Menéndez Pelayo, Marcelino
(1856-1912).
Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
Escogidas por:
Marcelino Menéndez y Pelayo
(1856–1912)
Bartolomé Leonardo de Argensola
Biografía
Vida. Bartolomé Juan Leonardo de Argensola nació en Barbastro y fue bautizado el 26 de agosto de 1561. Como en el caso de su hermano Lupercio, aunque no pueda documentarse formalmente, se deduce que en sus primeros años asistió al Estudio General de Barbastro y a partir de 1574 a los cursos de la Universidad de Huesca. Así parece indicarlo que en 1579 se publicara un poema suyo de elogio en los preliminares de Divina y varias poesías de fray Jaime Torres que enseñaba en esa universidad. En 1580 su padre, Juan Leonardo, se traslada a Zaragoza con su familia. Bartolomé continúa su formación en la Universidad de Zaragoza. Allí es más que probable que hubiera asistido a los cursos de Andrés Schott, como su hermano Lupercio y a los que impartía el traductor de Aristóteles y Terencio, Pedro Simón Abril. En Zaragoza recibió el grado de Bachiller, como consta en la primera inscripción de matrícula de la Universidad de Salamanca, en la que se sabe, sin lugar a dudas, que estudió derecho canónico entre 1581 y 1584. Como ya lo había advertido José Manuel Blecua, allí podía haber conocido a humanistas de la talla de Francisco Sánchez de las Brozas y Fray Luis de León. Bartolomé Leonardo tuvo una sólida educación clásica; escribía cómodamente en latín, demostró en sus escritos que sabía griego y que había leído, en traducción al latín o a otra lengua romance, la obra de muchos autores de la Grecia antigua o clásica, helenista y aun de períodos históricos posteriores.
Ordenado sacerdote hacia 1583 y bajo la protección de don Fernando de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa, Bartolomé es designado rector de la parroquia de Villahermosa del Río en Valencia en 1586, es decir, por los mismos años en los que su hermano Lupercio recibe el cargo de secretario del duque. A la muerte del duque, la relación de ambos con su familia, se centrará en la persona de su viuda, Juana de Pernstein y Manrique, quien había sido dama de honor de la emperatriz María y conocía, por tanto, a Juan Leonardo, padre de los Argensola.
En 1590 y al morir Jerónimo de Blancas, nuestro autor solicita a la diputación del reino, el cargo de cronista del reino de Aragón. El pedido iba acompañado de un breve escrito en el que Bartolomé exponía cómo se redactaba un discurso historiográfico y qué cualidades debía poseer un buen cronista. En él se mantenía fiel a las ideas tópicas sobre la historia que circularon desde el siglo XV: el relato debía respetar la verdad, estar escrito en buen estilo y ser consistente en su defensa de la patria y de la moral. Pero a pesar de este opúsculo que Gallardo tituló Discurso historial, año 1590, pidiendo el empleo de Cronista del Reino de Aragón y el conde de la Viñaza, Sobre las cualidades que ha de tener un perfecto cronista, Bartolomé no consiguió el puesto solicitado.
Los años de 1591-1592 quedaron marcados por los sucesos de las alteraciones aragonesas, en las que no podían sino participar los hermanos Argensola dada su relación de dependencia con la casa de Villahermosa, y con el duque en particular. Si Lupercio se mostró muy activo en la defensa del duque desde el principio de los disturbios, no menos colaboró Bartolomé en la redacción de informes y cartas que los diputados dirigieron a Felipe II y enviaron a la corte, entre ellos, «la información para el rey» con la cual intentaron justificar el motín del 24 de mayo de 1591. El primer documento que se cita en prueba de su participación y, por otra parte, de la opinión que se tenía de la capacidad de nuestro autor es un pasaje de los Comentarios de los sucesos de Aragón en los años 1591 y 1592, escritos por don Francisco de Gurrea y Aragón, Conde de Luna, en el que el hermano del duque ya declaraba: «Al fin […] escogieron por mejor medio […] escribir una carta al rey nuestro señor, ordenada por un Bartolomé Leonardo, que ella dará testimonio de sí para verificar que éste y su hermano son tenidos por el pozo y hondura de la secretaría y de bien hablados y de buenos entendimientos y grandes conceptos». José Manuel Blecua se refería a este juicio aun para documentar la formación clásica del rector de Villahermosa que se hace evidente en su obra literaria.
Cuando la situación vuelve a la normalidad Bartolomé Leonardo regresa a su parroquia de Villahermosa del Río pero, obtenido el permiso, volverá a Zaragoza poco tiempo después. A la muerte del duque en 1592 y a instancias de su esposa Juana de Pernstein, fue designado capellán de la viuda de Maximiliano II, la emperatriz María, retirada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, junto con su hija Margarita. Bartolomé y Lupercio, en sus funciones de capellán y de secretario de la emperatriz respectivamente, permanecerán en la corte entre 1592 y 1603, es decir, cuando muere la emperatriz. Estos serán años en los que Bartolomé componga gran parte de su producción poética y conozca a escritores y a nobles poderosos con los que irá estableciendo una nueva red de relaciones sociales y de contactos personales. Bartolomé se acerca así a Cristóbal de Mesa, a Vicente Espinel y a Cristóbal de Virués, conoce a Cervantes y a Lope de Vega, a Martín de Abarca de Bolea y Castro, a Pedro de Valencia y al predicador del rey, Francisco Aguilar de Terrones, nombres que siempre aparecen en los relatos de su vida, así como los del príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja y Aragón, con quien compartió intereses intelectuales y estéticos e intercambió poemas y el de su hermano, don Fernando de Borja, que fue virrey de Aragón desde 1619 a 1631. Pero aun más importante para su futuro, como es sabido, es la protección que le ofrece don Pedro Fernández de Castro, duque de Lemos, primo del príncipe de Esquilache, quien le encarga en 1606 la composición de una obra historiográfica, la Conquista de las islas Molucas, obra que aparece publicada en Madrid en el año 1609.
Son asimismo prueba del renombre que fue adquiriendo durante los años transcurridos en la corte, las composiciones celebratorias y de elogio que escribió por iniciativa personal o a pedido de amigos y personas importantes. Trasladada la corte a Valladolid a instancias del valido de Felipe III, el duque de Lerma, el rey residió en esa ciudad entre 1601 y 1606. Se sabe que Bartolomé pasó algún tiempo en la corte vallisoletana entre 1603 y 1606. Argensola mismo confirma este dato en una carta enviada a su amigo, fray Jerónimo de San José, que citó ya Blecua: «habrá cinco años que le hice (un soneto) en Valladolid, con más ocio del que ahora me dan mis ocupaciones.»
Un momento culminante en su vida le debe haber proporcionado la noticia de que el conde de Lemos lo había elegido para formar parte de su séquito al ser este nombrado Virrey de Nápoles en 1608. Bartolomé pasaría varios años en esta ciudad junto con Lupercio, su hijo Gabriel y un grupo de escritores escogidos por los Leonardo entre los que se contaron Mira de Amescua, Barrionuevo, Laredo y Ortigosa. Se constituyó así una verdadera corte literaria, en palabras de Otis H. Green, que acompañó al conde entre 1610 y 1614 y le ofreció la posibilidad de tratar con escritores y nobles italianos y organizar algunas actividades conjuntas que fueron alabadas por los contemporáneos. Las obligaciones del gobierno que debía enfrentar el conde de Lemos y su secretario, Lupercio, alternarían con las actividades culturales organizadas por esta Academia de los ociosos, que incluían no sólo reuniones de literatos y nobles sino representaciones teatrales de repente o improvisadas como la que ya mencionamos en relación con Lupercio. Recordábamos así que Diego Duque de Estrada en su Comentarios del desengañado o sea Vida de D. Diego Duque de Estrada, escrita por el mismo, transmitió su descripción de uno de estos eventos que giró en torno a una comedia sobre Orfeo y Eurídice, en la que el rector de Villahermosa, disfrazado de dueña, desempeñó el papel de Proserpina provocando la hilaridad del público. Duque de Estrada citaba así los primeros versos de la comedia, pronunciados por Bartolomé: «Yo soy Proserpina; ésta la morada / del horrible rabioso cancerbero», que continuaba con la intervención de Plutón y de los restantes personajes.
Se sabe que en los años pasados en Nápoles Bartolomé compuso algunos poemas, entre ellos, su conocida Elegía en la muerte de la reina, doña Margarita, nuestra señora, En cuanto a las funciones oficiales que desempeñó al servicio del virrey en Nápoles entre 1613 y 1614, estas incluían la organización y catalogación de las cartas y cédulas reales y de las que presentaban recomendaciones en materia de gobierno. Además de actuar como consejero en lo eclesiástico, Bartolomé Leonardo estaba encargado de despachar patentes de privilegio, cartas y otros documentos relacionados con dimisiones y licencias.
Cuando muere Lupercio en 1613, el conde de Lemos escribe a los diputados de Zaragoza para dar la noticia y recomienda a Bartolomé para el cargo de cronista del reino de Aragón en sustitución de su hermano pero los diputados le comunican que ya se lo habían concedido al doctor Bartolomé Llorente. Por tanto, el rector de Villahermosa tuvo que esperar unos dos años para obtener este puesto que él mismo había solicitado a los diputados a la vez que su protector, el virrey. En 1615 se le otorga otra distinción importante, ya que lo nombran canónigo de La Seo de Zaragoza. Bartolomé recibió esta noticia en Roma cuando llegó de visita a esa ciudad en mayo de 1615, transmitida por sus amigos, entre ellos Fernando de Soria Galvarro. Las galeras de Sicilia en las que había viajado se demoraron un día en llegar a Roma. Con este motivo, el conde Francisco de Castro, embajador de España ante la Santa Sede, compuso en broma un epitafio: «Siste el grado, caminante, / porque derrienga esta losa / al Rector de Villahermosa, / ancho de tripa y semblante», que Bartolomé contestó con otro semejante: «No repares, caminante, / en lo que dice esta losa / que el Rector de Villahermosa / navega el Tibre adelante.». Gracias a la intervención del conde de Castro, el Papa recibe a Bartolomé y le concede el permiso para hacerse cargo de la canonjía de La Seo in absentia. Durante los días que pasó en Roma tuvo además la ocasión de conocer a Galileo Galilei, quien había tratado de vender sus instrumentos de navegación a la corona española. Se han transmitido sendas cartas que ambos se intercambiaron en 1616 y que pueden leerse en la edición italiana de las Opere de Galileo, quien, en la segunda, le recordaba sus conversaciones sobre el Trattato della longitudine. En su respuesta Bartolomé le decía que iba a cumplir con su pedido. Se han referido a esas cartas Eugenio Mele, Bruce Wardropper y otros investigadores interesados en las relaciones de Galileo con españoles de la época.
El rector de Villahermosa regresó a España junto con el conde de Lemos en 1616. A su retorno a Zaragoza, se hizo cargo oficialmente de la canonjía de La Seo e inició sus funciones como cronista del reino de Aragón. De este año data también su testamento, que redactó con motivo de una seria enfermedad desarrollada tiempo después de instalarse en Zaragoza y que ahora ha sido transcripto y publicado nuevamente con el de Lupercio por Jesús Gascón Pérez en 2009. El testamento ofrece datos importantes para reconstruir los lazos familiares de Bartolomé y sus contactos con algunos de sus contemporáneos, Juana Pernstein, por ejemplo, que corroboran que los Argensola gozaron de prestigio e influencia en su época. Se observa, por ejemplo, que la emperatriz y la familia de Villahermosa siguieron protegiendo a ambos hermanos tal vez en reconocimiento de la fidelidad con la que Juan Leonardo había servido al emperador, Maximiliano II y a la emperatriz María en Alemania. De allí que en uno de los artículos de este testamento, Bartolomé declarase: «Ítem, quiero que, luego como yo fuere muerto, se envíe a la excelentísima señora doña Juana de Pernestán, duquesa de Villahermosa, a quien yo sumamente he deseado y deseo servir, un breviario que tengo aforrado en terciopelo carmesí y me lo dio la señora princesa de Caserta, su hermana, y fue de la señora doña María Manrique, su madre, para que su excelencia lo dé a su alteza de la serenísima infanta Margarita o a la señora sor Luisa de las Llagas, hija de la dicha señora doña María Manrique». Bartolomé, por su parte, le había dedicado a la duquesa un soneto en fecha que no se ha determinado: A la duquesa de Villahermosa, doña Juana de Pernestain, habiendo perdido un pleito en Aragón, [174] «Si en los sucesos prósperos declina».
Dos años más tarde Bartolomé Leonardo es nombrado cronista del rey para los reinos de la corona de Aragón, con lo que se ampliaron aun sus obligaciones de historiador oficial en sus dos vertientes. A partir de esas fechas reside en Zaragoza permanentemente aunque en alguna ocasión viaja a Madrid para cumplir con encargos profesionales, como ocurre en 1619 a propósito de algunos pedidos de La Seo. Además de asistir al coro y ocuparse de los asuntos del cabildo, sus actividades se concentrarán en la preparación de sus obras historiográficas, y en la revisión de su poesía. En esos primeros años que pasa en Zaragoza, Bartolomé conoce a un joven poeta, Martín Miguel Navarro, entonces aun estudiante, con quien mantiene correspondencia hasta el final de su vida. En ellas se lee que Martín Miguel expresó su admiración por Bartolomé y que por ello le propuso preparar una serie de anotaciones a su poesía, en las que indicaría sus fuentes como habían hecho humanistas de la talla del Brocense o de Fernando de Herrera para contextualizar la poesía de Garcilaso de la Vega. Las cartas también señalan que el rector de Villahermosa apreciaba la idea de llegar a ser tratado como un autor clásico en el canon de los poetas castellanos de su época.
Obra. Bartolomé Leonardo fue historiador y poeta. Decía en unas magníficas páginas Aurora Egido a propósito de Baltasar Gracián que tanto la práctica como la teoría de la historia tuvieron amplia representación en la España de los Austrias. En Las caras de la prudencia y Baltasar Gracián (Castalia, 2000) Egido define la concepción de la historia que se había impuesto desde el siglo XVI, recordando la relación que se establecía entre historia y retórica y el propósito de que fuera fuente de enseñanza moral, conceptos a los que se había adherido también Bartolomé: «Esa historia, concebida 'para enseñar a bien vivir', que busca la veracidad y la ejemplaridad en los hechos, fue común también a Bartolomé Leonardo de Argensola, que pedía una historia ceñida a lo esencial, sin subjetivismos ni patriotismos, y con claro cuño didáctico.» (p. 126). En efecto, a ello se refirió nuestro historiador y poeta en numerosas ocasiones.
En cuanto a sus tareas de historiador, los diputados le encomendaron la publicación de una nueva edición de los Fueros y observancias del reino de Aragón que apareció en 1624. Su primer obra historiográfica, como hemos dicho, fue la Conquista de las islas Molucas que había compuesto, según él mismo le escribía a su amigo, Bartolomé Llorente, por obligación y ante la insistencia del conde de Lemos, presidente entonces del Consejo de Indias.: «ya acabé aquella historia de las Molucas por orden del Rey y a su costa ha salido a luz» en 1609. En 1621, entregado como cronista oficial a la redacción de los Anales, la diputación le ordena interrumpirlos para dedicarse a componer un texto histórico sobre las alteraciones de Zaragoza del año 1591, con el que se pudiera acallar a otros escritores que «por malicia» habían cuestionado la fidelidad de Aragón a la corona. Bartolomé redactará así las Alteraciones populares de Zaragoza año 1591. Ahora bien, la Primera parte de los Anales de Aragón saldrán publicados en 1631 pero las Alteraciones, censuradas por la diputación, quedarían inéditas hasta mediados del siglo XX. También por orden de los diputados Bartolomé anotó críticamente el capítulo titulado «Las Alteraciones de Aragón y su quietud con el castigo de algunos sediciosos de que celebró el Rey con los Aragoneses», que según recuerda Gregorio Colás, integraría la segunda parte de la obra de Luis Cabrera de Córdoba Felipe Segundo Rey de España. Pero la intervención de Argensola y la muerte de Cabrera hicieron que no se publicara esta obra hasta fines del siglo XIX. Como Bartolomé mismo lo declaraba en sus cartas, no fue fácil retomar el análisis de lo ocurrido en Zaragoza en 1591-1592. Entraban en conflicto, por una lado, la posición de aquellas personas que pertenecían a las familias implicadas en las alteraciones y, por el otro, la necesidad de defender la fidelidad de los aragoneses a Felipe II aun después de lo que Gregorio Colás llama la invasión de fines de 1591 y la modificación de los fueros impuesta por el poder central en las Cortes de 1592. Si se añade a esto el hecho de que el escrito de Argensola debía obtener la aprobación de la censura real e inquisitorial, se entiende que estas Alteraciones tuvieran que quedar inéditas, como ocurrió de modo más o menos semejante con el relato compuesto por Lupercio años antes.
Los fundamentales trabajos de Gregorio Colás sobre el reino de Aragón, y, en particular, su extenso estudio introductorio a la edición de las Alteraciones de Bartolomé Leonardo publicada en 1996, nos permiten hoy reconstruir con mayor exactitud la obra historiográfica de nuestro autor y el método con el que la fue construyendo. Bartolomé se propuso trabajar con los documentos conservados en los archivos aragoneses pero sus interminables pedidos a la diputación de que se los proporcionara no tuvieron siempre el resultado deseado. De todos modos dejó constancia en sus cartas y prefacios de las investigaciones realizadas y de los testimonios que sí pudo obtener de los descendientes de las familias implicadas mientras seguía pidiendo al consistorio con mayor o menor éxito que le dieran acceso a las fuentes de información requeridas.
Tacitista y neoestoico, Bartolomé fue adaptando el modelo de Tácito a las nuevas corrientes ideológicas de su época y a los temas y problemas que generaron: la razón de estado, la tiranía o el ejercicio del poder absoluto. Su adhesión al neoestoicismo y al tacitismo se manifestó además en su deseo de intercambiar ideas con el mayor exponente de ambas tendencias de su época: Justo Lipsio, editor de Tácito y de Séneca. Se conservan un par de cartas latinas que, como su hermano Lupercio, le dirigió, en las que se hace evidente su posición como historiador. Por tanto, y se ha dicho ya, Bartolomé escribía historia para entender el pasado pero creía firmemente que su conocimiento debía siempre estar puesto al servicio de la ética.
Sin embargo, al mismo tiempo que se dedicaba a sus tareas de historiador, Argensola siguió revisando su obra literaria en Zaragoza hasta su muerte en febrero de 1631, alternando probablemente la escritura de la historia con la de la poesía. Bartolomé compuso un número elevado de poemas en los metros y subgéneros que se practicaban desde el siglo XVI. Gabriel Leonardo logró publicar 197 de estas composiciones en 1634 pero hoy se han recuperado muchas más que no entraron en la princeps, como se comprueba en las ediciones modernas de José Manuel Blecua, quien incluyó asimismo los de transmisión manuscrita y autoría evidente. Por tanto, si bien es cierto que Bartolomé no se interesó por publicar su poesía en vida, con excepción de unas cuantas composiciones ocasionales, concretamente cuatro de elogio a amigos de juventud, como las definía Blecua y algunas elegías que recibieron premios, no cabe duda de que quiso ser considerado muy buen poeta. Lo confirma el hecho de que, a pesar de que en el testamento que redactó en 1617 cuando cayó enfermo pedía que no se divulgara su obra, en los años zaragozanos, como dijimos, revisó, enmendó y corrigió numerosos pasajes de sus composiciones poéticas. El examen detenido de estas variantes de autor permitiría hoy analizar el posible motivo de los cambios efectuados y aun la posible evolución de sus ideas estéticas.
Otro argumento a considerar cuando se intenta evaluar el compromiso de Bartolomé con su actividad literaria es el hecho de que hubiera aceptado que Martín Miguel Navarro preparara una edición anotada de su poesía. Ello no obsta para que se hubiera resistido a que el cardenal de Cuenca la publicara, por ejemplo, como él mismo lo declaraba en alguna carta, o fray Jerónimo de San José que también había insistido en esta idea, o el secretario de la reina de Hungría, don Francisco de Calatayud u otros de sus contemporáneos. La excusa ofrecida en carta a fray Jerónimo, que ya citaba J. M. Blecua es significativa: «en Sevilla lo he estorbado a ciertos caballeros. A los unos y a los otros he dicho cómo eran delicta iuventutis y hasta agora los entretengo con esperanza de que he de ver esas mis diversiones y enmendarlas, y que entonces no resistirá a la estampa; y no es fingido, porque realmente los ando mirando con sobrecejo y castigándolos.» Considerar que sus poemas fueron delitos cometidos en su juventud no deja de ser un gesto retórico de falsa modestia, comparable al de Lupercio que había pedido en Nápoles antes de morir que se quemara su obra. Bartolomé tuvo, en cambio, la posibilidad de reflexionar sobre lo escrito y de ofrecer nuevas versiones de no pocos poemas que nos muestran cierta evolución de sus ideas estéticas.
Hacer poesía para Bartolomé era recrear los métodos de los antiguos griegos y latinos que habían hecho de la imitación la forma más eficaz de producción textual. En su Epístola a Fernando de Soria Galvarro [162] recomienda que el ingenio del escritor se nutra en la lectura de la docta tradición de los clásicos (vv.127-130). Dedica otra sección de la epístola a enumerar los estilos en los que puede un poeta expresarse: el llano, que es su preferido, el estilo medio o el lacónico. Otra epístola en la que también desarrolla sus preferencias poéticas, la Epístola a un caballero estudiante [163], que compuso años más tarde, se lee asimismo como una especie de manifiesto poético estructurado en torno a una serie de consejos a un joven que estudió derecho pero que deseaba volver a escribir y ser poeta. Por un lado, Bartolomé se refiere a la necesaria imitación de autores latinos según el subgénero poético escogido: Horacio, Virgilio, Juvenal, Persio o Marcial y a autores griegos, lengua que él conocía muy bien: Píndaro y Luciano, además de Aristóteles y Platón. Perito en las prácticas de la imitación, Bartolomé que había aprendido desde joven a traducir a los clásicos como paso intermedio para escoger frases y expresiones que luego serían imitadas en sus poemas originales, nos legó por ello ajustadas versiones de algunas sátiras y odas de Horacio, que Blecua editó con los números [194], [195] y [196] por ejemplo, o de unos epigramas de Marcial [197] y [198], [XXXI], o de una oda de Píndaro [canción LXXXIII]. Del mismo modo, tradujo textos bíblicos como el salmo Super flumina Babilonis [135]. De estos habría recogido expresiones que funcionaran como intertextos de su poesía religiosa. En cuanto a su propio estilo, como citamos más arriba, mostró preferencia por el llano que era el más apropiado para la escritura de un género literario que le fue siempre afín: la sátira, en la tradición de los sermones horacianos. Bartolomé conocía muy bien las sátiras de Juvenal y sin duda había leído cuidadosamente a Persio pero en el caso del primero es evidente que sólo aprovechó algunos de sus temas característicos, como el ataque a la corrupción de costumbres que Bartolomé achacaba a la vida de la corte. Ecos de Persio se hallan en la crítica de vicios sociales en diálogo con la doctrina estoica por la que siempre mostró predilección. Pero el rector de Villahermosa no se propuso imitar ni el estilo de Juvenal ni el de Persio. En cambio, fueron las voces satíricas de Horacio las que recreó desde su perspectiva renacentista y aún la conocida tendencia horaciana a borrar los límites estrictos que separaban la satura de la epístola. De hecho, sátira y epístola no parecen géneros diferenciados en la obra de Bartolomé ya que practica la crítica de costumbres en sus cartas en tercetos y construye muchas de sus sátiras escritas asimismo en tercetos en discurso epistolar. De hecho, la transmisión misma de su obra poética en manuscritos e impresos y los epígrafes que se le adjudicaron demuestra que ambas designaciones genéricas parecían intercambiables.
Bartolomé compuso asimismo sátiras en prosa, en imitación de la variante romana de la satura llamada menipea. Ahora bien, aunque el corpus de su poesía circuló en numerosos manuscritos hasta la publicación de la princeps en 1634, sus tres sátiras menipeas, Dédalo, Menipo litigante y Demócrito, no llegaron a la imprenta hasta fines del siglo XIX, cuando aparecieron en la edición de Obras sueltas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, ordenadas e ilustradas por el Conde de la Viñaza en 1889. El modelo de la menipea en la realización de Luciano de Samosata en particular, gozó de popularidad en los siglos XVI y XVII a partir de las traducciones latinas de Erasmo que circularon ampliamente en el XVI y de su imitación en sus Colloquia latinos. Ello explica el desarrollo de la sátira menipea ya en lenguas romances. En España se publicaran con éxito numerosos textos, designados generalmente con el nombre de diálogos ya que este fue el modo de enunciación más practicado por influencia de las sátiras erasmianas que su autor había llamado por ello coloquios. Del autor del Crotalón a los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada, a las sátiras menipeas de Bartolomé y a su transformación en las sátiras de Quevedo en el XVII, este modelo resultaba ideal para ejercer la crítica social desde una perspectiva moralizante.
El corpus completo que se lee hoy incluye, además, poemas amorosos en versos de arte menor y sonetos que desarrollan motivos petrarquistas. Su poesía moral dialoga con la satírica, centrada como está en la corrección de vicios. Los vicios de la corte que critica consistentemente son la codicia, la deshonestidad y el oportunismo. Focalizados en los tipos sociales que la frecuentan, Bartolomé castiga el comportamiento reprobable de pleiteantes y pretendientes, de aduladores y mentirosos, todos representantes del afán de dinero que hace que los cortesanos frecuenten las casas de juego, o la pasión por el lujo en todas sus manifestaciones. Frente a la decadencia de la corte, Bartolomé exalta la figura del sabio que ha hecho suyos los principios neoestoicos y se aparta de la vida urbana para retirarse a su aldea, epítome del lugar ameno que invita a olvidarse de ambiciones para gozar de la naturaleza y así pueden leerse los poemas [118], [124] o [95].
Otra área de su producción poética está dedicada a la poesía religiosa, en la que practicó el diálogo entre la imitación de motivos clásicos y bíblicos, como en el poema [141], A San Miguel, («Pues que no hay voz ni estilo suficiente») y el [138], A la purísima concepción de Nuestra señora, («A todos los espíritus amantes») o la Canción a la nave de la iglesia, [140] («Ya la primera nave, fabricada»). Finalmente un número considerable de composiciones pertenece al ámbito de la poesía de circunstancias tan característica de su época. En este grupo pueden leerse poemas de elogio a diversas personalidades o a amigos de nuestro poeta, algunos muy tempranos como los poemas laudatorios para el Libro de Orlando determinado de Martín de Bolea y Castro publicado en Zaragoza en 1578 (Blecua, I, «Aunque el bélico pecho y animoso») o el ya mencionado soneto, incluido en los preliminares del libro de fray Jaime Torres, Divina y varias poesías, de 1579. Otros poemas circunstanciales que pueden citarse son: En la traslación de una reliquia de San Ramón de la iglesia de Roda a la de Barbastro, cuyo obispo había sido (Blecua, [143] «Hoy quiere el cielo que de tu Raimundo» y En la restitución de una reliquia de San Eufrasio a la ciudad de Andújar (Blecua [144] «Hoy vuelve a los abrazos de su esposa»). En 1610 compuso una Elegía en la muerte del conde de Gelves, don Fernando de Castro, ([159] «Cayó, señor, rendido al accidente») y en 1611, una Elegía en la muerte de la reina doña Margarita, nuestra señora («Con feliz parto puso al heredero / séptimo en los confines de la vida / la gran consorte del monarca ibero;» (1611) y el dedicado al motivo de los relojes, frecuentemente recreado en la época, A un reloj que tenía el conde de Lemos, don Pedro, siendo virrey de Nápoles que era un globo sustentado por Atlante, «Oh tú, en cuya cerviz la fuerza estriba». No deben olvidarse, además, aquellos poemas compuestos para competir en justas o certámenes tan característicos también de su época.
Es más que evidente que, en vida, Bartolomé Leonardo de Argensola estuvo entregado al estudio y a la literatura, y ello más allá de sus obligaciones de sacerdote, canónigo y funcionario de la diputación. Cronista del reino de Aragón, y cronista del rey para los reinos de la corona de Aragón, Bartolomé se entregó a la escritura de la historia por la que sentía especial vocación pero no cesó nunca en su voluntad de ser asimismo poeta. Decía José Manuel Blecua que Bartolomé no llegó a desarrollar interés por las nuevas tendencias poéticas del barroco. Ni quiso competir con Góngora, ni le interesó dialogar con Lope de Vega. En efecto, como Cervantes o Francisco de Medrano, siguió escribiendo según los códigos renacentistas aprendidos en la juventud y en un estilo que aspiraba a la calidad y a la armonía del verso y de la prosa. El éxito que tuvo su obra fue inmediato y se mantuvo a lo largo del siglo XVIII y así hasta el presente como lo confirma la historia de su recepción.
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