A una amiga
Arroyo cristalino,
que con susurro blando
vas del monte a la selva
y de la selva al prado;
travieso cefirillo,
que con tu aliento grato
mueves hojas y flores
que son gala del campo;
parleras avecillas,
que en trinos regalados,
cuando el sol nace o muere,
llenáis el aire vago;
y cuando vive y crece
en este suelo bajo,
y cuanto se remonta
hasta el cielo estrellado;
todo cuanto florece
en los valles y prados,
y aun las bestias feroces
que son del monte espanto;
todos conmigo unidos
en coros acordados,
celebremos el día
de la que hace mi encanto.
A mi Magdalenita
Mi juguetona Musa,
aunque con torpe lira,
por esta vez pretende
consagrarte su voz, Magdalenita.
No examines si es dulce,
si es bella mi poesía,
atiende solamente
al afecto sincero que la dicta.
Pero en este momento
la memoria se aviva
de que estás tanto tiempo
del hermano que te ama, dividida.
Y este triste recuerdo
todo placer me quita,
y funestas ideas
sólo ofrece a mi triste fantasía.
Tinieblas me parece
la amable luz del día,
y me son hasta odiosas
las cosas que los otros ven y admiran.
Pero importa muy poco,
amable hermana mía,
que estemos separados,
estando nuestras almas tan unidas.
Ellas siempre atraviesan
la distancia infinita
que nos separa; se unen,
dulcemente conversan y se miran.
Se prestan mutuamente
las promesas más finas;
y un genio, un modo mismo
de pensar y de obrar, la unión confirma.
Alguna vez las dudas
perturban nuestra dicha,
pero a pocos instantes
como ligeras nubes se disipan.
¡Felices los que así aman!
Así Magdalenita
será con José, siempre
del amor fraternal imagen viva.
Mi corazón es tuyo,
mis afectos, mi vida;
pero todo esto es menos
de lo que tú mereces todavía.
Mis tiernas expresiones
reparte en la familia,
adiós. Tu amante hermano.
Octubre veintiséis, escrita en Lima
A su esposa
(Señora doña Rosa Icaza)
Ya se acerca, amor mío,
¡ay!, palomita mía,
ya se acerca ¡ay!, el día
que nos va a dividir.
Sólo tristes memorias
y recuerdos fatales…
de amor todos los males
me quedan que sufrir.
Como tórtola viuda
que triste a cada hora
gime, suspira y llora
por su perdido amor,
así yo inconsolable,
ausente de mi amada,
tendré siempre clavada
la espada del dolor.
Mi corazón de pena
dentro del pecho muere…
mas la Patria lo quiere,
y es fuerza obedecer…
Pide a Dios, vida mía,
con ruegos incesantes
que me traiga cuanto antes
al nido del placer.
Con mil dulces razones
el amor me detiene…
y el deber me previene
lo que es forzoso hacer.
¿Qué haré, pues, amor mío,
siendo en este momento
igualmente violento
mi amor y mi deber?
Pues bien, cumplir con ambos,
es duro y buen consejo,
y aunque de ti me alejo,
contigo quedaré;
así con ambos cumplo,
dando en serena calma,
al amor toda mi alma,
y el cuerpo a mi deber.
Yo parto, ¡oh, qué tormento!,
¡oh, qué terrible ausencia!,
dame, oh Dios, resistencia
para tan gran dolor.
Yo parto, y conjurados
veré a cada momento
contra mí al mar, al viento,
la ausencia y el amor.
Y tú, hechizo de mi alma,
mi único amor, mi vida,
después de mi partida,
¿te acordarás de mí?
Yo, de noche y de día
siempre estaré penando,
Rosita, en ti pensando,
pensado sólo en ti.
Cual sombra inseparable
mi amante pensamiento
siempre, a todo momento,
estará junto a ti.
Así, pues, siempre, siempre,
aunque me creas distante,
podrás decir: mi amante
delante está de mí.
Recogeré el aliento
que tu boca respira…
Mi cuerpo se retira,
pero mi alma jamás.
Sabré tus pensamientos,
y oiré tus palabras;
cuando tus labios abras,
los míos encontrarás.
No temas, amor mío,
mi palomita amada,
que haya en el mundo nada
que me haga vacilar,
pues vivir en tu pecho,
que es mi único deseo,
vale más que un empleo,
vale más que reinar.
Yo veré mil bellezas,
mas con ojo tan frío,
que nunca al pecho mío
llegará su impresión;
porque tus ojos solos
con un arte divino
conocen el camino
que va a mi corazón.
No tendré allá, aunque quiera,
ningún afecto nuevo,
pues conmigo no llevo
ni alma, ni corazón:
que el corazón y el alma
que antes tenía conmigo,
se quedan ya contigo,
como en dulce prisión.
Sin ti ¿qué haré, mi vida?
Siempre ¡ay!, como demente,
cual si fueras presente,
clamaré con fervor:
«Ven, palomita mía,
ven al caliente nido,
que aquí en mi pecho herido
te ha formado el amor.
Ven, mi única esperanza,
mi único pensamiento,
ven, mi único contento,
ven, mi única pasión.»
Y al ver que no me oyes
ni que estás a mi lado,
seré más desgraciado
por mi dulce ilusión.
Otras veces teniendo
tu retrato delante,
cual frenético amante,
mil cariños le haré;
creeré que con mi fuego
tus labios animados
me vuelven duplicados
los besos que te dé.
Otras veces más necio,
como el que algo ha perdido,
a todos distraído,
por ti preguntaré:
«¿Dónde está mi paloma,
causa de mis placeres?
Si no la conocieres,
las señas te daré.
Es… lo que yo no puedo,
ni nadie explicar puede…
la que a todos excede,
es la rosa de abril;
es la rosa que espera
en su botón gracioso
un calor amoroso
para empezarse a abrir.»
Mas, ¿cuál es mi delirio?
¡Ay de mí!, en mi tardanza
ni el bien de la esperanza
me podrá consolar…
Cree, mi alma, que es un pecho
muy tierno y amoroso
donde el amor hermoso
te ha erigido un altar.
Piensa que por ti vivo,
piensa que sin ti muero,
que eres mi amor primero
y mi último serás.
Adiós… ¡ay!, no te olvides
que eres objeto eterno
de este amor dulce y tierno,
de este amor inmortal.
Piensa que de ti ausente
no es vida la que vivo,
y que siempre recibo
aumento en mi dolor.
Piensa que esta gran pena,
piensa que este tormento
aun me quita el aliento
para decirte… adiós.
A Eliza
¿No ves cuán pronto por la azul esfera
el vuelo de las horas se desliza?,
¿no ves, amable Eliza,
marchitarse al nacer las tiernas flores
de la fugaz y alegre primavera?
Pues ¡ay!, con más presteza
nacen, desaparecen los amores,
las gracias de la edad y la belleza.
Feliz en todas partes
quien con el grato estudio de las artes
mezclando las lecciones
de virtud y piedad, engaña, burla
del tiempo y de sus hijas estaciones
la ciega rapidez y la inconstancia.
Así cuando la bella primavera
pierde su gala y virginal sonrisa
y se retira triste
de tu jardín, Eliza,
huyendo del invierno los enojos,
al fuego de tu genio y de tus ojos
con sus vivos colores y fragancia
bajo de tu pincel nace en tu estancia.
En tu estancia feliz que yo contemplo
será con tu presencia
el más hermoso templo
del gusto, la piedad y la inocencia,
a cuyo culto y plácidos misterios
vestal sacerdotisa
con tu graciosa hermana será Eliza.
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