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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 06 Sep 2022, 02:45

    —¡Abenámar, Abenámar,
    moro de la morería,
    el día que tú naciste
    grandes señales había!
    Estaba la mar en calma,
    la luna estaba crecida:
    moro que en tal signo nace,
    no debe decir mentira.—
    Allí respondiera el moro,
    bien oiréis lo que decía:




    ¿Y ESTE ANÓNIMO? ¡QUÉ MARAVILLA!


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 06 Sep 2022, 02:49

    —Vuestra fue la culpa, amigo,
    vuestra fue, que mía no;
    enviátesme una carta
    con un vuestro servidor,
    y en lugar de recaudar
    él dijera otra razón:
    que érades casado, amigo,
    allá en tierras de León;
    que tenéis mujer hermosa
    y hijos como una flor.


    Lo siento, pero debo quedarme aquí. No corras, por favor. Besos


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:23

    Vale; te hago caso y voy a ir a mi paso normal, es decir, con la lentitud que me caracteriza, jeje.
    Gracias, Pascual, por empujar a la buena poesía, desde aquí, desde allí, desde todos lados.
    Buen día y seguimos pues.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:27

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Gil Polo


    Gil Polo, Gaspar (ca. 1540-ca. 1585).

    Escritor valenciano que perteneció a una de las familias más importantes de su ciudad natal. Estudió Leyes y comenzó como notario en Valencia. Pronto pasó a ocupar cargos municipales hasta que en 1581 Felipe II lo nombró Comisario del Principado de Cataluña, cargo que ejerció hasta su muerte. Se hizo famoso en un corto espacio de tiempo por su probidad. Además de algunos poemas sueltos, la obra de Gil Polo se reduce a la Diana enamorada, publicada en 1564, que es una magnífica continuación de la Diana de Montemayor, estimada tanto por sus contemporáneos como por la crítica moderna. Junto con ésta, la Diana de Gil Polo se sitúa a la cabeza de los libros de pastores españoles. En ella aparecen personajes de la obra de Montemayor, que posiblemente trató a Gil Polo durante los años que el primero pasó en Valencia. Aspectos interesantes de esta segunda Diana son la fusión del mundo pastoril con el ciudadano y la vinculación de la temática pastoril con el mundo de los libros de aventuras peregrinas, remedio frecuente para un género como el pastoril que, de forma parecida a como sucedía con el sentimental, carecía en buena medida de acción. En el presente caso, Gil Polo acercó el escenario, e incluso los personajes, a su mundo cotidiano, incluido el palacio de la sabia Felicia, donde concluye la peregrinación emprendida por los personajes para solucionar sus cuitas amorosas. Asimismo, se servirá el autor del frecuente empleo de ríos con facultades proféticas. En este caso será el Turia el que pronuncie todo un catálogo de poetas valencianos.

    Ideológicamente, la obra de Gil Polo se sitúa dentro de la línea de defensa de la mujer, tan propia del Renacimiento y, especialmente, del también valenciano Luis Vives, y de rechazo de pasiones como los celos. En el aspecto formal, la Diana de Gil Polo se caracteriza por una prosa cuidada y rítmica, que alterna con numerosas composiciones poéticas tanto en metros italianos y tradicionales como en estrofas provenzales y francesas, con lo que Gil Polo añade a la vinculación italiana del Renacimiento español una referencia al viejo mundo de los poetas provenzales que tanto arraigo tuvo en todo el Levante español. La obra fue traducida al francés, al inglés, al italiano y al holandés, así como al latín. Entre los juicios emitidos sobre ella, destaca el de Cervantes, quien en el escrutinio de Don Quijote la alaba y manda conservar.

    Bibliografía

    GIL POLO, Gaspar: Diana enamorada. Madrid, Edit. F. López Estrada, 1987.

    Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]



    25- Canción



    En el campo venturoso,
    Donde con clara corriente
    Guadalavïar hermoso
    Dejando el suelo abundoso
    Da tributo al mar potente;

    Galatea, desdeñosa
    Del dolor que a Licio daña,
    Iba alegre y bulliciosa
    Por la ribera arenosa
    Que el mar con sus ondas baña,

    Entre la arena cogiendo
    Conchas y piedras pintadas,
    Muchos cantares diciendo
    Con el son del ronco estruendo
    De las ondas alteradas.

    Junto al agua se ponía,
    Y las ondas aguardaba,
    Y en verlas llegar huía;
    Pero a veces no podía
    Y el blanco pie se mojaba.

    Licio, al cual en sufrimiento
    Amador ninguno iguala,
    Suspendió allí su tormento
    Mientras miraba el contento
    De su pulida zagala.

    Mas cotejando su mal
    Con el gozo que ella había
    El fatigado zagal
    Con voz amarga y mortal
    De esta manera decía:

    —Ninfa hermosa, no te vea
    Jugar con el mar horrendo;
    Y aunque más placer te sea,
    Huye del mar, Galatea,
    Como estás de Licio huyendo.

    Deja ahora de jugar,
    Que me es dolor importuno:
    No me hagas más penar,
    Que en verte cerca del mar
    Tengo celos de Neptuno.

    Causa mi triste cuidado
    Que a mi pensamiento crea:
    Porque ya está averiguado
    Que si no es tu enamorado
    Lo será cuando te vea.

    Y está cierto, porque amor
    Sabe desde que me hirió,
    Que para pena mayor
    Me falta un competidor
    Más poderoso que yo.

    Deja la seca ribera,
    Do está el alga infructuosa:
    Guarda que no salga afuera
    Alguna marina fiera
    Enroscada y escamosa.

    Huye ya, y mira que siento
    Por ti dolores sobrados;
    Porque con doble tormento
    Celos me da tu contento
    Y tu peligro cuidados.

    En verte regocijada
    Celos me hacen acordar
    De Europa, ninfa preciada,
    Del toro blanco engañada
    En la ribera del mar.

    Y el ordinario cuidado
    Hace que piense contino
    De aquel desdeñoso alnado,
    Orilla el mar arrastrado,
    Visto aquel monstruo marino.

    Mas no veo en ti temor
    De congoja y pena tanta;
    Que bien sé por mi dolor
    Que a quien no teme al amor
    Ningún peligro le espanta.

    Guarte pues de un gran cuidado:
    Que el vengativo Cupido
    Viéndose menospreciado,
    Lo que no hace de grado,
    Suele hacerlo de ofendido.

    Ven conmigo al bosque ameno,
    Y al apacible sombrío
    De olorosas flores lleno,
    Do en el día más sereno
    No es enojoso el Estío.

    Si el agua te es placentera,
    Hay allí fuente tan bella,
    Que para ser la primera
    Entre todas, sólo espera
    Que tú te laves en ella.

    En aqueste raso suelo
    A guardar tu hermosa cara
    No basta sombrero o velo;
    Que estando al abierto cielo
    El sol morena te para.

    No escuchas dulces concentos,
    Sino el espantoso estruendo
    Con que los bravosos vientos
    Con soberbios movimientos
    Van las aguas revolviendo.

    Y tras la fortuna fiera
    Son las vistas más süaves
    Ver llegar a la ribera
    La destrozada madera
    De las anegadas naves.

    Ven a la dulce floresta,
    Do natura no fue escasa:
    Donde haciendo alegre fiesta
    La más calorosa siesta
    Con más deleite se pasa.

    Huye los soberbios mares;
    Ven, verás cómo cantamos
    Tan deleitosos cantares
    Que los más duros pesares
    Suspendemos y engañamos;

    Y aunque quien pasa dolores,
    Amor le fuerza a cantarlos,
    Yo haré que los pastores
    No digan cantos de amores,
    Porque huelgues de escucharlos.

    Allí, por bosques y prados,
    Podrás leer todas horas,
    En mil robles señalados
    Los nombres más celebrados
    De las ninfas y pastoras.

    Mas seráte cosa triste
    Ver tu nombre allí pintado,
    En saber que escrita fuiste
    Por el que siempre tuviste
    De tu memoria borrado.

    Y aunque mucho estés airada,
    No creo yo que te asombre
    Tanto el verte allí pintada,
    Como el ver que eres amada
    Del que allí escribió tu nombre.

    No ser querida y amar
    Fuera triste desplacer;
    Mas ¿qué tormento o pesar
    Te puede, Ninfa, causar
    Ser querida y no querer?

    Mas desprecia cuanto quieras
    A tu pastor, Galatea;
    Sólo que en estas riberas
    Cerca de las ondas fieras
    Con mis ojos no te vea.

    ¿Qué pasatiempo mejor
    Orilla el mar puede hallarse
    Que escuchar el ruiseñor,
    Coger la olorosa flor
    Y en clara fuente lavarse?

    Plugiera a Dios que gozaras
    De nuestro campo y ribera,
    Y porque más lo preciaras,
    Ojalá tú lo probaras,
    Antes que yo lo dijera.

    Porque cuanto alabo aquí
    De su crédito lo quito;
    Pues el contentarme a mí
    Bastará para que a ti
    No te venga en apetito.—

    Licio mucho más le hablara,
    Y tenía más que hablalle,
    Si ella no se lo estorbara,
    Que con desdeñosa cara
    Al triste dice que calle.

    Volvió a sus juegos la fiera
    Y a sus llantos el pastor,
    Y de la misma manera
    Ella queda en la ribera,
    Y él en su mismo dolor.



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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:30

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Fernando de Herrera

    Biografía

    Sevilla, 1534 - id., 1597) Poeta, historiador y crítico español, llamado el Divino por sus coetáneos. Principal representante de la escuela poética sevillana del siglo XVI, su obra representa la transición desde el clasicismo renacentista de Garcilaso hacia la complejidad estilística barroca de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo.

    Pese a nacer en una familia humilde (según parece su padre era vendedor de candelas), recibió, gracias a su temprana amistad con quien fue su mentor, el humanista Juan de Mal Lara, una refinada educación en diversas escuelas de Sevilla, en las cuales aprendió varias lenguas contemporáneas y clásicas y acumuló un notable conocimiento humanístico. En su juventud cursó estudios eclesiásticos y, aunque nunca fue ordenado sacerdote, recibió las órdenes menores y fue beneficiado por la parroquia de San Andrés. Con esta modesta contribución económica pudo dedicarse durante toda su vida al estudio y a sus ocupaciones eruditas.

    De costumbres austeras, casi ascéticas, pocos episodios pueden destacarse de su biografía, excepción hecha de su pasión secreta por la condesa de Gelves, doña Leonor de Millán, quien inspiró toda su poesía amorosa hasta el punto de que, después de la muerte de la condesa, Herrera no volvió a abordar esta temática. Su estilo, marcadamente erudito, cuidado y formal, abundante en metáforas, representa la plena incorporación a la lírica española de elementos italianizantes, especialmente de Petrarca, y de las propuestas anteriores de Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, aunque también se detectan influencias de Ausiàs March. Reticente a difundir sus propios versos, sólo publicó en vida una pequeña parte en Algunas obras de Fernando de Herrera (1582). Destacó asimismo por sus poemas de trasfondo histórico y patriótico.

    Una vida austera

    Los datos que se poseen de la vida de Fernando de Herrera han sido extraídos mayoritariamente de las noticias que proporciona el Libro de verdaderos retratos del pintor Francisco Pacheco (1599), con quien el poeta mantuvo frecuentes contactos en la ciudad andaluza. Por él se sabe que creció en una familia hidalga honrada y modesta que le procuró una esmerada educación humanística en colegios particulares.
    Durante su juventud cursó estudios religiosos y recibió órdenes menores, gracias a las cuales obtuvo un beneficio eclesiástico en la parroquia sevillana de San Andrés. Se dedicó al cultivo de las letras y sus vínculos sociales se redujeron a un selecto grupo de humanistas sevillanos, entre los que destacan Juan de Mal Lara, Francisco de Medina, el poeta y pintor Pablo de Céspedes, Francisco Pacheco y los poetas Juan de la Cueva, Luis Barahona de Soto y Cristóbal de Mesa, entre otros. Esta absoluta dedicación intelectual hizo de Herrera un ejemplo de la autoexigencia y del afán de sabiduría propios del humanismo de la época, todo lo cual le valió el sobrenombre de El Divino.

    Su vida careció, por lo tanto, de grandes peripecias vitales, aunque se le conoce una excepción: la pasión intensa que sintió por Leonor de Milán, condesa de Gelves, quien a partir de 1559 fijó su residencia en Sevilla y se convirtió en la amada poética y en la musa inspiradora. El alcance de estos amores ha sido piedra de toque de la crítica herreriana, que suele, por lo general, confirmar la sublimación de aquel sentimiento. Probablemente, si bien fue real un contacto entre ambos personajes que pudo derivar hacia una dimensión sentimental, la práctica estilística de aquella relación responde a las fórmulas de la tradición poética del petrarquismo, en la que se inscribe la producción de Herrera.

    Sus primeros ensayos literarios se desarrollaron dentro de la épica renacentista; parece ser que proyectó un conjunto de poemas épicos (y también algunas obras en prosa) en los que trabajó minuciosamente y que lamentablemente se han perdido. El interés de su producción en prosa se centra especialmente en sus anotaciones a la poesía de Garcilaso de la Vega, publicadas con el título Obras de Garci-Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera (1580), porque, además de ser un comentario a un clásico de la literatura, ofrece una exposición del punto de vista de Herrera sobre la poesía y la dicción poética.
    El hecho de que no hiciese referencia alguna a una edición semejante que tres años antes realizó Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, se debió más que nada a su intención de paliar las comparaciones con aquél y no tanto a lo que sus supuestos detractores catalogaron de omisión intencionada. El ataque directo que recibió por parte de Juan Fernández de Velasco, a quien contestó con un opúsculo muy significativo (Al muy Reverendo Padre Jacopín, Secretario de las Musas), supuso el inicio evidente de la pugna que, entre los seguidores de la escuela castellana (defensores de un “clasicismo” tradicional) y los componentes de la escuela sevillana (más acordes con el talante manierista) tuvo lugar por entonces, precedente del enfrentamiento teórico que luego se desarrollaría entre culteranos y conceptistas.

    Lo cierto es que, mientras el Brocense se limitó a señalar con detalle las fuentes y modelos seguidos por Garcilaso, Herrera examinó su obra con los criterios de la exégesis clásica humanística, intentando dignificar la lengua castellana y proponiendo también un tratado de preceptiva literaria que resumía su teoría estética, basada en la claridad formal y el estilo cuidado, y atendiendo a la vez a la historia de los géneros poéticos, las formas métricas y sus manifestaciones en los escritores italianos y españoles.

    La poesía de Fernando de Herrera

    Inserto en la trayectoria del italianismo iniciada por Boscán y Garcilaso, introductores de los modelos estróficos renacentistas en la poesía española del siglo XVI, Fernando de Herrera aparece como un continuador y un amplificador de sus tendencias poéticas. La plena asimilación del espíritu y de la forma renacentistas lograda por Garcilaso se convierte en Herrera en una consagración exclusiva a su actividad poética y a su vocación intelectual.

    Orgulloso, retraído y severo, dueño de una exquisita cultura humanística y de un profundo conocimiento de la poesía italiana de su época, Herrera es el arquetipo del poeta del segundo Renacimiento, cuya actitud minoritaria y aristocrática prepara el advenimiento de las formas prebarrocas de la escuela de Antequera, antecedente directo del hermetismo de Góngora. Su criterio innovador, desde el punto de vista lingüístico, patente en la creciente introducción de cultismos; su irreprimible énfasis retórico unido a la más pura inspiración, su denodado culto del arte, basado en el esfuerzo de refrenar el sentimiento dentro de una forma bella y su constante insatisfacción artística, le convierten en un claro antecesor del culteranismo.

    La obra de Herrera, transmitida parcialmente durante su vida mediante una edición antológica preparada por él mismo (Algunas obras de Fernando de Herrera, Sevilla, 1582), y aumentada, veintidós años después de su muerte, en la edición de Francisco Pacheco, suegro del pintor Diego Velázquez (Versos de Fernando de Herrera, Sevilla, 1619), ofrece una delicada serie de problemas críticos, derivados de la distinta redacción de las composiciones comprendidas en las dos ediciones. La pérdida, ocurrida después de la muerte de Herrera, de los manuscritos definitivos que el poeta había preparado ya para la imprenta, fue compensada en parte con la edición de Pacheco, que utilizó cuadernos y notas salvadas del naufragio.


    Según la crítica, el pintor sevillano cometió posibles manipulaciones retóricas culteranas y arcaizantes, ya que son muy notables los cambios de estilo con respecto a la edición de 1582, cuya retórica, aunque fruto de un gran esmero y un afán de reelaboración paulatina, no incurría en un estilo recargado más cercano a la estética barroca. A estas ediciones debe añadirse la reciente publicación, a cargo de José Manuel Blecua, de sus Rimas inéditas (Madrid, 1948), copiosa recopilación de 130 composiciones con 46 poesías absolutamente inéditas e importantísimas variantes en el texto de los poemas ya conocidos. Por la calidad de las poesías contenidas en esta recopilación y por la aportación de noticias inéditas en torno a la intimidad sentimental del poeta, esta edición tiene una importancia que es preciso subrayar.
    Si se analiza la situación de Fernando de Herrera en la lírica castellana, puede advertirse que en su producción convergen paralelamente la mayoría de los procedimientos habituales en la literatura renacentista española. En primera instancia es básica la asimilación de los códigos poéticos del petrarquismo y el italianismo introducidos por Garcilaso de la Vega y Juan Boscán. Por esta razón, parece indicado proponer que la lírica del Siglo de Oro se sustenta sobre un proceso progresivo en el que, de la equilibrada armonía y el artificio elegante e idealizado de Garcilaso, se pasaría a la abundancia imaginativa y sensorial del petrarquismo italianizante de Herrera para concluir en el barroco gongorino o lopista.
    En segundo término, cabe subrayar la importancia de los metros tradicionales en la obra de Herrera, quien, desde muy joven, ensayó poemas cancioneriles siguiendo los usos de la poesía cortesana de finales del siglo XV, heredera del servicio de amor trovadoresco que tenía en la “belle dame sans merci” el objeto de culto literario idóneo para cantar la angustia amorosa mediante el conceptismo y las paradojas retóricas. El último componente de su poesía sería la filosofía neoplatónica, que Herrera extrae de las fuentes habituales de la época (Plotino, León Hebreo, Baldassare Castiglione o J.C. Scaligero) y que se resume en la comprensión del amor como algo trascendente que da sentido a la vida, porque supone un deseo de gozar de la hermosura real para alcanzar la divina y expresarla como una convención literaria, aspecto éste que enlaza directamente con los temas y motivos predominantes de su obra lírica.

    La poesía amorosa

    Es cierto que forman el grueso de la misma las composiciones de tema amoroso, en las que los modelos son esencialmente Garcilaso y Petrarca; la crítica ha insistido en la posible creación de un cancionero amoroso como lo fue el que Petrarca dedicó a su amada, Laura. Sin embargo, y más allá de poder establecer las pautas que guiarían un encuentro amoroso que pasaría de la súplica al éxtasis gozoso y luego, al fin, a la lamentación desengañada, lo básico es aceptar que su originalidad reside en que bajo la proyección sentimental o vivencial del poeta se hallan las exigencias de una tradición literaria sobre la que Herrera profundiza desde su peculiar estilo.
    Por otra parte, el petrarquismo amoroso de Herrera tiene sus fuentes no sólo en el Cancionero de Petrarca, sino también en las Rimas de Bembo y de otros petrarquistas italianos del siglo XVI, sin excluir una profunda influencia de la poesía metafísica y amorosa de Ausiàs March. A estos modelos líricos une Herrera el culto de un neoplatonismo amoroso impregnado de reminiscencias de Bembo y de León Hebreo, pero extraídas sobre todo de El cortesano de Baldassare Castiglione.

    La idealización amorosa de la mujer amada, que encontramos ya en Petrarca, se convierte, en la lírica herreriana, en el más puro idealismo platónico, por el que la mujer aparece a los ojos del poeta como "un divino esplendor de la Belleza". Este amor, dirigido a una persona real, doña Leonor de Milán, condesa de Gelves, está cantado por el poeta en una apasionada serie de sonetos, elegías, canciones y églogas donde, a través del alambicado conceptismo de las fórmulas petrarquistas, vibra un sentimiento real de la más profunda sinceridad amorosa.

    Tradicionalmente se han observado tres momentos muy diferentes en el amor de Fernando de Herrera por doña Leonor: un momento inicial de súplica apasionada, donde el poeta canta su pasión y la angustia de su ilusión amorosa; un momento central, en que el poeta arde de arrebatada embriaguez de amor, por la aparente correspondencia de la condesa; y, por último, un momento extremo en el cual un inesperado cambio de actitud de la enamorada provoca la melancolía y el desengaño del poeta, presa de un desesperado abandono. Este esquema resulta hoy inexacto, pues la reciente publicación de las Rimas inéditas de Herrera proyecta nueva luz sobre su intimidad sentimental, da un sentido a textos preexistentes y permite avanzar la hipótesis completamente verosímil de un amor correspondido por parte de la condesa.

    Particularmente, un pasaje de la Égloga II, hasta hoy inédita, donde el poeta, bajo disfraz bucólico, expone su goce apasionado y la furtiva delicia de su amor, respira un sentimiento exaltado y una refinada sensualidad, que nos revelan un aspecto completamente inédito en la poesía del gran poeta sevillano. El moroso deleite con el que Herrera describe una delicada escena de amor, con el abandono de la enamorada, sutil y reticente fusión de íntimo pudor y de pasión desvelada; las alusiones a un beso, a la muerte gozosa en el éxtasis de amor y la evocación nostálgica de "los tiernos hurtos de la noche oscura / en el secreto y solo apartamiento", parecen sugerir la certidumbre de un amor humano y real, frustrado prematuramente y con larga estela de amargura y desengaño.

    En torno a este momento culminante de la posesión amorosa truncada por el desdén de la amada gira la órbita de la poesía herreriana. El poeta, que había cantado las trenzas doradas de su dama, los hermosos ojos que le quemaban con los rayos de su luz, la cálida fascinación de su voz, la nieve de su piel y la púrpura de sus labios, inicia un tono elegíaco de desilusión y melancolía. Su profunda nostalgia lo lleva a cantar el sueño y el olvido, la fugaz brevedad de la vida, la amargura de su soledad. Es la anticipación del desengaño barroco, del que Herrera aparece como un precursor, sin dejar de ser un clásico.

    La influencia de Petrarca es indudable en la armazón conceptual y metafórica de los poemas, en los que sorprenden las obsesivas imágenes lumínicas (Leonor puede ser Eliodora, Lumbre, Aurora, Delia o Estrella) y se manifiesta el sentir de alguien que parece estar “Preso en la red de Amor dorada y pura”, sufriendo un sentimiento que encarna en las metáforas del amor (fuego, ardor) y en los juegos de contrarios tan frecuentes en las Rime de Petrarca. Para ambos poetas la amada es la presencia de lo divino en el mundo: la mujer se espiritualiza hasta convertirse en luz, y los sentimientos más subjetivos quedan plasmados, según el ideal neoplatónico, en una naturaleza armónica que es reflejo de la divina. En consecuencia, los elementos del entorno natural se convierten en confidentes de ese amor: la noche es símbolo de tristeza y desesperación, y el paisaje entero es testigo de un amor cuyo canto alegórico lo sublima hacia lo trascendental: “El prado que solía estar contento / y el río de mi canto entretenido / muestran de mi dolor el sentimiento”.

    Todos estos motivos los combina Herrera con el material amoroso de los cancioneros castellanos y de la poesía provenzal. El culto a la amada garantiza un camino de perfección intelectual, fruto del conocimiento de las cualidades excepcionales que mantienen ese amor: “Bien, señora, entenderéis / que os sabrá servir mejor / quien sabe cuánto valéis”. Este sentimiento de obediencia no repara en la frustración y el dolor porque “Si es error querer amar / yo cometí gran error”. La pasión idólatra y su expresión derivan hacia un preciosismo formal y un conceptismo de ideas en el que se conjugan el arte y el ingenio para conseguir la perfección estética, superando así la limitación de unas metáforas y un vocabulario manidos por la tradición.

    Poesía heroica y moral

    Un segundo grupo de composiciones lo constituyen los poemas de carácter heroico y patriótico con los que Herrera reanudó su ambición épica juvenil. Al escribir estas composiciones tuvo como modelos primordiales a los clásicos Horacio y Píndaro, los italianos del Renacimiento y el ejemplo de los libros bíblicos (Libro de los Reyes, Libro de los Jueces y Salmos, así como las profecías de Isaías y Jeremías), además de la mitología pagana.
    Herrera compuso canciones de tono entusiasta y exaltado que aludían a hechos históricos, como la Canción en alabanza de la Divina Magestad por la victoria del Señor Don Juan, más conocida como Canción a la Batalla de Lepanto, o la que escribió con motivo de la batalla de Alcazarquivir (1578), Por la pérdida del rey Don Sebastián, en las que desarrolla el tema de la derrota portuguesa en un tono elevado y majestuoso.
    También escribió algunas odas y sonetos dedicados a Carlos V (1516-1556), como En la abdicación de Carlos o A Carlos V Emperador, en las que prima el sentido providencialista de los acontecimientos y un intenso sentimiento patriótico acorde con la España imperial de la Contrarreforma, en tiempos de Felipe II (1556-1598). También practicó poesía de carácter laudatorio a personajes y ciudades muy significativas de la época (al duque de Medina-Sidonia, al marqués de Tarifa o a Sevilla).

    Para concluir es preciso citar un corpus de poesía moral que surge como la búsqueda de un ideal de virtud que supla el desengaño amoroso y que procede, por lo general, de fuentes de la tradición estoica. El problema fundamental de este grupo lo constituye la elegía A la pequeña luz del breve día, dirigida a Francisco de Medina, en la que Herrera realiza una reflexión metafísica sobre el paso del tiempo y el destino vital que enmarca este poema en un lugar destacado (junto a la Epístola a Arias Montano de Francisco de Aldana y la Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada) por abandonar el colorido excesivo e incidir en el desengaño, preludiando la grave crisis barroca.

    De su trayectoria literaria se desprende que Herrera fue un creador sincrético, extremadamente culto y polifacético. Su contribución explica sin fisuras el tránsito del ideal de belleza renacentista a la realidad del barroco que vestía de oro el desencanto, y representa ante todo un afán clarísimo por perfeccionar la lengua y la imaginación literaria de tantos siglos previos.

    fuente:
    Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Fernando de Herrera». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]





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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 6 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:32

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Fernando de Herrera


    26- Por la Victoria de Lepanto

    Cantemos al Señor, que en la llanura
    Venció del ancho mar al Trace fiero;
    Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra,
    Salud y gloria nuestra.
    Tú rompiste las fuerzas y la dura
    Frente de Faraón, feroz guerrero;
    Sus escogidos príncipes cubrieron
    Los abismos del mar, y descendieron,
    Cual piedra, en el profundo, y tu ira luego
    Los tragó, como arista seca el fuego.

    El soberbio tirano, confiado
    En el grande aparato de sus naves,
    Que de los nuestros la cerviz cautiva
    Y las manos aviva
    Al ministerio injusto de su estado,
    Derribó con los brazos suyos graves
    Los cedros más excelsos de la cima
    Y el árbol que más yerto se sublima,
    Bebiendo ajenas aguas y atrevido
    Pisando el bando nuestro y defendido.

    Temblaron los pequeños, confundidos
    Del impio furor suyo; alzó la frente
    Contra tí, Señor Dios, y con semblante
    Y con pecho arrogante,
    Y los armados brazos extendidos,
    Movió el airado cuello aquel potente;
    Cercó su corazón de ardiente saña
    Contra las dos Hesperias, que el mar baña,
    Porque en ti confiadas le resisten
    Y de armas de tu fe y amor se visten.

    Dijo aquel insolente y desdeñoso:
    «¿No conocen mis iras estas tierras,
    Y de mis padres los ilustres hechos,
    O valieron sus pechos
    Contra ellos con el húngaro medroso,
    Y de Dalmacia y Rodas en las guerras?
    ¿Quién las pudo librar? ¿Quién de sus manos
    Pudo salvar los de Austria y los germanos?
    ¿Podrá su Dios, podrá por suerte ahora
    Guardarlos de mi diestra vencedora?

    »Su Roma; temerosa y humillada,
    Los cánticos en lágrimas convierte;
    Ella y sus hijos tristes mi ira esperan
    Cuando vencidos mueran;
    Francia está con discordia quebrantada,
    Y en España amenaza horrible muerte
    Quien honra de la luna las banderas;
    Y aquéllas en la guerra gentes fieras
    Ocupadas están en su defensa,
    Y aunque no, ¿quién hacerme puede ofensa?

    »Los poderosos pueblos me obedecen,
    Y el cuello con su daño al yugo inclinan,
    Y me dan por salvarse ya la mano
    Y su valor es vano;
    Que sus luces cayendo se oscurecen,
    Sus fuertes a la muerte ya caminan,
    Sus vírgenes están en cautiverio,
    Su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio.
    Del Nilo a Éufrates fértil e Istro frío,
    Cuanto el sol alto mira todo es mío.»

    Tú, Señor, que no sufres que tu gloria
    Usurpe quien su fuerza osado estima,
    Prevaleciendo en vanidad y en ira,
    Este soberbio mira,
    Que tus aras afea en su victoria.
    No dejes que los tuyos así oprima,
    Y en su cuerpo, crüel, las fieras cebe,
    Y en su esparcida sangre el odio pruebe;
    Que hecho-ya su oprobio, dice: «¿Dónde
    El Dios de éstos está? ¿De quién se esconde?»

    Por la debida gloria de tu nombre,
    Por la justa venganza de tu gente,
    Por aquel de los míseros gemido,
    Vuelve el brazo tendido
    Contra éste, que aborrece ya ser hombre;
    Y las honras que celas tú consiente;
    Y tres y cuatro veces el castigo
    Esfuerza con rigor a tu enemigo,
    Y la injuria a tu nombre cometida
    Sea el hierro contrario de su vida.

    Levantó la cabeza el poderoso
    Que tanto odio te tiene; en nuestro estrago
    Juntó el consejo, y contra nos pensaron
    Los que en él se hallaron.
    «Venid, dijeron, y en el mar ondoso
    Hagamos de su sangre un grande lago;
    Deshagamos a éstos de la gente,
    Y el nombre de su Cristo juntamente,
    Y dividiendo de ellos los despojos,
    Hártense en muerte suya nuestros ojos.»

    Vinieron de Asia y portentoso Egito
    Los árabes y leves africanos,
    Y los que Grecia junta mal con ellos,
    Con los erguidos cuellos,
    Con gran poder y número infinito;
    Y prometer osaron con sus manos
    Encender nuestros fines y dar muerte
    A nuestra juventud con hierro fuerte,
    Nuestros niños prender y las doncellas,
    Y la gloria manchar y la luz dellas.

    Ocuparon del piélago los senos,
    Puesta en silencio y en temor la tierra,
    Y cesaron los nuestros valerosos,
    Y callaron dudosos,
    Hasta que al fiero ardor de sarracenos
    El Señor eligiendo nueva guerra,
    Se opuso el joven de Austria generoso
    Con el claro español y belicoso;
    Que Dios no sufre ya en Babel cautiva
    Que su Sión querida siempre viva.
    Cual león a la presa apercibido,
    Sin recelo los impíos esperaban
    A los que tú, Señor, eras escudo;
    Que el corazon desnudo
    De pavor, y de amor y fe vestido,
    Con celestial aliento confiaban.
    Sus manos a la guerra compusiste,
    Y sus brazos fortísimos pusiste
    Como el arco acerado, y con la espada
    Vibraste en su favor la diestra armada.

    Turbáronse los grandes, los robustos
    Rindiéronse temblando y desmayaron;
    Y tú entregaste, Dios, como la rueda,
    Como la arista queda
    Al ímpetu del viento, a estos injustos,
    Que mil huyendo de uno se pasmaron.
    Cual fuego abrasa selvas, cuya llama
    En las espesas cumbres se derrama,
    Tal en tu ira y tempestad seguiste
    Y su faz de ignominia convertiste.

    Quebrantaste al crüel dragón, cortando
    Las alas de su cuerpo temerosas
    Y sus brazos terribles no vencidos;
    Que con hondos gemidos
    Se retira a su cueva, do silbando
    Tiembla con sus culebras venenosas,
    Lleno de miedo torpe sus entrañas,
    De tu león temiendo las hazañas;
    Que, saliendo de España, dio un rugido
    Que lo dejó asombrado y aturdido.

    Hoy se vieron los ojos humillados
    Del sublime varón y su grandeza,
    Y tú solo, Señor, fuiste exaltado;
    Que tu día es llegado,
    Señor de los ejércitos armados,
    Sobre la alta cerviz y su dureza,
    Sobre derechos cedros y extendidos,
    Sobre empinados montes y crecidos,
    Sobre torres y muros, y las naves
    De Tiro, que a los suyos fueron graves.

    Babilonia y Egito amedrentada
    Temerá el fuego y la asta violenta,
    Y el humo subirá a la luz del cielo,
    Y faltos de consuelo,
    Con rostro oscuro y soledad turbada
    Tus enemigos llorarán su afrenta.
    Mas tú, Grecia, concorde a la esperanza
    Egipcia y gloria de su confianza,
    Triste que a ella pareces, no temiendo
    A Dios y a tu remedio no atendiendo,

    ¿Por qué, ingrata, tus hijas adornaste
    En adulterio infame a una impia gente,
    Que deseaba profanar tus frutos,
    Y con ojos enjutos
    Sus odiosos pasos imitaste,
    Su aborrecida vida y mal presente?
    Dios vengará sus iras en tu muerte;
    Que llega a tu cerviz con diestra fuerte
    La aguda espada suya; ¿quién, cuitada,
    Reprimirá su mano desatada?

    Mas tú, fuerza del mar, tú, excelsa Tiro,
    Que en tus naves estabas gloriosa,
    Y el término espantabas de la tierra,
    Y si hacías guerra,
    De temor la cubrías con suspiro,
    ¿Cómo acabaste, fiera y orgullosa?
    ¿Quién pensó a tu cabeza daño tanto?
    Dios, para convertir tu gloria en llanto
    Y derribar tus ínclitos, y fuertes
    Te hizo perecer con tantas muertes.

    Llorad, naves del mar; que es destruida
    Vuestra vana soberbia y pensamiento.
    ¿Quién ya tendrá de ti lástima alguna,
    Tú, que sigues la luna,
    Asia adúltera, en vicios sumergida?
    ¿Quién mostrará un liviano sentimiento?
    ¿Quién rogará por ti? Que a Dios enciende
    Tu ira y la arrogancia que te ofende,
    Y tus viejos delitos y mudanza
    Han vuelto contra ti a pedir venganza.

    Los que vieron tus brazos quebrantados
    Y de tus pinos ir el mar desnudo,
    Que sus ondas turbaron y llanura,
    Viendo tu muerte oscura,
    Dirán, de tus estragos espantados:
    ¿Quién contra la espantosa tanto pudo?
    El Señor, que mostró su fuerte mano
    Por la fe de su príncipe cristiano
    Y por el nombre santo de su gloria,
    A su España concede esta victoria.

    Bendita, Señor, sea tu grandeza;
    Que después de los daños padecidos,
    Después de nuestras culpas y castigo,
    Rompiste al enemigo
    De la antigua soberbia la dureza.
    Adórente, Señor, tus escogidos,
    Confiese cuanto cerca el ancho cielo
    Tu nombre ¡oh nuestro Dios, nuestro consuelo!
    Y la cerviz rebelde, condenada,
    Perezca en bravas llamas abrasada.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 6 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:33

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Fernando de Herrera



    27- Por la Pérdida del Rey Don Sebastián

    Voz de dolor y canto de gemido
    Y espíritu del miedo, envuelto en ira,
    Hagan principio acerbo a la memoria
    De aquel día fatal, aborrecido,
    Que Lusitania mísera suspira,
    Desnuda de valor, falta de gloria;
    Y la llorosa historia
    Asombre con horror funesto, y triste
    Desde el áfrico Atlante y seno ardiente
    Hasta do el mar de otro color se viste,
    Y do el límite rojo de oriente
    Y todas sus vencidas gentes fieras
    Ven tremolar de Cristo las banderas.

    ¡Ay de los que pasaron, confiados
    En sus caballos y en la muchedumbre
    De sus carros, en ti, Libia desierta,
    Y en su vigor y fuerzas engañados,
    No alzaron su esperanza a aquella cumbre
    De eterna luz, mas con soberbia cierta
    Se ofrecieron la incierta
    Victoria, y sin volver a Dios sus ojos,
    Con yerto cuello y corazón ufano
    Sólo atendieron siempre a los despojos!
    Y el Santo de Israel abrió su mano,
    Y los dejó, y cayó en despeñadero
    El carro, y el caballo y caballero.

    Vino el día crüel, el día lleno
    de indignación, de ira y furor, que puso
    En soledad y en un profundo llanto,
    De gente y de placer el reino ajeno.
    El cielo no alumbró, quedó confuso
    El nuevo sol, presagio de mal tanto,
    Y con terrible espanto
    El Señor visitó sobre sus males,
    Para humillar los fuertes arrogantes,
    Y levantó los bárbaros no iguales,
    Que con osados pechos y constantes
    No busquen oro, mas con hierro airado
    La ofensa venguen y el error culpado.

    Los impios y robustos, indignados,
    Las ardientes espadas desnudaron
    Sobre la claridad y hermosura
    De tu gloria y valor, y no cansados
    En tu muerte, tu honor todo afearon,
    Mezquina Lusitania sin ventura;
    Y con frente segura
    Rompieron sin temor con fiero estrago
    Tus armadas escuadras y braveza.
    La arena se tomó sangriento lago,
    La llanura con muertos aspereza;
    Cayó en unos vigor, cayó denuedo;
    Mas en otros desmayo y torpe miedo.

    ¿Son éstos por ventura los famosos,
    Los fuertes, los belígeros varones
    Que conturbaron con furor la tierra,
    Que sacudieron reinos poderosos,
    Que domaron las hórridas naciones,
    Que pusieron desierto en cruda guerra
    Cuanto el mar Indo encierra,
    Y soberbias ciudades destruyeron?
    ¿Dó el corazón seguro y la osadía?
    ¿Cómo así se acabaron, y perdieron
    Tanto heroico valor en solo un día;
    Y lejos de sa patria derribados,
    No fueron justamente sepultados?

    Tales ya fueron éstos cual hermoso
    Cedro del alto Líbano, Vestido
    De ramos, hojas, con excelsa alteza;
    Las aguas lo criaron poderoso

    Sobre empinados árboles crecido,
    Y se multiplicaron en grandeza
    Sus ramos con belleza;
    Y extendiendo su sombra, se anidaron
    Las aves que sustenta el grande cielo,
    Y en sus hojas las fieras engendraron,
    E hizo a mucha gente umbroso velo;
    No igualó en celsitud y en hermosura
    Jamás árbol alguno a su figura.

    Pero elevóse con su verde cima,
    Y sublimó la presunción su pecho,
    Desvanecido todo y confiado,
    Haciendo de su alteza sólo estima.
    Por eso Dios lo derribó deshecho,
    A los impios y ajenos entregado,
    Por la raíz cortado;
    Que opreso de los montes arrojados,
    Sin ramos y sin hojas y desnudo,
    Huyeron dél los hombres, espantados,
    Que su sombra tuvieron por escudo;
    En su ruina y ramos cuantas fueron
    Las aves y las fieras se pusieron.

    Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
    Murió el vencido reino lusitano,
    Y se acabó su generosa gloria,
    No estés alegre y de ufanía llena;
    Porque tu temerosa y flaca mano
    Hubo sin esperanza tal victoria,
    Indigna de memoria;
    Que si el justo dolor mueve a venganza
    Alguna vez el español coraje,
    Despedazada con aguda lanza,
    Compensará muriendo el hecho ultraje;
    Y Luco amedrentado, al mar inmenso
    Pagará de africana sangre el censo.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 6 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:35

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
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    Juan de Arguijo


    biografía

    Juan de Arguijo nace en Sevilla en 1562 en la collación de San Andrés, en una de las casas que conformarán su futura residencia. Hijo de Gaspar de Arguijo, comerciante tinerfeño, y Doña Petronila Manuel, gracias a la preeminencia social y económica que había alcanzado la familia con el comercio de América, ostentará cargos y honores públicos como veinticuatro de la ciudad hispalense en 1590, cuyo cargo cederá a Juan de Zuñiga, y como procurador de las Cortes en 1598 tras la muerte de Felipe II. Fallecido su padre en 1593, heredará un extenso patrimonio entre los que se encuentra la Casa de Arguijo, ya entonces un amplio espacio fruto de la adquisición de los inmuebles aledaños a la residencia inicial. Insigne poeta y generoso mecenas, será alabado por sus contemporáneos como prueban las numerosas muestras de aprecio y admiración. Un ejemplo son los versos que le dedica Lope de Vega en La Hermosa Ángelica, en La Dragontea y en las Rimas Humanas y Divinas calificándole como “famoso hijo de las Musas” o “Mecenas Claro” entre otros epítetos Son también conocidas las alabanzas que le dirige Rodrigo Caro, su discípulo, en su obra manuscrita Los claros varones en letras naturales de Sevilla, que lo nombra “no solo elegantísimo poeta, sino el Apolo de todos los poetas de España”.
    Juan de Arguijo estudió en el colegio de la Compañía de Jesús de Sevilla (1576-1580), manteniéndose muy vinculado a la orden jesuítica durante el resto de su vida y cuya influencia se va a dejar sentir con fuerza en su obra.
    Sabemos que a raíz del ataque que sufrió Cádiz en 1596, su madre Petronila Manuel, él y su mujer Sebastiana Pérez de Guzmán, hija del socio de su padre, patrocinan la fundación del nuevo colegio jesuita. En este lugar será sepultado a su muerte en 1622, en la capilla de la Concepción propiedad de la familia. Una losa de mármol blanco con el escudo de los Arguijo da testimonio de ello. Su relación con la Casa jesuita de Sevilla fue tan estrecha que, una vez acaecida su ruina económica y para huir de sus acreedores (1609-1616), buscó allí refugio.

    Las grandes rentas que había heredado de su padre, estimadas en más de 20.000 escudos, las fue invirtiendo en donaciones piadosas como la que hemos visto de Cádiz, pero también en otras liberalidades. Es famoso el recibimiento que dispensó a la marquesa de Denia y su comitiva en su finca de Tablantes el 13 de octubre de 1599. Se gastó la suma de más de 4.000 escudos que le valieron las bromas de la sociedad de la época. Prueba de ello son los diez sonetos que le dedica Juan de la Cueva a este fastuoso acontecimiento. Estas generosidades, junto con la situación económica del momento debido al fuerte retroceso del comercio americano, le obligan a vender su casa en pública subasta en 1606.

    A partir de este momento, su vida experimentará un cambio sustancial, pero no por ello será abandonado por sus amigos. Lope de Vega siguen manteniendo con él una relación asidua, dedicándole en el libro IX de su Jerusalén Conquistada, los siguientes versos:


    "Aquel cuya virtud jamás vencida,
    En la persecución acrisolada,
    Mostró tantos quilates en la vida
    Que la piedra dejó toda dorada,
    Aquél más excelente en la caída
    Que estuvo en la fortuna levantada,
    Si no es D. Juan de Arguijo sevillano
    Es la misma virtud en velo humano"


    Continúa activo su círculo literario. De hecho, es en este momento de su vida cuando escribió su única obra en prosa Relación de las fiestas de toros y juegos de cañas con libreas queen la ciudad de Sevilla hizo D. Melchor Alcázar, en servicio de la Pobrísima Concepción de Ntra. Señora, martes 19 de diciembre de 1617.

    Sin embargo, la obra más sobresaliente, de Arnicio, nombre poético con el que era conocido Juan de Arguijo en su círculo literario, serán sus sonetos y poesías que, como era habitual en la época, quedaron inéditos. Algunos tuvieron la suerte de ser incluidos en obras de la época como la de Juan?? de Herrera en 1612.

    El manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid y se puede consultar en el siguiente enlace de la Biblioteca Virtual de Andalucía.Entre sus sonetos es muy conocido el que dedicó a la vihuela, instrumento que debió tañer con mucho arte en las tertulias del momento, ya que era un reputado músico y cantante.

    En vano os apercibo,
    dulce instrumento mío,
    si templar mi dolor con vos pretendo;
    y la grandeza de mi mal ofendo,
    si alentado confío
    que pueda el corto alivio que recibo
    con vuestro blando acento,
    de mi antiguo tormento
    en la memoria introducir olvido
    ¿Sois por ventura la famosa lira
    del que al mar arrojado
    supo aplacar su ira?...


    Una recopilación de sus sonetos fue publicada por primera vez en 1841 por Juan de Colón. Reúne 61 de los 100 poemas que compuso a lo largo de su vida. Puede consultarse en el siguiente enlace de la Biblioteca Virtual de Andalucía. No obstante, habrá que esperar hasta mediados del siglo XX para que sean publicadas sus obras completas.

    Juan de Arguijo formó parte de esta Academia, en el sentido de reunión, de tertulia de amigos que se reúnen para llevar a cabo una empresa común. No tenía “una periodicidad fija, ni actas, ni otros reglamentos” como apunta Vicente Lleó en su discurso de entrada en la Academia de Buenas Letras de Sevilla y, de hecho, la Casa de Arguijo debió ser una de las sede de esta tertulia, como también lo fue la del pintor Pacheco o la del III Duque de Alcalá, Fernando Enríquez de Ribera, en la Casa de Pilatos, cuyos contertulios se reunirían bajo las atentas miradas de los moradores del Olimpo, presididos por Júpiter y deleitados por Apolo, como si del propio Juan de Arguijo se tratase.




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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:36

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    (1856–1912)




    Juan de Arguijo


    28- A Guadalquivir, en una Avenida


    Tú, a quien ofrece el apartado polo,
    Hasta donde su nombre se dilata,
    Preciosos dones de luciente plata,
    Que envidia el rico Tajo y el Pactolo;

    Para cuya corona, como a solo
    Rey de los ríos, entreteje y ata
    Palas su oliva con la rama ingrata
    Que contempla en tus márgenes Apolo;

    Claro Guadalquivir, si impetüoso
    Con crespas ondas y mayor corriente
    Cubrieres nuestros campos mal seguros,

    De la mejor ciudad, por quien famoso
    Alzas igual al mar la altiva frente,
    Respeta humilde los antiguos muros.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:37

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Juan de Arguijo




    29- La Tempestad y la Calma


    Yo vi del rojo sol la luz serena
    Turbarse, y que en un punto desparece
    Su alegre faz, y en torno se oscurece
    El cielo con tiniebla de horror llena.

    El Austro proceloso airado suena,
    Crece su furia, y la tormenta crece,
    Y en los hombros de Atlante se estremece
    El alto Olimpo y con espanto truena;

    Mas luego vi romperse el negro velo
    Deshecho en agua, y a su luz primera
    Restituirse alegre el claro día,

    Y de nuevo esplendor ornado el cielo
    Miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
    Igual mudanza a la fortuna mía?


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:38

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Juan de Arguijo



    30- La Avaricia


    Castiga el cielo a Tántalo inhumano,
    Que en impía mesa su rigor provoca,
    Medir queriendo en competencia loca
    Saber divino con engaño humano.

    Agua en las aguas busca, y con la mano
    El árbol fugitivo casi toca;
    Huye el copioso Erídano a su boca,
    Y en vez de fruta toca el aire vano.

    Tú, que espantado de su pena, admiras
    Que el cercano manjar en largo ayuno
    Al gusto falte y a la vida sobre,

    ¿Cómo de muchos Tántalos no miras
    Ejemplo igual? Y si codicias uno,
    Mira el avaro, en sus riquezas pobre.



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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 07 Sep 2022, 00:39

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Juan de Arguijo



    31- Soneto


    En segura pobreza vive Eumelo
    Con dulce libertad, y le mantienen
    Las simples aves, que engañadas vienen
    A los lazos y liga sin recelo.

    Por mejor suerte no importuna al cielo,
    Ni se muestra envidioso a la que tienen
    Los que con ansia de subir sostienen
    En flacas alas el incierto vuelo.

    Muerte tras luengos años no le espanta,
    Ni la recibe con indigna queja,
    Mas con sosiego grato y faz amiga.

    Al fin, muriendo con pobreza tanta,
    Ricos juzga sus hijos, pues les deja
    La libertad, las aves y la liga.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 08 Sep 2022, 00:51

    —Rosa fresca, rosa fresca,
    tan garrida y con amor,
    cuando vos tuve en mis brazos,
    no vos supe servir, no;
    y agora que os serviría
    no vos puedo haber, no.

    —Vuestra fue la culpa, amigo,
    vuestra fue, que mía no;
    enviátesme una carta
    con un vuestro servidor,
    y en lugar de recaudar
    él dijera otra razón:
    que érades casado, amigo,
    allá en tierras de León;
    que tenéis mujer hermosa
    y hijos como una flor.


    —Quien os lo dijo, señora,
    no vos dijo verdad, no;
    que yo nunca entré en Castilla
    ni allá en tierras de León,
    sino cuando era pequeño,
    que no sabía de amor.

    Precioso romance anónimo.

    Gracias, Lluvia.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:15

    A ti siempre, Pascual, por incitar a querer conocer la buena poesía.
    Seguimos pues


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:17

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Baltasar del Alcázar


    Biografía
    Baltasar de Alcázar (o del Alcázar) nació en Sevilla, de una familia numerosa y acomodada de conversos: fue el sexto hijo del jurado Luis de Alcázar. Su madre fue madre doña Leonor de León Garabito. Parece ser que estudió Humanidades en León, aunque otros dicen que en Sevilla.
    Militó en las galeras del famoso Marqués de Santa Cruz y de Álvaro de Bazán y, luego, al servicio de Fernando Enríquez de Ribera, duque de Alcalá. Fue alcalde de la villa de Los Molares y contable de los condes de Gelves. Como a otros, estas actividades militares y cívicas no fueron obstáculo para escribir la literatura y consagrarse a otras artes.
    Era de carácter alegre y jovial. Estoico por naturaleza y siempre haciendo frente a cualquier adversidad, como a su larga enfermedad de la gota. Humilde. Nunca buscó la fama. La poesía era para él un deleite y una recreación.
    Baltasar de Alcázar murió en Ronda, a causa de la gota, en 1606.

    ***
    Nació este poeta en Sevilla, en 1530 o 1531, de una familia de las más distinguidas.
    En su juventud militó bajo las banderas de don Álvaro de Bazán, donde ganó gloria.
    Sin embargo, los cuidados de la guerra no le impidieron el cultivo de las artes de la paz, y cultivó con ahínco los clásicos latinos, especialmente a Marcial, cuya ligera ironía debió agradarle mucho, pues si bien no se puede decir que la imita, no deja de notarse la influencia que aquel príncipe de las latinidades tuvo sobre él.
    En la corte de Felipe IV brilló mucho, pues era hermano del sumiller de cortina de S. M.
    Si sus poesías amenas y muy bien hechas no bastasen para su inmortalidad, le bastaría el haber sido el primer protector de Velásquez, a quien se lo recomendaba el suegro del autor de Las Meninas: fue él quien por medio de su hermano lo hizo conocer por el Conde Duque y recomendar al rey.
    Y si hablamos de esto, es que la amistad del pintor Pacheco con Baltasar de Alcázar era ante todo literaria:
    Pacheco, que no había casi salido de Sevilla, estaba en relación con casi todos los ingenios de aquel tiempo, y tenía en Sevilla una suerte de academia en su estudio de pintor, a la cual solían asistir Góngora, Quevedo, Baltazar de Alcázar, etc. Pacheco no era mal prosador, y el gran don Francisco de Quevedo, le concedió beligeranacia y sostuvo con él una larga polémica por medio de la imprenta, sobre asuntos puramente literarios o filosóficos, y que en nada afectó a la amistad que ambos contendientes se tenían. No recuerdo qué ingenio de la época llamó al estudio de Pacheco la cárcel dorada del arte, lo que no era muy exagerado, pues si bien sus obras de pintura no eran sobresalientes, sus dibujos eran notables, sin contar con que tenía cuadros de todos los primeros de su glorioso yerno, a quien tanto amó. Tenía también una curiosísima colección de objetos de arte antiguos.
    Baltazar de Alcázar murío el 16 de febrero de 1606.

    fuente; (Antología de los mejores poetas castellanos, Rafael Mesa y López. Londres: T. Nelson, 1912.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:18

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Baltasar del Alcázar



    32- Una Cena


    En Jaén, donde resido,
    Vive don Lope de Sosa,
    Y diréte, Inés, la cosa
    Más brava de él que has oído.

    Tenía este caballero
    Un criado portugués...
    Pero cenemos, Inés,
    Si te parece, primero.

    La mesa tenemos puesta,
    Lo que se ha de cenar junto,
    Las tazas del vino a punto,
    Falta comenzar la fiesta.

    Comience el vinillo nuevo,
    Y échole la bendición;
    Yo tengo por devoción
    De santiguar lo que bebo.

    Franco fue, Inés, este toque;
    Pero arrójame la bota,
    Vale un florín cada gota
    De aqueste vinillo aloque.

    ¿De qué taberna se trajo?
    Mas ya... de la del Castillo;
    Diez y seis vale el cuartillo:
    No tiene vino más bajo.

    Por nuestro Señor, que es mina
    La taberna de Alcocer;
    Grande consuelo es tener
    La taberna por vecina.

    Si es o no invención moderna,
    Vive Dios que no lo sé,
    Pero delicada fue
    La invención de la taberna.

    Porque allí llego sediento,
    Pido vino de lo nuevo,
    Mídenlo, dánmelo, bebo,
    Págolo y voyme contento.

    Esto, Inés, ello se alaba,
    No es menester alaballo;
    Sólo una falta le hallo,
    Que con la priesa se acaba.

    La ensalada y salpicón
    Hizo fin: ¿qué viene ahora?
    La morcilla, ¡oh gran señora,
    Digna de veneración!

    ¡Qué oronda viene y qué bella!
    ¡Qué través y enjundia tiene!
    Paréceme, Inés, que viene
    Para que demos en ella.

    Pues sús, encójase y entre,
    Que es algo estrecho el camino.
    No eches agua, Inés, al vino;
    No se escandalice el vientre.

    Echa de lo tras añejo,
    Porque con más gusto comas;
    Dios te guarde, que así tomas,
    Como sabia, mi consejo.

    Mas di, ¿no adoras y precias
    La morcilla ilustre y rica?
    ¡Cómo la traidora pica!
    Tal debe tener especias.

    ¡Que llena está de piñones!
    Morcilla de cortesanos,
    Y asada por esas manos,
    Hechas a cebar lechones.

    El corazón me revienta
    De placer; no sé de ti.
    ¿Cómo te va? Yo por mí
    Sospecho que estás contenta.

    Alegre estoy, vive Dios;
    Mas oye un punto sutil:
    ¿No pusiste allí un candil?
    ¿Cómo me parecen dos?

    Pero son preguntas viles;
    Ya sé lo que puede ser:
    Con este negro beber
    Se acrecientan los candiles.

    Probemos lo del pichel,
    Alto licor celestial;
    No es el aloquillo tal,
    Ni tiene que ver con él.

    ¡Qué suavidad! ¡qué clareza!
    ¡Qué rancio gusto y olor!
    ¡Qué paladar! ¡qué color!
    ¡Todo con tanta fineza!

    Mas el queso sale a plaza,
    La moradilla va entrando,
    Y ambos vienen preguntando
    Por el pichel y la taza.

    Prueba el queso, que es extremo,
    El de Pinto no le iguala;
    Pues la aceituna no es mala,
    Bien puede bogar su remo.

    Haz pues, Inés, lo que sueles,
    Daca de la bota llena
    Seis tragos; hecha es la cena,
    Levántense los manteles.

    Ya que, Inés, hemos cenado
    Tan bien y con tanto gusto,
    Parece que será justo
    Volver al cuento pasado.

    Pues sabrás, Inés hermana,
    Que el portugués cayó enfermo...
    Las once dan, yo me duermo;
    Quédese para mañana.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:19

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    Francisco de Rioja


    Biografía
    Es FRANCISCO DE RIOJA una de las muestras más acabadas de fino y delicado poeta y erudito de fuste. Uno de esos hombres de los que, según Unamuno, Sevilla andaba "sobrada".


    Nació en Sevilla el 22 de Noviembre del año 1583. Su familia, humilde y numerosa. El padre, albañil y lo más probable que analfabeto. Pero aquel niño, con su genio despierto y su mucha aplicación, pudo contar pronto con valedores que patrocinaron sus estudios. Cursó la carrera de jurisprudencia, se ordenó y fue canónigo de la catedral de Sevilla. Teólogo y jurista, y amigo y protegido del Conde - Duque de Olivares, favorito de Felipe IV, fue nombrado bibliotecario y cronista de su Majestad. Fue fiel a su protector y a su caída le acompañó al destierro en Loeches primero, y después en Toro. Fallecido el Conde-Duque, se retiró a Sevilla cansado y desengañado de las fortunas de la Corte. El Cabildo sevillano le designó entonces agente suyo en Madrid (1654), con cuyo cometido tuvo que volver a residir en la capital, y allí murió el 28 de agosto de 1659.


    Mantuvo relación literaria con Lope de Vega, Juan Pérez de Montalbán, Cervantes y muchos personajes de la aristocracia; fue bibliotecario de Felipe IV y cronista de Castilla.


    La gloria poética de Rioja ha disminuido desde que se le despojó de la paternidad de dos de las poesías más célebres de la literatura, la canción “A las ruinas de Itálica” y la "Epístola moral a Fabio”(de Andrés Fernández de Andrada). Pero no obstante, su obra es lo suficientemente valiosa para que su nombre figure en toda antología de la poesía lírica española.


    Escribió unos treinta sonetos amorosos y algunos sobre temas de carácter filosófico, cuyo tema central era la brevedad de la vida y la inestabilidad de la fortuna. Escribió obras en prosa, algunas de ellas destinadas a la defensa de su amigo, el conde-duque de Olivares. Escribió poemas a árboles y plantas, al río Guadalquivir, o a las ruinas de Atlántica e Itálica -la naturaleza, junto a las ruinas, era un tema de gran gusto para los poetas de esta escuela. Manejaba con gran maestría la silva, entre las que se encuentra, como más bellas, "A la rosa", "Al clavel", "A la rosa amarilla". Rioja veía en las flores un emblema de la fugacidad de las cosas humanas y, en particular, del amor, que caduca apenas ha nacido, por ello fue llamado "El poeta de las flores".



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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:20

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Francisco de Rioja


    33- A la Rosa


    Pura, encendida rosa,
    Émula de la llama
    Que sale con el día,
    ¿Cómo naces tan llena de alegría
    Si sabes que la edad que te da el cielo
    Es apenas un breve y veloz vuelo?
    Y no valdrán las puntas de tu rama
    Ni tu púrpura hermosa
    A detener un punto
    La ejecución del hado presurosa.
    El mismo cerco alado,
    Que estoy viendo riente,
    Ya temo amortiguado,
    Presto despojo de la llama ardiente.
    Para las hojas de tu crespo seno
    Te dio Amor de sus alas blandas plumas,
    Y oro de su cabello dio a tu frente.
    ¡Oh fiel imagen suya peregrina!
    Bañóte en su color sangre divina
    De la deidad que dieron las espumas;
    Y esto, purpúrea flor, y esto ¿no pudo
    Hacer menos violento el rayo agudo?
    Róbate en una hora,
    Róbate licencioso su ardimiento,
    El color y el aliento;
    Tiendes aun no las alas abrasadas,
    Y ya vuelan al suelo desmayadas.
    Tan cerca, tan unida
    Está al morir tu vida,
    Que dudo si en sus lágrimas la aurora
    Mustia tu nacimiento o muerte llora.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:21

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Rodrigo Caro

    Biografía
    (Utrera, 1573 - Sevilla, 1647) Escritor español. Rodrigo Caro estudió leyes en las universidades de Osuna y de Sevilla, por la que se graduó en 1596; se ordenó luego sacerdote y ejerció la abogacía en su ciudad natal. Trasladado a Sevilla hacia 1620, desempeñó distintos cargos eclesiásticos al servicio del obispado y sobresalió como examinador general y consultor del Santo Oficio.

    Alternó estas comisiones con el cultivo de la poesía y la historia local, y tuvo verdadera vocación por la arqueología, llegando a poseer una nutrida biblioteca y un interesante museo. Hombre de vasta cultura, se relacionó con las mentes más preclaras de su tiempo: el pintor Francisco Pacheco, el historiador Juan Francisco Andrés de Uztarroz, los eruditos José Pellicer y Juan de Robles, y poetas como Francisco de Quevedo y Francisco de Rioja, entre otros.

    Su obra más conocida es la Canción a las ruinas de Itálica, de la que se conservan cinco copias en dos versiones distintas; se suele editar la quinta por ser poéticamente superior a las demás. Durante mucho tiempo se atribuyó este poema a Francisco de Rioja, pero la crítica reconoció la paternidad de Caro al encontrarse dos fragmentos del mismo en su propia obra. Compuesta de seis estancias regulares de diecisiete versos cada una, la Canción a las ruinas de Itálica gira en torno a los sentimientos que suscita en el poeta la contemplación de las ruinas de la famosa ciudad romana de Itálica, que también habían sido cantadas por Fernando de Herrera y Francisco de Rioja.

    De ese modo parece insertarse en una tradición temática, la de las ruinas, que se intensificó en el Barroco y que ya en el Renacimiento había dejado muestras bellísimas; en realidad, el barroquismo del poema es muy tenue, puesto que responde a un modelo más bien neoclásico, alejado de los extremos expresivos de Góngora o Quevedo. En Caro, la desolada visión de la antigua ciudad plantea una melancólica lección de desengaño; la enseñanza moral es la insignificancia, la vanidad, la efímera temporalidad de la vida y del mundo, en un tono cercano al estoicismo. Los críticos señalan este poema como uno de los ejemplos más acabados del clasicismo sevillano, aunque en ocasiones ha sido tachado de frío, retórico o reiterativo.

    El resto de su producción, escrita en castellano y en latín, posee un carácter eminentemente erudito, y aún no ha sido completamente divulgada, pues muchos de sus manuscritos todavía no han sido editados. Destacan con fuerza singular los dos volúmenes sobre arqueología e historia local: Antigüedad de la villa de Utrera (1622) y Antigüedades y Principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla (1634). Compuso asimismo una interesante colección de biografías titulada Claros varones en letras naturales en la ilustrísima ciudad de Sevilla. Con el seudónimo de Juan Caro publicó Días geniales o lúdricos (1626), repertorio folclórico en el que, en forma de diálogo, se recogen y describen numerosas costumbres españolas desde los tiempos de los primeros pobladores iberos. Su ambiciosa obra Dioses antiguos de España se ha perdido. En otro tiempo se atribuyó a Caro la autoría de la Epístola moral a Fabio, que hoy sabemos que fue escrita por Andrés Fernández de Andrada.

    Fuente:
    Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Rodrigo Caro». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]




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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:22

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Rodrigo Caro



    34- A las Ruinas de Itálica


    Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora
    Campos de soledad, mustio collado,
    Fueron un tiempo Itálica famosa;
    Aquí de Cipión la vencedora
    Colonia fue; por tierra derribado
    Yace el temido honor de la espantosa
    Muralla, y lastimosa
    Reliquia es solamente
    De su invencible gente.
    Solo quedan memorias funerales
    Donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
    Este llano fue plaza, allí fue templo;
    De todo apenas quedan las señales.
    Del gimnasio y las termas regaladas
    Leves vuelan cenizas desdichadas;
    Las torres que desprecio al aire fueron
    A su gran pesadumbre se rindieron.

    Este despedazado anfiteatro,
    Impio honor de los dioses, cuya afrenta
    Publica el amarillo jaramago,
    Ya reducido a trágico teatro,
    ¡Oh fábula del tiempo! representa
    Cuánta fue su grandeza y es su estrago.
    ¿Cómo en el cerco vago
    De su desierta arena
    El gran pueblo no suena?
    ¿Dónde, pues fieras hay, está el desnudo
    Luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
    Todo despareció, cambió la suerte
    Voces alegres en silencio mudo;
    Mas aun el tiempo da en estos despojos
    Espectáculos fieros a los ojos,
    Y miran tan confuso lo presente
    Que voces de dolor el alma siente.

    Aquí nació aquel rayo de la guerra,
    Gran padre de la patria, honor de España,
    Pío, felice, triunfador Trajano,
    Ante quien muda se postró la tierra
    Que ve del sol la cuna y la que baña
    El mar, también vencido, gaditano.
    Aquí de Elio Adriano,
    De Teodosio divino,
    De Silio peregrino
    Rodaron de marfil y oro las cunas.
    Aquí ya de laurel, ya de jazmines
    Coronados los vieron los jardines,
    Que ahora son zarzales y lagunas.
    La casa para el César fabricada
    ¡Ay! yace de lagartos vil morada;
    Casas, jardines, césares murieron,
    Y aun las piedras que de ellos se escribieron.

    Fabio, si tú no lloras, pon atenta
    La vista en luengas calles destruidas;
    Mira mármoles y arcos destrozados,
    Mira estatuas soberbias que violenta
    Némesis derribó, yacer tendidas,
    Y ya en alto silencio sepultados
    Sus dueños celebrados.
    Así a Troya figuro,
    Así a su antiguo muro,
    Y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
    ¡Oh patria de los dioses y los reyes!
    Y a tí, a quien no valieron justas leyes,
    Fábrica de Minerva, sabia Atenas,
    Emulación ayer de las edades,
    Hoy cenizas, hoy vastas soledades,
    Que no os respetó el hado, no la muerte,
    ¡Ay! ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.

    Mas ¿para qué la mente se derrama
    En buscar al dolor nuevo argumento?
    Basta ejemplo menor, basta el presente,
    Que aun se ve el humo aquí, se ve la llama,
    Aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento;
    Tal genio o religión fuerza la mente
    De la vecina gente,
    Que refiere admirada
    Que en la noche callada
    Una voz triste se oye, que, llorando
    Cayó Itálica dice, y lastimosa,
    Eco reclama Itálica en la hojosa
    Selva que se le opone, resonando
    Itálica, y el claro nombre oído
    De Itálica, renuevan el gemido
    Mil sombras nobles de su gran ruina;
    ¡Tanto aun la plebe a sentimiento inclina!

    Esta corta piedad que, agradecido
    Huésped, a tus sagrados manes debo,
    Les do y consagro, Itálica famosa.
    Tú, si lloroso don han admitido
    Las ingratas cenizas, de que llevo
    Dulce noticia asaz, si lastimosa,
    Permíteme, piadosa
    Usura a tierno llanto,
    Que vea el cuerpo santo
    De Geroncio, tu mártir y prelado.
    Muestra de su sepulcro algunas señas,
    Y cavaré con lágrimas las peñas
    Que ocultan su sarcófago sagrado;
    Pero mal pido el único consuelo
    De todo el bien que airado quitó el cielo
    Goza en las tuyas sus reliquias bellas
    Para envidia del mundo y sus estrellas.



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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 08 Sep 2022, 01:24

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    35- Epístola Moral
    Anónimo Sevillano


    Atribuido a Andrés Fernández de Andrada
    (1575–1648)




    Fabio, las esperanzas cortesanas
    Prisiones son do el ambicioso muere
    Y donde al más astuto nacen canas.

    El que no las limare o las rompiere,
    Ni el nombre de varón ha merecido,
    Ni subir al honor que pretendiere.

    El ánimo plebeyo y abatido
    Elija, en sus intentos temeroso,
    Primero estar suspenso que caído;

    Que el corazón entero y generoso
    Al caso adverso inclinará la frente
    Antes que la rodilla al poderoso.

    Más triunfos, más coronas dio al prudente
    Que supo retirarse, la fortuna,
    Que al que esperó obstinada y locamente.

    Esta invasión terrible e importuna
    De contrario sucesos nos espera
    Desde el primer sollozo de la cuna.

    Dejémosla pasar como a la fiera
    Corriente del gran Betis, cuando airado
    Dilata hasta los montes su ribera.

    Aquel entre los héroes es contado
    Que el premio mereció, no quien le alcanza
    Por vanas consecuencias del estado.

    Peculio propio es ya de la privanza
    Cuanto de Astrea fue, cuando regía
    Con su temida espada y su balanza.

    El oro, la maldad, la tiranía
    Del inicuo procede y pasa al bueno.
    ¿Qué espera la virtud o qué confía?

    Ven y reposa en el materno seno
    De la antigua Romúlea, cuyo clima
    Te será más humano y más sereno.

    Adonde por lo menos, cuando oprima
    Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
    «Blanda le sea», al derramarla encima;

    Donde no dejarás la mesa ayuno
    Cuando te falte en ella el pece raro
    O cuando su pavón nos niegue Juno.

    Busca pues el sosiego dulce y caro,
    Como en la obscura noche del Egeo
    Busca el piloto el eminente faro;

    Que si acortas y ciñes tu deseo
    Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
    Que la opinion vulgar es devaneo.»

    Más precia el ruiseñor su pobre nido
    De pluma y leves pajas, más sus quejas
    En el bosque repuesto y escondido,

    Que halagar lisonjero las orejas
    De algun príncipe insigne; aprisionado
    En el metal de las doradas rejas.

    Triste de aquel que vive destinado
    A esa antigua colonia de los vicios,
    Augur de los semblantes del privado.

    Cese el ansia y la sed de los oficios;
    Que acepta el don y burla del intento
    El ídolo a quien haces sacrificios.

    Iguala con la vida el pensamiento,
    Y no le pasarás de hoy a mañana,
    Ni quizá de un momento a otro momento.

    Casi no tienes ni una sombra vana
    De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
    ¡Oh error perpetuo de la suerte humana!

    Las enseñas grecianas, las banderas
    Del senado y romana monarquía
    Murieron, y pasaron sus carreras.

    ¿Qué es nuestra vida más que un breve día
    Do apena sale el sol cuando se pierde
    En las tinieblas de la noche fría?

    ¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
    Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
    ¿Será que de este sueño me recuerde?

    ¿Será que pueda ver que me desvío
    De la vida viviendo, y que está unida
    La cauta muerte al simple vivir mío?

    Como los ríos, que en veloz corrida
    Se llevan a la mar, tal soy llevado
    Al último suspiro de mi vida.

    De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
    O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
    Sin ninguna noticia de mi hado?

    ¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
    De aprender a morir antes que llegue
    Aquel forzoso término postrero;
    Antes que aquesta mies inútil siegue
    De la severa muerte dura mano,
    Y a la común materia se la entregue!

    Pasáronse las flores del verano,
    El otoño pasó con sus racimos,
    Pasó el invierno con sus nieves cano;

    Las hojas que en las altas selvas vimos
    Cayeron, ¡y nosotros a porfía
    En nuestro engaño inmóviles vivimos!

    Temamos al Señor que nos envía
    Las espigas del año y la hartura,
    Y la temprana pluvia y la tardía.

    No imitemos la tierra siempre dura
    A las aguas del cielo y al arado,
    Ni la vid cuyo fruto no madura.

    ¿Piensas acaso tú que fue criado
    El varón para rayo de la guerra,
    Para surcar el piélago salado,

    Para medir el orbe de la tierra
    Y el cerco donde el sol siempre camina?
    ¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!

    Esta nuestra porción, alta y divina,
    A mayores acciones es llamada
    Y en más nobles objetos se termina.

    Así aquella que al hombre sólo es dada,
    Sacra razón y pura, me despierta,
    De esplendor y de rayos coronada;

    Y en la fría región dura y desierta
    De aqueste pecho enciende nueva llama,
    Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.

    Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
    Y callado pasar entre la gente,
    Que no afecto los nombres ni la fama.

    El soberbio tirano del Oriente
    Que maciza las torres de cien codos
    Del cándido metal puro y luciente

    Apenas puede ya comprar los modos
    Del pecar; la virtud es más barata,
    Ella consigo misma ruega a todos.

    ¡Pobre de aquel que corre y se dilata
    Por cuantos son los climas y los mares,
    Perseguidor del oro y de la plata!

    Un ángulo me basta entre mis lares,
    Un libro y un amigo, un sueño breve,
    Que no perturben deudas ni pesares.

    Esto tan solamente es cuanto debe
    Naturaleza al simple y al discreto,
    Y algún manjar común, honesto y leve.

    No, porque así te escribo, hagas conceto
    Que pongo la virtud en ejercicio:
    Que aun esto fue difícil a Epicteto.

    Basta al que empieza aborrecer el vicio,
    Y el ánimo enseñar a ser modesto;
    Después le será el cielo más propicio.

    Despreciar el deleite no es supuesto
    De sólida virtud; que aun el vicioso
    En sí propio le nota de molesto.

    Mas no podrás negarme cuán forzoso
    Este camino sea al alto asiento,
    Morada de la paz y del reposo.

    No sazona la fruta en un momento
    Aquella inteligencia que mensura
    La duración de todo a su talento.

    Flor la vimos primero hermosa y pura,
    Luego materia acerba y desabrida,
    Y perfecta después, dulce y madura;

    Tal la humana prudencia es bien que mida
    Y dispense y comparta las acciones
    Que han de ser compañeras de la vida.

    No quiera Dios que imite estos varones
    Que moran nuestras plazas macilentos,
    De la virtud infames histriones;

    Esos inmundos trágicos, atentos
    Al aplauso común, cuyas entrañas
    Son infaustos y oscuros monumentos.

    ¡Cuán callada que pasa las montañas
    El aura, respirando mansamente!
    ¡Qué gárrula y sonante por las cañas!

    ¡Qué muda la virtud por el prudente!
    ¡Qué redundante y llena de ruido
    Por el vano, ambicioso y aparente!

    Quiero imitar al pueblo en el vestido,
    En las costumbres sólo a los mejores,
    Sin presumir de roto y mal ceñido.

    No resplandezca el oro y los colores
    En nuestro traje, ni tampoco sea
    Igual al de los dóricos cantores.

    Una mediana vida yo posea,
    Un estilo común y moderado,
    Que no lo note nadie que lo vea.

    En el plebeyo barro mal tostado
    Hubo ya quien bebió tan ambicioso
    Como en el vaso múrrimo preciado;

    Y alguno tan ilustre y generoso
    Que usó, como si fuera plata neta,
    Del cristal transparente y luminoso.

    Sin la templanza ¿viste tú perfeta
    Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
    Como sueles venir en la saeta,

    No en la tonante máquina preñada
    De fuego y de rumor; que no es mi puerta
    De doblados metales fabricada.

    Así, Fabio, me muestra descubierta
    Su esencia la verdad, y mi albedrío
    Con ella se compone y se concierta.

    No te burles de ver cuánto confío,
    Ni al arte de decir, vana y pomposa,
    El ardor atribuyas de este brío.

    ¿Es por ventura menos poderosa
    Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
    No la arguyas de flaca y temerosa.

    La codicia en las manos de la suerte
    Se arroja al mar, la ira a las espadas,
    Y la ambición se ríe de la muerte.

    Y ¿no serán siquiera tan osadas
    Las opuestas acciones, si las miro
    De más ilustres genios ayudadas?

    Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
    De cuanto simple amé; rompí los lazos.
    Ven y verás al alto fin que aspiro,
    Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 6 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:37

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Lupercio Leonardo de Argensola

    Biografía


    Poeta y dramaturgo español, nacido en Barbastro (Huesca) en 1559, y muerto en Nápoles (Italia) en 1613.

    Vida.

    Fue el hijo mayor del matrimonio entre Juan Leonardo, descendientes de italianos, y de Aldonza Tudela de Argensola, de la nobleza catalana. Su padre llegó a obtener la secretaría de Maximiliano II. No poseemos datos acerca de su educación, aunque ésta debió de correr a cargo de algún religioso en Barbastro o en Huesca. Estudió filosofía y leyes en las universidades de Huesca y Zaragoza. Él se preciaba de haber asistido a las clases de Andrés Schotto y de Simón Abril, conocido traductor de Aristóteles y de Plauto. Fue un gran latinista, gran lector de los clásicos, sobre todo de Horacio, aunque también leía a los satíricos Marcial, Juvenal y Persio.
    Marchó a Lérida en 1582 para saludar a su padre, que viajaba en el séquito de doña María de Austria, viuda de Maximiliano II. En estos años debió de escribir sus tres tragedias, elogiadas por Cervantes en el Quijote: Filis, Isabela y Alejandra. En 1586 entró al servicio de don Fernando de Aragón, duque de Villahermosa, de quien fue nombrado secretario; ejerciendo este cargo tuvo que escribir varias cartas dirigidas por el duque y el conde de Aranda a Felipe II, con ocasión de las alteraciones ocurridas en Aragón por la huida del ex secretario de Felipe II Antonio Pérez. Incluso años más tarde el propio Lupercio redactó una Información sobre esos sucesos.

    En 1587 se casó doña Mariana Bárbara de Albión. A la muerte del duque de Villahermosa obtuvo la secretaría de la emperatriz María. Ya en esta época era muy conocida entre sus contemporáneos su poesía; bastantes poemas suyos fueron recogidos por Pedro Espinosa en su Flores de poetas ilustres, publicada en 1605. En 1595 fue nombrado cronista y empezó a redactar una Historia general de la España Tarraconense. Al igual que su hermano, sintió cierta predilección por la historia, y pretendió escribir unas Preheminencias regias y traducir los Anales de Tácito. En 1608, el conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles, le ofreció el cargo de secretario. En 1610 partió para Nápoles, donde fue uno de los fundadores de la Academia de los Ociosos. Murió en Nápoles en 1613.

    Obra poética.

    Lupercio no publicó su obra lírica e, incluso, llegó a quemar sus versos en Nápoles. Fue su hijo, Gabriel Leonardo, el que las publicó junto a las de su hermano Bartolomé, en Zaragoza, en 1634. En esta edición se imprimieron 94 poemas de Lupercio, aunque su producción es más amplia. Las ideas poéticas de Lupercio se basan en la creencia de que la creación literaria debe ir unida a la ética y a la moral. Al igual que sucede con su hermano, su máximo modelo es Horacio; de él toma el concepto de que el poeta debe limar mucho lo que escribe: “Lean mucho, escriban poco, amen borrar mil veces cada palabra, que por no hacerlo así los poetas de su tiempo, dice Horacio que erraban”.
    De Horacio tomó ciertos temas, como el gusto por el aurea mediocritas, por la sátira de los vicios y por la gravedad. Pero aunque siga la doctrina horaciana, tiene en cuenta las modas literarias de su época, tal y como podemos apreciar en la aparición en su poesía de tópicos de especial connotación barroca: ruinas, tempus fugit. Por lo que se refiere a su estilo, está caracterizado por la sencillez sintáctica y estilística, el clasicismo y la escasez de cultismos. Muestra una gran sobriedad en el uso de adjetivos coloristas o sensuales. Se opuso a Góngora y a las comedias de Lope, llegando a escribir en 1597 un Memorial a Felipe II contra la representación de las comedias, en el que demuestra, según José Manuel Blecua, “una cierta incapacidad para la comprensión del fenómeno teatral, puesto que casi no distingue entre realidad y fantasía”, llegando incluso a sugerir la necesidad de prohibir los Autos sacramentales, “porque [los actores] en su vestuario están bebiendo, jurando, blasfemando y jugando con el hábito y forma exterior de Santos, de Ángeles, de la Virgen Nuestra Señora y del mismo Dios”.

    Sus poesías pueden dividirse en tres grupos: poemas amorosos, morales y satírico-burlescos, y de circunstancias y traducciones. En las poesías amorosas, Lupercio sigue la tradición de la filografía neoplatónica con rasgos petrarquistas, pero en algunos de estos poemas se mezclan temas barrocos como los de las ruinas, la vida y la muerte. Blecua afirma que que la filografía de Argensola procede de Castiglione o de Bembo. Los poemas de este grupo están llenos de alusiones mitológicas. Las amadas reciben los nombres típicos de la poesía de la época: Filis, Cloris, Laura, Galatea, Amarilis, Flérida.

    En la descripción de la belleza femenina sigue los tópicos de la época apoyados en la doctrina platónica de un amor intelectual; así afirma que la causa de su amor por Ana no es la belleza física, sino la espiritual: “Tu alma, que en tus obras se trasluce, / es la que sujetar pudo la mía / porque fuese inmortal su cautiverio”. Sus poemas amorosos, al igual que el resto de su poesía, se caracterizan por su perfección técnica; José Manuel Blecua la define por su antisensualismo, hasta en las imágenes y comparaciones, su huida de un lenguaje que había cristalizado en tanto poema renacentista, y el hallazgo de temas y situaciones muy originales, aparte de la mezcla con otros temas.

    El segundo de los grupos en los que su hijo dividió sus poemas comprende los morales, los satíricos y los burlescos. Los temas morales que se reiteran en su poesía son los habituales de su época: la providencia, el premio y el castigo, la Fortuna, el dominio de sí mismo, el desprecio de la riqueza, vida retirada. En estos poemas es indudable la huella de Horacio; ejemplos tenemos en “Vuelve del campo el labrador cansado” o el más famoso de ellos: “Llevó tras sí los pámpanos otubre”.
    Los poemas satíricos presentan las mismas preocupaciones e influencias que las señaladas en la poesía de su hermano Bartolomé Leonardo de Argensola: Horacio, Persio, Juvenal y Marcial. También aparecen muchos de los temas tratados por otros satíricos de los siglos XVI y XVII: los borrachos, los lascivos, los aduladores, los lindos, etc. Esta galería de tipos aparece en su epístola a don Juan de Albión, en la que afirma su incapacidad para improvisar y el trabajoso esfuerzo que le costaba escribir: “pues para hacer un verso, y ese manco, / primero he de sudar por cada poro”.
    En la epístola a la que Green denegó la influencia horaciana se citan una gran cantidad de autores clásicos: César, Aristófanes, Terencio, Suetonio, etc. El poema termina con una llamada a los jóvenes de su época para que abandonen los vicios contemporáneos y vivan a la manera heroica de sus abuelos: “Haré ver con vergüenza a mil mozuelos / que viven de sí mismos satisfechos, / cuán diferentes eran sus abuelos”. Otra sátira importante es la dirigida "A Flora", en la que pinta de una manera magistral a las rameras, a las que se describe con rasgos grotescos y deshumanizadores. Se han conservado algunos de los sonetos satíricos que escribió, en los que aborda los mismos temas barrocos: la alcahueta, el casamiento engañoso (“¿Quién ha visto un casamiento sin engaños?”) o los cabellos prestados (“Esos cabellos en tu frente enjertos”).

    En el grupo de poemas de circunstancias se encuentran una serie de composiciones de tema religioso; así los tercetos al traslado de las reliquias de san Eufrasio a Andújar o los escritos con motivos de justas y certámenes, como los dedicados a san Diego de Alcalá o a san Lorenzo; todos ellos presentan, en palabras de José Manuel Blecua, “los mismos caracteres de falta de intimidad con la retórica al uso”. De estos poemas religiosos destaca la canción "A la Asunción de Nuestra Señora".
    Otros poemas de circunstancias son los elogios que figuran al frente de los libros de Martín de Bolea, Juan Rufo o Cristóbal de Virués. De este grupo destaca el escrito para el libro Aranjuez del alma, de fray Juan de Tortosa, en el que se hace un elogio de Felipe II y de su hija. Por último, Gabriel Leonardo colocó al final de su edición las traducciones de seis odas horacianas, de las que la más citada es la del "Beatus ille" (“Dichoso el que, apartado / de negocios, imita”).

    Bibliografía.

    1. ARGENSOLA, Lupercio Leonardo de. Rimas. (Ed. de José Manuel Blecua). (Madrid: Clásicos Castellanos, 1972).
    2. BLECUA, José Manuel. La poesía aragonesa del Barroco. (Zaragoza: Guara, 1986).
    3. EGIDO, Aurora. La poesía aragonesa del siglo XVII (Raíces culteranas). (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1979).
    4. GREEN, Otis H. Vida y obra de Lupercio Leonardo de Argensola. (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1945).


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:38

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    36- A la Esperanza



    Alivia sus fatigas
    El labrador cansado
    Cuando su yerta barba escarcha cubre,
    Pensando en las espigas
    Del agosto abrasado
    Y en los lagares ricos del octubre;
    La hoz se le descubre
    Cuando el arado apaña,
    Y con dulces memorias le acompaña.

    Carga de hierro duro
    Sus miembros, y se obliga
    El joven al trabajo de la guerra.
    Huye el ocio seguro,
    Trueca por la enemiga
    Su dulce, natural y amiga tierra;
    Mas cuando se destierra
    O al asalto acomete,
    Mil triunfos y mil glorias se promete.

    La vida al mar confía,
    Y a dos tablas delgadas,
    El otro, que del oro está sediento.
    Escóndesele el día,
    Y las olas hinchadas
    Suben a combatir el firmamento;
    Él quita el pensamiento
    De la muerte vecina,
    Y en el oro lo pone y en la mina.

    Deja el lecho caliente
    Con la esposa dormida
    El cazador solícito y robusto.
    Sufre el cierzo inclemente,
    La nieve endurecida,
    Y tiene de su afan por premio justo
    Interrumpir el gusto
    Y la paz de las fieras
    En vano cautas, fuertes y ligeras.

    Premio y cierto fin tiene
    Cualquier trabajo humano,
    Y el uno llama al otro sin mudanza;
    El invierno entretiene
    La opinión del verano,
    Y un tiempo sirve al otro de templanza.
    El bien de la esperanza
    Solo quedó en el suelo,
    Cuando todos huyeron para el cielo.

    Si la esperanza quitas,
    ¿Qué le dejas al mundo?
    Su máquina disuelves y destruyes;
    Todo lo precipitas
    En olvido profundo,
    Y ¿del fin natural, Flérida, huyes?
    Si la cerviz rehuyes
    De los brazos amados,
    ¿Qué premio piensas dar a los cuidados?

    Amor, en diferentes
    Géneros dividido,
    Él publica su fin, y quien le admite.
    Todos los accidentes
    De un amante atrevido
    (Niéguelo o disimúlelo) permite.
    Limite pues, limite
    La vana resistencia;
    Que, dada la ocasión, todo es licencia.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:39

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    37- Al Sueño


    Imagen espantosa de la muerte,
    Sueño crüel, no turbes más mi pecho,
    Mostrándome cortado el nudo estrecho,
    Consuelo solo de mi adversa suerte.

    Busca de algún tirano el muro fuerte,
    De jaspe las paredes, de oro el techo,
    O el rico avaro en el angosto lecho
    Haz que temblando con sudor despierte.

    El uno vea el popular tumulto
    Romper con furia las herradas puertas,
    O al sobornado siervo el hierro oculto.

    El otro sus riquezas, descubiertas
    Con llave falsa o con violento insulto,
    Y déjale al amor sus glorias ciertas.



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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:40

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    38- La Vida en el Campo


    Llevó tras sí los pámpanos octubre,
    Y con las grandes lluvias insolente,
    No sufre Ibero márgenes ni puente,
    Mas antes los vecinos campos cubre.

    Moncayo, como suele, ya descubre
    Coronada de nieve la alta frente;
    Y el sol apenas vemos en oriente,
    Cuando la opaca tierra nos lo encubre.

    Sienten el mar y selvas ya la saña
    Del Aquilón, y encierra su bramido
    Gente en el puerto y gente en la cabaña.

    Y Fabio, en el umbral de Tais tendido
    Con vergonzosas lágrimas lo baña,
    Debiéndolas al tiempo que ha perdido.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:42

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    Bartolomé Leonardo de Argensola


    Biografía

    Vida. Bartolomé Juan Leonardo de Argensola nació en Barbastro y fue bautizado el 26 de agosto de 1561. Como en el caso de su hermano Lupercio, aunque no pueda documentarse formalmente, se deduce que en sus primeros años asistió al Estudio General de Barbastro y a partir de 1574 a los cursos de la Universidad de Huesca. Así parece indicarlo que en 1579 se publicara un poema suyo de elogio en los preliminares de Divina y varias poesías de fray Jaime Torres que enseñaba en esa universidad. En 1580 su padre, Juan Leonardo, se traslada a Zaragoza con su familia. Bartolomé continúa su formación en la Universidad de Zaragoza. Allí es más que probable que hubiera asistido a los cursos de Andrés Schott, como su hermano Lupercio y a los que impartía el traductor de Aristóteles y Terencio, Pedro Simón Abril. En Zaragoza recibió el grado de Bachiller, como consta en la primera inscripción de matrícula de la Universidad de Salamanca, en la que se sabe, sin lugar a dudas, que estudió derecho canónico entre 1581 y 1584. Como ya lo había advertido José Manuel Blecua, allí podía haber conocido a humanistas de la talla de Francisco Sánchez de las Brozas y Fray Luis de León. Bartolomé Leonardo tuvo una sólida educación clásica; escribía cómodamente en latín, demostró en sus escritos que sabía griego y que había leído, en traducción al latín o a otra lengua romance, la obra de muchos autores de la Grecia antigua o clásica, helenista y aun de períodos históricos posteriores.
    Ordenado sacerdote hacia 1583 y bajo la protección de don Fernando de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa, Bartolomé es designado rector de la parroquia de Villahermosa del Río en Valencia en 1586, es decir, por los mismos años en los que su hermano Lupercio recibe el cargo de secretario del duque. A la muerte del duque, la relación de ambos con su familia, se centrará en la persona de su viuda, Juana de Pernstein y Manrique, quien había sido dama de honor de la emperatriz María y conocía, por tanto, a Juan Leonardo, padre de los Argensola.

    En 1590 y al morir Jerónimo de Blancas, nuestro autor solicita a la diputación del reino, el cargo de cronista del reino de Aragón. El pedido iba acompañado de un breve escrito en el que Bartolomé exponía cómo se redactaba un discurso historiográfico y qué cualidades debía poseer un buen cronista. En él se mantenía fiel a las ideas tópicas sobre la historia que circularon desde el siglo XV: el relato debía respetar la verdad, estar escrito en buen estilo y ser consistente en su defensa de la patria y de la moral. Pero a pesar de este opúsculo que Gallardo tituló Discurso historial, año 1590, pidiendo el empleo de Cronista del Reino de Aragón y el conde de la Viñaza, Sobre las cualidades que ha de tener un perfecto cronista, Bartolomé no consiguió el puesto solicitado.

    Los años de 1591-1592 quedaron marcados por los sucesos de las alteraciones aragonesas, en las que no podían sino participar los hermanos Argensola dada su relación de dependencia con la casa de Villahermosa, y con el duque en particular. Si Lupercio se mostró muy activo en la defensa del duque desde el principio de los disturbios, no menos colaboró Bartolomé en la redacción de informes y cartas que los diputados dirigieron a Felipe II y enviaron a la corte, entre ellos, «la información para el rey» con la cual intentaron justificar el motín del 24 de mayo de 1591. El primer documento que se cita en prueba de su participación y, por otra parte, de la opinión que se tenía de la capacidad de nuestro autor es un pasaje de los Comentarios de los sucesos de Aragón en los años 1591 y 1592, escritos por don Francisco de Gurrea y Aragón, Conde de Luna, en el que el hermano del duque ya declaraba: «Al fin […] escogieron por mejor medio […] escribir una carta al rey nuestro señor, ordenada por un Bartolomé Leonardo, que ella dará testimonio de sí para verificar que éste y su hermano son tenidos por el pozo y hondura de la secretaría y de bien hablados y de buenos entendimientos y grandes conceptos». José Manuel Blecua se refería a este juicio aun para documentar la formación clásica del rector de Villahermosa que se hace evidente en su obra literaria.

    Cuando la situación vuelve a la normalidad Bartolomé Leonardo regresa a su parroquia de Villahermosa del Río pero, obtenido el permiso, volverá a Zaragoza poco tiempo después. A la muerte del duque en 1592 y a instancias de su esposa Juana de Pernstein, fue designado capellán de la viuda de Maximiliano II, la emperatriz María, retirada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, junto con su hija Margarita. Bartolomé y Lupercio, en sus funciones de capellán y de secretario de la emperatriz respectivamente, permanecerán en la corte entre 1592 y 1603, es decir, cuando muere la emperatriz. Estos serán años en los que Bartolomé componga gran parte de su producción poética y conozca a escritores y a nobles poderosos con los que irá estableciendo una nueva red de relaciones sociales y de contactos personales. Bartolomé se acerca así a Cristóbal de Mesa, a Vicente Espinel y a Cristóbal de Virués, conoce a Cervantes y a Lope de Vega, a Martín de Abarca de Bolea y Castro, a Pedro de Valencia y al predicador del rey, Francisco Aguilar de Terrones, nombres que siempre aparecen en los relatos de su vida, así como los del príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja y Aragón, con quien compartió intereses intelectuales y estéticos e intercambió poemas y el de su hermano, don Fernando de Borja, que fue virrey de Aragón desde 1619 a 1631. Pero aun más importante para su futuro, como es sabido, es la protección que le ofrece don Pedro Fernández de Castro, duque de Lemos, primo del príncipe de Esquilache, quien le encarga en 1606 la composición de una obra historiográfica, la Conquista de las islas Molucas, obra que aparece publicada en Madrid en el año 1609.

    Son asimismo prueba del renombre que fue adquiriendo durante los años transcurridos en la corte, las composiciones celebratorias y de elogio que escribió por iniciativa personal o a pedido de amigos y personas importantes. Trasladada la corte a Valladolid a instancias del valido de Felipe III, el duque de Lerma, el rey residió en esa ciudad entre 1601 y 1606. Se sabe que Bartolomé pasó algún tiempo en la corte vallisoletana entre 1603 y 1606. Argensola mismo confirma este dato en una carta enviada a su amigo, fray Jerónimo de San José, que citó ya Blecua: «habrá cinco años que le hice (un soneto) en Valladolid, con más ocio del que ahora me dan mis ocupaciones.»

    Un momento culminante en su vida le debe haber proporcionado la noticia de que el conde de Lemos lo había elegido para formar parte de su séquito al ser este nombrado Virrey de Nápoles en 1608. Bartolomé pasaría varios años en esta ciudad junto con Lupercio, su hijo Gabriel y un grupo de escritores escogidos por los Leonardo entre los que se contaron Mira de Amescua, Barrionuevo, Laredo y Ortigosa. Se constituyó así una verdadera corte literaria, en palabras de Otis H. Green, que acompañó al conde entre 1610 y 1614 y le ofreció la posibilidad de tratar con escritores y nobles italianos y organizar algunas actividades conjuntas que fueron alabadas por los contemporáneos. Las obligaciones del gobierno que debía enfrentar el conde de Lemos y su secretario, Lupercio, alternarían con las actividades culturales organizadas por esta Academia de los ociosos, que incluían no sólo reuniones de literatos y nobles sino representaciones teatrales de repente o improvisadas como la que ya mencionamos en relación con Lupercio. Recordábamos así que Diego Duque de Estrada en su Comentarios del desengañado o sea Vida de D. Diego Duque de Estrada, escrita por el mismo, transmitió su descripción de uno de estos eventos que giró en torno a una comedia sobre Orfeo y Eurídice, en la que el rector de Villahermosa, disfrazado de dueña, desempeñó el papel de Proserpina provocando la hilaridad del público. Duque de Estrada citaba así los primeros versos de la comedia, pronunciados por Bartolomé: «Yo soy Proserpina; ésta la morada / del horrible rabioso cancerbero», que continuaba con la intervención de Plutón y de los restantes personajes.

    Se sabe que en los años pasados en Nápoles Bartolomé compuso algunos poemas, entre ellos, su conocida Elegía en la muerte de la reina, doña Margarita, nuestra señora, En cuanto a las funciones oficiales que desempeñó al servicio del virrey en Nápoles entre 1613 y 1614, estas incluían la organización y catalogación de las cartas y cédulas reales y de las que presentaban recomendaciones en materia de gobierno. Además de actuar como consejero en lo eclesiástico, Bartolomé Leonardo estaba encargado de despachar patentes de privilegio, cartas y otros documentos relacionados con dimisiones y licencias.

    Cuando muere Lupercio en 1613, el conde de Lemos escribe a los diputados de Zaragoza para dar la noticia y recomienda a Bartolomé para el cargo de cronista del reino de Aragón en sustitución de su hermano pero los diputados le comunican que ya se lo habían concedido al doctor Bartolomé Llorente. Por tanto, el rector de Villahermosa tuvo que esperar unos dos años para obtener este puesto que él mismo había solicitado a los diputados a la vez que su protector, el virrey. En 1615 se le otorga otra distinción importante, ya que lo nombran canónigo de La Seo de Zaragoza. Bartolomé recibió esta noticia en Roma cuando llegó de visita a esa ciudad en mayo de 1615, transmitida por sus amigos, entre ellos Fernando de Soria Galvarro. Las galeras de Sicilia en las que había viajado se demoraron un día en llegar a Roma. Con este motivo, el conde Francisco de Castro, embajador de España ante la Santa Sede, compuso en broma un epitafio: «Siste el grado, caminante, / porque derrienga esta losa / al Rector de Villahermosa, / ancho de tripa y semblante», que Bartolomé contestó con otro semejante: «No repares, caminante, / en lo que dice esta losa / que el Rector de Villahermosa / navega el Tibre adelante.». Gracias a la intervención del conde de Castro, el Papa recibe a Bartolomé y le concede el permiso para hacerse cargo de la canonjía de La Seo in absentia. Durante los días que pasó en Roma tuvo además la ocasión de conocer a Galileo Galilei, quien había tratado de vender sus instrumentos de navegación a la corona española. Se han transmitido sendas cartas que ambos se intercambiaron en 1616 y que pueden leerse en la edición italiana de las Opere de Galileo, quien, en la segunda, le recordaba sus conversaciones sobre el Trattato della longitudine. En su respuesta Bartolomé le decía que iba a cumplir con su pedido. Se han referido a esas cartas Eugenio Mele, Bruce Wardropper y otros investigadores interesados en las relaciones de Galileo con españoles de la época.

    El rector de Villahermosa regresó a España junto con el conde de Lemos en 1616. A su retorno a Zaragoza, se hizo cargo oficialmente de la canonjía de La Seo e inició sus funciones como cronista del reino de Aragón. De este año data también su testamento, que redactó con motivo de una seria enfermedad desarrollada tiempo después de instalarse en Zaragoza y que ahora ha sido transcripto y publicado nuevamente con el de Lupercio por Jesús Gascón Pérez en 2009. El testamento ofrece datos importantes para reconstruir los lazos familiares de Bartolomé y sus contactos con algunos de sus contemporáneos, Juana Pernstein, por ejemplo, que corroboran que los Argensola gozaron de prestigio e influencia en su época. Se observa, por ejemplo, que la emperatriz y la familia de Villahermosa siguieron protegiendo a ambos hermanos tal vez en reconocimiento de la fidelidad con la que Juan Leonardo había servido al emperador, Maximiliano II y a la emperatriz María en Alemania. De allí que en uno de los artículos de este testamento, Bartolomé declarase: «Ítem, quiero que, luego como yo fuere muerto, se envíe a la excelentísima señora doña Juana de Pernestán, duquesa de Villahermosa, a quien yo sumamente he deseado y deseo servir, un breviario que tengo aforrado en terciopelo carmesí y me lo dio la señora princesa de Caserta, su hermana, y fue de la señora doña María Manrique, su madre, para que su excelencia lo dé a su alteza de la serenísima infanta Margarita o a la señora sor Luisa de las Llagas, hija de la dicha señora doña María Manrique». Bartolomé, por su parte, le había dedicado a la duquesa un soneto en fecha que no se ha determinado: A la duquesa de Villahermosa, doña Juana de Pernestain, habiendo perdido un pleito en Aragón, [174] «Si en los sucesos prósperos declina».

    Dos años más tarde Bartolomé Leonardo es nombrado cronista del rey para los reinos de la corona de Aragón, con lo que se ampliaron aun sus obligaciones de historiador oficial en sus dos vertientes. A partir de esas fechas reside en Zaragoza permanentemente aunque en alguna ocasión viaja a Madrid para cumplir con encargos profesionales, como ocurre en 1619 a propósito de algunos pedidos de La Seo. Además de asistir al coro y ocuparse de los asuntos del cabildo, sus actividades se concentrarán en la preparación de sus obras historiográficas, y en la revisión de su poesía. En esos primeros años que pasa en Zaragoza, Bartolomé conoce a un joven poeta, Martín Miguel Navarro, entonces aun estudiante, con quien mantiene correspondencia hasta el final de su vida. En ellas se lee que Martín Miguel expresó su admiración por Bartolomé y que por ello le propuso preparar una serie de anotaciones a su poesía, en las que indicaría sus fuentes como habían hecho humanistas de la talla del Brocense o de Fernando de Herrera para contextualizar la poesía de Garcilaso de la Vega. Las cartas también señalan que el rector de Villahermosa apreciaba la idea de llegar a ser tratado como un autor clásico en el canon de los poetas castellanos de su época.

    Obra. Bartolomé Leonardo fue historiador y poeta. Decía en unas magníficas páginas Aurora Egido a propósito de Baltasar Gracián que tanto la práctica como la teoría de la historia tuvieron amplia representación en la España de los Austrias. En Las caras de la prudencia y Baltasar Gracián (Castalia, 2000) Egido define la concepción de la historia que se había impuesto desde el siglo XVI, recordando la relación que se establecía entre historia y retórica y el propósito de que fuera fuente de enseñanza moral, conceptos a los que se había adherido también Bartolomé: «Esa historia, concebida 'para enseñar a bien vivir', que busca la veracidad y la ejemplaridad en los hechos, fue común también a Bartolomé Leonardo de Argensola, que pedía una historia ceñida a lo esencial, sin subjetivismos ni patriotismos, y con claro cuño didáctico.» (p. 126). En efecto, a ello se refirió nuestro historiador y poeta en numerosas ocasiones.

    En cuanto a sus tareas de historiador, los diputados le encomendaron la publicación de una nueva edición de los Fueros y observancias del reino de Aragón que apareció en 1624. Su primer obra historiográfica, como hemos dicho, fue la Conquista de las islas Molucas que había compuesto, según él mismo le escribía a su amigo, Bartolomé Llorente, por obligación y ante la insistencia del conde de Lemos, presidente entonces del Consejo de Indias.: «ya acabé aquella historia de las Molucas por orden del Rey y a su costa ha salido a luz» en 1609. En 1621, entregado como cronista oficial a la redacción de los Anales, la diputación le ordena interrumpirlos para dedicarse a componer un texto histórico sobre las alteraciones de Zaragoza del año 1591, con el que se pudiera acallar a otros escritores que «por malicia» habían cuestionado la fidelidad de Aragón a la corona. Bartolomé redactará así las Alteraciones populares de Zaragoza año 1591. Ahora bien, la Primera parte de los Anales de Aragón saldrán publicados en 1631 pero las Alteraciones, censuradas por la diputación, quedarían inéditas hasta mediados del siglo XX. También por orden de los diputados Bartolomé anotó críticamente el capítulo titulado «Las Alteraciones de Aragón y su quietud con el castigo de algunos sediciosos de que celebró el Rey con los Aragoneses», que según recuerda Gregorio Colás, integraría la segunda parte de la obra de Luis Cabrera de Córdoba Felipe Segundo Rey de España. Pero la intervención de Argensola y la muerte de Cabrera hicieron que no se publicara esta obra hasta fines del siglo XIX. Como Bartolomé mismo lo declaraba en sus cartas, no fue fácil retomar el análisis de lo ocurrido en Zaragoza en 1591-1592. Entraban en conflicto, por una lado, la posición de aquellas personas que pertenecían a las familias implicadas en las alteraciones y, por el otro, la necesidad de defender la fidelidad de los aragoneses a Felipe II aun después de lo que Gregorio Colás llama la invasión de fines de 1591 y la modificación de los fueros impuesta por el poder central en las Cortes de 1592. Si se añade a esto el hecho de que el escrito de Argensola debía obtener la aprobación de la censura real e inquisitorial, se entiende que estas Alteraciones tuvieran que quedar inéditas, como ocurrió de modo más o menos semejante con el relato compuesto por Lupercio años antes.

    Los fundamentales trabajos de Gregorio Colás sobre el reino de Aragón, y, en particular, su extenso estudio introductorio a la edición de las Alteraciones de Bartolomé Leonardo publicada en 1996, nos permiten hoy reconstruir con mayor exactitud la obra historiográfica de nuestro autor y el método con el que la fue construyendo. Bartolomé se propuso trabajar con los documentos conservados en los archivos aragoneses pero sus interminables pedidos a la diputación de que se los proporcionara no tuvieron siempre el resultado deseado. De todos modos dejó constancia en sus cartas y prefacios de las investigaciones realizadas y de los testimonios que sí pudo obtener de los descendientes de las familias implicadas mientras seguía pidiendo al consistorio con mayor o menor éxito que le dieran acceso a las fuentes de información requeridas.

    Tacitista y neoestoico, Bartolomé fue adaptando el modelo de Tácito a las nuevas corrientes ideológicas de su época y a los temas y problemas que generaron: la razón de estado, la tiranía o el ejercicio del poder absoluto. Su adhesión al neoestoicismo y al tacitismo se manifestó además en su deseo de intercambiar ideas con el mayor exponente de ambas tendencias de su época: Justo Lipsio, editor de Tácito y de Séneca. Se conservan un par de cartas latinas que, como su hermano Lupercio, le dirigió, en las que se hace evidente su posición como historiador. Por tanto, y se ha dicho ya, Bartolomé escribía historia para entender el pasado pero creía firmemente que su conocimiento debía siempre estar puesto al servicio de la ética.

    Sin embargo, al mismo tiempo que se dedicaba a sus tareas de historiador, Argensola siguió revisando su obra literaria en Zaragoza hasta su muerte en febrero de 1631, alternando probablemente la escritura de la historia con la de la poesía. Bartolomé compuso un número elevado de poemas en los metros y subgéneros que se practicaban desde el siglo XVI. Gabriel Leonardo logró publicar 197 de estas composiciones en 1634 pero hoy se han recuperado muchas más que no entraron en la princeps, como se comprueba en las ediciones modernas de José Manuel Blecua, quien incluyó asimismo los de transmisión manuscrita y autoría evidente. Por tanto, si bien es cierto que Bartolomé no se interesó por publicar su poesía en vida, con excepción de unas cuantas composiciones ocasionales, concretamente cuatro de elogio a amigos de juventud, como las definía Blecua y algunas elegías que recibieron premios, no cabe duda de que quiso ser considerado muy buen poeta. Lo confirma el hecho de que, a pesar de que en el testamento que redactó en 1617 cuando cayó enfermo pedía que no se divulgara su obra, en los años zaragozanos, como dijimos, revisó, enmendó y corrigió numerosos pasajes de sus composiciones poéticas. El examen detenido de estas variantes de autor permitiría hoy analizar el posible motivo de los cambios efectuados y aun la posible evolución de sus ideas estéticas.

    Otro argumento a considerar cuando se intenta evaluar el compromiso de Bartolomé con su actividad literaria es el hecho de que hubiera aceptado que Martín Miguel Navarro preparara una edición anotada de su poesía. Ello no obsta para que se hubiera resistido a que el cardenal de Cuenca la publicara, por ejemplo, como él mismo lo declaraba en alguna carta, o fray Jerónimo de San José que también había insistido en esta idea, o el secretario de la reina de Hungría, don Francisco de Calatayud u otros de sus contemporáneos. La excusa ofrecida en carta a fray Jerónimo, que ya citaba J. M. Blecua es significativa: «en Sevilla lo he estorbado a ciertos caballeros. A los unos y a los otros he dicho cómo eran delicta iuventutis y hasta agora los entretengo con esperanza de que he de ver esas mis diversiones y enmendarlas, y que entonces no resistirá a la estampa; y no es fingido, porque realmente los ando mirando con sobrecejo y castigándolos.» Considerar que sus poemas fueron delitos cometidos en su juventud no deja de ser un gesto retórico de falsa modestia, comparable al de Lupercio que había pedido en Nápoles antes de morir que se quemara su obra. Bartolomé tuvo, en cambio, la posibilidad de reflexionar sobre lo escrito y de ofrecer nuevas versiones de no pocos poemas que nos muestran cierta evolución de sus ideas estéticas.

    Hacer poesía para Bartolomé era recrear los métodos de los antiguos griegos y latinos que habían hecho de la imitación la forma más eficaz de producción textual. En su Epístola a Fernando de Soria Galvarro [162] recomienda que el ingenio del escritor se nutra en la lectura de la docta tradición de los clásicos (vv.127-130). Dedica otra sección de la epístola a enumerar los estilos en los que puede un poeta expresarse: el llano, que es su preferido, el estilo medio o el lacónico. Otra epístola en la que también desarrolla sus preferencias poéticas, la Epístola a un caballero estudiante [163], que compuso años más tarde, se lee asimismo como una especie de manifiesto poético estructurado en torno a una serie de consejos a un joven que estudió derecho pero que deseaba volver a escribir y ser poeta. Por un lado, Bartolomé se refiere a la necesaria imitación de autores latinos según el subgénero poético escogido: Horacio, Virgilio, Juvenal, Persio o Marcial y a autores griegos, lengua que él conocía muy bien: Píndaro y Luciano, además de Aristóteles y Platón. Perito en las prácticas de la imitación, Bartolomé que había aprendido desde joven a traducir a los clásicos como paso intermedio para escoger frases y expresiones que luego serían imitadas en sus poemas originales, nos legó por ello ajustadas versiones de algunas sátiras y odas de Horacio, que Blecua editó con los números [194], [195] y [196] por ejemplo, o de unos epigramas de Marcial [197] y [198], [XXXI], o de una oda de Píndaro [canción LXXXIII]. Del mismo modo, tradujo textos bíblicos como el salmo Super flumina Babilonis [135]. De estos habría recogido expresiones que funcionaran como intertextos de su poesía religiosa. En cuanto a su propio estilo, como citamos más arriba, mostró preferencia por el llano que era el más apropiado para la escritura de un género literario que le fue siempre afín: la sátira, en la tradición de los sermones horacianos. Bartolomé conocía muy bien las sátiras de Juvenal y sin duda había leído cuidadosamente a Persio pero en el caso del primero es evidente que sólo aprovechó algunos de sus temas característicos, como el ataque a la corrupción de costumbres que Bartolomé achacaba a la vida de la corte. Ecos de Persio se hallan en la crítica de vicios sociales en diálogo con la doctrina estoica por la que siempre mostró predilección. Pero el rector de Villahermosa no se propuso imitar ni el estilo de Juvenal ni el de Persio. En cambio, fueron las voces satíricas de Horacio las que recreó desde su perspectiva renacentista y aún la conocida tendencia horaciana a borrar los límites estrictos que separaban la satura de la epístola. De hecho, sátira y epístola no parecen géneros diferenciados en la obra de Bartolomé ya que practica la crítica de costumbres en sus cartas en tercetos y construye muchas de sus sátiras escritas asimismo en tercetos en discurso epistolar. De hecho, la transmisión misma de su obra poética en manuscritos e impresos y los epígrafes que se le adjudicaron demuestra que ambas designaciones genéricas parecían intercambiables.

    Bartolomé compuso asimismo sátiras en prosa, en imitación de la variante romana de la satura llamada menipea. Ahora bien, aunque el corpus de su poesía circuló en numerosos manuscritos hasta la publicación de la princeps en 1634, sus tres sátiras menipeas, Dédalo, Menipo litigante y Demócrito, no llegaron a la imprenta hasta fines del siglo XIX, cuando aparecieron en la edición de Obras sueltas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, ordenadas e ilustradas por el Conde de la Viñaza en 1889. El modelo de la menipea en la realización de Luciano de Samosata en particular, gozó de popularidad en los siglos XVI y XVII a partir de las traducciones latinas de Erasmo que circularon ampliamente en el XVI y de su imitación en sus Colloquia latinos. Ello explica el desarrollo de la sátira menipea ya en lenguas romances. En España se publicaran con éxito numerosos textos, designados generalmente con el nombre de diálogos ya que este fue el modo de enunciación más practicado por influencia de las sátiras erasmianas que su autor había llamado por ello coloquios. Del autor del Crotalón a los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada, a las sátiras menipeas de Bartolomé y a su transformación en las sátiras de Quevedo en el XVII, este modelo resultaba ideal para ejercer la crítica social desde una perspectiva moralizante.

    El corpus completo que se lee hoy incluye, además, poemas amorosos en versos de arte menor y sonetos que desarrollan motivos petrarquistas. Su poesía moral dialoga con la satírica, centrada como está en la corrección de vicios. Los vicios de la corte que critica consistentemente son la codicia, la deshonestidad y el oportunismo. Focalizados en los tipos sociales que la frecuentan, Bartolomé castiga el comportamiento reprobable de pleiteantes y pretendientes, de aduladores y mentirosos, todos representantes del afán de dinero que hace que los cortesanos frecuenten las casas de juego, o la pasión por el lujo en todas sus manifestaciones. Frente a la decadencia de la corte, Bartolomé exalta la figura del sabio que ha hecho suyos los principios neoestoicos y se aparta de la vida urbana para retirarse a su aldea, epítome del lugar ameno que invita a olvidarse de ambiciones para gozar de la naturaleza y así pueden leerse los poemas [118], [124] o [95].

    Otra área de su producción poética está dedicada a la poesía religiosa, en la que practicó el diálogo entre la imitación de motivos clásicos y bíblicos, como en el poema [141], A San Miguel, («Pues que no hay voz ni estilo suficiente») y el [138], A la purísima concepción de Nuestra señora, («A todos los espíritus amantes») o la Canción a la nave de la iglesia, [140] («Ya la primera nave, fabricada»). Finalmente un número considerable de composiciones pertenece al ámbito de la poesía de circunstancias tan característica de su época. En este grupo pueden leerse poemas de elogio a diversas personalidades o a amigos de nuestro poeta, algunos muy tempranos como los poemas laudatorios para el Libro de Orlando determinado de Martín de Bolea y Castro publicado en Zaragoza en 1578 (Blecua, I, «Aunque el bélico pecho y animoso») o el ya mencionado soneto, incluido en los preliminares del libro de fray Jaime Torres, Divina y varias poesías, de 1579. Otros poemas circunstanciales que pueden citarse son: En la traslación de una reliquia de San Ramón de la iglesia de Roda a la de Barbastro, cuyo obispo había sido (Blecua, [143] «Hoy quiere el cielo que de tu Raimundo» y En la restitución de una reliquia de San Eufrasio a la ciudad de Andújar (Blecua [144] «Hoy vuelve a los abrazos de su esposa»). En 1610 compuso una Elegía en la muerte del conde de Gelves, don Fernando de Castro, ([159] «Cayó, señor, rendido al accidente») y en 1611, una Elegía en la muerte de la reina doña Margarita, nuestra señora («Con feliz parto puso al heredero / séptimo en los confines de la vida / la gran consorte del monarca ibero;» (1611) y el dedicado al motivo de los relojes, frecuentemente recreado en la época, A un reloj que tenía el conde de Lemos, don Pedro, siendo virrey de Nápoles que era un globo sustentado por Atlante, «Oh tú, en cuya cerviz la fuerza estriba». No deben olvidarse, además, aquellos poemas compuestos para competir en justas o certámenes tan característicos también de su época.

    Es más que evidente que, en vida, Bartolomé Leonardo de Argensola estuvo entregado al estudio y a la literatura, y ello más allá de sus obligaciones de sacerdote, canónigo y funcionario de la diputación. Cronista del reino de Aragón, y cronista del rey para los reinos de la corona de Aragón, Bartolomé se entregó a la escritura de la historia por la que sentía especial vocación pero no cesó nunca en su voluntad de ser asimismo poeta. Decía José Manuel Blecua que Bartolomé no llegó a desarrollar interés por las nuevas tendencias poéticas del barroco. Ni quiso competir con Góngora, ni le interesó dialogar con Lope de Vega. En efecto, como Cervantes o Francisco de Medrano, siguió escribiendo según los códigos renacentistas aprendidos en la juventud y en un estilo que aspiraba a la calidad y a la armonía del verso y de la prosa. El éxito que tuvo su obra fue inmediato y se mantuvo a lo largo del siglo XVIII y así hasta el presente como lo confirma la historia de su recepción.







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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:43

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Bartolomé Leonardo de Argensola



    39- La Providencia


    «Dime, Padre común, pues eres justo,
    ¿Por qué ha de permitir tu providencia
    Que, arrastrando prisiones la inocencia,
    Suba la fraude a tribunal augusto?

    »¿Quién da fuerzas al brazo que robusto
    Hace a tus leyes firme resistencia,
    Y que el celo, que más la reverencia,
    Gima a los pies del vencedor injusto?

    »Vemos que vibran victoriosas palmas
    Manos inicuas, la virtud gimiendo
    De triunfo en el injusto regocijo.»

    Esto decía yo, cuando riendo
    Celestial ninfa apareció, y me dijo:
    «¡Ciego! ¿es la tierra el centro de las almas?»


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:44

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Lope de Vega

    Biografía

    Félix Lope de Vega y Carpio nació en Madrid el 25 de noviembre 1562. El llamado Fénix de los ingenios, fue el más prolífico y uno de los mejores dramaturgos del Siglo de Oro, pero su ingenio le llevó también a escribir poesía, novelas, epopeyas etc. Su propia vida fue tan intensa compleja y exuberante como su obra.

    Su padre, Félix de Vega, era bordador de profesión. Félix fue un niño muy precoz. Aprendió latín y castellano y componía versos desde los cinco años y a los doce ya escribía comedias, lo que motivó su ingreso en la escuela de Madrid, regentada por Vicente Espinel, y continuó su formación en el estudio de la Compañía de Jesús, que más tarde se convertiría en el Colegio Imperial. Ingresó en 1577 en la Universidad de Alcalá de Henares, pero no logró ningún título. Estudió gramática con los teatinos y matemáticas en la Academia Real y sirvió de secretario al Marqués de las Navas.
    Elena Osorio fue su primer gran amor, la "Filis" de sus versos, separada entonces de su marido, el actor Cristóbal Calderón; Lope pagaba sus favores con comedias para la compañía del padre de su amada. Sus cuitas amorosas lo llevaron a ser desterrado durante ocho años de la Corte y dos del reino de Castilla. Se casó en 1588 con Isabel de Alderete y Urbina. El 29 de mayo del mismo año intentó reanudar su carrera militar alistándose en la Gran Armada, en el galeón San Juan. En diciembre de 1588 volvió tras la derrota de la Gran Armada y se dirigió a Valencia. Con Isabel de Urbina vivió en Valencia. Tras cumplir los dos años de destierro del reino, Lope de Vega se trasladó a Toledo en 1590 y allí sirvió a don Francisco de Ribera Barroso, más tarde segundo marqués de Malpica y, algún tiempo después, al quinto duque de Alba. Para esto se incorporó como gentilhombre de cámara a la corte ducal de Alba de Tormes, donde vivió entre 1592 y 1595. En diciembre de 1595, cumplió los ocho años de destierro de las Cortes y regresó a Madrid. Al siguiente año, allí mismo, fue procesado por amancebamiento con la actriz viuda Antonia Trillo. En 1598 se casó con Juana de Guardo, hija de un adinerado abastecedor de carne de la Corte, tuvo cuatro hijos.
    Se enamoró de Micaela de Luján, la "Celia" o "Camila Lucinda" de sus versos; mujer bella, pero inculta y casada, con la cual mantuvo relaciones hasta 1608 y de la que tuvo cinco hijos, entre ellos dos de sus predilectos. Durante bastantes años Lope se dividió entre los dos hogares y un número indeterminado de amantes, muchas de ellas actrices, como da fe el proceso legal que se le abrió por andar amancebado en 1596 con Antonia Trillo.

    El 24 de mayo de 1614 decidió ordenarse sacerdote, a pesar de ello se enamoró de Marta de Nevares. Lope de Vega murió el 27 de agosto de 1635.
    Lope de Vega fue el definitivo renovador del teatro nacional. Consolidó el género de la comedia, que se liberó de las reglas aristotélicas. No le interesaba la unidad de lugar, aceptaba a de acción y se oponía a la unidad de tiempo, tal como desarrolló en su Arte nuevo de hacer comedias, publicado en 1609.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:44

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
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    Marcelino Menéndez y Pelayo
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    Lope de Vega



    40- Canción


    ¡Oh libertad preciosa,
    No comparada al oro,
    Ni al bien mayor de la espaciosa tierra!
    Más rica y más gozosa
    Que el precioso tesoro
    Que el mar del sur entre su nácar cierra;
    Con armas, sangre y guerra,
    Con las vidas y famas,
    Conquistada en el mundo;
    Paz dulce, amor profundo,
    Que el mal apartas y a tu bien nos llamas:
    En ti sola se anida
    Oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida.

    Cuando de las humanas
    Tinieblas vi del cielo
    La luz, principio de mis dulces días,
    Aquellas tres hermanas
    Que nuestro humano velo
    Tejiendo, llevan por inciertas vías,
    Las duras penas mías
    Trocaron en la gloria
    Que en libertad poseo,
    Con siempre igual deseo,
    Donde verá por mi dichosa historia,
    Quien más leyere en ella,
    Que es dulce libertad lo menos della.

    Yo pues, señor exento
    Desta montaña y prado,
    Gozo la gloria y libertad que tengo.
    Soberbio pensamiento
    Jamás ha derribado
    La vida humilde y pobre que sostengo.
    Cuando a las manos vengo
    Con el muchacho ciego,
    Haciendo rostro embisto,
    Venzo, triunfo y resisto
    La flecha, el arco, la ponzoña, el fuego,
    Y con libre albedrío
    Lloro el ajeno mal y canto el mío.

    Cuando el aurora baña
    Con helado rocío
    De aljófar celestial el monte y prado,
    Salgo de mi cabaña,
    Riberas deste río,
    A dar el nuevo pasto a mi ganado,
    Y cuando el sol dorado
    Muestra sus fuerzas graves,
    Al sueño el pecho inclino
    Debajo un sauce o pino,
    O ya gozando el aura,
    Oyendo el son de las parleras aves,
    Donde el perdido aliento se restaura.

    Cuando la noche oscura
    Con su estrellado manto
    El claro día en su tiniebla encierra,
    Y suena en la espesura
    El tenebroso canto
    De los nocturnos hijos de la tierra,
    Al pie de aquesta sierra
    Con rústicas palabras
    Mi ganadillo cuento
    Y el corazón contento
    Del gobierno de ovejas y de cabras,
    La temerosa cuenta
    Del cuidadoso rey me representa.

    Aquí la verde pera
    Con la manzana hermosa,
    De gualda y roja sangre matizada,
    Y de color de rosa
    La cermeña olorosa
    Tengo, y la endrina de color morada;
    Aquí de la enramada
    Parra que al olmo enlaza,
    Melosas uvas cojo;
    Y en cantidad recojo,
    Al tiempo que las ramas desenlaza
    El caluroso estío,
    Membrillos que coronan este río.

    No me da descontento
    El hábito costoso
    Que de lascivo el pecho noble infama;
    Es mi dulce sustento
    Del campo generoso
    Estas silvestres frutas que derrama;
    Mi regalada cama
    De blandas pieles y hojas,
    Que algún rey la envidiara,
    Y de ti, fuente clara,
    Que bullendo, el arena y agua arrojas,
    Estos cristales puros,
    Sustentos pobres, pero bien seguros.

    Estése el cortesano
    Procurando a su gusto
    La blanda cama y el mejor sustento;
    Bese la ingrata mano
    Del poderoso injusto,
    Formando torres de esperanza al viento;
    Viva y muera sediento
    Por el honroso oficio,
    Y goce yo del suelo,
    Al aire, al sol y al hielo,
    Ocupado en mi rústico ejercicio;
    Que más vale pobreza
    En paz, que en guerra mísera riqueza.

    Ni temo al poderoso
    Ni al rico lisonjeo,
    Ni soy camaleón del que gobierna,
    Ni me tiene envidioso
    La ambición y deseo
    De ajena gloria ni de fama eterna;
    Carne sabrosa y tierna,
    Vino aromatizado,
    Pan blanco de aquel día,
    En prado, en fuente fría,
    Halla un pastor con hambre fatigado;
    Que el grande y el pequeño
    Somos iguales lo que dura el sueño.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 09 Sep 2022, 01:45

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    Lope de Vega



    41- (Romance Sin Título)


    A mis soledades voy.
    De mi soledades vengo,
    Porque para andar conmigo
    Me bastan mis pensamientos.

    ¡No sé qué, tiene la aldea
    Donde vivo y donde muero,
    Que con venir de mí mismo
    No puedo venir más lejos!

    Ni estoy bien ni mal conmigo;
    Mas dice mi entendimiento
    Que un hombre que todo es alma
    Está cautivo en su cuerpo.

    Entiendo lo que me basta,
    Y solamente no entiendo
    Cómo se sufre a sí mismo
    Un ignorante soberbio.

    De cuantas cosas me cansan,
    Fácilmente me defiendo;
    Pero no puedo guardarme
    De los peligros de un necio.

    Él dirá que yo lo soy,
    Pero con falso argumento;
    Que humildad y necedad
    No caben en un sujeto.

    La diferencia conozco,
    Porque en él y en mí contemplo,
    Su locura en su arrogancia,
    Mi humildad en su desprecio.

    O sabe naturaleza
    Más que supo en otro tiempo,
    O tantos que nacen sabios
    Es porque lo dicen ellos.

    «Sólo sé que no sé nada»,
    Dijo un filósofo, haciendo
    La cuenta con su humildad,
    Adonde lo más es menos.

    No me precio de entendido,
    De desdichado me precio;
    Que los que no son dichosos,
    ¿Cómo pueden ser discretos?

    No puede durar el mundo,
    Porque dicen, y lo creo,
    Que suena a vidrio quebrado
    Y que ha de romperse presto.

    Señales son del juicio
    Ver que todos le perdemos,
    Unos por carta de más,
    Otros por carta de menos.

    Dijeron que antiguamente
    Se fue la verdad al cielo:
    Tal la pusieron los hombres
    Que desde entonces no ha vuelto.

    En dos edades vivimos
    Los propios y los ajenos,
    La de plata los extraños,
    Y la de cobre los nuestros.

    ¿A quién no dará cuidado,
    Si es español verdadero,
    Ver los hombres a lo antiguo
    Y el valor a lo moderno?

    Todos andan bien vestidos
    Y quejánse de los precios;
    De medio arriba, romano,
    De medio abajo, romeros.

    Dijo Dios que comería
    Su pan el hombre primero
    Con el sudor de su cara,
    Por quebrar su mandamiento;

    Y algunos inobedientes
    A la vergüenza y al miedo,
    Con las prendas de su honor
    Han trocado los efectos.

    Virtud y filosofía
    Peregrinan como ciegos:
    El uno se lleva al otro,
    Llorando van y pidiendo.

    Dos polos tiene la tierra,
    Universal movimiento,
    La mejor vida el favor,
    La mejor sangre el dinero.

    Oigo tañer las campanas,
    Y no me espanto, aunque puedo,
    Que en lugar de tantas cruces
    Haya tantos hombres muertos.

    Mirando estoy los sepulcros
    Cuyos mármoles eternos
    Están diciendo sin lengua
    Que no lo fueron sus dueños.

    ¡Oh, bien haya quien los hizo,
    Porque solamente en ellos
    De los poderosos grandes
    Se vengaron los pequeños!

    Fea pintan a la envidia:
    Yo confieso que la tengo
    De unos hombres que no saben
    Quién vive pared en medio.

    Sin libros y sin papeles,
    Sin tratos, cuentas ni cuentos,
    Cuando quieren escribir
    Piden prestado el tintero.

    Sin ser pobres ni ser ricos,
    Tienen chimenea y huerto;
    No los despiertan cuidados,
    Ni pretensiones, ni pleitos.

    Ni murmuraron del grande,
    Ni ofendieron al pequeño;
    Nunca, como yo, firmaron
    Parabién, ni pascua dieron.

    Con esta envidia que digo,
    Y lo que paso en silencio,
    A mis soledades voy,
    De mis soledades vengo.


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