Aires de Libertad

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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:34

    ***

    Tales eran las rápidas reflexiones que había suscitado en mí el extraño personaje, quien
    callaba, como absorto y re-plegado en sí mismo. Yo le miraba con un espanto lleno de
    interés, tal y como Edipo debió observar a la esfinge.
    Tras un largo silencio, el comandante volvió a hablar.
    Así, pues, dudé mucho, pero al fin pensé que mi inte-rés podía conciliarse con esa piedad
    natural a la que todo ser humano tiene derecho. Permanecerán ustedes a bordo, puesto que
    la fatalidad les ha traído aquí. Serán ustedes li-bres, y a cambio de esa libertad, muy relativa
    por otra parte, yo no les impondré más que una sola condición. Su palabra de honor de
    someterse a ella me bastará.
    Diga usted, señor respondí, supongo que esa condi-ción es de las que un hombre
    honrado puede aceptar.
    Sí, señor, y es la siguiente: es posible que algunos aconte-cimientos imprevistos me
    obliguen a encerrarles en sus ca-marotes por algunas horas o algunos días, según los casos.
    Por ser mi deseo no utilizar nunca la violencia, espero de us-tedes en esos casos, más aún
    que en cualquier otro, una obe-diencia pasiva. Al actuar así, cubro su responsabilidad, les
    eximo totalmente, pues debo hacerles imposible ver lo que no debe ser visto. ¿Aceptan
    ustedes esta condición?
    Ocurrían allí, pues, cosas por lo menos singulares, que no debían ser vistas por gentes no
    situadas al margen de las leyes sociales. Entre las sorpresas que me reservaba el porve-nir
    no debía ser ésa una de las menores.
    Aceptamos respondí. Pero permítame hacerle una pregunta, una sola.
    Dígame.
    ¿Ha dicho usted que seremos libres a bordo?
    Totalmente.
    Quisiera preguntarle, pues, qué es lo que entiende usted por libertad.
    Pues la libertad de ir y venir, de ver, de observar todo lo que pasa aquí salvo en algunas
    circunstancias excepciona-les, la libertad, en una palabra, de que gozamos aquí mis
    companeros y yo.
    Era evidente que no nos entendíamos.
    -Perdón, señor –proseguí-, pero esa libertad no es otra que la que tiene todo prisionero de
    recorrer su celda, y no puede bastarnos.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:35

    ***

    Preciso será, sin embargo, que les baste.
    ¡Cómo! ¿Deberemos renunciar para siempre a volver a ver nuestros países, nuestros
    amigos y nuestras familias?
    Sí, señor. Pero renunciar a recuperar ese insoportable yugo del mundo que los hombres
    creen ser la libertad, no es quizá tan penoso como usted puede creer.
    Jamás daré yo mi palabra intervino Ned Land de que no trataré de escaparme.
    Yo no le pido su palabra, señor Land respondió fría-mente el comandante.
    Señor dije, encolerizado a mi pesar, abusa usted de su situación. Esto se llama
    crueldad.
    No, señor, esto se llama clemencia. Son ustedes prisione-ros míos después de un
    combate. Les guardo conmigo, cuan-do podría, con una sola orden, arrojarles a los abismos
    del océano. Ustedes me han atacado. Han venido a sorprender un secreto que ningún
    hombre en el mundo debe conocer, el secreto de toda mi existencia. ¿Y creen ustedes que
    voy a reenviarles a ese mundo que debe ignorarme? ¡jamás! Al rete-nerles aquí no es a
    ustedes a quienes guardo, es a mí mismo.
    Esta declaración indicaba en el comandante una decisión contra la que no podría prevalecer
    ningún argumento.
    Así, pues, señor -dije, nos da usted simplemente a ele-gir entre la vida y la muerte, ¿no?
    Así es, simplemente.
    Amigos míos dije a mis compañeros, ante una cues-tión así planteada, no hay nada
    que decir. Pero ninguna pro-mesa nos liga al comandante de a bordo.
    Ninguna, señor -respondió el desconocido.
    Luego, con una voz más suave, añadió:
    Ahora, permítame acabar lo que quiero decirle. Yo le co-nozco, señor Aronnax. Si no sus
    compañeros, usted, al me-nos, no tendrá tantos motivos de lamentarse del azar que le ha
    ligado a mi suerte. Entre los libros que sirven a mis estu-dios favoritos hallará usted el que
    ha publicado sobre los grandes fondos marinos. Lo he leído a menudo. Ha llevado usted su
    obra tan lejos como le permitía la ciencia terrestre. Pero no sabe usted todo, no lo ha visto
    usted todo. Déjeme decirle, señor profesor, que no lamentará usted el tiempo que pase aquí
    a bordo. Va a viajar usted por el país de las maravi-llas. El asombro y la estupefacción
    serán su estado de ánimo habitual de aquí en adelante. No se cansará fácilmente del
    es-pectáculo incesantemente ofrecido a sus ojos. Voy a volver a ver, en una nueva vuelta al
    mundo submarino (que, ¿quién sabe?, quizá sea la última), todo lo que he podido estudiar
    en los fondos marinos tantas veces recorridos, y usted será mi compañero de estudios. A
    partir de hoy entra usted en un nuevo elemento, verá usted lo que no ha visto aún hombre
    al-guno (pues yo y los míos ya no contamos), y nuestro planeta, gracias a mí, va a
    entregarle sus últimos secretos.







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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:36

    ***


    No puedo negar que las palabras del comandante me cau-saron una gran impresión. Habían
    llegado a lo más vulnera-ble de mi persona, y así pude olvidar, por un instante, que la
    contemplación de esas cosas sublimes no podía valer la li-bertad perdida. Pero tan grave
    cuestión quedaba confiada al futuro, y me limité a responder:
    Señor, aunque haya roto usted con la humanidad, quiero creer que no ha renegado de todo
    sentimiento humano. So-mos náufragos, caritativamente recogidos a bordo de su barco, no
    lo olvidaremos. En cuanto a mí, me doy cuenta de que si el interés de la ciencia pudiera
    absorber hasta la nece-sidad de la libertad, lo que me promete nuestro encuentro me
    ofrecería grandes compensaciones.
    Pensaba yo que el comandante iba a tenderme la mano para sellar nuestro tratado, pero no
    lo hizo y lo sentí por él.
    Una última pregunta dije en el momento en que ese ser inexplicable parecía querer
    retirarse.
    Dígame, señor profesor.
    ¿Con qué nombre debo llamarle?
    Señor respondió el comandante, yo no soy para uste-des más que el capitán Nemo, y
    sus compañeros y usted no son para mí más que los pasajeros del Nautilus.
    El capitán Nemo llamó y apareció un steward. El capitán le dio unas órdenes en esa extraña
    lengua que yo no podía reconocer. Luego, volviéndose hacia el canadiense y Conseil, dijo:
    Les espera el almuerzo en su camarote. Tengan la amabi-lidad de seguir a este hombre.
    No es cosa de despreciar dijo el arponero, a la vez que salía, con Conseil, de la celda en
    la que permanecíamos des-de hacía más de treinta horas.
    Y ahora, señor Aronnax, nuestro almuerzo está dispues-to. Permítame que le guíe.
    A sus órdenes, capitán.
    Seguí al capitán Nemo, y nada más atravesar la puerta, nos adentramos por un estrecho
    corredor iluminado eléc-tricamente. Tras un recorrido de una decena de metros, se abrió
    una segunda puerta ante mí.








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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:37

    ***

    Entré en un comedor, decorado y amueblado con un gus-to severo. En sus dos extremidades
    se elevaban altos apara-dores de roble con adornos incrustados de ébano, y sobre sus
    anaqueles en formas onduladas brillaban cerámicas, porcelanas y cristalerías de un precio
    inestimable. Una vaji-Ha lisa resplandecía en ellos bajo los rayos que emitía un te-cho
    luminoso cuyo resplandor mitigaban y tamizaban unas pinturas de delicada factura y
    ejecución.
    En el centro de la sala había una mesa ricamente servida. El capitán Nemo me indicó el
    lugar en que debía instalarme.
    Siéntese, y coma como debe hacerlo un hombre que debe estar muriéndose de hambre.
    El almuerzo se componía de un cierto número de platos, de cuyo contenido era el mar el
    único proveedor. Había al-gunos cuya naturaleza y procedencia me eran totalmente
    desconocidas. Confieso que estaban muy buenos, pero con un gusto particular al que me
    acostumbré fácilmente. Me parecieron todos ricos en fósforo, lo que me hizo pensar que
    debían tener un origen marino.
    El capitán Nemo me miraba. No le pregunté nada, pero debió adivinar mis pensamientos,
    pues respondió a las pre-guntas que deseaba ardientemente formularle.
    La mayor parte de estos alimentos le son desconocidos. Sin embargo, puede comerlos sin
    temor, pues son sanos y muy nutritivos. Hace mucho tiempo ya que he renunciado a los
    alimentos terrestres, sin que mi salud se resienta en lo más mínimo. Los hombres de mi
    tripulación son muy vigo-rosos y se alimentan igual que yo.
    ¿Todos estos alimentos son productos del mar?
    -Sí, señor profesor. El mar provee a todas mis necesida-des. Unas veces echo mis redes a la
    rastra y las retiro siempre a punto de romperse, y otras me voy de caza por este ele-mento
    que parece ser inaccesible al hombre, en busca de las piezas que viven en mis bosques
    submarinos. Mis rebaños, como los del viejo pastor de Neptuno, pacen sin temor en las
    inmensas praderas del océano. Tengo yo ahí una vasta pro-piedad que exploto yo mismo y
    que está sembrada por la mano del Creador de todas las cosas.







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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:38

    ***

    Miré al capitán Nemo con un cierto asombro y le dije:
    Comprendo perfectamente que sus redes suministren excelentes pescados a su mesa; me
    es más difícil comprender que pueda cazar en sus bosques submarinos; pero lo que no
    puedo comprender en absoluto es que un trozo de carne, por pequeño que sea, pueda figurar
    en su minuta.
    Nunca usamos aquí la carne de los animales terrestres respondió al capitán Nemo.
    ¿Y eso? pregunté, mostrando un plato en el que había aún algunos trozos de fdete.
    Eso que cree usted ser carne no es otra cosa que filete de tortuga de mar. He aquí
    igualmente unos hígados de delfín que podría usted tomar por un guisado de cerdo. Mi
    cocine-ro es muy hábil en la preparación de los platos y en la conser-vación de estos
    variados productos del océano. Pruébelos todos. He aquí una conserva de holoturias que un
    malayo declararía sin rival en el mundo; he aquí una crema hecha con leche de cetáceo; y
    azúcar elaborada a partir de los gran-des fucos del mar del Norte. Y por último, permítame
    ofre-cerle esta confitura de anémonas que vale tanto como la de los más sabrosos frutos.
    Probé de todo, más por curiosidad que por gula, mientras el capitán Nemo me encantaba
    con sus inverosímiles relatos.
    Pero el mar, señor Aronnax, esta fuente prodigiosa e ina-gotable de nutrición, no sólo me
    alimenta sino que también me viste. Esas telas que le cubren a usted están tejidas con los
    bisos de ciertas conchas bivalvas, teñidas con la púrpura de los antiguos y matizadas con
    los colores violetas que extraigo de las aplisias del Mediterráneo. Los perfumes que hallará
    usted en el tocador de su camarote son el producto de la destilación de plantas marinas. Su
    colchón está hecho con la zostera más suave del océano. Su pluma será una barba córnea de
    ballena, y la tinta que use, la secretada por la jibia o el calamar. Todo me viene ahora del
    mar, como todo volverá a él algún día.



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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:38

    ***

    Ama usted el mar, capitán.
    ¡Sí! ¡Lo amo! ¡El mar es todo! Cubre las siete décimas partes del globo terrestre. Su
    aliento es puro y sano. Es el in-menso desierto en el que el hombre no está nunca solo, pues
    siente estremecerse la vida en torno suyo. El mar es el ve-hículo de una sobrenatural y
    prodigiosa existencia; es movi-miento y amor; es el infinito viviente, como ha dicho uno de
    sus poetas. Y, en efecto, señor profesor, la naturaleza se ma-nifiesta en él con sus tres
    reinos: el mineral, el vegetal y el animal. Este último está en él ampliamente representado
    por los cuatro grupos de zoófitos, por tres clases de articulados, por cinco de moluscos, por
    tres de vertebrados, los mamífe-ros, los reptiles y esas innumerables legiones de peces,
    orden infinito de animales que cuenta con más de trece mil espe-cies de las que tan sólo una
    décima parte pertenece al agua dulce. El mar es el vasto receptáculo de la naturaleza. Fue
    por el mar por lo que comenzó el globo, y quién sabe si no terminará por él. En el mar está
    la suprema tranquilidad. El mar no pertenece a los déspotas. En su superficie pueden
    to-davía ejercer sus derechos inicuos, batirse, entredevorarse, transportar a ella todos los
    horrores terrestres. Pero a treinta pies de profundidad, su poder cesa, su influencia se apaga,
    su potencia desaparece. ¡Ah! ¡Viva usted, señor, en el seno de los mares, viva en ellos!
    Solamente ahí está la independen-cia. ¡Ahí no reconozco dueño ni señor! ¡Ahíyo soy libre!
    El capitán Nemo calló súbitamente, en medio del entu-siasmo que le desbordaba. ¿Se había
    dejado ir más allá de su habitual reserva? ¿Habría hablado demasiado? Muy agitado, se
    paseó durante algunos instantes. Luego sus nervios se cal-maron, su fisonomía recuperó su
    acostumbrada frialdad, y volviéndose hacia mí, dijo:
    Y ahora, señor profesor, si desea visitar el Nautilus estoy a su disposición.




    11. El «Nautilus»



    El capitán Nemo se levantó y yo le seguí. Por una doble puerta situada al fondo de la pieza
    entré en una sala de di-mensiones semejantes a las del comedor.
    Era la biblioteca. Altos muebles de palisandro negro, con incrustraciones de cobre,
    soportaban en sus anchos estantes un gran número de libros encuadernados con
    uniformidad. Las estanterías se adaptaban al contorno de la sala, y termi-naban en su parte
    inferior en unos amplios divanes tapiza-dos con cuero marrón y extraordinariamente
    cómodos. Unos ligeros pupitres móviles, que podían acercarse o sepa-rarse a voluntad,
    servían de soporte a los libros en curso de lectura o de consulta. En el centro había una gran
    mesa cu-bierta de publicaciones, entre las que aparecían algunos pe-riódicos ya viejos. La
    luz eléctrica que emanaba de cuatro globos deslustrados, semiencajados en las volutas del
    techo, inundaba tan armonioso conjunto. Yo contemplaba con una real admiración aquella
    sala tan ingeniosamente amueblada y apenas podía dar crédito a mis ojos.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:39

    ***

    -Capitán Nemo dije a mi huésped, que acababa de sen-tarse en un diván, he aquí una
    biblioteca que honraría a más de un palacio de los continentes. Y es una maravilla que esta
    biblioteca pueda seguirle hasta lo más profundo de los mares.
    ¿Dónde podría hallarse mayor soledad, mayor silencio, señor profesor? ¿Puede usted
    hallar tanta calma en su gabi-nete de trabajo del museo?
    No, señor, y debo confesar que al lado del suyo es muy po-bre. Hay aquí por lo menos
    seis o siete mil volúmenes, ¿no?
    Doce mil, señor Aronnax. Son los únicos lazos que me ligan a la tierra. Pero el mundo se
    acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por vez primera bajo las aguas. Aquel
    día compré mis últimos libros y mis últimos periódi-cos, y desde entonces quiero creer que
    la humanidad ha ce-sado de pensar y de escribir. Señor profesor, esos libros están a su
    disposición y puede utilizarlos con toda libertad.
    Di las gracias al capitán Nemo, y me acerqué a los estantes de la biblioteca. Abundaban en
    ella los libros de ciencia, de moral y de literatura, escritos en numerosos idiomas, pero no vi
    ni una sola obra de economía política, disciplina que al parecer estaba allí severamente
    proscrita. Detalle curioso era el hecho de que todos aquellos libros, cualquiera que fuese la
    lengua en que estaban escritos, se hallaran clasifica-dos indistintamente. Tal mezcla
    probaba que el capitán del Nautilus debía leer corrientemente los volúmenes que su mano
    tomaba al azar.
    Entre tantos libros, vi las obras maestras de los más gran-des escritores antiguos y
    modernos, es decir, todo lo que la humanidad ha producido de más bello en la historia, la
    poe-sía, la novela y la ciencia, desde Homero hasta Victor Hugo desde jenofonte hasta
    Michelet, desde Rabelais hasta la seño-ra Sand. Pero los principales fondos de la biblioteca
    estaban integrados por obras científicas; los libros de mecánica, de balística, de hidrografía,
    de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban en ella un lugar no menos
    amplio que las obras de Historia Natural, y comprendí que consti-tuían el principal estudio
    del capitán. Vi allí todas las obras de Humboldt, de Arago, los trabajos de Foucault, de
    Henri Sain-teClaire Deville, de Chasles, de MilneEdwards, de Quatre-fages, de
    Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Petermann, del comandante Maury,
    de Agassiz, etc.; las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de dife-rentes
    sociedades de Geografía, etcétera. Y también, y en buen lugar, los dos volúmenes que me
    habían valido proba-blemente esa acogida, relativamente caritativa, del capitán Nemo.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:40

    ***
    Entre las obras que allí vi de Joseph Bertrand, la titu-lada Los fundadores de la Astronomía
    me dio incluso una fe-cha de referencia; como yo sabía que dicha obra databa de 1865,
    pude inferir que la instalación del Nautilus no se re-montaba a una época anterior[L7] . Así,
    pues, la existencia sub-marina del capitán Nemo no pasaba de tres años como máxi-mo. Tal
    vez me dije hallara obras más recientes que me permitieran fijar con exactitud la época,
    pero tenía mucho tiempo ante mí para proceder a tal investigación, y no quise retrasar más
    nuestro paseo por las maravillas del Nautilus.
    Señor dije al capitán, le agradezco mucho que haya puesto esta biblioteca a mi
    disposición. Hay aquí tesoros de ciencia de los que me aprovecharé.
    Esta sala no es sólo una biblioteca dijo el capitán Nemo, es también un fumadero.
    ¿Un fumadero? ¿Se fuma, pues, a bordo?
    En efecto.
    Entonces eso me fuerza a creer que ha conservado usted relaciones con La Habana.
    De ningún modo respondió el capitán-. Acepte este ci-garro, señor Aronnax, que
    aunque no proceda de La Habana habrá de gustarle, si es usted buen conocedor.
    Tomé el cigarro que me ofrecía. Parecía fabricado con ho-jas de oro, y por su forma
    recordaba al «londres». Lo encendí en un pequeño brasero sustentado en una elegante
    peana de bronce, y aspiré las primeras bocanadas con la voluptuosi-dad de quien no ha
    fumado durante dos días.
    Es excelente dije, pero no es tabaco.
    No -respondió el capitán, este tabaco no procede ni de La Habana ni de Oriente. Es una
    especie de alga, rica en ni-cotina, que me provee el mar, si bien con alguna escasez. ¿Le
    hace echar de menos los «londres», señor?
    Capitán, a partir de hoy los desprecio.
    Fume, pues, sin preocuparse del origen de estos ciga-rros. No han pasado por el control
    de ningún monopolio, pero no por ello son menos buenos, creo yo.
    Al contrario.
    En este momento el capitán Nemo abrió una puerta situa-da frente a la que me había abierto
    paso a la biblioteca, y por ella entré a un salón inmenso y espléndidamente iluminado.



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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Jul 2024, 17:41

    ***

    Era un amplio cuadrilátero (diez metros de longitud, seis de anchura y cinco de altura) en el
    que las intersecciones de las paredes estaban recubiertas por paneles. Un techo lumi-noso,
    decorado con ligeros arabescos, distribuía una luz cla-ra y suave sobre las maravillas
    acumuladas en aquel museo. Pues de un museo se trataba realmente. Una mano inteligen-te
    y pródiga había reunido en él tesoros de la naturaleza y del arte, con ese artístico desorden
    que distingue al estudio de un pintor.
    Una treintena de cuadros de grandes maestros, en marcos uniformes, separados por
    resplandecientes panoplias, orna-ban las paredes cubiertas por tapices con dibujos severos.
    Pude ver allí telas valiosísimas, que en su mayor parte ha-bía admirado en las colecciones
    particulares de Europa y en las exposiciones. Las diferentes escuelas de los maestros
    an-tiguos estaban representadas por una madona de Rafael, una virgen de Leonardo da
    Vinci, una ninfa del Correggio, una mujer de Tiziano, una adoración de Veronese, una
    asunción de Murillo, un retrato de Holbein, un fraile de Velázquez, un mártir de Ribera,
    una fiesta de Rubens, dos pai-sajes flamencos deteniers, tres pequeños cuadros de géne-ro
    de Gerard Dow, de Metsu y de Paul Potter, dos telas de Ge-ricault y de Prud’hon, algunas
    marinas de Backhuysen y de Vernet. Entre las obras de la pintura moderna, había cua-dros
    firmados por Delácroix, Ingres, Decamps, Troyon, Meissonier, Daubigny, etc., y algunas
    admirables reduccio-nes de estatuas de mármol o de bronce, según los más bellos modelos
    de la Antigüedad, se erguían sobre sus pedestales en los ángulos del magnífico museo.
    El estado de estupefacción que me había augurado el co-mandante del Nautilus comenzaba
    ya a apoderarse de mi ánimo.
    -Señor profesor dijo aquel hombre extraño, excusará usted el descuido con que le recibo
    y el desorden que reina en este salón.
    Señor respondí, sin que trate de saber quién es usted, ¿puedo reconocer en usted un
    artista?
    -Un aficionado, nada más, señor. En otro tiempo gustaba yo de coleccionar estas bellas
    obras creadas por la mano del hombre. Era yo un ávido coleccionista, un infatigable
    busca-dor, y así pude reunir algunos objetos inapreciables. Estos son mis últimos recuerdos
    de esta tierra que ha muerto para mí. A mis ojos, sus artistas modernos ya son antiguos, ya
    tienen dos o tres mil años de existencia, y los confundo en mi mente. Los maestros no
    tienen edad.
    ¿Y estos músicos? pregunté, mostrando unas partitu-ras de Weber, de Rossini, de
    Mozart, de Beethoven, de Haydn, de Meyerbeer, de Herold, de Wagner, de Auber y de
    Gounod, y otras muchas, esparcidas sobre un pianoórgano de grandes dimensiones, que
    ocupaba uno de los paneles del salón.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:02

    ***

    Estos músicos respondió el capitán Nemo son con-temporáneos de Orfeo, pues las
    diferencias cronológicas se borran en la memoria de los muertos, y yo estoy muerto, señor
    profesor, tan muerto como aquéllos de sus amigos que descansan a seis pies bajo tierra.
    El capitán Nemo calló, como perdido en una profunda ensoñación. Le miré con una viva
    emoción, analizando en silencio los rasgos de su fisonomía. Apoyado en sus codos sobre
    una preciosa mesa de cerámica, él no me veía, parecía haber olvidado mi presencia.
    Respeté su recogimiento y continué examinando las cu-riosidades que enriquecían el salón.
    Además de las obras de arte, las curiosidades naturales ocupaban un lugar muy importante.
    Consistían principal-mente en plantas, conchas y otras producciones del océano, que debían
    ser los hallazgos personales del capitán Nemo. En medio del salón, un surtidor iluminado
    eléctricamente caía sobre un pilón formado por una sola tridacna. Esta con-cha,
    perteneciente al mayor de los moluscos acéfalos, con unos bordes delicadamente
    festoneados, medía una circun-ferencia de unos seis metros; excedía, pues, en dimensiones
    alas bellas tridacnas regaladas a Francisco I por la República de Venecia y de las que la
    iglesia de San Sulpicio, en París, ha hecho dos gigantescas pilas de agua bendita.
    En torno al pilón, en elegantes vitrinas fijadas por arma-duras de cobre, se hallaban,
    convenientemente clasificados y etiquetados, los más preciosos productos del mar que
    hu-biera podido nunca contemplar un naturalista. Se compren-derá mi alegría de profesor.
    La división de los zoófitos ofrecía muy curiosos especí-menes de sus dos grupos de pólipos
    y de equinodermos. En el primer grupo, había tubíporas; gorgonias dispuestas en abanico;
    esponjas suaves de Siria; ¡sinos de las Molucas; pen-nátulas; una virgularia admirable de
    los mares de Noruega; ombelularias variadas; los alcionarios; toda una serie de esas
    madréporas que mi maestro MilneEdwards ha clasificado tan sagazmente en secciones y
    entre las que distinguí las adorables fiabelinas; las oculinas de la isla Borbón; el «carro de
    Neptuno» de las Antillas; soberbias variedades de cora les; en fin, todas las especies de esos
    curiosos pólipos cuya asamblea forma islas enteras que un día serán continentes Entre los
    equinodermos, notables por su espinosa envoltu ra, las asterias, estrellas de mar,
    pantacrinas, comátulas, as terófonos, erizos, holoturias, etc., representaban la colec-ción
    completa de los individuos de este grupo.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:03

    ***
    Un conquiliólogo un poco nervioso se hubiera pasmado y vuelto loco de alegría ante otras
    vitrinas, más numerosas, en las que se hallaban clasificadas las muestras de la división de
    los moluscos. Vi una colección de un valor inestimable, para cuya descripción completa me
    falta tiempo. Por ello, y a título de memoria solamente, citaré el elegante martillo real del
    océano índico, cuyas regulares manchas blancas desta-caban vivamente sobre el fondo rojo
    y marrón; un espóndilo imperial de vivos colores, todo erizado de espinas, raro es-pécimen
    en los museos europeos y cuyo valor estimé en unos veinte mil francos; un martillo común
    de los mares de la Nueva Holanda, de difícil obtención pese a su nombre; berberechos
    exóticos del Senegal, frágiles conchas blancas bivalvas que un soplo destruiría como una
    pompa de jabón; algunas variedades de las regaderas de Java, especie de tubos calcáreos
    festoneados de repliegues foliáceos, muy buscados por los aficionados; toda una serie de
    trocos, unos de color amarillento verdoso, pescados en los mares de América, y otros, de un
    marrón rojizo, habitantes de los mares de Nue-va Holanda, o procedentes del golfo de
    México y notables por su concha imbricada; esteléridos hallados en los mares australes, y,
    por último, el más raro de todos, el magnífico espolón de Nueva Zelanda; admirables
    tellinas sulfuradas, preciosas especies de citereas y de venus; el botón trencilla-do de las
    costas de Tranquebar; el turbo marmóreo de nácar resplandeciente; los papagayos verdes de
    los mares de Chi-na; el cono casi desconocido del género Coenodulli; todas las variedades
    de porcelanas que sirven de moneda en la India y en África; la «Gloria del mar», la más
    preciosa concha de las Indias orientales; en fin, litorinas, delfinulas, turritelas, jantinas,
    óvulas, volutas, olivas, mitras, cascos, púrpuras, bucínidos, arpas, rocas, tritones, ceritios,
    husos, estrombos, pteróceras, patelas, hiálicos, cleodoras, conchas tan finas como delicadas
    que la ciencia ha bautizado con sus nombres más encantadores.







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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:05

    ***
    Aparta en vitrinas especiales había sartas de perlas de la mayor belleza a las que la luz
    eléctrica arrancaba destellos de fuego; perlas rosas extraídas de las ostraspeñas del mar
    Rojo; perlas verdes del hialótide iris; perlas amarillas, azules, negras; curiosos productos de
    los diferentes moluscos de todos los océanos y de algunas ostras del Norte, y, en fin, va-rios
    especímenes de un precio incalculable, destilados por las más raras pintadinas. Algunas de
    aquellas perlas sobre-pasaban el tamaño de un huevo de paloma, y valían tanto o más que la
    que vendió por tres millones el viajero Tabernier al sha de Persia o que la del imán de
    Mascate, que yo creía sin rival en el mundo.

    Imposible hubiera sido cifrar el valor de esas colecciones. El capitán Nemo había debido
    gastar millones para adquirir tales especímenes. Estaba preguntándome yo cuál sería el
    al-cance de una fortuna que permitía satisfacer tales caprichos de coleccionista, cuando el
    capitán interrumpió el curso de mi pensamiento.

    Lo veo muy interesado por mis conchas, señor profesor, y lo comprendo, puesto que es
    usted naturalista. Pero para mí tienen además un encanto especial, puesto que las he co-gido
    todas con mis propias manos, sin que un solo mar del globo haya escapado a mi búsqueda.
    Comprendo, capitán, comprendo la alegría de pasearse en medio de tales riquezas. Es
    usted de los que han hecho por sí mismos sus tesoros. No hay en toda Europa un museo que
    posea una semejante colección de productos del océano. Pero si agoto aquí mi capacidad de
    admiración ante estas colecciones, ¿qué me quedará para el barco que las transporta? No
    quiero conocer secretos que le pertenecen, pero, sin em-bargo, confieso que este Nautilus,
    la fuerza motriz que en-cierra, los aparatos que permiten su maniobrabilidad, el po-deroso
    agente que lo anima, todo eso excita mi curiosidad... Veo en los muros de este salón
    instrumentos suspendidos cuyo uso me es desconocido. ¿Puedo saber .. ?...

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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:09

    ***
    Señor Aronnax, ya le dije que sería usted libre a bordo, y consecuentemente, ninguna parte
    del Nautilus le está prohi-bida. Puede usted visitarlo detenidamente, y es para mí un placer
    ser su cicerone.
    No sé cómo agradecérselo, señor, pero no quiero abusar de su amabilidad. Únicamente le
    preguntaré acerca de la fi-nalidad de estos instrumentos de física.
    Señor profesor, esos instrumentos están también en mi camarote, y es allí donde tendré el
    placer de explicarle su empleo. Pero antes voy a mostrarle el camarote que se le ha
    reservado. Debe usted saber cómo va a estar instalado a bor-do del Nautilus.
    Seguí al capitán Nemo, quien, por una de las puertas practicadas en los paneles del salón,
    me hizo volver al corre-dor del barco. Me condujo hacia adelante y me mostró no un
    camarote sino una verdadera habitación, elegantemente amueblada, con lecho y tocador.
    Di las gracias a mi huésped.
    Su camarote es contiguo al mío me dijo, al tiempo que abría una puerta. Y el mío da
    al salón del que acabamos de salir.
    Entré en el camarote del capitán, que tenía un aspecto se-vero, casi cenobial. Una cama de
    hierro, una mesa de trabajo y una cómoda de tocador componían todo el mobiliario,
    reducido a lo estrictamente necesario.
    El capitán Nemo me mostró una silla.
    Siéntese, por favor.
    Me senté y él tomó la palabra en los términos que siguen.





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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:21

    ***


    12. Todo por la electricidad

    Señor dijo el capitán Nemo, mostrándome los instru-mentos colgados de las paredes de
    su camarote, he aquí los aparatos exigidos por la navegación del Nautilus. Al igual que en
    el salón, los tengo aquí bajo mis ojos, indicándome mi situación y mi dirección exactas en
    medio del océano. Al-gunos de ellos le son conocidos, como el termómetro que marca la
    temperatura interior del Nautilus, el barómetro, que pesa el aire y predice los cambios de
    tiempo; el higróme-tro que registra el grado de sequedad de la atmósfera; el stormglass,
    cuya mezcla, al descomponerse, anuncia la in-minencia de las tempestades; la brújula, que
    dirige mi ruta; el sextante, que por la altura del sol me indica mi latitud, los cronómetros,
    que me permiten calcular mi longitud y, por último, mis anteojos de día y de noche que me
    sirven para escrutar todos los puntos del horizonte cuando el Nautilus emerge a la
    superficie de las aguas.

    Son los instrumentos habituales del navegante y su uso me es conocido repuse. Pero
    hay otros aquí que respon-den sin duda a las particulares exigencias del Nautilus. Ese
    cuadrante que veo, recorrido por una aguja inmóvil, ¿no es un manómetro?
    Es un manómetro, en efecto. Puesto en comunicación con el agua, cuya presión exterior
    indica, da también la pro-fundidad a la que se mantiene mi aparato.
    -¿Y esas sondas, de una nueva clase?
    Son unas sondas termométricas que indican la tempera-tura de las diferentes capas de
    agua.
    Ignoro cuál es el empleo de esos otros instrumentos.
    Señor profesor, aquí me veo obligado a darle algunas ex-plicaciones. Le ruego me
    escuche



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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Jul 2024, 16:22

    ***

    El capitán Nemo guardó silencio durante algunos instan-tes y luego dijo:
    Existe un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se pliega a todos los usos y que
    reina a bordo de mi barco como dueño y señor. Todo se hace aquí por su mediación. Me
    alumbra, me calienta y es el alma de mis aparatos mecá-nicos. Ese agente es la electricidad.
    ¡La electricidad! exclamé bastante sorprendido.
    Sí, señor.
    Sin embargo, capitán, la extremada rapidez de movi-mientos que usted posee no
    concuerda con el poder de la electricidad. Hasta ahora la potencia dinámica de la
    electri-cidad se ha mostrado muy restringida y no ha podido pro-ducir más que muy
    pequeñas fuerzas.
    Señor profesor, mi electricidad no es la de todo el mun-do, yeso es todo cuanto puedo
    decirle.
    Bien, no insisto, aun cuando me asombre tal resultado. Una sola pregunta, sin embargo,
    que puede no contestar si la considera usted indiscreta. Pienso que los elementos que
    emplee usted para producir ese maravilloso agente deben gastarse pronto. Por ejemplo, el
    cinc ¿cómo lo reemplaza us-ted, puesto que no mantiene ninguna comunicacion con tie-rra?
    Responderé a su pregunta. Le diré que en el fondo del mar existen minas de cinc, de
    hierro, de plata y de oro, cuya explotación sería ciertamente posible. Pero yo no recurro a
    ninguno de estos metales terrestres, sino que obtengo del mar mismo los medios de
    producir mi electricidad.
    ¿Del mar?
    Sí, señor profesor, y no faltan los medios de hacerlo. Yo podría obtener la electricidad
    estableciendo un circuito en-tre hilos sumergidos a diferentes profundidades, a través de las
    diversas temperaturas de las mismas, pero prefiero em-plear un sistema más práctico.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Jul 2024, 09:53

    ***

    ¿Cuál?
    Usted conoce perfectamente la composición del agua marina. En cada mil gramos hay
    noventa y seis centésimas y media de agua, dos centésimas y dos tercios
    aproximada-mente,/de cloruro sódico, y muy pequeñas cantidades de dor-ros magnésico y
    potásico, de bromuro de magnesio, de st4fato de magnesio y de carbonato cálcico. De esa
    nota-ble cahtldad de cloruro sódico contenida por el agua mari-na extraigo yo el sodio
    necesario para componer mis ele-mentos.
    ¿El sodio?
    En efecto. Mezclado con el mercurio forma una amalga-ma que sustituye al cinc en los
    elementos Bunsen. El mercu-rio no se gasta nunca. Sólo se consume el sodio, y el mar me
    lo suministra abundantemente. Debo decirle, además, que las pilas de sodio deben ser
    consideradas como las más enér-gicas y que su fuerza electromotriz es doble que la de las
    pi-las de cinc.
    Comprendo bien, capitán, la excelencia del sodio en las condiciones en que usted se halla.
    El mar lo contiene. Bien. Pero hay que fabricarlo, extraerlo. ¿Cómo lo hace?
    Evidente-mente, sus pilas pueden servir para tal extracción, pero, si no me equivoco, el
    consumo de sodio necesitado por los aparatos eléctricos habría de superar a la cantidad
    produci-da. Ocurriría así que consumiría usted para producirlo más del que obtendría.
    Por esa razón es por la que no lo extraigo por las pilas, señor profesor. Simplemente,
    empleo el calor del carbón te-rrestre.
    -¿Terrestre?
    Digamos carbón marino, si lo prefiere respondió el ca-pitán Nemo.
    ¿Acaso puede usted explotar yacimientos submarinos de hulla?




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Jul 2024, 09:54

    ***

    Así es y habrá de verlo usted. No le pido más que un poco de paciencia, puesto que tiene
    usted tiempo para ser paciente. Recuerde sólo una cosa: que yo debo todo al océa-no. Él
    produce la electricidad, yla electricidad da al Nautilus el calor, la luz, el movimiento, en
    una palabra, la vida.
    Pero no el aire que respira...
    ¡Oh!, podría fabricar el aire que consumimos, pero sería inútil, ya que cuando quiero subo
    a la superficie del mar. Si la electricidad no me provee del aire respirable, sí acciona, al
    menos, las poderosas bombas con que lo almacenamos en depósitos especiales, lo que me
    permite prolongar por el tiempo que desee, si es necesario, mi permanencia en las ca-pas
    profundas.
    Capitán, no tengo más remedio que admirarle. Ha halla-do usted, evidentemente, lo que
    los hombres descubrirán sin duda algún día, la verdadera potencia dinámica de la
    electricidad.
    Yo no sé si la descubrirán respondió fríamente el capi-tán Nemo. Sea como fuere,
    conoce usted ya la primera apli-cación que he hecho de este precioso agente. Es él el que
    nos ilumina con una igualdad y una continuidad que no tiene la luz del sol. Mire ese reloj,
    es eléctrico y funciona con una re-gularidad que desafía a la de los mejores cronómetros.
    Lo he dividido en veinticuatro horas, como los relojes italianos, pues para mí no existe ni
    noche, ni día, ni sol ni luna, sino únicamente esta luz artificial que llevo hasta el fondo de
    los mares. Mire, en este momento son las diez de la mañana.






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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Jul 2024, 16:43

    ***


    En efecto.
    Aquí tiene otra aplicación de la electricidad, en ese cua-drante que sirve para indicar la
    velocidad del Nautilus. Un hilo eléctrico lo pone en comunicación con la hélice de la
    co-rredera, y su aguja me indica la marcha real del barco. Fíje-se, en estos momentos
    navegamos a una velocidad modera-da, a quince millas por hora.
    Es maravilloso, y veo, capitán, que ha hecho usted muy bien al emplear este agente que
    está destinado a reemplazar al viento, al agua y al vapor.
    No hemos terminado aún, señor Aronnax dijo el capi-tán Nemo, levantándose, y si
    quiere usted seguirme, visita-remos la parte posterior del Nautilus.
    En efecto, conocía ya toda la parte anterior del barco sub-marinc-,cuya división exacta, del
    centro al espolón de proa, era la siguiente el comedor, de cinco metros, separado de la
    biblioteca por un tabique estanco, es decir, impenetrable al agua; la biblioteca, de cinco
    metros; el gran salón, de diez metros, separado del camarote del capitán por un segundo
    tabique estanco; el camarote del capitán, de cinco metros; el mío, de dos metros y medio, y,
    por último, un depósito de aire de siete metros y medio, que se extendía hasta la roda. El
    conjunto daba una longitud total de treinta y cinco metros. Los tabiques estancos tenían
    unas puertas que se cerraban herméticamente por medio de obturadores de caucho, y ellas
    garantizaban la seguridad a bordo del Nautilus, en el caso de que se declarara una vía de
    agua.
    Seguí al capitán Nemo a lo largo de los corredores y llega-mos al centro del navío. Allí
    había una especie de pozo que se abría entre dos tabiques estancos. Una escala de hierro,
    fi-jada a la pared, conducía a su extremidad superior. Pregunté al capitán Nemo cuál era el
    uso de aquella escala.
    Conduce al bote -respondió.
    ¡Cómo! ¿Tiene usted un bote? pregunté asombrado.
    Así es. Una excelente embarcación, ligera e insumergi-ble, que nos sirve para pasearnos y
    para pescar.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Jul 2024, 16:45

    ***



    Pero entonces, cuando quiera embarcarse en él estará obligado a volver a la superficie del
    mar, ¿no?
    No. El bote está adherido a la parte superior del casco del Nautilus, alojado en una
    cavidad dispuesta en él para reci-birlo. Tiene puente, está absolutamente impermeabilizado
    y se halla retenido por sólidos pernos. Esta escala conduce a una abertura practicada en el
    casco del Nautilus, que comu-nica con otra similar en el costado del bote. Por esa doble
    abertura es por la que me introduzco en la embarcación. Se cierra la del Nautilus, cierro yo
    la del bote por medio de tor-nillos a presión, largo los pernos y entonces el bote sube con
    una prodigiosa rapidez a la superficie del mar. Luego abro la escotilla del puente,
    cuidadosamente cerrada hasta enton-ces, pongo el mástil, izo la vela o cojo los remos, y
    estoy listo para pasearme.
    Pero ¿cómo regresa usted a bordo?
    No soy yo el que regresa, señor Aronnax, sino el Nauti-lus.
    ¿A una orden suya?
    Así es, porque unido al Nautilus por un cable eléctrico, me basta expedir por él un
    telegrama.
    Bien dije, maravillado, nada más sencillo, en efecto.
    Tras haber pasado el hueco de la escalera que conducía a la plataforma, vi un camarote de
    unos dos metros de longi-tud en el que Conseil y Ned Land se hallaban todavía co-miendo
    con visible apetito y satisfacción. Abrimos una puerta y nos hallamos en la cocina, de unos
    tres metros de longitud, situada entre las amplias despensas de a bordo. Allí era la
    electricidad, más enérgica y más obediente que el mismo gas, la que hacía posible la
    preparación de las comi-das. Los cables que llegaban a los fogones comunicaban a las
    hornillas de platino un calor de regular distribución y man-tenimiento. La electricidad
    calentaba también unos apara-tos destiladores que por medio de la evaporación
    suminis-traban una excelente agua potable. Cerca de la cocina había un cuarto de baño muy
    bien instalado cuyos grifos proveían de agua fría o caliente a voluntad.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:38

    ***

    Tras la cocina se hallaba el dormitorio de la tripulación, en una pieza de cinco metros de
    longitud. Pero la puerta es-taba cerrada y no pude ver su interior que me habría dado una
    indicación sobre el número de hombres requerido por el Nautilus para su manejo.
    Al fondo había un cuario tabique estanco que separaba el dormitorio del cuarto de
    máquinas. Se abrió una puerta y me introduje allí, donde el capitán Nemo un ingeniero de
    primer orden, con toda seguridad había instalado sus apa-ratos de locomoción. El cuarto
    de máquinas, netamente ilu-minado, no rnedía menos de veinte metros de longitud. Es-taba
    dividido en dos partes: la primera, reservada a los elementos que producían la electricidad,
    y la segunda, a los mecanismo)-ransmitían el movimiento a la hélice.
    Nada más entrar, me sorprendió el olor sui generis que lle-naba la pieza. El capitán Nemo
    advirtió mi reacción.
    Son emanaciones de gas producidas por el empleo del sodio. Pero se trata tan sólo de un
    ligero inconveniente. Ade-más, todas las mañanas purificamos el barco ventilándolo
    completamente.
    Yo examinaba, con el interés que puede suponerse, la ma-quinaria del Nautilus.
    Como ve usted me dijo el capitán Nemo, uso elemen-tos Bunsen y no de Ruhmkorff,
    que resultarían impotentes. Los elementos Bunsen son poco numerosos, pero grandes y
    fuertes, lo que da mejores resultados según nuestra expe-riencia. La electricidad producida
    se dirige hacia atrás, don-de actúa por electroimanes de gran dimensión sobre un sis-tema
    particular de palancas y engranajes que transmiten el movimiento al árbol de la hélice. Ésta,
    con un diámetro de seis metros y un paso de siete metros y medio, puede dar hasta ciento
    veinte revoluciones por segundo.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:39

    ***


    Con lo que obtiene usted...
    -Una velocidad de cincuenta millas por hora.
    Había ahí un misterio, pero no traté de esclarecerlo. ¿Cómo podía actuar la electricidad con
    tal potencia? ¿En qué podía hallar su origen esa fuerza casi ¡limitada? ¿Acaso en su tensión
    excesiva, obtenida por bobinas de un nuevo tipo? ¿O en su transmisión, que un sistema de
    palancas des-conocido [L8] podía aumentar al infinito? Eso era lo que yo no podía
    explicarme.
    Capitán Nemo, compruebo los resultados, sin tratar de explicármelos. He visto al
    Nautilus maniobrar ante el Abra-ham Lincoln y sé a qué atenerme acerca de su velocidad.
    Pero no basta moverse. Hay que saber adónde se va. Hay que po-der dirigirse a la derecha o
    a la izquierda, hacia arriba o ha-cia abajo. ¿Cómo hace usted para alcanzar las grandes
    pro-fundidades en las que debe hallar una resistencia creciente, evaluada en centenares de
    atmósferas? ¿Cómo hace para su-bir a la superficie del océano? Y, por último, ¿cómo
    puede mantenerse en el lugar que le convenga? ¿Soy indiscreto al formularle
    taléslweguntas?
    En modo alguno, señor profesor me respondió el capi-tán, tras una ligera vacilación,
    ya que nunca saldrá usted de este barco submarino. Venga usted al salón, que es nuestro
    verdadero gabinete de trabajo, y allí sabrá todo lo que debe conocer sobre el Nautilus.




    13. Algunas cifras



    Un instante después, nos hallábamos sentados en un diván del salón, con un cigarro en la
    boca. El capitán me mos-traba un dibujo con el plano, la sección y el alzado del Nauti-lus.
    Comenzó su descripción en estos términos:
    He aquí, señor Aronnax, las diferentes dimensiones del barco en que se halla. Como ve,
    es un cilindro muy alargado, de extremos cónicos. Tiene, pues, la forma de un cigarro, la
    misma que ha sido ya adoptada en Londres en varias cons-trucciones del mismo género. La
    longitud de este cilindro, de extremo a extremo, es de setenta metros, y su bao, en su mayor
    anchura, es de ocho metros. No está construido, pues, con las mismas proporciones que los
    más rápidos va-pores, pero sus líneas son suficientemente largas y su forma





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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:40

    ***


    He aquí, señor Aronnax, las diferentes dimensiones del barco en que se halla. Como ve,
    es un cilindro muy alargado, de extremos cónicos. Tiene, pues, la forma de un cigarro, la
    misma que ha sido ya adoptada en Londres en varias cons-trucciones del mismo género. La
    longitud de este cilindro, de extremo a extremo, es de setenta metros, y su bao, en su mayor
    anchura, es de ocho metros. No está construido, pues, con las mismas proporciones que los
    más rápidos va-pores, pero sus líneas son suficientemente largas y su forma
    suficientemente prolongada para que el agua desplazada sal-ga fácilmente y no oponga
    ningún obstáculo a su marcha. Estas dos dimensiones le permitirán obtener por un simple
    cálculo la superficie y el volumen del Nautilus. Su superficie comprende mil cien metros
    cuadrados cuarenta y cinco cen-tésimas: su volumen, mil quinientos metros cúbicos y dos
    décimas, lo que equivale a decir que en total inmersión des-plaza o pesa mil quinientos
    metros cúbicos o toneladas.
    »Al realizar los planos de este barco, destinado a una na-vegación submarina, lo hice con la
    intención de que en equi-librio en el agua permaneciera sumergido en sus nueve décimas
    partes. Por ello, en tales condiciones no debía des-plazar más que las nueve décimas partes
    de su volumen, o sea, mil trescientos cincuenta y seis metros y cuarenta y ocho centímetros,
    o, lo que es lo mismo, que no pesara más que igual número de toneladas. Esto me obligó a
    no superar ese peso al construirlo según las citadas dimensiones.
    »El Nautilus se compone de dos cascos, uno interno y otro externo, reunidos entre sí por
    hierros en forma de T, que le dan una extrema rigidez. En efecto, gracias a esta disposi-ción
    celular resiste como un bloque, como si fuera macizo. Sus juntas no pueden ceder, se
    adhieren por sí mismas y no por sus remaches, y la homogeneidad de su construcción,
    debida al perfecto montaje de sus materiales, le permite de-safiar los mares n-ás violentos.

    »Estos dos casos están fabricados con planchas de acero, cuya densidad con relación al
    agua es de siete a ocho déci-mas. El primero no tiene menos de cinco centímetros de
    es-pesor y pesa trescientas noventa y cuatro toneladas y noven-ta y seis centésimas. El
    segundo, con la quilla que con sus cincuenta centímetros de altura y veinticinco de ancho
    pesa por sí sola sesenta y dos toneladas, la maquinaria, el lastre, los diversos accesorios e
    instalaciones, los tabiques y los vi-rotillos interiores, tiene un peso de novecientas sesenta y
    una toneladas con sesenta y dos centésimas, que, añadidas a las trescientas noventa y cuatro
    toneladas con noventa y seis centésimas del primero, forman el total exigido de mil
    tres-cientas cincuenta y seis toneladas con cuarenta y ocho cen-tésimas. ¿Ha comprendido?
    Comprendido.







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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:41

    ***

    Así puesprosiguió el capitán, cuando el Nautilus se halla a flote en estas condiciones,
    una décima parte del mis-mo se halla fuera del agua. Ahora bien, si se instalan unos
    depósitos de una capacidad igual a esa décima parte, es de-cir, con un contenido de ciento
    cincuenta toneladas con se-tenta y dos centésimas, y se les llena de agua, el barco pesará o
    desplazará entonces mil quinientas siete toneladas y se ha-llará en inmersión completa. Y
    esto es lo que ocurre, señor profesor. Estos depósitos están instalados en la parte infe-rior
    del Nautílus, y al abrir las llaves se llenan y el barco que-da a flor de agua.
    Bien, capitán, pero aquí llegamos a la verdadera dificul-tad. Que su barco pueda quedarse
    a flor de agua, lo com-prendo. Pero, más abajo, al sumergirse más, ¿no se encuen-tra su
    aparato submarino con una presión que le comunique un impulso de abajo arriba, evaluada
    en una atmósfera por treinta pies de agua, o sea, cerca de un kilogramo por centí-metro
    cuadrado?
    Así es, en efecto.
    Luego, a menos que no llene por completo el Nautilus, no veo cómo puede conseguir
    llevarlo a las profundidades.
    Señor profesor, respondió el capitán Nemo, no hay que confundir la estática con la
    dinámica, si no quiere uno expo-nerse a errores graves. Cuesta muy poco alcanzar las bajas
    regiones del océano, pues los cuerpos tienen tendencia a la profundidad. Siga usted mi
    razonamiento.
    Le escucho, capitán.
    -Cuando me planteé el problema de determinar el au-mento de peso que había que dar al
    Nautilus para sumergir-lo, no tuve que preocuparme más que de la reducción de vo-lumen
    que sufre el agua del mar a medida que sus capas van haciéndose más profundas.
    Es evidente.
    Ahora bien, si es cierto que el agua no es absolutamente incompresible, no lo es menos
    que es muy poco compresi-ble. En efecto, según los cálculos más recientes, esta
    compre-sión no es más que de cuatrocientas treinta y seis diezmillo-nésimas por atmósfera,
    o lo que es lo mismo, por cada treinta pies de profundidad. Si quiero descender a mil
    me-tros, tendré que tener en cuenta la reducción del volumen bajo una presión equivalente
    a la de una columna de agua de mil metros, es decir, bajo una presión de cien atmósferas.
    Dicha reducción será en ese caso de cuatrocientas treinta y seis cienmilésimas.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:42

    ***

    Consecuentemente, deberé aumentar el peso hasta mil quinientas trece toneladas y setenta y
    siete centésimas, en lugar de mil quinientas siete toneladas y dos décimas. El aumento no
    será, pues, más que de seis tonela-das y cincuenta y siete centésimas.
    ¿Tan sólo?
    Tan sólo, señor Aronnax, y el cálculo es fácilmente veri-ficable. Ahora bien, dispongo de
    depósitos suplementarios capaces de embarcar cien toneladas. Puedo así descender a
    profundidades considerables. Cuando quiero subir y aflorar a la superficie, me basta
    expulsar ese agua, y vaciar entera-mente todos los depósitos si deseo que el Nautilus emerja
    en su décima parte sobre la superficie del agua.
    A tales razonamientos apoyados en cifras nada podía yo objetar.
    Admito sus cálculos, capitán respondí, y mostraría mala fe en discutilos, puesto que
    la experiencia le da razón cada día, pero me temo que ahora nos hallamos en presen-cia de
    una dificultad real.
    ¿Cuál?
    Cuando se halle usted a mil metros de profundidad, las paredes del Nautilus deberán
    soportar una presión de cien atmósferas. Si en ese momento decide usted vaciar sus
    de-pósitos suplementarios para aligerar su barco y remontar a la superficie, las bombas
    tendrán que vencer esa presión de cien atmósferas o, lo que es lo mismo, de cien
    kilogramos por centímetro cuadrado. Pues bien, eso exige una po-tencia.
    Que sólo la electricidad podía darme se apresuró a de-cir el capitán Nemo. Le repito
    que el poder dinámico de mi maquinaria es casi infinito. Las bombas del Nautilus tienen
    una fuerza prodigiosa, lo que pudo usted comprobar cuan-do vio sus columnas de agua
    precipitarse como un torrente sobre el Abraham Líncoln. Por otra parte, no me sirvo de los
    depósitos suplementarios más que para alcanzar profundi-dades medias de mil quinientos a
    dos mil metros, con el fin de proteger mis aparatos. Pero cuando tengo el capricho de visitar
    las profundidades del océano, a dos o tres leguas por debajo de su superficie, empleo
    maniobras más largas, pero no menos infalibles.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:43

    ***

    ¿Cuáles, capitán?
    Esto me obliga naturalmente a revelarle cómo se maneja el Nautilus.
    Estoy impaciente por saberlo.
    Para gobernar este barco a estribor o a babor, para mo-verlo, en una palabra, en un plano
    horizontal, me sirvo de un timón ordinario de ancha pala, fijado a la trasera del co-daste,
    que es accionado por una rueda y un sistema de po-leas. Pero puedo también mover al
    Nautilus de abajo arriba y de arriba abajo, es decir, en un plano vertical, por medio de dos
    planos inclinados unidos a sus flancos sobre su centro de flotación. Se trata de unos planos
    móviles capaces de adoptar todas las posiciones y que son maniobrados desde el interior
    por medio de poderosas palancas. Si estos planos se mantienen paralelos al barco, éste se
    mueve horizontal-mente. Si están inclinados, el Nautilus, impulsado por su hé-lice, sube o
    baja, según la disposición de la inclinación, si-guiendo la diagonal que me interese. Si
    deseo, además, regresar más rápidamente a la superficie, no tengo más que embragar la
    hélice para que la presión del agua haga subir verticalmente al Nautilus como un globo
    henchido de hi-drógeno se eleva rápidamente en el aire.
    ¡Magnífico, capitán! Pero ¿cómo puede el timonel seguir el rumbo que le fija usted en
    medio del agua?
    El timonel está alojado en una cabina de vidrio con cristales lenticulares, que sobresale de
    la parte superior del cas-co del Nautilus.
    -¿Cristales? ¿Y cómo pueden resistir a tales presiones ?
    Perfectamente. El cristal, por frágil que sea a los cho-ques, ofrece, sin embargo, una
    resistencia considerable. En experiencias de pesca con luz eléctrica hechas en 1864 en los
    mares del Norte, se ha visto cómo placas de vidrio de un es-pesor de siete milímetros
    únicamente, resistían a una pre-sión de dieciséis atmósferas, mientras dejaban pasar
    poten-tes radiaciones caloríficas que le repartían desigualmente el calor. Pues bien, los
    cristales de que yo me sirvo tienen un espesor no inferior en su centro a veintiún
    centímetros, es decir, treinta veces más que el de aquellos.
    Bien, debo admitirlo, capitán Nemo; pero, en fin, para ver es necesario que la luz horade
    las tinieblas, y yo me pre-gunto cómo en medio de la oscuridad de las aguas...







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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:44

    ***
    ¡Magnífico, capitán! Ahora me explico esa fosforescen-cia del supuesto narval que tanto
    ha intrigado a los sabios. Y a propósito,,,desearía saber si el abordaje del Scotia por el
    Nautilus, que tanto dio que hablar, fue o no el resultado de un choque fortuito.
    Absolutamente fortuito. Yo navegaba a dos metros de profundidad cuando se produjo el
    choque, que, como pude ver, no tuvo graves consecuencias.
    En efecto. Pero ¿y su encuentro con el Abraham Lincoln?
    Señor profesor, lo siento por uno de los mejores navíos de la valiente marina americana,
    pero fui atacado y hube de defenderme. Sin embargo, me limité a poner a la fragata fue-ra
    de combate. No le será difícil reparar sus averías en el puerto más cercano.
    ¡Ah!, comandante exclamé con convicción, su Nauti-lus es verdaderamente
    maravilloso.
    Sí, señor profesor respondió con auténtica emoción el capitán Nemo, y para mí es
    como un órgano de mi propio cuerpo. El hombre está sometido a todos los peligros que
    so-bre él se ciernen a bordo de cualquiera de vuestros barcos confiados a los azares de los
    océanos, en cuya superficie se tie-ne como primera impresión el sentimiento del abismo,
    como ha dicho tan justamente el holandés jansen, pero por debajo de su superficie y a
    bordo del Nautilus el hombre no tiene nin-gún motivo de inquietud. No es de temer en él
    deformación alguna, pues el doble casco de este barco tiene la rigidez del hierro; no tiene
    aparejos que puedan fatigar los movimientos de balanceo y cabeceo aquí inexistentes; ni
    velas que pueda llevarse el viento; ni calderas que puedan estallar por la pre-sión del vapor;
    ni riesgos de incendio, puesto que todo está hecho con planchas de acero; ni carbón que
    pueda agotarse, puesto que la electricidad es su agente motor; ni posibles en-cuentros,
    puesto que es el único que navega por las aguas pro-fundas; ni tempestades a desafiar, ya
    que a algunos metros por debajo de la superficie reina la más absoluta tranquilidad. Sí, éste
    es el navío por excelencia. Y si es cierto que el ingenie-ro tiene más confianza en el barco
    que el constructor, y éste más que el propio capitán, comprenderá usted la confianza con
    que yo me abandono a mi Nautilus, puesto que soy a la vez su capitán, su constructor y su
    ingeniero.
    Transfigurado por el ardor de su mirada y la pasión de sus gestos, el capitán Nemo había
    dicho esto con una elocuencia irresistible. Sí, amaba a su barco como un padre ama a su
    hijo. Pero esto planteaba una cuestión, indiscreta tal vez, pero que no pude resistirme a
    formulársela.
    ¿Es, pues, ingeniero, capitán Nemo?
    Sí, señor profesor. Hice mis estudios en Londres, París y Nueva York, en el tiempo en
    que yo era un habitante de los continentes terrestres



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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:44

    ***

    Pero ¿cómo pudo construir en secreto este admirable Nautilus?
    Cada una de sus piezas, señor Aronnax, me ha llegado de un punto diferente del Globo
    con diversos nombres por destinatario. Su quilla fue forjada en Le Creusot; su árbol de
    hélice, en Pen y Cía., de Londres; las planchas de su casco, en Leard, de Liverpool; su
    hélice, en Scott, de Glasgow. Sus de-pósitos fueron fabricados por Cail y Cía., de París; su
    maqui-naria, por Krupp, en Prusia; su espolón, por los talleres de Motala, en Suecia; sus
    instrumentos de precisión, por Hart Hermanos, en Nueva York, etc., y cada uno de estos
    provee-dores recibió mis planos bajo nombres diversos.
    Pero estas piezas separadas hubo que montarlas y ajus-tarlas dije.
    Para ello, señor profesor, había establecido yo mis talleres en un islote desierto, en pleno
    océano. Allí, mis obreros, es decir, mis bravos compañeros, a los que he instruido y
    forma-do, y yo, acabamos nuestro Nautilus. Luego, una vez termina-da la operación, el
    fuego destruyó toda huella de nuestro paso por el islote, al que habría hecho saltar de poder
    hacerlo.
    -Así construido, parece lógico estimar que el precio de costo de este buque ha debido ser
    cuantiosísimo.
    Señor Aronnax, un buque de hierro cuesta mil ciento veinticinco francos por tonelada.
    Pues bien, el Nautilus des-plaza mil quinientas. Su costo se ha elevado, pues, a un mi-llón
    seiscientos ochenta y siete mil quinientos francos; a dos millones con su mobiliario y a
    cuatro o cinco millones con las obras de arte y las colecciones que contiene.
    Una última pregunta, capitán Nemo.
    Diga usted.
    Es usted riquísimo, ¿no?
    Inmensamente, señor profesor. Yo podría pagar sin difi-cultad los diez mil millones de
    francos a que asciende la deu-da de Francia.
    Miré con fijeza al extraño personaje que así me hablaba. ¿Abusaba acaso de mi credulidad?
    El futuro habría de decír-melo




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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 7 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:45

    ***

    14. El río Negro

    En tres millones ochocientos treinta y dos mil quinientos cincuenta y ocho miriámetros
    cuadrados, o sea, más de treinta y ocho millones de hectáreas, está evaluada la por-ción del
    globo terrestre ocupada por las aguas[L9] . Esta masa líquida de dos mil doscientos
    cincuenta millones de millas cúbicas formaría una esfera de un diámetro de sesenta le-guas,
    cuyo peso sería de tres quintillones de toneladas. Para poder hacerse una idea de lo que esta
    cantidad representa ha de tenerse en cuenta que un quintifión es a mil millones lo que éstos
    a la unidad, es decir, que hay tantas veces mil mifiones en un quintillón como unidades hay
    en mil millo-nes. Y toda esta masa líquida es casi equivalente a la que ver-terían todos los
    ríos de la Tierra durante cuarenta mil años.
    Durante las épocas geológicas, al período del fuego suce-dió el período del agua. El océano
    fue universal al principio. Luego, poco a poco, en los tiempos silúricos, fueron
    apare-ciendo las cimas de las montañas, emergieron islas que desaparecieron bajo diluvios
    parciales y reaparecieron nueva-mente, se soldaron entre sí, formaron continentes y,
    final-mente, se fijaron geográficamente tal como hoy los vemos. Lo sólido había
    conquistado a lo líquido treinta y siete millo-nes seiscientas cincuenta y siete millas
    cuadradas, o sea, doce mil novecientos dieciséis millones de hectáreas.
    La configuración de los continentes permite dividir las aguas en cinco grandes partes: el
    océano Glacial Ártico, el océano Glacial Antártico, el océano fndico, el océano Atlán-tico y
    el océano Pacífico.
    El océano Pacífico se sitúa del norte al sur entre los dos círculos polares, y del oeste al este
    entre Asia y América, so-bre una extensión de ciento cuarenta y cinco grados en lon-gitud.
    Es el más tranquilo de los mares; sus corrientes son anchas Y lentas; sus mareas,
    mediocres; sus lluvias, abun-dantes. Tal era el océano al que mi destino me habí amado a
    recorrer en las más extrañas condiciones.
    Señor profesor me dijo el capitán Nemo, si desea acompañarme voy a fijar
    exactamente nuestra posición y el punto de partida de este viaje. Son las doce menos
    cuarto. Vamos a subir a la superfici




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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:46

    ***

    El capitán Nemo pulsó tres veces un timbre eléctrico. Las bombas comenzaron a expulsar
    el agua de los depósitos. La aguja del manómetro iba marcando las diferentes presiones con
    que se acusaba el movimiento ascensional del Nautilus, hasta que se detuvo.
    Hemos llegado dijo el capitán.
    Me dirigí a la escalera central que conducía a la platafor-ma. Subí por los peldaños de metal
    y, a través de la escotilla abierta, llegué a la superficie del Nautilus.
    La plataforma emergía únicamente unos ochenta centí-metros. La proa y la popa del
    Nautilus remataban su disposi-ción fusiforme que le daba el aspecto de un largo cigarro.
    Observé que sus planchas de acero, ligeramente imbricadas, se parecían a las escamas que
    revisten el cuerpo de los grandes reptiles terrestres. Así podía explicarse que aun con los
    mejores anteojos este barco hubiese sido siempre tomado por un animal marino.
    Hacia la mitad de la plataforma, el bote, semiencajado en el casco del navío, formaba una
    ligera intumescencia. A proa y a popa se elevaban, a escasa altura, dos cabinas de paredes
    inclinadas y parcialmente cerradas por espesos vidrios len-ticulares: la primera, destinada al
    timonel que dirigía el Nautilus, y la otra, a alojar el potente fanal eléctrico que ilu-minaba
    su rumbo.
    Tranquilo estaba el mar y puro el cielo. El largo vehículo apenas acusaba las ondulaciones
    del océano. Una ligera brisa del Este arrugaba la superficie del agua. El horizonte, limpio
    de brumas, facilitaba las observaciones. Pero no había nada a la vista. Ni un escollo, ni un
    islote. Ni el me-nor vestigio del Abraham Lincoln. Sólo la inmensidad del océano.
    Provisto de su sextante, el capitán Nemo tomó la altura del sol para establecer la latitud.
    Debió esperar algunos mi-nutos a que se produjera la culminación del astro en el
    hori-zonte. Mientras así procedía a sus observaciones ni el menor movimiento alteró sus
    músculos. El instrumento no habría estado más inmóvil en una mano de mármol.
    Mediodía dijo. Señor profesor, cuando usted quiera.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Jul 2024, 08:47

    ***
    Dirigí una última mirada al mar, un poco amarillento por la proximidad de las tierras
    japonesas, y descendí al gran sa-lón. Allí, el capitán hizo el punto y calculó
    cronométrica-mente su longitud, que controló con sus precedentes obser-vaciones de los
    ángulos horarios. Luego me dijo:
    Señor Aronnax, nos hallamos a 1370 15' de longitud Oeste.
    ¿De qué meridiano? pregunté vivamente, con la espe-ranza de que su respuesta me
    diera la clave de su nacionalidad.
    Tengo diversos cronómetros ajustados a los meridianos de Greenwich, de París y de
    Washington. Pero, en su honor, me serviré del de París.
    Su respuesta no me revelaba nada. El comandante prosi-guió:
    Treinta y siete grados y quince minutos de longitud al oeste del meridiano de París, y
    treinta grados y siete minu-tos de latitud Norte, es decir, a unas trescientas millas de las
    costas del Japón. Hoy es 8 de noviembre, a mediodía, y aquí y ahora comienza nuestro
    viaje de exploración bajo las aguas.
    Que Dios nos guarde respondí.
    Y ahora, señor profesor, le dejo con sus estudios. He dado la orden de seguir rumbo al
    Nordeste, a cincuenta me-tros de profundidad. Aquí tiene usted mapas en los que po-drá
    seguir nuestra derrota. Este salón está a su disposición. Y ahora, con su permiso, voy a
    retirarme.
    El capitán Nemo se despidió y me dejó solo, absorto en mis pensamientos, que se centraban
    exclusivamente en el comandante del Nautilus. ¿Llegaría a saber alguna vez a qué nación
    pertenecía aquel hombre extraño que se jactaba de no pertenecer a ninguna? ¿Quién o qué
    había podido provo-car ese odio que profesaba a la humanidad, ese odio que buscaba tal
    vez terribles venganzas? ¿Era uno de esos sabios desconocidos, uno de esos genios
    «víctimas del desprecio y de la humillación», según la expresión de Conseil, un Gali-leo
    moderno, o bien uno de esos hombres de ciencia como el americano Maury cuya carrera ha
    sido rota por revolucio-nes políticas? No podía yo decirlo. El azar me había llevado a bordo
    de su barco, y puesto mi vida entre sus manos. Me ha-bía acogido fría pero
    hospitalariamente. Pero aún no había estrechado la mano que yo le tendía ni me había
    ofrecido la suya.



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