(1856-1912).
Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
Escogidas por:
Marcelino Menéndez y Pelayo
(1856–1912)
Juan Meléndez Valdés
Acontecimientos en la vida y obra de Meléndez Valdés
1754 Nace en Ribera del Fresno (Badajoz) el 11 de marzo.
1757 La familia se traslada a Almendralejo.
1761 Fallece su madre.
1767 Se traslada a Madrid para continuar su aprendizaje. Estudia en el Colegio de Santo Tomás.
1770 Completa su formación en los Reales Estudios de San Isidro, durante dos años.
1772 Comienza los estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca. Al mismo tiempo se dedica a los estudios clásicos para completar su formación humanística.
1773 En Salamanca participa en las tertulias poéticas promovidas por Fray Diego Tadeo González.
1774 Muere su padre.
1775 Obtiene el grado de bachiller en Derecho tras un examen público. Debido a su afición humanística le encargan una sustitución temporal en la cátedra de lengua griega.
1776 Inicia correspondencia con Jovellanos.
1777 Fallece en Segovia el 4 de junio, su hermano Esteban.
1779 Finaliza sus estudios de Derecho y realiza las prácticas de bufete. En octubre se le expide el título oficial.
1780 Gana el concurso de la Real Academia Española con el poema Batilo, égloga en alabanza de la vida del campo.
1781 Obtiene la cátedra de Humanidades en Salamanca.
1782 Consigue el grado de licenciado. Contrae matrimonio con la joven salmantina María Andrea de Coca y Figueroa.
1783 Se doctora en Leyes. Ingresa en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.
1784 Gana un concurso nacional de teatro con su comedia pastoril Las bodas de Camacho.
1785 Meléndez publica la primera edición de Poesías, que dedica a su amigo Jovino.
1786 Durante los primeros meses del año, dirige la oposición a la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca.
1789 Permanece ausente de la universidad. Es nombrado Juez de lo Criminal en el Real Tribunal de Aragón donde toma posesión en septiembre. Colabora en las actividades de la Real Sociedad Económica de Zaragoza.
1791 Accede al cargo de Oidor de la Real Chancillería de Valladolid, del que toma posesión el 12 de mayo.
1792 Viaja a Ávila ya que el Consejo de Castilla le encomienda reunir en uno solo los cinco hospitales de la ciudad.
1793 Presenta ante el Consejo de Castilla la petición para crear una revista sobre los conocimientos humanos que se llamaría El Académico. Por temor a la censura, rehúsa seguir adelante con este proyecto.
1797 Es nombrado Fiscal de la sala de Alcaldes de Casa y Corte. Escribirá los textos que aparecerán en los Discursos forenses. Publica en Valladolid tres tomos de Poesías. Goya le retrata.
1798 Compone la Epístola VIII titulada Al Excmo. Señor Don Gaspar Melchor de Jovellanos. Es nombrado miembro de la Real Academia Española. En agosto es desterrado a Medina del Campo donde permanece hasta 1801.
1800 Es jubilado como fiscal. Le obligan a continuar su destierro en Zamora viendo su sueldo reducido a la mitad.
1802 El 27 de junio de 1802 le es devuelto su sueldo de Fiscal y se le autoriza a establecerse donde quiera.
1805 Siguió residiendo en Zamora y en esta fecha se va a Salamanca.
1808 Recibe autorización para volver a Madrid y le ofrecen el cargo de Fiscal de los Consejos. Escribe la primera Alarma Española. Es enviado por Fernando VII a Oviedo para reconducir la situación que se había creado tras la sublevación de esta ciudad. Escribe la segunda Alarma Española, en la que anima al pueblo a combatir al invasor.
1809 Colabora con el rey José Bonaparte. Es nombrado Fiscal de la Junta, una de las más altas instancias legales del reino. Desempeña el cargo de Presidente de la Junta de Instrucción Pública.
1810 Vuelve a la literatura como miembro de la Comisión de Teatros y pudo leer su aplazado Discurso de ingreso en la Real Academia Española.
1811 Editan sus Poesías escogidas.
1812 El avance de las tropas nacionales lleva a Meléndez a Valencia durante unos meses. Vuelve a Madrid y en agosto se retira con los franceses.
1813 Refugiado en Francia en Toulouse, Montpellier y Nîmes.
1817 Fallece en Montpellier el 24 de mayo, siendo enterrado en varios lugares, hasta que en 1828 lo acogen en el cementerio municipal de Montpellier. En 1900 traerán el cadáver a Madrid, y reposa en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de San Isidro.
Nació en la villa de Ribera del Fresno (Badajoz) el 11 de marzo de 1754 en el seno de un hogar campesino, aunque no por ello dejaba de ser una familia noble y bien acomodada del país. Sus padres, Don Juan Antonio Meléndez Romero Compañón y Guijarro y Doña María de los Ángeles Díaz Cacho, procedían de Salvaleón y Mérida respectivamente. No era el primer vástago, sino que era el sexto de siete hermanos, de los cuales sobrevivieron, Esteban (1739), Agustina (1745) y el ilustre.
Cuando Meléndez Valdés tenía 4 años de edad, la familia trasladó su residencia a la cercana villa de Almendralejo. Son muchas las hipótesis que hablan de este traslado, como algún negocio interesante, el desempeño de algún cargo importante por parte de Don Juan Antonio, su padre, o tal vez para favorecer la educación de sus hijos, que apuntaban una marcada afición por los estudios.
En 1761, cuando el futuro poeta contaba con tan sólo siete años de edad, falleció su madre, suceso que marcó de manera inexorable su personalidad, siempre sensible y melancólica, con necesidad de apoyarse en la amistad.
En 1767 se trasladó con su hermano Esteban a Madrid para continuar su aprendizaje, ésta marcha resultaría de suma importancia pues supone abandonar el ambiente rural y provinciano y adaptarse a la vida y cultura de la ciudad. Allí estuvo bajo el amparo de su tío Valdés, de dónde el ilustre coge su segundo apellido; estudió Latín y Filosofía durante tres cursos académicos en el Colegio de Santo Tomás, regido por los padres dominicos.
Durante su estancia en Madrid, su hermano Esteban le presenta a Monseñor de LLanes, elegido obispo de Segovia en 1774, quien le inculca para hacer la carrera de Leyes, y en 1772 se trasladó a Salamanca para iniciar su formación superior en la Facultad de Derecho. Al mismo tiempo que tomaba contacto con el mundo de las Leyes, no decreció su atención a los estudios clásicos, de este modo, el jurista y hombre de letras no se separarán nunca. Opina que la jurisprudencia debe ir acompañada de estudios humanísticos como la Historia, la Filosofía y las Bellas Artes. Esta convicción le llevará a ser uno de los hombres más cultos de su tiempo. Salamanca tenía una larga tradición literaria, y Meléndez participaba asiduamente en las academias poéticas, donde recitaban y comentaban fragmentos de autores latinos y griegos o de los maestros renacentistas. Los propios tertulianos tenían la oportunidad de leer ante el público sus creaciones líricas. El agustino fray Diego Tadeo González, de nombre poético Delio, era el promotor natural de aquellas animadas reuniones, en las que también participaron Meléndez (Batilo), fray Juan Fernández de Rojas (Liseno), fray Andrés del Corral (Andrenio) y un selecto grupo de estudiantes.
La muerte de su padre, en agosto de 1774, le produjo una gran depresión, por lo que estrechó la relación con su hermano Esteban. Se refugió en los versos, en la disciplina escolar y en la lectura. En 1775, tras sufrir un riguroso examen público, obtuvo el grado de Bachiller en Derecho.
El Rector de la universidad le encargó una sustitución temporal en la cátedra de lengua griega. Inició por esta época la correspondencia con Jovellanos y, atendiendo sus consejos, amplió el ámbito de sus lecturas. Esta situación se complicó con la penosa enfermedad que acechó a su hermano Esteban, al que acompañó en Segovia hasta su fallecimiento, el 4 de junio de 1777, olvidando durante algunos meses su trabajo universitario. La poesía le sirvió de nuevo de refugio, como muestran las dos sentidas elegías en su memoria. Finalizó sus estudios de Derecho durante el curso 1778-1779 y realizó las prácticas de bufete exigidas en este último año de carrera. En octubre se le expidió el título oficial.
El poeta alcanzaría pronto el refrendo público. Hacía tres años que la Real Academia Española de la Lengua había decidido organizar unos concursos de poesía y elocuencia para promover los nuevos temas literarios y el estilo neoclásico entre los escritores noveles. En el de 1780, con el tema clásico de alabanza a la vida rural, Meléndez Valdés obtuvo el premio con Batilo, égloga en alabanza de la vida del campo, que ese mismo año editaría en Madrid.
En 1781 obtuvo la cátedra de Humanidades en Salamanca, y en 1783 se Doctoró en Leyes.
Su agradable presencia y su aspecto elegante, unidos a su claro ingenio y a su habilidad poética debieron convertirlo en pieza codiciada de los sueños de las jóvenes salmantinas. Escribe en esta época Las enamoradas anacreónticas o Los besos de amor. Sus versos están llenos de referencias femeninas, imaginarias o reales (Ciparis, Filis, Clori, Fanny, Licoris...). Pero fue una muchacha de familia acomodada de la alta burguesía salmantina, María Andrea de Coca y Figueroa, 10 maños mayor que él, la que en el año 1782 unió su destino al del afamado poeta. Fue un matrimonio relativamente feliz no tuvo hijos, lo cual le permitió dedicarse, sin las ataduras de las obligaciones familiares, a sus propias aficiones intelectuales y literarias. Tras la boda, Meléndez pasó a vivir al domicilio de su suegro donde permaneció durante siete años. Este período fue sumamente fructífero en su formación personal afianzándose en las convicciones ilustradas por medio de la lectura.
El año 1785 es clave en la vida intelectual de Meléndez en tanto que le la publicación de la Primera Edición de sus poesías, siendo un rotundo éxito y oyéndose su nombre hasta en los países extranjeros.
Su actuación universitaria está marcada por su profesional entrega a la enseñanza y por su activa participación en la regeneración de la vida escolar. Durante los casi 7 años que Meléndez regentó su cátedra de Humanidades en Salamanca, intervino activamente en la vida de la Universidad, pidió reiteradamente nuevas adquisiciones para la biblioteca, la concesión a los catedráticos de licencia inquisitorial para leer libros prohibidos, instó para la creación de una academia práctica de derecho, propugnó una reforma de las oposiciones y de los estudios jurídicos, así como una aplicación de las ideas pedagógicas de Locke y Rousseau. Este afán de reformas despertó la oposición y hostilidad de los tradicionalistas.
Con el nacimiento de los infantes gemelos, hijos del futuro rey Carlos IV, se convocó un concurso para representar dos dramas nuevos, se buscaban piezas originales, en verso y acomodadas a las reglas del arte que sólo los dramaturgos neoclásicos podían ofrecer. Una de las obras premiadas fue Las bodas de Camacho el Rico de Meléndez Valdés.
Entre los neoclásicos las opiniones sobre este género, y en particular sobre la obra del vate de Ribera del Fresno, estaban divididas. Al margen de la calidad del drama de Meléndez, la estética teatral innovadora no aceptaba con agrado a lo que se apartaba de la tragedia o la comedia realista que pregonaban las poéticas. Algunos críticos la tuvieron como modelo destacado de comedia pastoril, Meléndez había escrito una excelente comedia pastoral que, a pesar de sus problemas con los rigores normativos de la retórica, contiene emotivos remansos líricos propios de un drama poético.
La convivencia universitaria se había deteriorado debido a los desaires de los profesores conservadores, que no veían con buenos ojos su progresía. Permaneció ausente de la Universidad entre enero y junio de 1789, meses en los que se trasladó a Madrid por asuntos personales. Parece que Meléndez acudió a la Corte en busca de las influencias que posibilitaran su acceso a la carrera judicial. Una vez terminado el curso escolar se trasladó a Zaragoza y en septiembre del mismo año comenzó su etapa de Magistrado como Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Aragón, esto supone una transcendencia importante en su vida tanto que aunque no abandonó sus trabajos poéticos, si era un trabajo de atenciones más urgentes y de mayor responsabilidad. En este puesto de trabajo Meléndez Valdés se involucró mucho intentando siempre ser lo más fiel a la justicia posible. Los escasos ratos de ocio los gastó en asistir a las reuniones de la Real Sociedad Económica Aragonesa, tomando parte destacada en las actividades culturales. Aquí le sorprendió la Revolución francesa de 1789. Los graves episodios que vivió el país vecino debieron dejarle perplejo y pusieron a prueba la hondura de su confesión ilustrada. Meléndez era un ilustrado no revolucionario y pensaba que las reformas políticas, sociales, económicas y culturales que necesitaba el país podían llevarse a cabo desde la acción del gobierno.
El escritor donde mejor encontró posibilidades para seguir realizando sus acciones de Ilustrado fue en la Sociedad Aragonesa de Amigos del País con cuyo director, Don Arias Mon y Velarde, entabló muy buenas amistades. Éste fue trasladado a la Real Audiencia de Cáceres escribiéndole en su estancia el famoso Discurso de Apertura de la Real Audiencia de Extremadura.
En marzo de 1791 fue nombrado Oidor de la Real Chancillería de Valladolid. La estancia en la ciudad castellana, además de significar un ascenso en su carrera judicial, le aproximaba a sus familiares y amigos salmantinos, y al mismo tiempo a la capital del reino. Mucha de la poesía filosófica y moral la escribe en Valladolid. Se trata de una poesía muy madura al servicio del Reformismo Ilustrado. Refleja las preocupaciones propias de un magistrado, reflexivo y maduro. Medita sobre el fanatismo religioso, impulsado por una Iglesia primitiva preocupada en la conservación de sus privilegios. Reflexiona sobre la sociedad dedicando auténticos planes reformistas a Godoy. Exalta los valores progresistas, el racionalismo ilustrado con ideas como la Libertad, la Razón la Verdad y la Justicia. Con patriotismo y franqueza ataca a la Inquisición y los intereses de la Nobleza y de la Iglesia.
El poeta extremeño fue nombrado Fiscal de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, donde prestó juramento en octubre de 1797. A mediados de noviembre, fue ascendido Jovellanos a Ministro de Gracia y Justicia, de lo que Meléndez se congratula en la Epístola VIII titulada «Al Excmo. Señor Don Gaspar Melchor de Jovellanos, en su feliz elevación al Ministerio Universal de Gracia y Justicia». En febrero del año siguiente ya estaba asentado en Madrid dispuesto a ejercer su nuevo trabajo. Meléndez Valdés trabajaba día y noche en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte dependiente del Consejo de Castilla. Él era el único fiscal y máximo responsable de la justicia penal, de la paz y del orden. Aunque sólo ocupó el cargo de fiscal durante siete meses, desarrolló una actividad desbordante que llenó el Consejo de dictámenes, discursos y contestaciones. Estos escritos jurídicos tienen un gran interés por el complejo entramado de reflexiones ilustradas, por lo que circularon en numerosas copias manuscritas.
Los excesos de la Revolución francesa provocaron en España una reacción conservadora. Meléndez sufrió en carne propia la fuerza de las garras de la reacción, al parecer dirigido por el Marqués de Caballero. El 27 de agosto de 1798 se le ordenó que saliera de la capital con destino a Medina del Campo, donde debería esperar las órdenes del Rey. La caída en desgracia política de Jovellanos, desterrado ya en Gijón, había arrastrado a sus amigos y valedores. Pocos días después recibió una Real Orden que le encomendaba el encargo de supervisar las obras del cuartel que se estaba edificando en esta villa. Esto significaba en la práctica un destierro encubierto. Tuvo que reorganizar su vida, entreteniendo su tiempo con la creación literaria. En marzo de 1801 le trasladaron a Zamora. Meléndez ignoraba que se le estuviera incoando un proceso, apoyado en calumnias y falsos testigos. Siguiendo el consejo de sus amigos, él mismo preparó su defensa, en la que intentó refutar puntualmente cuanto decían en su contra. Hubo que esperar diez meses hasta que un jurado reconociera de manera oficial su inocencia. El 27 de junio de 1802 le fue devuelto su sueldo de fiscal y se le autorizaba a establecerse donde quisiese. Parece que continuó residiendo en Zamora hasta 1805 dedicado, sobre todo, a la lectura y a poner fin a algunos proyectos sociales en los que estaba embarcado.
En marzo de 1808 tuvieron lugar los graves acontecimientos del Motín de Aranjuez que provocaron la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. El nuevo Rey estaba interesado en atraerse a personalidades relevantes que hubieran sido perseguidas o marginadas por el antiguo gobierno. El extremeño recibió autorización para volver a Madrid y le ofrecieron el cargo de fiscal de los Consejos. Pero el poeta, después de los pasados sinsabores, ya se había acostumbrado a la vida tranquila y permaneció más tiempo del debido en Salamanca, hasta que una nueva orden le condujo a la capital el 9 de abril.
Tras la entrada del ejército francés en España se produjeron desórdenes en las principales ciudades como expresión de la indignación popular. La Junta Suprema del Gobierno, en la que Fernando VII había depositado temporalmente el poder, envió a dos magistrados a Oviedo para reconducir la situación: el conde de Pinar y D. Juan Meléndez Valdés. Acosados por la plebe y detenidos, tuvieron que hacer frente a un proceso bajo la acusación de traicionar a la nación, a pesar de que ellos insistieron en todo momento en la finalidad pacífica de su misión. El desenlace fue feliz, ya que las autoridades locales les comunicaron el sobreseimiento de la causa y su inmediata puesta en libertad. Para evitar nuevos incidentes, Meléndez y su acompañante volvieron rápidamente a Madrid.
Las persecuciones de que había sido víctima durante la última década, y la desconfianza con que todavía era observado, le desanimaron para adherirse con mayor celo a la Junta Central. La prueba fehaciente de haberse puesto de parte del francés la encontramos en los legajos del Archivo de la Villa que guardan los juramentos al rey José Bonaparte. No sabemos la sinceridad de esta reconversión o si se vio coaccionado por las circunstancias, como en el caso de otros reconocidos patriotas, al vasallaje ante el vencedor. Lo cierto es que Meléndez permaneció en el Madrid gobernado por el francés y allí desarrolló sus actividades profesionales.
La reputación de Meléndez no podía dejarle indiferente y en 1809 volvió a los asuntos jurídicos. Fue nombrado fiscal de la Junta que estaba encargada de dictaminar sobre los Negocios Contenciosos que tramitaba el Consejo Real. Era una de las más altas instancias legales del reino. Esto significaba un compromiso firme de colaboración con el invasor. En noviembre del mismo año se incorporó por decreto al Consejo de Estado. Aquí desempeñó el cargo de Presidente de la Junta de Instrucción Pública, además de participar en otras tareas. Durante esta etapa Batilo volvió a recuperar la confianza en sí mismo, en los ideales de la Ilustración, que tan bien representaba aunque en estos duros años de agitación política y militar la actividad poética del magistrado estuvo bastante abandonada. Meléndez veía así que España, al lado de un rey extranjero, podía modernizarse como nación y que él debía contribuir a costa de lo que fuese con su modesta aportación, a hacer futuribles sus viejas ilusiones de Ilustrado.
La colaboración de Meléndez con el régimen invasor se premió con puntual generosidad. Fue nombrado Caballero de la Real Orden de España, miembro del Instituto Nacional y recibido como miembro de número en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, el avance de las tropas nacionales hacia la capital iba a cambiar de nuevo la inestable fortuna de Meléndez, que le abocaría al duro exilio. La retirada del rey José I, en agosto de 1812, arrastró consigo una gran cantidad de tropas, familias francesas aposentadas en España y la cohorte de españoles comprometidos con su régimen.
No están bien aclaradas las circunstancias del exilio francés. Los biógrafos, sitúan la primera estación de su viaje en Toulouse, sin precisar fecha exacta ni duración de su estancia. Luego, hallaría fugaz acomodo en Montpellier, Nîmes, Alais y Montauban, entre otras ciudades. Durante los cuatro años que vivió el poeta exiliado en el país vecino, estuvo constantemente acosado por las desgracias y la mala salud. La última etapa de su peregrinaje tuvo por destino la ciudad de Montpellier. Después de múltiples penalidades, una parálisis le produjo la inmovilidad total del cuerpo, y el día 24 de mayo de 1817 falleció. Fue enterrado, por deseo expreso de su esposa, en una bodega de vinos de una casa de campo, propiedad de un amigo del poeta, desde donde fue trasladado furtivamente a la iglesia del cercano pueblo de Montferrier. Allí descansaron sus restos hasta que, en 1828, fueron inhumados de nuevo en el cementerio municipal de Montpellier. En 1900 retornaron definitivamente a Madrid los despojos del exiliado para reposar en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de San Isidro, junto con los de sus amigos y compañeros de infortunio Goya y Moratín.
Tras este repaso a lo que fue la vida de Don Juan Meléndez Valdés destacar que fue un personaje que sobresalió en el ámbito histórico en tanto que fue un testigo comprometido con el periodo histórico que le tocó vivir actuando activamente por cambiar aquellas ideas que no consideraba justas como fue la abolición de los ideales del Antiguo Régimen y la persecución de un cambio político acorde con las renovadoras teorías del Liberalismo propuestas por los filósofo ilustrados y racionalistas.
Ocupó un puesto como político en la España del Siglo XVIII con el claro propósito de que con su intervención en esta esfera pudiera modernizar España. Al igual que hizo desde su posición de magistrado siguiendo sus principios.
Pero por lo que fue realmente conocido nuestro personaje fue por su Literatura que se nos muestra rica y variada. Entre los temas que trató se encuentran los amatorios, filosóficos, sociales, de la naturaleza… Entre las formas y géneros de sus poesías señalamos: odas anacreónticas, romances, letrillas, sonetos, salvas, idilios, églogas, elegías, Epístolas y discursos, poemas épicos… También cultivó una obra teatral como fue su comedia pastoral “Las Bodas de Camacho”, así como traducciones de los escritores clásicos; discursos jurídicos como el redactado para la Real Audiencia de Extremadura.
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