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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 22 Mar 2015, 06:39


    A una amiga

    Arroyo cristalino,
    que con susurro blando
    vas del monte a la selva
    y de la selva al prado;
    travieso cefirillo,
    que con tu aliento grato
    mueves hojas y flores
    que son gala del campo;
    parleras avecillas,
    que en trinos regalados,
    cuando el sol nace o muere,
    llenáis el aire vago;
    y cuando vive y crece
    en este suelo bajo,
    y cuanto se remonta
    hasta el cielo estrellado;
    todo cuanto florece
    en los valles y prados,
    y aun las bestias feroces
    que son del monte espanto;
    todos conmigo unidos
    en coros acordados,
    celebremos el día
    de la que hace mi encanto.



    A mi Magdalenita



    Mi juguetona Musa,
    aunque con torpe lira,
    por esta vez pretende
    consagrarte su voz, Magdalenita.
    No examines si es dulce,
    si es bella mi poesía,
    atiende solamente
    al afecto sincero que la dicta.
    Pero en este momento
    la memoria se aviva
    de que estás tanto tiempo
    del hermano que te ama, dividida.
    Y este triste recuerdo
    todo placer me quita,
    y funestas ideas
    sólo ofrece a mi triste fantasía.
    Tinieblas me parece
    la amable luz del día,
    y me son hasta odiosas
    las cosas que los otros ven y admiran.
    Pero importa muy poco,
    amable hermana mía,
    que estemos separados,
    estando nuestras almas tan unidas.
    Ellas siempre atraviesan
    la distancia infinita
    que nos separa; se unen,
    dulcemente conversan y se miran.
    Se prestan mutuamente
    las promesas más finas;
    y un genio, un modo mismo
    de pensar y de obrar, la unión confirma.
    Alguna vez las dudas
    perturban nuestra dicha,
    pero a pocos instantes
    como ligeras nubes se disipan.
    ¡Felices los que así aman!
    Así Magdalenita
    será con José, siempre
    del amor fraternal imagen viva.
    Mi corazón es tuyo,
    mis afectos, mi vida;
    pero todo esto es menos
    de lo que tú mereces todavía.
    Mis tiernas expresiones
    reparte en la familia,
    adiós. Tu amante hermano.


    Octubre veintiséis, escrita en Lima



    A su esposa


    (Señora doña Rosa Icaza)
    Ya se acerca, amor mío,
    ¡ay!, palomita mía,
    ya se acerca ¡ay!, el día
    que nos va a dividir.
    Sólo tristes memorias
    y recuerdos fatales…
    de amor todos los males
    me quedan que sufrir.
    Como tórtola viuda
    que triste a cada hora
    gime, suspira y llora
    por su perdido amor,
    así yo inconsolable,
    ausente de mi amada,
    tendré siempre clavada
    la espada del dolor.
    Mi corazón de pena
    dentro del pecho muere…
    mas la Patria lo quiere,
    y es fuerza obedecer…
    Pide a Dios, vida mía,
    con ruegos incesantes
    que me traiga cuanto antes
    al nido del placer.
    Con mil dulces razones
    el amor me detiene…
    y el deber me previene
    lo que es forzoso hacer.
    ¿Qué haré, pues, amor mío,
    siendo en este momento
    igualmente violento
    mi amor y mi deber?
    Pues bien, cumplir con ambos,
    es duro y buen consejo,
    y aunque de ti me alejo,
    contigo quedaré;
    así con ambos cumplo,
    dando en serena calma,
    al amor toda mi alma,
    y el cuerpo a mi deber.
    Yo parto, ¡oh, qué tormento!,
    ¡oh, qué terrible ausencia!,
    dame, oh Dios, resistencia
    para tan gran dolor.
    Yo parto, y conjurados
    veré a cada momento
    contra mí al mar, al viento,
    la ausencia y el amor.
    Y tú, hechizo de mi alma,
    mi único amor, mi vida,
    después de mi partida,
    ¿te acordarás de mí?
    Yo, de noche y de día
    siempre estaré penando,
    Rosita, en ti pensando,
    pensado sólo en ti.
    Cual sombra inseparable
    mi amante pensamiento
    siempre, a todo momento,
    estará junto a ti.
    Así, pues, siempre, siempre,
    aunque me creas distante,
    podrás decir: mi amante
    delante está de mí.
    Recogeré el aliento
    que tu boca respira…
    Mi cuerpo se retira,
    pero mi alma jamás.
    Sabré tus pensamientos,
    y oiré tus palabras;
    cuando tus labios abras,
    los míos encontrarás.
    No temas, amor mío,
    mi palomita amada,
    que haya en el mundo nada
    que me haga vacilar,
    pues vivir en tu pecho,
    que es mi único deseo,
    vale más que un empleo,
    vale más que reinar.
    Yo veré mil bellezas,
    mas con ojo tan frío,
    que nunca al pecho mío
    llegará su impresión;
    porque tus ojos solos
    con un arte divino
    conocen el camino
    que va a mi corazón.
    No tendré allá, aunque quiera,
    ningún afecto nuevo,
    pues conmigo no llevo
    ni alma, ni corazón:
    que el corazón y el alma
    que antes tenía conmigo,
    se quedan ya contigo,
    como en dulce prisión.
    Sin ti ¿qué haré, mi vida?
    Siempre ¡ay!, como demente,
    cual si fueras presente,
    clamaré con fervor:
    «Ven, palomita mía,
    ven al caliente nido,
    que aquí en mi pecho herido
    te ha formado el amor.
    Ven, mi única esperanza,
    mi único pensamiento,
    ven, mi único contento,
    ven, mi única pasión.»
    Y al ver que no me oyes
    ni que estás a mi lado,
    seré más desgraciado
    por mi dulce ilusión.
    Otras veces teniendo
    tu retrato delante,
    cual frenético amante,
    mil cariños le haré;
    creeré que con mi fuego
    tus labios animados
    me vuelven duplicados
    los besos que te dé.
    Otras veces más necio,
    como el que algo ha perdido,
    a todos distraído,
    por ti preguntaré:
    «¿Dónde está mi paloma,
    causa de mis placeres?
    Si no la conocieres,
    las señas te daré.
    Es… lo que yo no puedo,
    ni nadie explicar puede…
    la que a todos excede,
    es la rosa de abril;
    es la rosa que espera
    en su botón gracioso
    un calor amoroso
    para empezarse a abrir.»
    Mas, ¿cuál es mi delirio?
    ¡Ay de mí!, en mi tardanza
    ni el bien de la esperanza
    me podrá consolar…
    Cree, mi alma, que es un pecho
    muy tierno y amoroso
    donde el amor hermoso
    te ha erigido un altar.
    Piensa que por ti vivo,
    piensa que sin ti muero,
    que eres mi amor primero
    y mi último serás.
    Adiós… ¡ay!, no te olvides
    que eres objeto eterno
    de este amor dulce y tierno,
    de este amor inmortal.
    Piensa que de ti ausente
    no es vida la que vivo,
    y que siempre recibo
    aumento en mi dolor.
    Piensa que esta gran pena,
    piensa que este tormento
    aun me quita el aliento
    para decirte… adiós.



    A Eliza


    ¿No ves cuán pronto por la azul esfera
    el vuelo de las horas se desliza?,
    ¿no ves, amable Eliza,
    marchitarse al nacer las tiernas flores
    de la fugaz y alegre primavera?
    Pues ¡ay!, con más presteza
    nacen, desaparecen los amores,
    las gracias de la edad y la belleza.
    Feliz en todas partes
    quien con el grato estudio de las artes
    mezclando las lecciones
    de virtud y piedad, engaña, burla
    del tiempo y de sus hijas estaciones
    la ciega rapidez y la inconstancia.
    Así cuando la bella primavera
    pierde su gala y virginal sonrisa
    y se retira triste
    de tu jardín, Eliza,
    huyendo del invierno los enojos,
    al fuego de tu genio y de tus ojos
    con sus vivos colores y fragancia
    bajo de tu pincel nace en tu estancia.
    En tu estancia feliz que yo contemplo
    será con tu presencia
    el más hermoso templo
    del gusto, la piedad y la inocencia,
    a cuyo culto y plácidos misterios
    vestal sacerdotisa
    con tu graciosa hermana será Eliza.


    _________________
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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 22 Mar 2015, 09:02

    Encontré estas dos cartas, me parecen interesantes y aquí las dejo



    DOS CARTAS CRÍTICAS DE SIMÓN BOLÍVAR A JOSÉ JOAQUÍN
    OLMEDO



    CARTA. Año 1825
    896.- DE UNA COPIA).
    Cuzco, 27 de junio de 1825.
    SEÑOR JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO.



    Querido amigo:
    Hace muy pocos días que recibí en el camino dos cartas de Vd. y un poema: las
    cartas son de un político y un poeta, pero el poema es de un Apolo. Todos los
    calores de la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho, todos los rayos del
    Padre de Manco Capac, no han producido jamás una inflamación más intensa en la
    mente de un mortal. Vd. dispara.., donde no se ha disparado un tiro; Vd. abrasa la
    tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro de Aquiles que no rodó
    jamás en Junín; Vd. se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter;
    de Sucre un Marte; de La Mar un Agamenón y un Menelao; de Córdoba un Aquiles;
    de Necochea un Patroclo y un Ayax; de Miller un Diómedes, y de Lara un Ulises.
    Todos tenemos nuestra sombra divina o heroica que nos cubre con sus alas de
    protección como ángeles guardianes. Vd. nos hace a su modo poético y fantástico; y
    para continuar en el país de la poesía la ficción de la fábula, Vd. nos eleva con su
    deidad mentirosa, como la águila de Júpiter levantó a los cielos a la tortuga para
    dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros: Vd., pues, nos
    ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con
    una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así,
    amigo mío, Vd. nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su
    Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles, y con la sabiduría
    de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y Vd. no fuese tan poeta, me avanzaría a creer
    que Vd. había querido hacer una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra
    pobre farsa. Mas no, no lo creo. Vd. es poeta y sabe bien, tanto como Bonaparte,
    que de lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso, y que Manolo y el Cid son
    2 hermanos, aunque hijos de distintos padres. Un americano leerá el poema de Vd.
    como un canto de Homero; y un español lo leerá como un canto del «Facistol» de
    Boileau.
    Por todo doy a Vd. las gracias penetrado de una gratitud sin límites.
    Yo no dudo que Vd. llenará dignamente su comisión a Inglaterra; tanto 1o he
    creído, que habiendo echado la faz sobre todo el Imperio del Sol, no encontré un
    diplomático que fuese capaz de representar y negociar por el Perú más
    ventajosamente que Vd. Uní a Vd. un matemático, porque no fuese que llevado Vd.
    de la verdad poética, creyese que dos y dos formaban cuatro mil; pero nuestro
    Euclides ha ido a abrirle los ojos a nuestro Homero, para que no vea con su
    imaginación sino con sus miembros, y para que no le permita que lo encanten con
    armonías y metros, y abra los oídos solamente a la prosa tosca, dura y
    despellejadora de los políticos y de los publicanos.
    He llegado ayer al país clásico del sol, de los Incas, de la fábula y de la historia. Aquí
    el sol verdadero es el oro; los Incas son los virreyes o prefectos; la fábula es la
    historia de Gracilazo; la historia la relación de la destrucción de los Indios por Las
    Casas. Abstracción hecha de toda poesía, todo me recuerda altas ideas,
    pensamientos profundos; mi alma está embelesada con la presencia de la primitiva
    naturaleza, desarrollada por sí misma, dando creaciones de sus propios elementos
    por el modelo de sus inspiraciones íntimas, sin mezcla alguna de las obras
    extrañas, de los consejos ajenos, de los caprichos del espíritu humano, ni el
    contagio de la historia de los crímenes y de los absurdos de nuestra especie. Manco
    Capac, Adán de los indios, salió de su Paraíso titicaco y formó una sociedad
    histórica, sin mezcla de fábula sagrada o profana
    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Dios lo hizo hombre; él hizo su reino, y la historia ha dicho la verdad; porque los
    monumentos de piedra, las vías grandes y rectas, las costumbres inocentes y la
    tradición genuina, nos hacen testigos de una creación social de que no tenemos ni
    idea, ni modelo, ni copia. El Perú es original en los fastos de los hombres. Esto me
    parece, porque estoy presente, y me parece evidente todo lo que, con más o menos
    poesía, acabo de decir a Vd.
    Tenga Vd. la bondad de presentar esta carta al señor Paredes y ofrezco a Vd. las
    sinceras expresiones de mi amistad.
    BOLÍVAR.

    Publicada por primera vez por Francisco P. Icaza, según copia conservada en el
    archivo de Martín Icaza, suegro de Olmedo. Véase el periódico «Los Andes», de
    Guayaquil, 11 de junio de 1870.


    CARTA. Año 1825
    912.- DE UNA COPIA).
    Cuzco, 12 de julio de 1825.
    SEÑOR DON JOSÉ JOAQUIN OLMEDO.



    Mi querido amigo:
    Anteayer recibí una carta de Vd. de 15 de mayo, que no puedo menos de llamar
    extraordinaria, porque Vd. se toma la libertad de hacerme poeta sin yo saberlo, ni
    haber pedido mi consentimiento. Como todo poeta es temoso, Vd. se ha empeñado
    en suponerme sus gustos y talentos. Ya que Vd. ha hecho su gusto y tomado su
    pena, haré como aquel paisano a quien hicieron rey en una comedia y decía: "Ya
    que soy rey, haré justicia". No se queje Vd., pues, de mis fallos, pues como no
    conozco el oficio daré palos de ciego por imitar al rey de la comedia que no dejaba
    títere con gorra que no mandase preso. Entremos en materia.
    He oído decir que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa, en la
    que castigaba con dureza las composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me
    ha enseñado unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir
    y tronchar a cualquiera que hable muy mesuradamente en tono melodioso y
    rítmico.
    Empezaré usando de una falta oratoria pues no me gusta entrar alabando para salir
    mordiendo: dejaré mis panegíricos para el fin de la obra, que, en mi opinión, los
    merece bien, y prepárese Vd. para oír inmensas verdades, o, por mejor decir,
    verdades prosaicas, pues Vd. sabe muy bien que un poeta mide la verdad de un
    modo diferente de nosotros los hombres de prosa. Seguiré a mis maestros.
    Vd. debió haber borrado muchos versos que yo encuentro prosaicos y vulgares: o yo
    no tengo oído musical, o son... o son renglones oratorios. Páseme Vd. el
    atrevimiento; pero Vd. me ha dado este poema y yo puedo hacer de él cera y pabilo.
    Después de esto, Vd. debió haber dejado este canto reposar como el vino en
    fermentación para encontrarlo frío, gustarlo y apreciarlo. La precipitación es un
    gran delito en un poeta. Racine gastaba dos años en hacer menos versos que Vd., y
    por eso es el más puro versificador de los tiempos modernos. El plan del poema,
    aunque en realidad es bueno, tiene un defecto capital en su diseño.
    Vd. ha trazado un cuadro muy pequeño para colocar dentro un coloso que ocupa
    todo el ámbito y cubre con su sombra a los demás personajes. El Inca HuainaCapac
    parece que es el asunto del poema: él es el genio, él la sabiduría, él es el
    héroe, en fin. Por otra parte, no parece propio que alabe indirectamente a la
    religión que le destruyó; y menos parece propio aun que no quiera el
    restablecimiento de su trono por dar preferencia a extranjeros intrusos, que,
    aunque vengadores de su sangre, siempre son descendientes de los que aniquilaron
    su imperio: este desprendimiento no se lo pasa a Vd. nadie. La naturaleza debe
    presidir a todas las reglas, y esto no está en la naturaleza. También me permitirá
    Vd. que le observe que este genio Inca, que debía ser más leve que el éter, pues que
    viene del cielo, se muestra un poco hablador y embrollón, lo que no le han
    perdonado los poetas al buen Enrique en su arenga a la reina Isabel, y ya Vd. sabe
    que Voltaire tenía sus títulos a la indulgencia, y, sin embargo, no escapó de la
    crítica.
    La introducción del canto es rimbombante: es el rayo de Júpiter que parte a la
    tierra a atronar a los Andes que deben sufrir la sin igual fazaña de Junín. Aquí de
    un precepto de Boileau, que alaba la modestia con que empieza Homero su divina
    Ilíada; promete poco y da mucho. Los valles y la sierra proclaman a la tierra: el
    sonsonete no es lindo; y los soldados proclaman al general, pues que los valles y la
    sierra son los muy humildes servidores de la tierra.
    La estrofa 360 tiene visos de prosa: yo no sé si me equivoco; y si tengo culpa, ¿para
    qué me ha hecho Vd. rey?
    Citemos, para que no haya disputa, por ejemplo el verso 720: (*)
    Que al Magdalena y al Rimac bullicioso...
    Y este otro, 750:
    Del triunfo que prepara glorioso...
    Y otros que no cito por no parecer riguroso e ingrato con quien me canta.
    La Torre de San Pablo será el Pindo de Vd. y el caudaloso Támesis se convertirá en
    Helicona: allí encontrará Vd. su canto lleno de esplín, y consultando la sombra de
    Milton hará una bella aplicación de sus diablos a nosotros. Con las sombras de
    otros muchos ínclitos poetas, Vd. se hallará mejor inspirado que por el Inca, que, a
    la verdad, no sabría cantar más que yaravís. Pope, el poeta del culto de Vd., le dará
    algunas lecciones para que corrija ciertas caídas de que no pudo escaparse ni el
    mismo Homero. Vd. me perdonará que me meta tras de Horacio para dar mis
    oráculos: este criticón se indignaba de que durmiese el autor de la Ilíada, y Vd.
    sabe muy bien que Virgilio estaba arrepentido de haber hecho una hija tan divina
    como la Eneida después de nueve a diez años de estarla engendrando; así, amigo
    mío, lima y más lima para pulir las obras de los hombres. Ya veo tierra; termino mi
    crítica, o mejor diré mis palos de ciego.
    Confieso a Vd. humildemente que la versificación de su poema me parece sublime:
    un genio lo arrebató a Vd. a los cielos. Vd. conserva en la mayor parte del canto un
    calor vivificante y continuo; algunas de las inspiraciones son originales; los
    pensamientos nobles y hermosos; el rayo que el héroe de Vd. presta a Sucre es
    superior a la cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es
    bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder los ejes: aquello es griego, es
    homérico. En la presentación de Bolívar en Junín se ve, aunque de perfil, el
    momento antes de acometerse Turno y Eneas. La parte que Vd. da a Sucre es
    guerrera y grande. Y cuando habla de La Mar, me acuerdo de Homero cantando a
    su amigo Mentor: aunque los caracteres son diferentes, el caso es semejante; y, por
    otra parte, ¿no será La Mar un Mentor guerrero?
    Permítame Vd., querido amigo, le pregunte ¿de dónde sacó Vd. tanto estro para
    mantener un canto tan bien sostenido desde su principio hasta el fin? El término de
    la batalla da la victoria, y Vd. la ha ganado porque ha finalizado su poema con
    dulces versos, altas ideas y pensamientos filosóficos. Su vuelta de Vd. al campo es
    pindárica, y a mí me ha gustado tanto que la llamaría divina.
    Siga Vd., mi querido poeta, la hermosa carrera que le han abierto las Musas con la
    traducción de Pope y el canto a Bolívar.
    Perdón, perdón, amigo; la culpa es de Vd. que me metió a poeta.
    Su amigo de corazón.
    BOLÍVAR.

    El señor F. P. Icaza dio a conocer esta carta, y la de 27 de junio para el mismo
    Olmedo, en el periódico de Guayaquil "Los Andes", del 11 de junio de 1870, según
    copias pertenecientes a D. Martín Icaza.


    (*) Estas observaciones se refieren a la primera edición del canto, que salió plagada
    de errores. — Nota del señor Icaza


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 23 Mar 2015, 07:35

    Oda a Miñarica.
    Canto al General Flores. Vencedor de Miñarica.


    Cual águila inexperta, que impelida
    del regio instinto de su estirpe clara,
    emprende el precoz vuelo
    en atrevido ensayo,
    y elevándose ufana, envanecida,
    sobre las nubes que atormenta el rayo,
    no en el peligro de su ardor repara,
    y a su ambicioso anhelo
    estrecha viene la mitad del cielo;

    Mas de improviso deslumbrada, ciega,
    sin saber donde va, pierde el aliento
    y a merced del viento
    ya su destino y su salud entrega;
    o por su solo peso descendiendo
    se encuentra por acaso
    en medio de su selva conocida,
    y allí la luz huyendo, se guarece,
    y de fatiga y de pavor vencida,
    renunciando al imperio, desfallece:

    Así mi Musa un día
    sintió la tierra huir bajo su planta,
    y osó escalar los cielos, no teniendo
    más genio que amor patrio y osadía.

    En la región etérea se declara
    grande sacerdotisa de los Incas;
    abre el templo del Sol, flores y ofrendas
    esparce sobre el ara;
    ciñe la estola espléndida y la fiara:
    inquieta, atormentada
    de un dios que dentro el pecho no le cabe,
    profiere en alta voz lo que no sabe,
    por ciega inspiración. Tiemblan los reyes
    escuchando el oráculo tremendo;
    revelaciones, leyes
    dicta al pueblo; describe las batallas:
    de la patria predice la victoria
    y la aplaude en seráficos cantares;
    de los Incas deifica la memoria,
    y a sus manes sagrados
    si tumba les faltó, levanta altares. ,

    Mas cuando ya su triunfo abosorta canta,
    atrás la vista torna,
    mide el abismo que salvó, y se espanta,
    tiembla, deja caer el refulgente
    sacro diadema que sus sienes orna,
    y flaco el pecho, el ánimo doliente,
    cual si volviera de un delirio, siente,
    y de la santa agitación rendida,
    queda en lento deliquio adormecida...

    En vano el bronce fratricida truena
    y de las armas rompe el estallido;
    y al recrujir el carro de la guerra,
    se siente en torno retemblar la tierra.

    Y el atroz silbo de rabiosas sierpes
    que la Discordia enreda a su melena
    en sed mortal los pechos enfurece,
    y de la antigua silla de los Incas
    hasta do bate el mar los altos muros
    de la noble heredera de Cartago,
    todo es horror y confusión y estrago.

    En vano ¡oh Dios! del medio
    de las olas civiles, con sorpresa,
    joven, graciosa, de esperanzas llena
    una nueva República aparece,
    cual la diosa de amor y de belleza
    coronada de rosas y azahares,
    con que el ambiente plácido perfuma,
    surgió sobre la hirviente y alba espuma
    del mar nacida a serenar los mares.

    Y en vano sobre el margen populoso
    del rico Tames y bullente Rima,
    en versos numerosos
    canoras voces se alzan despertando
    la Musa de Junín... que el sacro fuego
    de inspiración cesó; lánguido expira,
    y el canto silencioso
    duerme sobre las cuerdas de su lira.

    Mas nunca el Genio muere;
    y con su aliento
    la tierra, el firmamento,
    el mármol y cadáveres anima.

    ¡Ya está dentro de mí!- Veloces vientos,
    anunciad a las gentes
    un nuevo canto de victoria.
    Dadme laurel y palmas y alas esplendentes;
    volvedme el estro santo,
    que ya en el seno siento hervir el canto.

    ¿Adonde huyendo del paterno techo
    corre la juventud precipitada?
    En sus ojos furor, rabia en su pecho,
    y en su mano blandiendo ensangrentada
    un tizón infernal; cual civil Parca
    ciega discurre, tala, y sus horrendas
    huellas en sangre y en cenizas marca.

    Leyes, y patria, y libertad proclaman...
    y oro, sangre, poder... ! ésas sus leyes,
    ésa es la libertad, de que se llaman
    ínclitos vengadores!...

    Y en los enormes montes interpuestos
    y en el soberbio e inexpugnable alcázar,
    que de lejos ostenta
    la Reina del Pacífico opulenta,
    la insolente esperanza
    ponen de triunfo cierto y de venganza.

    Corren al triunfo cierto... y un abismo
    se abrió bajo sus pies... que los horrores
    de tanta sedición, los alaridos
    que entre las ruinas salen, los clamores
    de tantos pueblos íntegros y fieles,
    el rayo concitaron que dormía
    allá en el seno de su nube umbría.

    Ese es el adalid a quien dio el Cielo
    valor, consejo, previsión y audacia:
    Al arduo empeño, a la mayor desgracia
    le sobra el corazón. Todo le cede;
    sirve a su voz la suerte, ante su Genio
    el peligro, espantado retrocede.

    ¡Flores! los pueblos claman;
    y los montes
    que la escena magnífica decoran.
    ¡Flores! repiten sin cesar.
    Los ecos
    ávidos unos a otros se devoran
    y en inquietud perpetua se suceden
    como olas de la mar, Sordos aterran
    la turba pertinaz, que espavorida
    huye, y no sabe dónde -y doquiera
    los ecos la persiguen, y doquiera
    el espectro del héroe la intimida.
    Así cuando una nube repentina
    enluta el cielo, cuando el sol declina
    se afanan los pastores recogiendo
    el rebaño que pace descuidado.

    Mas de improviso
    estalla un trueno horrendo,
    el tímido ganado se aturde,
    se dispersa desoyendo
    del fiel mastín inútiles clamores,
    se pierde en precipicios espantosos,
    que más lo apartan del redil querido;
    y entre tantos horrores
    vagan, tiemblan, caen confundidos
    ganados, y mastines y pastores.

    Oyó la voz doliente de la Patria
    su siempre fiel guerrero,
    y desnudando el invencible acero,
    se avanza; y los valientes capitanes
    en cien lides gloriosos lo rodean,
    y dar paz a la Patria o morir firmes
    sobre la cruz de sus espadas juran...

    El habla: y a su acento
    todo en torno es acción y movimiento.
    Armas, tormentos bélicos... y cuanto
    elemento de guerra y de victoria
    da el suelo, forma el arte, el genio crea
    se apresta, o aparece por encanto

    Gime el yunque, la fragua centellea
    brota naves el mar, tropas la tierra..
    Aquí y allá la juventud se adiestra
    a la terrible y desigual palestra....
    Y el caballo impaciente
    de freno y de reposo,
    se indigna, escarba el suelo polvoroso;
    impávido, insolente
    demanda la señal, bufa, amenaza,
    tiemblan sus miembros,
    su ojos reverbera,
    enarca la cerviz, la alza arrogante
    de prominente oreja coronada,
    y al viento derramada
    la crin luciente de su cuello enhiesto
    ufano da en fantástica carrera
    mil y mil pasos sin salir del puesto.
    Mayor afán, agitación, tumulto
    reina en el bando opuesto.
    Armas les da el furor; la ambición ciega
    constancia... obstinación.
    ¡Cuan impotente
    dio voces la razón!... Y en vano el cielo
    los aterra con signos portentosos.

    Nocturnas sombras vagan por el suelo
    exhalando alaridos lastimosos;
    rayos sanguíneos las tinieblas aran
    en pálido fulgor; y por la noche
    sones terribles de uno al otro extremo
    de la espantosa bóveda se oyeron;
    se hiende el monte, el huracán estalla
    y es todo el aire un campo de batalla.

    Y en medio de la pompa más solemne
    Las imágenes santas derribadas,
    -¡qué horror- del alto pedestal cayeron
    del incienso sacrílego indignadas.

    ¿Veis allás lejos ominosa nube
    cndeando en polvo de revuelta arena,
    que densa se derrama y lenta sube...?
    Allí está Miñarica. La Discordia
    allí sus haces crédulas ordena:
    las convoca, las cuenta, las inflama...
    las inflama... después las desenfrena.

    Flores vuela al encuentro,
    y cuando alzada
    sobre la hostil cerviz resplandecía
    su espada, reconoce sus hermanos;
    lejos de sí la arroja, y les ofrece
    el seno abierto y las inermes manos.

    Mas fiera la facción, se enorgullece:
    razón, ruego, amistad y paz desdeña.
    Triunfa al verse rogada,
    y en ilusión y en arrogancia crece:
    que rara vez clemencia generosa
    el monstruo del furor civil domeña,
    y aun más los viles pechos escandece.
    Tornó el héroe a relumbrar la espada,
    y ésta fue la señal. Los combatientes
    con firme paso y exultantes frentes
    se acorriente, se mezclan... De una parte
    el número y el ímpetu... de la otra
    arte, valor, serenidad, doquiera
    furor y sangre... y a las armas sangre,
    aun más infame que el orín, empaña;
    y los pendones patrios encontrados
    rotos y en sangre flotan empapados.
    Cristados yelmos, miembros palpitantes
    erizan la campaña...
    y los troncos humanos
    se revuelca, amagan,
    e impotentes de herir, siquiera insultan,
    mientras los restos de vital aliento
    entre sus labios macilentos vagan.

    Los antiguos amigos, los hermanos
    se encuentran, se conocen y se abrazan
    con el abrazo de furente saña....

    Ni tregua, ni piedad... ¿ Quién me retira
    de esta escena de horror? -¡Rompe tu lira,
    doliente Musa mía, y antes deja
    por siempre sepultada en noche oscura
    tanta guerra civil! ¡Oh!, tú no seas
    quien a la edad futura
    quiera en durable verso revelarla:
    que si mengua o escándalo resulta,
    honra más la verdad quien más la oculta...

    Como rayo entre nube tormentosa
    serpea fulminando, y veloz huye,
    vuelve a brillar, la tempestad disipa
    y su esplendor al cielo restituye;
    así la espada del invicto Flores
    por entre los espesos escuadrones
    va sin ley cierta, brilla... y desaparecen.

    A los unos aterra su presencia,
    otros piedad clamando, se rindieron,
    y a los que fuertes para huir, huyeron,
    los alcanzó en su fuga la clemencia.

    ¡Salud, oh claro Vencedor! Oh firme
    brazo, columna y gloria de la patria!
    Por tí la asolación, por tí el estruendo
    bélico cesa, y la inspirada Musa
    despertó dando arrebatado canto.
    Por tí la Patria el merecido llanto
    templa al mirar el hecatombe horrendo
    que es precio de la paz. Por tí recobran
    su paz los pueblos y su prez las artes,
    la alma Temis su santo ministerio,
    su antiguo honor los patrios estandartes,
    la Ley su cetro, Libertad su imperio,
    y las sombras de Guachi desoladas
    de su afrenta y dolor quedan vengadas.
    Rey de los Andes, la ardua frente inclina,
    que pasa el Vencedor: a nuestras playas
    dirige el paso victorioso, en tanto
    que el himno sacro la amistad entona,
    y fausta la Victoria le destina
    triunfales pompas en su caro Guayas
    y en este canto espléndida corona.





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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 23 Mar 2015, 07:54

    UN SUEÑO

    Visitome el amor esta noche
    con un dulce, gratísimo sueño:
    yo soñé que a mi angélico dueño
    de este modo empezábale a hablar:
    -Saber puedes las veces que te amo
    si las luces contares del cielo,
    y las hojas que cubren el suelo,
    y las olas que baten la mar...-

    Ella me oye, y gustosa y afable
    corre a mí con el seno entreabierto...
    Mas ¡ay triste!, que al punto despierto,
    y era sombra lo que iba a abrazar.
    Loco, ciego, impaciente, furioso,
    salto luego del lecho gritando:
    -¡Duro amor!, ¡duro amor!, ¿hasta cuándo,
    hasta cuándo me quieres burlar?

    LA REPÚBLICA

    Alza tronos, odiosa tiranía:
    Miseros pueblos, la cerviz doblada,
    Los sostendrán, llamando afortunada
    La suerte vil que los abruma impía.

    Tiende, ostentando audacia y felonía,
    Demagogia, tu garra ensangrentada,
    Y en nombre ¡ ay ! de libertad sagrada,
    Grita á la sociedad: «¡ Presa eres mia !»

    ¿ Y habréis de ser eternos, infernales
    Monstruos lanzados por castigo al suelo,
    Y ante quienes la dicha huye y se aterra í
    No, que apiadado al fin de nuestros males,
    Tornándose al abismo, dirá el cielo:
    « ¡ República inmortal, tuya esla tierra ! »


    Al retrato de un Cupido, dado por Nise

    ¿Dónde corres, Cupido,
    a la luz de tus fuegos,
    seguido de tu madre
    tan alegre y contento?
    Para más bien, y llora:
    no todos son tus siervos;
    la joven que yo adoro
    se resiste a tu imperio.

    Deja ya ese arco flojo
    por el uso y el tiempo,
    ni tu dorada aljaba
    penda de tu hombro bello,
    y apaga de tu tea
    el ya lánguido fuego,
    que la joven que adoro
    se resiste a tu imperio.

    Antes bien busca flechas
    y un arco más certero,
    y o súmete en la tierra,
    o levántate al cielo,
    para encender tu antorcha
    de más activo fuego,
    pues la joven que adoro
    se resiste a tu imperio.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 23 Mar 2015, 18:49

    Al general Lamar

    No fue tu gloria el combatir valiente,  
    ni el derrotar las huestes castellanas;  
    otros también con lanzas inhumanas  
    anegaron en sangre el continente.  


    Gloria fue tuya el levantar la frente  
    en el solio sin crimen, las peruanas  
    layes santificar, y en las lejanas  
    playas morir proscrito o inocente.  


    Surjan del sucio polvo héroes de un día,  
    y tiemble el mundo a sus feroces hechos:  
    pasará al fin su horrenda nombradía.  


    A la tuya los siglos son estrechos,  
    Lamar, porque el poder que te dio el cielo  
    sólo sirvió a la tierra de consuelo.

    Canción I

    Aquel velo misterioso
    que al pudor la noche da,
    es más bello y más hermoso
    que el sol en su claridad.
    Ven, pues, noche, no te tardes,
    ven mis dichas a colmar.

    Allá lejos tras los montes
    escondiéndose el sol va;
    ésta es la hora venturosa
    del placer y de la paz.
    Llega, noche, no te tardes,
    ven mis dichas a colmar.

    Ven, amiga, presurosa,
    que mi amor te espera ya,
    y cada sombra me engaña
    pensando que tú serás.
    Llega, noche, no te tardes,
    ven mis dichas a colmar.


    CanciónII

    Divino encanto,
    si acaso mi llanto
    mueve tu atención,
    cesa en el empeño
    de herir con tu ceño
    al que te hizo dueño
    de su corazón.

    Y si te ofendo,
    ingrata, diciendo
    mi dolencia atroz,
    moriré fino,
    pues ya me convino
    el dulce destino
    de morir por vos.

    Nada dijera
    si callar pudiera
    tan grave dolor.
    Mas nadie sabe
    que siendo tan grave
    en mí ya no cabe
    todo su rigor.

    ¡Ay!, bella ingrata,
    si tu rigor trata
    de abatir mi amor,
    mi pecho amante
    morirá al instante
    con una constante
    desesperación.

    Y si no dejas
    que quepa en mis quejas
    todo tu rigor,
    ingrata bella,
    con dura querella,
    maldigo la estrella
    que a ti me rindió.

    Décimas

    Para templar el calor
    de la estación y la edad,
    me abandonas sin piedad,
    mi hechizo, mi único amor.
    Te engañas, porque el ardor
    de un alma fina y constante,
    si está de su bien distante,
    crece en el agua, en la nieve,
    y sólo templarse debe
    en el seno de un amante.

    Ven, pues, dulce amiga, luego,
    que tú eres la sola fuente
    que puede mi sed ardiente
    saciar, y templar mi fuego.
    En vano buscaré ciego
    más gracia, más perfección,
    otro afecto, otra pasión,
    porque tus ojos divinos
    solos saben los caminos
    que van a mi corazón.


    A un amigo I


    ¿Por qué ha dado tu lira
    tan áspero sonido,
    tu lira que cantaba
    de Filis el favor y los hechizos?

    ¿Acaso murió Filis,
    su amor era fingido,
    o el almo desengaño
    bajó del cielo a darte sus avisos?

    ¿Tu juventud se huyera,
    las canas te han salido,
    o ya la triste ruga
    en tu frente tortuosos surcos hizo?

    ¡Ay no!... pues la edad pasa
    más presta que un navío
    con viento favorable,
    más que el dardo del arco desprendido.

    ¿Qué a la vejez te espera
    de tedios y suspiros,
    insensible a la fuerza
    ya de los ojos negros y del vino?

    En lugar de las rosas
    de que antes te has ceñido,
    verás la sien cercada
    de lirio melancólico y marchito.

    Todo se irá, dejando
    mil recuerdos sombríos;
    la ocasión, pues, no dejes,
    sorprende la ocasión, ¡qué haces, amigo!

    El tiempo te convida
    a navegar: propicio
    está el viento, y el cielo
    sereno está, y el vasto mar tranquilo.

    Navega, pues, que en breve
    todo será peligros,
    se deshará la nave
    y se alzarán violentos torbellinos;

    o en enfadosa calma,
    si no tienes peligros,
    no verás los jardines
    hechiceros de Pafos y de Gnido.

    Vuelva a dar, pues, tu lira
    delicado sonido,
    e inflámense con ellos
    las tímidas doncellas y los niños.

    Mira que presto vuelan
    placeres fugitivos,
    tiende, tiende las redes,
    ninguno escape el lazo ya tendido.

    Si no tienes objetos
    del dulce verso dignos,
    ven a este fértil pueblo,
    hallarás mil Elenas y Calipsos;

    o bien todas las Gracias,
    los Amores unidos
    en los ojos de Nise,
    de mi amor, de mi bien, del dueño mío.

    Los verás, y pasmado
    los amarás conmigo,
    cantarás cual solías
    en tiempo más feliz, de amor herido.

    Sí, cantarás sus ojos,
    causa de mis delirios,
    negros, grandes, rasgados,
    de enroscadas pestañas defendidos.

    Sus ojos celestiales,
    ya lánguidos, ya vivos,
    ya fijos, ya vagantes
    y en su modestia misma tan lascivos.


    A un amigo II



    (Don Gaspar Rico)

    En el nacimiento de su primogénito


    ¡Tanto bien es vivir, que presurosos
    deudos y amigos plácidos rodean
    la cuna del que nace,
    y en versos numerosos
    con felices pronósticos recrean
    la ilusión paternal! Uno la frente
    besa del inocente
    y en ella lee su próspero destino;
    otro, ingenio divino,
    sed de saber y fama
    y de amor patrio la celeste llama
    ve en sus ojos arder; y la ternura,
    el candor y piedad otro divisa
    en su graciosa y plácida sonrisa.

    Pero ¿será feliz?, ¿o serán tantas
    hermosas esperanzas, ilusiones?
    Ilusiones, Risel. Ese agraciado
    niño, tu amor y tu embeleso ahora,
    hombre nace a miseria condenado.
    Vanos títulos son para librarle
    su fortuna, su nombre.
    Mas ¿qué hablo yo de nombre y de fortuna?,
    si su misma virtud y sus talentos
    serán en estos malhadados días
    un crimen sin perdón... La moral pura
    la simple, la veraz filosofía,
    y tus leyes seguir, madre Natura,
    impiedad se dirá. Rasgar el velo
    que la superstición, la hipocresía
    tienden a la maldad; decir que el cielo
    límites ciertos al poder prescribe
    como a la mar; y que la mar insana
    menos desobediente
    es al alto decreto omnipotente:
    impiedad... sedición... Por toda parte,
    la frente erguida, el vicio se pasea,
    llevando por divisa «audacia y arte».
    Tienta, seduce, inflama,
    ni oro, ni afán perdona;
    da a la maldad por galardón la fama,
    se atreve a todo, y triunfa, y se corona.
    ¡Qué escenas, Dios!, ¡qué ejemplos!, ¡qué peligro!
    ¿Y es tanto bien vivir? -¡Siquiera el cielo
    a más serenos días retardará,
    oh niño, tu nacer!, que ahora sólo
    el indigno espectáculo te espera
    de una patria en mil partes lacerada,
    sangre filial brotando por doquiera,
    y, crinada de sierpes silbadoras,
    la discordia indignada
    sacudiendo, cual furia horrible y fea,
    su pestilente y ominosa tea.

    ¡Oh!, ¡si te fuera dado al seno oscuro
    pero dulce y seguro,
    de la nada tornar!... y de este hermoso
    y vivífico sol, alma del mundo,
    no volver a la luz, sino allá cuando
    ceñida en lauro de victoria ostente
    la dulce patria su radiosa frente,
    el astro del saber termine
    su conocido giro al occidente,
    y el culto del arado y de las artes,
    más preciosas que el oro,
    haga reflorecer en lustre eterno,
    candor, riqueza y nacional decoro,
    y leyes de virtud y amor dictando,
    en lazo federal las gentes todas
    adune la alma paz, y se amen todas...
    y ¡oh triunfo!, derrocados
    caigan al hondo abismo
    error, odio civil y fanatismo.

    Traed, cielos, en alas presurosas
    este de expectación hermoso día.
    Entretanto, Risel, cauto refrena
    el vuelo de esperanza y de alegría.
    ¡Oh, cuántas veces una flor graciosa
    que al primer rayo matinal se abría,
    y gloria del vergel la proclamaba
    la turba de los hijos de la Aurora,
    y algún tierno amador la destinaba
    a morir perfumando el casto seno
    de la más bella y más feliz pastora!,
    ¡oh, cuántas veces mustia y desmayada
    no llega a ver el sol, que de improviso
    la abrasa el hielo, el viento la deshoja,
    o quizá hollada por la planta impura
    de una bestia feroz ve su hermosura!

    Empero tu deber, Risel amado,
    ya que te ves alzado
    a la sublime dignidad de padre,
    te manda no temer; antes el fuerte
    pecho contraponer a la violenta
    avenida del mal y de la suerte.
    Virtud, ingenio tienes. Sirva todo,
    no sólo a dirigir la índole tierna
    de tu hijo al bien, que en desunión eterna
    está con la ambición y la mentira,
    sino a purificar en algún modo
    el aire infecto que doquier respira.
    Aprenda de tu ejemplo
    prudencia, no doblez; valor, no audacia;
    moderación en próspera fortuna,
    constante dignidad en la desgracia.
    Porque cuando en el monte se embravece
    hórrida tempestad, el flaco arbusto
    trabajado del ábrego perece,
    mas al humilde suelo nunca inclina
    su excelsa frente la robusta encina,
    antes allá en las nubes señorea
    los elementos en su guerra impía
    y al fulgurante rayo desafía.

    Y tú, mi dulce amiga, cuyo hermoso
    corazón es el ara
    del amor conyugal y la ternura,
    que por seguir y consolar tu esposo,
    en tabla mal segura
    osaste hollar con varonil denuedo
    mares por sus naufragios tan famosas,
    y cortes más que mares procelosas;
    tú, que aun en medio del dolor serena,
    viste abrirse a tus pies la tumba oscura,
    ni asomada a su abismo te espantaste,
    y ansiedad, y amargura,
    en los pesares sólo,
    mal merecidos, de Risel mostraste,
    o cuando el tierno pecho te asaltaba
    dulce memoria de tu patria ausente;
    ¡oh!, entonces no sabías
    que al volver a tu patria y tus amigos
    en premio el cielo a tu virtud guardaba
    lo que negó a diez años de deseos,
    y que madre a tu madre abrazarías.

    Gózate para siempre, amiga mía;
    huyó la nube en tempestad preñada,
    y te amanece bonancible día.
    Éste, éste de la patria el caro suelo,
    éste su dulce y apacible cielo,
    éstos tus lares son. ¿Por qué suspiras?
    No es ya mentido sueño lo qué miras...
    Esa que tierna abrazas es tu madre,
    tú, más feliz que yo, tu madre abrazas...
    mientras yo ¡desdichado!,
    sólo en la tumba abrazaré la mía.

    Tú, sé feliz, y goza ya, segura
    de sobresalto fiero,
    inefable delicia en el cariño
    de este precioso niño,
    primera prenda de tu amor primero.
    Paréceme mirarte embebecida
    en sus ingenuas y festivas gracias;
    y, cuando más absorta, de improviso
    una lágrima ardiente
    de tus ojos brotar... el inocente
    cual si entendiera lo que entonces piensas,
    las manecitas cariñosas tiende,
    abre en sonrisa la encarnada boca
    y el dulce beso maternal provoca.
    Bésale, veces mil, y esta dulzura
    divide con Risel. Sabia Natura
    no te formó al nacer amable, hermosa,
    sino para ser madre y ser esposa.
    Y tú, querido infante, que ignorando
    cuál será tu destino, en la dorada
    blanda cuna te meces,
    y agraciado sonríes
    o ledo te adormeces;
    ya que mirar la luz te ha dado el cielo,
    vive, florece; y tus amigos vean
    que en honor y consuelo
    de tu familia y de tu patria creces.

    Sigue como tus padres alentado
    de la virtud la senda,
    y nada temas; que en cualquier estado
    vive el hombre de bien serenamente
    a una y otra fortuna preparado.
    Y libre, o en cadena, y aun alzada
    sobre su cuello la funesta espada,
    en noble impavidez antes la frente
    a la ceñuda adversidad humilla
    que a un risueño tirano la rodilla.

    Lima, 1817.









    Última edición por Lluvia Abril el Mar 24 Mar 2015, 04:45, editado 2 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 23 Mar 2015, 18:55


    En la muerte
    de doña María de Borbón, princesa de Asturias
    de José Joaquín de Olmedo



    Señor, Señor, el pueblo que te adora,
    bajo el peso oprimido
    de tu cólera santa, gime y llora.
    Ya no hay más resistir: la débil caña
    que fácil va y se mece
    cuando sus alas bate el manso viento,
    se sacude, se quiebra, desparece
    al recio soplo de huracán violento.
    Así tu ira, Señor, bajo las formas
    de asoladora peste y hambre y guerra,
    se derramó por la infeliz España,
    y aquella que llenó toda la tierra
    con hazañas tan dignas de memoria,
    en sus débiles hombros ya ni puede
    sostener el cadáver de su gloria;
    y la que, un tiempo, Reina se decía
    de uno y otro hemisferio,
    y vio besar su planta, y pedir leyes
    a los pueblos humildes y a los reyes,
    llora cual una esclava en cautiverio.

    ¿Y en medio a tantos males,
    olvidas tus cuidados paternales,
    olvidas tu piedad, y hasta nos robas
    la más dulce esperanza
    en la amable Princesa,
    dechado de virtud y de belleza?...
    ¡Oh memorable día
    aquel en que la grande Barcelona,
    saltando el noble pecho de alegría,
    y ufana y orgullosa
    al verse de sus reyes visitada,
    vio la mar espumosa
    besar su alta muralla,
    y deponer después sobre su playa,
    ante el inmenso pueblo que esperaba,
    el precioso tesoro
    que la bella Parténope mandaba!
    Y entre las salvas y festivos vivas,
    la augusta joven pisa ya la tierra,
    que devota, algún día,
    reina, señora y madre le diría.
    Ni se sacian los ojos de mirarla,
    y nadie puede verla sin amarla.
    Llena de noble agrado, y apacible
    y fácil y accesible,
    siembra amor por doquier. Llega y conquista.
    Todos los corazones son ya suyos...
    Malograda Princesa,
    no has muerto sin reinar. Un pueblo entero
    libre te ha obedecido;
    que quien ama obedece,
    y sólo amor merece
    lo que no puede el oro ni el acero.

    ¿Dó están las esperanzas, madre España,
    las altas esperanzas que formaste,
    cuando las bellas ramas
    de un mismo excelso tronco entrelazaste?
    ¿Dó los tiempos pimpollos
    que el tálamo real brotar debiera,
    por cuyas venas la gloriosa sangre
    del domador de Nápoles corriera;
    que de su gloria y nombres herederos,
    y a la sombra del trono
    del grande Carlos y la amable Luisa,
    crecieran, se elevaran
    y feliz perpetuaran
    la sucesión de reyes piadosos,
    benéficos y bravos y guerreros
    y padres de la patria verdaderos?
    ¿Dó, España, fueron tus ardientes votos,
    que ante el altar postrada,
    la noble faz bañada
    en lágrimas de gozo,
    en día tan dichoso
    al cielo religiosa dirigiste?

    Señor, ensordeciste
    a su clamor, y a su llorar cegaste,
    y los ojos tornaste
    llenos de indignación: tembló la tierra,
    y los cielos temblaron;
    todos los elementos cruda guerra
    entre sí concitaron;
    rómpese el aire en rayos encendido;
    retumba en torno el trueno estrepitoso,
    el viento enfurecido
    silba, conturba el mar; y las escuadras
    en su arduo combatir van y se chocan,
    ciegas se mezclan, se destrozan luego,
    y al fondo de la mar de sangre y fuego,
    como la piedra, bajan, desparecen.
    Todos, todos perecen
    confundidos, sin gloria y sin venganza;
    y tu ira sólo triunfa. Después llamas
    al ángel de la muerte, y le señalas
    la digna primogénita de Iberia.
    Él se alza, y reverente,
    velada de temor su faz gloriosa
    con las brillantes alas,
    te oye y ciñe la espada reluciente,
    del Egipto a los hijos ominosa,
    de su sangre aún teñida,
    y vuela a obedecerte...
    Hiere, y cae la víctima inocente,
    víctima de expiación de tus pecados,
    España delincuente,
    y herida cae de aquella misma espada,
    con que una infiel nación fue castigada;
    que al Todopoderoso
    es altamente odioso,
    quizá más que el infiel, su pueblo ingrato.

    En tanto ya los males y dolores,
    soldados indolentes, que militan
    bajo el pendón sombrío de la muerte,
    volteando en torno de la real cabeza
    una tan cara vida amenazaron.
    Sus ojos se anublaron,
    sobre sus labios la sonrisa muere,
    y se sienta la pálida tristeza
    en los ojos, que fueron
    el trono del amor y de las gracias;
    y su pecho, en que ardía
    la viva y casta llama de Fernando,
    se fatiga, se oprime... Un mismo día
    ha visto nuestra dicha
    nacer, crecer, morir; y fue la noche
    de tan alegre día
    la noche de la tumba oscura y fría.

    En vano ¡ay!, cuán en vano
    agotó el arte humano
    su saber, su poder... El alto cielo
    su decreto de muerte dio... y el ángel
    libertador de Isaac retardó el vuelo.

    Cumana Profetisa
    que desde tu honda y misteriosa cueva,
    de furor agitada,
    y en éxtasis sublime enajenada,
    oráculos terribles revelaste,
    ¿por qué no levantaste
    de la tumba, do yaces tantos siglos,
    la venerable frente,
    y la sagrada lengua desatando,
    por qué no presentaste
    los imperios caídos,
    y los cetros rompidos
    sobre el sepulcro triste y pavoroso?,
    y ¿por qué no turbaste
    el gozo de tu Nápoles, (cantando
    el funeral destino que arrastraba
    a las playas ibéricas su hija),
    cuando fió a las olas
    la reina de las gentes españolas?
    Y el luto de tu patria o nunca fuera,
    o, ya previsto mal, menos le hiriera.
    Y tú que, ya cortados
    los lazos que te unían
    al trono y a la vida y a Fernando,
    y tu esfuerzo a los cielos contenían,
    te elevaste segura,
    cual llama hermosa y pura,
    del pábulo terrestre desprendida;
    ve la mísera España
    al extremo dolor abandonada
    el real manto rugado,
    la negra cabellera deslazada,
    y ceñida la frente
    de jacinto al ciprés entrelazado,
    gemir sobre tu losa. Y los gemidos
    su hija América oyendo también gime,
    y triste y desolada
    así suelta la voz apesarada:
    «¡Oh!, ¡qué improviso golpe
    mi herido corazón de nuevo hiere!...,
    vi el monstruo de la guerra
    ya en el antiguo mundo no cabiendo,
    nadar, romper los mares tormentosos;
    y a su terrible aspecto, a su bramido
    espavorida retemblar mi tierra;
    y vi la planta impura
    del ínfido Bretón y codicioso,
    en presencia del cielo,
    manchar mi casto y religioso suelo;
    vi mis campos talados,
    vi profanar mis templos, mis altares,
    vi mis hijos morir... ¡hijos amados!,
    por su patria, su rey, su Dios armados;
    cuyas manos valientes
    sólo al morir soltaron el acero
    bañado en sangre y gloria, único alivio
    de esta viuda infeliz... ¡Carlos!, mis hijos
    murieron ¡ay!, no mueran sin venganza;
    que si vencer los fuertes no pudieron,
    lidiar al menos y morir supieron».

    Suspende, amada patria, tus querellas.
    Sígueme, que en las alas
    del rayo impetuosas,
    cual la reina del aire,
    me lanzo a las mansiones venturosas.
    Las puertas eternales de improviso
    se abrieron... ¿Oyes el armonioso,
    arrebatado canto
    que en torno suena del cordero santo?,
    ¿y entre el sublime y resonante coro,
    cuál se alza fervorosa
    de Antonia la oración, y cuál ofrece
    su juventud, su vida, su martirio,
    por los males del pueblo que ama tanto?
    Ve ya del trono santo
    bajar entre inefables resplandores
    la mirada de paz, y el rayo ardiente
    caerse de la diestra omnipotente.

    Y tú, alado ministro de venganza,
    tú que segaste en flor nuestra esperanza,
    ve a decir a los pueblos enemigos
    que la ira celestial se ha serenado;
    que ya el Señor nos llama sus amigos,
    que él solo nuestra fuerza quebrantaba,
    que hoy su poder conforta nuestro brazo.
    Di que tiemblen, que somos invencibles,
    y que el León ibero,
    la su crespa melena
    erizada, ya rota la cadena,
    rugirá; y al rugido
    huyendo el insular precipitado
    por sus ingratas olas,
    el gran tridente soltará usurpado
    en las tendidas playas españolas.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 24 Mar 2015, 00:20

    Lo cierto y verdad, mi querida amiga, es que no sé cómo lo haces... Yo todavía no terminé de poner un poema cuando tú llevas un número elevado de ellos. Mi felicitación.
    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 24 Mar 2015, 08:13

    Dedicatoria


    A J. R. O.

    Y tú, mi dulce amigo,
    que con la caza alegre
    el afanoso estudio
    alternas y entretienes,
    sigue, sigue gozando
    el placer de los reyes;
    la diosa de los bosques
    su gracia te promete.

    Mas si en la selva umbrosa
    dos palomitas vieres
    acariciarse tiernas,
    el tiro, cruel, suspende;
    perdón a sus caricias,
    y diles cuando vuelen:

    «Si acaso sois de aquellas
    que en Chipre tiran siempre
    el carro de la madre
    del amor y el deleite,
    id allá desaladas,
    palomas inocentes,
    y en vuestro dulce arrullo
    que Venus sola entiende,
    decidle: Tu poeta
    nos libró de la muerte»


    En el álbum de la señorita Grimanesa Althaus
    de José Joaquín de Olmedo



    Díceme un dios que dentro el pecho siento,
    que al nacer se me dio fuego divino,
    sólo porque cantara ¡oh Grimanesa!,
    las gracias, la virtud y la belleza.
    Yo cumplí, no sin gloria, mi destino,
    cuando mi corazón y el alma mía
    en vivo amor y juventud ardía.

    Y en premio de haber sido
    siempre fiel al dulce ministerio,
    el Dios, a cuyo imperio
    se rinden voluntarios,
    la tierra, el cielo, el mar, ha concedido
    su antiguo ardor, su inspiración divina,
    a un genio que fallece oscurecido,
    como el sol que a su ocaso se avecina.

    Y he podido cantar como solía...
    Tuyo es este portento, amiga mía.
    ¡Qué gloria para mí! Ver que este día
    la más graciosa y bella no rehúsa
    ser la corona de mi anciana musa.



    Epitalamio [1]
    de José Joaquín de Olmedo



    Ven Himeneo, ven Himeneo.

    Un feliz joven
    ya dobla el cuello
    al dulce yugo
    de un amor tierno;
    ya en sus altares
    quema el incienso,
    y ardientemente
    clamar le veo:
    Ven Himeneo, ven Himeneo.

    Todos se rinden
    hoy a tu imperio,
    y alegres viven
    con ser tus siervos.
    Sin ti los prados
    quedaran secos,
    ni correrían
    los arroyuelos,
    ni regalaran
    al fácil viento
    las tiernas aves
    con su gorjeo:
    Ven Himeneo, ven Himeneo.

    La virgen tierna,
    fijos al suelo
    tiene los ojos,
    los ojos bellos;
    teme y desea,
    mas bajo el velo
    de la modestia,
    tiene encubierto
    el fuego dulce
    de su deseo.
    Ven Himeneo, ven Himeneo.

    De Amores, Gracias,
    y de tus Genios,
    rodeado baja
    del alto cielo;
    ven, dios amable,
    hijo de Venus,
    da a los amantes
    tu dulce beso;
    sin ti, amor fuera
    criminal fuego,
    ni hubiera casto
    puro recreo.
    Ven Himeneo, ven Himeneo.

    Así cantaba lleno de alegría
    un coro de pastores;
    y un coro de pastoras respondía:
    En un hermoso prado,
    donde la rica Flora
    sus primores y galas atesora,
    un bello altar yo miro consagrado
    al dios de los amores
    y al venturoso y plácido Himeneo.

    El altar coronado
    aparece de flores;
    y las Ninfas y Gracias hechiceras,
    de las más olorosas,
    dos guirnaldas hermosas
    componen placenteras.

    ¡Mil veces venturosas
    las sienes delicadas
    a las cuales un premio tan sagrado
    el cielo en su bondad ha destinado!

    Luego la compañía
    ya el santo altar rodea,
    ya por el verde prado se pasea.
    Los pastores decían:
    Ven Himeneo, ven; ven Himeneo,
    y las tiernas pastoras repetían:
    Ven Himeneo, ven; ven Himeneo,
    ¡Qué dulce alternativa!,
    ¡qué bella perspectiva!,
    ¡qué tocante espectáculo, formado
    al placer de los ojos y del alma!

    Ya las voces sonoras
    se esparcen, se dilatan
    en las alas del viento voladoras.
    Al plácido ruido
    de esta voz delicada,
    parece recibir vida y sentido
    aun la naturaleza inanimada,
    pues a su voz los montes repetían:
    Ven Himeneo, ven; ven Himeneo.

    Fácil el dios desciende rodeado
    de sus Genios parciales,
    que anuncian a lo lejos su venida;
    con su tea encendida
    vienen mil cupiditos retozando
    y festivos cantando
    dulces himnos, canciones celestiales.
    Llegaron al altar, y los zagales
    con ardiente porfía
    se alegran, como nunca se alegraron;
    así cual suele siempre bulliciosa
    la república libre de las aves
    esforzar más los cánticos süaves
    cuando aparece el día,
    y el fiel esposo de la tierna aurora
    con su llama benigna y apacible
    las altas cumbres de los montes dora.

    Toma el dios las guirnaldas en la mano.
    Todos, todos callaron,
    y esperaban ansiosos
    que llegasen los jóvenes dichosos.
    Llegan, y la decente compostura,
    los pasos majestuosos,
    la modesta hermosura
    y ese ánimo tranquilo,
    sin embargo de que arde y de que anhela,
    están diciendo, sin querer decirlo:
    Éste Gonzales es, ésta es Manuela.

    La plácida alegría
    se deja ver del dios en la ancha frente;
    y a la joven esposa
    la corona de rosa,
    y otra corona igual pone al esposo.
    Aquí es más fervoroso
    el cántico del coro enardecido,
    que en dos alas hermosas dividido,
    con plácidos transportes de alegría,
    el dulce y grato nombre
    de Manuela y Gonzales repetía.

    La sonrosada virgen inocente
    aparece vestida
    de un ropaje talar, cuya blancura
    la fe sincera y pura
    del tierno corazón está indicando,
    y entre el amor, el gozo
    y el pudor vacilando,
    ya se acerca al altar como temblando.
    Se le anuda la voz, cuando procura
    pronunciar el solemne juramento;
    solamente su amor en ese instante
    lo descubre su seno palpitante;
    su seno, pues sus ojos hechiceros,
    cual lánguidos luceros
    inmóviles se fijan en la tierra.

    Luego el esposo amante
    mira a la esposa amada
    con ternura indecible... ¡oh, qué mirada!
    y un largo y mudo abrazo
    es el sagrado lazo
    con que estrecha Himeneo
    tan sensibles, tan tiernos corazones,
    enlazada felice,
    y alma Fecundidad la unión bendice.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 28 Mar 2015, 04:33

    Himno de Guayaquil
    Autor:
    Letra: José Joaquín de Olmedo
    Música: Ana Villamil Ycaza
    Año: 1918
    Bandera de Guayaquil.



    Coro

    Saludemos gozosos
    En armoniosos cánticos
    Esta aurora gloriosa
    Que anuncia libertad
    Libertad, libertad!

    I

    ¿Veis esa luz amable
    que raya en el oriente,
    cada vez más luciente
    en gracia celestial?
    Esa es la aurora plácida
    ¡que anuncia libertad!
    Esa es la aurora plácida
    ¡que anuncia libertad!

    II

    Nosotros guardaremos
    con ardor indecible
    tu fuego inextinguible
    ¡oh santa Libertad!
    Como vestales vírgenes
    que sirven a tu altar,
    como vestales vírgenes
    que sirven a tu altar.

    III

    Haz que en el suelo que amas
    florezcan en todas partes
    el culto de las artes
    y el honor nacional.
    Y da con mano pródiga
    los bienes de la paz,
    y da con mano pródiga

    los bienes de la paz.




    EL ARBOL[1]

    la sombra de este árbol venerable
    donde se quiebra y calma,
    la furia de los vientos formidable
    y cuya ancianidad inspira á mi alma
    un respeto sagrado y misterioso;
    cuyo tronco desnudo y escabroso
    un buen asiento rústico me ofrece;
    y que de hojosa magestad cubierto

    es el único rey de este desierto,
    que vastísimo en torno me rodea;
    aquí mi alma desea
    venir á meditar; de aquí mi Musa
    desplegando sus alas vagarosas
    por el aire sutil tenderá el vuelo.
    Ya qual fugaz y bella mariposa
    por la selva florida,
    libre inquieta perdida,
    irá en pos de un clavel, ó de una rosa;
    ya qual paloma blanda y lastimera
    irá á Chipre á buscar su compañera;
    ya quál garza atrevida
    traspasará los mares,
    verá todos los reynos y lugares;
    ó qual águila audaz alzará el vuelo
    hasta el remoto y estrellado cielo.
    ¿No vés quan ricas tornan á sus playas
    de las Indias las naves Españolas
    á pesar de los vientos y las olas?
    Pues muy más rica tornarás, mi Musa,
    de imágenes, de grandes pensamientos,
    y de quantos tesoros de belleza
    contiene en sí la gran naturaleza.
    Y de tu largo vuelo fatigada
    vendrás á descanzar como á seguro
    y deseado puerto,
    á la sombra del árbol del desierto.
    ¡Necio de mí! ¿Qué he visto?
    ¡Quantas veces mejor me hubiera estado
    gozar en grata paz ménos curioso,
    de este ocio dulce, fresco y regalado,

    que ver el espectáculo horroroso
    que la perjura Francia
    de su seno feraz en sediciones,
    en escándalo, ofrece á las naciones!
    ¿Dónde están esas leyes decantadas
    por la justicia y la equidad dictadas?
    ¿Mas qué aprovechan leyes sin virtudes?
    ¿Ni cómo las virtudes celestiales,
    don de Dios el mas puro y mas sagrado,
    han de habitar el corazón malvado
    de un pueblo sedicioso,
    cuyo xefe ambicioso,
    qualquier senda aunque sea
    toda de sangre y crímenes cubierta,
    la cree justa legítima segura,
    si oro, poder y cetro le procura!
    Los pueblos sabios, libres y virtuosos
    en el trono sentaron á las leyes,
    y se postraban á sus pies los reyes.
    Pero el tirano no: sentóse él mismo,
    y las leyes sagradas
    puso á sus pies sacrílegos postradas.
    Y nada perdonó para su intento:
    su valor, su talento,
    aun las virtudes mismas le sirvieron,
    y tenidas en máximas de estado
    su respetable máscara le dieron.
    Viose la religión inmaculada
    hija del cielo noble y generosa,
    sierva de su política insidiosa;
    y el grande protector de la fe santa
    con suma reverencia

    los evangelios en Paris decora
    y el alcoran en el Egipto adora.
    ¡Qué crímenes, que males
    no ha dado la ambicion á los mortales!
    Ella sola es cual llama abrazadora
    que las mieses devora,
    mas la ambicion unida á la fortuna
    es torrente impetuoso,
    que atropellando todo se derrama,
    y devora las mieses y la llama.
    Así á los pueblos se anunció el tirano:
    y esta es la perspectiva aborrecida,
    que ofrecerá á quien ose desrollarle
    el lienzo ensangrentado de su vida.
    En el infausto y execrable día
    en que se vió la libertad francesa
    al carro vencedor en triunfo atada;
    quando al trono de Luis César subía
    en medio del tumulto y la alegría
    de un pueblo esclavo... Bruto
    [2]
    ¿dónde estabas...?
    No es tarde aún; ven, besaré tu mano
    bañada con la sangre del tirano.
    ¡Ay! ¡que la tierra toda estremecida
    tiembla por donde pasa y brota sangre!
    ¡Qué nuevo crimen! ¡Dios! ¡O madre España,
    tu fe pura y entera,
    y tu misma virtud quanto te daña!
    Un corazón virtuoso,

    noble, fiel, generoso,
    no sospecha jamás que se le engañe.
    ¡O traicion inaudita!... Las montañas
    desplómense, y en polvo se deshagan;
    los bramadores y hórridos volcanes
    humo espeso vomiten
    de sus vastas y lóbregas entrañas;
    y densas nubes de humo y polvo encubran
    tan gran maldad del miserable suelo,
    al vengador y poderoso cielo.
    ¡España España! ¡La amistad sagrada,
    la mas dulce necesidad del hombre
    ese placer y celestial encanto,
    ese lazo el más santo
    de las almas, no es mas que un vano nombre
    un nombre sin sentido,
    y una red que el tirano te ha tendido!
    Osó llamar el pérfido á tus reyes
    y dióles como amigos
    de la amistad el osculo fingido;
    y quando en su poder seguros fueron
    tratóles como viles enemigos,
    y expiar les hace en bárbaras prisiones
    el crimen de ser reyes, y Borbones.
    Siervos del crimen, nuestros caros reyes
    volvednos; sí: volvednos nuestros padres,
    los Dioses de la España,
    y venid á quitarlos en campaña.
    Siervos viles del crimen, acordaos
    de la inmortal jornada de Pavía.
    De allí, del mismo campo de batalla
    cautivo y prisionero

    vió entrar Madrid vuestro monarca fiero.
    Imitad, si podeis, tan grande hazaña.
    Este es honor; y si quereis vengaros,
    volvednos nuestros reyes
    y venid á quitarlos en campaña.
    Los siglos pasan nuestra, gloria dura:
    quando á cubriros de un baldon eterno
    la fiel posteridad ya se apresura.
    ¡O Musa, tu que viste
    el furor de la mar estrepitosa,
    y los vientos horrísonos oiste,
    y el fracaso espantoso de las olas,
    tú sola pintar puedes
    el ardor de las armas españolas,
    la ira y zelo con que por todas partes
    va y corre la nacion precipitada
    guerra clamando; y á la voz de guerra,
    como brota la tierra
    y las montañas brotan gente armada
    á la guerra y venganza aparejada!
    Guerra, venganza... Oh ¡quanto á su deseo
    ya tarda en coronarse el Pirineo
    de las pérfidas huestes enemigas!
    Nunca el indio salvage ni el viagero,
    la senda en noche lóbrega perdida,
    tanto del sol ansiaron la salida,
    como impaciente el español espera
    mirar la luz primera
    que le reflexe el enemigo acero.
    ¡O que sed tan violenta
    de tu sangre le abraza y atormenta...!

    Ya en el campo de Marte sanguinoso
    le hará ver que en España,
    para vengar la afrenta
    de Dios, del rey y de la patria santa,
    cada hombre es un soldado,
    y que cada soldado es un Pelayo,
    cada pecho un broquel cada arma un rayo.
    Dios santo y poderoso,
    brazo virtud y gloria en la pelea,
    tú que tocas el monte y luego humea,
    tú que miras la tierra y se estremece,
    toca y mira ese pueblo que en su gloria,
    sin referirla a ti, se ensobervece.
    Tú ó Dios, que á los humildes y á los mansos,
    la posesion has dado de la tierra,
    ay! no permitas que el varon de sangre
    tu nación extermine,
    ni que en la tierra toda desolada,
    cubierto de cadáveres domine.
    Antes tú, que quisiste
    para santificar la justa guerra,
    el Dios de los exércitos llamarte,
    y en tu pueblo caudillos elegiste,
    y su defensa y su victoria fuiste,
    nuestro brazo conforta, y con tu aliento,
    qual huracán violento
    turba las huestes del perjuro bando
    que las sagradas leyes quebrantando
    de amor y de amistad y santa alianza,
    á guerra nos provocan y á venganza.
    Y tú, mi Musa, en tanto
    que el mundo tiemble de furor y espanto,

    y entre los fieros males
    que preceden, que siguen, que acompañan
    á la venganza, la ambición, vacila;
    tú, mi Musa, pacífica y tranquila,
    qual tímida paloma
    que se esconde en su nido
    la tempestad huyendo que ya asoma,
    vendrás á guarecerte,
    mientras lo exija mi destino incierto,
    á la sombra del árbol del desierto.


    1 El Doct. Don José Joaquín Olmedo lleva adelante en esta oda esa sensibilidad á nuestros infortunios, que respira su anterior en las exéquias de la virtuosa princesa María Antonia. U. A.
    2 Bruto asesinó en el senado á César, tirano de la libertad Romana.




    Himno a Diana

    Dedicado al amable cazador, mi amigo J. R. O.


    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que tus leyes sigue,
    tu gracia y favor.

    Ven que tú en los campos
    fuiste la primera
    que agitó las fieras
    y las tiernas aves,
    que cantan suaves
    cuando nace el sol.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Al viento vagaba
    tu libre cabello,
    y del hombro bello
    la aljaba pendía,
    y el pie te lamía
    el can corredor.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Dame las saetas
    de tu arco certero,
    o haz que el plomo fiero
    alcance y traspase
    cuando al monte pase
    el ciervo veloz.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Si al zarzal huyere
    la ágil gallareta,
    con su rastro inquieta
    al diestro sabueso,
    y al tenaz latido,
    del cieno escondido
    salga desalada,
    corra, vuela y caiga,
    aunque alas le añada
    su mismo temor.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Dicen que se goza
    sólo en la ciudad
    de amor, de amistades
    y dulce recreo,
    mas yo en este empleo
    la ciudad olvido,
    su brillo, su ruido,
    y olvido el amor.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Que tú castigaste
    al curioso Acteón,
    que de amor movido
    desnuda te vió.
    Convertido en ciervo
    al punto corrió,
    y los tus sabuesos
    con rabia feroz
    parten a vengarte
    de la injuria atroz.
    El bosque llenaron
    de agudo clamor;
    lo siguen, lo acosan
    con curso veloz,
    parten sus entrañas
    y su corazón.
    Los necios y ciegos
    sigan al Amor,
    y sufran y penen,
    que a Diana amo yo.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Si tú dirigieres
    mi tímida mano,
    ningún tiro vano
    saldrá del cañón;
    y yo te prometo
    con todo el respeto
    de mi corazón
    no cazar jamás
    sin invocarte antes
    con esta canción.

    Ven, hermosa Diana,
    y da al cazador,
    que te ama y te sigue,
    tu ayuda y favor.

    Vamos, compañeros,
    ¿no veis los accesos
    de nuestros sabuesos?,
    vamos con ardor.
    No temáis al frío,
    no temáis al sol,
    que ya volveremos
    cargados, sudosos,
    pero más gloriosos
    que un conquistador.


    Himno para la noche


    Admite, oh Dios, oh Padre,
    los votos y las gracias
    que mi labio te ofrece
    cuando el sol, que es tu imagen, se obscurece.

    ¡Oh, cuántos beneficios
    tu diestra ha derramado
    mientras tu hermoso día
    por el alto cenit resplandecía!

    Con tu luz, recibieron
    tus mares y tus cielos
    y tu tierra florida
    y todo tu universo, acción y vida.

    Entre tanto tu noche
    creciendo va, y al mundo
    le roba con presteza
    su grata animación y su belleza.

    Mas justo es que otros pueblos,
    pues todos son tus hijos,
    gocen de iguales bienes
    que a sus hermanos por acá previenes.

    Haz, pues, tengan reposo
    los miembros fatigados,
    y a nuestra fantasía
    sueños tranquilos solamente envía.

    Y pueda, yo, siquiera
    ser feliz entre sueños,
    viendo, en imagen clara,
    mi dulce patria y mi familia cara.

    Abrace a mis hermanos
    y a mi padre... Y mi madre
    mil caricias me diga,
    me perdone mi culpa y me bendiga.

    Que yo, reconocido,
    te cantaré, a la aurora,
    cuando muera en oriente
    su luz vital y su rosada frente.

    Y mezclaré mis voces
    al trinar de tus aves,
    que saludan al día
    con deliciosa y plácida armonía.



    La palomita

    ¿Dime de dónde vienes?,
    dímelo por tu vida,
    ¿dónde vas?, ¿de quién eres,
    amable palomita?

    -El amoroso Olmedo
    a su Nise me envía,
    a la graciosa Nise,
    su amor y su delicia.
    Yo antes era de Venus,
    y de las más queridas,
    yo su carro tiraba
    y en todo la servía.
    Mas del calor huyendo
    en un estivo día,
    o por buscar la sombra,
    que es del amor amiga,
    con mi amante palomo,
    blanco como yo misma,
    en una selva umbrosa
    entré, y me vi perdida.
    Que un cazador amable
    que allí por caso había
    nos mira, y nos asesta
    su cañón homicida.
    Mas se contuvo luego,
    no sé por qué, y con risa
    como que algo recuerda
    oí que me decía:
    «Si acaso eres de aquellas
    que allá en la Chipre tiran
    el carro de la madre
    de amorosas delicias,
    vuela allá desalada,
    cándida palomita,
    y en tu arrullo que entiende
    sólo Venus divina,
    dile que su poeta
    te libertó la vida».

    Ajena ya del susto
    volé alegre y festiva
    a referirle a Venus
    lo de la selva umbría.
    En su caliente seno
    me acoge y me decía:
    «Ya estás en mi regazo
    ¿qué temes, cuitadilla?,
    no más de susto tiemblen
    tus cándidas alitas.
    Pero yo premiar quiero
    al que debes la vida.
    Ve a mi tierno poeta,
    dile que soy su amiga,
    y ofrécele mi gracia
    y protección divina».

    De entonces dejé a Venus,
    dejé a Chipre por Lima,
    y vine a ser de Olmedo,
    que es la ternura misma.
    De entonces soy su esclava,
    y le sirvo muy fina:
    suya soy, y son suyas
    estas letras que miras.
    Libertad cuando torne
    dijo que me daría:
    mas yo sin él no quiero
    ni libertad ni vida.
    Con mi arrullo le aduermo,
    mi pico le acaricia,
    le cubro con mis alas
    en las mañanas frías.
    Comer quiero, y el grano
    pico en su mano misma;
    y si dormir, me arrulla
    su blanda y dulce lira.

    Pero... ingrato me engaña;
    todo, todo es mentira,
    sus melosas palabras,
    sus besos y caricias.
    Yo estoy, oh pasajero,
    de los celos perdida,
    pues mi amo sólo quiere
    a una niña muy linda;
    y aun conmigo estos versos
    le manda a mi enemiga,
    a la graciosa Nise,
    su amor y su delicia.
    Adiós, sé delicado
    y calles, que la dicha
    de amar y ser amado,
    entre las almas finas,
    crece con el misterio
    mengua con la noticia.
    Y adiós, que me detengo
    más de lo que debía,
    y temo que mi ingrato
    al volver me reciba
    sin ojos placentero,
    sin su amable sonrisa,
    pues el que ama y espera
    con lo menor se irrita.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 28 Mar 2015, 04:55

    Oración de la infancia

    Señor, tu nombre santo
    celebra la voz mía
    en armonioso canto,
    cuando brilla la luz del nuevo día.

    Tú mandaste a tu sol que disipara
    las sombras de la noche, y obediente
    por la inflamada esfera
    emprende su magnífica carrera.

    Vida, belleza, acción, todos los seres
    recobran ya; la tierra se engalana
    de flores, y presenta
    una nueva creación cada mañana.

    Señor, tu nombre santo
    celebra la voz mía
    en armonioso canto,
    cuando brilla la luz del nuevo día.

    El sol llena los cielos,
    y del trono gobierna
    los astros que su marcha
    siguen cumpliendo con su ley eterna.

    Así también, oh Dios, pues el Sol eres
    verdadero del mundo, ocupa, enciende
    todos los corazones,
    y dirige a tu ley nuestras acciones.

    Si te es grata la voz de la inocencia,
    escúchanos, Señor, bajo tus alas
    pon a los que te adoran
    y tu luz, tu piedad, tu gracia imploran.

    Señor, tu nombre santo
    celebra la voz mía
    en armonioso canto,
    cuando brilla la luz del nuevo día.



    Parodia épica


    ¿Ves cuál se precipita en ígneo sulco,
    de la ominosa nube desprendido
    , el rayo asolador, de ronco trueno
    y luz deslumbradora precedido;
    y de las enriscadas, desiguales
    sierras derroca las enormes masas
    de portentosa, horrible pesadumbre,
    que desraigando los añosos robles,
    fuertes encinas y sublimes pinos,
    en derredor los valles asordando,
    con fracaso espantable por las faldas
    ásperas y fragosas saltan, ruedan
    y allá en el hondo abismo se despeñan;
    y a un tiempo los soberbios capiteles,
    que entre nubes de lejos se divisan,
    y valles y collados señorean,
    que el tiempo respetó, con mil estragos
    se desploman y en polvo se deshacen:
    templos, casas, alcázares, palacios,
    do en asiática pompa el lujo ríe,
    la altiva frente rinden, y deshechas
    el suelo besan que antes desdeñaban,
    y sus vastas ruinas portentosas
    grandes, pequeños, ricos, pobres, buenos,
    malos, fuertes y débiles sepultan;
    grito de muerte a las esferas sube,
    un silencio de muerte le sucede?...
    En tanto... en tanto... ¡Oh descripción amiga,
    ya el aliento me falta; otro te siga!



    Proclama del 9 de octubre de 1820

    Guayaquileños:
    El hermoso estandarte de la patria tremola hoy en todos los puntos de esta plaza; un orden sin ejemplo ha reinado en la mutación de Gobierno, y ningún crimen ha manchado el alma generosa de los hijos de la Libertad.
    Guayaquileños:
    La naturaleza ha privilegiado vuestro suelo: malas leyes lo habían esterilizado; pero ahora el soplo del germen de la libertad empezará a cubrirlo de flores y frutos.
    Orden, unión, amor fraternal. Americano o español que ame la patria es nuestro hermano. La opinión es una y general, sostenedla firmes, y cerrad la entrada a todas las sugestiones de la cobardía.

    Guayaquil, octubre 9 de 1820.
    José Joaquín de Olmedo



    Y bien, creo que hasta aquí llegué, con sus últimos momentos y muerte, doy por terminada nuestra exposición, querido Pascual.

    Al lado de su familia, la enfermedad de Olmedo se agrava y muere
    el 19 de Febrero de 1847. La Patria está consternada y el Gobierno de
    Roca declara duelo nacional al perder uno de los hombres más ilustres
    del Ecuador y aún de la América entera. Entre las notas de pesar
    publicadas en los diarios, se destaca la de García Moreno, quien expresa:
    "Dominados y sobrecogidos por la impresión dolorosa que nos ha
    causado el fallecimiento imprevisto del sublime Cantor de Junín y
    Ayacucho, difícilmente podemos expresar una parte siquiera de las
    tristes ideas, de los pensamientos que vagan ahora en nuestra alma
    entristecida. En la margen del Guayas caudaloso vemos una lira de
    oro despedazada sobre una tumba;... en la República toda, el
    desaliento sombrío que infunde una desgracia pública;... y en nuestro
    corazón oprimido de pesar, marchita, muerta una esperanza, ¡una
    esperanza, la única talvez en que a creer nos atrevíamos!".
    En el cementerio de Guayaquil, reposan en una humilde tumba
    los restos del gran hombre, con una inscripción sobre su lápida:
    A DIOS GLORIFICADOR:
    AQUÍ YACE EL DR. JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO:
    FUE EL PADRE DE LA PATRIA,
    EL ÍDOLO DEL PUEBLO:
    POSEYÓ TODOS LOS TALENTOS,
    PRACTICO TODAS LAS VIRTUDES.
    MURIÓ EN EL SEÑOR A LOS 67 AÑOS DE EDAD

    1847
    Más tarde el Concejo Municipal de Guayaquil, colocó una
    lápida, con la siguiente inscripción, en la casa en que vivió y murió
    Olmedo, en la calle que lleva su nombre:
    EN ESTA CASA
    MURIÓ EL ILUSTRE
    GUAYAQUILEÑO
    JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO.
    EL CONCEJO CANTONAL DE 1881
    LE DEDICA ESTE RECUERDO


    En 1882 Guayaquil erigió a Olmedo una hermosa estatua de
    bronce sobre base de granito. La estatua, que es obra del artista
    Falguiére, presenta a Olmedo sobre un sillón en actitud de percibir
    una inspiración, con una pluma en la mano derecha, y el Acta de la
    Independencia de Guayaquil, en la izquierda.
    En la parte delantera de la base, que da al oriente, se ve una lira,
    cuyas cuerdas van entrelazadas con ramas de laurel. Sobre el conjunto
    se lee: A OLMEDO. Al pie de la lira en números romanos, consta el
    año en que se erigió el monumento, que fue como se ha indicado
    en MDCCCCLXXXII. Más abajo, una gran plancha de bronce
    representa la apoteosis de Olmedo


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 28 Mar 2015, 05:33

    Creo que el trabajo de Lluvia es encomiable. Y las connotaciones sociales de la poesía de Olmedo, para el tiempo al que pertenece, ciertas. No tenéis más que recrearos en el Himno a Guayaquil.
    Gracias, Lluvia. Como ya te decía, yo, esta semana, me dedicaré a poesía místico-religiosa. Luego volveré aquí. Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 29 Mar 2015, 01:15

    No te preocupes, cuando puedas por aquí nos vemos-leemos.
    Gracias y besos, poeta.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 30 Mar 2015, 00:21

    Me voy a permitir una licencia. Abandono, por un instante, el hilo conductor establecido entre Lluvia y yo para  exponer de manera simultanea un poema aquí y en poesía místico religiosa. Espero que se entienda. Estamos en lo que conocemos como SEMANA SANTA. En el ámbito religioso en el que nos movemos, es decir el CRISTIANISMO, por SEMANA SANTA se entiende el conjunto de actos que se realizan, de manera anual,  en conmemoración de la PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO. A veces, como en el caso a exponer, la expresión mística y social concurren en una misma petición, en una misma exclamación... En una misma ORACIÓN. En este caso, el PADRE NUESTRO, de MARIO BENEDETTI. Ya se habló de él aquí. Volveremos a hacerlo siguiendo el discurso histórico ya comentado. Pero hoy quiero traerlo aquí y de manera simultanea en el espacio abierto por Ana María di Bert. Gracias, Lluvia. Gracias Ana. Gracias a todos.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Lun 30 Mar 2015, 14:59, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 30 Mar 2015, 00:33

    MARIO BENEDETTI

    "PADRE NUESTRO

    Padre nuestro que estás en los cielos

    con las golondrinas y los misiles

    quiero que vuelvas antes de que olvides

    cómo se llega al sur de Río Grande.

    Padre nuestro que estás en el exilio,

    casi nunca te acuerdas de los míos,

    de todos modos dondequiera que estés

    santificado sea tu nombre

    no quienes santifican en tu nombre

    cerrando un ojo para no ver las uñas

    sucias de la miseria

    en agosto de mil novecientos sesenta

    ya no sirve pedirte

    venga a nos el tu reino

    porque tu reino también está aquí abajo

    metido en los rencores y en el miedo

    en las vacilaciones y en la mugre

    en la desilusión y en la modorra

    en esta ansia de verte pese a todo 

    cuando hablaste del rico

    la aguja y el camello

    y te votamos todos

    por unanimidad para la Gloria

    también alzó su mano el indio silencioso

    que te respetaba pero se resistía

    a pensar hágase su voluntad.

    Sin embargo una vez cada tanto

    tu voluntad se mezcla con la mía

    la domina

    la enciende

    la duplica

    más arduo es conocer cual es mi voluntad

    cuándo creo de verás lo que digo creer

    así en tu omniprescencia(*) como en mi soledad

    así en la tierra como en el cielo

    siempre

    estaré más seguro de la tierra que piso

    que del cielo intratable que me ignora


    pero quién sabe

    no voy a decidir

    que tu poder se haga o se deshaga

    tu voluntad igual se está haciendo en el viento

    en el Ande de nieve

    en el pájaro que fecunda a la pájara

    en los cancilleres que murmullan yes sir

    en cada mano que se convierte en puño

    claro no estoy seguro si me gusta el estilo

    que tu voluntad elige para hacerse

    lo digo con irreverencia y gratitud

    dos emblemas que pronto serán la misma cosa

    lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro

    de cada día y de cada pedacito de día

    ayer nos lo quitaste

    dánosle hoy

    o al menos el derecho de darnos nuestro pan

    no sólo el que era símbolo de Algo

    sino el de miga y cáscara

    el pan nuestro

    ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas

    perdónanos si puedes nuestras deudas

    pero no nos perdones la esperanza

    no nos perdones nunca nuestros créditos

    a más tardar mañana

    saldremos a cobrar a los fallutos

    tangibles y sonrientes forajidos

    a los que tienen garras para el arpa

    y un panamericano temblor con que se enjugan

    la última esculpida que cuelga de su rostro

    poco importa que nuestros acreedores perdonen

    así como nosotros

    una vez

    por error

    perdonamos a nuestros deudores

    todavía

    nos deben como un siglo

    de insomnios y garrote

    como tres mil kilómetros de injurias

    como veinte medallas a Somoza

    como una sola Guatemala muerta

    no nos dejes caer en la tentación

    de olvidar o vender este pasado

    o arrendar una sola hectárea de su olvido

    ahora que es la hora de saber quienes somos

    y han de cruzar el río

    el dolor y su amor contrarrembolso,

    arráncanos del alma el último mendigo

    y líbranos de todo mal de conciencia

    amén." ( PADRENUESTRO.  Mario Benedetti.)


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    POESÍA SOCIAL I (En la primera páqgina hay un índice de autores) - Página 17 Empty Poesia social

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 02 Abr 2015, 00:21

    Dentro de este recorrido histórico que hemos iniciado por la poesía HISPANOAMERICANA, con alguna connotación o carácter social corresponde ahora a un autor (1803 - 1839) que no diremos todavía. Este viaje resulta apasionante; descubrimos lo que desconocíamos por completo: Un río que nos abre su corriente, y va ensanchándose paulatinamente, hasta que desemboquemos en el océano - o en los océanos-  de autores como Nicolás Guillén; Mario Benedetti; Pablo Neruda; Juan Gelman...

    "HIMNO DEL ...

    Reina el sol, y las olas serenas

    corta en torno a la proa triunfante,

    y hondo rastreo de espuma brillante

    va dejando la nave en el mar.

    *¡Tierra!* claman; ansiosos miramos

    al confín del sereno horizonte,

    y a lo lejos descúbrese un monte...

    le conozco...¡Ojos tristes, llorad!



    Es el Pan... En su falda respiran

    el amigo más fino y constante,

    mis amigas preciosas, mi amante...

    ¡Qué tesoros de amor tengo allí!

    Y más lejos, mis dulces hermanas

    y mi madre, mi madre adorada,

    de silencio y dolores cercada

    se consume gimiendo por mí.




    ¡ Cuba, Cuba que vida me diste,

    dulce tierra de luz y hermosura!

    ¡Cuánto sueño de gloria y ventura

    tengo unido a tu suelo feliz !

    ¡ Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,

    hoy me oprime el rigor de mi suerte.

    La opresión me amenaza de muerte

    en los campos do al mundo nací.



    Mas ¿ qué importa que truene el tirano?

    Pobre, sí, pero libre me encuentro.

    Sola el alma del alma es el centro:

    ¿ Qué es el oro sin gloria ni paz?

    Aunque errante y proscripto me miro,

    y me oprime el destino severo;

    por el cetro del déspota ibero

    no quisiera mi suerte trocar.



    Pues perdí la ilusión de la dicha,

    dame ¡oh gloria! tu aliento divino.

    ¿Osaré maldecir mi destino,

    cuando puedo vencer o morir?

    Aún habrá corazones en Cuba

    que me envidien de mártir la suerte,

    y prefieran esplendida muerte

    a su amargo, azaroso vivir.



    De un tumulto de males cercado

    el patriota inmutable y seguro,

    o medita en el tiempo futuro,

    o contempla en el tiempo que fue,

    cual los Andes en luz inundados

    o las nubes superan serenos,

    escuchando a los rayos y truenos

    retumbar hondamente a sus pies.





    ¡ Dulce Cuba! en su seno se miran

    en el grado más alto y profundo,

    las bellezas del físico mundo,

    los horrores del mundo moral.

    Te hizo el cielo la flor de la tierra;

    mas, tu fuerza y destinos ignoras,

    y de España en el déspota adoras

    el demonio sangriento del mal.



    ¿Ya que importa que al cielo te tiendas,

    de verdura perenne vestida,

    y la frente de palmas ceñída

    a los besos ofrezcas del mar,

    si el clamor del tirano insolente,

    del esclavo el gemir lastimoso,

    y el crujir del azote horroroso

    se oye sólo en tus campos sonar?



    Bajo el peso del vicio insolente

    la virtud desfallece oprimida,

    y a los crímenes y oro vendida

    de las leyes la fuerza se ve.

    Y mil necios, que grandes se juzgan,

    con honores a peso comprados,

    el tirano idolatran, postrados

    de su trono sacrílego al pie.



    Al poder el aliento se oponga,

    y a la muerte contraste la muerte:

    la constancia encadena la suerte;

    siempre vence quien sabe morir.

    Enlacemos un nombre glorioso

    de los siglos al rápido vuelo:

    elevemos los ojos al cielo,

    y a los años que están por venir.



    Vale más a la sangre enemiga

    presentar el impávido pecho,

    que yacer de dolor en un lecho,

    y mil muertes muriendo sufrir.

    Que la gloria en las lides anima

    el ardor del patriota constante,

    y circunda con halo brillante

    de su muerte el momento feliz.



    ¿ A la sangre teméis...? En las lides

    vale más derramarla a raudales,

    que arrastrarla en sus torpes canales

    entre vicios, angustias y horror.

    ¿ Qué teméis ? Ni a un sepulcro seguro

    en el suelo infelice cubano.

    ¿ Nuestra sangre no sirve al tirano

    para abono del suelo español?



    Si es verdad que los pueblos no pueden

    existir sino en dura cadena,

    y que el Cielo feroz los condena

    a ignominia y eterna opresión,

    de verdad tan funesta mi pecho

    el horror melancólico abjura,

    por seguir sublime locura

    de Washington y Bruto y Catón.



    ¡Cuba, al fin te verás libre y pura!

    Como el aire de luz que respiras,

    cual las ondas hirvientes que miras

    de tus playas la arena besar.

    Aunque viles traidores te sirvan,

    del tirano es inútil la saña,

    que no en vano entre Cuba y España

    tiende inmenso sus olas el mar!".


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue 02 Abr 2015, 06:18, editado 9 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2015, 02:22

    He vuelto a leer el Padrenuestro, tan de todos, de Benedetti, y te doy las gracias otra vez.
    Y este himno del... también. Supongo que de su autor es el poeta del que vamos a hablar.

    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 02 Abr 2015, 05:26

    Sí, Lluvia. Y seguro que tú ya sabes quién es. Voy a completar el Himno.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2015, 13:46

    Bien, Pascual, te sigo pues.


    1803-1839



    Conocido también como
    El Cantor del Niágara


    Poeta cubano de renombre universal, sin duda el que más fama ha adquirido en Cuba; su "Niágara" lo eleva al rango de los primeros clásicos, sus versos se han reproducido en todos los países civilizados.

    Este poeta
    nació en Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 1803, hijo de José Francisco... y Mercedes H., naturales de Santo Domingo. Teniendo dos años de edad, salió con su familia hacia Pensacola, por haber sido nombrado su padre Asesor de la Intendencia de la Florida Occidental, que era aún posesión de España. En Pensacola fue iniciado en las primeras letras por su padre y aprendió con tal interés que a los tres años sabía leer y escribir. A los siete ya era "apto para estudiar facultades mayores". El padre, doctor en ambos derechos, hombre ilustrado, latinista profundo, le había enseñado con sus lecciones y con su ejemplo a ser honrado y a vivir con austeridad. El hogar fue su única escuela, de costumbres y de saber.

    Nombrado el padre Oidor (magistrado) de la Audiencia de Caracas estuvo el niño seis meses en La Habana y dos años en Santo Domingo hasta que la familia pudo reunirse toda en Venezuela. Fue en los años de 1812 a 1817, de los más terribles de la guerra de independencia americana. Pasaron, en derrotas y triunfos, Francisco de Miranda y Simón Bolívar, y entre los realistas, Boves, Miyares, Morillo, Monteverde.

    Las luchas de Caracas lanzaron al Oidor Heredia hasta México en cuya Audiencia ocupó el cargo de Alcalde del Crimen (juez de instrucción). Por intrigas y delaciones de sus enemigos, que eran los sanguinarios militares de la reconquista, sufrió ese descenso en su carrera judicial, que al fin lo llevó a la muerte joven y en plena producción literaria. Dejó inéditas la "Historia del descubrimiento y conquista de la América" en cuatro tomos, "Del gobierno de la España ultramarina" en dos tomos, y la "Historia filosófica de la revolución de Venezuela". Esta última, publicada mucho después, a fines del siglo, prueba sin quererlo la justicia de los rebeldes americanos.

    En 1820, al morir asesinado en México don José Francisco, no contaba H. diecisiete años. Sus estudios de derecho, que empezó en la Habana y continuó en México, estaban aún sin terminar. Se encontró de súbito con la seria responsabilidad de atender a la manutención de su madre enferma y de cuatro hermanas menores. Regresó a Cuba en 1821 y allí obtuvo a raíz de su llegada el grado de bachiller en leyes. Empezó a ejercer poco después la abogacía y se estableció en al ciudad de Matanzas.

    El proceso que habían de seguir las ideas políticas en Cuba quedó reflejado en las orientaciones sucesivas de la poesía política de H. A los dieciocho años H. confiaba en el advenimiento de un régimen de libertad en España y en todos sus dominios. ¿Cómo no había de confiar en ello el hijo, imberbe aún, del magistrado sin tacha que, a pesar de los sinsabores que recogió como pago de sus servicios al trono vacilante de Fernando VII, nunca maldijo de España y sólo anheló verla libre? ¡España, libre! gritó también H. en una larga oda, al iniciarse el movimiento liberal de 1820. No era su voz la de un separatista, pero sí la de un defensor de la libertad.

    Empero, esta actitud espiritual de vinculación a España no tenía ya en H. más punto de apoyo que el respeto al modo de pensar de su padre "encanecido en la fuerza de la edad". La muerte de su progenitor lo desligó del último escrúpulo que podía quedar en su ánimo para lanzarse al campo de las ideas separatistas. Ya en 1822 anhelaba tener, para dirigirse "A los habitantes de Anáhuac", la "abrasadora voz del vengador Tirteo". Infructuoso le parecía el sacrificio de Hidalgo, de Morelos y de Allende si México acataba la monarquía de Iturbide.

    "No fuí yo sólo: fueron todos los cubanos de mi generación los que aprendieron a sentir a Cuba, a ver sus notas penetrantes, típicas, en la obra de H.

    José Martí

    Un año después H. apareció complicado en la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, como miembro de los Caballeros Racionales, primera de cuantas se inspiraron en el propósito de obtener la independencia de Cuba. No quería H. que el verso fuera su única ofrenda a la libertad. ¡Anhelaba teñir con su sangre la túnica de esa deidad majestuosa y terrible! La mayoría de los conspiradores eran, como él, jóvenes. Soñaban con arrastrar a las turbas con el ímpetu de su verbo, comunicándoles la romántica embriaguez del sacrificio, y veían alzarse en el horizonte de la historia la "Estrella de Cuba", que fue cantada por H. y quedó como símbolo en la bandera nacional.

    Este es el inicio de su gloria, de su inmortalidad. Huyó de los servidores del capitán general Vives y llegó a los Estados Unidos a disfrutar por primera vez de la democracia y a contraer la tuberculosis que destruyó su vida diez y seis años después.

    En los Estados Unidos vivió horas de amargura y sufrimiento. Sus relaciones, que no eran muchas, las constituían principalmente algunos cubanos distinguidos, como el Padre Varela y Tomás Gener. La estación invernal hizo estragos en sus débiles pulmones. El país no le era grato. Le era imposible adaptarse a aquel ambiente, para él exótico. Le entusiasmaba la figura de Washington, a quien consagró una semblanza en prosa y una oda; admiraba las instituciones políticas de la nación norteamericana, porque era partidario de la forma republicana de gobierno; pero la vida y las costumbres de los Estados Unidos le arrancaron más de una vez acres comentarios. El idioma inglés, que logró aprender con dificultad, antojábasele "excecrable jerigonza". "Tan solo escucho de extranjero idioma los bárbaros sonidos", decía en su epístola "A Emilia", escrita "desde el suelo fatal" de su destierro. En ninguna composición sintetizó mejor sus nostalgias de desterrado.

    En el exilio escribió la oda al Niágara, junto a la enorme y rugiente catarata, y allí supo algún tiempo más tarde que había sido condenado a destierro, lo que impedía su regreso a Cuba. Año y medio vivió en los Estados Unidos, publicando, en 1825, la primera edición de sus poesías. En el mismo año, aceptó la oferta del Presidente Guadalupe Victoria y volvió a México, para ser allí, como dijo él, juez, magistrado, periodista, político, tribuno, guerrero, tipógrafo, maestro, historiador, jurisperito, y morir en aquella tierra, después de una corta permanencia en Cuba al lado de su madre. "Vuelta al Sur" puso por título a la composición, rebosante de fervor patriótico, que escribió al abandonar las playas norteamericanas. El buque que lo conducía cruzó frente a las costas de Cuba, donde estaba vedado a H. poner la planta.

    México fue para él campo de lucha y de esfuerzos. Allí siguió conspirando en favor de la independencia de su patria: en 1829 la Justicia colonial española lo condenó, en contumacia, a la pena de muerte, por hallarse complicado en la conspiración del Águila Negra que desde México se tramaba. En México formó Heredia su hogar uniendo su destino, en septiembre de 1827, al de Jacoba Yáñez, hija de un magistrado de la audiencia, Isidro Yáñez, que fue excelente amigo de don José Francisco. Publicó en Toluca (1832) la segunda edición de sus poesías, que ofrendó a su esposa con la misma devoción con que el navegante que se ve libre del naufragio.

    H. fue empleado de la administración pública de México apenas llegó, pero a poco, como si estuviera llamado a perpetuar allí la tradición paterna, fue nombrado juez; más tarde, fiscal; y por último Ministro de la Audiencia. Su rectitud en el desempeño de esos cargos y su laboriosidad constante le dieron alto prestigio. Consagró también su talento a la enseñanza pública: fue catedrático de literatura y de historia, y rector del Instituto Mexicano.

    No podía un espíritu inquieto como el de H. mostrarse indiferente ante la evolución política del país que lo adoptaba como hijo. Fue diputado, y sólo alzó la voz para defender —como Andrés Quintana Roo, su hermano en ideas y en nobleza de corazón— el respeto a las libertades humanas. Cuando creyó que no podía cumplir decorosamente su misión, renunció al cargo. Más de una vez juzgó necesario aceptar las responsabilidades de una aventura revolucionaria, pero jamás consideró que el triunfo de su grupo o de su partido lo obligaba a aceptar en un gobierno de amigos los errores que había combatido en sus contrarios. Los caudillos que lo tuvieron a su lado en la hora del peligro y de las reivindicaciones violentas, no lograron sumarlo, después del triunfo, a la camarilla que los aplaudía en el abuso del mando.

    Durante su corta permanencia en Cuba —del 4 de noviembre de 1836 al 15 de enero de 1837—, éste, siempre vigilado y amenazado a pesar de esas declaraciones, sufrió amarguras y aún humillaciones. Nada de cuanto vio entonces podía inducirlo a preferir la continuación del régimen colonial a la inestabilidad y los extravíos de toda nacionalidad en formación. En otro tiempo su espíritu vehemente habría estallado en yambos de indignación; pero el poeta civil había enmudecido ya. La fe que aprendió de niño inspiró sus Últimos versos.

    Murió el cantor del Niágara sublime en la ciudad de México, con 35 años de edad, el 7 de mayo de 1839, y es enterrado ese mismo día en el panteón del Santuario de María Santísima de los Angeles, trasladándose sus restos al cementerio de Santa Paula, a los cinco años, y posteriormente, por clausura de esta necrópolis, a la fosa común del cementerio de Tepellac.

    "Es el poeta del fracaso, de la rebelión sofocada; en el mejor de los casos, el desdichado profeta de la libertad, el autor de los versos que habían de repetir sus compatriotas durante setenta años para animarse con ellos al esfuerzo y al sacrificio."
    Pedro Henríquez Ureña



    Lo más significativo de su obra poética, desde el punto de vista estético, se halla en sus cantos inspirados en la naturaleza; principalmente en sus odas tituladas "En el Teocalli de Cholula" y "Niágara".

    La primera, escrita a los diecisiete años, canta la exuberancia de la tierra mejicana, variada hasta condensar todas las vegetaciones de todos los climas. Sentado al pie de la pirámide, contempla el poeta el color y la fecundidad de las campiñas, que contrastan con las nevadas cimas de los volcanes; la noche le sorprende mientras rememora las grandezas del pasado azteca, cuyo poder había desaparecido, en tanto que las montañas continúan enhiestas. Surge entonces la duda: tal vez un día caerán también, porque "todo perece por ley universal". Es impresionante esta composición por su elevación y por su sentido poético, que hizo apreciarla a Menéndez y Pelayo como "poesía de puesta de sol".

    El "Niágara" (que es la más célebre de sus poesías ) denota más tensión lírica, inspiración arrebatada y espontánea, entusiasmo ardiente, verbo inflamado, vigor de colorido. Fue escrita en 1824. El cantor desborda su fervor ante el espectáculo grandioso, y lo exalta, expresando cómo siente estremecida su sensibilidad. Afirma que en aquel paisaje Dios mismo se mira, y que los vapores de oro de la catarata, elevados hasta las nubes, son como ofrendas perennes de la Divinidad. Con pinceladas magistrales describe la caída de las aguas y analiza las emociones que se suceden en su espíritu, hasta evocar la patria, doliéndose de no hallar allí las palmas y lamentando su soledad de desterrado. Finaliza despidiéndose del Niágara y anhelando lo que la posteridad se ha encargado de satisfacer: que todo viajero ante la catarata, le recuerde. Son dos obras maestras de la literatura universal.

    H.  ocupa lugar primordial en la poesía patriótica, y sus cantos inspirados en los ideales de Cuba, fueron el punto de partida de esta fase de nuestra poesía, durante la primera mitad del siglo XIX. "El Himno del Desterrado", la epístola "A Emilia", "La Estrella de Cuba", entrañan sus ansias por una patria de igualdad sincera, de respeto, de seguridad, de garantía para todos. Llama la atención en esta cuerda de la lira de H., cómo supo expresar sus ideas de ardiente separatismo, sin perder nunca el buen gusto literario, ni caer en denostaciones chocarreras, ni declamaciones chocantes, ni ripios detestables. Su poesía patriótica dignifica el tema y enfebrece al propio tiempo la pasión de la libertad.

    Excelente fue también  como traductor; y no sólo en la lírica (en que hizo magníficas versiones de Byron, Millevoye, Goethe, Foscólo, Ossian, Delavigne, etc.) sino en la dramática (Voltaire, André Chenier, Jouy, Ducis) la que también cultivó con algunas obras originales. Poseyó una prosa elegante y correcta, puesta de manifiesto en trabajos críticos, en obras históricas, como biografías y sus Lecciones de Historia Universal (siguiendo el plan del profesor inglés Tytler); en cartas literarias sencillamente deliciosas y en discursos que revelan al estadista. También hizo notables traducciones en prosa, como novelas de Walter Scott y de Thomas Moore y discursos de Daniel Webster.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2015, 17:17

    ODA AL NIÁGARA

    Templad mi lira, dádmela, que siento
    En mi alma estremecida y agitada
    Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
    En tinieblas pasó, sin que mi frente
    Brillase con su luz...! Niágara undoso,
    Tu sublime terror sólo podría
    Tornarme el don divino, que ensañada
    Me robó del dolor la mano impía.

    Torrente prodigioso, calma, calla
    Tu trueno aterrador: disipa un tanto
    Las tinieblas que en torno te circundan;
    Déjame contemplar tu faz serena,
    Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
    Yo digno soy de contemplarte: siempre
    Lo común y mezquino desdeñando,
    Ansié por lo terrífico y sublime.

    Al despeñarse el huracán furioso,
    Al retumbar sobre mi frente el rayo,
    Palpitando gocé: vi al Oceano,
    Azotado por austro proceloso,
    Combatir mi bajel, y ante mis plantas
    Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
    Mas del mar la fiereza
    En mi alma no produjo
    La profunda impresión que tu grandeza.

    Sereno corres, majestuoso; y luego
    En ásperos peñascos quebrantado,
    Te abalanzas violento, arrebatado,
    Como el destino irresistible y ciego.
    ¿Qué voz humana describir podría
    De la sirte rugiente
    La aterradora faz? El alma mía
    En vago pensamiento se confunde
    Al mirar esa férvida corriente,
    Que en vano quiere la turbada vista
    En su vuelo seguir al borde oscuro
    Del precipicio altísimo: mil olas,
    Cual pensamiento rápidas pasando,
    Chocan, y se enfurecen,
    Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
    Y entre espuma y fragor desaparecen.

    ¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
    Devora los torrentes despeñados:
    Crúzanse en él mil iris, y asordados
    Vuelven los bosques el fragor tremendo.
    En las rígidas peñas
    Rómpese el agua: vaporosa nube
    Con elástica fuerza
    Llena el abismo en torbellino, sube,
    Gira en torno, y al éter
    Luminosa pirámide levanta,
    Y por sobre los montes que le cercan
    Al solitario cazador espanta.

    Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
    Con inútil afán? ¿Por qué no miro
    Alrededor de tu caverna inmensa
    Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
    Que en las llanuras de mi ardiente patria
    Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
    Y al soplo de las brisas del Océano,
    Bajo un cielo purísimo se mecen?

    Este recuerdo a mi pesar me viene...
    Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
    Ni otra corona que el agreste pino
    A tu terrible majestad conviene.
    La palma, y mirto, y delicada rosa,
    Muelle placer inspiren y ocio blando
    En frívolo jardín: a ti la suerte
    Guardó más digno objeto, más sublime.
    El alma libre, generosa, fuerte,
    Viene, te ve, se asombra,
    El mezquino deleite menosprecia,
    Y aun se siente elevar cuando te nombra.

    ¡Omnipotente Dios! En otros climas
    Vi monstruos execrables,
    Blasfemando tu nombre sacrosanto,
    Sembrar error y fanatismo impío,
    Los campos inundar en sangre y llanto,
    De hermanos atizar la infanda guerra,
    Y desolar frenéticos la tierra.

    Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
    En grave indignación. Por otra parte
    Vi mentidos filósofos, que osaban
    Escrutar tus misterios, ultrajarte,
    Y de impiedad al lamentable abismo
    A los míseros hombres arrastraban.
    Por eso te buscó mi débil mente
    En la sublime soledad: ahora
    Entera se abre a ti; tu mano siente
    En esta inmensidad que me circunda,
    Y tu profunda voz hiere mi seno
    De este raudal en el eterno trueno.

    ¡Asombroso torrente!
    ¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
    Y de terror y admiración me llena!
    ¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
    Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
    ¿Qué poderosa mano
    Hace que al recibirte
    No rebose en la tierra el Oceano?

    Abrió el Señor su mano omnipotente;
    Cubrió tu faz de nubes agitadas,
    Dio su voz a tus aguas despeñadas,
    Y ornó con su arco tu terrible frente.
    ¡Ciego, profundo, infatigable corres,
    Como el torrente oscuro de los siglos
    En insondable eternidad...! ¡Al hombre
    Huyen así las ilusiones gratas,
    Los florecientes días,
    Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
    Yace mi juventud; mi faz, marchita;
    Y la profunda pena que me agita
    Ruga mi frente, de dolor nublada.

    Nunca tanto sentí como este día
    Mi soledad y mísero abandono
    y lamentable desamor... ¿Podría
    En edad borrascosa
    Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
    Mi cariño fijase,
    Y de este abismo al borde turbulento
    Mi vago pensamiento
    Y ardiente admiración acompañase!
    ¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
    De leve palidez, y ser más bella
    En su dulce terror, y sonreírse
    Al sostenerla mis amantes brazos...!
    ¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
    Sin patria, sin amores,
    Sólo miro ante mí llanto y dolores!

    ¡Niágara poderoso!
    ¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
    Ya devorado habrá la tumba fría
    A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
    Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
    Viéndote algún viajero,
    Dar un suspiro a la memoria mía!
    Y al abismarse Febo en occidente,
    Feliz yo vuele do el Señor me llama,
    Y al escuchar los ecos de mi fama,
    Alce en las nubes la radiosa frente.


    La Estrella de Cuba

    ¡Libertad! ya jamás sobre Cuba
    Lucirán tus fulgores divinos.
    Ni aún siquiera nos queda ¡mezquinos!
    De la empresa sublime el honor.
    ¡Oh piedad insensata y funesta!
    ¡Ay de aquel que es humano, y conspira!
    Largo fruto de sangre y de ira
    Cogerá de su mísero error.

    Al sonar nuestra voz elocuente
    Todo el pueblo en furor se abrasaba,
    Y la estrella de Cuba se alzaba
    Más ardiente y serena que el sol.
    De traidores y viles tiranos
    Respetamos clementes la vida,
    Cuando un poco de sangre vertida
    Libertad nos brindaba y honor.

    Hoy el pueblo, de vértigo herido,
    Nos entrega al tirano insolente,
    Y cobarde y estólidamente
    No ha querido la espada sacar.
    ¡Todo yace disuelto, perdido...!
    Pues de Cuba y de mí desespero,
    Contra el hado terrible, severo,
    Noble tumba mi asilo será.

    Nos combate feroz tiranía
    Con aleve traición conjurada,
    Y la estrella de Cuba eclipsada
    Para un siglo de horror queda ya.
    Que si un pueblo su dura cadena
    No se atreve a romper con sus manos,
    Bien le es fácil mudar de tiranos,
    Pero nunca ser libre podrá.

    Los cobardes ocultan su frente,
    La vil plebe al tirano se inclina,
    Y el soberbio amenaza, fulmina,
    Y se goza en victoria fatal.
    ¡Libertad! A tus hijos tu aliento
    En injusta prisión más inspira;
    Colgaré de sus rejas mi lira,
    Y la Gloria templarla sabrá.

    Si el cadalso me aguarda, en su altura
    Mostrará mi sangrienta cabeza
    Monumento de hispana fiereza,
    Al secarse a los rayos del sol.
    El suplicio al patriota no infama;
    Y desde él mi postrero gemido
    Lanzará del tirano al oído
    Fiero voto de eterno rencor.
    ......................................................................


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


    "Mafalda"
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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2015, 17:23

    En el Teocalli de Cholula

    ¡Cuánto es bella la tierra que habitaban,
    los aztecas valientes! En su seno
    en una estrecha zona concentrados,
    con asombro se ven todos los climas
    que hay desde el Polo al Ecuador. Sus llanos
    cubren a par de las doradas mieses
    las cañas deliciosas. El naranjo
    y la piña y el plátano sonante,
    hijos del suelo equinoccial, se mezclan
    a la frondosa vid, al pino agreste,
    y de Minerva el árbol majestoso.

    Nieve eternal corona las cabezas
    de Iztaccihual purísimo, Orizaba
    y Popocatepetl, sin que el invierno,
    toque jamás con destructora mano
    los campos fertilísimos, do ledo
    los mira el indio en púrpura ligera
    y oro teñirse, reflejando el brillo
    del sol en occidente, que sereno
    en yelo eterno y perennal verdura
    a torrentes vertió su luz dorada,
    y vio a Naturaleza conmovida
    con su dulce calor hervir en vida.

    Era la tarde; su ligera brisa
    las alas en silencio ya plegaba,
    y entre la hierba y árboles dormía,
    mientras el ancho sol su disco hundía
    detrás de Iztaccihual. La nieve eterna,
    cual disuelta en mar de oro, semejaba
    temblar en torno de él; un arco inmenso
    que del empíreo en el cenit finaba,
    como espléndido pórtico del cielo,
    de luz vestido y centellante gloria,
    de sus últimos rayos recibía
    los colores riquísimos. Su brillo
    desfalleciendo fue; la blanca luna
    y de Venus la estrella solitaria
    en el cielo desierto se veían.
    ¡Crepúsculo feliz! Hora más bella
    que la alma noche o el brillante día,
    ¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!

    Hallábame sentado en la famosa
    cholulteca pirámide. Tendido
    el llano inmenso que ante mí yacía,
    los ojos a espaciarse convidaba.
    ¡Qué silencio! ¡Qué paz! ¡Oh! ¿Quién diría
    que en estos bellos campos reina alzada
    la bárbara opresión, y que esta tierra
    brota mieses tan ricas, abonada
    con sangre de hombres, en que fue inundada
    por la superstición y por la guerra...?

    Bajó la noche en tanto. De la esfera
    el leve azul, oscuro y más oscuro
    se fue tornando; la movible sombra
    de las nubes serenas, que volaban
    por el espacio en alas de la brisa,
    era visible en el tendido llano.

    Iztaccihual purísimo volvía
    del argentado rayo de la luna
    el plácido fulgor, y en el oriente,
    bien como puntos de oro centellaban
    mil estrellas y mil... ¡Oh! ¡Yo os saludo,
    fuentes de luz, que de la noche umbría
    ilumináis el velo,
    y sois del firmamento poesía!

    Al paso que la luna declinaba,
    y al ocaso fulgente descendía,
    con lentitud la sombra se extendía
    del Popocatepetl, y semejaba
    fantasma colosal. El arco oscuro
    a mí llegó, cubrióme, y su grandeza
    fue mayor y mayor, hasta que al cabo
    en sombra universal veló la tierra.

    Volví los ojos al volcán sublime,
    que velado en vapores transparentes,
    sus inmensos contornos dibujaba
    de occidente en el cielo.
    ¡Gigante del Anáhuac! ¿Cómo el vuelo
    de las edades rápidas no imprime
    alguna huella en tu nevada frente?

    Corre el tiempo veloz, arrebatando
    años y siglos, como el norte fiero
    precipita ante sí la muchedumbre
    de las olas del mar. Pueblos y reyes
    viste hervir a tus pies, que combatían
    cual hora combatimos, y llamaban
    eternas sus ciudades, y creían
    fatigar a la tierra con su gloria.

    Fueron: de ellos no resta ni memoria.
    ¿Y tú eterno serás? Tal vez un día
    de tus profundas bases desquiciado
    caerás; abrumará tu gran ruina
    al yermo Anáhuac; alzaránse en ella
    nuevas generaciones, y orgullosas,
    que fuiste negarán...

    Todo perece
    por ley universal. Aun este mundo
    tan bello y tan brillante que habitamos,
    es el cadáver pálido y deforme
    de otro mundo que fue...

    En tal contemplación embebecido
    sorprendióme el sopor. Un largo sueño
    de glorias engolfadas y perdidas
    en la profunda noche de los tiempos,
    descendió sobre mí. La agreste pompa
    de los reyes aztecas desplegóse
    a mis ojos atónitos. Veía
    entre la muchedumbre silenciosa
    de emplumados caudillos levantarse
    el déspota salvaje en rico trono,
    de oro, perlas y plumas recamado;
    y al son de caracoles belicosos
    ir lentamente caminando al templo
    la vasta procesión, do la aguardaban
    sacerdotes horribles, salpicados
    con sangre humana rostros y vestidos.

    Con profundo estupor el pueblo esclavo
    las bajas frentes en el polvo hundía,
    y ni mirar a su señor osaba,
    de cuyos ojos férvidos brotaba
    la saña del poder.

    Tales ya fueron
    tus monarcas, Anáhuac, y su orgullo,
    su vil superstición y tiranía
    en el abismo del no ser se hundieron.

    Sí, que la muerte, universal señora,
    hiriendo a par al déspota y esclavo,
    escribe la igualdad sobre la tumba.
    Con su manto benéfico el olvido
    tu insensatez oculta y tus furores
    a la raza presente y la futura.

    Esta inmensa estructura
    vio a la superstición más inhumana
    en ella entronizarse. Oyó los gritos
    de agonizantes víctimas, en tanto
    que el sacerdote, sin piedad ni espanto,
    les arrancaba el corazón sangriento;
    miró el vapor espeso de la sangre
    subir caliente al ofendido cielo,
    y tender en el sol fúnebre velo,
    y escuchó los horrendos alaridos
    con que los sacerdotes sofocaban
    el grito del dolor.

    Muda y desierta
    ahora te ves, pirámide. ¡Más vale
    que semanas de siglos yazcas yerma,
    y la superstición a quien serviste
    en el abismo del infierno duerma!
    A nuestros nietos últimos, empero,
    sé lección saludable; y hoy al hombre
    que ciego en su saber fútil y vano
    al cielo, cual Titán, truena orgulloso,
    sé ejemplo ignominioso
    de la demencia y del furor humano.


    A Emilia

    Desde el suelo fatal de su destierro
    tu triste amigo, Emilia deliciosa,
    te dirige su voz; su voz que un día
    en los campos de Cuba florecientes
    virtud, amor y plácida esperanza
    cantó felice, de tu bello labio
    mereciendo sonrisa aprobadora,
    que satisfizo su ambición. Ahora
    sólo gemir podrá la triste ausencia
    de todo lo que amó, y enfurecido
    tronar contra los viles y tiranos
    que ajan de nuestra patria desolada
    el seno virginal. Su torvo ceño
    mostróme el despotismo vengativo,
    y en torno de mi frente, acumulada
    rugió la tempestad. Bajo tu techo
    la venganza burlé de los tiranos.
    Entonces tu amistad celeste, pura,
    mitigaba el horror a las insomnias
    de tu amigo proscripto y sus dolores.
    Me era dulce admirar tus formas bellas
    y atender a tu acento regalado,
    cual lo es al miserable encarcelado
    el aspecto del cielo y las estrellas.

    Horas indefinibles, inmortales,
    de angustia tuya y de peligro mío,
    ¡Cómo volaron! Extranjera nave
    arrebatóme por el mar sañudo,
    cuyas oscuras turbulentas olas
    me apartan ya de playas españolas.

    Heme libre por fin: heme distante
    de tiranos y siervos. Mas, Emilia,
    ¡Qué mudanza cruel! Enfurecido
    brama el viento invernal: sobre sus alas
    vuela y devora el suelo desecado
    el yelo punzador. Espesa niebla
    vela el brillo del sol, y cierra el cielo,
    que en dudoso horizonte se confunde
    con el oscuro mar. Desnudos gimen
    por doquiera los árboles la saña
    del viento azotador. Ningún ser vivo
    se ve en los campos. Soledad inmensa
    reina, y desolación, y el mundo yerto
    sufre el invierno cruel la tiranía.

    ¿Y es ésta la mansión que trocar debo
    por los campos de luz, el cielo puro,
    la verdura inmortal y eternas flores
    y las brisas balsámicas del clima
    en que el primero sol brilló a mis ojos,
    entre dulzura y paz...? Estremecido
    me detengo, y agólpanse a mis ojos
    lágrimas de furor... ¿Qué importa? Emilia,
    mi cuerpo sufre, pero mi alma fiera
    con noble orgullo y menosprecio aplaude
    su libertad. Mis ojos doloridos
    no verán ya mecerse de la palma
    la copa gallardísima, dorada
    por los rayos del sol en occidente;
    ni a la sombra de plátano sonante
    el ardor burlaré de mediodía,
    inundando mi faz en la frescura
    que espira el blando céfiro. Mi oído,
    en lugar de tu acento regalado,
    o del eco apacible y cariñoso
    de mi madre, mi hermana y mis amigas,
    tan sólo escucha de extranjero idioma
    los bárbaros sonidos: pero al menos
    no lo fatiga del tirano infame
    el clamor insolente, ni el gemido
    del esclavo infeliz, ni del azote
    el crujir execrable, que emponzoñan
    la atmósfera de Cuba. ¡Patria mía,
    idolatrada patria! tu hermosura
    goce el mortal en cuyas torpes venas
    gire con lentitud la yerta sangre,
    sin alterarse al grito lastimoso
    de la opresión. En medio de tus campos
    de luz vestidos y genial belleza,
    sentí mi pecho férvido agitado
    por el dolor, como el océano brama
    cuando le azota el norte. Por las noches,
    cuando la luz de la callada luna
    y del limón el delicioso aroma
    llevado en alas de la tibia brisa
    a voluptuosa calma convidaban,
    mil pensamientos de furor y sana
    entre mi pecho hirviendo, me nublaban
    el congojado espíritu, y el sueño
    en mi abrasada frente no tendía
    sus alas vaporosas. De mi patria
    bajo el hermoso desnublado cielo,
    no pude resolverme a ser esclavo,
    ni consentir que todo en la Natura
    fuese noble y feliz, menos el hombre.
    miraba ansioso al cielo y a los campos
    que en derredor callados se tendían,
    y en mi lánguida frente se veían
    la palidez mortal y la esperanza.

    Al brillar mi razón, su amor primero
    fue la sublime dignidad del hombre,
    y al murmurar de «Patria» el dulce nombre,
    me llenaba de horror el extranjero.
    ¡Pluguiese al Cielo, desdichada Cuba,
    que tu suelo tan sólo produjese
    hierro y soldados! ¡La codicia ibera
    no tentáramos, no! Patria adorada,
    de tus bosques el aura embalsamada
    es al valor, a la virtud funesta.
    ¿Cómo viendo tu sol radioso, inmenso,
    no se inflama en los pechos de tus hijos
    generoso valor contra los viles
    que te oprimen audaces y devoran?

    ¡Emilia! ¡dulce Emilia! la esperanza
    de inocencia, de paz y de ventura
    acabó para mí. ¿Qué gozo resta
    al que desde la nave fugitiva
    en el triste horizonte de la tarde
    hundirse vio los montes de su patria
    por la ¿postrera vez? A la mañana
    alzóse el sol, y me mostró desiertos
    el firmamento y mar... ¡Oh! ¡cuan odiosa
    me pareció la mísera existencia!
    Bramaba en torno la tormenta fiera
    y yo sentado en la agitada popa
    del náufrago bajel, triste y sombrío,
    los torvos ojos en el mar fijando,
    meditaba de Cuba en el destino,
    y en sus tiranos viles, y gemía,
    y de rubor y cólera temblaba,
    mientras el viento en derredor rugía,
    y mis sueltos cabellos agitaba.

    ¡Ah! también otros mártires... ¡Emilia!
    doquier me sigue en ademán severo
    del noble Hernández la querida imagen.
    ¡Eterna paz a tu injuriada sombra,
    mi amigo malogrado! Largo tiempo
    el gran flujo y reflujo de los años
    por Cuba pasará, sin que produzca
    otra alma cual la tuya, noble y fiera.
    ¡Víctima de cobardes y tiranos,
    descansa en paz! Si nuestra patria ciega,
    su largo sueño sacudiendo, llega
    a despertar a libertad y gloria,
    honrará, como debe, tu memoria.

    ¡Presto será que refulgente aurora
    de libertad sobre su puro cielo
    mire Cuba lucir! Tu amigo, Emilia,
    de hierro fiero y de venganza armado,
    a verte volverá, y en voz sublime
    entonará de triunfo el himno bello.
    mas si en las lides enemiga fuerza
    me postra ensagrentado, por lo menos
    no obtendrá mi cadáver tierra extraña,
    y regado en mi féretro glorioso
    por el llanto de vírgenes y fuertes
    me adormiré. La universal ternura
    excitaré dichoso, y enlazada
    mi lira de dolores con mi espada,
    coronarán mi noble sepultura.



    Vuelta al sur

    Vuela el buque: las playas oscuras
    a la vista se pierden ya lejos,
    cual de Febo a los vivos reflejos
    se disipa confuso vapor.
    y la vista sin límites corre
    por el mar a mis ojos abierto,
    y en el cielo profundo, desierto,
    reina puro el espléndido sol.

    Del aliento genial de la brisa
    nuestras velas nevadas llenamos,
    y entre luz y delicia volamos
    a los climas serenos del sur.
    a tus yelos adiós, norte triste;
    de tu invierno finaron las penas,
    y ya siento que hierven mis venas,
    prometiéndome fuerza y salud.

    ¡Salve, cielo del sur delicioso!
    Este sol prodigóme la vida,
    y sus rayos en mi alma encendida
    concentraron hoguera fatal.
    De mi edad las amables primicias
    a tus hijas rendí por despojos,
    y la llama que aún arde en mis ojos
    bien demuestra cuál supe yo amar.

    ¡Oh recuerdos de paz y ventura!
    ¡Cómo el sol en tu bello occidente
    inundaba en su luz dulcemente
    de mi amada la candida faz!
    ¡Cómo yo, del naranjo a la sombra,
    en su seno mi frente posaba,
    y en sus labios de rosa libaba
    del deleite la copa falaz!

    ¡Dulce Cuba! En tus aras sagradas
    la ventura inmolé de mi vida,
    y mirando tu causa perdida,
    mis amores y amigos dejé.
    mas tal vez no está lejos el día
    (¡Cuál me anima tan bella esperanza!)
    en que armado con hierro y venganza
    a tus viles tiranos veré.

    ¡Cielo hermoso del sur! Compasivo,
    tú me tornas la fuerza y aliento,
    y mitigas el duro tormento
    con que rasga mi seno el dolor.
    al sentir tu benéfico influjo,
    no al destino mi labio maldice,
    ni me juzgo del todo infelice
    mientras pueda lucirme tu sol.

    ¡Adiós yelos! ¡Oh lira de Cuba!
    Cobra ya tu feliz armonía,
    y del sur en las alas envía
    himno fiel de esperanza y amor.
    Por la saña del norte inclemente
    destrozadas tus cuerdas se miran;
    mas las brisas, que tibias suspiran,
    te restauran a vida y vigor.

    Yo te pulso, y tus ecos despiertan
    en mis ojos marchitos el llanto…
    ¡Cuál me alivias! Tu plácido encanto
    la existencia me fuerza a sentir.
    ¡Lira fiel, compañera querida
    en sublime delicia y dolores!
    De ciprés y de lánguidas flores
    ya te debes por siempre ceñir.

    ¡Siempre…! No, que en la lid generosa
    tronarás con acento sublime,
    cuando Cuba sus hijos reanime,
    y su estrella miremos brillar.
    «¡Libertad!», clamarán, «en su pecho»
    «¡Inflamó de su aliento la llama!»
    y si caigo, mi espléndida fama
    a los siglos futuros irá.



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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 02 Abr 2015, 17:30

    En una tempestad

    Huracán, huracán, venir te siento,
    y en tu soplo abrasado
    respiro entusiasmado
    del señor de los aires el aliento.

    En las alas del viento suspendido
    vedle rodar por el espacio inmenso,
    silencioso, tremendo, irresistible
    en su curso veloz. La tierra en calma
    siniestra; misteriosa,
    contempla con pavor su faz terrible.
    ¿Al toro no miráis? El suelo escarban,
    de insoportable ardor sus pies heridos:
    La frente poderosa levantando,
    y en la hinchada nariz fuego aspirando,
    llama la tempestad con sus bramidos.

    ¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando
    vela en triste vapor su faz gloriosa,
    y su disco nublado sólo vierte
    luz fúnebre y sombría,
    que no es noche ni día...
    ¡Pavoroso calor, velo de muerte!
    Los pajarillos tiemblan y se esconden
    al acercarse el huracán bramando,
    y en los lejanos montes retumbando
    le oyen los bosques, y a su voz responden.

    Llega ya... ¿No le veis? ¡Cuál desenvuelve
    su manto aterrador y majestuoso...!
    ¡Gigante de los aires, te saludo...!
    En fiera confusión el viento agita
    las orlas de su parda vestidura...
    ¡Ved...! ¡En el horizonte
    los brazos rapidísimos enarca,
    y con ellos abarca
    cuanto alcanzó a mirar de monte a monte!

    ¡Oscuridad universal!... ¡Su soplo
    levanta en torbellinos
    el polvo de los campos agitado...!
    En las nubes retumba despeñado
    el carro del Señor, y de sus ruedas
    brota el rayo veloz, se precipita,
    hiere y aterra a suelo,
    y su lívida luz inunda el cielo.

    ¿Qué rumor? ¿Es la lluvia...? Desatada
    cae a torrentes, oscurece el mundo,
    y todo es confusión, horror profundo.
    Cielo, nubes, colinas, caro bosque,
    ¿Dó estáis...? Os busco en vano:
    Desparecisteis... La tormenta umbría
    en los aires revuelve un oceano
    que todo lo sepulta...
    Al fin, mundo fatal, nos separamos:
    El huracán y yo solos estamos.

    ¡Sublime tempestad! ¡Cómo en tu seno,
    de tu solemne inspiración henchido,
    al mundo vil y miserable olvido,
    y alzo la frente, de delicia lleno!
    ¿Dó está el alma cobarde
    que teme tu rugir...? Yo en ti me elevo
    al trono del Señor: oigo en las nubes
    el eco de su voz; siento a la tierra
    escucharle y temblar. Ferviente lloro
    desciende por mis pálidas mejillas,
    y su alta majestad trémulo adoro.


    LA ESTACIÓN DE LOS NORTES


    Témplase ya del fatigoso estío
    El fuego abrasador: del yerto polo
    Del septentrión los vientos sacudidos,
    Envueltos corren entre niebla oscura,
    Y a Cuba libran de la fiebre impura.

    Ruge profundo el mar, hinchado el seno,
    Y en golpe azotador hiere las playas:
    Sus alas baña Céfiro en frescura,
    Y vaporoso, transparente velo
    Envuelve al Sol y al rutilante cielo.

    ¡Salud, felices días! A la muerte
    La ara sangrienta derribáis que mayo
    Entre flores alzó: la acompañaba
    Con amarilla faz la fiebre impía,
    Y con triste fulgor resplandecía.

    Ambas veían con adusta frente
    De las templadas zonas a los hijos
    Bajo este cielo ardiente y abrasado:
    Con sus pálidos cetros los tocaban,
    Y a la huesa fatal los despeñaban.

    Mas su imperio finó: del norte el viento,
    Purificando el aire emponzoñado,
    Tiende sus alas húmedas y frías,
    Por nuestros campos resonando vuela,
    Y del rigor de agosto los consuela.

    Hoy en los climas de la triste Europa
    Del aquilón el soplo enfurecido
    Su vida y su verdor quita a los campos,
    Cubre de nieve la desnuda tierra,
    Y al hombre yerto en su mansión encierra.

    Todo es muerte y dolor: en Cuba empero
    Todo es vida y placer: Febo sonríe,
    Mas templado entre nubes transparentes,
    Da nuevo lustre al bosque y la pradera,
    Y los anima en doble primavera.

    ¡Patria dichosa! ¡Tú, favorecida
    Con el mirar más grato y la sonrisa
    De la Divinidad! No de tus campos
    Me arrebate otra vez el hado fiero.
    Lúzcame ¡ay! en tu cielo el sol postrero.

    ¡Oh! ¡con cuánto placer, amada mía,
    Sobre el modesto techo que nos cubre
    Caer oímos la tranquila lluvia,
    Y escuchamos del viento los silbidos,
    Y del distante Océano los bramidos!

    Llena mi copa con dorado vino,
    Que los cuidados y el dolor ahuyenta:
    Él, adorada, a mi sedienta boca
    Muy más grato será de ti probado,
    Y a tus labios dulcísimos tocado.

    Junto a ti reclinado en muelle asiento,
    En tus rodillas pulsaré mi lira,
    Y cantaré feliz mi amor, mi patria,
    De tu rostro y de tu alma la hermosura,
    Y tu amor inefable y mi ventura.



    CALMA EN EL MAR


    El cielo está puro,
    La noche tranquila,
    Y plácida reina
    La calma en el mar.
    En su campo inmenso
    El aire dormido
    La flámula inmóvil
    No puede agitar.

    Ninguna brisa
    Llena las velas,
    Ni alza las ondas
    Viento vivaz.
    En el oriente
    Débil meteoro
    Brilla y disípase
    Leve, fugaz.

    Su ebúrneo semblante
    Nos muestra la luna,
    Y en torno la ciñe
    Corona de luz.
    El brillo sereno
    Argenta las nubes,
    Quitando a la noche
    Su pardo capuz.

    Y las estrellas,
    Cual puntos de oro,
    En todo el cielo
    Vense brillar.
    Como un espejo
    Terso, bruñido,
    Las luces trémulas
    Refleja el mar.

    La calma profunda
    De aire, mar y cielo,
    Al ánimo inspira
    Dulce meditar.
    Angustias y afanes
    De la triste vida,
    Mi llagado pecho
    Quiere descansar.
    Astros eternos,
    Lámparas dignas,
    Que ornáis el templo
    Del Hacedor;
    Sedme la imagen
    De su grandeza,
    Que lleve al ánimo
    Santo pavor.

    ¡Oh piloto! la nave prepara:
    A seguir tu derrota dispónte,
    Que en el puro lejano horizonte
    Se levanta la brisa del sur;
    Y la zona que oscura lo ciñe,
    Cual la luz presurosa se tiende,
    Y del mar, cuyo espejo se hiende,
    Muy más bello parece el azul.





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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 03 Abr 2015, 00:04

    Bien, Lluvia. No puedo hacer otra cosa que darte las gracias por tu aportación, necesaria e impecable.
    Un beso.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 03 Abr 2015, 04:53

    AL OCÉANO


    ¡Qué! ¡De las ondas el hervor insano
    Mece por fin mi lecho estremecido!
    ¡Otra vez en el Mar!... Dulce a mi oído
    Es tu solemne música, Océano.
    ¡Oh! ¡cuántas veces en ardientes sueños
    Gozoso contemplaba
    Tu ondulación, y de tu fresca brisa
    El aliento salubre respiraba!
    Elemento vital de mi existencia,
    De la vasta creación mística parte,
    ¡Salve! felice torno a saludarte
    Tras once años de ausencia.

    ¡Salve otra vez! a tus volubles ondas
    Del triste pecho mío
    Todo el anhelo y esperanza fío.
    A las orillas de mi fértil patria
    Tú me conducirás, donde me esperan
    Del campo entre la paz y las delicias,
    Fraternales caricias,
    Y de una madre el suspirado seno.

    ¡Me oyes, benigno Mar! De fuerza lleno,
    En el triste horizonte nebuloso,
    Tiende sus alas aquilón fogoso,
    Y las bate: la vela estremecida
    Cede al impulso de su voz sonora,
    Y cual flecha del arco despedida,
    Corta las aguas la inflexible prora.
    Salta la nave, como débil pluma,
    Ante el fiero aquilón que la arrebata
    Y en torno, cual rugiente catarata,
    Hierven montes de espuma.

    ¡Espectáculo espléndido, sublime
    De rumor, de frescura y movimiento:
    Mi desmayado acento
    Tu misteriosa inspiración reanime!
    Ya cual mágica luz brillar la siento:
    Y la olvidada lira
    Nuevos tonos armónicos suspira.
    Pues me torna benéfico tu encanto
    El don divino que el mortal adora,
    Tuyas, glorioso Mar, serán ahora
    Estas primicias de mi nuevo canto.

    ¡Augusto primogénito del Caos!
    Al brillar ante Dios la luz primera,
    En su cristal sereno
    La reflejaba tu cerúleo seno:
    Y al empezar el mundo su carrera,
    Fue su primer vagido,
    De tus hirvientes olas agitadas
    El solemne rugido.

    Cuando el fin de los tiempos se aproxime,
    Y al orbe desolado
    Consuma la vejez, tú, Mar sagrado,
    Conservarás tu juventud sublime.
    Fuertes cual hoy, sonoras y brillantes,
    Llenas de vida férvida tus ondas,
    Abrazarán las playas resonantes
    -Ya sordas a tu voz-, tu brisa pura
    Gemirá triste sobre el mundo muerto,
    Y entonarás en lúgubre concierto
    El himno funeral de la Natura.

    ¡Divino esposo de la Madre Tierra!
    Con tu abrazo fecundo,
    Los ricos dones desplegó que encierra
    En su seno profundo.
    Sin tu sacro tesoro inagotable,
    De humedad y de vida,
    ¿Qué fuera? -Yermo estéril, pavoroso,
    De muerte y aridez sólo habitado.

    Suben ligeros de tu seno undoso
    Los vapores que, en nubes condensados
    Y por el viento alígero llevados,
    Bañan la tierra en lluvias deliciosas,
    Que al moribundo rostro de Natura
    Tornando la frescura,
    Ciñen su frente de verdor y rosas.

    ¡Espejo ardiente del sublime cielo!
    En ti la luna su fulgor de plata
    Y la noche magnífica retrata
    El esplendor glorioso de su velo.
    Por ti, férvido Mar, los habitantes
    De Venus, Marte, o Júpiter, admiran
    Coronado con luces más brillantes
    Nuestro planeta, que tus brazos ciñen,
    Cuando en tu vasto y refulgente espejo
    Mira el Sol de su hoguera inextinguible
    El áureo, puro, vívido reflejo.

    ¿Quién es, sagrado Mar, quién es el hombre
    A cuyo pecho estúpido y mezquino
    Tu majestosa inmensidad no asombre?
    Amarte y admirar fue mi destino
    Desde la edad primera:
    De juventud apasionada y fiera
    En el ardor inquieto,
    Casi fuiste a mi culto noble objeto.
    Hoy a tu grata vista, el mal tirano
    Que me abrumaba, en dichoso olvido
    Me deja respirar. Dulce a mi oído
    es tu solemne música, Océano.


    VANIDAD DE LAS RIQUEZAS


    Si la pálida muerte se aplacara
    Con que yo mis riquezas le ofreciera,
    Si el oro y plata para sí quisiera,
    Y a mí la dulce vida me dejara;

    ¡Con cuánto ardor entonces me afanara
    Por adquirir el oro, y si viniera
    A terminar mis días la Parca fiera,
    Cuán ufano mi vida rescatara!

    Pero ¡ah! no se libertan de su saña
    El hombre sabio, el rico ni el valiente:
    En todos ejercita su guadaña.

    Quien se afana en ser rico no es prudente:
    Si en que debe morir nadie se engaña,
    ¿Para qué trabajar inútilmente?


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 03 Abr 2015, 04:58

    AL POPOCATEPETL


    Tú que de nieve eterna coronado
    Alzas sobre Anahuac la enorme frente,
    Tú de la indiana gente
    Temido en otro tiempo y venerado,
    Gran Popocatepetl, oye benigno
    El saludo humildoso
    Que trémulo mi labio te dirige.
    Escucha al joven, que de verte ansioso
    Y de admirar tu gloria, abandonara
    El seno de Managua delicioso.

    Te miro en fin: tus faldas azuladas
    Contrastan con la nieve de tu cima,
    Cual descuellas encima
    De las cándidas nubes que apiñadas
    Están en torno de tu firme asiento:
    En vano el recio viento
    Apartarlas intenta de tu lado.

    ¡Cuál de terror me llena
    El boquerón horrendo, do inflamado
    Tu pavoroso cóncavo respira!
    ¡Por donde ardiendo en ira
    Mil torrentes de fuego vomitabas,
    Y el fiero tlascalteca
    El ímpetu temiendo de tus lavas,
    Ante tu faz postrado
    Imploraba lloroso tu clemencia!

    ¡Cuán trémulo el cuitado
    ¡Quedábase al mirar tu seno ardiente
    Centellas vomitar, que entre su gente
    Firmísimos creían
    Ser almas de tiranos,
    Que a la tierra infeliz de ti venían!

    Y llegará tal vez el triste día
    En que del Etna imites los furores,
    Y con fuertes hervores
    Consigas derretir tu nieve fría,
    Que en torrentes bajando
    El ancho valle inunde,
    Y destrucción por él vaya sembrando.

    O bien la enorme espalda sacudiendo
    Muestres tu horrible seno cuasi roto,
    Y en fuerte terremoto
    Vayas al Anahuac estremeciendo,
    Y las grandes ciudades
    De tu funesta cólera al amago,
    Con miserable estrago
    Se igualen a la tierra en su ruina,
    Y por colmo de horrores
    Den inmenso sepulcro
    A sus anonadados moradores...

    ¡Ah! ¡nunca, nunca sea!
    ¡Nunca, oh sacro volcán, tanto te irrites!
    Lejos de mí tan espantosa idea.

    A tu vista mi ardiente fantasía
    Por edades y tiempos va volando,
    Y se acerca temblando
    A aquel funesto y pavoroso día
    En que Jehová con mano omnipotente
    La ruina de la tierra decretara.

    El Aquilón soberbio
    Bramando con furor amontonara
    Inmensidad de nubes tempestuosas,
    Que con su multitud y su espesura
    La brillantez del sol oscurecieron:
    Cuando sus senos húmedos abrieron
    El espumoso mar se vio aumentado,
    Y entrando por la tierra presuroso,
    Imaginó gozoso
    A su imperio por siempre sujetarla.

    Los hombres aterrados
    A los enhiestos árboles subían,
    Mas allí no perdían
    Su pánico terror: pues el Océano
    Que fiero se estremece
    Temiendo que la tierra se le huye,
    A todos los destruye
    En el asilo mismo que eligieron.

    Acaso dos monarcas enemigos
    Que en pos corriendo de funesta gloria,
    Sobrados materiales a la historia
    En bárbaros combates preparaban,
    Al ver entonces el terrible aspecto
    De la celeste cólera, temblaron:
    En un sagrado templo guarecidos,
    De palidez cubiertos se abrazaron,
    Y al punto sofocaron
    Sus horrendos rencores en el pecho.

    Pero en el templo mismo
    Los furores del mar les alcanzaban
    Que con ellos y su odio sepultaban
    Su reconciliación y su memoria.

    Revueltos entre sí los elementos,
    Su terrible desorden anunciaba
    Que el airado Criador sobre la tierra
    El peso de su cólera lanzaba.

    Tú entonces, del volcán genio invencible.
    El ruido de las ondas escuchaste,
    Y al punto demostraste
    Tu sorpresa y tu cólera terrible.
    Cual sacude el anciano venerable
    Su luenga barba y cabellera cana,
    Tal tú con furia insana
    La nieve sacudiste que te adorna,
    Y humo y llamas ardientes vomitando,
    Airado alzaste la soberbia frente,
    Y tembló fuertemente
    La tierra, aunque cubierta de los mares.

    Entonces dirigiste
    A la ondas la voz, y así dijiste:
    "¿Quién ha podido daros
    Suficiente osadía,
    Para que a vista mía
    Mi imperio profanéis de aqueste modo?
    Volved atrás la temeraria planta,
    Y no intentéis osadas
    Penetrar mis mansiones, visitadas
    Sólo del aire vagaroso y puro".

    Así dijiste, y de su seno oscuro
    Con horrible murmurio respondieron
    Las ondas a tu voz, y acobardadas
    Al llegar a tus nieves eternales
    Con respetuoso horror se detuvieron.
    De espumas y cadáveres hinchadas,
    Mil horribles despojos arrastrando
    Hasta tu pie venían,
    Y humildes le besaban,
    Y allí la furia horrenda contenían.

    Jehová entonces su mano levantando,
    Dio así nuevos esfuerzos a las ondas,
    Que súbito se hincharon,
    Y a pesar de tu rabia y tus bramidos
    A tus senos ardientes se lanzaron.

    Mas aun allí tu cólera temían,
    Pues de tu ardiente cráter arrojadas,
    Y en vapor transformadas,
    Vencer tu resistencia no podían.

    Pero Jehová contuvo tus furores,
    Y sobre tu cabeza
    Con inmortal, divina fortaleza
    Aglomeró las ondas espumosas.

    Viéndote ya vencido
    Por el mar protegido de los cielos,
    En tu seno más hondo y escondido
    Los fuegos inextintos ocultaste,
    Con que tu claro imperio recobraste
    Pasados los furores del diluvio.

    En tanto de tus senos anegados
    Un negro vapor sube,
    Que alzando al éter columnosa nube,
    Al universo anuncia
    Los estragos del húmedo elemento,
    De Jehová la venganza y la alta gloria,
    Su tan fácil victoria,
    Y tu debilidad y abatimiento.

    Después de la catástrofe horrorosa
    Luengos siglos pasaste sosegado,
    Temido y venerado
    De la insigne Tlaxcala belicosa.
    Jamás humana planta
    Las nieves de tu cima profanara.

    Mas ¿qué no pudo hacer entre los hombres
    la ansia fatal de eternizar sus nombres?
    Mira tu faz el español osado,
    Y temerario intenta
    Penetrar tus misterios escondidos.
    El intrépido Ordaz se te presenta,
    Y a tu nevada cúspide se arroja.

    En vano con bramidos
    Le quisiste arredrar; entonce airado
    Ostentas tu poder. Con mano fuerte
    Procuras de tu espalda sacudirle,
    Y haciéndole temer próxima muerte,
    Por los aires despides
    Mil y mil trozos de tu duro hielo,
    Y amenazas con llamas abrasarle,
    Y le encubres el cielo
    Y la lejana tierra
    Con pómez y volcánica ceniza
    Que a fuer de lluvia bajo sí le entierra.

    Mas él, siempre animoso,
    Ve tu furor con ánimo sereno:
    Holla tu nieve, y desde tu ancha boca
    Mira con ansia tu hervoroso seno.

    Mil victorias y mil doquier lograba
    El español ejército valiente,
    Pero ya finalmente
    La pólvora fulmínea les faltaba.
    Y su impávido jefe fabricarla
    Con el azufre de tu seno quiere.

    Hablara así a sus huestes el grande hombre:
    "Eterno loor a aquel que se atreviere
    A acometer empresa de tal nombre".
    Así dice, y Montaño valeroso,
    La voz de honor oyendo que le anima,
    Baja a tu ardiente sima,
    Y tus frutos te arranca victorioso.

    ¿Con fuerza te estremeces? ¡ah! yo creo
    Que a cólera mi labio te provoca.
    De tu anchurosa boca
    Humo y sulfúrea llama salir veo.
    ¿Qué? ¿me quieres decir fiero y airado
    Que sólo he numerado
    Los terribles ultrajes que has sufrido?

    Basta, basta, oh volcán; ya temeroso
    El torpe labio sello;
    Pero escucha mis súplicas piadoso:
    No quieras despiadado
    Ser más temido siempre que admirado.
    Jamás enorme piedra
    De tus senos lanzada
    Llene de espanto al labrador vecino;
    Jamás lleve tu lava su camino
    A su fértil hacienda,
    Ni derribes su rústica vivienda
    Con tus fuertes y horribles convulsiones;
    Que el inextinto fuego
    Que en tu seno se guarda
    Para siempre jamás quede en sosiego.



    INMORTALIDAD


    Cuando en el éter fúlgido y sereno
    Arden los astros por la noche umbría,
    El pecho de feliz melancolía
    Y confuso pavor siéntese lleno.

    ¡Ay! ¡así girarán cuando en el seno
    Duerma yo inmóvil de la tumba fría!...
    Entre el orgullo y la flaqueza mía
    Con ansia inútil suspirando peno,

    Pero ¿qué digo? -Irrevocable suerte
    También los astros a morir destina,
    Y verán por la edad su luz nublada.

    Mas superior al tiempo y a la muerte
    Mi alma, verá del mundo la ruina,
    A la futura eternidad ligada.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 04 Abr 2015, 02:07

    A Elpino

    ¡Feliz, Elpino, el que jamás conoce
    otro cielo ni sol que el de su patria!
    ¡Ay, si ventura tal contar pudiera...!

    Tú, empero, partes, y a la dulce patria
    tornas... ¡Dado me fuera
    tus pisadas seguir! ¡Oh! ¡cuán gozoso
    tu triste amigo oyera
    el ronco son con que la herida playa
    al terrible azotar del Océano
    responde largamente! Sí; la vista
    de sus ondas fierísimas, hirviendo
    bajo huracán feroz, en mi alma vierte
    sublime inspiración y fuerza y vida.
    Yo contigo, sus iras no temiendo,
    al vórtice rugiente me lanzara.

    ¡Oh! ¡cómo palpitante saludara
    las dulces costas de la patria mía,
    al ver pintada su distante sombra
    en el tranquilo mar del mediodía!
    ¡Al fin llegado al anchuroso puerto,
    volando a mi querida,
    al agitado pecho la estrechara,
    y a su boca feliz mi boca unida,
    las pasadas angustias olvidara!

    Mas, ¿a dónde me arrastra mi delirio?
    Partes, Elpino, partes, y tu ausencia
    de mi alma triste acrecerá el martirio.
    ¿Con quién ¡ay Dios! ahora
    hablaré de mi patria y mis amores,
    y aliviaré, gimiendo, mis dolores?
    El bárbaro destino
    del Texcoco en las márgenes ingratas
    me encadena tal vez hasta la muerte.
    hermoso cielo de mi hermosa patria,
    ¿No tornaré yo a verte?

    Adiós, amigo: venturoso presto
    a mi amante verás... Elpino, díla
    que el mísero Fileno
    la amará hasta morir... Díla cual gimo

    Lejos de su beldad, y cuantas veces
    regó mi llanto sus memorias caras.
    Cuéntala de mi frente, ya marchita,
    la palidez mortal...

    ¡Adiós, Elpino,
    adiós, y sé feliz! Vuelve a la patria,
    y cuando tu familia y tus amigos
    caricias te prodiguen, no perturbe
    tu cumplida ventura
    de Fileno doliente la memoria.
    mas luego no me olvides, y piadoso
    cuando recuerdes la tristeza mía,
    un suspiro de amor de allá me envía.



    Adiós

    Belleza de dolor, en quien pensaba
    fijar mi corazón, y hallar ventura,
    adiós te digo, ¡adiós! Cuando miraba
    respirar en tu frente calma y pura
    el ingenio candor, y en tu sonrisa
    y en tus ojos afables
    brillar la inteligencia y la ternura,
    necio me aluciné. Mi fantasía,
    a la imagen de amor siempre inflamable,
    en tu bello semblante me ofrecía
    facciones que idolatro; y embebido
    en esperanza dulce y engañosa,
    pensaba en ti cobrar mi bien perdido.

    Mas ¡ay! veloz despareció cual niebla
    mi halagüeña ilusión. En vano ansiaba
    en tu pecho encontrar la fuente pura
    del delicado amor, del sentimiento.
    tan sólo caprichosa en él domina
    triste frivolidad, que me arrastrara
    de tormento en tormento,
    a un abismo de mal, llanto y ruina.
    ¡Qué suplicio mayor que amar de veras,
    y mirar profanado, envilecido,
    el objeto que se ama, y que pudiera
    ser amor de la tierra, si estuviera
    de pudor y modestia revestido!

    ¡Pérfida semejanza...! Si tu pecho,
    como tu faz imita la que adoro,
    de prendas y virtud igual tesoro
    en tu seno guardara,
    ¡Cuál fuera yo feliz! ¡Cómo te amara
    con efusión inmensa de ternura,
    y a labrar tu ventura
    mi juventud ardiente consagrara...!

    Caminas presurosa
    por la senda funesta del capricho,
    a irreparable mal y abismo fiero
    de ignominia y dolor... ¡Mísero! en vano
    en mi piedad ansiosa
    he querido tenderte amiga mano.
    la esquivaste orgullosa... ¡Adiós! yo espero
    que al fin vendrás a conocer con llanto
    si era fino mi afecto, si fue pura
    y noble mi piedad. Ya te desamo,
    que es imposible amar a quien no estima,
    y sólo en compasión por ti me inflamo.

    ¡No te maldigo, no! ¡Pueda lucirte
    sereno el porvenir, y de mi labio
    el vaticinio fúnebre desmienta!
    a mi pecho agitado
    será continuo torcedor la vista
    de tu infausta beldad, y desolado
    tu suerte lloraré. Si acaso un día
    sufres del infortunio los rigores,
    y a conocerme aprendes, en mi pecho
    encontrarás, no amor, pero indulgencia,
    y el afecto piadoso de un amigo.
    ¡Belleza de dolor! Adiós te digo.


    A mi amante

    Es media noche: vaporosa calma
    y silencio profundo
    el sueño vierte al fatigado mundo,
    y yo velo por ti, mi dulce amante.
    ¡ En qué delicia el alma
    enajena tu plácida memoria!
    Único bien y gloria

    Del corazón más fino y más constante,
    ¡Cuál te idolatro! De mi ansioso pecho
    la agitación lanzaste y el martirio,
    y en mi tierno delirio
    lleno de ti contemplo el universo.
    con tu amor inefable se embellece
    de la vida el desierto,
    que desolado y yerto
    a mi tímida vista parecía,
    y cubierto de espinas y dolores.
    ante mis pasos, adorada mía,
    riégalo tú con inocentes flores.

    ¡Y tú me amas! ¡Oh Dios! ¡Cuánta dulzura
    siento al pensarlo! De esperanza lleno,
    miro lucir el sol puro y sereno,
    y se anega mi ser en su ventura.
    Con orgullo y placer alzo la frente
    antes nublada y triste, donde ahora
    serenidad respira y alegría.
    adorada señora
    de mi destino y de la vida mía,
    cuando yo tu hermosura
    en un silencio religioso admiro,
    el aire que tú alientas y respiro
    es delicia y ventura.

    Si pueden envidiar los inmortales
    de los hombres la suerte,
    me envidiarán al verte
    fijar en mí tus ojos celestiales
    animados de amor, y con los míos
    confundir su ternura.
    o al escuchar cuando tu boca pura
    y tímida confiesa
    el inocente amor que yo te inspiro:
    Por mí exhalaste tu primer suspiro,
    y a mí me diste tu primer promesa.

    ¡Oh! ¡luzca el bello día
    que de mi amor corone la esperanza,
    y ponga el colmo a la ventura mía!
    ¡Cómo, de gozo lleno,
    inseparable gozaré tu lado,
    respiraré tu aliento regalado,
    y posaré mi faz sobre tu seno!
    ahora duermes tal vez, y el sueño agita
    sus tibias alas en tu calma frente,
    mientras que blandamente
    sólo por mí tu corazón palpita.
    duerme, objeto divino
    del afecto más fino,
    del amor más constante;
    descansa, dulce dueño,
    y entre las ilusiones de tu sueño
    levántese la imagen de tu amante.



    Dedicatoria

    A mi esposa


    Cuando en mis venas férvidas ardía
    la fiera juventud, en mis canciones
    el tormentoso afán de mis pasiones
    con dolorosas lágrimas vertía.

    Hoy a ti las dedico, esposa mía,
    cuando el amor, más libre de ilusiones,
    inflama nuestros puros corazones,
    y sereno y de paz me luce el día.

    Así, perdido en turbulentos mares,
    mísero navegante al ciclo implora
    cuando le aqueja la tormenta grave;

    Y del naufragio libre, en los altares
    consagra fiel a la deidad que adora
    las húmedas reliquias de su nave.


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 04 Abr 2015, 02:36

    A mi esposa en sus dÍas

    ¡Oh! Cuán puro y sereno
    despunta el Sol en el dichoso día
    que te miró nacer, ¡Esposa mía!
    Heme de amor y de ventura lleno.
    Puerto de las borrascas de mi vida,
    objeto de mi amor y mi tesoro,
    con qué afectuosa devoción te adoro,
    ¡y te consagro mi alma enternecida!
    Si la inquietud ansiosa me atormenta,
    al mirarte recobro
    gozo, serenidad, luz y ventura;
    y en apacibles lazos
    feliz olvido en tus amantes brazos
    de mi poder funesto la amargura.
    Tú eres mi ángel de consuelo
    y tu celestial mirada
    tiene en mi alma enajenada
    inexplicable poder.
    Como el Iris en el cielo
    la fiera tormenta calma
    tus ojos bellos del alma
    disipan el padecer.
    Y ¿cómo no lo hicieron
    cuando en sus rayos lánguidos respiran
    inocencia y amor? Quieran los cielos
    que tu día feliz siempre nos luzca
    de ventura y de paz, y nunca turben
    nuestra plácida unión los torpes celos.
    Esposa la más fiel y más querida,
    siempre nos amaremos,
    y uno en otro apoyado, pasaremos
    el áspero desierto de la vida.
    Nos amaremos, esposa,
    mientras nuestro pecho aliente
    pasará la edad ardiente,
    sin que pase nuestro amor.
    Y si el infortunio vuelve
    con su copa de amargura,
    y en mí cargue su furor.



    A la estrella de venus

    Estrella de la tarde silenciosa,
    luz apacible y pura
    de esperanza y amor, salud te digo.
    en el mar de Occidente ya reposa
    la vasta frente el sol, y tú en la altura
    del firmamento solitaria reinas.
    ya la noche sombría
    quiere tender en diamantado velo,
    y con pálidas tiritas baña el suelo
    la blanda luz del moribundo día.
    ¡Hora feliz y plácida, cual bella!
    Tú la presides, vespertina estrella.
    Yo te amo, astro de paz. Siempre tu aspecto
    en la callada soledad me inspira
    de virtud y de amor meditaciones.
    ¡Qué delicioso afecto
    excita en los sensibles corazones
    la dulce y melancólica memoria
    de su perdido bien y de su gloria!
    Tú me la inspiras. ¡Cuántas, cuántas horas
    viste brillar serenas
    sobre mi faz en Cuba!... Al asomarse
    tu disco puro y tímido en el cielo,
    a mi tierno delirio daba rienda
    en el centro del bosque embalsamado,
    y por tu tibio resplandor guiado
    buscaba en él mi solitaria senda.
    Bajo la copa de la palma amiga,
    trémula, bella en su temor, velada
    con el mágico manto del misterio,
    de mi alma la señora me aguardaba.
    En sus ojos afables me veían
    ingenuidad y amor: yo la estrechaba
    a mi pecho encendido,
    y mi rostro feliz al suyo unido,
    su balsámico aliento respiraba.
    ¡Oh goces fugitivos
    de placer inefable! ¡Quién pudiera
    del tiempo detener la rueda fiera
    sobre tales instante!...
    Yo la admiraba estático: a mi oído
    muy más dulce que música sonaba
    el eco de su voz, y su sonrisa
    para mi alma era luz. Horas serenas,
    cuya memoria cara
    a mitigar bastara
    de una existencia de dolor las penas!
    ¡Estrella de la tarde! ¡cuántas veces
    junto a mi dulce amiga me mirabas
    saludar tu venida, contemplarte,
    y recibir en tu amorosa lumbre
    paz y serenidad!... Ahora me miras
    amar también, y amar desesperado.
    Huir me ves el objeto desdichado
    de una estéril pasión, que es mi tormento
    con su belleza misma;
    y al renunciar su amor, mi alma se abisma
    en el solo y eterno pensamiento
    de amarla, y de llorar la suerte impía
    que por siempre separa
    su alma bella y pura del alma mía.


    La inconstancia

    A D. Domingo del Monte


    En aqueste pacífico retiro,
    lejos del mundo y su tumulto insano
    doliente vaga tu sensible amigo.
    Tú sabes mis tormentos, y conoces
    a la mujer infiel... ¡Oh! si del alma
    su bella imagen alejar pudiese,
    ¡cuál fuera yo feliz! ¡cómo tranquilo
    de amistad en el seno
    gozara paz y plácida ventura,
    de todo mal y pesadumbre ajeno!
    ¡Amor ciego y fatal!... Ahora la tierra
    encanta con su fresca lozanía.
    por detrás de los montes enviscados
    el almo sol en el sereno cielo
    de azul, púrpura y oro arrebolado,
    se alza con majestad: brilla su frente.
    y la montaña, el bosque, el caserío,
    relucen a la vez... Salud, ¡oh padre
    del ser y del amor y de la vida!
    ¿Quién al mirar a ti no siente el alma
    llena de inspiración?... ¡Salve! ¡Tu carro
    lanza veloz por la celeste esfera,
    y vida, fuerza y juventud lozana
    vierta en el mundo tu inmortal carrera!
    vuela, y muestra glorioso al universo
    el almo Dios, que en tu fulgor velado,
    sin principio ni fin... ¿Por qué mi frente
    doblase mustia, y en mi rostro corre
    esta lágrima ardiente? ¿Quién ha helado
    el entusiasmo espléndido y sublime,
    que a gozar y admirar me arrebataba?
    ¿Qué me importa ¡infeliz! el universo,
    si me olvida la infiel? ¡Ay! en la noche
    veré la tierra en esplendor bañada,
    al vislumbrar de la fulgente luna,
    y no seré feliz: no embebecida
    el alma sentiré, cual otro tiempo,
    en mil cavilaciones deliciosas
    de ventura y amor: hoy afligido
    solamente diré: «No mi adorada
    en tal contemplación embelesada
    a mí dirigirá sus pensamientos.»
    De aquestas cañas a la blanda sombra
    recuerdo triste mi placer pasado,
    y me siento morir: lánguidamente
    grabo en el tronco de la tersa caña
    de Lesbia el nombre, y en delirio insano
    gimo, y le cubren mis ardientes besos.
    Su mano, ¡ay Dios! la mano que amorosa
    mil y mil veces halagó la mía,
    hundió el puñal en mi confiado pecho
    con torpe engaño y con mudanza impía.
    Heme juguete de la suerte fiera,
    de una pasión tirana subyugado,
    abatido, infeliz, desesperado,
    el triste espectro de lo que antes era.
    ¡Oh pérfida mujer! ¡Cómo pagaste
    el afecto más fino!
    Bajo rostro tan cándido y divino
    ¿tan falso corazón pudo velarse?
    Tú, mi loca pasión ¡ay! halagabas,
    y feliz te dijiste en mis amores.
    Aunque el hado tirano
    en mi alma tierna y pura
    verter quisiese cáliz de amargura,
    ¿Le debiste ¡infeliz! prestar tu mano?
    Cuando el fatal prestigio con que ahora
    la juventud y la beldad te cercan
    haya la parca atroz desvanecido,
    para salvar tu nombre del olvido
    el triste amor de tu infeliz poeta
    será el único timbre de tu gloria.
    la mitad del laurel que orne mi tumba
    entonces obtendrás; y de tus gracias
    y de tu ingratitud y mi tormento
    prolongará mi canto la memoria.
    ¡Hermosura fatal! tu disipaste
    la brillante ilusión que me ocultaba
    la corrupción universal del mundo,
    y la vida y los hombres a mis ojos
    presentaste cual son. ¿Dónde volaron
    tanto y tanto placer? ¿Cómo pudiste
    así olvidarte de tu amor primero?
    ¡Si así olvidase yo!... Mas ¡ay! el alma
    que fina te adoró, falsa, te adora.
    No vengativo anhelaré que el cielo
    te condene al dolor: sé tan dichosa
    cual yo soy infeliz: mas no mi oído
    hiera jamás el nombre aborrecido
    de mi rival, ni de tu voz el eco
    torne a rasgar la ensangrentada herida
    de aqueste corazón: no a mirar vuelva
    tu celeste ademán, ni aquellos ojos,
    ni aquellos labios do letal ponzoña
    ciego bebí... ¡Jamás! -Y tú en secreto
    un suspiro a lo menos me consagra,
    un recuerdo... ¡Ah cruel! No te maldigo,
    y mi mayor anhelo
    es elevarte con mi canto al cielo,
    y un eterno laurel partir contigo.


    Oda a la noche

    Reina la noche: con silencio grave
    gira los sueños en el aire vano;
    cándida, pura, el silencioso llano
    viste la luna de su luz suave.
    ¡Hora de paz!... Aquí, do a nadie miro,
    en esta cumbre, alzado,
    heme, Señor, del mundo abandonado.
    ¡Cómo embelesa la quietud augusta
    de la natura, a la sensible alma
    que oye su voz, y en deleitosa calma
    de esta mansión y su silencio gusta!
    Grato silencio, que interrumpe el río
    distante murmurando,
    o en las hojas el viento susurrando.
    Ya de la noche con el fresco ambiente
    gira en lánguidas alas el reposo,
    que vela fiel bajo del cielo umbroso
    y huye la luz del sol resplandeciente.
    Invisible con él y misterioso
    en llano y montes yace
    el bello horror, que contristando place.
    ¡Cómo en el alma estática se imprime
    el delicioso y triste pensamiento!
    ¡Cómo el cuadro feliz que miro atento
    es a par melancólico y sublime!
    ¡Ah! su paz de la música prefiero
    al eco poderoso
    con que se anima el baile bullicioso.
    Allí en salón soberbio, por do quiera
    terso cristal duplica los semblantes:
    de oro vestida y perlas y diamantes
    hermosura gentil danza ligera,
    y con sus gracias y afectado hechizo
    de mil adoradores
    lleva tras sí los votos y loores.
    ¡Admirable es aquesto! Yo algún día,
    de la simple niñez salido apenas,
    en los bailes magníficos y cenas
    de mi amor al objeto perseguía;
    y atesoré con mágica ventura
    de la Joven amada
    un suspiro fugaz, una mirada.
    Mas ya por los pesares abatido,
    y a languidez y enfermedad ligado,
    muy más me place que salón dorado
    Este llano en la noche oscurecido;
    a la brillante danza prefiriendo
    el meditar tranquilo
    bajo este cielo, en inocente asilo.
    ¡Ah! bríllenme por siempre las estrellas
    en un cielo tan puro como ahora,
    y a la alta mano de mi ser Autora
    puédame yo elevar, viéndola en ellas.
    A ti, Dios de los cielos, en la noche
    alzo en humilde canto
    la dolorosa voz de mi quebranto.
    Te saludo también, amiga luna:
    siempre tierno te amé, reina del cielo:
    siempre fuiste mi hechizo, mi consuelo,
    en la adversa y la próspera fortuna.
    Tú sabes cuantas veces anhelando
    gozar tu compañía,
    maldije el brillo del ardiente día.
    Asentado tal vez a las orillas
    del mar, cuyo cristal te retrataba
    en cavilar dulcísimo pasaba
    las leves horas en que leda brillas;
    y recordando mi nublada gloria,
    miré tu faz serena
    y en tierno llanto desahogué mi pena.
    ¡Mas ay! el pecho con dolor palpita,
    herido ya de consunción tirana,
    y cual tú al esplendor de la mañana,
    palidece mi rostro y se marchita.
    Cuando caiga por fin, inunde al menos
    esa luz calma y pura
    de tu amigo la humilde sepultura...
    ...Mas, ¿qué canto suavísimo resuena
    del inmediato bosque en la espesura?
    Es tu voz, ruiseñor, que de ternura
    en dulce soledad mi pecho llena.
    Siempre te amé, porque debiste al cielo
    genio triste y sombrío,
    tierno y agreste, como el genio mío.
    Perezca el que a tu nido te arrebata,
    y porque gimas gusta de oprimirte:
    ¿Por qué no viene como yo a seguirte
    del bosque espeso entre la sombra grata?
    Salta libre y feliz de ramo en ramo
    en torno de tu nido,
    que a nadie quiero esclavo ni oprimido.
    Noche, antigua deidad, que el caos profundo
    produjo antes que al sol, y al sol postrero
    has de sobrevivir, cuando severo
    el brazo del Señor trastorne el mundo;
    óyeme: tú serás mientras me dure
    este soplo de vida
    celebrada por mí, de mi querida.
    Antes del primer tiempo, sepultada
    del caos en el vértice yacías:
    inspirada tal vez ya preveías
    a tu beldad la gloria destinada;
    y ociosa, triste, en el sombroso velo
    tu frente rebozabas,
    y en el futuro imperio meditabas.
    A la voz del Criador, del Océano
    reina saliste, el cetro levantando,
    de estrellas coronada, desplegando
    el manto rico por el éter vano;
    y al mundo silencioso deleitaba
    en tu frente severa
    de la alma luna la argentada esfera.
    ¡Cuántas altas verdades he aprendido]
    en tu solemne horror, sublime diosa!
    En el silencio de la selva umbrosa
    ¡Cuántas inspiraciones te he debido!
    En ti miro al Criador, y arrebatado
    de fervoroso anhelo,
    pulso mi lira y me levanto al cielo.
    ¡Salve, gran diosa! en tu apacible seno
    déjame consolar y recrearme:
    tu bálsamo feliz puede aliviarme
    el triste pecho de dolores lleno.
    ¡Noche, de los poetas y almas tiernas
    dulce, piadosa amiga,
    en blanda paz convierte mi fatiga!



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 05 Abr 2015, 02:38

    SÁficos

    A la prenda de la fidelidad


    Dulce memoria de la prenda mía
    tan grata un tiempo como triste ahora,
    áureo cabello, misterioso nudo
    Ven a mi labio.
    ¡Ay! ven, y enjugue su fervor el llanto
    en que tus hebras inundó mi hermosa,
    cuando te daba al infeliz Fileno
    mísero amante.
    Lágrimas dulces, de mi amor consuelo,
    decidme siempre que mi Lesbia es firme;
    decid que nunca romperá su voto
    pérfida y falsa.
    ¡Oh! Cuánto el alma de dolor sentía
    cuánto mi pecho la aflicción rasgaba,
    cuando la hermosa con dolientes ojos
    Viéndome dijo:
    «¡Siempre, Fileno, de mi amor te acuerdas!
    Toma este rizo, que mi frente adorna...
    Toma esta Prenda de constancia pura...
    Guárdala fino.»
    A donde quiera que la suerte cruda
    me arrastre ¡Oh rizo! seguirame siempre,
    y de mi Lesbia la divina imagen
    pon a mis ojos.
    Tú me recuerdas los felices días
    de paz y amor que fugitivos fueron
    cual débil humo de Aquilón al soplo
    Tórnase nada.
    ¡Oh! Cuántas veces su cabello rubio,
    al blando aliento de la fresca brisa,
    velón ondeaba, y en feliz desorden
    ¡Vino a mi frente!
    La luna amiga con su faz serena
    mil y mil veces presidió mi dicha...
    Memoria dulce de mi bien pasado,
    ¡Sé mi delicia!


    A la hermosura

    Dulce hermosura, de los cielos hija,
    don que los dioses a la tierra hicieron,
    oye benigna de mi tierno labio
    cántico puro.
    La grata risa de tu linda boca
    es muy más dulce que la miel hiblea:
    tu rostro tiñe con clavel y rosas
    cándido lirio.
    Bien cual se mueve nacarada espuma
    del manso mar en los cerúleos campos,
    así los orbes del nevado seno
    leves agitas.
    El universo cual deidad te adora;
    el hombre duro a tu mirar se amansa,
    y dicha juzga que sus ansias tiernas
    blanda recibas.
    De mil amantes el clamor fogoso,
    y los suspiros y gemir doliente,
    del viento leve las fugaces alas
    rápidas llevan.
    Y de tu frente al rededor volando
    tus dulces gracias y poder publican:
    clemencia piden; pero tú el oído
    bárbara niegas.
    ¿Por qué tu frente la dureza nubla?
    ¿El sentimiento la beldad afea?
    No: vida, gracia y expresión divina
    préstala siempre.
    yo vi también tu seductor semblante,
    y apasionado su alabanza dije
    en dulces himnos, que rompiendo el aire
    férvidos giran.
    Mil y mil veces al tremendo carro
    de amor me ataste, y con fatal perfidia
    mil y mil veces derramar me hiciste
    mísero llanto.
    Y maldiciendo tu letal hechizo,
    su amor abjuro delirante y ciego;
    Mas, ¡ay! en vano que tu bella imagen
    sígueme siempre.
    Si al alto vuelvo la llorosa vista,
    en la pureza del etéreo cielo
    el bello azul de tus modestos ojos
    lánguido miro.
    Si miro acaso en su veloz carrera
    al astro bello que la luz produce,
    el fuego miro que en tus grandes ojos
    mórbido brilla.
    Es de la palma la gallarda copa
    imagen viva de tu lindo talle;
    y el juramento que el furor dictome
    fácil abjuro.
    Lo abjuro fácil, y en amor ardiendo,
    caigo a tus plantas, y perdón te pido,
    y a suplicar y dirigirte votos
    tímido vuelvo.
    ¡Ay! de tus ojos el mirar sereno
    y una sonrisa de tu boca pura,
    son de mi pecho, que tu amor abrasa,
    único voto.
    ¡Dulce hermosura! mi rogar humilde
    oye benigna, y con afable rostro
    tantos amores y tan fiel cariño
    págame justa.


    La melancolía

    Hoja solitaria y mustia,
    que de tu árbol arrancada,
    por el viento arrebatada
    triste murmurando vas,
    ¿do te diriges? -Lo ignoro,
    de la encina que adornaba
    este prado, y me apoyaba,
    los restos mirando estás.
    Bajo su sombra felice
    las zagalas y pastores
    cantaban, y sus amores
    contenta escuchaba yo,
    Nise; la joven más bella
    que jamás ornó éste prado
    tal vez pensando en su amado,
    en el tronco se apoyó.
    Mas contrastada la encina
    por huracán inclemente
    abatió su altiva frente
    dejándose despojar.
    Desde entonces cada día
    raudo el viento me arrebata,
    y aunque feroz me maltrata
    ni aun oso quejarme de él.
    Voy, de su impulso llevado
    del valle a la selva umbrosa,
    do van las hojas de rosa
    y las hojas de laurel.



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    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 06 Abr 2015, 17:45

    Recuerdo

    Despunta apenas la rosada aurora:        
    plácida brisa nuestras velas llena;      
    callan el mar y el viento, y solo suena  
    el rudo hendir de la cortante prora.      
                                             
    Ya separado ¡ayme! de mi señora          
    gimo no más en noche tan serena:          
    dulce airecillo, mi profunda pena        
    lleva al objeto que mi pecho adora.      
                                             
    ¡Oh! ¡cuántas veces, al rayar el día,    
    ledo y feliz de su amoroso lado          
    salir la luna pálida me vía!              
                                             
    ¡Huye, memoria de mi bien pasado!        
    ¿Qué sirves ya? Separación impía          
    la brillante ilusión ha disipado.  


     La cifra

    ¿Aún guardas, árbol querido        
    la cifra ingeniosa y bella        
    con que adornó mi adorada          
    tu solitaria corteza?              
    Bajo tu plácida sombra            
    me viste evitar con Lesbia        
    del fiero sol meridiano            
    el ardor y luz intensa.            
    Entonces ella sensible            
    pagaba mi fe sincera              
    y en ti enlazó nuestros nombres    
    de inmortal cariño en prenda      
    su amor pasó, ¡y ellos duran      
    cual dura mi amarga pena!...      
    Deja que borre el cuchillo        
    memorias ¡ay! tan funestas.        
    No me hables de amor: no juntes    
    mi nombre con el de Lesbia,        
    cuando la pérfida ríe              
    de sus mentidas promesas          
    y de un triste desengaño          
    al despecho me condena.  


     Ausencias y recuerdos

    ¿Qué tristeza profunda, qué vacío            
    siente mi pecho? En vano                    
    corro la margen del callado río              
    que la celeste Lola                          
    al campo se partió. Mi dulce amiga,          
    por qué me dejas? ¡Ay! con tu partida        
    en triste soledad mi alma perdida            
    verá reabierta su profunda llaga,            
    que adormeció la magia de tu acento.        
    El cielo, a mi penar compadecido,            
    de mi dolor la fiel consoladora              
    en ti me deparó: la vez primera              
    (¿Te acuerdas, ola?) que los dos vagamos    
    del Yumurí tranquilo en la ribera y          
    me sentí renacer: el pecho mío              
    rasgaban los dolores.                        
    una beldad amable, amante, amada            
    con ciego frenesí, puso en olvido            
    mi lamentable amor. Enfurecido,              
    torvo, insociable, en mi fatal tristeza      
    aún odiaba el vivir: desfigurose            
    a mis lánguidos ojos la natura,              
    pero vi tu beldad por mi ventura,            
    y ya del sol el esplendor sublime            
    volviome a parecer grandioso y bello:        
    volví a admirar de los paternos campos      
    el risueño verdor. Sí: mis dolores          
    se disiparon como el humo leve,              
    de tu sonrisa y tu mirar divino              
    al inefable encanto.                        
    ¡Ángel consolador! ya te bendigo            
    con tierna gratitud: ¡cuán halagüeña        
    mi afán calmaste! De las ansias mías        
    cuando serena y plácida me hablabas,        
    la agitación amarga serenabas,              
    y en tu blando mirar me embelecías.          
    ¿Por qué tan bellos días                    
    fenecieron? ¡Ay Dios! ¿Por qué te partes?    
    Ayer nos vio este río en su ribera          
    sentados a los dos, embebecidos              
    en habla dulce, y arrojando conchas          
    al líquido cristal, mientras la luna        
    a mi placer purísimo reía                    
    y con su luz bañaba                          
    tu rostro celestial. Hoy solitario,          
    melancólico y mustio errar me mira          
    en el mismo lugar quizá buscando            
    con tierna languidez tus breves huellas      
    horas de paz, más bellas                    
    que las cavilaciones de un amante,          
    ¿Dónde volasteis? -Lola, dulce amiga,        
    di, ¿por qué me abandonas,                  
    y encanta otro lugar tu voz divina?          
    ¿No hay aquí palmas, agua cristalina,        
    y verde sombra, y soledad?... Acaso          
    en vago pensamiento sepultada,              
    recuerdas ¡ay! a tu sensible amigo.          
    ¡Alma pura y feliz! Jamás olvides            
    a un mortal desdichado que te adora,        
    y cifra en ti su gloria y su delicia.        
    Mas el afecto puro                          
    que me hace amarte, y hacia ti me lleva,    
    no es el furioso amor que en otro tiempo    
    turbó mi pecho: es amistad. -Do quiera      
    me seguirá la seductora imagen              
    de tu beldad. En la callada luna            
    contemplaré la angelical modestia            
    que en tu serena frente resplandece:        
    veré en el sol tus refulgentes ojos;        
    en la gallarda palma la elegancia            
    de tu talle gentil veré en la rosa          
    el purpúreo color y la fragancia            
    de la boca dulcísima y graciosa,            
    do el beso del amor riendo reposa:          
    así do quiera miraré a mi dueño,            
    y hasta las ilusiones de mi sueño            
    halagará su imagen deliciosa.


     El ay de mí

    ¡Cuán difícil es al hombre    
    hallar un objeto amable      
    con cuyo amor inefable        
    pueda llamarse feliz!        
    Y si este objeto resulta      
    frívolo, duro, inconstante    
    ¿Qué resta al mísero amante  
    sino exclamar ¡ay de mí!      
    El amor es un desierto        
    sin límites, abrasado,        
    en que a muy pocos fue dado  
    pura delicia sentir.          
    Pero en sus mismos dolores    
    guarda mágica ternura,        
    y hay siempre cierta dulzura  
    en suspirar ¡ay de mí!


    Los recelos

    ¿Por qué, adorada mía,                            
    mudanza tan cruel? ¿Por qué afanosa                
    evitas encontrarme, y si te miro,                  
    fijas en tierra lánguidos los ojos y              
    y triste amarillez nubla tu frente?                
    ¡Ay! do volaron los felices días                  
    En que risueña y plácida me vías,                  
    y tus ardientes ojos me buscaban,                  
    y de amor y placer me enajenaban?                  
    ¡Cuántas veces en medio de las fiestas,            
    de una fogosa juventud cercada,                    
    me aseguró de tu cariño tierno                    
    una veloz simpática mirada!                        
    Mi bien, ¿por qué me ocultas                      
    el dardo emponzoñado que desgarra                  
    tu puro corazón?... Mira que llenas                
    mi existencia de horror y de amargura:            
    dime, dime el secreto que derrama                  
    el cáliz de dolor en tu alma pura.                
    Mas, ¿aún callas? ¡Ingrata! Ya comprendo          
    la causa de tu afán: ya no me amas,                
    ya te cansa mi amor... No, no; ¡perdona!          
    ¡Habla, y hazme feliz!... ¡Ay! yo te he visto,    
    la bella frente de dolor nublada,                  
    alzar los ojos implorando al cielo.                
    Yo recogí las lágrimas que en vano                
    pretendiste ocultar; tu blanca mano                
    estreché al corazón llena de vida                  
    que por tu amor palpita, y azorada                
    me apartaste de ti con crudo ceño:                
    volví a coger tu mano apetecida,                  
    sollozando a mi ardor la abandonaste,              
    y mientras yo ferviente la besaba,                
    bajo mis labios áridos temblaba.                  
    ¿Te fingirás acaso                                
    delito en mi pasión? Hermosa mía,                  
    no temas al amor: un pecho helado,                
    al dulce fuego del sentir cerrado,                
    rechaza la virtud, a la manera                    
    de la peña que en vano                            
    riega a torrentes la afanosa lluvia,              
    sin que fecunde su fatal dureza;                  
    y el amor nos impone                              
    por ley universal Naturaleza.                      
    Rosa de nuestros campos, ¡ah! no temas            
    que yo marchite con aliento impuro                
    tu virginal frenor. ¡Ah! ¡te idolatro!...          
    Eres mi encanto, mi deidad, mi todo.              
    ¡Único amor de mi sencillo pecho!                  
    Yo bajara al sepulcro silencioso                  
    por hacerte feliz... Ven a mis brazos,            
    y abandónate a mí; ven, y no temas.                
    La enamorada tórtola tan solo                      
    sabe aqueste lugar, lugar sagrado                  
    ya de hoy más para mí... ¿Su canto escuchas        
    que en dulce y melancólica ternura                
    baña mi corazón?... Déjame, amada,                
    sobre tu seno descansar... ¡Ay! vuelve...          
    tu rostro con el mío                              
    une otra vez, y tus divinos labios                
    impriman a mi frente atormentada                  
    el beso del amor... Ídolo mío,                    
    tu beso abrasador me turba el alma:                
    toca mi corazón cual late ansioso                  
    por volar hacia ti... deja, adorada,              
    que yo te estreche en mis amantes brazos          
    sobre este corazón que te idolatra                
    ¿Le sientes palpitar? ¿Ves cual se agita          
    abrasado en tu amor? ¡Pluguiera al cielo          
    que a ti estrechado en sempiterno abrazo          
    pudiese yo espirar! ¡Gozo inefable!                
    aura de fuego y de placer respiro;                
    confuso me estremezco:                            
    ¡ay! mi beso recibe... yo fallezco...              
    Recibe, amada mi postrer suspiro.


     Oda al cometa de 1825

    Que el autor supone ser el mismo que apareció en 1811
     
                                                           
    Planeta de terror, monstruo del cielo,                  
    errante masa de perennes llamas                        
    que iluminas e inflamas                                
    los desiertos del Éter en tu vuelo;                    
    ¿Qué universo lejano                                    
    al sistema solar ora te envía?                          
    ¿Te lanza del Señor, la airada mano                    
    a que destruyas en tu curso insano                      
    del mundo la armonía?                                  
    ¿Cuál es tu origen, astro pavoroso?                    
    El sabio laborioso                                      
    para seguirte se fatiga en vano,                        
    y más allá del invisible Urano                          
    ve abismarse tu carro misterioso;                      
    ¿El influjo del sol allá te alcanza,                    
    o una funesta rebelión te lanza                        
    a ilimitada y férvida carrera?                          
    Bandido inaquietable de la esfera,                      
    ¿Ningún sistema habitas,                                
    y tan cerca del sol te precipitas                      
    para insultar su majestad severa?                      
    Huye su luz, y teme que indignado                      
    a su vasta atracción ceder te ordene,                  
    y entre Jove y Saturno te encadene,                    
    de tu brillante ropa despojado.                        
    Mas si tu curso con furor completas,                    
    y le hiere tu disco de diamante,                        
    arrojarás triunfante                                    
    al sistema solar nuevos planetas.                      
    Astro de luz, yo te amo. Cuando mira                    
    tu faz el vulgo con asombro y miedo,                    
    yo, al contemplarte ledo,                              
    elévome al Criador: mi mente admira                    
    su alta grandeza, y tímida le adora.                    
    y no tan solo ahora                                    
    en mi alma dejas impresión profunda:                    
    ya de la noche en el brillante velo,                    
    de mi niñez en los ardientes días,                      
    a mi agitada mente parecías                            
    un volcán en el cielo.                                  
    El ángel silencioso                                    
    que ora inocente dirección te inspira,                  
    se armará del Señor con la palabra                      
    cuando del libro del destino se abra                    
    la página sangrienta de su ira.                        
    ¡Entonces furibundo                                    
    chocarás con los astros, que lanzados                  
    volarán de sus órbitas, hundidos                        
    en el éter profundo,                                    
    y escombros abrasados                                  
    de mundos destruidos                                    
    llevarán el terror a otro sistema!...                  
    Tente, Musa: respeta el velo obscuro                    
    con que de Dios la majestad suprema,                    
    envuelve la región de lo futuro:                        
    tú, cometa fugaz, ardiente vuela,                      
    y a millones de mundos ignorados                        
    al Hacedor magnífico revela.  




     Y ya para terminar, al menos por mi parte, con este autor, que  por cierto no conocía, dejo estas valoraciones hechas al poeta , José Mª Heredia y Heredia,conocido como el cantor del Niagara .

      Valoraciones

    “Un hombre representativo, exponente cabal de un estado, de un momento del espíritu cubano (…) sintió intensamente la santa ambición de todos, la ira de todos; la aspiración y el entusiasmo de todos; la idea impulsiva y sublime que agitó y enardeció varias generaciones de cubanos; fue el alma misma de esta agrupación humana, y exhaló de su corazón, vibrante como el bronce de un combate, sus dolores y sus esperanzas, su desesperación y su amargura, revistiéndolos del esplendor de sus versos, en esa íntima y maravillosa unificación de la poesía, que parece un sueño, cuando es la realidad más profunda, la revelación armoniosa y sentida del fondo de las cosas y del secreto de las almas”
    Manuel Sanguily

    “Chacón y Calvo nos relata una de sus entrevistas con Varona, en que el gran anciano le decía que había "aprendido a sentir a Cuba, a conocer las notas propias de la nacionalidad, en las poesías de José María Heredia, que leyó en su niñez. Ni Saco, ni Luz, ni Delmonte, ni Várela, dieron a Enrique José Varona, gran representativo de Cuba, una visión tan lúcida y penetrante de la patria como aquellas poesías, elaboradas casi todas lejos de la tierra natal. Y me decía el cubano egregio: «yo puedo afirmar que no fui yo solo; fueron todos los cubanos de mi generación los que aprendieron a sentir a Cuba, a ver sus notas peculiares, típicas en la obra de Heredia»."
    Enrique Gay-Galbó

    “Sus versos definitivos no han quedado sólo como formas literarias, repetidas por la justeza de las palabras o la música del período. Han hecho más: captar nuestros símbolos más entrañables fijando la estrella y la palma como emblemas de la nacionalidad naciente y del paisaje nativo”.
    Rafael Esténger


    Última edición por Lluvia Abril el Mar 07 Abr 2015, 05:41, editado 2 veces


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 07 Abr 2015, 00:02

    Y creo, como ya quedamos, que te corresponde decir a ti de qué autor has estado hablando.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 07 Abr 2015, 00:35

    Bien, como no me puedo ir con esta carga lo digo antes de irme.
    Hemos hablado, y aún queda algo por hablar, del poeta, José María Heredía y Heredía .

    Gracias, Pascual, y hasta la vuelta.


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