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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 18 Sep 2022, 02:16

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Ventura Ruiz Aguilera

    Ruiz Aguilera, Ventura (1820-1881).

    Nació en Salamanca y falleció en Madrid; estudió Medicina y ejerció el periodismo, además de intervenir de manera activa en la política de su tiempo afiliado al partido liberal. Colaboró en diferentes periódicos, como El Tío Vivo, El Nuevo Espectador, La Reforma, Semanario Pintoresco, La Europa, etc. Fue autor dramático y poeta; pueden citarse sus obras teatrales Del agua mansa nos libre Dios (1847), Bernardo de Saldaña (1848), Camino de Portugal (1849), La limosna y el perdón (1853), etc. Como poeta publicó Veladas poéticas, poesías serias, satíricas y burlescas (1860), Elegías (1862), Armonías y rimas varias (1869), etc. Entre su producción novelística figuran los siguientes títulos: El conspirador de a folio (1848), El beso de Judas (1860), El Mundo al revés (1865), etc. Colaboró en el pintoresco libro Las españolas pintadas por los españoles, editado en Madrid en dos volúmenes en los años 1871-1872.

    Ventura Ruiz Aguilera, "El otoño".

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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 18 Sep 2022, 02:19

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)



    Ventura Ruiz Aguilera



    92-Epístola

    (A Damián Menéndez Rayén y Francisco Giner de los Ríos)



    No arrojará cobarde el limpio acero
    mientras oiga el clarín de la pelea,
    soldado que su honor conserve entero;

    ni del piloto el ánimo flaquea
    porque rayos alumbren su camino
    y el golfo inmenso alborotarse vea.

    ¡Siempre luchar! . . . del hombre es el destino;
    y al que impávido lucha, con fe ardiente,
    le da la gloria su laurel divino.

    Por sosiego suspira eternamente;
    pero ¿dónde se oculta, dónde mana
    de esta sed inmortal la ansiada fuente? . . .

    En el profundo valle, que se afana
    cuando del ario la estación florida
    lo viste de verdura y luz temprana;

    en las cumbres salvajes, donde anida
    el águila que pone junto al cielo
    su mansión de huracanes combatida,

    el límite no encuentra de su anhelo;
    ni porque esclava suya haga la suerte,
    tras íntima inquietud y estéril duelo.

    Aquel sólo el varón dichoso y fuerte será,
    que viva en paz con su conciencia
    hasta el sueño apacible de la muerte.

    ¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia,
    la oscuridad, ni holgada medianía,
    si a sufrir el delito nos sentencia?

    Choza del campesino, humilde y fría,
    alcázar de los reyes, corpulento,
    cuya altitud al monte desafía,

    bien sé yo que, invisible como el viento,
    huésped que el alma hiela, se ha sentado
    de vuestro hogar al pie el remordimiento.

    ¿Qué fue del corso altivo, no domado
    hasta asomar de España en las fronteras
    cual cometa del cielo desgajado?

    El poder que le dieron sus banderas
    con asombro y terror de las naciones
    ¿colmó sus esperanzas lisonjeras? . . .

    Cayó; y entre los bárbaros peñones
    de su destierro, en las nocturnas horas
    le acosaron fatídicas visiones;

    y diéronle tristeza las auroras,
    y en el manso murmullo de la brisa
    voces oyó gemir acusadoras.

    Más conforme recibe y más sumisa
    la voluntad de Dios, el alma bella
    que abrojos siempre lacerada pisa.

    Francisco, así pasar vimos aquella
    que te arrulló en sus brazos maternales,
    y hoy, vestida de luz, los astros huella:

    que al tocar del sepulcro los umbrales,
    bañó su dulce faz con dulce rayo
    la alborada de goces inmortales.

    Y así, Damián, en el risueño mayo
    de una vida sin mancha, como arbusto
    que el aquilón derriba en el Moncayo,

    pasó también tu hermano, y la del justo
    severa majestad brilló en su frente,
    de un alma religiosa templo augusto.

    Huya de las ciudades el que intente
    esquivar la batalla de la vida
    y en el ocio perderla muellemente:

    que a la virtud el riesgo no intimida;
    cuando náufragos hay, los ojos cierra
    y se lanza a la mar embravecida.

    Avaro miserable es el que encierra
    la fecunda semilla en el granero,
    cuando larga escasez llora la tierra.

    Compadecer la desventura quiero
    del que, por no mirar la abierta llaga,
    de su limosna priva al pordiosero.

    Ebrio, y alegre, y victorioso vaga
    el vicio por el mundo cortesano:
    su canto de sirena ¿a quién no embriaga?

    Los que dones reciben de su mano
    himnos alzan de júbilo, y de flores
    rinden tributo en el altar profano.

    En tanto, de la fiesta a los rumores,
    criaturas sin fin, herido el seno,
    responden con el ¡ay! de sus dolores.

    Mas el hombre de espíritu sereno
    y de conciencia inquebrantable (roca
    donde se estrella, sin mancharla, el cieno)

    la horrible sien del ídolo destoca,
    y con acento de anatema inflama
    tal vez un noble ardor la turba loca.

    Jinete de experiencia y limpia fama,
    armado va de freno y dura espuela
    donde una voz en abandono clama;

    de heroica pasión en alas vuela,
    y en ella clava el acicate agudo
    por acudir al mal que le desvela.

    Si un instante de error cegarle pudo,
    los engañosos ímpetus reprime,
    y es su propia razón freno y escudo.

    Sin tregua combatir por el que gime;
    defender la justicia y verdad santa,
    llena la mente de ideal sublime;

    caminar hacia el bien con firme planta,
    a la edad consolando que agoniza,
    apóstol de otra edad que se adelanta,

    es empresa que al vulgo escandaliza;
    por loco siempre o necio fue tenido
    quien lanzas en su pro rompe en la liza.

    Si a tierna compasión alguien movido
    vio al generoso hidalgo de Cervantes,
    ¡cuántos, con risa, viéronle caído!

    Acomete a quiméricos gigantes,
    de sus delirios prodigiosa hechura,
    y es de niños escarnio y de ignorantes.

    Mas él, dándoles cuerpo, se figura
    limpiar de monstruos la afligida tierra,
    y llanto arranca al bueno su locura.

    Así debe sufrir, en cruda guerra
    (sin vergonzoso pacto ni sosiego)
    contra el mal, que a los débiles aterra,

    el que abrasado en el celeste fuego
    de inagotable caridad, no atiende
    sólo de su interés el torpe ruego.

    Árbol de seco erial, las ramas tiende
    al que rendido llega de fatiga,
    y del sol, cariñoso, le defiende.

    Él sabe que sus frutos no prodiga
    heredad que se deja sin cultivo;
    sabe que del sudor brota la espiga,

    como de agua sonoro raudal vivo,
    si del trabajo el útil instrumento
    hiende la roca en que durmió cautivo.

    ¡Oh del bosque anhelado apartamiento,
    cuyos olmos son arpas melodiosas
    cuando sacude su follaje el viento!

    ¡Oh fresco valle, donde crecen
    rosas de perfumado cáliz, y azucenas,
    que liban las abejas codiciosas!

    ¡Oh soledades de armonías llenas!
    en vano me brindas ocio y amores,
    mientras haya un esclavo entre cadenas.

    Que aún pide con sacrílegos rumores
    ver libre a Barrabás la muchedumbre
    y alzados en la Cruz los redentores.

    Que del sombrío Gólgota en la cumbre,
    regada con la sangre del Cordero
    sublime en humildad y mansedumbre,

    mártires ¡ay! aún suben al madero
    que ha de ser, convertido en árbol santo,
    patria y hogar del universo entero.

    Padecer es vivir; riego es el llanto
    a quien la flor del alma, con su esencia
    debe perpetuo y virginal encanto.

    Amigos, bendecid la Providencia
    si mandare a la vuestra ese rocío,
    y nieguen los malvados su clemencia.

    ¡Qué alegre y qué gentil llega el navío
    al puerto salvador, cuando aún le azota
    con fiera saña el huracán bravío!

    Así el justo halla al fin de su derrota
    por el mar de la vida proceloso,
    del claro cielo en la extensión remota
    puerto seguro y eternal reposo.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 18 Sep 2022, 02:20

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gaspar Núñez de Arce

    Valladolid, 1834 - Madrid, 1903) Poeta español. Estudió en Toledo y Madrid, intervino en la política de su tiempo y, al igual que el novelista Pedro Antonio de Alarcón, fue cronista de la campaña de África (1859-60). Miembro del partido liberal de Sagasta, desempeñó cargos políticos, entre otros el de gobernador de Barcelona (1868) y el de ministro de Ultramar.




    Como escritor fue autor dramático y poeta lírico. En colaboración con Antonio Hurtado compuso dramas mediocres tales como El laurel de Zubia, Herir en la sombra y La jota aragonesa. Otros le pertenecen por completo: Deudas de la honra, Quien debe, paga y Justicia providencial. De todos ellos sólo El haz de leña (1872) es digno de salvarse del olvido. El tema de esta obra es la prisión y muerte del príncipe Carlos, hijo de Felipe II. En la interpretación del episodio, Núñez de Arce se apartó de Friedrich Schiller, Vittorio Alfieri y Manuel José Quintana y se atuvo a una versión más fiel, al parecer, a la verdad histórica, por lo que eliminó la supuesta pasión amorosa del príncipe por la reina.

    Con todo, sus mejores ensayos dramáticos palidecen ante sus poesías líricas, en las que abundan las descripciones, los temas religiosos, morales y políticos y los asuntos histórico-literarios. En 1875 publicó un tomo de poesías titulado Gritos del combate en el que recogió su producción de 1868 a 1874; el desencanto de la política extremista, los excesos del libertinaje tan típicos de las revoluciones españolas, el ansia de orden, de paz, de libertad y el cansancio y el escepticismo del alma constituyen las ideas fundamentales desarrolladas en estas composiciones, cuya más notable característica es el cuidado de la forma, la fluidez expresiva y la elocuencia a veces ampulosa y vacua, todo ello con caídas en el prosaísmo y la obviedad.


    La duda se titula una de las poesías del volumen, y éste fue uno de los tópicos de nuestro autor. Raimundo Lulio es un poema simbólico en tercetos dantescos, cuyo tema son las pasiones y arrepentimiento del beato mallorquín Ramon Llull. La selva oscura (1879) es una imitación de la Divina Comedia. La última lamentación de lord Byron (1879), canto puesto en boca del poeta inglés, en bien cortadas octavas, está lleno de tópicos literarios, mitológicos, filosóficos y políticos. El vértigo es una leyenda moral-descriptiva, escrita en décimas impecables; en La visión de fray Martín, el poeta presenta a Lutero conmovido por la duda; la Elegía a Alejandro Herculano está dedicada a los portugueses y a sus pasadas glorias, con motivo de la muerte del historiador y poeta luso; en Maruja (1886) se exalta el amor conyugal y los sentimientos caritativos; La pesca (1884) viene a ser un cuento de costumbres marinas.

    Núñez de Arce es un valor de época; como poeta es desigual, pero no se le puede negar un notable virtuosismo formal. Su obra, juzgada en conjunto, ofrece más calidad que la de su contemporáneo Ramón de Campoamor, con el que tiene, no obstante, muchas semejanzas, sobre todo en su aspecto de expositor en verso de lugares comunes filosoficomorales.


    Fuente: Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Gaspar Núñez de Arce». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]








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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 18 Sep 2022, 02:21

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gaspar Núñez de Arce



    93-Estrofas


    I

    La generosa musa de Quevedo
    desbordóse una vez como un torrente
    y exclamó llena de viril denuedo:
    No he de callar, por más que con el dedo,
    ya tocando los labios, ya la frente,
    silencio avises o amenaces miedo.


    II

    Y al estampar sobre la herida abierta
    el hierro de su cólera encendido,
    tembló la concusión que siempre alerta,
    incansable y voraz, labra su nido,
    como gusano ruin en carne muerta,
    en todo Estado exánime y podrido.


    III

    Arranque de dolor, de ese profundo
    dolor que se concentra en el misterio
    y huye amargado del rumor del mundo,
    fue su sangrienta sátira, cauterio
    que aplicó sollozando al patrio imperio,
    mísero, gangrenado y moribundo.


    IV

    ¡Ah! si hoy pudiera resonar la lira
    que con Quevedo descendió a la tumba,
    en medio de esta universal mentira,
    de este viento de escándalo que zumba,
    de este fétido hedor que se respira,
    de esta España moral que se derrumba;


    V

    De la viva y creciente incertidumbre
    que en lucha estéril nuestra fuerza agota;
    del huracán de sangre que alborota
    el mar de la revuelta muchedumbre;
    de la insaciable y honda podredumbre
    que el rostro y la conciencia nos azota;


    VI

    De este horror, de este ciego desvarío
    que cubre nuestras almas con un velo,
    como el sepulcro, impenetrable y frío;
    de este insensato pensamiento impío
    que destituye a Dios, despuebla el cielo
    y precipita el mundo en el vacío;


    VII

    Si en medio de esta borrascosa orgía
    que infunde repugnancia al par que aterra,
    esa lira estallara ¿qué sería?
    Grito de indignación, canto de guerra,
    que en las entrañas mismas de la tierra
    la muerta humanidad conmovería.


    VIII

    Mas ¿porque el gran satírico no aliente
    ha de haber quien contemple y autorice
    tanta degradación, indiferente?
    ¿No ha de haber un espíritu valiente?
    ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
    ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?


    IX

    ¡Cuántos sueños de gloria evaporados
    como las leves gotas del rocío
    que apenas mojan los sedientos prados!
    ¡Cuánta ilusión perdida en el vacío,
    y cuántos corazones anegados
    en la amarga corriente del hastío!


    X

    No es la revolución raudal de plata
    que fertiliza la extendida vega:
    es sorda inundación que se desata.
    No es viva luz que se difunde grata,
    sino confuso resplandor que ciega
    y tormentoso vértigo que mata.


    XI

    Al menos en el siglo desdichado
    que aquel ilustre y vigoroso vate
    con el rayo marcó de su censura,
    podía el corazón atribulado
    salir ileso del mortal combate
    en alas de la fe radiante y pura.


    XII

    Y apartando la vista de aquel cieno
    social, de aquellos fétidos despojos,
    de aquel lubrico y torpe desenfreno,
    fijar llorando los ardientes ojos
    en ese cielo azul, limpio y sereno,
    de santa paz y de esperanza lleno.


    XIII

    Pero hoy ¿dónde mirar? Un golpe mismo
    hiere al César y a Dios: Sorda carcoma
    prepara el misterioso cataclismo,
    y como en tiempo de la antigua Roma,
    todo cruje, vacila y se desploma
    en el cielo, en la tierra, en el abismo.


    XIV

    Perdida en tanta soledad la calma,
    de noche eterna el corazón cubierto,
    la gloria muda, desolada el alma,
    en este pavoroso desconcierto
    se eleva la Razón, como la palma
    que crece triste y sola en el desierto.


    XV

    ¡Triste y sola, es verdad! ¿Dónde hay miseria
    mayor? ¿Dónde más rudo desconsuelo?
    ¿De qué le sirve desgarrar el velo
    que envuelve y cubre la vivaz materia,
    y con profundo, inextinguible anhelo
    sondar la tierra, escudriñar el cielo;


    XVI

    Entregarse a merced del torbellino
    y en la duda incesante que la aqueja
    el secreto inquirir de su destino,
    si a cada paso que adelanta deja
    su fe inmortal, como el vellón la oveja,
    enredada en las zarzas del camino?


    XVII

    ¿Si a su culpada humillación se adhiere
    con la constancia infame del beodo,
    que goza en su abyección, y en ella muere?
    ¿Se ciega y torpe, y degrada en todo,
    desconoce su origen, y prefiere
    a descender de Dios, surgir del lodo?


    XVIII

    ¡Libertad, libertad! No eres aquella
    virgen, de blanca túnica ceñida,
    que vi en mis sueños pudibunda y bella.
    No eres, no, la deidad esclarecida
    que alumbra con su luz, como una estrella,
    los oscuros abismos de la vida.


    XIX

    No eres la fuente de perenne gloria
    que dignifica el corazón humano
    y engrandece esta vida transitoria.
    No el ángel vengador que con su mano
    imprime en las espaldas del tirano
    el hierro enrojecido de la historia.


    XX

    No eres la vaga aparición que sigo
    con hondo afán desde mi edad primera,
    sin alcanzarla nunca... Mas ¿qué digo?
    No eres la libertad, disfraces fuera,
    ¡licencia desgreñada, vil ramera
    del motín, te conozco y te maldigo!


    XXI

    ¡Ah! No es extraño que sin luz ni guía,
    los humanos instintos se desborden
    con el rugido del volcán que estalla,
    y en medio del tumulto y la anarquía,
    como corcel indómito el desorden
    no respete ni látigo ni valla.


    XXII

    ¿Quién podrá detenerle en su carrera?
    ¿Quién templar los impulsos de la fiera
    y loca multitud enardecida,
    que principia a dudar y ya no espera
    hallar en otra luminosa esfera,
    bálsamo a los dolores de esta vida?


    XXIII

    Como Cristo en la cúspide del monte,
    rotas ya sus mortales ligaduras,
    mira doquier con ojos espantados,
    por toda la extensión del horizonte
    dilatarse a sus pies vastas llanuras,
    ricas ciudades, fértiles collados.


    XXIV

    Y excitando su afán calenturiento
    tanta grandeza y tanto poderío,
    de la codicia el persuasivo acento
    grítale audaz: —¡El cielo está vacío!
    ¿A quién temer?—Y ronca y sin aliento
    la muchedumbre grita: —¡Todo es mío!—


    XXV

    Y en el tumulto su puñal afila,
    y la enconada cólera que encierra
    enturbia y enardece su pupila,
    y ensordeciendo el aire en son de guerra
    hace temblar bajo sus pies la tierra,
    como las hordas bárbaras de Atila.


    XXVI

    No esperéis que esa turba alborotada
    infunda nueva sangre generosa
    en las venas de Europa desmayada;
    ni que termine su fatal jornada,
    sobre el ara desierta y polvorosa
    otro Dios levantando con su espada.


    XXVII

    No esperéis, no. que la confusa plebe,
    como santo depósito en su pecho
    nobles instintos y virtudes lleve.
    Hallará el mundo a su codicia estrecho,
    que es la fuerza, es el número, es el hecho
    brutal ¡es la materia que se mueve!


    XXVIII

    Y buscará la libertad en vano;
    que no arraiga en los crímenes la idea,
    ni entre las olas fructifica el grano.
    Su castigo en sus iras centellea
    pronto a estallar; que el rayo y el tirano
    hermanos son. ¡La tempestad los crea!


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 18 Sep 2022, 02:22

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gaspar Núñez de Arce




    94- Tristezas


    Cuando recuerdo la piedad sincera
    con que en mi edad primera
    entraba en nuestras viejas catedrales,
    donde postrado ante la cruz de hinojos
    alzaba a Dios mi ojos
    soñando en las venturas celestiales;

    Hoy que mi frente atónito golpeo,
    y con febril deseo
    busco los restos de mi fe perdida,
    por hallarla otra vez, radiante y bella
    como en la edad aquélla,
    ¡desgraciado de mí! diera la vida.

    ¡Con qué profundo amor, niño inocente,
    prosternaba mis frente
    en las losas del templo sacrosanto!
    Llenábase mi joven fantasía
    de luz, de poesía,
    de mudo asombro, de terrible espanto.

    Aquellas altas bóvedas que al cielo
    levantaban mi anhelo;
    aquella majestad solemne y grave;
    aquel pausado canto, parecido
    a un doliente gemido,
    que retumbaba en la espaciosa nave:

    Las marmóreas y austeras esculturas
    de antiguas sepulturas,
    aspiración del arte a lo infinito;
    la luz que por los vidrios de colores
    sus tibios resplandores
    quebraba en los pilares de granito;

    Haces de donde en curva fugitiva,
    para formar la ojiva,
    cada ramal subiendo se separa,
    cual el rumor de multitud que ruega,
    cuando a los cielos llega,
    surge cada oración distinta y clara;

    En el gótico altar inmoble y fijo
    el santo crucifijo,
    que extiende sin vigor sus brazos yertos,
    siempre en la sorda lucha de la vida,
    tan áspera y reñida,
    para el dolor y la humildad abiertos;

    El místico clamor de la campana
    que sobre el alma humana
    de las caladas torres se despeña,
    y anuncia y lleva en sus aladas notas
    mil promesas ignotas
    al triste corazón que sufre o sueña;

    Todo elevaba mi ánimo intranquilo
    a más sereno asilo:
    religión, arte, soledad, misterio.
    todo en el templo secular hacía
    vibrar el alma mía,
    como vibran las cuerdas de un salterio.

    Y a esta voz interior que sólo entiende
    quien crédulo se enciende
    en fervoroso y celestial cariño,
    envuelta en sus flotantes vestiduras
    volaba a las alturas,
    virgen sin mancha, mi oración de niño.

    Su rauda, viva y luminosa huella
    como fugaz centella
    traspasaba el espacio, y ante el puro
    resplandor de sus alas de querube,
    rasgábase la nube
    que me ocultaba el inmortal seguro.

    ¡Oh anhelo de esta vida transitoria!
    ¡Oh perdurable gloria! .
    ¡Oh! Sed inextiguible del deseo!
    ¡Oh cielo, que antes para mí tenías
    fulgores y armonías,
    y hoy tan oscuro y desolado veo!

    Ya no templas mis íntimos pesares,
    ya al pie de tus altares
    como en mis años de candor no acudo.
    Para llegar a ti perdí el camino,
    y errante peregrino
    entre tinieblas desespero y dudo.

    Voy espantado sin saber por dónde;
    grito, y nadie responde
    a mi angustiada voz; alzo los ojos
    y a penetrar la lobreguez no alcanzo;
    medrosamente avanzo,
    y me hieren el alma los abrojos.

    Hijo del siglo, en vano me resisto
    a su impiedad, ¡oh Cristo!
    Su grandeza satánica me oprime.
    Siglo de maravillas y de asombros,
    levanta sobre escombros
    un Dios sin esperanza, un Dios que gime.

    ¡Y ese Dios no eres tú! No tu serena
    faz, de consuelos, llena,
    alumbra y guía nuestro incierto paso.
    Es otro Dios incógnito y sombrío:
    su cielo es el vacío,
    Sacerdote el error, ley el Acaso.

    ¡Ah! No recuerda el ánimo suspenso
    un siglo más inmenso,
    más rebelde a tu voz, más atrevido;
    entre nubes de fuego alza su frente,
    como Luzbel, potente;
    pero también, como Luzbel, caído.

    A medida que marcha y que investiga
    es mayor su fatiga,
    es su noche más honda y más oscura,
    y pasma, al ver lo que padece y sabe,
    cómo en su seno cabe
    tanta grandeza y tanta desventura.

    Como la nave sin timón y rota
    que el ronco mar azota,
    incendia el rayo y la borrasca mece
    en piélago ignorado y proceloso,
    nuestro siglo —coloso—
    con la luz que le abrasa, resplandece.

    ¡Y está la playa mística tan lejos! . . .
    a los tristes reflejos
    del sol poniente se colora y brilla.
    El huracán arrecia, el bajel arde,
    y es tarde, es ¡ay! muy tarde
    para alcanzar la sosegada orilla.

    ¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno,
    a todo yugo ajeno,
    que al impulso del vértigo se entrega,
    y a través de intrincadas espesuras,
    desbocado y a oscuras
    avanza sin cesar y nunca llega.

    ¡Llegar! ¿Adónde? . . . El pensamiento humano
    en vano lucha, en vano
    su ley oculta y misteriosa infringe.
    En la lumbre del sol sus alas quema,
    y no aclara el problema,
    ni penetra el enigma de la Esfinge.

    ¡Sálvanos, Cristo, sálvanos, si es cierto
    que tu poder no ha muerto!
    Salva a esta sociedad desventurada,
    que bajo el peso de su orgullo mismo
    rueda al profundo abismo
    acaso más enferma que culpada.

    La ciencia audaz, cuando de ti se aleja,
    en nuestras almas deja
    el germen de recónditos dolores,
    como al tender el vuelo hacia la altura,
    deja su larva impura
    el insecto en el cáliz de las flores.

    Si en esta confusión honda y sombría
    es, Señor, todavía
    raudal de vida tu palabra santa,
    di a nuestra fe desalentada y yerta:
    —¡Anímate y despierta!
    Como dijiste a Lázaro: —¡Levanta!—


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 19 Sep 2022, 01:03

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gustavo A. Bécquer

    BIOGRAFÍA

    Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836. El padre, don José Domínguez Bécquer, era pintor costumbrista de notable éxito, especialmente entre los viajeros ingleses de la época. Cuando el futuro poeta contaba cinco años murió su padre y su madre, doña Joaquina de la Bastida y Vargas, cuando tenía once. El joven Bécquer estudió en el colegio de San Telmo en condición de pobre pero de familia noble. Su tío Joaquín Domínguez Becquer, también importante pintor sevillano, se hizo cargo de los hermanos.

    Su educación literaria, dirigida en el Instituto sevillano por Francisco Rodríguez Zapata, discípulo del gran ilustrado Alberto Lista, fue clasicista, con especial aprecio a los poetas latinos y españoles del Siglo de Oro: Fray Luis de León, Herrera o Rioja. A la búsqueda del ritmo musical, de la expresión ajustada y noble, se unía una inclinación prerromántica hacia lo sublime a la manera de Young, Rousseau o Chateaubriand.
    En octubre de 1854 se trasladó a Madrid, donde sufrió penalidades económicas hasta que en 1860 Rodríguez Correa le consiguió un empleo fijo de redactor en un El Contemporáneo.

    En 1857 emprendió una obra importante, la Historia de los Templos de España. Se trataba, siguiendo a Chateaubriand, de estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso, la arquitectura y la historia. Para ganar algún dinero escribió en colaboración con sus amigos, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856) La venta encantada, basada en el Quijote.

    Bécquer, que aún no era famoso, y sus amigos, todos jóvenes, acudían a la tertulia de los Espín. De 1858 a 1863, la Unión Liberal de O'Donnell gobernó España. Bécquer se casó en 1861 con Casta Esteban y Navarro, en esta época el poeta publicó sueltas la mayoría de sus rimas y leyendas y se hizo un nombre, además de poder mantener una familia con hijos. A su ascenso artístico y social (protegido del ministro conservador González Bravo, que lo nombró censor de novelas con un excelente sueldo; director de importantes revistas y periódicos, etc.) le acompañó un aburguesamiento paralelo al de la sociedad madrileña postromántica. En 1868 se separó de su esposa, y perdió, con la revolución liberal, su puesto oficial, al tiempo que cayó el ministro, protector y admirador de Bécquer, Luis González Bravo. En 1870 fue nombrado director de La Ilustración de Madrid pero murió el 23 de septiembre de ese mismo año.

    Sus rimas y poesías fueron compiladas y publicadas póstumamente por sus amigos. Fue tan buen poeta como prosista. Las Rimas se encuadran dentro de dos corrientes heredadas del Romanticismo: la revalorización de la poesía popular y la llamada estética del sentimiento.


    BIBLIOGRAFÍA

    Rimas y leyendas

    Historia de los templos de España, Madrid, 1857, publicado sólo el tomo I.
    Cartas literarias a una mujer, 1860-1861, publicado en El Contemporáneo.
    Cartas desde mi celda, Madrid, 1864 publicadas en El Contemporáneo.
    Libro de los gorriones, 1868, manuscrito.
    Obras completas, Madrid, Fortanet, 1871, 2 volúmenes.




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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 19 Sep 2022, 01:04

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Gustavo A. Bécquer



    95- Rimas


    Del salón en el ángulo oscuro.
    De su dueño tal vez olvidada.
    Silenciosa y cubierta de polvo
    Veíase el arpa.

    ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
    Como el pájaro duerme en la rama,
    Esperando la mano de nieve
    Que sabe arrancarla!

    ¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio
    Así duerme en el fondo del alma.
    Y una voz, como Lázaro, espera
    Que le diga: «¡Levántate y anda!»


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 19 Sep 2022, 01:05

    No arrojará cobarde el limpio acero
    mientras oiga el clarín de la pelea,
    soldado que su honor conserve entero;

    ni del piloto el ánimo flaquea
    porque rayos alumbren su camino
    y el golfo inmenso alborotarse vea.

    ¡Siempre luchar! . . . del hombre es el destino;
    y al que impávido lucha, con fe ardiente,
    le da la gloria su laurel divino.

    Por sosiego suspira eternamente;
    pero ¿dónde se oculta, dónde mana
    de esta sed inmortal la ansiada fuente? . . .

    En el profundo valle, que se afana
    cuando del ario la estación florida
    lo viste de verdura y luz temprana;

    en las cumbres salvajes, donde anida
    el águila que pone junto al cielo
    su mansión de huracanes combatida,

    el límite no encuentra de su anhelo;
    ni porque esclava suya haga la suerte,
    tras íntima inquietud y estéril duelo.

    Aquel sólo el varón dichoso y fuerte será,
    que viva en paz con su conciencia
    hasta el sueño apacible de la muerte.

    ¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia,
    la oscuridad, ni holgada medianía,
    si a sufrir el delito nos sentencia?

    Choza del campesino, humilde y fría,
    alcázar de los reyes, corpulento,
    cuya altitud al monte desafía,

    bien sé yo que, invisible como el viento,
    huésped que el alma hiela, se ha sentado
    de vuestro hogar al pie el remordimiento.

    ¿Qué fue del corso altivo, no domado
    hasta asomar de España en las fronteras
    cual cometa del cielo desgajado?

    El poder que le dieron sus banderas
    con asombro y terror de las naciones
    ¿colmó sus esperanzas lisonjeras? . . .

    Cayó; y entre los bárbaros peñones
    de su destierro, en las nocturnas horas
    le acosaron fatídicas visiones;

    y diéronle tristeza las auroras,
    y en el manso murmullo de la brisa
    voces oyó gemir acusadoras.

    Más conforme recibe y más sumisa
    la voluntad de Dios, el alma bella
    que abrojos siempre lacerada pisa.

    Francisco, así pasar vimos aquella
    que te arrulló en sus brazos maternales,
    y hoy, vestida de luz, los astros huella:

    que al tocar del sepulcro los umbrales,
    bañó su dulce faz con dulce rayo
    la alborada de goces inmortales.

    Y así, Damián, en el risueño mayo
    de una vida sin mancha, como arbusto
    que el aquilón derriba en el Moncayo,

    pasó también tu hermano, y la del justo
    severa majestad brilló en su frente,
    de un alma religiosa templo augusto.

    Huya de las ciudades el que intente
    esquivar la batalla de la vida
    y en el ocio perderla muellemente:

    que a la virtud el riesgo no intimida;
    cuando náufragos hay, los ojos cierra
    y se lanza a la mar embravecida.

    Avaro miserable es el que encierra
    la fecunda semilla en el granero,
    cuando larga escasez llora la tierra.

    Compadecer la desventura quiero
    del que, por no mirar la abierta llaga,
    de su limosna priva al pordiosero.

    Ebrio, y alegre, y victorioso vaga
    el vicio por el mundo cortesano:
    su canto de sirena ¿a quién no embriaga?

    Los que dones reciben de su mano
    himnos alzan de júbilo, y de flores
    rinden tributo en el altar profano.

    En tanto, de la fiesta a los rumores,
    criaturas sin fin, herido el seno,
    responden con el ¡ay! de sus dolores.

    Mas el hombre de espíritu sereno
    y de conciencia inquebrantable (roca
    donde se estrella, sin mancharla, el cieno)

    la horrible sien del ídolo destoca,
    y con acento de anatema inflama
    tal vez un noble ardor la turba loca.

    Jinete de experiencia y limpia fama,
    armado va de freno y dura espuela
    donde una voz en abandono clama;

    de heroica pasión en alas vuela,
    y en ella clava el acicate agudo
    por acudir al mal que le desvela.

    Si un instante de error cegarle pudo,
    los engañosos ímpetus reprime,
    y es su propia razón freno y escudo.

    Sin tregua combatir por el que gime;
    defender la justicia y verdad santa,
    llena la mente de ideal sublime;

    caminar hacia el bien con firme planta,
    a la edad consolando que agoniza,
    apóstol de otra edad que se adelanta,

    es empresa que al vulgo escandaliza;
    por loco siempre o necio fue tenido
    quien lanzas en su pro rompe en la liza.

    Si a tierna compasión alguien movido
    vio al generoso hidalgo de Cervantes,
    ¡cuántos, con risa, viéronle caído!

    Acomete a quiméricos gigantes,
    de sus delirios prodigiosa hechura,
    y es de niños escarnio y de ignorantes.

    Mas él, dándoles cuerpo, se figura
    limpiar de monstruos la afligida tierra,
    y llanto arranca al bueno su locura.

    Así debe sufrir, en cruda guerra
    (sin vergonzoso pacto ni sosiego)
    contra el mal, que a los débiles aterra,

    el que abrasado en el celeste fuego
    de inagotable caridad, no atiende
    sólo de su interés el torpe ruego.

    Árbol de seco erial, las ramas tiende
    al que rendido llega de fatiga,
    y del sol, cariñoso, le defiende.

    Él sabe que sus frutos no prodiga
    heredad que se deja sin cultivo;
    sabe que del sudor brota la espiga,

    como de agua sonoro raudal vivo,
    si del trabajo el útil instrumento
    hiende la roca en que durmió cautivo.

    ¡Oh del bosque anhelado apartamiento,
    cuyos olmos son arpas melodiosas
    cuando sacude su follaje el viento!

    ¡Oh fresco valle, donde crecen
    rosas de perfumado cáliz, y azucenas,
    que liban las abejas codiciosas!

    ¡Oh soledades de armonías llenas!
    en vano me brindas ocio y amores,
    mientras haya un esclavo entre cadenas.

    Que aún pide con sacrílegos rumores
    ver libre a Barrabás la muchedumbre
    y alzados en la Cruz los redentores.

    Que del sombrío Gólgota en la cumbre,
    regada con la sangre del Cordero
    sublime en humildad y mansedumbre,

    mártires ¡ay! aún suben al madero
    que ha de ser, convertido en árbol santo,
    patria y hogar del universo entero.

    Padecer es vivir; riego es el llanto
    a quien la flor del alma, con su esencia
    debe perpetuo y virginal encanto.

    Amigos, bendecid la Providencia
    si mandare a la vuestra ese rocío,
    y nieguen los malvados su clemencia.

    ¡Qué alegre y qué gentil llega el navío
    al puerto salvador, cuando aún le azota
    con fiera saña el huracán bravío!

    Así el justo halla al fin de su derrota
    por el mar de la vida proceloso,
    del claro cielo en la extensión remota
    puerto seguro y eternal reposo.


    Hacía mucho tiempo que no leía a Ventura Ruíz. Gracias, Lluvia por haberte acordado de Marcelino.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 19 Sep 2022, 01:06

    Menéndez Pelayo, Marcelino
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    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
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    Gustavo A. Bécquer



    96-(Sin Título)


    Cerraron sus ojos
    Que aun tenía abiertos;
    Taparon su cara
    Con un blanco lienzo;
    Y unos sollozando,
    Otros en silencio,
    De la triste alcoba
    Todos se salieron.

    La luz, que en un vaso
    Ardía en el suelo,
    Al muro arrojaba
    La sombra del lecho;
    Y entre aquella sombra
    Velase a intervalos
    Dibujarse rígida
    La forma del cuerpo.

    Despertaba el día
    Y a su albor primero
    Con sus mil rüidos
    Despertaba el pueblo.
    Ante aquel contraste
    De vida y misterios,
    De luz y tinieblas.
    Medité un momento:
    «¡Dios mío, qué solos
    Se quedan los muertos!»


    De la casa en hombros
    Lleváronla al templo
    Y en una capilla
    Dejaron el féretro.
    Allí rodearon
    Sus pálidos restos
    De amarillas velas
    Y de paños negros.

    Al dar de las ánimas
    El toque postrero,
    Acabó una vieja
    Sus últimos rezos;
    Cruzó la ancha nave,
    Las puertas gimieron,
    Y el santo recinto
    Quedóse desierto.

    De un reloj se oía
    Compasado el péndulo.
    Y de algunos cirios
    El chisporroteo.
    Tan medroso y triste,
    Tan oscuro y yerto
    Todo se encontraba . . .
    Que pensé un momento:
    «¡Dios mío, qué solos
    Se quedan los muertos!»


    De la alta campana
    La lengua de hierro,
    Le dio, volteando,
    Su adiós lastimero.
    El luto en las ropas,
    Amigos y deudos
    Cruzaron en fila,
    Formando el cortejo.

    Del último asilo,
    Oscuro y estrecho,
    Abrió la piqueta
    El nicho a un extremo.
    Allí la acostaron,
    Tapiáronlo luego,
    Y con un saludo
    Despidióse el duelo.

    La piqueta al hombro,
    El sepulturero
    Cantando entre dientes
    Se perdió a lo lejos.
    La noche se entraba,
    Reinaba el silencio;
    Perdido en las sombras,
    Medité un momento:
    «¡Dios mío, qué solos
    Se quedan los muertos!»


    En las largas noches
    Del helado invierno,
    Cuando las maderas
    Crujir hace el viento
    Y azota los vidrios
    El fuerte aguacero,
    De la pobre niña
    A solas me acuerdo.

    Allí cae la lluvia
    Con un son eterno;
    Allí la combate
    El soplo del cierzo.
    Del húmedo muro
    Tendida en el hueco,
    ¡Acaso de frío
    Se hielan sus huesos! . . .

    ¿Vuelve el polvo al polvo?
    ¿Vuela el alma al cielo?
    ¿Todo es vil materia,
    Podredumbre y cieno?
    ¡No sé; pero hay algo
    Que explicar no puedo
    Que al par nos infunde
    Repugnancia y duelo,
    Al dejar tan tristes,
    Tan solos los muertos!



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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar 20 Sep 2022, 02:05

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Vicente W. Querol

    Vicente Wenceslao Querol Campos o Vicent Wenceslau Querol i Campos o Camps (n. Valencia el 30 de septiembre de 1836, m. Bétera, 24 de octubre de 1889), poeta español de expresión bilingüe en castellano y valenciano, vinculado al Realismo.


    Biografía

    Estudió latín en las Escuelas Pías y Derecho en la Universidad de Valencia, y trabajó como abogado. En 1855 obtuvo el premio del certamen poético que la Universidad de Valencia celebraba en el IV Centenario de la Canonización de San Vicente Ferrer y en 1856 leyó en la Academia de San Carlos su oda A las Bellas Artes, que le dio mucho renombre. Después fue publicando diversas poesías en castellano y valenciano en El Miguelete, La Opinión, Las Provincias, El Pensamiento de Valencia, Revista de Valencia y La España Moderna. Fundó la Sociedad Poética La Estrella y, con su amigo y condiscípulo Teodoro Llorente Falcó, fue uno de los promotores del renacimiento literario valenciano al iniciar los juegos florales de Valencia (1859). Con él tradujo El Corsario y Childe Harold de Byron. En 1872 actuó como mantenedor de los Jocs florals de Barcelona, que presidirá en 1885, y participó como jurado en el certamen literario convocado por el milenario del monasterio de Montserrat.

    En 1877 publicó el único libro poético que imprimió en vida, Rimas; ese mismo año se trasladó a Madrid para desempeñar diversos altos cargos en los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante. Vivió algún tiempo en París y fue miembro y presidente del Ateneo Científico de Valencia, así como secretario de la redacción de la revista de la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Entre otras distinciones, fue reconocido como Caballero de la Orden de Carlos III y de la de Cristo de Portugal.

    Los críticos aprecian en la poesía de Querol el sesgo de Manuel José Quintana, pero abundan además en su escritura reminiscencias bíblicas y de clásicos y modernos (Bécquer, Núñez de Arce, Aleardi); su obra posee gran perfección formal y atrajo la atención de Miguel de Unamuno. Asimismo, Luis Guarner editó en los años sesenta y setenta del siglo XX gran parte de la obra de Querol en tres volúmenes con importante aparato crítico: Obres valencianes completes (1958), Poesías (1964) y Poesías desconocidas de Vicente W. Querol (1967). Años después lo consagró la monografía Poesía y verdad de Vicente W. Querol (1976).

    Como anécdota, se suele atribuir a Dante Alighieri un verso que es en realidad suyo: "Quien sabe de dolor, todo lo sabe".

    Obra

    De las Rimas se hicieron dos ediciones, en 1877 y en 1891, prologadas respectivamente por Pedro Antonio de Alarcón y por su amigo Teodoro Llorente. A estos libros hay que añadir las Poesías desconocidas editadas por Luis Guarner, a quien se debe también el texto editado por la colección Clásicos Castellanos de Espasa-Calpe.

    Su producción lírica puede clasificarse en debida a fuentes externas o a internas. Al primer grupo responden sus epístolas: las dirigidas a Alarcón sobre la poesía y a Gaspar Núñez de Arce como comentario a su libro Gritos de combate. También, sus odas "A María", "A Cristo", "A la Guerra de África", etcétera. Próximos a estos poemas están los filosóficos ("Golondrina de otoño", "A un filósofo cristiano"), los mitológicos, las canciones y las poesías de ocasión.

    Al segundo tipo de impulsos, internos, responden sus Rimas, 14 poemas breves que cantan de modo rápido y a veces condensado sentimientos hondos sencillamente expresados, pero con ciertos dejos retóricos que desdicen de su tono e incluso moralejas ocasionales. Pero en este segundo grupo, sin embargo, se ubican sus poemas más celebrados, los de tema familiar. Reflejan una realidad cotidiana, quizá prosaica, pero no por ello menos entrañable. Dedica catorce "A la memoria de su hermana Adela", y quintetos de pie quebrado "A la Nochebuena", "A sus ancianos padres", "A un árbol", "Oración" etcétera. Aparece en estos poemas el tópico del hogar como refugio de las tempestades del mundo. "Ausente" es el broche de esta serie, una pintura sobria y familiar de su paisaje nativo. En su lírica amorosa, influida por Bécquer, destacan sus tres "Cartas a María".

    El estilo de Querol tiende un tanto a la retórica clasicista, pero contó entre sus admiradores a Miguel de Unamuno, cuyos poemas hogareños le deben no poco.

    Por demás, su poesía se asemeja a la de Aleardo Aleardi por su amor a las formas clásicas, modelando conceptos elevados y trascendentales.
    Bibliografía

    Rimas, 1877; 2.ª ed. imp. de M. Tello, 1891.
    • Poesías, ed. de Luis Guarner, Madrid: Espasa-Calpe, 1964.
    • Poesías desconocidas de Vicente W. Querol, ed. de Luis Guarner, Madrid: CSIC, 1967.
    • Obres valencianes completes, ed. de Luis Guarner, 1958.
    • El Corsario, poema de Lord Byron, traducido del inglés en verso castellano por Vicente W. Querol y Teodoro Llorente, Valencia, Imprenta de La Opinión, a cargo de J. Domenech, 1863; 2a ed. con prólogo de Luis Guarner en Los Poetas, núm. 65, Madrid, 1929.




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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar 20 Sep 2022, 02:06

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Vicente W. Querol



    97- Carta
    al Sr. D. Pedro A. de Alarcón, acerca de la Poesía


    Amigo, cedo al fin. Los que dispersos
    Entregué al aire vano
    En mi edad juvenil fútiles versos,
    Hoy con piadosa mano
    Recojo y cierro en el modesto libro,
    Que al triste olvido de la edad entrego,
    O al duro fallo de los tiempos libro.
    Lo engendré en la nocturna
    Fiebre de mis pasiones primerizas,
    Y hoy guardo en él, como en sagrada urna,
    Del corazón las cálidas cenizas.

    En él están mis infantiles sueños,
    El laurel disputado en arduas lizas,
    De la osada ambición locos empeños,
    Le fe jurada, la esperanza muerta,
    La aspiración incierta,
    Los horizontes del amor risueños:
    Cuanto amé y esperé.
    Huecas y frías En el oído extraño,
    Ajeno a mi placer, sordo a mi daño,
    Sonarán siempre las canciones mías;
    Pero, al volver sus páginas, yo encuentro
    Mi gozo entre ellas o mi antigua angustia,
    Cual suele hallarse dentro
    De un olvidado libro una flor mustia.

    ♦

    Yo cobarde no oculto
    Mi fe en ti, desdeñada Poesía,
    Ni el ciego amor y el fervoroso culto
    Con que en tus aras me postré algún día:
    No reniego de ti cuando la mofa,
    Cuando el villano insulto
    Responden sólo a tu vibrante estrofa:
    No aparto de mi labio
    De tu cáliz de hiel las negras heces,
    Ni te abandono al miserable agravio,
    O a las burlas soeces
    Del vulgo, indigno de tu noble estro;
    Y cuando ante el siniestro
    Tribunal vas de tus inicuos jueces
    Yo, discípulo tuyo, por tres veces
    No negaré al Maestro.

    ♦

    ¡Santa palabra de Jehová!
    Con ella
    Moisés cantó el enojo
    Con que borró de Faraón la huella
    En sus líquidos antros el Mar-Rojo:
    Con ella sobre Nínive, sujeta
    Al yugo del pecado, y sobre Tiro,
    Y en la ancha plaza de Sidón inquieta,
    Quejumbroso suspiro
    O eterna maldición lanzó el Profeta:
    Con ella junto al cauce
    Del extranjero río, su salterio
    Colgando al tronco del umbroso sauce,
    Lloró Judá su amargo cautiverio:
    Con ella dijo su doliente cuita
    Job a la inmunda fiera del desierto;
    Y con ella la hermosa Sulamita
    Cantó al amor en su cercado huerto.

    ♦

    ¡Numen severo de la historia!
    Vive
    Todo lo que el poeta
    Con sabio ritmo sonoroso escribe;
    Muere lo que desdeña! Allá, en la vaga
    Muda extensión del páramo infinito,
    La soberbia pirámide naufraga:
    La esfinge de granito
    Se hunde en la arena movediza; el verde
    Musgo los templos de Ática sepulta:
    La corva reja del arado muerde
    Las feraces colinas
    Donde su oprobio Babilonia oculta:
    El rebaño del árabe se pierde
    Entre las vastas ruinas
    Que cubren tus llanuras, oh Cartago;
    Mientras que en las vecinas
    Costas de Italia, con el propio estrago,
    Tu egregia vencedora,
    La Reina de las águilas latinas,
    Sola, entre tumbas profanadas llora.

    ♦

    Envuelta en el sudario
    De un vergonzoso olvido,
    Fuera la Tierra el miserable osario
    De las humanas razas, si el gemido
    O el cántico de gloria
    De los antiguos vates,
    Eco veraz de la solemne historia.
    No nos trajera en clamoroso ruido
    Sus fragorosas ruinas y combates,
    Ayes de muerte y gritos de victoria.
    De un siglo al otro siglo el viento lleva
    En las vibrantes cuerdas de la lira,
    La predicción de la esperanza nueva
    O el triste llanto de la edad que expira,
    Y como en la callada
    Soledad de las noches de astro en astro
    Vuela el pálido rastro
    De la luz increada,
    Así el vate, en la oscura
    Noche del tiempo que el pasado esconde,
    Habla a los bardos de la edad futura,
    Y Ossián los cantos de Ilión murmura
    Y Dante al salmo de David responde.

    ♦

    ¡Hija de la Belleza!
    A la alborada
    De blanca luz ceñida,
    A la aurora de púrpura bañada,
    Y en la tarde apagada
    De húmeda niebla y de vapor vestida.
    Son sus joyas las perlas del rocío,
    Las flores son sus galas,
    Su claro espejo el trasparente río,
    Los céfiros sus alas.
    Las rojas nubes sus movibles tiendas,
    Su blanda cuna las inciertas olas,
    Y el ancho espacio las etéreas sendas
    Por donde marcha a solas.
    Gime en la selva que estremece el viento,
    Triste en la fuente solitaria llora,
    Canta del ave en el alegre acento,
    Ríe en la luz de la naciente aurora;
    Y cuando cruza con callado vuelo
    La tierra, el mar o el cielo,
    Todo un ritmo sonoro
    Vibra al compás del cadencioso metro,
    Y en luminoso coro
    Van las estrellas de oro
    Rodando en torno a su extendido cetro.

    ♦

    ¡Hija del sentimiento!
    En la indecisa
    Vaguedad del espíritu: en la calma
    De la conciencia justa:
    Del débil niño en la infantil sonrisa;
    En los deliquios lánguidos del alma;
    Del corazón en la soberbia augusta:
    En la ira noble, en el amor materno,
    En la ansia no cumplida,
    En los hastíos de la humana vida
    Y en el místico amor de un bien eterno:
    En el lóbrego abismo,
    Cárcel que la pasión fiera quebranta,
    En el grito febril del heroísmo,
    Y en la oculta virtud, callada y santa,
    Como en el crimen mismo,
    Ella, la Poesía,
    Surge y cruza sombría,
    Y el puñal blande o la oración murmura:
    Ciñe a la virgen los nupciales velos:
    Solloza en la olvidada sepultura,
    Y, en los humanos duelos,
    Con la tendida diestra
    A toda angustia inconsolable muestra
    La eterna luz de los abiertos cielos.

    ♦

    Tal, en la edad confusa
    En que a la vida el corazón despierta,
    Yo, la soñada Musa
    Vi en el umbral de la cerrada puerta,
    Que mi ambición ilusa
    Juzgó a la gloria y la esperanza abierta.
    No entré...pero en mi oído
    Sonó el grande ruido
    De los santos acordes celestiales;
    Y aun hoy, en este olvido
    Y en esta amiga sombra,
    Donde es la paz un díctamo a mis males,
    Entre el silencio escucho, y aun me asombra,
    El rumor de los himnos inmortales.

    ♦

    Tú, que has unido a ellos,
    Oh dulce amigo, tu canción sonora,
    Y alumbraste con vívidos destellos
    Esta noche del alma abrumadora:
    Brioso corazón que en las bastardas
    Horas sin fe que nos legó el destino,
    Inmaculado aun guardas
    De una alta estirpe el resplandor divino,
    Abre el libro y no temas,
    Al revolver las hojas
    De mis pobres poemas,
    Que ose en ellos cantar glorias supremas
    Ni supremas congojas.
    El débil numen que mi verso inspira
    Nunca osó ambicionar más noble palma
    Que traducir fielmente con la lira
    La efusión de mi alma.


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    MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912) - Página 10 Empty Re: MARCELINO MENENDEZ PELAYO (1856-1912)

    Mensaje por Lluvia Abril Mar 20 Sep 2022, 02:07

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Vicente W. Querol



    98- En Nochebuena
    A mis ancianos padres


    I

    Un año más en el hogar paterno
    Celebramos la fiesta del Dios-niño,
    Símbolo augusto del amor eterno,
    Cuando cubre los montes el invierno
    Con su manto de armiño.


    II

    Como en el día de la fausta boda
    O en el que el santo de los padres llega,
    La turba alegre de los niños juega,
    Y en la ancha sala la familia toda
    De noche se congrega.


    III

    La roja lumbre de los troncos brilla
    Del pequeño dormido en la mejilla,
    Que con tímido afán su madre besa;
    Y se refleja alegre en la vajilla
    De la dispuesta mesa.


    IV

    A su sobrino, que lo escucha atento,
    Mi hermana dice el pavoroso cuento,
    Y mi otra hermana la canción modula
    Que, o bien surge vibrante, o bien ondula
    Prolongada en el viento.


    V

    Mi madre tiende las rugosas manos
    Al nieto que huye por la blanda alfombra;
    Hablan de pie mi padre y mis hermanos,
    Mientras yo, recatándome en la sombra,
    Pienso en hondos arcanos.


    VI

    Pienso que de los días de ventura
    Las horas van apresurando el paso,
    Y que empaña el oriente niebla oscura,
    Cuando aun el rayo trémulo fulgura
    Último del ocaso.


    VII

    ¡Padres míos, mi amor! ¡Cómo envenena
    Las breves dichas el temor del daño!
    Hoy presidís nuestra modesta cena,
    Pero en el porvenir . . . yo sé que un año
    Vendrá sin Nochebuena.


    VIII

    Vendrá, y las que hoy son risas y alborozo
    Serán muda aflicción y hondo sollozo.
    No cantará mi hermana, y mi sobrina
    No escuchará la historia peregrina
    Que le da miedo y gozo.


    IX

    No dará nuestro hogar rojos destellos
    Sobre el limpio cristal de la vajilla,
    Y, si alguien osa hablar, será de aquellos
    Que hoy honran nuestra fiesta tan sencilla
    Con sus blancos cabellos.


    X

    Blancos cabellos cuya amada hebra
    Es cual corona de laurel de plata,
    Mejor que esas coronas que celebra
    La vil lisonja, la ignorancia acata,
    Y el infortunio quiebra.


    XI

    ¡Padres míos, mi amor! Cuando contemplo
    La sublime bondad de vuestro rostro,
    Mi alma a los trances de la vida templo,
    Y ante esa imagen para orar me postro,
    Cual me postro en el templo.


    XII

    Cada arruga que surca ese semblante
    Es del trabajo la profunda huella,
    O fue un dolor de vuestro pecho amante.
    La historia fiel de una época distante
    Puedo leer yo en ella.


    XIII

    La historia de los tiempos sin ventura
    En que luchasteis con la adversa suerte,
    Y en que, tras negras horas de amargura,
    Mi madre se sintió más noble y pura
    Y mi padre más fuerte.


    XIV

    Cuando la noche toda en la cansada
    Labor tuvisteis vuestros ojos fijos,
    Y, al venceros el sueño a la alborada
    Fuerzas os dio posar vuestra mirada
    En los dormidos hijos.


    XV

    Las lágrimas correr una tras una
    Con noble orgullo por mi faz yo siento,
    Pensando que hayan sido por fortuna,
    Esas honradas manos mi sustento
    Y esos brazos mi cuna.


    XVI

    ¡Padres míos, mi amor! Mi alma quisiera
    Pagaros hoy la que en mi edad primera
    Sufristeis sin gemir, lenta agonía,
    Y que cada dolor de entonces fuera
    Germen de una alegría.


    XVII

    Entonces vuestro mal curaba el gozo
    De ver al hijo convertirse en mozo,
    Mientras que al verme yo en vuestra presencia
    Siento mi dicha ahogada en el sollozo
    De una temida ausencia.


    XVIII

    Si el vigor juvenil volver de nuevo
    Pudiese a vuestra edad, ¿por qué estas penas?
    Yo os daría mi sangre de mancebo,
    Tornando así con ella a vuestras venas
    Esta vida que os debo.


    XIX

    Que de tal modo la aflicción me embarga
    Pensando en la posible despedida,
    Que imagino ha de ser tarea amarga
    Llevar la vida, como inútil carga,
    Después de vuestra vida.


    XX

    Ese plazo fatal, sordo, inflexible,
    Miro acercarse con profundo espanto,
    Y en dudas grita el corazón sensible:
    «Si aplacar al destino es imposible,
    ¿Para qué amarnos tanto?»


    XXI

    Para estar juntos en la vida eterna
    Cuando acabe esta vida transitoria:
    Si Dios, que el curso universal gobierna,
    Nos devuelve en el cielo esta unión tierna,
    Yo no aspiro a más gloria.


    XXII

    Pero en tanto, buen Dios, mi mejor palma
    Será que prolonguéis la dulce calma
    Que hoy nuestro hogar en su recinto encierra:
    Para marchar yo solo por la tierra
    No hay fuerzas en mi alma.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 21 Sep 2022, 00:25

    Un año más en el hogar paterno
    Celebramos la fiesta del Dios-niño,
    Símbolo augusto del amor eterno,
    Cuando cubre los montes el invierno
    Con su manto de armiño.




    El  auténtico sentido de la Navidad: el amor y la familia.


    ¡Qué delicia!


    Gracias, Lluvia.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 21 Sep 2022, 00:53

    Es una joya realizada por Marcelino Menéndez Pelayo, esta recopilación de autores y poemas, cuya elección tuvo que ser bastante difícil. Siento, amigo mío que hoy termino este paseo con los grandes de la literatura castellana.
    Gracias por acompañarme cada día, Pascual y bueno, voy a concluir.


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 21 Sep 2022, 00:55

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



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    Federico Balart

    Balart Elgueta, Federico. Pliego (Murcia), 22.X.1831 – Madrid, 11.IV.1905. Poeta y periodista.
    Estudia bachillerato en Murcia, y en Madrid inicia estudios de Derecho y Filosofía y Letras que no llegó a terminar. En la capital de España asiste a tertulias literarias y políticas, en las que se integra en una línea de pensamiento avanzada y progresista. Desempeña, en principio, modestos cargos administrativos. Frecuenta y se hace socio del Ateneo y se inicia en el positivismo materialista de la época. Nombrado secretario del Ateneo en 1865, comienza sus actividades periodísticas colaborando asiduamente en La Verdad de Madrid, en El Universal y en Gil Blas. En este periódico publica un famoso artículo, “Ejercicios de rasgueo”, en el que critica la actuación del intendente de la Casa Real, Francisco Goicorretea, a consecuencia del cual mantuvo con él un duelo del que resultó herido en una pierna. Después de la Revolución de 1868 su carrera política y administrativa se acelera vertiginosamente, ya que en 1870 ocupa el cargo de subsecretario de Estado, y en abril del mismo año el de subsecretario de la Gobernación con su amigo el político Nicolás María Rivero, nombrado a la sazón ministro. Hasta la Restauración, Balart ocupa los cargos de director general, diputado de las Cortes, senador y consejero de Estado.

    Retirado de la ajetreada vida política, seguramente desengañado, entre 1874 y 1890, la época más tranquila de su vida, intensifica su labor periodística en la prensa más importante de entonces: El Imparcial, Los Lunes del Imparcial y La Ilustración Española y Americana. Hubiera ocupado el Sillón f minúscula en la Real Academia Española, para el que fue elegido en 1891 y presentó el correspondiente discurso de ingreso, que la Academia aprobó el 14 de marzo de 1894, según constata Alonso Zamora Vicente. Circunstancias desconocidas impidieron su recepción, aunque se puede conjeturar que se debió a sus notorias desavenencias con Tamayo y Baus, secretario entonces de la corporación. En 1900 es nombrado director del Teatro Español de Madrid, cargo que ocupa hasta su muerte y desde el que colabora con su paisano el actor Fernando Díaz de Mendoza y la esposa de éste, la gran actriz María Guerrero, con los que le unió una gran amistad.

    Aparte de su extensa labor periodística, sus obras en prosa se reducen a Impresiones. Literatura y arte (1894) y El prosaísmo en el arte (1895), en las que recoge trabajos ensayísticos sobre crítica de arte en general. Pero la popularidad de Balart, acaso exagerada en su época, proviene de sus obras en verso, sobre todo de Dolores (1893-1894), poemario elegíaco que dedica a la memoria de su primera esposa, fallecida en 1879. Alabada y recibida con fervor por la crítica más exigente —Clarín, Valera, Ganivet—, la muerte de su esposa le proporciona al poeta un patente e intenso dolor y una incontenible pena que le hace recobrar la fe perdida, como estudió Luis Valenciano Gayá. Poeta de la pena, como lo denominó Clarín, acertó a expresar su dolor con naturalidad y con gran capacidad para la “confesión de dolores comunes”.

    En 1897 publica Horizontes, colección de poesías de circunstancias, entre ellas las dedicadas a la riada de Santa Teresa o al terremoto de Granada, y en las que destaca el aire filosófico de algunos poemas que evocan inquietudes universales. Muerto el poeta, aparece Sombras y destellos, en 1905, con imitaciones de Goethe, poemas inspirados en las ideas de Leibnitz y Pascal y en donde se incluye una colección de sonetos de Antero de Quental, traducidos por Balart. En 1906 se publica Fruslerías, poesía humorística en la que se mezcla la burla de los tópicos literarios y los chistes epigramáticos, mientras se censura la falta de moralidad urbana.



    Obras de ~: Impresiones. Literatura y arte, Madrid, Fernando Fe, 1894; El prosaísmo en el arte, Madrid, La España Editorial, 1895; Horizontes. Poesías, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1897; Sombras y destellos, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1905; Fruslerías. Poesías festivas, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1906; Sus mejores versos, pról. de B. Argente, ils. de Ibáñez y Pujol, Madrid, Gráficas Unión, 1928 (Los poetas, 17); Composiciones inéditas. Cartas de contemporáneos, Barcelona, Gustavo Gili, 1929; Poesías completas, Barcelona, Gustavo Gili, 1929; Dolores. Poesías, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, s. f. [ed. y pról. de P. Álvarez Blanco, Dueñas (Palencia), Simancas, 2003].


    Bibl.: B. Argente, “Prólogo”, en F. Balart, Sus mejores versos, op. cit.; Clarín (L. García Alas y Ureña), “Estudio crítico de Dolores”, en F. Balart, Composiciones inéditas. Cartas de contemporáneos, op. cit.; E. Gómez de Baquero, “La poesía de Federico Balart y la nueva sensibilidad poética”, en F. Balart, Poesías completas, op. cit.; J. Barceló Jiménez, Vida y obra de Federico Balart, Murcia, Diputación, 1956; L. Valenciano Gayá, “Federico Balart y Vicente Medina. Un análisis del amor y de la pena”, en Anales de la Universidad de Murcia, 15 (1956-1957); F. J. Díez de Revenga, “El humor de Federico Balart”, en Monteagudo (Murcia), 55 (1976); J. Barceló Jiménez, “Historia de dos duelos famosos: Romea-Escolar y Balart-Goicorretea”, en Monteagudo, 64 (1979); F. J. Díez de Revenga y M. de Paco, Historia de la Literatura Murciana, Murcia, Universidad de Murcia-Academia Alfonso X el Sabio-Editora Regional, 1989; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999; P. Álvarez Blanco, “Prólogo”, en F. Balart, Dolores, op. cit.; F. J. Díez de Revenga, Académicos de la Región de Murcia en la Real Academia Española, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2006.

    Por: Concepción Ruiz Abellán




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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 21 Sep 2022, 00:56

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Federico Balart



    99- Restitución


    Estas pobres canciones que te consagro,
    En mi mente han nacido por un milagro.
    Desnudas de las galas que presta el arte,
    Mi voluntad en ellas no tiene parte:
    Yo no sé resistirlas ni suscitarlas;
    Yo ni aun sé comprenderlas al formularlas;
    Y es en mí su lamento, sentido y grave,
    Natural como el trino que lanza el ave.
    Santas inspiraciones que tú me envías,
    Puedo decir, esposa, que no son mías:
    Pensamiento y palabra de ti recibo;
    Tú en silencio las dictas; yo las escribo.

    ♦

    Desde que abandonaste nuestra morada,
    De la mortal escoria purificada,
    Transformado está el fondo del alma mía,
    Y voces oigo en ella que antes no oía.
    Todo cuanto, en la tierra y el mar y el viento,
    Tiene matiz, aroma, forma o acento,
    De mi ánimo abatido turba la calma
    Y en canción se convierte dentro del alma.
    Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo,
    Todo está confundido con tu recuerdo:
    ¡Sin él, todo es silencio, sombra y vacío
    En la tierra y el viento y el mar bravío!

    ♦

    Revueltos peñascales, áspera breña
    Donde salta el torrente de peña en peña;
    Corrientes bullidoras del claro río;
    Religiosos murmullos del bosque umbrío;
    Tórtola que en sus frondas unes tus quejas
    Al calmante zumbido de las abejas;
    Águila que levantas el corvo vuelo
    Por el azul espacio que cubre el cielo;
    Golondrina que emigras cuando el Octubre,
    Con sus pálidas hojas el suelo cubre,
    Y al amor de tu nido tornas ligera
    Cuando esparce sus flores la primavera;
    Aura mansa que llevas, en vuelo tardo,
    Efluvios de azucena, jazmín y nardo;
    Brisas que en el desierto sois mensajeras
    De los tiernos amores de las palmeras
    ( ¡De las pobres palmeras que, separadas,
    Se miran silenciosas y enamoradas!);
    Pardas nieblas del valle, nieves del monte,
    Cambiantes y vislumbres del horizonte;
    Tempestad que bramando con ronco acento
    Tus cabellos de lluvia tiendes al viento;
    Solitaria ensenada, restinga ignota
    Donde oculta su nido la gaviota;
    Olas embravecidas que pone a raya
    Con sus rubias arenas la corva playa;
    Grutas donde repiten con sordo acento
    Sus querellas y halagos la mar y el viento;
    Velas desconocidas que en lontananza
    Pasáis como los sueños de la esperanza;
    Nebuloso horizonte, tras cuyo velo
    Sus límites confunden la mar y el cielo;
    Rayo de sol poniente que te abres paso
    Por los rotos celajes del triste ocaso;
    Melancólico rayo de blanca luna
    Reflejado en la cresta de escueta duna;
    Negra noche que dejas de monte a monte
    Granizado de estrellas el horizonte;
    Lamento misterioso de la campana
    Que en la nocturna sombra suena lejana,
    Pidiendo por ciudades y por desiertos
    La oración de los vivos para los muertos;
    Plegaria que te elevas entre la nube
    Del incienso que en ondas al cielo sube
    Cuando al Señor dirigen himnos fervientes
    Santos anacoretas y penitentes:
    Catedrales ruinosas, mudas y muertas,
    Cuyas góticas naves hallo desiertas,
    Cuyas leves agujas, al cielo alzadas,
    Parecen oraciones petrificadas;
    Torres donde, por cima de la veleta
    Que a merced de los vientos se agita inquieta,
    Señalando regiones que nadie ha visto
    Tiende inmóvil sus brazos la fe de Cristo:
    Luces, sombras, murmullos, flores, espumas,
    Transparentes neblinas, espesas brumas,
    Valles, montes, abismos, tormentas, mares,
    Auras, brisas, aromas, nidos y altares,
    Vosotros en el fondo del alma mía
    Despertáis siempre un eco de poesía:
    Y es que siempre a vosotros encuentro unido
    El recuerdo doliente del bien perdido.
    Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es el tesoro
    De la tierra y el viento y el mar sonoro?

    ♦

    Ya lo ves: las canciones que te consagro,
    En mi mente han nacido por un milagro.
    Nada en ellas es mío, todo es don tuyo:
    Por eso a ti, de hinojos, las restituyo.
    ¡Pobres hojas caídas de la arboleda,
    Sin su verdor el alma desnuda queda!

    Pero no, que aun te deben mis desventuras
    Otras más delicadas, otras más puras:
    Canciones que, por miedo de profanarlas,
    En el alma conservo sin pronunciarlas;
    Recuerdos de las horas que, embelesado,
    En nuestro pobre albergue pasé a tu lado,
    Cuando al alma y al cuerpo daban pujanza
    Juventud y cariño, fe y esperanza;
    Cuando, lejos del mundo parlero y vano,
    Íbamos por la vida mano con mano;
    Cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas,
    En una se fundían nuestras dos almas:
    Canciones silenciosas que el alma hieren;
    Canciones que en mí nacen y que en mí mueren;
    ¡Hechizadas canciones, con cuyo encanto
    A mis áridos ojos se agolpa el llanto!

    ♦

    Y aun a veces aplacan mis amarguras
    Otras más misteriosas, otras más puras:
    Canciones sin palabra, sin pensamiento,
    Vagas emanaciones del sentimiento;
    Silencioso gemido de amor y pena
    Que, en el fondo del pecho, callado suena;
    Aspiración confusa qué, en vivo anhelo,
    Ya es canción, ya plegaria que sube al cielo;
    Inquietudes del alma, de amor herida;
    Vagos presentimientos de la otra vida;
    Éxtasis de la mente que a Dios se lanza;
    Luminosos destellos de la esperanza;
    Voces que me aseguran que podré verte
    Cuando al mundo mis ojos cierre la muerte:
    ¡Canciones que, por santas, no tienen nombres
    En la lengua grosera que hablan los hombres!
    Ésas son las que endulzan mi amargo duelo;
    Ésas son las que el alma llaman al cielo;
    Ésas de mi esperanza fijan el polo,
    ¡Y ésas son las que guardo para mí solo!



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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 21 Sep 2022, 00:57

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Manuel del Palacio

    Palacio Simó, Manuel del. Lérida, 1831 – Madrid, 5.VI.1906. Poeta satírico y periodista.
    Hijo de militar, pasó su infancia en diversos lugares, al albur de los diversos destinos paternos como tesorero de la Hacienda Pública: Soria, Valladolid, La Coruña, Granada, además de intermitentes residencias en la capital del Reino, entre un destino y otro. A partir de 1854 Manuel del Palacio se afincó en Madrid como un integrante más de la asociación La Cuerda Granadina. Protegido del prócer Alonso Cordero, Palacio se inició como periodista satírico en la revista El Látigo y como gacetillero y corrector de pruebas en La Discusión. Entre 1859 y 1860 colaboró en la escritura de algunas piezas teatrales al tiempo que dirigía la revista El Nene, donde Bécquer dio a conocer algunas de sus primeras rimas. Desde allí, y con su acerada pluma, se hizo eco de algunas situaciones de gran calado social en la España de su momento, como la campaña marroquí de Prim y O’Donnell; una vertiente de sátira política en la que se afanó por la década de 1860, de modo que no hubo apenas ministro que se librase de sus dardos versificados, aunque exponiéndose a más de un proceso por injurias. Fue muy aficionado a la pintura (llegó a reunir una colección personal de lienzos nada desdeñable) y, de hecho, su primer libro, de 1862, fue un ensayo sobre tal arte. Producción que se vio sensiblemente incrementada en los años siguientes como así mismo el prestigio de sus sátiras, ahora difundidas desde las páginas de la emblemática revista Gil Blas, que fundó en 1864 con Eusebio Blasco, Roberto Robert y Luis Rivera (con quien firmó sus primeros libros).

    No está probado que tuviese militancia política concreta, pero colaboró con Prim en 1865, sirviéndole de enlace con un comité revolucionario gaditano, en un intento fallido de insurrección. Nuevas incursiones en el mundo de la zarzuela y del teatro cómico al tiempo que se alineaba con los que sentían una marcada aversión hacía la Monarquía borbónica, sobre todo después de los sucesos del cuartel de San Gil. Circularon sonetos manuscritos suyos en los que satirizaba a la Reina y a su camarilla más próxima de colaboradores, lo que le ocasionó unos días de cárcel y finalmente el destierro a Puerto Rico, destierro que duró apenas unos meses, pues estaba de nuevo en Madrid en las fechas previas a la Revolución de 1868, si bien de forma clandestina. A partir de aquel momento se dedicó a una tarea diplomática, desplazándose a Florencia como primer secretario de la legación española en la Corte de Víctor Manuel, cargo que duró hasta noviembre de 1869, fecha en que regresó a Madrid para continuar su tarea de crítico observador de la situación política española.
    En medio de un cierto pesimismo contrajo matrimonio con una joven llamada Asunción Fontán. Esto ocurría el mismo año (1870) en que se publicaba uno de sus libros más afamados: Cien sonetos políticos, filosóficos, biográficos, amorosos, tristes y alegres. Pero se le notaba cierta fatiga anímica y acusado desánimo ante la situación de descomposición nacional que se escenificaba ante sus ojos. Su producción literaria fue disminuyendo, aunque todavía tenía ganas y fuerzas para publicar La Creación, poema épico, de 1872, y un Almanaque Cómico para 1873. Y desde 1874 sus nuevos poemas se redujeron a odas y sonetos de carácter necrológico o de melancólicos argumentos, dejando atrás la vena satírica y mordaz, tan quevedesca, que había caracterizado lo mejor de su producción.

    A fines de 1875, con la Restauración, Palacio intentó regresar al periodismo activo a la vez que era nombrado inspector de Correos y luego agente de recaudación para Madrid, cargos que aceptó, de mala gana, por necesidades económicas. Intentó la protección de Cánovas del Castillo y dulcificó muy mucho su antigua posición satírica contra los gobernantes.

    Ahora tanto escribía poesía histórico-narrativa (Juan Bravo, el Comunero) como se atrevía con cualquier fútil asunto meramente circunstancial (conmemoraciones, veladas, inauguraciones, aniversarios...). Mientras crecía su pasión por la pintura, todavía tenía tiempo de enfrascarse en la composición de algunas leyendas en verso (anacrónicamente románticas) y de publicar en 1884 dos tomos de sus poesías varias. En 1884 aún desempeñó un cargo diplomático en Montevideo, donde residió hasta 1886. La experiencia de aquellos años la trasladó a su libro Huelgas diplomáticas. A su regreso fue elegido miembro de la Real Academia Española —Silla h—, en la que ingresó con un discurso acerca De cómo la poesía en nuestra patria se halla identificada con el idioma vulgar, toda una proclama teórica de la reacción poética antirromántica que se imponía en la segunda mitad del siglo xix. Tuvo una famosa polémica con el crítico Clarín, que reflejó en uno de sus libros. En 1894 se jubiló de sus puestos burocráticos y de la política.
    La crisis finisecular le alcanzó todavía con cierta actividad literaria, reflejada en sus colaboraciones en el semanario Gente Vieja. Falleció en Madrid el 5 de junio de 1906.


    Obras de ~: Doce reales de prosa y algunos versos gratis, Madrid, Librería de San Martín, 1864; El amor, las mujeres y el matrimonio, Madrid, Librería A. Durán, 1864; Cabezas y calabazas, Madrid, Librería de Miguel Guijarro, 1864; De Tetuán a Valencia, haciendo noche en Miraflores, Madrid, Fortanet, 1865; Un liberal pasado por agua. Recuerdos de un viaje a Puerto Rico, Madrid, Miguel Guijarro, 1868; Cien sonetos políticos, filosóficos, biográficos, amorosos, tristes y alegres, Madrid, Fortanet, 1870; La Creación, poema épico, París, Imprenta Española, 1872; Almanaque cómico, Madrid, Alfonso Durán, 1873; Letra menuda, Madrid, Oficinas de la Ilustración Española y Americana, 1877; Melodías íntimas, Madrid, Rivadeneyra, 1884; Veladas de otoño, Madrid, Rivadeneyra, 1884; Obras, Madrid, Rivadeneyra, 1884; Clarín entre dos platos, Madrid, Fernando Fe, 1889; De cómo la poesía en nuestra patria se halla identificada con el idioma vulgar. Discursos leídos ante la Real Academia Española [...], contestación de V. Barrantes, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894; Poesías escogidas, pról. de J. O. Picón, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916; Veladas de invierno: poemas, leyendas y fábulas, recop. de E. del Palacio, Madrid, Francisco Beltrán, 1931; Mi vida en prosa. Crónicas íntimas, Madrid, Victoriano Suárez, 1932.


    Bibl.: V. Barrantes, “Contestación”, en M. del Palacio, De cómo la poesía en nuestra patria se halla identificada con el idioma vulgar [...], op. cit.; J. L. Gordillo Courcières, Un poeta satírico del xix. Los sonetos políticos de Manuel del Palacio, Madrid, Compañía Literaria, 1994; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999, pág. 271; J. L. Gordillo Courcières, Vida de Manuel del Palacio con Madrid al fondo, Valencia, Albatros, 2000; F. J. Voces Ergueta, La obra en verso y en prosa de Manuel del Palacio, tesis doctoral, Valladolid, Universidad, 2002.

    Por:
    Gregorio Torres Nebrera




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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 21 Sep 2022, 00:58

    Menéndez Pelayo, Marcelino
    (1856-1912).



    Las Cien Mejores Poesías (Líricas) de la Lengua Castellana
    Escogidas por:
    Marcelino Menéndez y Pelayo
    (1856–1912)




    Manuel del Palacio




    100- Amor Oculto


    Ya de mi amor la confesión sincera
    Oyeron tus calladas celosías,
    Y fue testigo de las ansias mías
    La luna, de los tristes compañera.

    Tu nombre dice el ave placentera
    A quien visito yo todos los días,
    Y alegran mis soñadas alegrías
    El valle, el monte, la comarca entera.

    Sólo tú mi secreto no conoces,
    Por más que el alma con latido ardiente,
    Sin yo quererlo, te lo diga a voces;

    Y acaso has de ignorarlo eternamente,
    Como las ondas de la mar veloces
    La ofrenda ignoran que les da la fuente.



    FIN



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 23 Sep 2022, 05:30

    GRACIAS, LLUVIA, UNA EXCELENTE PRESENTACIÓN.

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 18 Mayo 2023, 00:48

    TE PIDO DISCULPAS, QUERIDA AMIGA... SE CRUZARON LOS CABLES Y NO ME DI CUENTA QUE TÚ YA HABÍAS HECHO UN EXCEPCIONAL TRABAJO..

    BORRO MI EXPOSICIÓN.

    BESOS.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 18 Mayo 2023, 12:53

    Inmenso esfuerzo por acercarnos tanta buena poesía. Gracias, lluvia. Los lectores te lo agradecemos.

    Un abrazo.
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 19 Mayo 2023, 00:04

    ...   estoy aprendiendo de ti: no sólo en las exposiciones que haces sino en ACTITUD VITAL.

    Besos


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 20 Mayo 2023, 00:43

    Pascual, vamos a continuar amando a la poesía.
    Besos y gracias siempre.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 20 Mayo 2023, 00:45

    Gracias, Pedro, tú sabes bien lo que es el amor a la poesía y ella se merece todo lo que podamos hacer para que siga viva. Así lo hacemos, al menos yo lo intento.
    Besos.


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