Y con estos poemas de José Eusebio Caro, doy por concluido mi pequeño aporte, Pascual. Fué todo un placer.
Gracias.
EL MAYOR PESAR
¡Oh! ¡quién versos escribiera!
¡Oh! ¡quién otra vez pudiera
Arrojar el alma entera
Hecha llama en el papel!
Mas aquel que en otros días
Risas, lloros, y alegrías,
Y hórridas melancolías
Pintó con vivo pincel;
Y en líneas de luz y fuego
Vació, frenético y ciego,
De amor su desasosiego,
De su amor de juventud,
Hoy cansado, envejecido,
Su corazón desabrido,
Ni alcanza a dar un latido,
Que ha perdido su virtud.
¡Sí! ¡mi corazón no ama!
Por ningún objeto dama,
Sólo siente que lo inflama
Su necesidad de amor.
Y una vida que fastidia
Lleva, floja y con desidia,
Sin afecto y sin envidia.
Sin placer y sin dolor.
De amor tal vez el halago,
Cual obra falaz de un mago,
Miro en horizonte vago,
Como en mi primera edad.
Mas pronto el cuadro se cubre
De niebla que a mí lo encubre,
Y el ojo al fin no descubre
Ni ilusión, ni realidad.
En los días de mi infancia
De candor y de ignorancia,
Armonía, luz, fragancia
Para mí la vida fue:
¡Fue mi sueño de inocencia!
Después en adolescencia
Penetré de amor la ciencia:
¡No me amaron; mas yo amé!
Con amor amé violento,
Con amor siempre en aumento;
De mi propio sentimiento,
De mi amor no más viví.
Y en alto, lejos del suelo,
Lanzado en inmenso vuelo,
Un nuevo universo, un cielo
Revelose dentro en mí.
Y en sus fúlgidas regiones
Corrí, ebrio de pasiones,
Y de extrañas sensaciones
Rebosó mi corazón.
¡Ah! ¡rüina irreparable!
Mi corazón miserable
Que infinito, inagotable
Yo creí, me hizo traición.
Y hoy... lloro, sí, lloro en vano...
¡Ah! no es mi cabello cano,
Ni mis arrugas de anciano
Lo que lloro sin cesar;
¡Es el fuego de la vida!
¡Es la llama ya extinguida!
¡Es mi facultad perdida,
Mi gran facultad de amar.
1838.
LA HURÍ
Murió mi amor; mi corazón me resta,
Mi corazón sin límite ni fin,
Capaz de dar aún más de lo que ha dado
Al ser que Dios le guarda en porvenir.
Yo te presiento, hurí que aún no conozco,
Por la inquietud que ya comienza en mí,
Cual se presiente por el son la lira,
O por su olor presiéntese el jazmín.
¡Oh! ¿quién serás y cuál será tu nombre?
¿Cuáles serán tu raza y tu país?
¿Te bañarás del Ganges en las aguas?
¿O correrán tus años junto al Rin?
¿Tendrá tu faz el negro de la uva,
O la brillante candidez del lis?
¿Caminarás viajera por el mundo
Con la nación proscrita de David?
Quizá a los dos nos cubre el mismo cielo,
Y hablas mi lengua, y paso junto a ti;
Quizá te he visto, y aun quizá te he amado,
Y aspiro sólo a ser lo que antes fui.
Cierto germano, como yo poeta,
Y como yo de corazón augur,
La hermosa hurí que Dios le reservaba
Así cantó sin conocerla aún:
¡Oh tú, mujer que habrás de amarme un día!
Si, donde habitas hoy, supieras tú
El largo amor que en mí te voy juntando,
Y el canto que te guarda mi laúd.
Mientras el mar te ve quizá mecerte
En tu hamaca pendiente del bambú,
O corres los desiertos de Sahara
Sobre el ala fugaz del avestruz;
Yo tu mitad de sombra siempre guardo
Cuando, sentado al pie del abedul,
Mi vista, recorriendo el horizonte,
Te busca por el norte y por el sur.
¡Ah! sólo sé de ti que habré de hallarte
Tan pura en tu beldad y juventud,
Como la flor del Alpe oculta en nieves
Jamás holladas por viajero algún.
HISTÓRICO
Me quieres asegurar
Que yo poeta nací:
Sí: .nací para cantar;
Mas para cantarte a ti.
La voz que exhaló mi lira,
Y en tinta el papel guardó,
Esa voz por ti suspira,
Y para ti se exhaló.
Sin conocerte te amaba,
Adivino te canté;
Lo que en la vida buscaba
En tu sonrisa lo hallé.
Por primera vez al verte,
Un misterio en mí pasó:
Yo pensé reconocerte,
Y ver lo que nadie vio.
Un recuerdo misterioso
De otro mundo y de otra edad
Del cielo un viso glorioso,
Un trasluz de eternidad.
Y mi ser sintiose lleno
De una existencia mayor,
Y en el fondo de mi seno
Una voz trinó mi amor;
Y en mi corazón convulso
Voraces llamas sentí,
Y un irresistible impulso
Que me arrebataba a ti.
¡Ah! si entonces la barrera
No hubieras puesto que hallé,
Nunca yo bajado hubiera
Al abismo a que bajé.
Que afligido, despechado,
Ardiendo en celos y amor,
Y sangriento y desgarrado
El corazón de dolor,
Dejé a aquella que pudiera
Mi existencia ennoblecer,
Y a buscar fui quien me diera
De degradarme el placer.
¡Ay! y de mi lira el canto
Que por ti debió sonar,
Y de mis ojos el llanto
Que por ti debió brotar:
Todo ante un ídolo horrendo,
Todo profanado fue:
Amar a Dios no pudiendo
¡Ay! ¡a Satanás amé!
Hoy, hoy vuelvo a ti de nuevo:
Mas el mismo ya no soy;
Borrar la mancha que llevo
Ni tú misma puedes hoy.
¿Ni tú? ¿qué dije? Tú puedes
Volverme mi juventud,
Y, cual Jove a Ganimedes,
Exaltarme a la virtud.
En ti la voz: Yo te amo,
¡Sí! te lo digo en verdad,
Me dará cuanto reclamo:
Vida, honor, felicidad.
Enero 4, 1840.
LA MAÑANA
¡Dulce virgen, despierta, despierta!
¡Deja el lecho de plácidas rosas;
Abre ya de tu choza la puerta,
Abre, y ven a sentarte a su umbral!
¡Ven y mira la fúlgida Aurora
Que, en la cima del monte de oriente,
Con fervor, de rodillas, adora
De los incas al padre inmortal!
¡Ven, y escucha el suspiro profundo
Que, al salir de las sombras del sueño,
Se levanta a lo lejos del mundo
Como el ¡ay! postrimero de amor!
¡Ven, y ve la argentada laguna
Que, del aura al impulso süave,
Cual va y viene del niño la cuna,
Se remece con sordo rumor!
¡Goza, goza tu bella mañana,
El reír de tus jóvenes días!
¡Goza en paz de su brisa temprana
Semejante al aliento de Dios!
¡Oh! ¿por qué de mi fúnebre suerte
Nos separa la mano de hierro?
¿Por qué al menos decirte en mi muerte
No me deja ni el último adiós?
¡Ay! ¡postrado, sintiendo en mi cuello
Imprimir al crüel infortunio
De su planta el gravísimo sello,
Bramar oigo debajo un volcán!
¡Huye dél! ¡En tu pobre cabaña
Encerrándote, escucha tan sólo
Retumbar por la ardiente montaña
El zumbido del raudo huracán!
¡Lejos, lejos! ¡En breve espantada
Con un trueno de muerte, una noche,
Del volcán en la cumbre apartada
Una llama verás relucir!
Y después que la estés contemplando,
«¡Ya murió! ¡Pobre amigo! ¡El me amaba!»
¡Por ventura dirás suspirando,
Y a tu choza entrarás a dormir!
Febrero, 1835.
LA VENIDA A LA CIUDAD
¡Y pisas ya de la ciudad el suelo!
¡Huyes del aura el amoroso arrullo!
¡Tú, blanda flor, cuyo primer capullo
Nació al besarse con la tierra el cielo!
¿Al árido volcán los azahares
Suben jamás? ¿El matinal rocío
Las siestas ven? ¿O por el bosque umbrío
Deja el coral los azulados mares?
¡Y tú, Delina, cuya leve cuna,
Entre el silencio de las noches calmas,
Se remeció bajo las verdes palmas
Al rayo oblicuo de la corva luna...!
¡Tú, que, detrás de embovedadas yedras,
Sola y desnuda por las vegas hondas,
Los pies aun dentro de las tibias ondas,
El coco hendías sobre lisas piedras...!
¡Tú, sonrisa de amor, tú, bajo el techo
Hoy de los hombres a sentarte vienes!
¡A reclinar tus virginales sienes
Del infortunio en el pomposo lecho!
¡No! ¡Lejos! ¡Ay! ¡Que en él por cada pluma
Su leve punta asoman las espinas,
Y el sueño que se esconde en las cortinas
Con beso impuro el corazón abruma!
¡Lejos, Delina, lejos! ¡Torna cauta,
Torna del bosque al celestial perfume,
Torna al gemir de tu paloma implume,
Más blando, sí, que el son de sabia flauta!
¡Torna a mirar por el ceñudo monte
Rodar saltando el rollo de verdura,
Desplegado alfombrar la gran llanura
Y perderse en lo azul del horizonte!
¡Torna, y de noche entre las ondas flojas
De la hamaca que vio tu primer lloro,
De fina lluvia el murmurar sonoro,
Cayendo oirás del plátano en las hojas!
¡Torna a tus vegas, virgen inocente!
¡Ah! ¡No te asustarán en las cabañas,
Del pobre cazador de las montañas
La ronca voz y nebulosa frente!
¡No allí lo temas, no: que el soplo manso
Del llano nunca refrescó su seno;
Nunca bajó de la mansión del trueno,
Por donde vuela sin gozar descanso!
De lo que fue tan sólo la memoria
Resta, cual tronco abatido sauce,
Como de gran torrente el seco cauce,
O como el eco de abismada gloria.
Torna a las vegas: él, grosero sayo
Vistiéndose, descalzo, con ceniza
Emblanqueciendo su melena riza,
Irá a las cumbres do lo espera el rayo.
Marzo, 1835.
EN VÍSPERAS DEL COMBATE
Tristes, mortales, córrense mis días;
Hoy como ayer, mañana igual a hoy;
Campos, montañas, cielos, todo cambia;
Pero no cambia, no, mi corazón.
¡Mi corazón! en él cual siempre reinas;
Eterno en él aún vive el mismo amor,
Aquel amor que tú nacer hiciste,
Que sólo morirá muriendo yo.
¡No! ni aun entonces morirá, Delina.
¡Mi amor, mi bien, mi orgullo, mi blasón!
¡Mi alma inmortal lo llevará consigo
Al pie mismo del trono del Señor!
Pronto quizá... la muerte cerca tengo...
La odiosa muerte vaga en mi redor...
Es alta noche... el enemigo enfrente...
Tal vez mañana callará mi voz.
Si ésta es mi hora postrera, tuya sea.
Todo el amor de que capaz soy yo.
Todo en mi pecho concentrado y junto
Te lo ofrezco, Delina, y te lo doy.
¿Lo aceptarás...? ¿Qué se oye?
¡El enemigo! ¡Alarma suena ronco el atambor!
Truena el bronce... ¡Mis armas, mi caballo
¡Oh! ¡dame algunas lágrimas! ¡Adiós!
La Cruz, septiembre 4, 1841.
¡ETERNO ADIÓS!
¡Tú cuya voz celestial llenó de divina armonia
El seno oscuro do mi ser se encierra,
Tal como suele de pronto llenar la noche sombría
El canto patrio allá en extraña tierra!
¡Tú cuya sola voz mil voces en mí desencierra
Con mil memorias de la infancia mía!
Adiós, que ya mi porvenir se cierra!
¡Sí; para siempre adiós; adiós, sí, para siempre, María!
¡Oh! ¡comprender tú no quieres mi amor verdadero y
[profundo!
¡Entrar no quieres en el grande encanto
Do solitaria mi lira suena incesante en su canto,
Que sube a ti con eco gemebundo!
Un horizonte me envuelve; en él mi existencia difundo:
Y, al yerme solo en él, con vago espanto
¡A veces tiemblo, a veces rompo en llanto!
¡De él yo no salgo, y en él no penetra nadie en el
[mundo!
¡Oh! ¡y este horizonte encantado es mi ser, soy yo
[mismo!
¡Y fuera de él, tras su confín postrero,
Oigo gemir sin cesar de la humana miseria el abismo,
Como en su torre el mar el prisionero!
Oigo a los hombres, sin Dios, no entendiéndose, en
[gran desespero,
¡Nada! gritar, y ¡Acaso! y ¡Ateísmo! Y oigo otra voz que desde el ser primero
Baja a aliviarnos, ¡la voz del viejo, inmortal
[cristianismo!
Dentro del cerco tan sólo miro mi propia existencia:
De mi memoria miro el negro arcano,
El libro a medio-abrir, do, yo no sé de quién, una mano
De lo que fue me pinta una apariencia.
Miro como un sueño aéreo mi edad de inocencia;
El padre ido por quien lloro en vano;
Mi huerto aquel, mi hogar, mi abuelo anciano,
¡Todo fue, todo! ¡Y todo guardado quedó en mi
[conciencia!
¡Oh, misterio del hombre! ¡Oh gran soledad de la vida!
¡Mar que me envuelve en sueños y despierto!
Huyo, y me sigue, y me envuelve al través del tiempo en
[mi huída;
¡Y siempre a mí su cóncavo está abierto!
Dentro, a par de eremita que gime en ignoto desierto,
Mi lira gime en voz adolorida;
Y ¡ay! ¡esa voz que sólo en eco incierto
Al mundo llega lejana, por mí no más es oída!
jAh! y esa voz interna que así de contino suspira,
Al tú asomar, de pronto acalia el lloro,
¡Y un espontáneo canto, puro cual lumbre, cual oro,
Dulce se exhala de mi negra lira!
¡Y sube a ti, como al cielo sube la llama en la pira,
A ti, mujer, cuya piedad imploro,
A ti, mujer, que por destino adoro,
Porque tu nombre no más mis potencias todas inspira!
¡Oh, María, sí! Ese gran poder de paz y consuelo,
Ese poder que en mí tu nombre tiene,
No lo sabes tú, ni nadie saberlo puede en el suelo:
¡Lo sé yo solo, y Dios, de quien te viene!
¡Ah! ya que a mí la dicha de hacerte feliz no conviene,
Que Dios por siempre la negó a mi anhelo,
Sepa yo al menos que tu faz mantiene
Siempre plácida, lejos de mí, la sonrisa del cielo!
¡Ah! ¡no será no: que sólo el amor nos da la ventura!
Y escucha atenta lo que hoy te digo:
Tú no me amas, y un día vendrá en que dejando el
[abrigo
Del sacro hogar do huyó tu infancia pura,
Sola con otro te irás; y entonces, mi amor te lo augura,
Un nuevo día al fin vendrá enemigo,
En que dirás: «¡Oh pobre y viejo amigo!
¡Ay! ¡él me amaba más, él ¡ay! con más verdad y
[ternura!».
Dime, pues, dime: ¿querrás unir con mi amor inaudito
El amor tuyo en una misma suerte?
¡Oh! resuelve, resuelve, sí, pronto; ¡que el último grito
Pronto dará mi lira al ver la muerte!
Este horizonte, do yo te convido conmigo a meterte,
Sin fin no es, mi amor es circunscrito:
¡De él hay en torno un Ser mayor, más fuerte,
Do sumergido todo se encuentra; su nombre: Infinito!
Hoy, ya de aquel de los montes patrios más alto en la
[cima
Vuelvo de mí los ojos en redondo,
Miro, nuevos montes lejos, la tierra miro en lo hondo,
—¡Y el cielo azul, en derredor y encima!
¡Algo siempre me ataja; mañana tal vez no reprima
Nada el impulso que en mi seno escondo:
Sin fin la tierra abajará su fondo!
¡Idos los montes, abierta del cielo inmensa la sima!
Es que a un tiempo las vallas todas de mi hórrido
[encierro,
Sin saber cómo, al suelo habrán caído!
¡Es que por siempre se habrá terminado ya mi destierro!
¡Es que habré visto al Gran Desconocido!
¡Es que habré ya muerto! ¡es que estaré ya con Dios
[confundido!
Cogiendo el todo, en que hoy finito yerro;
¡Veré, del mundo en un rincón perdido,
Sola, seguir una tarde mi madre mi cuerpo a su entierro!
Un instante vendrá, yo no sé si de horror o alegría,
Cuando la humana innumerable gente
Toda a entrar así volverá de Dios en la mente
De do salió; y entonce, amada mía,
Como dioses seremos los hombres sin noche ni día;
Y absortos en el Ser indeficiente,
Huirá por siempre en él de mí tu frente...
¡Ay! ¡adiós para entonces, adiós para siempre, María!
Octubre, 1838.
SOCIEDAD Y SOLEDAD
¿Sabes quién soy? ¡oh dulce amiga mía!
¿Quieres saber lo que Otro tiempo fui,
Y lo que soy, y lo que ser podría,
Y cuanto duerme oculto dentro en mí?
¿Quires sondar los senos de mi alma,
Sacar a luz y conocer mi amor,
Y de la mar, que has visto sólo en calma,
Ver la tormenta en todo su esplendor?
¡Oh! cada noche, haciendo larga rueda,
Con doce más, en tu oriental sofá,
Antes que hurtar mi puesto nadie pueda,
Cerca de ti me ves sentado ya.
Mas, mientras gira en torno y a mi lado
El dulce hablar y el dulce sonreír,
Yo permanezco estúpido y callado
Como el que nada tiene que decir.
Es que a otro mundo entonces tú me llevas;
Es que mi alma siento engrandecer;
Es que de pronto en mí potencias nuevas
Siento agitarse y completar mi ser.
Si entonces yo, sin más rubor, gritara;
Si reventar dejara el corazón,
De inolvidable asombro os penetrara
Ese grande rugido de león.
Es de noche: a la luz de las estrellas,
Cuando el matiz de fuego y arrebol
Ya está borrado de las vivas huellas
Que, al irse, estampa en occidente el sol;
Es de un peñasco en la escampada altura,
De donde puedo libre contemplar
Los verdes campos, la montaña oscura,
El cielo azul, la inmensidad del mar:
Es, pues, allí y entonce, amada mía,
Cuando conmigo y Dios no más estoy,
Que mi ser brilla en pleno mediodía,
Y que aparezco a mí tal cual yo soy.
Nadie me ha visto así transfigurado;
Mi propia forma yo no más la sé:
Que torno a entrar apenas en poblado
Y nada resta de lo que antes fue.
Sólo en mis cantos vive algún diseño
De esa gloria de noche y soledad,
Como del niño en el primer ensueño
Aún luce la reciente eternidad.
¡Guarda mis cantos, dulce amiga mía!
Esa es mi herencia que te lego a ti;
Cuando en el mundo no me mire el día,
Quede a lo menos ese son de mí.
Julio 23, 1839.
UN SUEÑO
Junto contigo caminar la vida;
Una tras otra ver volar las horas;
Al mundo y a sus dichas impostoras
Volver la espalda y dar la despedida;
Entrar de amor en la región profunda
Solos tú y yo; de amor no más viviendo,
La luz gozar hoy lejos estoy viendo,
Ultima luz de amor que al hombre inunda.
¡Estoy contigo! ¡Unido yo contigo!
¡Rabia y dolor! ¡Es esto sólo un sueño!
¡Recio su puerta amor cerró con ceño,
A ti y a mí negándonos abrigo!
1839.
ÉL Y YO
Pude un tiempo esperar que tú me amaras;
Mas mi dulce esperanza ya acabó;
Que, vivo aún más que en los pasados días,
Arde en tu pecho tu primer amor.
Siempre la imagen del ausente amigo
Vive interpuesta entre nosotros dos:
Su hermosa faz mi oscura faz eclipsa,
Su voz contrasta con mi ronca voz.
Ingenio, orgullo, gracias, hermosura...
¡Ah! ¡todo tiene, nada tengo yo!
Sólo una cosa tengo que él no tiene:
Mi enemigo mortal, mi corazón.
Mi corazón, que me dictó te amara;
Mi corazón, que para ti nació;
Mi corazón, que al verte se estremece,
Cual se estremece el ángel ante Dios.
Octubre 28, 1839.
MI LIRA
Toma mi lira, Delina,
Tómala ya, que profunda
Desde sus lóbregos senos
Llama a tu amigo la tumba;
Tómala, y cuando, a los rayos
De tu lámpara nocturna,
Junto a tu lecho la cuelgues,
Todo mullido de plumas,
Oirás sus cuerdas de oro
Que retemblando murmuran;
Oirás sus tristes suspiros
Que entre las sombras fluctúan.
Y, si tus dedos de rosa
Sus cuerdas rápidos pulsan,
Si vagarosos en ellas
Lánguidos himnos modulan,
Verás que bajo tu mano
Trémulas lágrimas suda,
Y sus marfiles se empapan
En menudísima lluvia.
¡Ah! cuando su luz de perla
Con que las vegas inunda
Desde los cielos derrame
La melancólica luna,
Con esa lira, Delina,
¡Oh! ven a la sepultura
Que de tu amante por siempre
Los tristes huesos ya cubra.
Allí, del ciprés sentada
Bajo las ramas augustas,
Sólo oirás zumbar el viento
Por las lejanas llanuras;
Allí, del árbol sagrado
Desprenderse por Ventura
Sientas alguna hoja seca
En tu melena profusa,
Y entonces, cuando tu mano
Con una guirnalda cubra
La humilde cruz de mi huesa,
Entre el verdor medio oculta,
¡Delina, virgen del cielo!
Desde el fondo de mi tumba,
Oiga yo que al menos lloras
Mi amor y mi desventura.
¡Oiga yo en la noche eterna
Gemir mi lira viuda,
Y consolados, mis manes
Palpitarán de ternura!
Febrero, 1835.
ESTAR CONTIGO
¡Oh! ya de orgullo estoy cansado,
Ya estoy cansado de razón;
¡Déjame, en fin, que hable a tu lado
Cual habla sólo el corazón!
No te hablaré de grandes cosas;
Quiero más bien verte y callar,
No contar las horas odiosas,
Y reír oyéndote hablar.
Quiero una vez estar contigo,
Cual Dios el alma te formó;
Tratarte cual a un viejo amigo
Que en nuestra infancia nos amó;
Volver a mi vida pasada,
Olvidar todo cuanto sé,
Extasiarme en una nada,
Y llorar sin saber por qué.
¡Ah! para amar Dios hizo al hombre
¿Quién un hado no da feliz,
Por esos instantes sin nombre
De la vida del infeliz,
Cuando, con larga desgracia
De amar doblado su poder,
Toda su alma ardiendo vacia
En el alma de una mujer?
¡Oh padre Adán! ¡qué error tan triste
Cometió en ti la humanidad,
Cuando a la dicha preferiste
De la ciencia la vanidad!
¿Qué es lo que dicha aquí se llama
Sino no conocer temor,
Y con la Eva que se ama,
Vivir de ignorancia y de amor?
¡Ay! mas con todo así nos pasa;
Con la Patria y la juventud,
Con nuestro hogar y antigua casa,
Con la inocencia y la virtud.
Mientras tenemos despreciamos,
Sentimos después de perder;
Y entonces aquel bien lloramos
Que se fue para no volver.
Julio 29, 1839.
LA ESTRELLA
Beldad que admira el mundo en su vejez,
Lo que en mi triste corazón pasó
Al contemplarte por primera vez
Se siente sí, pero se expresa no.
Ingenio, gracias, rica juventud.
Noble pensar, cual yo lo concebí.
Amor y gloria, honor, placer, virtud...
Todo lo encuentro junto, y sólo en ti.
¡Oh! ¡para amarte me hizo Dios nacer!
Benigno u ominoso, astro inmortal,
Aquí serás la estrella que en mi ser
Repartirá ya sola el bien o el mal.
Junio 17, 1841.
¡PERDÓN! ¡PERDÓN!
¡Y es posible que yo te haya ofendido!
¡Que tan brutal, tan bárbaro haya sido
Que a ti, Delina, a ti,
Cobarde, ingrato y vil haya ultrajado,
Y a un tiempo cuanto debo haya olvidado
Tanto a ti como a mí!
¿Dónde el respeto a tu virtud estaba?
¿Dónde mi admiración por tu hermosura?
¿Dónde mi estima, dónde mi ternura?
¿Dónde mi inmensa, mi inmortal pasión?
¡Ah! ¡y en aquel momento yo te amaba
Con el amor más puro y más sincero!
¡Sí; de amor en las llamas, todo entero,
Se abrasaba por ti mi corazón!
¿Cómo, pues, pude amarte y ofenderte?
¿Amor y ofensa -como vida y muerte,
Como verdad y error,
Como inocencia y crimen- no se excluyen?
¿Cosas no son que mutuas se destruyen
La ofensa y el amor?
¡Ay! en el hombre débil y finito
Nada malo ni absurdo es imposible:
Ya, por mí propio, he visto que es posible
A lo mismo que amamos agraviar:
¡Sólo Dios, que es eterno e infinito,
Dios, que pasión alguna nunca asalta,
Dios, incapaz de mal, de error, de falta;
Sólo Dios, que es perfecto, sabe amar!
¡Sí; yo te amo, te amaba, y te he ofendido!
¡Sin saber cómo, al mismo tiempo he sido
Tu amante y tu ofensor!
¡Y ese es mi más amargo sentimiento,
Ese es ya mi inmortal remordimiento,
Mi eterno torcedor!
Que si mujer vulgar fueses, Delina,
Y si mi amor, vulgar afecto fuera,
Sólo un dolor vulgar también sintiera
Y pronto le dejara de sufrir.
May¡ ay! a ti, fue a ti, mujer divina,
A ti, mujer tan bella, y dulce y pura,
A ti, que adoro, a quien mi boca impura
Lo que hoy no osó pensar, osó decir.
¡Correspondencia! ¡Oh dulce atroz memoria!
¡Oh del amor perdida inmensa gloria
¡Oh esperanza inmortal!
¡Todo por siempre pudo arrebatarlo,
Y en el mar del olvido sepultarlo
Un momento fatal!
¿Qué digo? ¡Ya tal vez lo ha sepultado!
¿Tal vez? ¡Oh, no! ¡por Dios, Delina, aguarda,
La sentencia mortal, por Dios, retarda!
¡Consulta tu bondad, tu corazón!
Mas si ya para siempre has arrancado
Mi amor y mi memoria de tu pecho,
Si a tu amistad perdí todo derecho,
¡Ay! ¡logre yo siquiera tu perdón!
Junio 21, 1841.
LA BENDICIÓN DEL FETO
A mi primogénito, en el vientre de su madre
¿Quién eres tú que habitas este seno,
Feto a quien yo de pasmo y gozo lleno,
Bajo mi mano siento remover?
¡Tú, que en una mujer ya tienes madre,
Tú, de quien ya, feliz, me llamo padre,
Sin poderte siquiera conocer!
¿De dónde vienes? ¿sales de la nada...?
¿Hay nada, pues? ¿hay cosa así llamada?
La nada es el no-ser; ¿puede existir?
¿Puede ser fecundada? ¿Y un vacío
Inerte, mudo, tenebroso, frío,
Luz, mente, vida puede producir?
¿De dónde vienes? ¿cómo tu progreso
Maravilloso comenzó? ¿qué es eso
Que no era ayer y es hoy? ¿qué eras ayer?
¿Qué es empezar? —¡Crepúsculo sin nombre,
En que su débil vista cansa el hombre
Buscando el paso de la nada al ser!
¿Y a dónde vas? ¿Qué te reserva el mundo?
¡Ángel de luz! ¿tu espíritu fecundo
Explicará los cielos cual Newton?
¿O, demonio sangriento, por la tierra
El azote agitando de la guerra,
De América serás Napoleón?
¿Virgen de un ciego voto arrepentida,
Triste, en el claustro pasarás tu vida
Llorando sin cesar ante la cruz?
¿O por la libertad de un pueblo heroico
A un calabozo irás, mártir estoico,
Para morir sin sociedad ni luz?
¿O en una linda y patriarcal cabaña,
Construida a los pies de una montaña,
Al borde de un torrente bramador,
Con tus manos labrando un ancho huerto,
Sólo con tu familia y el desierto,
Te hará feliz un inocente amor?
¡Oh! ¡todo puede ser! ¡sin duda, todo!
¡Todo! diamante puro, sucio, lodo,
Una persona, dos, varón, mujer:
A tu madre o a mí más parecido...
¡Ay! ¡aún acaso sin haber vivido,
Informe monstruo, mueras al nacer!
¡Oh! ¡todo puede ser! Débil simiente,
En tu existencia actual, de Dios la mente
Prepara tu ignorado porvenir;
Tal como en ese vientre de antemano
La oscura cárcel preparó su mano
Do ignorado comienza tu existir.
Si de tu ser conciencia y voz tuvieras,
Yo te rogara, sí, que nos dijeras
Qué vida llevas encerrado ahí:
Tus lágrimas, tus risas, tus intentos
De escaparte, tus vagos pensamientos...
El hombre entero que germina en ti.
¿Tienes un alma ya? ¿O ese destello,
Que hace del hombre el ser aquí más bello,
Aún en su mano te lo guarda Dios?
O, así cual una sangre os alimenta
A tu madre y a ti, ¿su alma os alienta
Y divide su luz entre los dos?
Así también en la paterna tumba,
Que al golpe de mi pie sorda retumba,
De mi amigo infeliz que tanto amé,
Al sagrado cadáver misterioso,
Mil veces yo, con grito doloroso,
Cuál es hoy su existencia pregunté.
Le pregunté si querubín alado,
De los más puros ángeles al lado,
Una lira pulsaba celestial;
Si de la nada estaba en el abismo,
O estúpido, ignorándose a sí mismo,
Cual un ojo del Ser universal.
Mas ¡ay! ni de mi padre el esqueleto,
Ni de mi hijo el invisible feto,
Otra respuesta dan a mi clamor,
Debajo de mi planta o de mi mano,
Que de la tumba el eco sordo y vano,
O de este seno el místico temblor.
¡No! lo que un vientre o una tumba esconde
A la voz de los vivos no responde;
A otra cosa debemos preguntar:
De un corazón amante a la esperanza,
Que sólo un corazón que espera, alcanza
El tremendo misterio a penetrar.
—¡Oh! ¡yo, que vives, padre, espero y creo!
Con mi esperanza y con mi fe te veo
Ensalzando la gloria del que es.
No aniquilado en sueño eterno y vano,
No gota absorta en lóbrego océano,
Sino distinto, en éxtasi a sus pies.
¡Oh! ¡padre mío, de mi infancia amigo!
Que al fin también me reuniré contigo
Espero en la clemencia divinal;
Si alguna culpa expías entretanto,
Hoy, de rodillas, de mi lira al canto,
Por ti se eleva mi oración filial.
¡Y tu, pequeño ser desconocido,
Tú, dulce primogénito querido,
Tú, dulce prenda de mi dulce amor!
¡Oh! ¡cualquiera que aquí fuera tu suerte,
Que hayas de padecer hasta tu muerte,
O que te aguarde el porvenir mejor;
Que hayas de ser de tu nación la gloria,
O que muera contigo tu memoria,
Cual muere en el desierto el aquilón...!
¡De tu madre en el vientre, desde ahora,
En el nombre del Dios que mi alma adora,
Recibe mi paterna bendición!
Julio 29, 1843.
.
A UN TIRANO (Fragmento)
Te falta ¡desdichado! inteligencia;
Te falta el santo amor de la verdad;
Te falta serio estudio, noble ciencia;
Te falta al alma rígida conciencia,
Al corazón bondad.
Tienes las prendas todas de un tirano:
Venganza, envidia, vanidad, doblez.
Eres falso y crüel, porque eres vano.
Aun del orgullo, en su ilusión ufano,
Te falta la altivez.
No tienes ilusión sino despecho,
Despecho rencoroso y sin placer;
¡Y es tan brutal tu escarnio del derecho
Que por disculpa da del mal que ha hecho
El que dejó de hacer!
¡Oh! ¡casi el vengador pincel me ataja
El rubor, al pintar tu indignidad.
Y a criatura como tú tan baja,
La libertad, su más preciosa alhaja.
Fío la humanidad!
Última edición por Lluvia Abril el Mar 19 Mayo 2015, 16:07, editado 1 vez
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