el cuerpo.

    ¡Ay! el vals se acababa,
    Y sonó el compás postrero;
    Y la vi tal como es ella:
    Dulce, amable y sin afecto...
    ¡Oh momentos deliciosos!
    ¿Por qué volasteis tan presto?
    ¿Por qué de mi fantasía
    No realiza Dios los sueños?

    Agosto, 1838.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 16 Mayo 2015, 03:08

    LA LIBERTAD Y EL SOCIALISMO

    Oda en conmemoración del día 7 de marzo de 1849, en que el general José Hilario López fue proclamado presidente de la Nueva Granada, a virtud de la violencia que una turba armada practicó sobre el Congreso, dedicada a la juventud republicana de la Nueva Granada.

    ¡O homines ad servitutem nati!

    (Exclamación que Tácito pone en boca de Tiberio, cansado ya de la abyección de los senadores romanos).




    I

    ¡Oh, López! sal, pregunta por la tierra
    ¿Cuál es más vil y odioso de los dos:
    El salteador que al monte se destierra
    Y hace a los hombres sin disfraz la guerra,
    Mofándose de Dios;

    II

    ¿O el fariseo infame que de hinojos
    Ora contrito al pie del sacro altar,
    Y va, con dulce voz y dulces ojos,
    Del huérfano y la viuda los despojos
    Hipócrita a usurpar?

    III

    ¡Oh! ¡siglos ha que el punto está juzgado!
    Mas falta aún que aprenda el mundo a ver
    Con menos odio al rey que, rey criado,
    Mira a su especie cual servil ganado
    Nacido a obedecer;

    IV

    Que al demagogo que en traidor arcano
    Celando su venganza y ambición,
    Hace la corte al pueblo soberano,
    Sube al poder, y ejerce a salva mano
    Rapiña y proscripción.

    V

    Que esa ambiciosa inquieta hipocresía
    No es menos vil que la falaz piedad:
    Ni hay opresión cual esa tiranía
    Que usurpa con sacrílega ironía
    Tu nombre, libertad.

    VI

    ¡Oh libertad! ¡tres veces santo nombre!
    ¡Del alma la más bella aspiración!
    ¡Tiempo vendrá que al porvenir asombre
    Te haya insultado alguna vez el hombre
    Con tal profanación!

    VII

    ¡Oh libertad! yo puedo alzar la frente,
    Y bendecirte al son de mi laúd;
    Que desde niño amaba en ti mi mente
    El bien mayor que dio a la humana gente
    El Dios de la virtud.

    VIII

    Con la virtud en mí te confundías,
    Con la justicia, con la dulce paz:
    Jamás, cuando ante mí resplandecías,
    Manchadas con el crimen me traías
    Tus manos ni tu faz.

    IX

    A amarte pura me quedé enseñado;
    Por tu pureza te conozco bien:
    Mi corazón me anuncia tu reinado
    Como la imagen del glorioso estado
    Del hombre en el edén.

    X

    Los hombres todos por su ser iguales
    Ante una ley de universal amor,
    ¡Y sólo por sus obras desiguales!
    ¡Como lo son sus almas inmortales
    Delante del Señor!

    XI

    Todos seguros en los varios modos
    Con que a su bien, sin daño ajeno, van,
    Sí, todos libres, responsables todos,
    Sin distinción de títulos ni apodos
    Que orgullo y odio dan.

    XII

    El justo, blanco o negro, hermoso o feo,
    Estrecho u opulento en su vivir,
    Inglés o chino, jesuíta, hebreo...
    Y aun el cegado, inofensivo ateo,
    Pudiendo en paz dormir.

    XIII

    Y el malo sólo por la ley herido,
    Por lo que ha hecho, por lo que es, ¡jamás!
    ¡Y herido sin rigor! ¡y garantido
    Contra su mismo juez! ¡juez sometido
    A un juez mayor detrás!

    XIV

    El hombre, nunca al hombre degradando,
    Rey de sí mismo y de sus cosas rey,
    El fin del hombre el fin de Dios llenando,
    La ley del hombre santa reflejando
    De Dios la santa ley.

    XV

    ¡Eso es la libertad! ¡la que he previsto
    Entre los raptos de mi ardiente edad!
    ¡La que en la tierra de Franklin he visto!
    ¡La que me ofrece en sus promesas Cristo!
    ¡Esa es la libertad!

    XVI

    Y esa la misma que en la patria mía
    Joven sus fuerzas ensayando vi...
    Hasta que, ¡oh López! ¡en aciago día
    La hirió con su puñal la turba impía
    Que te aclamaba a ti!

    XVII

    ¿A ti?... ¡no sólo a ti! No le bastaba
    Tu indignidad a su nefando amor.
    ¡Ah! ¡más que indignidad necesitaba!
    ¡A tu infernal amigo proclamaba!
    ¡De Sucre al matador!

    XVIII

    Yo los oí... cuando su puño armado
    Del hierro vil salían en tropel,
    Del templo, donde habían ya violado
    La majestad inerme del senado
    En nombre tuyo y de él.

    XIX

    Yo los oí... Su canto de victoria
    Viene a amargar mi triste proscripción.
    Cual eco del abismo, esa memoria,
    Atravesando nuestra negra historia
    Será nuestro baldón.

    XX

    El nuestro... ¡Sí! ¡de todos! Cada uno
    A la obra de tinieblas ayudó:
    ¡Cuál débil, cuál traidor, digno ninguno!
    ¡Ni el cuerpo que a la paz, sin fruto alguno,
    Su honor sacrificó!

    XXI

    La esposa del romano Colatino,
    Al verse impura, prefirió morir.
    Los hombres del congreso granadino
    Besáronle la mano al asesino A trueque de vivir.

    XXII

    Hoy viven... ¿Cómo? Pudo su bajeza
    Quizá esperar de gratitud el don...
    Con negro insulto, vejación, pobreza,
    Ya a demostrarles el tirano empieza
    Cuál es su galardón.

    XXIII

    Hoy viven... Como vive en el serrallo
    El triste eunuco de africano Dey;
    Cual vive en el corral lo que fue gallo;
    Cual vive, el cuello al fin haciendo callo,
    Bajo su yugo, el buey.

    XXIV

    ¡Son todo, menos hombres! —¡Han perdido
    Lo que da al hombre ser— su dignidad!
    Que a la víctima el crimen consentido
    Mancilla más que al violador bandido
    Su misma atroz maldad.

    XXV

    ¡Oh! más dichosos, harto más, aquellos
    Que afrontaron, ya tarde, al dictador:
    Y hoy, de extranjero sol a los destellos
    La patria lloran y sus campos bellos,
    Su hogar y dulce amor.

    XXVI

    O amenazados en su propio suelo
    Con el despojo, azotes y prisión,
    Por todos vela su leal desvelo,
    Por todos lucha con heroico anhelo
    Su libre corazón.

    XXVII

    ¡Esfuerzo generoso, mas tardío!
    Lo que en su origen era vil raudal,
    Que pudo en tiempo haber cegado el brío
    De la virtud, hoy es inmenso río
    De irreparable mal.

    XXVIII

    ¡Ah sí! ¡de mal irreparable!Nada
    Tan hórrido se puede concebir.
    ¡Ver de la ley con la tremenda espada,
    Que sólo contra el malo fue forjada,
    El malo al justo herir!

    XXIX

    Puedes contarlo tú, modesto amigo,
    En quien un monstruo se ensañó brutal...
    Y hoy comes del destierro el pan conmigo...
    Que, por reparación, ¡nuevo castigo
    Te impuso un juez venal!

    XXX

    Podéis hablar, vosotros, asimismo,
    Humildes misioneros de la cruz,
    Contra los cuales, del reabierto abismo,
    Renace del Borbón el despotismo
    En esta edad de luz.

    XXXI

    ¡El mismo espectro horrendo resucita!
    ¡La misma escena! ¡el mismo ardor feroz,
    Que entre la noche a la inocencia excita
    Del pobre lecho al ostracismo, y quita
    A la piedad su voz!

    XXXII

    ¡Y, al son de libertad, que desde el foro
    Vinoso eleva el proscriptor motín,
    Los jefes corren al común tesoro
    Do el pan del pobre, do del rico el oro
    Les preparó el botín!

    XXXIII

    Del oro así del rico, el pan del pobre,
    No sólo pagan a la audaz maldad
    El mal ya obrado, sino el mal que aún obre
    Para impedir que en la nación recobre
    Su imperio la verdad.

    XXXIV

    ¡Del orden inversión abominable!
    ¡Por guardia de la hacienda el más ladrón!
    ¡Por juez la inocencia el más culpable!
    ¡Por paz la esclavitud! ¡por ley el sable!
    ¡La fuerza por razón!

    XXXV

    ¡Eso es el socialismo! ¡El socialismo
    Que, su fealdad queriendo disfrazar,
    El, hijo de ambición y de ateísmo,
    De libertad se atreve y cristianismo
    La estirpe a reclamar!

    XXXVI

    ¡Ese es el socialismo! ¡Hoy atavía
    Con falsos nombres su genial horror.
    Su nombre Galia supo darle un día;
    Su nombre dice más que tiranía;
    Su nombre es el terror!

    XXXVII

    ¡Modelos de virtud y de hermosura:
    Madres cristianas, prez de Bogotá! ¡Llorad!
    De vuestro llanto la amargura
    Cuál es la libertad nos asegura
    Que el socialismo da.

    XXXVIII

    ¡Llorad! en vuestras lágrimas espera
    Con fe mi desolado corazón:
    Ellas, en esta degradada era,
    De libertad futura y verdadera
    La noble prenda son.

    XXXIX

    Que la mirada húmida que lanza
    Al cielo la virtud de una mujer,
    Es tan sublime que a expiar alcanza
    La paz del vil, del malo la venganza,
    Ante el Supremo Ser.

    XL

    Mas Dios es justo. La nación suicida
    Podrá regenerarse y ser feliz...
    Mas en las carnes de su nueva vida
    Conservará de la salvaje herida
    La eterna cicatriz.

    Nueva York, 7 de marzo de 1851, segundo aniversario del entronizamiento de la dictadura socialista de la Nueva Granada.













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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 16 Mayo 2015, 03:14

    Hay género, hay género... Y cuando empezamos esto pensábamos - al menos yo- que eran unos cuantos poetas españoles de postguerra.

    Me voy a tomar un respiro hasta que tú termines. Te sigo y admiro tu trabajo. Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 17 Mayo 2015, 03:20

    Pues así es, mi querido maestro.
    Sigo pues

    MEMORIAS

    Dulces memorias,
    Cual inefables glorias,
    Hoy recibí que me has dejado:
    ¡Y hoy vuelvo humilde apenas un quizá!

    Viejas historias,
    Que son a ti notorias,
    Esto en refrán han consagrado:
    ¡Quien recordó quizá después querrá!

    ¡Oh! ya lo veo
    ¡Oh! ya en tus ojos leo
    Que a replicarme vas ceñuda:
    ¡Quien recordó tal vez odiando está!

    ¡Ah! si el deseo
    También orgullo feo
    No te parece, cual la duda,
    Deja que al menos vuelva un ojalá.

    Septiembre, 1838.


    CONTRASTE

    Tus ojos a mis ojos no responden,
    Cuando a tu lado lloro tú no lloras;
    ¡Ah! ¡las borrascas hórridas ignoras
    Que en mi profundo corazón se esconden!

    ¡Sordas en él revuélvense y sombrías
    Voces de amor, imágenes de muerte,
    Lágrimas de dolor abrasadoras,
    Risas y estrepitosas alegrías!

    ¡Y en tanto, al par de mis funestos días
    Rápidas huyen tus brillantes horas!
    ¡Y tú que me enajenas y enamoras
    Miras en paz mis crudas agonías!

    1838.

    LOS JUEGOS DE NIÑOS

    Cuando, de noche, amada mía,
    En derredor de aquel hogar
    Que, al son del materno cantar,
    Tu cuna vio mecer un día;

    Tu madre, hermanos, y otro, y yo,
    Y tú en cerco nos sentamos,
    Y a los juegos-niños jugamos
    Que nuestra infancia tanto amó;

    Y que aún amo en la edad que llevo,
    Y que olvidar jamás podré,
    Y que en mi vejez lloraré
    Ansiando jugarlos de nuevo;

    Entonce, al verte, al verte a ti,
    Con la sonrisa del contento
    A todos dando movimiento,
    Tal vez fugaz mirarme a mi...

    Y entonces, al pensar que es sin ira,
    Sin odio, sí, mas sin amor
    Que con tan dulce resplandor
    Tu ojo fugaz así me mira;

    Y tan distintas luégo al ver
    Esas miradas, en tu amante
    Que allí risueño está y triunfante
    Largas y extáticas caer;

    Entonces más me persuado
    Que de ti amado no soy;
    Y que después, así cual hoy,
    Nunca de ti ya seré amado;

    Y entonces en la soledad
    Pienso en que ya por siempre vivo,
    Y un dardo siento herirme vivo
    Extraño en mi joven edad;

    Y entonces mis ojos de llanto
    Siento llenarse, y mi alma ve
    A aquel amigo que se fue,
    Y que me amaba en vida tanto.

    Y entonces, mi íntima aflicción
    Disimular ya no pudiendo,
    Doy buenas noches, y gimiendo
    Late, al salir, mi corazón.

    Y no teniendo ni un amigo
    Con quien me pueda desahogar,
    Me voy a mi casa a llorar,
    Encerrado solo conmigo.

    Y a mi rival con tu reír
    Sigues alegrando en tu casa,
    Sin que el dolor que en mí se pasa
    Hayas podido presumir.

    Octubre, 1838.

    LA GLORIA Y LA POESÍA

    ¡Oh! no deseches, mujer, al hombre que Dios te
    [destina!
    El grande amor que el corazón enciende,
    Ese grande amor que a ti misterioso me inclina
    Dios en el fondo de mi ser lo prende!
    Tú su poder terrible no sabes a cuánto se extiende,
    Y tu desdén indócil no adivina
    Que tu destino, que de mí depende,
    Hacia su fin en mi amor para siempre encerrado
    [camina.

    ¿No has pensado jamás de la muerte en la rápida espada
    Que hombre, por hombre, al fin a todos hiere?
    ¿No has pensado jamás en aquella existencia que muere
    Del que quedó tan fácil olvidada?
    ¿No has pensado jamás que de nuestra existencia ig
    [norada
    Ni una noción la especie humana adquiere,
    Y que doquier que nuestra planta fuere
    Siempre envuelta va de olvido, de noche, y de nada?

    ¡Ah! ¡qué le importa al corcel, del pesebre el círculo in
    [mundo,
    Si más allá de su hórrido recinto,
    Abrense campos y campos sin fin, y el cielo profundo
    Se aleja azul en un inmenso cinto!
    ¡Qué me importa a mí, de nadie en mi vida distinto,
    La sociedad do oscuro me confundo
    Si en ella siento hablarme el sordo instinto
    De otra gran sociedad que puebla los siglos y el
    [mundo!

    Esto pensaba yo paseándome solo una tarde.
    Su disco el sol en occidente hundía;
    Yo me detuve a ver cómo poco a poco moría
    Esa alta llama que en los cielos arde.
    ¡Fuese! y díjeme: Huyó sin que nada lo impida o re-
    [tarde,

    Cual otros mil, incógnito este día;
    Y huirá lo mismo la existencia mía,
    Cual mil más, sin que de ella en la tierra un rastro se
    [guarde.

    Y esta triste imagen turbome y quitome la calma.
    Pensé en mi padre... ¡todos lo olvidaron!
    Sólo algunos hombres, trayendo del canto la palma,
    Salvos de olvido el tiempo atravesaron.
    ¿No podré yo, pues, cantar cual ellos cantaron?
    Mas recordé que inmóvil, muda, calma,
    Aunque mis ansias más la provocaron,
    Siempre a dar melodías hallé resistida mi alma.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 17 Mayo 2015, 04:44

    Estoy contigo: leyendo tu trabajo; meritando tu esfuerzo; admirando lo que haces... Ya sabes que no te dejo; que en todo momento estoy a tu lado. Tú sabes, además del encuentro de Murcia, en lo que estoy metido. Sigo en ello. Hay más. Pero estoy contigo y la próxima semana te acompañaré.
    Un beso.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 18 Mayo 2015, 00:11

    Ya me voy, pero te digo: Tranquilo, sé que estás, siempre lo haces.
    Un beso y hasta luego.
    ¡Volveré!


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 18 Mayo 2015, 04:54


    Y con estos poemas de José Eusebio Caro, doy por concluido mi pequeño aporte, Pascual. Fué todo un placer.
    Gracias.

    EL MAYOR PESAR

    ¡Oh! ¡quién versos escribiera!
    ¡Oh! ¡quién otra vez pudiera
    Arrojar el alma entera
    Hecha llama en el papel!

    Mas aquel que en otros días
    Risas, lloros, y alegrías,
    Y hórridas melancolías
    Pintó con vivo pincel;

    Y en líneas de luz y fuego
    Vació, frenético y ciego,
    De amor su desasosiego,
    De su amor de juventud,

    Hoy cansado, envejecido,
    Su corazón desabrido,
    Ni alcanza a dar un latido,
    Que ha perdido su virtud.

    ¡Sí! ¡mi corazón no ama!
    Por ningún objeto dama,
    Sólo siente que lo inflama
    Su necesidad de amor.

    Y una vida que fastidia
    Lleva, floja y con desidia,
    Sin afecto y sin envidia.
    Sin placer y sin dolor.

    De amor tal vez el halago,
    Cual obra falaz de un mago,
    Miro en horizonte vago,
    Como en mi primera edad.

    Mas pronto el cuadro se cubre
    De niebla que a mí lo encubre,
    Y el ojo al fin no descubre
    Ni ilusión, ni realidad.

    En los días de mi infancia
    De candor y de ignorancia,
    Armonía, luz, fragancia
    Para mí la vida fue:

    ¡Fue mi sueño de inocencia!
    Después en adolescencia
    Penetré de amor la ciencia:
    ¡No me amaron; mas yo amé!

    Con amor amé violento,
    Con amor siempre en aumento;
    De mi propio sentimiento,
    De mi amor no más viví.

    Y en alto, lejos del suelo,
    Lanzado en inmenso vuelo,
    Un nuevo universo, un cielo
    Revelose dentro en mí.

    Y en sus fúlgidas regiones
    Corrí, ebrio de pasiones,
    Y de extrañas sensaciones
    Rebosó mi corazón.

    ¡Ah! ¡rüina irreparable!
    Mi corazón miserable
    Que infinito, inagotable
    Yo creí, me hizo traición.

    Y hoy... lloro, sí, lloro en vano...
    ¡Ah! no es mi cabello cano,
    Ni mis arrugas de anciano
    Lo que lloro sin cesar;

    ¡Es el fuego de la vida!
    ¡Es la llama ya extinguida!
    ¡Es mi facultad perdida,
    Mi gran facultad de amar.

    1838.


    LA HURÍ

    Murió mi amor; mi corazón me resta,
    Mi corazón sin límite ni fin,
    Capaz de dar aún más de lo que ha dado
    Al ser que Dios le guarda en porvenir.

    Yo te presiento, hurí que aún no conozco,
    Por la inquietud que ya comienza en mí,
    Cual se presiente por el son la lira,
    O  por su olor presiéntese el jazmín.

    ¡Oh! ¿quién serás y cuál será tu nombre?
    ¿Cuáles serán tu raza y tu país?
    ¿Te bañarás del Ganges en las aguas?
    ¿O correrán tus años junto al Rin?

    ¿Tendrá tu faz el negro de la uva,
    O la brillante candidez del lis?
    ¿Caminarás viajera por el mundo
    Con la nación proscrita de David?

    Quizá a los dos nos cubre el mismo cielo,
    Y hablas mi lengua, y paso junto a ti;
    Quizá te he visto, y aun quizá te he amado,
    Y aspiro sólo a ser lo que antes fui.
    Cierto germano, como yo poeta,

    Y como yo de corazón augur,
    La hermosa hurí que Dios le reservaba
    Así cantó sin conocerla aún:

    ¡Oh tú, mujer que habrás de amarme un día!
    Si, donde habitas hoy, supieras tú
    El largo amor que en mí te voy juntando,
    Y el canto que te guarda mi laúd.

    Mientras el mar te ve quizá mecerte
    En tu hamaca pendiente del bambú,
    O  corres los desiertos de Sahara
    Sobre el ala fugaz del avestruz;

    Yo tu mitad de sombra siempre guardo
    Cuando, sentado al pie del abedul,
    Mi vista, recorriendo el horizonte,
    Te busca por el norte y por el sur.

    ¡Ah! sólo sé de ti que habré de hallarte
    Tan pura en tu beldad y juventud,
    Como la flor del Alpe oculta en nieves
    Jamás holladas por viajero algún.

    HISTÓRICO

    Me quieres asegurar
    Que yo poeta nací:
    Sí: .nací para cantar;
    Mas para cantarte a ti.

    La voz que exhaló mi lira,
    Y en tinta el papel guardó,
    Esa voz por ti suspira,
    Y para ti se exhaló.

    Sin conocerte te amaba,
    Adivino te canté;
    Lo que en la vida buscaba
    En tu sonrisa lo hallé.

    Por primera vez al verte,
    Un misterio en mí pasó:
    Yo pensé reconocerte,
    Y ver lo que nadie vio.

    Un recuerdo misterioso
    De otro mundo y de otra edad
    Del cielo un viso glorioso,
    Un trasluz de eternidad.

    Y mi ser sintiose lleno
    De una existencia mayor,
    Y en el fondo de mi seno
    Una voz trinó mi amor;

    Y en mi corazón convulso
    Voraces llamas sentí,
    Y un irresistible impulso
    Que me arrebataba a ti.

    ¡Ah! si entonces la barrera
    No hubieras puesto que hallé,
    Nunca yo bajado hubiera
    Al abismo a que bajé.

    Que afligido, despechado,
    Ardiendo en celos y amor,
    Y sangriento y desgarrado
    El corazón de dolor,

    Dejé a aquella que pudiera
    Mi existencia ennoblecer,
    Y a buscar fui quien me diera
    De degradarme el placer.

    ¡Ay! y de mi lira el canto
    Que por ti debió sonar,
    Y de mis ojos el llanto
    Que por ti debió brotar:

    Todo ante un ídolo horrendo,
    Todo profanado fue:
    Amar a Dios no pudiendo
    ¡Ay! ¡a Satanás amé!

    Hoy, hoy vuelvo a ti de nuevo:
    Mas el mismo ya no soy;
    Borrar la mancha que llevo
    Ni tú misma puedes hoy.

    ¿Ni tú? ¿qué dije? Tú puedes
    Volverme mi juventud,
    Y, cual Jove a Ganimedes,
    Exaltarme a la virtud.

    En ti la voz: Yo te amo,
    ¡Sí! te lo digo en verdad,
    Me dará cuanto reclamo:
    Vida, honor, felicidad.

    Enero 4, 1840.


    LA MAÑANA

    ¡Dulce virgen, despierta, despierta!
    ¡Deja el lecho de plácidas rosas;
    Abre ya de tu choza la puerta,
    Abre, y ven a sentarte a su umbral!
    ¡Ven y mira la fúlgida Aurora
    Que, en la cima del monte de oriente,
    Con fervor, de rodillas, adora
    De los incas al padre inmortal!

    ¡Ven, y escucha el suspiro profundo
    Que, al salir de las sombras del sueño,
    Se levanta a lo lejos del mundo
    Como el ¡ay! postrimero de amor!
    ¡Ven, y ve la argentada laguna
    Que, del aura al impulso süave,
    Cual va y viene del niño la cuna,
    Se remece con sordo rumor!

    ¡Goza, goza tu bella mañana,
    El reír de tus jóvenes días!
    ¡Goza en paz de su brisa temprana
    Semejante al aliento de Dios!
    ¡Oh! ¿por qué de mi fúnebre suerte
    Nos separa la mano de hierro?
    ¿Por qué al menos decirte en mi muerte
    No me deja ni el último adiós?

    ¡Ay! ¡postrado, sintiendo en mi cuello
    Imprimir al crüel infortunio
    De su planta el gravísimo sello,
    Bramar oigo debajo un volcán!
    ¡Huye dél! ¡En tu pobre cabaña
    Encerrándote, escucha tan sólo
    Retumbar por la ardiente montaña
    El zumbido del raudo huracán!

    ¡Lejos, lejos! ¡En breve espantada
    Con un trueno de muerte, una noche,
    Del volcán en la cumbre apartada
    Una llama verás relucir!
    Y después que la estés contemplando,
    «¡Ya murió! ¡Pobre amigo! ¡El me amaba!»
    ¡Por ventura dirás suspirando,
    Y a tu choza entrarás a dormir!

    Febrero, 1835.


    LA VENIDA A LA CIUDAD

    ¡Y pisas ya de la ciudad el suelo!
    ¡Huyes del aura el amoroso arrullo!
    ¡Tú, blanda flor, cuyo primer capullo
    Nació al besarse con la tierra el cielo!

    ¿Al árido volcán los azahares
    Suben jamás? ¿El matinal rocío
    Las siestas ven? ¿O por el bosque umbrío
    Deja el coral los azulados mares?

    ¡Y tú, Delina, cuya leve cuna,
    Entre el silencio de las noches calmas,
    Se remeció bajo las verdes palmas
    Al rayo oblicuo de la corva luna...!

    ¡Tú, que, detrás de embovedadas yedras,
    Sola y desnuda por las vegas hondas,
    Los pies aun dentro de las tibias ondas,
    El coco hendías sobre lisas piedras...!

    ¡Tú, sonrisa de amor, tú, bajo el techo
    Hoy de los hombres a sentarte vienes!
    ¡A reclinar tus virginales sienes
    Del infortunio en el pomposo lecho!

    ¡No! ¡Lejos! ¡Ay! ¡Que en él por cada pluma
    Su leve punta asoman las espinas,
    Y el sueño que se esconde en las cortinas
    Con beso impuro el corazón abruma!

    ¡Lejos, Delina, lejos! ¡Torna cauta,
    Torna del bosque al celestial perfume,
    Torna al gemir de tu paloma implume,
    Más blando, sí, que el son de sabia flauta!

    ¡Torna a mirar por el ceñudo monte
    Rodar saltando el rollo de verdura,
    Desplegado alfombrar la gran llanura
    Y perderse en lo azul del horizonte!

    ¡Torna, y de noche entre las ondas flojas
    De la hamaca que vio tu primer lloro,
    De fina lluvia el murmurar sonoro,
    Cayendo oirás del plátano en las hojas!

    ¡Torna a tus vegas, virgen inocente!
    ¡Ah! ¡No te asustarán en las cabañas,
    Del pobre cazador de las montañas
    La ronca voz y nebulosa frente!

    ¡No allí lo temas, no: que el soplo manso
    Del llano nunca refrescó su seno;
    Nunca bajó de la mansión del trueno,
    Por donde vuela sin gozar descanso!

    De lo que fue tan sólo la memoria
    Resta, cual tronco abatido sauce,
    Como de gran torrente el seco cauce,
    O  como el eco de abismada gloria.

    Torna a las vegas: él, grosero sayo
    Vistiéndose, descalzo, con ceniza
    Emblanqueciendo su melena riza,
    Irá a las cumbres do lo espera el rayo.

    Marzo, 1835.


    EN VÍSPERAS DEL COMBATE

    Tristes, mortales, córrense mis días;
    Hoy como ayer, mañana igual a hoy;
    Campos, montañas, cielos, todo cambia;
    Pero no cambia, no, mi corazón.

    ¡Mi corazón! en él cual siempre reinas;
    Eterno en él aún vive el mismo amor,
    Aquel amor que tú nacer hiciste,
    Que sólo morirá muriendo yo.

    ¡No! ni aun entonces morirá, Delina.
    ¡Mi amor, mi bien, mi orgullo, mi blasón!
    ¡Mi alma inmortal lo llevará consigo
    Al pie mismo del trono del Señor!

    Pronto quizá... la muerte cerca tengo...
    La odiosa muerte vaga en mi redor...
    Es alta noche... el enemigo enfrente...
    Tal vez mañana callará mi voz.

    Si ésta es mi hora postrera, tuya sea.
    Todo el amor de que capaz soy yo.
    Todo en mi pecho concentrado y junto
    Te lo ofrezco, Delina, y te lo doy.

    ¿Lo aceptarás...? ¿Qué se oye?
    ¡El enemigo! ¡Alarma suena ronco el atambor!
    Truena el bronce... ¡Mis armas, mi caballo
    ¡Oh! ¡dame algunas lágrimas! ¡Adiós!

    La Cruz, septiembre 4, 1841.


    ¡ETERNO ADIÓS!

    ¡Tú cuya voz celestial llenó de divina armonia
    El seno oscuro do mi ser se encierra,
    Tal como suele de pronto llenar la noche sombría
    El canto patrio allá en extraña tierra!
    ¡Tú cuya sola voz mil voces en mí desencierra
    Con mil memorias de la infancia mía!
    Adiós, que ya mi porvenir se cierra!
    ¡Sí; para siempre adiós; adiós, sí, para siempre, María!

    ¡Oh! ¡comprender tú no quieres mi amor verdadero y
    [profundo!
    ¡Entrar no quieres en el grande encanto
    Do solitaria mi lira suena incesante en su canto,
    Que sube a ti con eco gemebundo!
    Un horizonte me envuelve; en él mi existencia difundo:
    Y, al yerme solo en él, con vago espanto
    ¡A veces tiemblo, a veces rompo en llanto!
    ¡De él yo no salgo, y en él no penetra nadie en el
    [mundo!

    ¡Oh! ¡y este horizonte encantado es mi ser, soy yo
    [mismo!
    ¡Y fuera de él, tras su confín postrero,
    Oigo gemir sin cesar de la humana miseria el abismo,
    Como en su torre el mar el prisionero!
    Oigo a los hombres, sin Dios, no entendiéndose, en
    [gran desespero,
    ¡Nada! gritar, y ¡Acaso! y ¡Ateísmo! Y oigo otra voz que desde el ser primero
    Baja a aliviarnos, ¡la voz del viejo, inmortal
    [cristianismo!
    Dentro del cerco tan sólo miro mi propia existencia:
    De mi memoria miro el negro arcano,
    El libro a medio-abrir, do, yo no sé de quién, una mano
    De lo que fue me pinta una apariencia.
    Miro como un sueño aéreo mi edad de inocencia;
    El padre ido por quien lloro en vano;
    Mi huerto aquel, mi hogar, mi abuelo anciano,
    ¡Todo fue, todo! ¡Y todo guardado quedó en mi
    [conciencia!

    ¡Oh, misterio del hombre! ¡Oh gran soledad de la vida!
    ¡Mar que me envuelve en sueños y despierto!
    Huyo, y me sigue, y me envuelve al través del tiempo en
    [mi huída;
    ¡Y siempre a mí su cóncavo está abierto!
    Dentro, a par de eremita que gime en ignoto desierto,
    Mi lira gime en voz adolorida;
    Y ¡ay! ¡esa voz que sólo en eco incierto
    Al mundo llega lejana, por mí no más es oída!

    jAh! y esa voz interna que así de contino suspira,
    Al tú asomar, de pronto acalia el lloro,
    ¡Y un espontáneo canto, puro cual lumbre, cual oro,
    Dulce se exhala de mi negra lira!
    ¡Y sube a ti, como al cielo sube la llama en la pira,
    A ti, mujer, cuya piedad imploro,
    A ti, mujer, que por destino adoro,
    Porque tu nombre no más mis potencias todas inspira!
    ¡Oh, María, sí! Ese gran poder de paz y consuelo,
    Ese poder que en mí tu nombre tiene,
    No lo sabes tú, ni nadie saberlo puede en el suelo:
    ¡Lo sé yo solo, y Dios, de quien te viene!
    ¡Ah! ya que a mí la dicha de hacerte feliz no conviene,
    Que Dios por siempre la negó a mi anhelo,
    Sepa yo al menos que tu faz mantiene
    Siempre plácida, lejos de mí, la sonrisa del cielo!
    ¡Ah! ¡no será no: que sólo el amor nos da la ventura!
    Y escucha atenta lo que hoy te digo:
    Tú no me amas, y un día vendrá en que dejando el
    [abrigo
    Del sacro hogar do huyó tu infancia pura,
    Sola con otro te irás; y entonces, mi amor te lo augura,
    Un nuevo día al fin vendrá enemigo,
    En que dirás: «¡Oh pobre y viejo amigo!
    ¡Ay! ¡él me amaba más, él ¡ay! con más verdad y
    [ternura!».

    Dime, pues, dime: ¿querrás unir con mi amor inaudito
    El amor tuyo en una misma suerte?
    ¡Oh! resuelve, resuelve, sí, pronto; ¡que el último grito
    Pronto dará mi lira al ver la muerte!
    Este horizonte, do yo te convido conmigo a meterte,
    Sin fin no es, mi amor es circunscrito:
    ¡De él hay en torno un Ser mayor, más fuerte,
    Do sumergido todo se encuentra; su nombre: Infinito!

    Hoy, ya de aquel de los montes patrios más alto en la
    [cima
    Vuelvo de mí los ojos en redondo,
    Miro, nuevos montes lejos, la tierra miro en lo hondo,
    —¡Y el cielo azul, en derredor y encima!
    ¡Algo siempre me ataja; mañana tal vez no reprima
    Nada el impulso que en mi seno escondo:
    Sin fin la tierra abajará su fondo!
    ¡Idos los montes, abierta del cielo inmensa la sima!

    Es que a un tiempo las vallas todas de mi hórrido
    [encierro,
    Sin saber cómo, al suelo habrán caído!
    ¡Es que por siempre se habrá terminado ya mi destierro!
    ¡Es que habré visto al Gran Desconocido!
    ¡Es que habré ya muerto! ¡es que estaré ya con Dios
    [confundido!
    Cogiendo el todo, en que hoy finito yerro;
    ¡Veré, del mundo en un rincón perdido,
    Sola, seguir una tarde mi madre mi cuerpo a su entierro!
    Un instante vendrá, yo no sé si de horror o alegría,
    Cuando la humana innumerable gente
    Toda a entrar así volverá de Dios en la mente
    De do salió; y entonce, amada mía,
    Como dioses seremos los hombres sin noche ni día;
    Y absortos en el Ser indeficiente,
    Huirá por siempre en él de mí tu frente...
    ¡Ay! ¡adiós para entonces, adiós para siempre, María!

    Octubre, 1838.


    SOCIEDAD Y SOLEDAD

    ¿Sabes quién soy? ¡oh dulce amiga mía!
    ¿Quieres saber lo que Otro tiempo fui,
    Y lo que soy, y lo que ser podría,
    Y cuanto duerme oculto dentro en mí?

    ¿Quires sondar los senos de mi alma,
    Sacar a luz y conocer mi amor,
    Y de la mar, que has visto sólo en calma,
    Ver la tormenta en todo su esplendor?

    ¡Oh! cada noche, haciendo larga rueda,
    Con doce más, en tu oriental sofá,
    Antes que hurtar mi puesto nadie pueda,
    Cerca de ti me ves sentado ya.

    Mas, mientras gira en torno y a mi lado
    El dulce hablar y el dulce sonreír,
    Yo permanezco estúpido y callado
    Como el que nada tiene que decir.

    Es que a otro mundo entonces tú me llevas;
    Es que mi alma siento engrandecer;
    Es que de pronto en mí potencias nuevas
    Siento agitarse y completar mi ser.

    Si entonces yo, sin más rubor, gritara;
    Si reventar dejara el corazón,
    De inolvidable asombro os penetrara
    Ese grande rugido de león.

    Es de noche: a la luz de las estrellas,
    Cuando el matiz de fuego y arrebol
    Ya está borrado de las vivas huellas
    Que, al irse, estampa en occidente el sol;

    Es de un peñasco en la escampada altura,
    De donde puedo libre contemplar
    Los verdes campos, la montaña oscura,
    El cielo azul, la inmensidad del mar:

    Es, pues, allí y entonce, amada mía,
    Cuando conmigo y Dios no más estoy,
    Que mi ser brilla en pleno mediodía,
    Y que aparezco a mí tal cual yo soy.

    Nadie me ha visto así transfigurado;
    Mi propia forma yo no más la sé:
    Que torno a entrar apenas en poblado
    Y nada resta de lo que antes fue.

    Sólo en mis cantos vive algún diseño
    De esa gloria de noche y soledad,
    Como del niño en el primer ensueño
    Aún luce la reciente eternidad.

    ¡Guarda mis cantos, dulce amiga mía!
    Esa es mi herencia que te lego a ti;
    Cuando en el mundo no me mire el día,
    Quede a lo menos ese son de mí.

    Julio 23, 1839.


    UN SUEÑO

    Junto contigo caminar la vida;
    Una tras otra ver volar las horas;
    Al mundo y a sus dichas impostoras
    Volver la espalda y dar la despedida;

    Entrar de amor en la región profunda
    Solos tú y yo; de amor no más viviendo,
    La luz gozar hoy lejos estoy viendo,
    Ultima luz de amor que al hombre inunda.

    ¡Estoy contigo! ¡Unido yo contigo!
    ¡Rabia y dolor! ¡Es esto sólo un sueño!
    ¡Recio su puerta amor cerró con ceño,
    A ti y a mí negándonos abrigo!

    1839.



    ÉL Y YO

    Pude un tiempo esperar que tú me amaras;
    Mas mi dulce esperanza ya acabó;
    Que, vivo aún más que en los pasados días,
    Arde en tu pecho tu primer amor.

    Siempre la imagen del ausente amigo
    Vive interpuesta entre nosotros dos:
    Su hermosa faz mi oscura faz eclipsa,
    Su voz contrasta con mi ronca voz.

    Ingenio, orgullo, gracias, hermosura...
    ¡Ah! ¡todo tiene, nada tengo yo!
    Sólo una cosa tengo que él no tiene:
    Mi enemigo mortal, mi corazón.

    Mi corazón, que me dictó te amara;
    Mi corazón, que para ti nació;
    Mi corazón, que al verte se estremece,
    Cual se estremece el ángel ante Dios.

    Octubre 28, 1839.


    MI LIRA

    Toma mi lira, Delina,
    Tómala ya, que profunda
    Desde sus lóbregos senos
    Llama a tu amigo la tumba;
    Tómala, y cuando, a los rayos
    De tu lámpara nocturna,
    Junto a tu lecho la cuelgues,
    Todo mullido de plumas,
    Oirás sus cuerdas de oro
    Que retemblando murmuran;
    Oirás sus tristes suspiros
    Que entre las sombras fluctúan.
    Y, si tus dedos de rosa
    Sus cuerdas rápidos pulsan,
    Si vagarosos en ellas
    Lánguidos himnos modulan,
    Verás que bajo tu mano
    Trémulas lágrimas suda,
    Y sus marfiles se empapan
    En menudísima lluvia.

    ¡Ah! cuando su luz de perla
    Con que las vegas inunda
    Desde los cielos derrame
    La melancólica luna,
    Con esa lira, Delina,
    ¡Oh! ven a la sepultura
    Que de tu amante por siempre
    Los tristes huesos ya cubra.
    Allí, del ciprés sentada
    Bajo las ramas augustas,
    Sólo oirás zumbar el viento
    Por las lejanas llanuras;
    Allí, del árbol sagrado
    Desprenderse por Ventura
    Sientas alguna hoja seca
    En tu melena profusa,
    Y entonces, cuando tu mano
    Con una guirnalda cubra
    La humilde cruz de mi huesa,
    Entre el verdor medio oculta,
    ¡Delina, virgen del cielo!
    Desde el fondo de mi tumba,
    Oiga yo que al menos lloras
    Mi amor y mi desventura.
    ¡Oiga yo en la noche eterna
    Gemir mi lira viuda,
    Y consolados, mis manes
    Palpitarán de ternura!

    Febrero, 1835.


    ESTAR CONTIGO

    ¡Oh! ya de orgullo estoy cansado,
    Ya estoy cansado de razón;
    ¡Déjame, en fin, que hable a tu lado
    Cual habla sólo el corazón!

    No te hablaré de grandes cosas;
    Quiero más bien verte y callar,
    No contar las horas odiosas,
    Y reír oyéndote hablar.

    Quiero una vez estar contigo,
    Cual Dios el alma te formó;
    Tratarte cual a un viejo amigo
    Que en nuestra infancia nos amó;

    Volver a mi vida pasada,
    Olvidar todo cuanto sé,
    Extasiarme en una nada,
    Y llorar sin saber por qué.

    ¡Ah! para amar Dios hizo al hombre
    ¿Quién un hado no da feliz,
    Por esos instantes sin nombre
    De la vida del infeliz,

    Cuando, con larga desgracia
    De amar doblado su poder,
    Toda su alma ardiendo vacia
    En el alma de una mujer?

    ¡Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
    Cometió en ti la humanidad,
    Cuando a la dicha preferiste
    De la ciencia la vanidad!

    ¿Qué es lo que dicha aquí se llama
    Sino no conocer temor,
    Y con la Eva que se ama,
    Vivir de ignorancia y de amor?

    ¡Ay! mas con todo así nos pasa;
    Con la Patria y la juventud,
    Con nuestro hogar y antigua casa,
    Con la inocencia y la virtud.

    Mientras tenemos despreciamos,
    Sentimos después de perder;
    Y entonces aquel bien lloramos
    Que se fue para no volver.

    Julio 29, 1839.

    LA ESTRELLA

    Beldad que admira el mundo en su vejez,
    Lo que en mi triste corazón pasó
    Al contemplarte por primera vez
    Se siente sí, pero se expresa no.

    Ingenio, gracias, rica juventud.
    Noble pensar, cual yo lo concebí.
    Amor y gloria, honor, placer, virtud...
    Todo lo encuentro junto, y sólo en ti.

    ¡Oh! ¡para amarte me hizo Dios nacer!
    Benigno u ominoso, astro inmortal,
    Aquí serás la estrella que en mi ser
    Repartirá ya sola el bien o el mal.

    Junio 17, 1841.


    ¡PERDÓN! ¡PERDÓN!

    ¡Y es posible que yo te haya ofendido!
    ¡Que tan brutal, tan bárbaro haya sido
    Que a ti, Delina, a ti,
    Cobarde, ingrato y vil haya ultrajado,
    Y a un tiempo cuanto debo haya olvidado
    Tanto a ti como a mí!

    ¿Dónde el respeto a tu virtud estaba?
    ¿Dónde mi admiración por tu hermosura?
    ¿Dónde mi estima, dónde mi ternura?
    ¿Dónde mi inmensa, mi inmortal pasión?
    ¡Ah! ¡y en aquel momento yo te amaba
    Con el amor más puro y más sincero!
    ¡Sí; de amor en las llamas, todo entero,
    Se abrasaba por ti mi corazón!

    ¿Cómo, pues, pude amarte y ofenderte?
    ¿Amor y ofensa -como vida y muerte,
    Como verdad y error,
    Como inocencia y crimen- no se excluyen?
    ¿Cosas no son que mutuas se destruyen
    La ofensa y el amor?

    ¡Ay! en el hombre débil y finito
    Nada malo ni absurdo es imposible:
    Ya, por mí propio, he visto que es posible
    A lo mismo que amamos agraviar:
    ¡Sólo Dios, que es eterno e infinito,
    Dios, que pasión alguna nunca asalta,
    Dios, incapaz de mal, de error, de falta;
    Sólo Dios, que es perfecto, sabe amar!

    ¡Sí; yo te amo, te amaba, y te he ofendido!
    ¡Sin saber cómo, al mismo tiempo he sido
    Tu amante y tu ofensor!
    ¡Y ese es mi más amargo sentimiento,
    Ese es ya mi inmortal remordimiento,
    Mi eterno torcedor!

    Que si mujer vulgar fueses, Delina,
    Y si mi amor, vulgar afecto fuera,
    Sólo un dolor vulgar también sintiera
    Y pronto le dejara de sufrir.
    May¡ ay! a ti, fue a ti, mujer divina,
    A ti, mujer tan bella, y dulce y pura,
    A ti, que adoro, a quien mi boca impura
    Lo que hoy no osó pensar, osó decir.

    ¡Correspondencia! ¡Oh dulce atroz memoria!
    ¡Oh del amor perdida inmensa gloria
    ¡Oh esperanza inmortal!
    ¡Todo por siempre pudo arrebatarlo,
    Y en el mar del olvido sepultarlo
    Un momento fatal!

    ¿Qué digo? ¡Ya tal vez lo ha sepultado!
    ¿Tal vez? ¡Oh, no! ¡por Dios, Delina, aguarda,
    La sentencia mortal, por Dios, retarda!
    ¡Consulta tu bondad, tu corazón!
    Mas si ya para siempre has arrancado
    Mi amor y mi memoria de tu pecho,
    Si a tu amistad perdí todo derecho,
    ¡Ay! ¡logre yo siquiera tu perdón!
    Junio 21, 1841.

    LA BENDICIÓN DEL FETO
    A mi primogénito, en el vientre de su madre


    ¿Quién eres tú que habitas este seno,
    Feto a quien yo de pasmo y gozo lleno,
    Bajo mi mano siento remover?
    ¡Tú, que en una mujer ya tienes madre,
    Tú, de quien ya, feliz, me llamo padre,
    Sin poderte siquiera conocer!

    ¿De dónde vienes? ¿sales de la nada...?
    ¿Hay nada, pues? ¿hay cosa así llamada?
    La nada es el no-ser; ¿puede existir?
    ¿Puede ser fecundada? ¿Y un vacío
    Inerte, mudo, tenebroso, frío,
    Luz, mente, vida puede producir?

    ¿De dónde vienes? ¿cómo tu progreso
    Maravilloso comenzó? ¿qué es eso
    Que no era ayer y es hoy? ¿qué eras ayer?
    ¿Qué es empezar? —¡Crepúsculo sin nombre,
    En que su débil vista cansa el hombre
    Buscando el paso de la nada al ser!

    ¿Y a dónde vas? ¿Qué te reserva el mundo?
    ¡Ángel de luz! ¿tu espíritu fecundo
    Explicará los cielos cual Newton?
    ¿O, demonio sangriento, por la tierra
    El azote agitando de la guerra,
    De América serás Napoleón?

    ¿Virgen de un ciego voto arrepentida,
    Triste, en el claustro pasarás tu vida
    Llorando sin cesar ante la cruz?
    ¿O por la libertad de un pueblo heroico
    A un calabozo irás, mártir estoico,
    Para morir sin sociedad ni luz?

    ¿O en una linda y patriarcal cabaña,
    Construida a los pies de una montaña,
    Al borde de un torrente bramador,
    Con tus manos labrando un ancho huerto,
    Sólo con tu familia y el desierto,
    Te hará feliz un inocente amor?

    ¡Oh! ¡todo puede ser! ¡sin duda, todo!
    ¡Todo! diamante puro, sucio, lodo,
    Una persona, dos, varón, mujer:
    A tu madre o a mí más parecido...
    ¡Ay! ¡aún acaso sin haber vivido,
    Informe monstruo, mueras al nacer!

    ¡Oh! ¡todo puede ser! Débil simiente,
    En tu existencia actual, de Dios la mente
    Prepara tu ignorado porvenir;
    Tal como en ese vientre de antemano
    La oscura cárcel preparó su mano
    Do ignorado comienza tu existir.

    Si de tu ser conciencia y voz tuvieras,
    Yo te rogara, sí, que nos dijeras
    Qué vida llevas encerrado ahí:
    Tus lágrimas, tus risas, tus intentos
    De escaparte, tus vagos pensamientos...
    El hombre entero que germina en ti.

    ¿Tienes un alma ya? ¿O ese destello,
    Que hace del hombre el ser aquí más bello,
    Aún en su mano te lo guarda Dios?
    O, así cual una sangre os alimenta
    A tu madre y a ti, ¿su alma os alienta
    Y divide su luz entre los dos?

    Así también en la paterna tumba,
    Que al golpe de mi pie sorda retumba,
    De mi amigo infeliz que tanto amé,
    Al sagrado cadáver misterioso,
    Mil veces yo, con grito doloroso,
    Cuál es hoy su existencia pregunté.

    Le pregunté si querubín alado,
    De los más puros ángeles al lado,
    Una lira pulsaba celestial;
    Si de la nada estaba en el abismo,
    O estúpido, ignorándose a sí mismo,
    Cual un ojo del Ser universal.

    Mas ¡ay! ni de mi padre el esqueleto,
    Ni de mi hijo el invisible feto,
    Otra respuesta dan a mi clamor,
    Debajo de mi planta o de mi mano,
    Que de la tumba el eco sordo y vano,
    O de este seno el místico temblor.

    ¡No! lo que un vientre o una tumba esconde
    A la voz de los vivos no responde;
    A otra cosa debemos preguntar:
    De un corazón amante a la esperanza,
    Que sólo un corazón que espera, alcanza
    El tremendo misterio a penetrar.

    —¡Oh! ¡yo, que vives, padre, espero y creo!
    Con mi esperanza y con mi fe te veo
    Ensalzando la gloria del que es.
    No aniquilado en sueño eterno y vano,
    No gota absorta en lóbrego océano,
    Sino distinto, en éxtasi a sus pies.

    ¡Oh! ¡padre mío, de mi infancia amigo!
    Que al fin también me reuniré contigo
    Espero en la clemencia divinal;
    Si alguna culpa expías entretanto,
    Hoy, de rodillas, de mi lira al canto,
    Por ti se eleva mi oración filial.

    ¡Y tu, pequeño ser desconocido,
    Tú, dulce primogénito querido,
    Tú, dulce prenda de mi dulce amor!
    ¡Oh! ¡cualquiera que aquí fuera tu suerte,
    Que hayas de padecer hasta tu muerte,
    O que te aguarde el porvenir mejor;

    Que hayas de ser de tu nación la gloria,
    O que muera contigo tu memoria,
    Cual muere en el desierto el aquilón...!
    ¡De tu madre en el vientre, desde ahora,
    En el nombre del Dios que mi alma adora,
    Recibe mi paterna bendición!

    Julio 29, 1843.






    .

    A UN TIRANO (Fragmento)

    Te falta ¡desdichado! inteligencia;
    Te falta el santo amor de la verdad;
    Te falta serio estudio, noble ciencia;
    Te falta al alma rígida conciencia,
    Al corazón bondad.

    Tienes las prendas todas de un tirano:
    Venganza, envidia, vanidad, doblez.
    Eres falso y crüel, porque eres vano.
    Aun del orgullo, en su ilusión ufano,
    Te falta la altivez.

    No tienes ilusión sino despecho,
    Despecho rencoroso y sin placer;
    ¡Y es tan brutal tu escarnio del derecho
    Que por disculpa da del mal que ha hecho
    El que dejó de hacer!

    ¡Oh! ¡casi el vengador pincel me ataja
    El rubor, al pintar tu indignidad.
    Y a criatura como tú tan baja,
    La libertad, su más preciosa alhaja.
    Fío la humanidad!


















    Última edición por Lluvia Abril el Mar 19 Mayo 2015, 16:07, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 19 Mayo 2015, 01:51

    A continuación viene un autor argentino cuya obra principal le ha trascendido: JOSÉ HERNÁNDEZ el autor.  La obra, según WIKIPEDIA, "Obra maestra en su género ya que logra la interpretación sociológica de una época y de una sociedad, aúna lo lírico, lo descriptivo, lo satírico y lo épico, alcanzando caracteres de epopeya".

    He buscado en la sección de GRANDES AUTORES y, hasta ahora, no se ha hablado de él. La obra es, guste más o menos, una obra excelsa : MARTÍN FIERRO

    I

    Aquí me pongo a cantar
    al compás de la vigüela,
    que el hombre que lo desvela
    una pena extraordinaria
    como la ave solitaria
    con el cantar se consuela.

    Pido a los santos del cielo
    que ayuden mi pensamiento:
    les pido en este momento
    que voy a contar mi historia
    me refresquen la memoria
    y aclaren mi entendimiento.

    Vengan santos milagrosos,
    vengan todos en mi ayuda,
    que la lengua se me añuda
    y se me turba la vista;
    pido a mi Dios que me asista
    en una ocasión tan ruda.

    Yo he visto muchos cantores,
    con famas bien otenidas,(*)
    y que después de alquiridas(*)
    no las quieren sustentar:
    parece que sin largar
    se cansaron en partidas.

    Mas ande otro criollo pasa
    Martín Fierro ha de pasar;
    nada lo hace recular
    ni las fantasmas lo espantan;
    y dende(*) que todos cantan
    yo también quiero cantar.

    Cantando me he de morir,
    cantando me han de enterrar,
    y cantando he de llegar
    al pie del Eterno Padre:
    Dende (*) el vientre de mi madre
    vine a este mundo a cantar.

    Que no se trabe mi lengua
    Ni me falte la palabra.
    El cantar mi gloria labra,
    y poniéndome a cantar,
    cantando me han de encontrar
    aunque la tierra se abra.

    Me siento en el plan de un bajo
    a cantar un argumento;
    como si soplara el viento
    hago tiritar los pastos.
    Con oros, copas y bastos
    juega allí mi pensamiento.

    Yo no soy cantor letrao,(*)
    mas si me pongo a cantar
    no tengo cuándo acabar
    y me envejezco cantando:
    las coplas me van brotando
    como agua del manantial.

    Con la guitarra en la mano
    ni las moscas se me arriman,
    naides(*) me pone el pie encima,
    y cuando el pecho se entona,
    hago gemir a la prima
    y llorar a la bordona.

    Yo soy toro en mi rodeo
    y toraso (*) en rodeo ajeno;
    siempre me tuve por güeno, (*)
    y si me quieren probar,
    salgan otros a cantar
    y veremos quién es menos.

    No me hago al lao de la güeya (*)
    aunque vengan degollando;
    con los blandos yo soy blando
    y soy duro con los duros,
    y ninguno, en un apuro,
    me ha visto andar tutubiando(*).

    En el peligro, ¡qué Cristos!,
    el corazón se me enancha,
    pues toda la tierra es cancha,
    y de esto naides(*) se asombre:
    el que se tiene por hombre
    donde quiera hace pata ancha.

    Soy gaucho, y entiendaló
    como mi lengua lo esplica: (*)
    para mí la tierra es chica
    y pudiera ser mayor;
    ni la víbora me pica
    ni quema mi frente el sol.

    Nací como nace el peje,
    en el fondo de la mar;
    naides me puede quitar
    aquello que Dios me dio:
    lo que al mundo truge (*) yo
    del mundo lo he de llevar.

    Mi gloria es  vivir tan libre
    como el pájaro del cielo;
    no hago nido en este suelo,
    ande hay tanto que sufrir,
    y naides me ha de seguir
    cuando yo remuento(*) el vuelo.

    Yo no tengo en el amor
    quien me venga con querellas.
    Como esas aves tan bellas
    que saltan de rama en rama;
    yo hago en el trébol mi cama
    y me cubren las estrellas.

    Y sepan cuantos escuchan
    de mis penas el relato,
    que nunca peleo ni mato
    sino por necesidá(*),
    y que a tanta alversidá (*)
    sólo me arrojó el mal trato.

    Y atiendan la relación
    que hace un gaucho perseguido,
    que padre y marido ha sido
    empeñoso y diligente,
    y sin embargo la gente
    lo tiene por un bandido."

    (Estamos usando una reedición de la primera entrega de El gaucho Martín Fierro, de 1872. Pero las anotaciones (*) no corresponden a que entonces se hablara así: Hablaban así LOS GAUCHOS : "Soy gaucho, y entiendaló / como mi lengua lo explica", versos ya subrayados en el canto I, por mí. Hacemos esta aclaración, que no se volverá a repetir para que se entienda que estamos leyendo un canto que se implica en toda la anatomía de un pueblo y una geografía; una comunidad y su hábitat. Hablaremos, llegado el momento de la significación de Martín Fierro en todas sus vertientes: folclórica, política y sociológica. No volveremos a hacer anotaciones a no ser en alguna palabra de significado incomprensible. )

    Cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 19 Mayo 2015, 22:47

    MARTÍN FIERRO.-

    II

    Ninguno me hable de penas,
    porque yo penando vivo,
    y naides se muestre altivo
    aunque en el estribo esté,
    que suele quedarse a pie
    el gaucho más alvertido.

    Junta esperencia en la vida
    hasta pa dar y prestar
    quien la tiene que pasar
    entre sufrimiento y llanto,
    porque nada enseña tanto
    como el sufrir y el llorar.

    Viene el hombre ciego al mundo,
    cuartiandoló las esperanza,
    y a poco andar ya lo alcanzan
    las desgracias a empujones.
    ¡La pucha, que trae liciones
    el tiempo con sus mudanzas!

    Yo he conocido esta tierra
    en que el paisano vivía
    y su ranchito tenía
    y sus hijos y su mujer...
    Era una delicia el ver
    cómo pasaba sus días.

    Entonces... cuando el lucero
    brillaba en el cielo santo
    y los gallos con su canto
    nos decían que el día llegaba,
    a la cocina rumbiaba
    el gaucho... que era un encanto.

    Y sentao junto al jogón
    a esperar que venga el día,
    al cimarrón lo prendía
    hasta ponerse rechoncho,
    mientras su china dormía
    tapadita con su poncho.

    Y apenas la madrugada
    empezaba a coloriar,
    los pájaros a cantar
    y las gallinas a apiarse,
    era cosa de largarse
    cada cual a trabajar.

    Este se ata las espuelas,
    se sale el otro cantando,
    uno busca un pellón blando,
    este un lazo, otro un rebenque,
    y los pingos relinchando
    los llaman desde el palenque.

    El que era pión domador
    enderezaba al corral
    ande estaba el animal
    bufidos que se las pela...
    Y más malo que su agüela
    se hacía astillas el bagual.

    Y allí el gaucho inteligente
    En cuanto el potro enriendó,
    los cueros le acomodó,
    y se le sentó en seguida,
    que el hombre muestra en la vida
    la astucia que Dios le dio.

    Y en las playas corcobiando
    pedazos se hacía el sotreta,
    mientras él por las paletas
    le jugaba las lloronas,
    y al ruido de las coronas
    salía haciéndose gambetas.

    ¡Ah tiempos!... Si era un orgullo
    ver ginetiar un paisano
    cuando era gaucho vaquiano
    aunque el potro se boliase,
    no había uno que no parase
    con el cabresto en la mano.

    Y mientras domaban unos,
    otros al campo salían,
    y la hacienda recogían,
    las manadas repuntaban,
    y ansí sin sentir pasaban
    entretenidos el día.

    Y verlos al cair la noche
    en la cocina riunidos,
    con el juego bien prendido
    y mil cosas que contar,
    platicar muy divertidos
    hasta después de cenar.

    Y con el buche bien lleno,
    era cosa superior
    irse en brazos del amor
    a dormir como la gente,
    pa empezar al día siguiente
    las fainas del día anterior.

    Ricuerdo...¡qué maravilla!
    cómo andaba la gauchada,
    siempre alegre y bien montada
    y dispuesta pa el trabajo...
    Pero hoy en el día...¡barajo!
    No se le ve de aporriada.

    El gaucho más infeliz
    tenía tropilla de un pelo;
    no le faltaba un consuelo
    y andaba la gente lista...
    Tendiendo al campo la vista
    no vía sino hacienda y cielo.

    Cuando llegaban las yerras,
    ¡cosa que daba calor!,
    tanto gaucho pialador
    y tironiador sin yel.
    ¡Ah tiempos...!, pero si en él
    se ha visto tanto primor.

    Aquello no era trabajo,
    más bien era una junción,
    y después de un güen tirón
    en que uno se daba maña,
    pa darle un trago de caña
    solía llamarlo el patrón.

    Pues siempre la mamajuana
    vivía bajo la carreta,
    y aquel que no era chancleta,
    en cuanto el goyete vía,
    sin miedo se le prendía
    como güerfano a la teta.

    ¡Y qué jugadas se armaban
    cuando estábamos riunidos!
    Siempre íbamos prevenidos
    pues en tales ocasiones,
    a ayudarles a los piones
    caiban muchos comedidos.

    Eran los días del apuro
    y alboroto pa el hembraje,
    pa preparar los potajes
    y osequiar bien a le gente;
    y ansí, pues, muy grandemente,
    pasaba siempre el gauchaje.

    Venía la carne con cuero,
    la sabrosa carbonada,
    mazamorra bien pisada,
    los pasteles y el güen vino...
    Pero ha querido el destino
    que todo aquello acabara.

    Estaba el gaucho en su pago
    con toda siguridá;
    pero aura... ¡barbaridá!,
    la cosa anda tan fruncida,
    que gasta el pobre la vida
    en juir de la autoridá.

    Pues si usté pisa en su rancho
    y si el alcalde lo sabe,
    lo caza lo mismo que ave,
    aunque su mujer aborte...
    ¡No hay tiempo que no se acabe
    ni tiento que no se corte!

    Y al punto dése por muerto
    si el alcalde lo bolea,
    pues áhi no más se le apea
    con una felpa de palos.
    Y después dicen que es malo
    el gaucho si los pelea.

    Y el lomo le hinchan a golpes
    y le rompen la cabeza,
    y luego, con ligereza,
    ansí lastimao y todo,
    lo amarran codo con codo
    y pa el cepo lo enderiezan.

    Ahí comienzan sus desgracias,
    ahí pricipia el pericón;
    porque ya no hay salvación,
    y que usté quiera o no quiera,
    lo mandan a la frontera
    o lo echan a un batallón.

    Ansí empezaron mis males
    lo mesmo que los de tantos.
    Si gustan... en otros cantos
    les diré lo que he sufrido.
    Después que uno está perdido
    no lo salvan ni los santos.

    (Fin del canto nº II)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 20 Mayo 2015, 13:42, editado 3 veces


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    POESÍA SOCIAL I (En la primera páqgina hay un índice de autores) - Página 20 Empty Re: POESÍA SOCIAL I (En la primera páqgina hay un índice de autores)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér 20 Mayo 2015, 04:33

    Bueno, pues después de terminar con el anterior autor, aquí estoy, a ver si soy capaz de seguirte, Pascual.

    Comienzo con la biografía de José Hernández


    José Hernández (nacido como José Rafael Hernández y Pueyrredón el 10 de noviembre de 1834, fallecido el 21 de octubre de 1886) fue un militar, periodista, poeta y político argentino, especialmente conocido como el autor del Martín Fierro, obra máxima de la literatura gauchesca. En su homenaje, el 10 de noviembre —aniversario de su nacimiento— se festeja en la Argentina el Día de la Tradición.

    Tras iniciarse como militar en defensa de la autonomía del Estado de Buenos Aires, entre 1852 y 1872 desarrolló una intensa actividad periodística, enfrentado al predominio de la ciudad de Buenos Aires en la organización de su país. En una época de gran agitación política, sostuvo que las provincias no debían permanecer ligadas al gobierno de Buenos Aires.

    Radicado en Paraná desde 1857, residió alternativamente en esa ciudad, en Corrientes, Rosario y Montevideo, antes de regresar a Buenos Aires.

    Participó en una de las últimas rebeliones federales, dirigida por Ricardo López Jordán, cuyo primer intento de acción finalizó en 1871 con la derrota de los gauchos y el exilio de Hernández en el Brasil. Después de esta revolución siguió siendo por corto tiempo asesor del general revolucionario, pero con el tiempo se distanció de él.

    A su regreso a la Argentina, en 1872, continuó su lucha por medio del periodismo y publicó la primera parte de su obra maestra, El gaucho Martín Fierro. Fue a través de su poesía como consiguió un gran eco para sus propuestas y la más valiosa contribución a la causa de los gauchos. La continuación de la obra, La vuelta de Martín Fierro (1879), en conjunto, forman un poema épico popular. Es generalmente considerada la obra cumbre de la literatura argentina.1

    Posteriormente desempeñó los cargos de diputado y senador de la provincia de Buenos Aires. Ocupando este último cargo, defendió la federalización de Buenos Aires en un memorable discurso, enfrentándose a Leandro N. Alem.


    Infancia

    Nació en la Chacra Pueyrredón, partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, propiedad de su tía Victoria Pueyrredón. Sus padres fueron Rafael Hernández e Isabel de Pueyrredón, prima hermana de Juan Martín de Pueyrredón.

    Fue bautizado el 27 de julio de 1835 en la actual Basílica de la Mercedes, que por entonces se conocía como Catedral del Norte.

    Tuvo dos hermanos, Rafael y Magdalena. Fue primo segundo del pintor Prilidiano Pueyrredón y sobrino segundo de Juan Martín de Pueyrredón. Los Pueyrredón eran una familia de filiación unitaria, mientras que los Hernández militaban con los federales; uno de sus tíos moriría en la Batalla de Caseros, luchando a órdenes de Juan Manuel de Rosas.3

    Sus padres viajaban seguido a las estancias de su propiedad en el sur de la Provincia de Buenos Aires, y dejaban al niño al cuidado de su tía Victoria, a la que apodaba "Mamá Toto". Cuando —por razones políticas— ella debió emigrar, quedó al cuidado de su abuelo paterno, José Gregorio Hernández Plata, que poseía una quinta en Barracas, sobre el Riachuelo.

    Estudió en el Liceo Argentino de San Telmo, dirigido por Pedro Sánchez, entre los años 1841 y 1845, recibiendo clases de lectura y escritura, doctrina cristiana, historia antigua, romana y de España, aritmética, dibujo y gramática castellana. En 1845 se agregaron cursos de francés, geometría y geografía sin costo adicional, en reconocimiento del director Sánchez de su capacidad y conducta.5

    En 1843 falleció su madre. El niño padecía un problema en el pecho, que por prescripción médica debía ser tratado con un cambio de clima, lo que lo obligó en 1846 a abandonar sus estudios y trasladarse a las pampas de la provincia de Buenos Aires. Se fue con su padre, que era mayordomo de las estancias del gobernador Rosas en la zona de Camarones y Laguna de los Padres. Esto le permitió entrar en contacto con los gauchos; aprendió a andar a caballo y a realizar todas las tareas que éstos realizaban. Además fue la base de sus profundos conocimientos de la vida rural y del cariño por el paisano que demostró en todos sus actos. En ese período tuvo una visión directa de la realidad del hombre de campo, donde pudo «captar el sistema de valores, lealtades y habilidades que cohesionaban a la sociedad rural»

    Vida familiar

    En Paraná contrajo matrimonio con Carolina González del Solar,Nota 1 con quien tuvo ocho hijos: Isabel Carolina Hernández González del Solar (nacida en Paraná el 16 de marzo de 1865); Manuel Alejandro (nacido en Paraná el 6 de noviembre de 1867); María Mercedes (nacida en Paraná el 24 de septiembre de 1868); Margarita Teresa (nacida en San Martín, Buenos Aires, el 28 de mayo de 1871); Juan José; María Josefa (nacida en Buenos Aires el 20 de junio de 1876); María Teresa (nacida en San Martín el 24 de octubre de 1877); y Carolina (nacida en Buenos Aires el 7 de abril de 1879).

    Sostuvo económicamente a su familia por medio de la compra-venta de campos y algún salario público.

    Carrera militar
    Se enroló en las milicias del Estado de Buenos Aires poco después de la Batalla de Caseros. Bajo el mando de Pedro Rosas y Belgrano y Faustino Velazco, intervino en 1853 en la represión del levantamiento del coronel Hilario Lagos contra el gobernador Valentín Alsina; fueron derrotados en San Gregorio el 22 de enero del año siguiente.8 Siendo ya teniente, participó en la victoria en la batalla de El Tala (1854).

    Debió abandonar las filas del ejército por razones políticas en 1858, y se mudó a la Provincia de Entre Ríos para dedicarse al periodismo.

    Intervino posteriormente en las batallas de Cepeda y Pavón a órdenes de Justo José de Urquiza. Tras esta última batalla, a raíz de la traición cometida a su bando por Urquiza, Hernández rompió relaciones con éste, enviándole una misiva:

    Los Hernández no han sido traidores jamás. En los últimos años que no han sido de flores para nosotros, podría haber buscado un refugio en las filas opuestas, pero nadie me ha visto vacilar en mi fe política, desertar de mis compañeros, desmayar en la lucha, ni pedirle a los enemigos ni un saludo, ni un apretón de manos ni la más ligera consideración. No habrá quizá un solo enemigo que abrigue esperanzas de una apostasía de mi parte.
    Participó junto con su hermano Rafael de la batalla de Cañada de Gómez, en la que también fueron derrotados por los mitristas.10 Se trató de una incursión sorpresiva de tropas del Estado de Buenos Aires sobre las de la Confederación Argentina.

    En Entre Ríos formó parte de la última rebelión gaucha que intentó defender la autonomía de esa provincia y al Partido Federal contra los embates del presidente Sarmiento. Fue liderada por Ricardo López Jordán, y su primer acto fue el asesinato de Urquiza. Fueron derrotados en 1871; López Jordán y Hernández se exiliaron en Santana do Livramento, Brasil. Allí permaneció hasta 1872, año en que emigró a Uruguay; posteriormente fue amnistiado por Sarmiento y regresó a la Argentina.

    Carrera periodística

    La Reforma Pacífica

    En 1856 inició su carrera periodística, poco después del último intento de Hilario Lagos de incorporar a Buenos Aires a la Confederación. Se alineó en el Partido Federal Reformista, dirigido por Nicolás Calvo, que apoyaba la incorporación de Buenos Aires a la Confederación. A los integrantes del medio se los llamaba "chupandinos" por su supuesta afición a la bebida. A su vez a los contrarios se los llamaba "pandilleros" porque se decía que andaban siempre en pandilla o grupos.

    Hernández se vinculó al periódico de ese partido, La Reforma Pacífica, editado por Juan José Soto; el hijo de éste, Héctor Soto, años más tarde codirigiría con Hernández un periódico en el Uruguay. El diario salió a la calle el 1 de diciembre de 1856, con un tamaño de 84 centímetros por 53 de ancho, contando con tres columnas anchas y ocho páginas; circulaba diariamente, excepto los días posteriores a los feriados. Su suscripción costaba 30 pesos al mes. Su redacción funcionaba en Defensa 73, siendo trasladada posteriormente a Representantes 71, al tiempo que cambiaba su formato y reducía el número de páginas.

    Hay referencias que afirman que el trabajo de Hernández fue de colaborador. Otras lo ubican como corresponsal en Paraná, adonde había debido trasladarse en 1858, tras un duelo con un dirigente opositor, que a su vez le forzó a dejar el ejército porteño. Allí trabajó como empleado de comercio y en la Administración Nacional.

    Posteriormente a la batalla de Cepeda trabajó como taquígrafo del Congreso Nacional en esa ciudad entrerriana; sus supuestas colaboraciones de esa época en La Reforma Pacífica no pueden ser verificadas por no estar firmadas. Recién en 1860 se puede determinar que un artículo firmado bajo el seudónimo de "Vincha" es de su autoría. Las colaboraciones como Vincha se sitúan entre el 13 de febrero de 1860 y el 12 de enero de 1861. El 18 de febrero de ese año apareció una columna que decía:

    "Vincha. Tal es el seudónimo de nuestro más activo, laborioso e ilustrado corresponsal de las provincias. Ya hemos publicado antes correspondencias del señor Vincha, que lo han hecho conocer ventajosamente; en adelante bastará ver su nombre al pie de un escrito para que los lectores se detengan con gusto a recorrer las páginas trazadas por su pluma. Estamos ciertos que ninguno de nuestros colegas podrá presentar un extracto tan fiel y tan luminoso de la sesión del 6 como el que publicamos a continuación, debido a la infatigable laboriosidad de Vincha."
    En 1861 fue nombrado secretario del general Juan Esteban Pedernera, vicepresidente de la Confederación bajo la presidencia de Santiago Derqui

    El Nacional Argentino
    En la época en que residió en Paraná, Hernández publicó asiduamente en el diario El Nacional Argentino. Este periódico salió a la calle el 3 de diciembre de 1852 en Paraná;19 circulaba los jueves y los domingos, con un formato de 48 centímetros por 31 de ancho a cuatro columnas, aumentando a 57 centímetros de alto por 40 de ancho el 5 de marzo de 1855, y comenzando a circular también los martes y sábados. Se transformó en diario finalmente en 1858. Su administrador era Jorge Alzugaray y se imprimía en la Imprenta del Estado.

    El 22 de septiembre de ese año comenzaron las apariciones de "Vincha", con una editorial titulada "Comunicado. La Convención Nacional no es juez de las elecciones", con el fin de rebatir lo expuesto en el Correo Argentino. El segundo editorial apareció el día 30, y se tituló "Desenlace Complicado". El hecho de que fuera secretario del vicepresidente de la Confederación y taquígrafo justificaba el uso del seudónimo.

    En total publicó dieciocho artículos, entre los que se destaca el que dice:

    La incorporación política (de Buenos Aires) está efectuada por los Pactos del 11 de noviembre y 6 de junio; la reincorporación administrativa, gubernativa, va a realizarse muy pronto. Para la República se abre una nueva era; una época de paz, de progreso, de actividad mercantil, de desarrollo moral y material.
    Para la realización de estas vastas esperanzas, para el cumplimiento de las promesas con que nos halaga el presente, existe una condición esencial e indispensable: la
    estabilidad de las instituciones, el respeto y obediencia a la autoridad ejecutiva, que encargada de la dirección de los destinos del país, le conduce a la felicidad por el camino que le traza la ley.
    Aún siendo partidario de Urquiza, militante federal, apoyaba la posición integracionista de Derqui con la esperanza de un futuro de paz y progreso, como sostiene en todas sus colaboraciones a partir de esa fecha.

    El 15 de octubre de 1860 fue su última aparición en este medio, y cambió su firma por la de "J.H.". El 25 de octubre de ese año fue la última edición del diario.

    El Litoral
    Según una investigación del autor Fermín Chávez, Hernández colaboró en el diario El Litoral de Paraná, propiedad de Evaristo Carriego (padre). Afirmación que apoya Noé Jitrik en su biografía del escritor, señalando la prédica federal del El Litoral, que coincide con la de El Argentino.22 El trabajo en este diario, de tendencia antimitrista y en ocasiones también antiurquicista y federal disidente, le fue ofrecido por el doctor Carriego, de quien era amigo.

    En una revisión realizada en los archivos del diario El Litoral por la investigadora María Celina Ortale, se descubrieron varias columnas firmadas por Hernández. Además aparecen colaboraciones del hermano de Hernández, Rafael, quien editó una columna titulada "Laberinto", que constaba de crónicas sociales, algunos versos y bromas políticas.

    Las colaboraciones de Hernández en este medio son del año 1862, ya que al año siguiente fundaría El Argentino. Su primera aparición fue el 18 de febrero de ese año, con una solicitada al Director defendiendo un artículo titulado "Presente mazorquero", publicado en La Patria, donde se le atribuyen la publicación de dos tarjetas de carnaval en tono de burla:

    Rivadavia! Vaya un chaucha:
    ¡Quién no le conoce la hebra!
    Que con cognac y ginebra
    Murió ahogado como un laucha.
    Colaboración adjudicada a Hernández para El Litoral.
    De veras? Vive Dios! Mitre?
    Dime simpática chica
    Y ese tísico belitre
    Es el que tanto te pica?

    Otra colaboración de Hernández para El Litoral
    .
    Por estos versos se lo acusó de villano, mazorquero y cobarde en el periódico La Patria, en donde se afirmó también que eran un obsequio para unas señoritas de la ciudad. Hernández hizo un descargo, reclamando que ningún editor se hizo responsable de la denuncia. En otra solicitada del día 5 de abril, reclamó que el tal "Aramis" —que lo había acusado en el periódico contrario— se diera a conocer.

    Una semana después de esta aparición se creó la denominada sección "Laberinto" donde participó Rafael, el hermano de Hernández. La sección es de variedades, con breves comentarios sociales y festivos y algunos políticos. El 17 de abril, Rafael acusa al "loco Sarmiento" de diezmar San Juan, en coincidencia con el ánimo de su hermano y de Carriego.

    Desde mediados de julio hasta mediados de agosto aparecieron avisos de Hernández, presentándose como síndico en quiebras, prueba que fue apoderado y representante en estos casos.

    El 14 de agosto de 1862 firmó con sus iniciales J.H dos artículos que aparecieron debajo de la columna del director, una posición privilegiada en el diario. Uno se titulaba "Muy notable", sobre un episodio de robo en un vapor paraguayo. El segundo, "Revista de periódicos", incluía comentarios de las noticias que arriban en el vapor "Dolorcitas" y que tratan de los proyectos de federalización de Buenos Aires, la represión de la revolución en Catamarca por parte de Gelly y Obes y de Rivas, y la situación en Mendoza, que finalizó con esta sintésis:

    Los elementos de orden no imperan en ninguna parte y el malestar y la agitación general, reaparecen aunque lentamente. La reorganización nacional, tan decantada es problemática aún. El restablecimiento del orden, de la paz, de la armonía, parece alejarse por instantes. El arte de reedificar no se aprende demoliendo.
    En otras columnas de días posteriores se refirió a la situación en Corrientes, donde imperaba un desorden social y político. Además trató sobre la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, la extensión del código de comercio y el nombramiento en el ejército de nuevos generales. Realizaba también críticas a políticos y candidatos a políticos de diferentes provincias, como así también al Congreso de la Nación, ironizando sobre la falta de actividad absoluta del mismo.

    El Argentino
    Fue fundado a mediados 1863 por Hernández, tiempo después de contraer matrimonio en junio de ese año en la catedral de Paraná con Carolina González del Solar.

    El 12 de noviembre de ese año le tocó cubrir en su medio el asesinato del general Ángel Vicente Peñaloza, cuya cabeza fue exhibida en la plaza de Olta, La Rioja. El hecho conmovió profundamente a Hernández, que lo reflejó en las editoriales de su periódico. Durante el mes del ajusticiamiento del caudillo riojano le dedicó varias editoriales, que posteriormente serían reunidos con el nombre de Vida del Chacho, o Rasgos biográficos del general D. Angel V. Peñaloza.En ellos —aunque denotaba no conocer exactamente las circunstancias de la muerte del caudillo— acusaba por su muerte a los unitarios, especialmente a Sarmiento,y prevenía al general Urquiza que le esperaba el mismo destino a manos de éstos.

    A fines de 1863 dejó de aparecer El Argentino. Hernández permaneció en Entre Ríos, dedicado a actividades comerciales.

    El Eco de Corrientes
    Tras el inicio de la Guerra del Paraguay, se trasladó a Corrientes, donde su cuñado, Melitón González del Solar, ejercía la medicina. Fue nombrado Fiscal Interino del Estado en reemplazo del doctor Tomás J. Luque, que había renunciado.

    Además comenzó a escribir en el diario El Eco de Corrientes, en fecha desconocida. Pudo haber sido en 1867 o el 24 de agosto de 1866, según la colección de la Biblioteca Nacional donde Hernández aparece como uno de sus colaboradores, pero no el primero ni tampoco el único, ni como fundador.

    En las páginas de ese diario, que circulaba bimensualmente, debió contraargumentar las columnas que el diario opositor La Esperanza le dedicaba por su condición de funcionario público.32 Hernández firmaba con su nombre completo o con sus iniciales J. H., como lo hizo el 1 de marzo de 1868 en un editorial de carácter antisarmientista, o en otro del 31 de marzo, en que fustigaba a sus adversarios políticos.

    Su última edición fue la del 26 de mayo de 1868: al día siguiente era derrocado el gobernador Evaristo López y sus ministros fueron perseguidos. Hernández debió renunciar a su cargo y también a otro de maestro de gramática del colegio San Agustín. Se trasladó a Rosario, donde Ovidio Lagos le ofreció colaborar con el diario La Capital.

    La Capital de Rosario
    La Capital de Rosario salió a la calle en 1867, siendo uno de los diarios más antiguos de Argentina que aún se edita. Fue fundado para apoyar el proyecto de Manuel Quintana de instalar en esa ciudad la Capital de la República y la candidatura de Mariano Cabal a la gobernación santafesina. Su fundador, Ovidio Lagos, había publicado artículos en La Reforma Pacífica y también —como Hernández— militaba en el federalismo.

    Sus artículos aparecían con las iniciales J. H.; el primero apareció publicado el 20 de junio, titulado "Los sucesos de Corrientes y la prensa anarquista", analizando el problema de la legalidad provincial, que había sido violada por la revuelta mitrista que había derrocado a Evaristo López.

    En ediciones posteriores, Hernández defendió la instalación de la capital de la Nación fuera de la ciudad de Buenos Aires, particularmente en Rosario:

    El poder de Buenos Aires, que ha de ser siempre una amenaza para los pueblos mientras aquella provincia se mantenga como hasta aquí dominada por un círculo exclusivista y anárquico, ese poder se encontraría contenido por la proximidad del Gobierno Nacional, establecido en un punto fuera del alcance de su influencia; se hallaría observado de cerca y forzosamente estrechado dentro de los límites territoriales de su provincia.
    La capital en el Rosario sería la única solución conveniente que puede darse a las grandes cuestiones políticas y administrativas que nos han agitado y dividido hasta hoy.
    La capital en Buenos Aires sin traer grandes beneficios para aquel pueblo, hace la ruina del resto de la Nación. Aun cuando fuera posible el ridículo fenómeno de la coexistencia en Buenos Aires, de los dos Gobiernos, Nacional y Provincial, esa coexistencia trae así misma aparejados inconvenientes de tal naturaleza, que la convierten en un absurdo, en una extravagancia política.
    Las colaboraciones fueron diarias hasta el 21 de julio, cuando Hernández se trasladó a Buenos Aires. El 23 de julio de 1868, Ovidio Lagos le dedicó una editorial de despedida en su diario:

    Este apreciable caballero, amigo y correligionario político, se marchó ayer para
    Buenos Aires; que su viaje sea feliz y su permanencia en la gran ciudad tranquila. El señor Hernández, que se hallaba establecido en Corrientes, trabajaba allí en la prensa apoyando siempre a la libertad y a las buenas ideas; independiente de todas nuestras cuestiones las ha tratado con elevación y un conocimiento poco común de nuestros hombres y nuestras cosas.
    Peregrino contra su voluntad, por la persecución del célebre gobierno revolucionario de Corrientes, con su permanencia de pocos días en Rosario, La Capital le debe notables artículos, que han llevado la palabra de verdad de nuestra situación política al ánimo del pueblo.
    El Río de la Plata
    Una vez asentado en Buenos Aires, instaló en la calle Victoria 202 la administración y redacción del diario El Río de la Plata, con los objetivos de autonomía municipal, abolición de contingentes de fronteras y elección popular de jueces de paz, comandantes militares y consejeros escolares. Era un matutino que se editaba en formato sábana y el editor y regente fue Juan Recalde.

    Ésa, además, fue una época próspera para el periodismo argentino, en que nacieron los actuales diarios La Nación y La Prensa.

    El tono del diario fue equilibrado y evitaba los ataques personales, recurso que por entonces era habitual en la prensa. Este periódico, más que criticar los problemas diarios, trató de afrontar los fundamentales y no resueltos del nacionalismo. Fue cerrado el 22 de abril de 1870 por el mismo Hernández después del asesinato de Urquiza; simultáneamente, el presidente Sarmiento había ordenado su clausura.

    Se trasladó a Entre Ríos, donde apoyó la revolución de Ricardo López Jordán hasta su derrota, a principios del año siguiente.

    La Patria
    Se mudó a Montevideo, Uruguay, donde según algunas fuentes habría colaborado con La Patria. Más tarde, amparado por una amnistía promovida por Sarmiento, regresó a Buenos Aires para escribir su famoso libro Martín Fierro.41 Tuvo algunos contactos con el general López Jordán en Santana do Livramento.

    Regresó al Uruguay a mediados de 1873, al estallar la segunda rebelión jordanista, ya que sus vínculos con el jefe rebelde eran notorios. Mientras el gobierno nacional le ponía precio a la cabeza de éste y su equipo de colaboradores, Hernández acompañaba al caudillo en su invasión a Entre Ríos.

    Regresado a Montevideo, Hernández retomó las tareas periodísticas en el diario a partir del 1 de noviembre de ese año. Por entonces al diario lo dirigía Héctor Soto, hijo de Juan José, el que fuera editor de "La Reforma Pacífica".

    El 10 de marzo de 1874 publicó un manifiesto a nombre de López Jordán, pero claramente de su autoría, en que explicaba las razones de su revolución del año anterior, y su derrota en la Batalla de Don Gonzalo.Entre abril y mayo le respondió al publicista Benjamín Vicuña Mackenna por medio de nueve artículos en el medio periódistico, firmados con el pseudónimo "El Patagón".

    En agosto de 1874 codirigió el diario con su amigo Soto. Regresó por breve tiempo a Buenos Aires, y a su regreso a Montevideo asumió la dirección del diario por ausencia de Soto, hecho que anunció en las páginas del mismo. El diario La Política de Buenos Aires, propiedad de Evaristo Carriego, reproducía todos los artículos de Hernández publicados en el diario uruguayo.

    Ese año, Hernández redactó —a pedido de López Jordán— un pedido de auxilio en armas que debía tramitarse ante las autoridades del Imperio del Brasil, pero que nunca llegó a ser ejecutado. Meses después, se separó definitivamente del caudillo, por diferencias estratégicas.

    El 1 de enero de 1875 dejó de circular La Patria. Hernández regresó a Buenos Aires, amparado en la política conciliadora del presidente Nicolás Avellaneda, que había asumido la presidencia de la Nación el 12 de octubre del año anterior.

    Desempeño en otros medios
    Hay referencias que afirman que colaboró en otros medios. Una de ellas sostiene que fundó el diario El Plata, hecho que habría ocurrido después de la revolución de 1873, pero no hay evidencia alguna de la existencia del mismo.

    El diario La Tribuna publicó un comentario crítico sobre la segunda edición de su "Vida del Chacho", libro que recopilaba sus notas de "El Argentino" de Paraná durante 1863, calificando la obra de Hernández como notablemente reaccionaria. Tres días, después otro comentario lo calificaba de jordanista, "partidario de la situación" y prosélito de Avellaneda. En respuesta, Hernández replicó ambos ataques en la columna de La Libertad, diario propiedad de Manuel Bilbao; el artículo se tituló "Señor Sarmiento»: ¿por qué mataron?":

    Cuando los que mataban, los que aplaudían la matanza y los que la predicaban como justicia, me llamaban a mi «mazorquero», porque condenaba aquellos excesos y defendía en tantos desgraciados el derecho de vivir, yo no podía, no debía quedarme sin retribuir el sangriento apóstrofe.
    Era una injuria recíproca. Recibía una y devolvía otra que le era correlativa.
    Pero los que mataron, Sr. Sarmiento, los que mataron son más culpables, cualesquiera que sean las formas en que lo hicieron, que los que condenaron a los matadores, cualesquiera que sean los términos que escribieron.
    Al día siguiente, La Tribuna publicó otro artículo, en que lo acusaba de haberse vengado con "crueldad refinada" de Sarmiento, Mitre y Urquiza. Esta acusación fue rechazada por Hernández en la edición del 26 de septiembre de 1875.

    El 28 de septiembre "La Tribuna" dio por finalizada la discusión diciendo:

    Federalote ultra, entusiasta, admirador y humilde eco de los actos del Chacho y servidor del virtuoso general Dn. Ricardo López Jordán, que no por haber asesinado al general Urquiza fue menos virtuoso ante la moral de Dn. José Hernández, profesa principios incompatibles y de imposible relación con los que forman el credo de la Redacción de «La Tribuna». Es nuestra última palabra.
    Colaboró también en 1876 en El Bicho Colorado, una publicación humorística que apareció en Buenos Aires el 1 de febrero de 1876, dirigida por el mismo Hernández. El dibujante francés Carlos Clerice fue su dibujante; contenía ocho páginas en prosa y una en verso, que incluía una sátira a Juan María Gutiérrez, por haber rechazado un diploma de la Real Academia Española. Se lo vendía en Perú 217 de Buenos Aires, al por mayor.

    Otro semanario humorístico en el que colaboró fue en Martín Fierro, aparecido el domingo 13 de agosto de 1876. "Tres gauchos baqueanos" aparecían como redactores y tenía composiciones en prosa y en verso. Se supone que Hernández firmó como "El payador Pepe José" los días 18 y 30 de septiembre. Tres años antes de la aparición en el mercado de "La Vuelta de Martín Fierro" ya se lo anunciaba en este periódico. Esta primicia permite suponer que uno de los "Tres gauchos baqueanos" habría sido José Hernández.

    Trayectoria sociopolítica
    Hernández defendió la idea de que las provincias no debían someterse a las autoridades centrales de Buenos Aires. La postura que defendían varios políticos —Sarmiento entre ellos— centralizaba el trabajo de las provincias y la producción de sus materias primas en Buenos Aires, centro dominador pero no productivo que ideaba ser un prebendado social en un país agroexportador. Se centraba en un gobierno unitario sostenido por grupos dominantes en las potencias extranjeras, en cuyo beneficio obraba, entregándoles las materias primas ahogando la industria local.

    Después de abandonar el ejército por haberse batido en duelo con otro oficial, ingresó en el Club Socialista Argentino entre 1859 y 1860. Al año siguiente ingresó en la Logia Masónica del Litoral llegando a ser su secretario al año siguiente. Esta sociedad se distinguió por ignorar todo lo referido al progreso y despreciar lo telúrico. Poco antes de su fallecimiento fue proclamado Miembro Libre de la Orden por haber cumplido 25 años de militancia.[cita requerida]

    Durante la presidencia de Santiago Derqui ejerció cargos políticos menores, y su primera actuación política destacada fue la de ministro general de gobierno en campaña del gobernador correntino Evaristo López, durante los meses transcurrido entre la deposición del gobernador y la derrota definitiva de su defensor, el general Nicanor Cáceres.

    En 1878, a su regreso a la Argentina luego del exilio, instaló en sociedad con Rafael Casagemas la Librería del Plata, que más tarde adquirió completamente.[cita requerida] También se afilió a la logia masónica Obediencia, en la que participó hasta su fallecimiento.[cita requerida] Ese año fue diputado provincial y luego senador.

    Participó del proyecto de expropiar los terrenos para fundar el pueblo de Necochea con fondos de Rentas Generales, y fue uno de los colaboradores de Dardo Rocha en el proyecto de erección de la ciudad de La Plata. El mismo nombre de la ciudad fue ideado por Hernández, a partir de la derivación de uno de uno de sus apellidos paternos, en conjunción con la idea de argentinidad. El día de la fundación oficial de esta ciudad, Hernández hizo el asado con que fue celebrada.

    En 1880, en sociedad con Hipólito Yrigoyen, fundó el Club de la Juventud Porteña en apoyo a la candidatura de Julio Argentino Roca,[cita requerida] quien ganaría las elecciones por amplia mayoría. Ese mismo año, al producirse la federalización de Buenos Aires como capital del país, defendió el proyecto en el senado provincial, en un histórico debate en que enfrentó a Leandro N. Alem, que hubiera preferido trasladar la capital a otra ciudad.

    Sus ideas políticas parecen haber variado desde su rebelión de diez años antes, ya que en ese momento estaba abiertamente a favor de la inmigración europea, la extensión de la red ferroviaria, la consolidación y unificación del Estado, en consonancia con las ideas similares que habían sostenido los unitarios y los gobiernos que habían sucedido al de Rosas. Algunos autores interpretan ese cambio como indicios de un cambio psicólogico evidenciado por Hernández, o bien que tal vez el creyó que era el momento de aburguesarse.

    En 1881 fue nuevamente electo senador provincial, y reelecto en 1885. Ejercía como senador al momento de su fallecimiento, ocurrido en el año 1886.

    Obra literaria

    Busto de José Hernández, por Erminio Blotta, Rosario, 1954.
    Se inició en la literatura con algunas composiciones poéticas cultas, sin mayor fortuna. Pero fue en la poesía gauchesca donde encontraría su inspiración, con títulos como Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza del año 1863, en donde narra la vida y asesinato de este famoso caudillo, que fue llamado Vida del Chacho a partir de su segunda edición.56 En esta obra critica a Sarmiento, con quien tiene posiciones enfrentadas: el gobernador sanjuanino había sido nombrado director de guerra al producirse la segunda sublevación de Peñaloza contra el gobierno nacional, con instrucciones de reducirlo a un hecho policial. El conflicto terminó con el asesinato de Peñaloza, desarmado, a manos de sus perseguidores; acto seguido fue decapitado para exhibir su cabeza clavada sobre una lanza. El hecho, según Hernández, tuvo como responsable político a Sarmiento.57

    La Instrucción del Estanciero fue un ambicioso proyecto de Hernández, editado por Casavalle en 1881, mientras era senador provincial. Trata sobre las posibilidades económicas del campo argentino, con consejos para el hombre de estancia. Acerca de esa publicación, su hermano Rafael afirmó:

    "La autori­dad incontestable que tenía en asuntos campestres fue causa que el gobierno del doctor Rocha le confiara la misión de estu­diar las razas preferibles y los métodos pecuarios de Europa y Australia, para lo cual debía dar la vuelta al mun­do, siendo costeados por la provincia todos los gastos de viaje y estudios y rentado con sueldo de 17 mil pesos moneda corriente mensuales durante un año, sin más obligación que presen­tar al regreso un informe que el gobierno se comprometía a publicar. Tan halagadora se suponía esta misión, que el decreto fue promulgado sin consultar al favorecido, quien al conocerlo por los diarios se presentó en el acto al despacho del gobierno rehusando tal honor. Como el gobernador insistiera en que se necesitaba un libro que enseñase a formar las nue­vas estancias y fomentar las existen­tes, le contestó (José Hernández) que para eso era inútil el gasto enorme de tal comisión; que las formas y prácticas europeas no eran aplicables TODA­VIA a nuestro país, por las distintas condiciones naturales e industriales; que la selección de razas no puede fi­jarse con exclusiones por depender del clima y la localidad donde se crían y las variaciones del mercado, que, en fin, en pocos días, sin salir de su casa, ni gravar el erario, escribiría el libro que se necesitaba. Con tal efec­to escribió «Instrucción del estancie­ro», que editó Casavalle y cuyos datos, informaciones y métodos bastan para formar un perfecto mayordomo o direc­tor de estancias y enseñarle al propie­tario a controlar sus administradores.
    Los consejos que se brindan en ese libro son útiles aún en la actualidad —con las evidentes salvedades tecnológicas— a los estancieros actuales como guía, ya que brinda conocimientos en detalle de las actividades diarias. A pesar de esto, fue por mucho tiempo el menos conocido de los libros de Hernández.59 El viaje propuesto por Rocha le fue ofrecido también a su hermano Rafael, que también rechazó el ofrecimiento, por respeto a su hermano.

    Otras obras importantes fueron el relato gauchesco Los treinta y tres orientales,[cita requerida] y varios escritos dispersos, que serían recopilados póstumamente en Prosas del autor del Martín Fierro (1834-1886).

    El Martín Fierro
    Estando proscripto por Sarmiento y escondido en el Gran Hotel Argentino —prácticamente frente a la Casa de Gobierno, en Buenos Aires— Hernández comenzó a escribir algunos poemas de amor.

    Sin interrumpir su trabajo, escribió a continuación —en papel de estraza de una libreta de pulpería— los siete cantos y medio que aún perduran de la primer edición de El Gaucho Martín Fierro. El 28 de noviembre de 1872, el diario La República inició la publicación por entregas del poema de Hernández, que se completó al poco tiempo. En diciembre de ese año, el Martín Fierro apareció en formato de libro, editado por la imprenta La Pampa, precedida por una importante carta del autor a su amigo y editor José Zoilo Miguens.

    "El poema recoge algunas fuentes folclóricas (diálogos entre gauchos, ciertas combinaciones estróficas), fuentes gauchescas autóctonas (semejanzas con algunos otros poemas gauchescos, en versos o pasajes), y fuentes románticas (antecedentes de Echeverría y su Cautiva, color local, rebeldía, exaltación del bandido, algunos rasgos estilísticos, reminiscencias de personajes de la literatura española...)"
    Loprete (1978)
    La obra comenzó inmediatamente a venderse en las zonas rurales. Era leída en grupo, en fogones o pulperías, y su gran éxito se debió a que pintaba con veracidad las vicisitudes del gaucho y los paisanos se reconocían en la desgracia del protagonista.

    En 1879, cuando el libro ya había sido reeditada gran cantidad de veces,se publicó la continuación de la obra, llamada La vuelta de Martín Fierro, en una edición ilustrada por Carlos Clérice. Ambas partes conforman el Martín Fierro, extenso poema nativo, que es calificado de obra maestra en su género, ya que logra la interpretación sociológica de una época y de una sociedad, aúna lo lírico, lo descriptivo, lo satírico y lo épico, alcanzando los caracteres de una epopeya.

    El gran mérito de José Hernández fue el de llevar a la literatura la vida de un gaucho contándola en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu. En el gaucho, Hernández descubrió la encarnación del coraje y la integridad inherentes a una vida independiente. Esta figura era, según él, el verdadero representante del carácter argentino.

    Lo que el autor no había conseguido con su actividad política lo obtuvo por medio de la literatura. A través de la poesía consiguió un gran eco para sus propuestas, y el Martín Fierro fue su más valiosa contribución a la causa de los gauchos.

    Obras
    1863 Vida del Chacho
    1867 Los treinta y tres orientales
    1872 El Gaucho Martín Fierro
    1879 La vuelta de Martín Fierro
    1881 Instrucción del Estanciero

    Fallecimiento

    Tumba de José Hernández, en el Cementerio de la Recoleta.
    José Hernández falleció el jueves 21 de octubre de 1886 en su quinta de Belgrano, ubicada en la entonces calle Santa Fe 468, a causa de una afección cardíaca —una miocarditis que derivó en un ataque cardíaco. Sus últimas palabras fueron: «Buenos Aires... Buenos Aires...».

    Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta de la ciudad de Buenos Aires.64


    Última edición por Lluvia Abril el Jue 21 Mayo 2015, 03:43, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 20 Mayo 2015, 13:45

    MARTÍN FIERRO

    III

    Tuve en mi pago en un tiempo
    hijos, hacienda y mujer,
    pero empecé a padecer,
    me echaron a la frontera,
    y ¡qué iba a hallar al volver!
    Tan sólo hallé la tapera.

    Sosegao vivía en mi rancho,
    como el pájaro en su nido;
    allí mis hijos queridos
    iban creciendo a mi lao...
    Sólo queda al desgraciao
    lamentar el bien perdido.

    Mi gala en las pulperías
    Era, cuando había más gente,
    ponerme medio caliente,
    pues cuando puntiao me encuentro
    me salen coplas de adentro
    como agua de la virtiente.

    Cantando estaba una vez
    en una gran diversión,
    y aprovechó la ocasión
    como quiso el juez de paz:
    se presentó ahí no más
    hizo una arriada en montón.

    Juyeron los más matreros
    y lograron escapar.
    Yo no quise disparar:
    soy manso y no había por qué.
    Muy tranquilo me quedé
    y ansí me dejé agarrar.

    Allí un gringo con un órgano
    y una mona que bailaba
    haciéndonos rair estaba
    cuando le tocó el arreo.
    ¡Tan grande el gringo y tan feo,
    lo viera cómo lloraba!

    Hasta un inglés sanjiador
    que decía en la última guerra
    que él era de Inca-la-perra
    y que no quería servir,
    tuvo también que juir
    a guarecerse en la sierra.

    Ni los mirones salvaron
    de esa arriada de mi flor;
    fue acoyarao el cantor
    con el gringo de la mona;
    a uno solo, por favor,
    logró salvar la patrona.

    Formaron un contingente
    con los que en el baile arriaron;
    con otros nos mesturaron,
    que habían agarrao también.
    Las cosas que aquí se ven
    ni los diablos las pensaron.

    A mí el juez me tomó entre ojos
    en la última votación:
    me le había hecho el remolón
    y no me arrimé ese día,
    y el dijo que yo servía
    a los de la esposición.

    Y ansí sufrí ese castigo
    tal vez por culpas ajenas.
    Que sean malas o sean güenas
    las listas, siempre me escondo.
    Yo soy un gaucho redondo
    y esas cosas no me enllenan.

    Al mandarnos nos hicieron
    más promesas que a un altar.
    El juez nos jue a proclamar
    y nos dijo muchas veces:
    "Muchachos, a los seis mese
    los van a ir a revelar."

    Yo llevé un moro de número
    ¡Sobresaliente el matucho!
    Con él gané en Ayacucho
    más plata que agua bendita.
    Siempre el gaucho necesita
    un pingo pa fiarle un pucho.

    Y cargué sin dar más güeltas
    con las prendas que tenía.
    Gergas, poncho, cuanto había
    en casa, tuito lo alcé.
    A mi china la dejé
    media desnuda ese día.

    No me faltaba una guasca;
    esa ocasión eché el reto:
    bozal, maniador, cabresto,
    lazo, bolas y manea...
    ¡El que hoy tan pobre me vea
    tal vez no creerá todo esto!

    Ansí en mi moro escarciando
    enderesé la frontera.
    ¡Aparcero! si usted viera
    lo que se llama cantón...
    Ni envidia tengo al ratón
    en aquella ratonera.

    De los pobres que allí había
    a ninguno lo largaron,
    los más viejos resongaron,
    pero a uno que se quejó,
    en seguida lo estaquiaron
    y la cosa se acabó.

    En la lista de la tarde
    el gefe nos cantó el punto,
    diciendo: "Quinientos juntos
    llevará el que se resierte;
    lo haremos pitar del juerte;
    más bien dése por dijunto".

    A naides le dieron armas,
    pues toditas las que había
    el coronel las tenía,
    según dijo esa ocasión,
    pa repartirlas el día
    en que hubiera una invasión.

    Al principio nos dejaron
    de haraganes, criando sebo,
    pero después... no me atrevo
    a decir lo que pasaba...
    ¡Barajo! si nos trataban
    como se trata a malevos.

    Porque todo era jugarle
    por los lomos con la espada,
    y aunque usté no hiciera nada,
    lo mesmito que en Palermo
    le daban cada cepiada
    que lo dejaban enfermo.

    Y ¡qué indios ni qué servicio,
    si allí no había ni cuartel!
    Nos mandaba el coronel
    a trabajar en sus chacras,
    y dejábamos las vacas
    que las llevara el infiel.

    Yo primero sembré trigo
    y después hice un corral,
    corté adobe pa un tapial,
    hice un quincho, corté paja...
    ¡La pucha que se trabaja
    Sin que le larguen ni un rial!

    Y es lo pior de aquel enriedo
    que si uno anda hinchando el lomo
    ya se le apean como plomo...
    ¡Quién aguanta aquel infierno!
    ¡Y eso es servir al Gobierno!
    A mí no me gusta el cómo.

    Más de un año nos tuvieron
    en esos trabajos duros,
    y los indios, le asiguro,
    dentraban cuando querían:
    como no los perseguían
    siempre andaban sin apuro.

    A veces decía al volver
    del campo la descubierta,
    que estuviéramos alerta,
    que andaba adentro la indiada,
    porque había una rastrillada
    o estaba una yegua muerta. ( cont.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Vie 22 Mayo 2015, 07:23, editado 5 veces


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    Mensaje por Walter Faila Miér 20 Mayo 2015, 14:06

    Gracias Pascual por traer "La biblia de los Argentinos" a este post, se lo regalé en 2012 a Luilly, en un ejemplar editado 50 años atrás y es el libro que él hacía referencia el día de la cena en el Hotel Bauen de Bs. As.
    Es la típica obra en que se conoce más al personaje que al autor, en Argentina todos conocen o escucharon nombrar a "Martín Fierro", no así a José Hernández.
    Abrazos

    PD: También se la regalé a David, esposo de Sandra Espinoza, en una versión español-Inglés en el año 2009 creo, es para nosotros, una obra cumbre.-


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 21 Mayo 2015, 00:41

    La "Biblia" de los argentinos, como tú la llamas...( y como es en realidad para tu pueblo) es un libro que yo tenía doble : dos veces. Una de editorial Espasa - no lo encuentro por ningún lado-. Otro de Editorial Orbis, de 1982... Y, además, un disco de JORGE CANFRUNE. con el que yo me puse a cantar "al compás de la vigüela" como un "payador" más.

    Este espacio que yo empecé, está siendo bordado con hilos de plata y oro por Lluvia. Y por aquí andamos los dos en un juego, redescubriendo la gran similitud de la poesía de toda la vida... Porque lo que importa, a fin de cuentas, no es la estrofa en sí, ni la métrica del verso: lo que importa, sí, es que la poesía - y su belleza- es capaz de transformar el mundo, sin proponérselo:  por el simple hecho de ser poesía.

    Gracias, Walter. Un abrazo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 21 Mayo 2015, 03:53

    Terminada la biografía, extensa biografía, de José Hernández, si te parece, amigo Pascual comienzo
    con :


    La vuelta de Martín Fierro es un libro gauchesco argentino, escrito en verso por José Hernández en 1879. Constituye la secuela de El Gaucho Martín Fierro, escrito en 1872. Ambos libros han sido considerados como libro nacional de la Argentina, bajo el título genérico de "el Martín Fierro". En "la vuelta", Martín Fierro, quien se había mostrado rebelde en la primera parte y convertido en gaucho matrero (fuera de la ley), aparece más reflexivo y moderado, a la vez que el libro se vuelca a la historia de sus hijos.


    Cuatro palabras de conversación con los lectores

    Entrego á la benevolencia pública, con el título LA VUELTA DE MARTIN
    FIERRO, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan
    generosa, que en seis años se han repetido once ediciones con un total
    de cuarenta y ocho mil ejemplares.

    Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo á esa falsa
    diosa; ni bombo de Editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes
    producciones.

    Es un recuerdo oportuno y necesario, para explicar porque el primer
    tirage del presente libro consta de 20 mil ejemplares, divididos en
    cinco secciones ó ediciones de 4 mil números cada una -y agregaré, que
    confio en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del Sr. Coni,
    hará una impresion esmerada, como la que tienen todos los libros que
    salen de sus talleres.

    Lleva tambien diez ilustraciones incorporadas en el testo, y creo que
    en los dominios de la literatura es la primera vez que una obra sale
    de las prensas nacionales con esta mejora.

    Así se empieza.

    Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra por D. Cárlos
    Clerice, artista compatriota que llegará á ser notable en su ramo,
    porque es jóven, tiene escuela, sentimiento artístico, y amor al
    trabajo.

    El grabado ha sido ejecutado por el señor Supot, que posée el arte,
    nuevo y poco generalizado todavia entre nosotros, de fijar en láminas
    metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en la piedra,
    creando ó imaginando posiciones que interpreten con claridad y
    sentimiento la escena descrita en el verso.

    No se ha omitido, pues, ningun sacrificio á fin de hacer una
    publicacion en las mas aventajadas condiciones artísticas.

    En cuanto á su parte literaria, solo diré que no se debe perder de
    vista al juzgar los defectos del libro, que es copia fiel de un
    original que los tiene, y repetiré, que muchos defectos están allí
    con el objeto de hacer mas evidente y clara la imitacion de los que lo
    son en realidad.

    Un libro destinado á despertar la inteligencia y el amor á la lectura
    en una poblacion casi primitiva, á servir de provechoso recreo,
    despues de las fatigosas tareas, á millares de personas que jamás han
    leido, debe ajustarse estrictamente á los usos y costumbres de esos
    mismos lectores, rendir sus ideas é interpretar sus sentimientos en su
    mismo lenguage, en sus frases mas usuales, en su forma mas general,
    aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus
    giros mas característicos, á fin de que el libro se identifique con
    ellos de una manera tan estrecha é intima, que su lectura no sea sino
    una continuacion natural de su existencia.

    Solo asi pasan sin violencia del trabajo al libro; y solo asi, esa
    lectura puede serles amena, interesante y útil.

    Ojalá hubiera un libro que gozára del dichoso privilegio de circular
    de mano en mano en esa inmensa poblacion diseminada en nuestras vastas
    campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurára
    su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo á sus lectores, pero;-

    Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora
    y bienestar-

    Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la ley natural y que
    sirven de base á todas las virtudes sociales-

    Inculcando en los hombres el sentimiento de veneracion hácia su
    Creador, inclinándolos á obrar bien-

    Afeando las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen de una
    deplorable ignorancia-

    Tendiendo á regularizar y dulcificar las costumbres, enseñando por
    medios hábilmente escondidos, la moderacion y el aprecio de si mismo;
    el respeto á los demas; estimulando la fortaleza por el espectáculo
    del infortunio acerbo, aconsejando la perseverancia en el bien y la
    resignacion en los trabajos-

    Recordando á los Padres los deberes que la naturaleza les impone para
    con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido,
    induciéndolos por ese medio á que mediten y calculen por si mismos
    todos los beneficios de su cumplimiento-

    Enseñando á los hijos como deben respetar y honrar á los autores de
    sus dias-

    Fomentando en el esposo el amor á su esposa, recordando á esta los
    santos deberes de su estado; encareciendo la felicidad del hogar,
    enseñando á todos á tratarse con respeto reciproco, robusteciendo por
    todos estos medios los vinculos de la familia y de la sociabilidad-

    Afirmando en los ciudadanos el amor á la libertad, sin apartarse del
    respeto que es debido á los superiores y magistrados-

    Enseñando á hombres con escasas nociones morales, que deben ser
    humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido;
    fieles á la amistad; gratos á los favores recibidos; enemigos de la
    holgazanería y del vicio; conformes con los cambios de fortuna;
    amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudentes siempre.

    Un libro que todo esto, mas que esto, ó parte de esto enseñara sin
    decirlo, sin revelar su pretension, sin dejarla conocer siquiera,
    seria indudablemente un buen libro, y por cierto que levantaria el
    nivel moral é intelectual de sus lectores aunque dijera naides por
    nadie, resertor por desertor, mesmo por mismo, u otros barbarismos
    semejantes; cuya enmienda le está reservada á la escuela, llamada á
    llenar un vacio que el poema debe respetar, y á corregir vicios y
    defectos de fraseologia, que son también elementos de que se debe
    apoderar el arte para combatir y estirpar males morales mas
    fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista
    de una filosofia mas elevada y pura.

    El progreso de la locucion no es la base del progreso social, y un
    libro que se propusiera tan elevados fines, deberia prescindir por
    completo de las delicadas formas de la cultura de la frase,
    subordinándose á las imperiosas exigencias de sus propósitos
    moralizadores, que serían en tal caso, el éxito buscado.

    Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje
    peculiar y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos
    naturales, porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente de
    su carácter típico, que es lo único que los hace simpáticos,
    conservando la imitacion y la verosimilitud en el fondo y en la forma.

    Entra tambien en esta parte la eleccion del prisma á traves del cual
    le es permitido á cada uno estudiar sus tiempos. Y aceptando esos
    defectos como un elemento, se idealiza tambien, se piensa, se inclina
    á los demás á que piensen igualmente, y se agrupan, se preparan y
    conservan pequeños monumentos de arte, para los que han de estudiarnos
    mañana y levantar el grande monumento de la historia de nuestra
    civilizacion.

    El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y
    sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy
    censurable, que quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas de
    arte de Blair, Hermosilla ó la Academia.

    El gaucho no aprende á cantar. Su único maestro es la espléndida
    naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se extiende delante
    de sus ojos. Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de
    métrico, de rítmico que domina en su organizacion, y que lo lleva
    hasta el estraordinario estremo de que, todos sus refranes, sus dichos
    agudos, sus proverbios comunes son espresados en dos versos
    octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible
    regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intencion.

    Eso mismo hace muy dificil, sinó de todo punto imposible, distinguir y
    separar cuales son los pensamientos originales del autor, y cuales los
    que son recojidos de las fuentes populares.

    No tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombres
    aproximados á la naturaleza, cuya sabiduria proverbial llene todas las
    condiciones rítmicas de nuestros proverbios gauchos.

    Qué singular es, y qué digno de observacion, el oir á nuestros
    paisanos mas incultos, espresar en dos versos claros y sencillos,
    máximas y pensamientos morales que las naciones mas antiguas, la India
    y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de su sabiduria
    proverbial; que los griegos escuchaban con veneracion de boca de sus
    sabios mas profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platon y
    de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el
    afamado Seneca; que los hombres del Norte les dieron lugar preferente
    en su robusta y enérgica literatura; que la civilizacion moderna
    repite por medio de sus moralistas mas esclarecidos, y que se hallan
    consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los
    grandes reformadores de la humanidad.

    Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad
    misteriosa entre todas las razas del globo que solo estudian en el
    gran libro de la naturaleza; pues que de él deducen, y vienen
    deduciendo desde hace mas de tres mil años, la misma enseñanza, las
    mismas virtudes naturales, expresadas en prosa por todos los hombres
    del globo, y en versos por los gauchos que habitan las vastas y
    fértiles comarcas que se estienden á las dos márgenes del Plata.

    El corazon humano y la moral son los mismos en todos los siglos.

    Las civilizaciones difieren esencialmente. "Jamás se hará, dice el
    doctor Don V. F. Lopez en su prólogo á LAS NEUROSIS, un profesor ó un
    catedrático Europeo, de un Bracma"; así debe ser: pero no ofreceria la
    misma dificultad el hacer de un gaucho un Bracma lleno de sabiduria;
    si es que los Bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduria
    proverbial, segun los pinta el sabio conservador de la Biblioteca
    Nacional de París, en "La sabiduria popular de todas las naciones" que
    difundió en el nuevo mundo el americano Pazos Kanki.

    Saturados de ese espíritu gaucho, hay entre nosotros algunos poetas de
    formas muy cultas y correctas, y no ha de escasear el género, porque
    es una produccion legítima y espontánea del pais, y que en verdad, no
    se manifiesta únicamente en el terreno florido de la literatura.

    Concluyo aquí, dejando á la consideracion de los benévolos lectores,
    lo que yo no puedo decir sin estender demasiado este prefacio, poco
    necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.

    ¡Sea el público indulgente con él! Y acepte esta humilde produccion,
    que le dedicamos como que es nuestro mejor y mas antiguo amigo.

    * * * * *

    La originalidad de un libro debe empezar en el prólogo.

    Nadie se sorprenda por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos que
    este abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro
    agradecimiento hacia los distinguidos escritores que acaban de
    honrarnos con su fallo, como el señor D. José Tomás Guido, en una
    bellísima carta que acogieron deferentes La Tribuna y La Prensa, y que
    reprodujeron en sus columnas varios periódicos de la República. - El
    Dr. D. Adolfo Saldias, en un meditado trabajo sobre el tipo histórico
    y social del gaucho. - El Dr. D. Miguel Navarro Viola, en la última
    entrega de la Biblioteca Popular, estimulándonos, con honrosos
    términos, á continuar en la tarea empezada.

    Diversos periódicos de la ciudad y campaña, como EL Heraldo, del Azul,
    La Patria, de Dolores, El Oeste, de Mercedes, y otros, han adquirido
    tambien justos titulos á nuestra gratitud, que conservamos como una
    deuda sagrada.

    Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Rosario, que ha
    anunciado LA VUELTA DE MARTIN FIERRO, haciendo concebir esperanzas que
    Dios sabe si van á ser satisfechas.

    Ciérrase este prólogo diciendo que se llama este libro LA VUELTA DE
    MARTIN FIERRO, porque este título le dió el público, antes, mucho
    antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá va á correr tierras
    con mi bendición paternal.

    JOSÉ HERNÁNDEZ.


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