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5 participantes
CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Amalia Lateano- Cantidad de envíos : 4342
Fecha de inscripción : 29/04/2022
- Mensaje n°211
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Impresionante obra!!
Saludos
Saludos
cecilia gargantini- Administrador-Moderador
- Cantidad de envíos : 41479
Fecha de inscripción : 25/04/2009
Edad : 71
Localización : buenos aires
- Mensaje n°212
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Clarice Lispector es una autora a la que siempre me gusta regresar.
He trabajado muchos textos de ella y no me canso de leerla...tan intensa, con abordajes siempre novedosos.
Graciassssssssss Lua. Besosssssssss y buen finde
He trabajado muchos textos de ella y no me canso de leerla...tan intensa, con abordajes siempre novedosos.
Graciassssssssss Lua. Besosssssssss y buen finde
Maria Lua- Administrador-Moderador
- Cantidad de envíos : 76714
Fecha de inscripción : 12/04/2009
Localización : Nova Friburgo / RJ / Brasil
- Mensaje n°213
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
La cena
Él entró tarde en el restaurante. Por cierto, hasta entonces se había ocupado de
grandes negocios. Podría tener unos sesenta años, era alto, corpulento, de
cabellos blancos, cejas espesas y manos potentes. En un dedo el anillo de su
fuerza. Se sentó amplio y firme.
Lo perdí de vista y mientras comía observé de nuevo a la mujer delgada, la
del sombrero. Ella reía con la boca llena y le brillaban los ojos oscuros.
En el momento en que yo llevaba el tenedor a la boca, lo miré. Ahí estaba,
con los ojos cerrados masticando pan con vigor, mecánicamente, los dos puños
cerrados sobre la mesa. Continué comiendo y mirando. El camarero disponía los
platos sobre el mantel. Pero el viejo mantenía los ojos cerrados. A un gesto más
vivo del camarero, él los abrió tan bruscamente que ese mismo movimiento se
comunicó a las grandes manos y un tenedor cayó. El camarero susurró palabras
amables, inclinándose para recogerlo; él no respondió. Porque, ahora despierto,
sorpresivamente daba vueltas a la carne de un lado para otro, la examinaba con
vehemencia, mostrando la punta de la lengua —palpaba el bistec con un costado
del tenedor, casi lo olía, moviendo la boca de antemano—. Y comenzaba a
cortarlo con un movimiento inútilmente vigoroso de todo el cuerpo. En breve
llevaba un trozo a cierta altura del rostro y, como si tuviera que cogerlo en el aire,
lo cobró con un impulso de la cabeza. Miré mi plato. Cuando lo observé de
nuevo, él estaba en plena gloria de la comida, masticando con la boca abierta,
pasando la lengua por los dientes, con la mirada fija en la luz del techo. Yo iba a
cortar la carne nuevamente, cuando lo vi detenerse por completo.
continuará
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_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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y en ese vuelo y en ese sueño
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Maria Lua- Administrador-Moderador
- Cantidad de envíos : 76714
Fecha de inscripción : 12/04/2009
Localización : Nova Friburgo / RJ / Brasil
- Mensaje n°214
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Y exactamente como si no soportara más —¿qué cosa?— cogió rápido la
servilleta y se apretó las órbitas de los ojos con las dos manos peludas. Me
detuve, en guardia. Su cuerpo respiraba con dificultad, crecía. Retira finalmente
la servilleta de los ojos y observa atontado desde muy lejos. Respira abriendo y
cerrando desmesuradamente los párpados, se limpia los ojos con cuidado y
mastica lentamente el resto de comida que todavía tiene en la boca.
Un segundo después, sin embargo, está repuesto y duro, toma una porción de
ensalada con el cuerpo todo inclinado y come, el mentón altivo, el aceite
humedeciéndole los labios. Se interrumpe un momento, enjuga de nuevo los ojos,
balancea brevemente la cabeza —y nuevo bocado de lechuga con carne engullido
en el aire—. Le dice al camarero que pasa:
—Éste no es el vino que le pedí.
La voz que esperaba de él: voz sin posibles réplicas, por lo que yo veía que
jamás se podría hacer algo por él. Nada, sino obedecerlo.
El camarero se alejó, cortés, con la botella en la mano.
Pero he ahí que el viejo se inmoviliza de nuevo como si tuviera el pecho
contraído y enfermo. Su violento vigor se sacude preso. Él espera. Hasta que el
hambre parece asaltarlo y comienza a masticar con apetito, las cejas fruncidas. Yo
sí comencé a comer lentamente, un poco asqueado sin saber por qué, participando
también no sabía de qué. De pronto se estremece, llevándose la servilleta a los
ojos y apretándolos con una brutalidad que me extasía… Abandono con cierta
decisión el tenedor en el plato, con un ahogo insoportable en la garganta, furioso,
lleno de sumisión. Pero el viejo se demora con la servilleta sobre los ojos. Esta
vez, cuando la retira sin prisa, las pupilas están extremadamente dulces y
cansadas, y, antes de que él se las enjugara, vi. Vi la lágrima
continuará
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Y exactamente como si no soportara más —¿qué cosa?— cogió rápido la
servilleta y se apretó las órbitas de los ojos con las dos manos peludas. Me
detuve, en guardia. Su cuerpo respiraba con dificultad, crecía. Retira finalmente
la servilleta de los ojos y observa atontado desde muy lejos. Respira abriendo y
cerrando desmesuradamente los párpados, se limpia los ojos con cuidado y
mastica lentamente el resto de comida que todavía tiene en la boca.
Un segundo después, sin embargo, está repuesto y duro, toma una porción de
ensalada con el cuerpo todo inclinado y come, el mentón altivo, el aceite
humedeciéndole los labios. Se interrumpe un momento, enjuga de nuevo los ojos,
balancea brevemente la cabeza —y nuevo bocado de lechuga con carne engullido
en el aire—. Le dice al camarero que pasa:
—Éste no es el vino que le pedí.
La voz que esperaba de él: voz sin posibles réplicas, por lo que yo veía que
jamás se podría hacer algo por él. Nada, sino obedecerlo.
El camarero se alejó, cortés, con la botella en la mano.
Pero he ahí que el viejo se inmoviliza de nuevo como si tuviera el pecho
contraído y enfermo. Su violento vigor se sacude preso. Él espera. Hasta que el
hambre parece asaltarlo y comienza a masticar con apetito, las cejas fruncidas. Yo
sí comencé a comer lentamente, un poco asqueado sin saber por qué, participando
también no sabía de qué. De pronto se estremece, llevándose la servilleta a los
ojos y apretándolos con una brutalidad que me extasía… Abandono con cierta
decisión el tenedor en el plato, con un ahogo insoportable en la garganta, furioso,
lleno de sumisión. Pero el viejo se demora con la servilleta sobre los ojos. Esta
vez, cuando la retira sin prisa, las pupilas están extremadamente dulces y
cansadas, y, antes de que él se las enjugara, vi. Vi la lágrima
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Última edición por Maria Lua el Mar 19 Nov 2024, 15:47, editado 1 vez
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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Localización : Nova Friburgo / RJ / Brasil
- Mensaje n°215
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Me inclino sobre la carne, perdido. Cuando finalmente consigo encararlo
desde el fondo de mi rostro pálido, veo que también él se ha inclinado con los
codos apoyados sobre la mesa, la cabeza entre las manos. Realmente él ya no
soportaba más. Las gruesas cejas estaban juntas. La comida debía de haberse
detenido un poco más abajo de la garganta bajo la dureza de la emoción, pues
cuando él estuvo en condiciones de continuar hizo un terrible gesto de esfuerzo
para engullir y se pasó la servilleta por la frente. Yo no podía más, la carne en mi
plato estaba cruda, y yo era quien no podía continuar más. Sin embargo, él comía.
El camarero trajo la botella dentro de una vasija con hielo. Yo observaba
todo, ya sin discriminar: la botella era otra, el camarero de chaqueta, la luz
aureolaba la cabeza gruesa de Plutón que ahora se movía con curiosidad, goloso y
atento.
continuará
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Me inclino sobre la carne, perdido. Cuando finalmente consigo encararlo
desde el fondo de mi rostro pálido, veo que también él se ha inclinado con los
codos apoyados sobre la mesa, la cabeza entre las manos. Realmente él ya no
soportaba más. Las gruesas cejas estaban juntas. La comida debía de haberse
detenido un poco más abajo de la garganta bajo la dureza de la emoción, pues
cuando él estuvo en condiciones de continuar hizo un terrible gesto de esfuerzo
para engullir y se pasó la servilleta por la frente. Yo no podía más, la carne en mi
plato estaba cruda, y yo era quien no podía continuar más. Sin embargo, él comía.
El camarero trajo la botella dentro de una vasija con hielo. Yo observaba
todo, ya sin discriminar: la botella era otra, el camarero de chaqueta, la luz
aureolaba la cabeza gruesa de Plutón que ahora se movía con curiosidad, goloso y
atento.
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Maria Lua- Administrador-Moderador
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- Mensaje n°216
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Por un momento el camarero me tapa la visión del viejo y apenas veo las
alas negras de una chaqueta: sobrevolando la mesa, vertía vino tinto en la copa y
aguardaba con los ojos ardientes —porque ahí estaba seguramente un señor de
buenas propinas, uno de esos viejos que todavía están en el centro del mundo y de
la fuerza—. El viejo, engrandecido, tomó un trago, con seguridad, dejó la copa y
consultó con amargura el sabor en la boca. Restregaba un labio con otro,
restallaba la lengua con disgusto como si lo que era bueno fuera intolerable. Yo
esperaba, el camarero esperaba, ambos nos inclinábamos, en suspenso.
Finalmente, él hizo una mueca de aprobación. El camarero agachó la cabeza
reluciente con sometimiento y gratitud, salió inclinado, y yo respiré con alivio.
Ahora él mezclaba la carne y los tragos de vino en la gran boca, y los dientes
postizos masticaban pesadamente mientras yo espiaba en vano. Nada más sucedía.
El restaurante parecía centellear con doble fuerza bajo el titilar de los cristales y
cubiertos; en la dura corona brillante de la sala los murmullos crecían y se
apaciguaban en una dulce ola, la mujer del sombrero grande sonreía con los ojos
entrecerrados, tan delgada y hermosa, el camarero servía con lentitud el vino en
el vaso. Pero en ese momento él hizo un gesto.
continuará
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Por un momento el camarero me tapa la visión del viejo y apenas veo las
alas negras de una chaqueta: sobrevolando la mesa, vertía vino tinto en la copa y
aguardaba con los ojos ardientes —porque ahí estaba seguramente un señor de
buenas propinas, uno de esos viejos que todavía están en el centro del mundo y de
la fuerza—. El viejo, engrandecido, tomó un trago, con seguridad, dejó la copa y
consultó con amargura el sabor en la boca. Restregaba un labio con otro,
restallaba la lengua con disgusto como si lo que era bueno fuera intolerable. Yo
esperaba, el camarero esperaba, ambos nos inclinábamos, en suspenso.
Finalmente, él hizo una mueca de aprobación. El camarero agachó la cabeza
reluciente con sometimiento y gratitud, salió inclinado, y yo respiré con alivio.
Ahora él mezclaba la carne y los tragos de vino en la gran boca, y los dientes
postizos masticaban pesadamente mientras yo espiaba en vano. Nada más sucedía.
El restaurante parecía centellear con doble fuerza bajo el titilar de los cristales y
cubiertos; en la dura corona brillante de la sala los murmullos crecían y se
apaciguaban en una dulce ola, la mujer del sombrero grande sonreía con los ojos
entrecerrados, tan delgada y hermosa, el camarero servía con lentitud el vino en
el vaso. Pero en ese momento él hizo un gesto.
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- Mensaje n°217
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Con la mano pesada y velluda, en cuya palma las líneas se clavaban con
fatalismo, hizo el gesto de un pensamiento. Dijo con mímica lo más que pudo, y
yo, yo sin comprender. Y como si no soportara más, dejó el tenedor en el plato.
Esta vez te agarraron bien, viejo. Quedó respirando, agotado, ruidoso. Entonces
sujeta el vaso de vino y bebe, los ojos cerrados, en rumorosa resurrección. Mis
ojos arden y la claridad es alta, persistente.
Estoy prisionero del éxtasis, palpitante de náusea. Todo me parece grande y
peligroso. La mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria en las luces.
Él ha terminado. Su rostro se vacía de expresión. Cierra los ojos, distiende
los maxilares. Trato de aprovechar ese momento, en que él ya no posee su propio
rostro, para finalmente ver. Pero es inútil. La gran forma que veo es desconocida,
majestuosa, cruel y ciega. Lo que yo quiero mirar directamente, por la fuerza
extraordinaria del anciano, en ese momento no existe. Él no quiere.
continuará
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Con la mano pesada y velluda, en cuya palma las líneas se clavaban con
fatalismo, hizo el gesto de un pensamiento. Dijo con mímica lo más que pudo, y
yo, yo sin comprender. Y como si no soportara más, dejó el tenedor en el plato.
Esta vez te agarraron bien, viejo. Quedó respirando, agotado, ruidoso. Entonces
sujeta el vaso de vino y bebe, los ojos cerrados, en rumorosa resurrección. Mis
ojos arden y la claridad es alta, persistente.
Estoy prisionero del éxtasis, palpitante de náusea. Todo me parece grande y
peligroso. La mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria en las luces.
Él ha terminado. Su rostro se vacía de expresión. Cierra los ojos, distiende
los maxilares. Trato de aprovechar ese momento, en que él ya no posee su propio
rostro, para finalmente ver. Pero es inútil. La gran forma que veo es desconocida,
majestuosa, cruel y ciega. Lo que yo quiero mirar directamente, por la fuerza
extraordinaria del anciano, en ese momento no existe. Él no quiere.
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- Mensaje n°218
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Llega el postre, una crema fundida, y yo me sorprendo por la decadencia de la
elección. Él come lentamente, toma una cucharada y observa correr el líquido
pastoso. Lo toma todo; sin embargo, hace una mueca y, agrandado, alimentado,
aleja el plato. Entonces, ya sin hambre, el gran caballo apoya la cabeza en la
mano. La primera señal más clara aparece. El viejo devorador de criaturas piensa
en sus profundidades. Pálido, lo veo llevarse la servilleta a la boca. Imagino
escuchar un sollozo. Ambos permanecemos en silencio en el centro del salón.
Quizás él hubiera comido demasiado aprisa. ¡Porque, a pesar de todo, no perdiste
el hambre, eh!, lo instigaba yo con ironía, cólera y agotamiento. Pero él se
desmoronaba a ojos vista. Ahora los rasgos parecían caídos y dementes, él
balanceaba la cabeza de un lado para otro, sin contenerse más, con la boca
apretada, los ojos cerrados, balanceándose, el patriarca estaba llorando por
dentro. La ira me asfixiaba. Lo vi ponerse los anteojos y envejecer muchos años.
Mientras contaba el cambio, hacía sonar los dientes, proyectando el mentón hacia
adelante, entregándose un instante a la dulzura de la vejez. Yo mismo, tan atento
había estado a él que no lo vi sacar el dinero para pagar, ni examinar la cuenta, y
no había notado el regreso del camarero con el cambio.
continuará
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Llega el postre, una crema fundida, y yo me sorprendo por la decadencia de la
elección. Él come lentamente, toma una cucharada y observa correr el líquido
pastoso. Lo toma todo; sin embargo, hace una mueca y, agrandado, alimentado,
aleja el plato. Entonces, ya sin hambre, el gran caballo apoya la cabeza en la
mano. La primera señal más clara aparece. El viejo devorador de criaturas piensa
en sus profundidades. Pálido, lo veo llevarse la servilleta a la boca. Imagino
escuchar un sollozo. Ambos permanecemos en silencio en el centro del salón.
Quizás él hubiera comido demasiado aprisa. ¡Porque, a pesar de todo, no perdiste
el hambre, eh!, lo instigaba yo con ironía, cólera y agotamiento. Pero él se
desmoronaba a ojos vista. Ahora los rasgos parecían caídos y dementes, él
balanceaba la cabeza de un lado para otro, sin contenerse más, con la boca
apretada, los ojos cerrados, balanceándose, el patriarca estaba llorando por
dentro. La ira me asfixiaba. Lo vi ponerse los anteojos y envejecer muchos años.
Mientras contaba el cambio, hacía sonar los dientes, proyectando el mentón hacia
adelante, entregándose un instante a la dulzura de la vejez. Yo mismo, tan atento
había estado a él que no lo vi sacar el dinero para pagar, ni examinar la cuenta, y
no había notado el regreso del camarero con el cambio.
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- Mensaje n°219
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Por fin se quitó las gafas, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos haciendo
muecas inútiles y penosas. Pasó la mano cuadrada por los cabellos blancos
alisándolos con fuerza. Se levantó, asegurándose al borde de la mesa con las
manos vigorosas. Y he ahí que, después de liberado de un apoyo, él parecía más
débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz de apuñalar a cualquiera de
nosotros. Sin que yo pudiera hacer nada, se puso el sombrero acariciando la
corbata en el espejo. Cruzó el ángulo luminoso del salón, desapareció.
Pero yo todavía soy un hombre.
Cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para siempre,
cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a morir… yo no
como. No soy todavía esta potencia, esta construcción, esta ruina. Empujo el
plato, rechazo la carne y su sangre
FIN
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Por fin se quitó las gafas, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos haciendo
muecas inútiles y penosas. Pasó la mano cuadrada por los cabellos blancos
alisándolos con fuerza. Se levantó, asegurándose al borde de la mesa con las
manos vigorosas. Y he ahí que, después de liberado de un apoyo, él parecía más
débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz de apuñalar a cualquiera de
nosotros. Sin que yo pudiera hacer nada, se puso el sombrero acariciando la
corbata en el espejo. Cruzó el ángulo luminoso del salón, desapareció.
Pero yo todavía soy un hombre.
Cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para siempre,
cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a morir… yo no
como. No soy todavía esta potencia, esta construcción, esta ruina. Empujo el
plato, rechazo la carne y su sangre
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- Mensaje n°220
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Preciosidad
Por la mañana, temprano, siempre era la misma cosa renovada: despertar. Lo que
era lento, extendido, vasto. Ampliamente abría los ojos.
Tenía quince años y no era bonita. Pero por dentro de su delgadez existía la
amplitud casi majestuosa en que se movía como dentro de una meditación. Y
dentro de la nebulosidad, algo precioso. Que no se desperezaba, que no se
comprometía, no se contaminaba. Que era inmenso como una joya. Ella.
Despertaba antes que todos, ya que para ir a la escuela tendría que tomar un
autobús y un tranvía, lo que le llevaría una hora. De devaneo agudo como un
crimen. El viento de la mañana violentando la ventana y el rostro hasta que los
labios se ponían duros, helados. Entonces ella sonreía. Como si sonreír fuese en
sí un objetivo. Todo eso sucedería si tuviese la suerte de que «nadie mirara, la
mirara».
Cuando se levantaba de madrugada —ya superado el momento dilatado en que
se desenredaba toda— se vestía corriendo, se mentía a sí misma que no tenía
tiempo de bañarse y la familia adormecida jamás adivinó qué pocos baños
tomaba. Bajo la luz encendida del comedor bebía el café que la doncella,
rascándose en la oscuridad de la cocina, había recalentado. Apenas si tocó el pan
que la mantequilla no conseguía ablandar. Con la boca fresca por el desayuno, los
libros debajo del brazo, por fin abría la puerta, trasponía la tibieza insulsa de la
casa escurriéndose hacia la helada fruición de la mañana. Después ya no se
apresuraba más
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- Mensaje n°221
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Tenía que atravesar la ancha calle desierta hasta alcanzar la avenida, al final
de la cual un autobús emergería vacilando dentro de la niebla, con las luces de la
noche todavía encendidas en el farol. Al viento de junio, el acto misterioso,
autoritario y perfecto de erguir el brazo —y ya de lejos el autobús trémulo
comenzaba a deformarse obedeciendo a la arrogancia de su cuerpo, representante
de un poder supremo, de lejos el autobús comenzaba a tornarse incierto y lento,
lento y avanzando, cada vez más concreto— hasta detener su rostro en humo y
calor, en calor y humo. Entonces subía, seria como una misionera a causa de los
obreros del autobús que «podrían decirle alguna cosa». Aquellos hombres que ya
no eran jóvenes. Aunque también de los jóvenes tenía miedo, miedo también de
los chicos. Miedo de que «le dijesen alguna cosa», de que la mirasen mucho. En
la gravedad de la boca cerrada había una gran súplica: que la respetaran. Más que
eso. Como si hubiese prestado voto, estaba obligada a ser venerada y, mientras
por dentro el corazón golpeaba con miedo, también ella se veneraba, ella era la
depositaría de un ritmo
continuará
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Tenía que atravesar la ancha calle desierta hasta alcanzar la avenida, al final
de la cual un autobús emergería vacilando dentro de la niebla, con las luces de la
noche todavía encendidas en el farol. Al viento de junio, el acto misterioso,
autoritario y perfecto de erguir el brazo —y ya de lejos el autobús trémulo
comenzaba a deformarse obedeciendo a la arrogancia de su cuerpo, representante
de un poder supremo, de lejos el autobús comenzaba a tornarse incierto y lento,
lento y avanzando, cada vez más concreto— hasta detener su rostro en humo y
calor, en calor y humo. Entonces subía, seria como una misionera a causa de los
obreros del autobús que «podrían decirle alguna cosa». Aquellos hombres que ya
no eran jóvenes. Aunque también de los jóvenes tenía miedo, miedo también de
los chicos. Miedo de que «le dijesen alguna cosa», de que la mirasen mucho. En
la gravedad de la boca cerrada había una gran súplica: que la respetaran. Más que
eso. Como si hubiese prestado voto, estaba obligada a ser venerada y, mientras
por dentro el corazón golpeaba con miedo, también ella se veneraba, ella era la
depositaría de un ritmo
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Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Si la miraban se quedaba rígida y dolorosa. Lo que la
salvaba era que los hombres no la veían. Aunque alguna cosa en ella, a medida
que dieciséis años se aproximaban en humo y calor, alguna cosa estuviera
intensamente sorprendida, y eso sorprendiera a algunos hombres. Como si alguien
les hubiese tocado el hombro. Una sombra tal vez. En el suelo la enorme sombra
de una muchacha sin hombre, elemento cristalizable e incierto que formaba parte
de la monótona geometría de las grandes ceremonias públicas. Como si les
hubieran tocado el hombro. Ellos miraban y no la veían. Ella hacía más sombra
que lo que existía.
En el autobús los obreros se comportaban silenciosamente con la tartera en la
mano, el sueño todavía en el rostro. Ella sentía vergüenza de no confiar en ellos,
que estaban cansados. Pero hasta que conseguía olvidarlos existía la
incomodidad. Es que ellos «sabían». Y como también ella sabía, de ahí la
incomodidad. Todos sabían lo mismo. También su padre sabía. Un viejo pidiendo
limosna sabía. La riqueza distribuida, y el silencio.
continuará
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Si la miraban se quedaba rígida y dolorosa. Lo que la
salvaba era que los hombres no la veían. Aunque alguna cosa en ella, a medida
que dieciséis años se aproximaban en humo y calor, alguna cosa estuviera
intensamente sorprendida, y eso sorprendiera a algunos hombres. Como si alguien
les hubiese tocado el hombro. Una sombra tal vez. En el suelo la enorme sombra
de una muchacha sin hombre, elemento cristalizable e incierto que formaba parte
de la monótona geometría de las grandes ceremonias públicas. Como si les
hubieran tocado el hombro. Ellos miraban y no la veían. Ella hacía más sombra
que lo que existía.
En el autobús los obreros se comportaban silenciosamente con la tartera en la
mano, el sueño todavía en el rostro. Ella sentía vergüenza de no confiar en ellos,
que estaban cansados. Pero hasta que conseguía olvidarlos existía la
incomodidad. Es que ellos «sabían». Y como también ella sabía, de ahí la
incomodidad. Todos sabían lo mismo. También su padre sabía. Un viejo pidiendo
limosna sabía. La riqueza distribuida, y el silencio.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°223
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Después, con paso de soldado, cruzaba —incólume— el Largo de Lapa,
donde ya era de día. En ese momento, la batalla estaba casi ganada. Escogía en el
tranvía un asiento, vacío si era posible, o, si tenía suerte, se sentaba al lado de
alguna segura mujer con un atado de ropa sobre su regazo, por ejemplo, y era la
primera tregua. Todavía tendría que enfrentar en la escuela el ancho corredor
donde los compañeros estarían de pie conversando, y donde los tacones de sus
zapatos hacían un ruido que las piernas tensas no podían contener, como si ella
quisiera inútilmente hacer que se detuviera un corazón, eran zapatos con baile
propio. Se hacía un vago silencio entre los muchachos que quizá sintieran, bajo su
disfraz, que ella era una de las devotas. Pasaba entre las filas de los compañeros
creciendo, y ellos no sabían qué pensar ni cómo comentarla. Era feo el ruido de
sus zapatos. Con tacones de madera rompía su propio secreto. Si el corredor se
hubiese extendido un poco más, ella olvidaría su destino y correría tapándose los
oídos con las manos. Solamente usaba zapatos duraderos. Como si todavía fueran
los mismos que le habían calzado con solemnidad el día que naciera. Cruzaba el
corredor interminable como el silencio de una trinchera, y había algo tan feroz en
su rostro —y también soberbio a causa de su sombra— que nadie le decía nada.
Prohibitiva, ella les impedía pensar.
continuará
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Después, con paso de soldado, cruzaba —incólume— el Largo de Lapa,
donde ya era de día. En ese momento, la batalla estaba casi ganada. Escogía en el
tranvía un asiento, vacío si era posible, o, si tenía suerte, se sentaba al lado de
alguna segura mujer con un atado de ropa sobre su regazo, por ejemplo, y era la
primera tregua. Todavía tendría que enfrentar en la escuela el ancho corredor
donde los compañeros estarían de pie conversando, y donde los tacones de sus
zapatos hacían un ruido que las piernas tensas no podían contener, como si ella
quisiera inútilmente hacer que se detuviera un corazón, eran zapatos con baile
propio. Se hacía un vago silencio entre los muchachos que quizá sintieran, bajo su
disfraz, que ella era una de las devotas. Pasaba entre las filas de los compañeros
creciendo, y ellos no sabían qué pensar ni cómo comentarla. Era feo el ruido de
sus zapatos. Con tacones de madera rompía su propio secreto. Si el corredor se
hubiese extendido un poco más, ella olvidaría su destino y correría tapándose los
oídos con las manos. Solamente usaba zapatos duraderos. Como si todavía fueran
los mismos que le habían calzado con solemnidad el día que naciera. Cruzaba el
corredor interminable como el silencio de una trinchera, y había algo tan feroz en
su rostro —y también soberbio a causa de su sombra— que nadie le decía nada.
Prohibitiva, ella les impedía pensar.
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°224
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Hasta que llegaba finalmente al aula. Donde repentinamente todo se tornaba
sin importancia y más rápido y leve, donde su rostro tenía algunas pecas, los
cabellos caían sobre los ojos, y donde ella era tratada como un muchacho. Donde
era inteligente. La astuta profesión. Parecía haber estudiado en casa. Su
curiosidad le informaba algo más que de respuestas. Adivinaba, sintiendo en la
boca el gusto cítrico de los dolores heroicos, adivinaba la repulsión fascinante
que su cabeza pensante creaba en los compañeros, que, de nuevo, no sabían cómo
comentarla. Cada vez más la gran simuladora se tornaba inteligente. Había
aprendido a pensar. El sacrificio necesario: así «nadie tendría coraje».
A veces, mientras el profesor hablaba, ella, intensa, nebulosa, dibujaba trazos
simétricos en el cuaderno. Si un trazo, que tenía que ser fuerte y delicado al
mismo tiempo, salía fuera del círculo imaginario en que debería caber, todo se
desmoronaría: ella se encontraba ausente, guiada por la avidez de lo ideal. A
veces, en lugar de trazos, dibujaba estrellas, estrellas, tantas y tan altas que de ese
trabajo anunciador salía exhausta, levantando una cabeza apenas despierta.
continuará
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Hasta que llegaba finalmente al aula. Donde repentinamente todo se tornaba
sin importancia y más rápido y leve, donde su rostro tenía algunas pecas, los
cabellos caían sobre los ojos, y donde ella era tratada como un muchacho. Donde
era inteligente. La astuta profesión. Parecía haber estudiado en casa. Su
curiosidad le informaba algo más que de respuestas. Adivinaba, sintiendo en la
boca el gusto cítrico de los dolores heroicos, adivinaba la repulsión fascinante
que su cabeza pensante creaba en los compañeros, que, de nuevo, no sabían cómo
comentarla. Cada vez más la gran simuladora se tornaba inteligente. Había
aprendido a pensar. El sacrificio necesario: así «nadie tendría coraje».
A veces, mientras el profesor hablaba, ella, intensa, nebulosa, dibujaba trazos
simétricos en el cuaderno. Si un trazo, que tenía que ser fuerte y delicado al
mismo tiempo, salía fuera del círculo imaginario en que debería caber, todo se
desmoronaría: ella se encontraba ausente, guiada por la avidez de lo ideal. A
veces, en lugar de trazos, dibujaba estrellas, estrellas, tantas y tan altas que de ese
trabajo anunciador salía exhausta, levantando una cabeza apenas despierta.
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- Mensaje n°225
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
El regreso a casa estaba tan lleno de hambre que la impaciencia y el odio
roían su corazón. A la vuelta parecía otra ciudad: en el Largo de Lapa cientos de
personas reverberadas por el hambre parecían haber olvidado, y si se les
recordara, mostrarían los dientes. El sol delineaba a cada hombre con carbón
negro. A esa hora en que el cuidado tenía que ser mayor, ella estaba protegida por
esa especie de fealdad que el hambre acentuaba, sus rasgos oscurecidos por la
adrenalina que oscurecía la carne de los animales de caza. En la casa vacía, toda
la familia en el trabajo, gritaba a la sirvienta que ni siquiera le respondía. Comía
como un centauro. El rostro cerca del plato, los cabellos casi en la comida.
—Flaquita, pero hay que ver cómo devora —decía la empleada con picardía.
—Vete al diablo —le gritaba, sombría.
En la casa vacía, sola con la sirvienta, ya no caminaba como un soldado, ya
no precisaba cuidarse. Pero sentía la falta de la batalla en las calles. Melancolía
de la libertad, con el horizonte todavía lejos. Se había entregado al horizonte.
Pero estaba la nostalgia del presente. El aprendizaje de la paciencia, el juramento
de la espera.
continuará
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El regreso a casa estaba tan lleno de hambre que la impaciencia y el odio
roían su corazón. A la vuelta parecía otra ciudad: en el Largo de Lapa cientos de
personas reverberadas por el hambre parecían haber olvidado, y si se les
recordara, mostrarían los dientes. El sol delineaba a cada hombre con carbón
negro. A esa hora en que el cuidado tenía que ser mayor, ella estaba protegida por
esa especie de fealdad que el hambre acentuaba, sus rasgos oscurecidos por la
adrenalina que oscurecía la carne de los animales de caza. En la casa vacía, toda
la familia en el trabajo, gritaba a la sirvienta que ni siquiera le respondía. Comía
como un centauro. El rostro cerca del plato, los cabellos casi en la comida.
—Flaquita, pero hay que ver cómo devora —decía la empleada con picardía.
—Vete al diablo —le gritaba, sombría.
En la casa vacía, sola con la sirvienta, ya no caminaba como un soldado, ya
no precisaba cuidarse. Pero sentía la falta de la batalla en las calles. Melancolía
de la libertad, con el horizonte todavía lejos. Se había entregado al horizonte.
Pero estaba la nostalgia del presente. El aprendizaje de la paciencia, el juramento
de la espera.
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- Mensaje n°226
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
De lo que tal vez jamás supiera librarse. La tarde transformándose
en interminable y, hasta que todos regresaran para la comida y ella pudiera volver
a transformarse con alivio en una hija, era el calor, el libro abierto y después
cerrado, una intuición, el calor: se sentaba con la cabeza entre las manos,
desesperada. Cuando tenía diez años, recordó, un chico que la quería le había
arrojado un ratón muerto. ¡Porquería!, había gritado pálida por la ofensa. Fue una
experiencia. Jamás se lo había contado a nadie. Con la cabeza entre las manos,
sentada. Decía quince veces: soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte, después advertía
que apenas había prestado atención al conteo. Preocupada con la cantidad, dijo
una vez más: soy fuerte, dieciséis. Y ya no estaba más a merced de nadie.
Desesperada porque, fuerte, libre, ya no estaba más a merced de nadie. Había
perdido la fe. Fue a conversar con la sirvienta, antigua sacerdotisa. Ellas se
reconocían. Las dos descalzas, de pie en la cocina, la estufa envuelta en la
humareda. Había perdido la fe, pero, a orillas de la gracia, buscaba en la
sirvienta apenas lo que ella perdiera, no lo que ganara. Entonces se hacía la
distraída y, conversando, evitaba la conversación. «Ella imagina que a mi edad
debo saber más de lo que sé y es capaz de enseñarme algo», pensó, la cabeza
entre las manos, defendiendo la ignorancia como si se tratara de un cuerpo. Le
faltaban los elementos, pero no los quería de quien ya los había olvidado. La gran
espera formaba parte. Dentro de la inmensidad, maquinando.
continuará
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De lo que tal vez jamás supiera librarse. La tarde transformándose
en interminable y, hasta que todos regresaran para la comida y ella pudiera volver
a transformarse con alivio en una hija, era el calor, el libro abierto y después
cerrado, una intuición, el calor: se sentaba con la cabeza entre las manos,
desesperada. Cuando tenía diez años, recordó, un chico que la quería le había
arrojado un ratón muerto. ¡Porquería!, había gritado pálida por la ofensa. Fue una
experiencia. Jamás se lo había contado a nadie. Con la cabeza entre las manos,
sentada. Decía quince veces: soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte, después advertía
que apenas había prestado atención al conteo. Preocupada con la cantidad, dijo
una vez más: soy fuerte, dieciséis. Y ya no estaba más a merced de nadie.
Desesperada porque, fuerte, libre, ya no estaba más a merced de nadie. Había
perdido la fe. Fue a conversar con la sirvienta, antigua sacerdotisa. Ellas se
reconocían. Las dos descalzas, de pie en la cocina, la estufa envuelta en la
humareda. Había perdido la fe, pero, a orillas de la gracia, buscaba en la
sirvienta apenas lo que ella perdiera, no lo que ganara. Entonces se hacía la
distraída y, conversando, evitaba la conversación. «Ella imagina que a mi edad
debo saber más de lo que sé y es capaz de enseñarme algo», pensó, la cabeza
entre las manos, defendiendo la ignorancia como si se tratara de un cuerpo. Le
faltaban los elementos, pero no los quería de quien ya los había olvidado. La gran
espera formaba parte. Dentro de la inmensidad, maquinando.
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- Mensaje n°227
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Todo eso, sí. Luego, cansada, la exasperación. Pero en la madrugada
siguiente, así como se abre un avestruz grande, ella despertaba. Despertó en el
mismo misterio intacto, abriendo los ojos, ella era la princesa del misterio
intacto.
Como si la fábrica ya hubiera hecho sonar la sirena, se vistió corriendo, bebió
el café de un trago. Abrió la puerta de la casa.
Y entonces ya no se apresuró más. Fue a la gran inmolación de las calles.
Atontada, atenta, mujer de apache. Parte del rudo ritmo de un ritual.
Era una mañana aún más fría y oscura que las otras, ella se estremeció dentro
del suéter. La blanca nebulosidad dejaba invisible el final de la calle. Todo
estaba algodonado, ni siquiera se escuchaba el ruido de un autobús que pasase
por la avenida. Fue caminando hacia lo imprevisible de la calle. Las casas
dormían en las puertas cerradas. Los jardines estaban endurecidos de frío. En el
aire oscuro, más que en el cielo, en medio de la calle una estrella. Una gran
estrella de hielo que todavía no había vuelto, incierta en el aire, húmeda, deforme.
Sorprendida con su retraso, se redondeaba en la vacilación. Ella miró la estrella
próxima. Caminaba solita en la ciudad bombardeada
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Todo eso, sí. Luego, cansada, la exasperación. Pero en la madrugada
siguiente, así como se abre un avestruz grande, ella despertaba. Despertó en el
mismo misterio intacto, abriendo los ojos, ella era la princesa del misterio
intacto.
Como si la fábrica ya hubiera hecho sonar la sirena, se vistió corriendo, bebió
el café de un trago. Abrió la puerta de la casa.
Y entonces ya no se apresuró más. Fue a la gran inmolación de las calles.
Atontada, atenta, mujer de apache. Parte del rudo ritmo de un ritual.
Era una mañana aún más fría y oscura que las otras, ella se estremeció dentro
del suéter. La blanca nebulosidad dejaba invisible el final de la calle. Todo
estaba algodonado, ni siquiera se escuchaba el ruido de un autobús que pasase
por la avenida. Fue caminando hacia lo imprevisible de la calle. Las casas
dormían en las puertas cerradas. Los jardines estaban endurecidos de frío. En el
aire oscuro, más que en el cielo, en medio de la calle una estrella. Una gran
estrella de hielo que todavía no había vuelto, incierta en el aire, húmeda, deforme.
Sorprendida con su retraso, se redondeaba en la vacilación. Ella miró la estrella
próxima. Caminaba solita en la ciudad bombardeada
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- Mensaje n°228
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
No, ella no estaba sola. Con los ojos fruncidos por la incredulidad, en la
lejanía de su calle, desde dentro del vapor, vio a dos hombres. Dos muchachos
viniendo. Miró en torno como si pudiese haberse equivocado de calle o de
ciudad. Sólo había equivocado los minutos: había salido de casa antes de que la
estrella y los dos hombres hubiesen tenido tiempo de desaparecer. Su corazón se
asustó.
El primer impulso, frente al error, fue rehacer para atrás los pasos dados y
entrar en su casa hasta que ellos pasaran: «¡Ellos van a mirarme, lo sé, no hay
nadie más a quien ellos puedan mirar y ellos me van a mirar mucho!». Pero cómo
volver y huir si había nacido la dificultad. Si toda su lenta preparación tenía el
destino ignorado al que ella, por culto, tenía que adherirse. ¿Cómo retroceder, y
después nunca más olvidar la vergüenza de haber esperado miserablemente detrás
de una puerta?
Y quizás hasta no habría peligro. Ellos no tendrían el valor de decirle nada
porque ella pasaría con el andar duro, la boca cerrada, en su ritmo español.
continuará
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No, ella no estaba sola. Con los ojos fruncidos por la incredulidad, en la
lejanía de su calle, desde dentro del vapor, vio a dos hombres. Dos muchachos
viniendo. Miró en torno como si pudiese haberse equivocado de calle o de
ciudad. Sólo había equivocado los minutos: había salido de casa antes de que la
estrella y los dos hombres hubiesen tenido tiempo de desaparecer. Su corazón se
asustó.
El primer impulso, frente al error, fue rehacer para atrás los pasos dados y
entrar en su casa hasta que ellos pasaran: «¡Ellos van a mirarme, lo sé, no hay
nadie más a quien ellos puedan mirar y ellos me van a mirar mucho!». Pero cómo
volver y huir si había nacido la dificultad. Si toda su lenta preparación tenía el
destino ignorado al que ella, por culto, tenía que adherirse. ¿Cómo retroceder, y
después nunca más olvidar la vergüenza de haber esperado miserablemente detrás
de una puerta?
Y quizás hasta no habría peligro. Ellos no tendrían el valor de decirle nada
porque ella pasaría con el andar duro, la boca cerrada, en su ritmo español.
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- Mensaje n°229
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Con las piernas heroicas, continuó la marcha. Cada vez que se aproximaba,
ellos también se aproximaban —entonces todos se aproximaban, la calle quedó
cada vez un poco más corta—. Los zapatos de los dos muchachos mezclaban su
ruido con el de sus propios zapatos, era horrible escuchar. Era insistente
escuchar. Los zapatos eran huecos o la acera era hueca. La piedra del suelo
avisaba. Todo era un eco y ella escuchaba, sin poder impedirlo, el silencio del
cerco comunicándose por las calles del barrio, y veía, sin poder impedirlo, que
las puertas habían permanecido muy cerradas. Hasta la estrella se retiraba ahora.
En la nueva palidez de la oscuridad, la calle quedaba entregada a los tres. Ella
caminaba, escuchaba a los hombres, ya que no podía verlos y ya que necesitaba
saberlos. Ella los oía y se sorprendía con el propio coraje de continuar. Pero no
era coraje. Era un don. Y la gran vocación para un destino. Ella avanzaba,
sufriendo al obedecer. Si consiguiera pensar en otra cosa no oiría los zapatos. Ni
lo que ellos pudieran decir. Ni el silencio con que cruzarían.
Con brusca rigidez los miró. Cuando menos lo esperaba, traicionando el voto
de secreto, rápidamente los miró. ¿Ellos sonreían? No, estaban serios.
continuará
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Con las piernas heroicas, continuó la marcha. Cada vez que se aproximaba,
ellos también se aproximaban —entonces todos se aproximaban, la calle quedó
cada vez un poco más corta—. Los zapatos de los dos muchachos mezclaban su
ruido con el de sus propios zapatos, era horrible escuchar. Era insistente
escuchar. Los zapatos eran huecos o la acera era hueca. La piedra del suelo
avisaba. Todo era un eco y ella escuchaba, sin poder impedirlo, el silencio del
cerco comunicándose por las calles del barrio, y veía, sin poder impedirlo, que
las puertas habían permanecido muy cerradas. Hasta la estrella se retiraba ahora.
En la nueva palidez de la oscuridad, la calle quedaba entregada a los tres. Ella
caminaba, escuchaba a los hombres, ya que no podía verlos y ya que necesitaba
saberlos. Ella los oía y se sorprendía con el propio coraje de continuar. Pero no
era coraje. Era un don. Y la gran vocación para un destino. Ella avanzaba,
sufriendo al obedecer. Si consiguiera pensar en otra cosa no oiría los zapatos. Ni
lo que ellos pudieran decir. Ni el silencio con que cruzarían.
Con brusca rigidez los miró. Cuando menos lo esperaba, traicionando el voto
de secreto, rápidamente los miró. ¿Ellos sonreían? No, estaban serios.
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- Mensaje n°230
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
No debería haberlos visto. Porque, viéndolos, por un instante ella arriesgaba
tornarse individual, y ellos también. Era de lo que parecía haber sido avisada:
mientras ejecutase un mundo clásico, mientras fuera impersonal, sería hija de los
dioses, y asistida por lo que tiene que ser hecho. Pero, habiendo visto lo que los
ojos, al ver, disminuyen, se había arriesgado a ser ella misma, lo que la tradición
no amparaba. Por un instante vaciló, perdido el rumbo. Pero era demasiado tarde
para retroceder. Sólo no sería muy tarde si corriera. Pero correr sería como errar
todos los pasos, y perder el ritmo que todavía la sostenía, el ritmo que era su
único talismán, el que le fuera entregado a la parte del mundo donde se habían
apagado todos los recuerdos, y como incomprensible reminiscencia había
quedado el ciego talismán, ritmo que era de su destino copiar, ejecutándolo, para
la consumación del mundo. No la suya. Si ella corriera, el orden se alteraría. Y
nunca le sería perdonado lo peor: la prisa. Aun cuando se huye, corren detrás de
uno, son cosas que se saben.
continuará
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No debería haberlos visto. Porque, viéndolos, por un instante ella arriesgaba
tornarse individual, y ellos también. Era de lo que parecía haber sido avisada:
mientras ejecutase un mundo clásico, mientras fuera impersonal, sería hija de los
dioses, y asistida por lo que tiene que ser hecho. Pero, habiendo visto lo que los
ojos, al ver, disminuyen, se había arriesgado a ser ella misma, lo que la tradición
no amparaba. Por un instante vaciló, perdido el rumbo. Pero era demasiado tarde
para retroceder. Sólo no sería muy tarde si corriera. Pero correr sería como errar
todos los pasos, y perder el ritmo que todavía la sostenía, el ritmo que era su
único talismán, el que le fuera entregado a la parte del mundo donde se habían
apagado todos los recuerdos, y como incomprensible reminiscencia había
quedado el ciego talismán, ritmo que era de su destino copiar, ejecutándolo, para
la consumación del mundo. No la suya. Si ella corriera, el orden se alteraría. Y
nunca le sería perdonado lo peor: la prisa. Aun cuando se huye, corren detrás de
uno, son cosas que se saben.
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Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
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Rígida, catequista, sin alterar por un segundo la lentitud con que avanzaba,
ella avanzaba. ¡Ellos van a mirarme, lo sé! Pero intentaba, por instinto de una
vida interior, no transmitirles susto. Adivinaba lo que el miedo desencadena. Iba
a ser rápido, sin dolor. Sólo por una fracción de segundo se cruzarían, rápido,
instantáneo, por causa de la ventaja a su favor al estar ella en movimiento y venir
ellos en movimiento contrario, lo que haría que el instante se redujera a lo
esencialmente necesario —a la caída del primero de los siete misterios que eran
tan secretos que de ellos apenas quedara una sabiduría: el número siete—. Haced
que ellos no digan nada, haced que ellos sólo piensen, que pensar yo los dejo. Iba
a ser rápido, y un segundo después de la trasposición ella diría maravillada,
caminando por otras y otras calles: casi no dolió. Pero lo que siguió no tuvo
explicación.
Lo que siguió fueron cuatro manos difíciles, fueron cuatro manos que no
sabían lo que querían, cuatro manos equivocadas de quien no tenía la vocación,
cuatro manos que la tocaron tan inesperadamente que ella hizo la cosa más
acertada que podría haber hecho en el mundo de los movimientos: quedó
paralizada. Ellos, cuyo papel predeterminado era solamente el de pasar junto a la
oscuridad de su miedo, y entonces el primero de los siete misterios caería; ellos,
que tan sólo representarían el horizonte de un solo paso aproximado, ellos no
comprendieron la función que tenían y, con la individualidad de los que tenían
miedo, habían atacado. Fue menos de una fracción de segundo en la calle
tranquila. En una fracción de segundo la tocaron como si a ellos les
correspondieran todos los siete misterios. Que ella conservó, todos, y se tornó
más larva, y siete años más de atraso
continuará
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Rígida, catequista, sin alterar por un segundo la lentitud con que avanzaba,
ella avanzaba. ¡Ellos van a mirarme, lo sé! Pero intentaba, por instinto de una
vida interior, no transmitirles susto. Adivinaba lo que el miedo desencadena. Iba
a ser rápido, sin dolor. Sólo por una fracción de segundo se cruzarían, rápido,
instantáneo, por causa de la ventaja a su favor al estar ella en movimiento y venir
ellos en movimiento contrario, lo que haría que el instante se redujera a lo
esencialmente necesario —a la caída del primero de los siete misterios que eran
tan secretos que de ellos apenas quedara una sabiduría: el número siete—. Haced
que ellos no digan nada, haced que ellos sólo piensen, que pensar yo los dejo. Iba
a ser rápido, y un segundo después de la trasposición ella diría maravillada,
caminando por otras y otras calles: casi no dolió. Pero lo que siguió no tuvo
explicación.
Lo que siguió fueron cuatro manos difíciles, fueron cuatro manos que no
sabían lo que querían, cuatro manos equivocadas de quien no tenía la vocación,
cuatro manos que la tocaron tan inesperadamente que ella hizo la cosa más
acertada que podría haber hecho en el mundo de los movimientos: quedó
paralizada. Ellos, cuyo papel predeterminado era solamente el de pasar junto a la
oscuridad de su miedo, y entonces el primero de los siete misterios caería; ellos,
que tan sólo representarían el horizonte de un solo paso aproximado, ellos no
comprendieron la función que tenían y, con la individualidad de los que tenían
miedo, habían atacado. Fue menos de una fracción de segundo en la calle
tranquila. En una fracción de segundo la tocaron como si a ellos les
correspondieran todos los siete misterios. Que ella conservó, todos, y se tornó
más larva, y siete años más de atraso
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°232
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Ella no volvió los ojos porque su cara quedó vuelta serenamente hacia la
nada. Pero por la prisa con que la ofendieron supo que ellos tenían más miedo
que ella. Tan asustados estaban que ya no se hallaban más allí. Corrían. «Tenían
miedo de que ella gritara y las puertas de las casas se abrieran una por una»,
razonó, ellos no sabían que no se grita.
Se quedó de pie, escuchando con tranquila dulzura los zapatos de ellos en
fuga. La acera era hueca o los zapatos eran huecos o ella misma era hueca. En el
hueco de los zapatos de ellos oía atenta el miedo de los dos. El sonido golpeaba
nítido sobre las baldosas como si golpearan a la puerta sin parar y ella esperase
que desistieran. Tan nítida en la desnudez de la piedra que el zapateado no
parecía distanciarse: estaba allí a sus pies, como un zapateado victorioso. De pie,
ella no tenía por dónde sostenerse sino por los oídos
continuará
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Ella no volvió los ojos porque su cara quedó vuelta serenamente hacia la
nada. Pero por la prisa con que la ofendieron supo que ellos tenían más miedo
que ella. Tan asustados estaban que ya no se hallaban más allí. Corrían. «Tenían
miedo de que ella gritara y las puertas de las casas se abrieran una por una»,
razonó, ellos no sabían que no se grita.
Se quedó de pie, escuchando con tranquila dulzura los zapatos de ellos en
fuga. La acera era hueca o los zapatos eran huecos o ella misma era hueca. En el
hueco de los zapatos de ellos oía atenta el miedo de los dos. El sonido golpeaba
nítido sobre las baldosas como si golpearan a la puerta sin parar y ella esperase
que desistieran. Tan nítida en la desnudez de la piedra que el zapateado no
parecía distanciarse: estaba allí a sus pies, como un zapateado victorioso. De pie,
ella no tenía por dónde sostenerse sino por los oídos
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
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- Mensaje n°233
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
La sonoridad no la desalentaba, el alejamiento le era transmitido por una
celeridad cada vez más precisa de los tacones. Los tacones no sonaban más sobre
la piedra, sonaban en el aire como castañuelas cada vez más delicadas. Después
advirtió que hacía mucho que no escuchaba ningún sonido.
Y, traído de nuevo por la brisa, el silencio era una calle vacía.
Hasta ese momento se había mantenido quieta, de pie en medio de la acera.
Entonces, como si hubiese varias etapas de la misma inmovilidad, quedó
detenida. Poco después suspiró. Y en nueva etapa se quedó parada. Después
movió la cabeza, y entonces quedó más profundamente parada.
Después retrocedió lentamente hasta un muro, jorobada, bien lentamente,
como si tuviese un brazo fracturado, hasta que se recostó toda en el muro, donde
quedó apoyada. Y entonces se mantuvo parada. No moverse es lo que importa,
pensó de lejos, no moverse. Después de un tiempo probablemente se habría dicho
así: ahora mueve un poco las piernas. Después de lo cual, suspiró y se quedó
quieta, mirando. Aún estaba oscuro.
continuará
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89
La sonoridad no la desalentaba, el alejamiento le era transmitido por una
celeridad cada vez más precisa de los tacones. Los tacones no sonaban más sobre
la piedra, sonaban en el aire como castañuelas cada vez más delicadas. Después
advirtió que hacía mucho que no escuchaba ningún sonido.
Y, traído de nuevo por la brisa, el silencio era una calle vacía.
Hasta ese momento se había mantenido quieta, de pie en medio de la acera.
Entonces, como si hubiese varias etapas de la misma inmovilidad, quedó
detenida. Poco después suspiró. Y en nueva etapa se quedó parada. Después
movió la cabeza, y entonces quedó más profundamente parada.
Después retrocedió lentamente hasta un muro, jorobada, bien lentamente,
como si tuviese un brazo fracturado, hasta que se recostó toda en el muro, donde
quedó apoyada. Y entonces se mantuvo parada. No moverse es lo que importa,
pensó de lejos, no moverse. Después de un tiempo probablemente se habría dicho
así: ahora mueve un poco las piernas. Después de lo cual, suspiró y se quedó
quieta, mirando. Aún estaba oscuro.
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- Mensaje n°234
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Después amaneció.
Lentamente reunió los libros desparramados por el suelo. Más adelante estaba
el cuaderno abierto. Cuando se inclinó para recogerlo, vio la letra menuda y
destacada que hasta esa mañana era suya.
Entonces salió. Sin saber con qué había llenado el tiempo, sino con pasos y
pasos, llegó a la escuela con más de dos horas de retraso. Como no había pensado
en nada, no sabía que el tiempo había transcurrido. Por la presencia del profesor
de latín comprobó con una delicada sorpresa que en la clase ya habían comenzado
la tercera hora.
—¿Qué te ha pasado? —murmuró la chica del pupitre vecino.
—¿Por qué?
—Estás pálida. ¿Te pasa algo?
—No —y lo dijo tan claramente que muchos compañeros la miraron. Se
levantó y dijo en voz bien alta:
—Con permiso.
Fue hasta el baño. Y allí, ante el gran silencio de los azulejos gritó, aguda,
supersónica: ¡Estoy sola en el mundo! ¡Nadie me va a ayudar nunca, nadie me va
a amar nunca! ¡Estoy sola en el mundo!
continuará
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Después amaneció.
Lentamente reunió los libros desparramados por el suelo. Más adelante estaba
el cuaderno abierto. Cuando se inclinó para recogerlo, vio la letra menuda y
destacada que hasta esa mañana era suya.
Entonces salió. Sin saber con qué había llenado el tiempo, sino con pasos y
pasos, llegó a la escuela con más de dos horas de retraso. Como no había pensado
en nada, no sabía que el tiempo había transcurrido. Por la presencia del profesor
de latín comprobó con una delicada sorpresa que en la clase ya habían comenzado
la tercera hora.
—¿Qué te ha pasado? —murmuró la chica del pupitre vecino.
—¿Por qué?
—Estás pálida. ¿Te pasa algo?
—No —y lo dijo tan claramente que muchos compañeros la miraron. Se
levantó y dijo en voz bien alta:
—Con permiso.
Fue hasta el baño. Y allí, ante el gran silencio de los azulejos gritó, aguda,
supersónica: ¡Estoy sola en el mundo! ¡Nadie me va a ayudar nunca, nadie me va
a amar nunca! ¡Estoy sola en el mundo!
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- Mensaje n°235
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
Allí estaba, perdiendo también la tercera clase, en la ancha banca del baño,
frente a varios lavabos. «No importa, después copio los apuntes, pido prestados
los cuadernos para copiarlos en casa, ¡estoy sola en el mundo!», se interrumpió
golpeando varias veces el banco con el puño cerrado. El ruido de los cuatro
zapatos comenzó de pronto como una lluvia menuda y fina. Ruido ciego, no
reflejaba nada en los azulejos brillantes. Sólo la nitidez de cada zapato que no se
enmarañó ninguna vez con otro zapato. Como nueces que caían. Sólo era esperar
que dejaran de golpear la puerta. Entonces se detuvieron.
Cuando fue a mojarse el pelo frente al espejo, ¡estaba tan fea!
Era tan poco lo que ella poseía, y ellos lo habían tocado.
Ella era tan fea y preciosa.
Estaba pálida, los trazos afinados. Las manos humedecían los cabellos, sucias
de tinta todavía del día anterior. «Debo cuidar más de mí», pensó. No sabía
cómo. Y en verdad, cada vez sabía menos cómo. La expresión de la nariz era la
de un hocico señalando la cerca.
Volvió a la banca y se quedó quieta, con su hocico. «Una persona no es nada».
«No», retrucó en débil protesta, «no digas eso», pensó con bondad y melancolía.
«Una persona siempre es algo», dijo por gentileza.
Pero durante la cena la vida tomó un sentido inmediato e histórico.
—¡Necesito zapatos nuevos! ¡Los míos hacen mucho ruido, una mujer no
puede caminar con tacones de madera, llama mucho la atención! ¡Nadie me da
nada! ¡Nadie me da nada! —Y estaba tan frenética y agónica que nadie tuvo valor
para decirle que no los tendría. Solamente dijeron:
—Tú aún no eres una mujer y los tacones son siempre de madera.
Hasta que, así como una persona engorda, ella dejó de ser mujer, sin saber
por qué proceso. Existe una oscura ley que hace que se proteja al huevo hasta que
nace el pollo, pájaro de fuego.
Y ella obtuvo sus zapatos nuevos.
FIN
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89
Allí estaba, perdiendo también la tercera clase, en la ancha banca del baño,
frente a varios lavabos. «No importa, después copio los apuntes, pido prestados
los cuadernos para copiarlos en casa, ¡estoy sola en el mundo!», se interrumpió
golpeando varias veces el banco con el puño cerrado. El ruido de los cuatro
zapatos comenzó de pronto como una lluvia menuda y fina. Ruido ciego, no
reflejaba nada en los azulejos brillantes. Sólo la nitidez de cada zapato que no se
enmarañó ninguna vez con otro zapato. Como nueces que caían. Sólo era esperar
que dejaran de golpear la puerta. Entonces se detuvieron.
Cuando fue a mojarse el pelo frente al espejo, ¡estaba tan fea!
Era tan poco lo que ella poseía, y ellos lo habían tocado.
Ella era tan fea y preciosa.
Estaba pálida, los trazos afinados. Las manos humedecían los cabellos, sucias
de tinta todavía del día anterior. «Debo cuidar más de mí», pensó. No sabía
cómo. Y en verdad, cada vez sabía menos cómo. La expresión de la nariz era la
de un hocico señalando la cerca.
Volvió a la banca y se quedó quieta, con su hocico. «Una persona no es nada».
«No», retrucó en débil protesta, «no digas eso», pensó con bondad y melancolía.
«Una persona siempre es algo», dijo por gentileza.
Pero durante la cena la vida tomó un sentido inmediato e histórico.
—¡Necesito zapatos nuevos! ¡Los míos hacen mucho ruido, una mujer no
puede caminar con tacones de madera, llama mucho la atención! ¡Nadie me da
nada! ¡Nadie me da nada! —Y estaba tan frenética y agónica que nadie tuvo valor
para decirle que no los tendría. Solamente dijeron:
—Tú aún no eres una mujer y los tacones son siempre de madera.
Hasta que, así como una persona engorda, ella dejó de ser mujer, sin saber
por qué proceso. Existe una oscura ley que hace que se proteja al huevo hasta que
nace el pollo, pájaro de fuego.
Y ella obtuvo sus zapatos nuevos.
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- Mensaje n°236
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Comienzos de una fortuna
Era una de aquellas mañanas que parecen suspendidas en el aire. Y qué otra cosa
se asemejaba a la idea que nos hacemos del tiempo.
El balcón estaba abierto pero el fresco se había congelado allá afuera y no
entraba en el jardín, como si cualquier transbordo fuese una quiebra de la
armonía. Sólo algunas moscas brillantes habían penetrado en el comedor y
sobrevolaban la azucarera. A esa hora, Tijuca no había despertado del todo. «Si
yo tuviera dinero…», pensaba Arturo, y un deseo de atesorar, de poseer con
tranquilidad, daba a su rostro un aire desprendido y contemplativo.
—No soy un jugador.
—Déjate de tonterías —respondió la madre—. No empieces otra vez con
historias de dinero.
En realidad él no tenía deseos de iniciar ninguna conversación apremiante que
terminase en soluciones. Un poco de la mortificación de la cena de la víspera del
día de paga, con el padre mezclando autoridad y comprensión, y la madre
mezclando comprensión y principios básicos, un poco de la mortificación de la
víspera pedía, sin embargo, continuación. Sólo que era inútil buscar en sí la
urgencia de ayer. Cada noche el sueño parecía responder a todas sus necesidades.
Y por la mañana, al contrario de los adultos que despiertan oscuros y barbudos, él
despertaba cada vez más imberbe. Despeinado, pero con un desorden diferente
del de su padre, a quien parecía haberle sucedido cosas durante la noche.
También su madre salía del dormitorio un poco deshecha y todavía soñadora,
como si la amargura del sueño le hubiese dado satisfacción. Hasta tomar el
desayuno, todos estaban irritados o pensativos, inclusive la empleada. Ése no era
el momento de pedir cosas. Pero para él era una necesidad pacífica de establecer
dominios de mañana: cada vez que despertaba era como si necesitase recuperar
los días anteriores.
—No soy un jugador ni un gastador.
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- Mensaje n°237
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
—¡Arturo —dijo la madre, irritadísima—, ya me basta con mis
preocupaciones!
—¿Qué preocupaciones? —preguntó él, interesado.
La madre lo miró, seca, como a un extraño. Sin embargo, él era mucho más
pariente de ella que su propio padre, quien, por así decir, se había incorporado a
la familia. Apretó los labios.
—Todo el mundo tiene preocupaciones, hijo mío —corrigió ella entrando en
una nueva modalidad de relaciones, entre maternal y educadora.
Y de ahí en adelante su madre había asumido el día. Se había disipado la
especie de individualidad con que se despertaba y Arturo ya podía contar con
ella. Desde siempre, o lo aceptaban o lo reducían a ser él mismo. De pequeño,
jugaban con él, lo levantaban en el aire, lo llenaban de besos, y, de repente,
pasaban a ser «individuales», lo dejaban, le decían gentilmente pero ya
intangibles «Ahora se acabó», y él quedaba todo vibrante de caricias, con tantas
carcajadas aún para dar. Se ponía caprichoso, empujaba a unos y otros con el pie,
lleno de cólera que, sin embargo, en el mismo instante se transformaría en delicia,
apenas ellos quisieran.
—Come, Arturo —concluyó la madre y de nuevo él ya podía contar con ella.
Así, inmediatamente se volvió más pequeño y más malcriado:
—Yo también tengo mis preocupaciones pero nadie repara en ellas. ¡Cuando
digo que necesito dinero parece como si lo estuviera pidiendo para jugar o para
beber!
continuará
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—¡Arturo —dijo la madre, irritadísima—, ya me basta con mis
preocupaciones!
—¿Qué preocupaciones? —preguntó él, interesado.
La madre lo miró, seca, como a un extraño. Sin embargo, él era mucho más
pariente de ella que su propio padre, quien, por así decir, se había incorporado a
la familia. Apretó los labios.
—Todo el mundo tiene preocupaciones, hijo mío —corrigió ella entrando en
una nueva modalidad de relaciones, entre maternal y educadora.
Y de ahí en adelante su madre había asumido el día. Se había disipado la
especie de individualidad con que se despertaba y Arturo ya podía contar con
ella. Desde siempre, o lo aceptaban o lo reducían a ser él mismo. De pequeño,
jugaban con él, lo levantaban en el aire, lo llenaban de besos, y, de repente,
pasaban a ser «individuales», lo dejaban, le decían gentilmente pero ya
intangibles «Ahora se acabó», y él quedaba todo vibrante de caricias, con tantas
carcajadas aún para dar. Se ponía caprichoso, empujaba a unos y otros con el pie,
lleno de cólera que, sin embargo, en el mismo instante se transformaría en delicia,
apenas ellos quisieran.
—Come, Arturo —concluyó la madre y de nuevo él ya podía contar con ella.
Así, inmediatamente se volvió más pequeño y más malcriado:
—Yo también tengo mis preocupaciones pero nadie repara en ellas. ¡Cuando
digo que necesito dinero parece como si lo estuviera pidiendo para jugar o para
beber!
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- Mensaje n°238
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
—¿Desde cuándo el señor admite que podría ser para jugar o para beber? —
dijo el padre entrando en la sala y encaminándose a la cabecera de la mesa—.
¡Vaya con ésa! ¡Qué pretensión!
Él no había contado con la llegada del padre. Desorientado, pero
acostumbrado, comenzó:
—¡Pero, papá! —Su voz desafinó en una rebelión que no llegaba a ser
indignada. Como contrapeso la madre ya estaba dominada, revolviendo
tranquilamente el café con leche, indiferente a la conversación que parecía no
pasar de algunas moscas más. Las alejaba de la azucarera con mano blanda.
—Vete ya, que es tu hora —cortó el padre. Arturo se volvió hacia su madre.
Pero ésta estaba poniéndole mantequilla al pan, absorta y placentera. De nuevo
había huido. A todo diría que sí, sin concederle ninguna importancia.
Cerrando la puerta, él tenía nuevamente la impresión de que a cada momento
entregaba su vida. Por eso la calle parecía que lo recibiera. «Cuando yo tenga mi
mujer y mis hijos tocaré el timbre de aquí, haré visitas, y todo será diferente»,
pensó.
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92/93
—¿Desde cuándo el señor admite que podría ser para jugar o para beber? —
dijo el padre entrando en la sala y encaminándose a la cabecera de la mesa—.
¡Vaya con ésa! ¡Qué pretensión!
Él no había contado con la llegada del padre. Desorientado, pero
acostumbrado, comenzó:
—¡Pero, papá! —Su voz desafinó en una rebelión que no llegaba a ser
indignada. Como contrapeso la madre ya estaba dominada, revolviendo
tranquilamente el café con leche, indiferente a la conversación que parecía no
pasar de algunas moscas más. Las alejaba de la azucarera con mano blanda.
—Vete ya, que es tu hora —cortó el padre. Arturo se volvió hacia su madre.
Pero ésta estaba poniéndole mantequilla al pan, absorta y placentera. De nuevo
había huido. A todo diría que sí, sin concederle ninguna importancia.
Cerrando la puerta, él tenía nuevamente la impresión de que a cada momento
entregaba su vida. Por eso la calle parecía que lo recibiera. «Cuando yo tenga mi
mujer y mis hijos tocaré el timbre de aquí, haré visitas, y todo será diferente»,
pensó.
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- Mensaje n°239
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
***
La vida fuera de casa era totalmente otra. Además de la diferencia de luz —
como si solamente saliendo él viese qué tiempo hacía realmente y qué
disposiciones habían tomado las circunstancias durante la noche—, además de la
diferencia de luz, estaba la diferencia del modo de ser. Cuando era pequeño, la
madre decía: «Fuera de casa él es una dulzura; en casa, un demonio». Aun ahora,
cruzando el pequeño portón, él se había vuelto visiblemente más joven y al mismo
tiempo menos niño, más sensible y sobre todo sin saber de qué hablar. Pero con
un dócil interés. No era una persona que buscase conversación, pero si alguien le
preguntaba como ahora: «Niño, ¿en qué parte está la iglesia?», él se animaba
suavemente, inclinaba el largo cuello, pues todos eran más bajos que él; y daba la
información pedida, atraído, como si en eso hubiese un intercambio de
cordialidades y un campo abierto a la curiosidad. Quedó atento mirando a la
señora doblar la esquina camino a la iglesia, pacientemente responsable de su
itinerario.
—El dinero está hecho para gastar y ya sabes en qué —dudó intensamente
Carlitos.
—Lo quiero para comprar cosas —respondió un poco vagamente.
—¿Una bicicleta? —rió Carlitos, ofensivo, animoso en la intriga.
Arturo rió con desagrado, sin placer.
continuará
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La vida fuera de casa era totalmente otra. Además de la diferencia de luz —
como si solamente saliendo él viese qué tiempo hacía realmente y qué
disposiciones habían tomado las circunstancias durante la noche—, además de la
diferencia de luz, estaba la diferencia del modo de ser. Cuando era pequeño, la
madre decía: «Fuera de casa él es una dulzura; en casa, un demonio». Aun ahora,
cruzando el pequeño portón, él se había vuelto visiblemente más joven y al mismo
tiempo menos niño, más sensible y sobre todo sin saber de qué hablar. Pero con
un dócil interés. No era una persona que buscase conversación, pero si alguien le
preguntaba como ahora: «Niño, ¿en qué parte está la iglesia?», él se animaba
suavemente, inclinaba el largo cuello, pues todos eran más bajos que él; y daba la
información pedida, atraído, como si en eso hubiese un intercambio de
cordialidades y un campo abierto a la curiosidad. Quedó atento mirando a la
señora doblar la esquina camino a la iglesia, pacientemente responsable de su
itinerario.
—El dinero está hecho para gastar y ya sabes en qué —dudó intensamente
Carlitos.
—Lo quiero para comprar cosas —respondió un poco vagamente.
—¿Una bicicleta? —rió Carlitos, ofensivo, animoso en la intriga.
Arturo rió con desagrado, sin placer.
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- Mensaje n°240
Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)
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Sentado en el banco, esperó que el profesor se irguiese. La carraspera de éste,
prologando el comienzo de la clase, fue la señal habitual para que los alumnos se
sentaran más atrás, abrieran los ojos con atención y no pensaran en nada. «En
nada», fue la perturbada respuesta de Arturo al profesor que lo interpelaba
irritado. «En nada» era vagamente en conversaciones anteriores, en decisiones
poco definitivas sobre una ida al cine, en dinero. Él necesitaba dinero. Pero
durante la clase, obligado a estar inmóvil y sin ninguna responsabilidad, cualquier
deseo tenía como base el reposo.
—¿Entonces no te diste cuenta enseguida de que Gloria quería que la invitaran
al cine? —dijo Carlitos, y ambos miraron con curiosidad a la chica que allí
estaba, sujetando su portafolio. Pensativo, Arturo continuó caminando al lado del
amigo, mirando las piedras del suelo.
—Si no tienes dinero para dos entradas, yo te presto, y me pagas después.
Por lo visto, desde el momento en que tuviera dinero estaría obligado a
emplearlo en mil cosas.
—Pero después tengo que devolverte ese dinero, y ya le debo al hermano de
Antonio —respondió evasivo.
—¿Y entonces?, ¿qué tiene eso de malo? —explicó el otro, práctico y
vehemente.
continuará
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Sentado en el banco, esperó que el profesor se irguiese. La carraspera de éste,
prologando el comienzo de la clase, fue la señal habitual para que los alumnos se
sentaran más atrás, abrieran los ojos con atención y no pensaran en nada. «En
nada», fue la perturbada respuesta de Arturo al profesor que lo interpelaba
irritado. «En nada» era vagamente en conversaciones anteriores, en decisiones
poco definitivas sobre una ida al cine, en dinero. Él necesitaba dinero. Pero
durante la clase, obligado a estar inmóvil y sin ninguna responsabilidad, cualquier
deseo tenía como base el reposo.
—¿Entonces no te diste cuenta enseguida de que Gloria quería que la invitaran
al cine? —dijo Carlitos, y ambos miraron con curiosidad a la chica que allí
estaba, sujetando su portafolio. Pensativo, Arturo continuó caminando al lado del
amigo, mirando las piedras del suelo.
—Si no tienes dinero para dos entradas, yo te presto, y me pagas después.
Por lo visto, desde el momento en que tuviera dinero estaría obligado a
emplearlo en mil cosas.
—Pero después tengo que devolverte ese dinero, y ya le debo al hermano de
Antonio —respondió evasivo.
—¿Y entonces?, ¿qué tiene eso de malo? —explicó el otro, práctico y
vehemente.
continuará
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_________________
"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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